viernes, 18 de diciembre de 2020

Una historia de gracia

Tenía pensado escribir sobre otro asunto, pero no puedo pasar por alto el hecho de que ayer, por 198 votos a favor, 138 en contra y 2 abstenciones, el Congreso de los Diputados de España aprobó el derecho a la eutanasia. Debería estar irritado por el fondo de la cuestión (se atenta contra el derecho básico a la vida en nombre de un supuesto derecho a la muerte) y por la forma de abordarla (de manera un tanto sofista, inoportuna y acelerada), pero debo confesar que el sentimiento dominante es la tristeza, aunque ha habido bastantes personas que se han alegrado.  Que esta ley se apruebe en el año en el que la pandemia de Covid-19 ha segado la vida de miles de personas y en vísperas de la Navidad, la fiesta de la vida, me parece algo obsceno e inhumano. 

Intuyo que, con el paso del tiempo, cuando hagamos un balance de esta decisión, caeremos en la cuenta de la bajeza ética en la que hemos incurrido. Aquí no se trata como han dicho algunos diputados de dejarse llevar por criterios filosóficos o religiosos que en la mentalidad secularista deben estar recluidos en la esfera privada. Se trata de un asunto que tiene que ver con los fundamentos mismos de un estado de derecho y no solo con las opciones individuales, como arteramente se lo quiere presentar. Me parece un colosal fracaso, un paso más hacia la “sociedad del descarte”, que, en nombre de una falsa piedad, no tolera lo que no se ajusta al canon de vida “humana”. No acabo de entender cómo personas que muestran ser inteligentes en otras áreas exhiben una enorme ceguera ética y no se dan cuenta del tipo de sociedad insustancial que estamos construyendo. No me reconozco en esta ley. ¿Es esta la Europa que soñaron los padres de la Unión Europea? Creo que no. En muchos aspectos cada vez nos distanciamos más. Luego nos quejamos del nihilismo que, poco a poco, se va apoderando de nuestras vidas hasta difuminar cualquier atisbo de trascendencia.

Para algunos, esta ley nos hará más libres y más felices. Para otros, algo está funcionando mal en nuestras sociedad cuando en la sede de la soberanía popular se aplaude a la muerte. No quiero dejarme llevar por la desesperanza, aunque, si fuera napolitano, estaría muy preocupado porque el pasado 16 la sangre de san Jenaro no se licuó como es normal en esa fecha. Dicen que cuando esto sucede se avecina alguna desgracia. Creo que la desgracia ya nos está visitando todos los días de formas muy diversas. A veces se disfraza de leyes que, con ropaje humanista, envuelven una negación de la sacralidad de la vida. 

Pero si algo significa la Navidad es que “se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tito 2,11). No hay persona o acontecimiento que pueda frenar la irrupción de la gracia en nuestras vidas. Incluso lo que a primera vista nos parece una desgracia puede generar procesos de apertura a Dios. Cuando miramos los hechos singulares y aislados, no percibimos la evolución de la historia y su significado escondido. La fe nos proporciona una mirada de largo alcance para comprender que solo Dios es Señor de la historia, que nuestras conquistas y fracasos no alteran el proyecto de amor de nuestro Padre. Si no fuera por esta visión, tendríamos muchos motivos para perder la esperanza y tirar la toalla. Los seres humanos somos capaces de hazañas sublimes, pero también de bajar hasta los infiernos.

Las lecturas bíblicas de estos últimos días el Adviento nos muestran que el proyecto de Dios no se abre camino en la historia a través de hechos espectaculares, sino de mediaciones sencillas y discretas. José y María eran dos jóvenes de un insignificante pueblo llamado Nazaret, del que como reconocerá más tarde el apóstol Natanael no cabía esperar nada bueno (cf. Jn 1,46). Y, sin embargo, fueron elegidos para acoger a Jesús. Sus únicos méritos fueron una ilimitada confianza en Dios, a pesar de que ambos no veían con claridad sus designios. Tuvieron la valentía de expresar sus dudas y tomar resoluciones, pero fue más poderosa su actitud humilde para aceptar la voluntad de Dios, conscientes de que nada mejor le puede suceder a un ser humano que fiarse de Dios. 

En este tiempo de incertidumbres que nos toca vivir, acosados por una pandemia que mina nuestras fuerzas, desilusionados por leyes que se apartan de nuestra forma de entender la vida, hartos de tantos vaivenes, necesitamos depositar nuestra confianza en Dios. Él es nuestra roca. No vivimos en paz porque nos guste el sistema político de nuestro país, disfrutemos de bonanza económica y no hayamos sido infectados por el Covid-19. Nuestra paz viene de la confianza en el Señor: “Él es nuestra paz” (Ef 2,14). Se trata de una paz profunda, compatible con innumerables batallas en la superficie. Jesús nos lo ha dicho con claridad: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (Jn 14,27). ¿No es esta misma paz la que los ángeles anuncian a los pastores en la noche de Navidad?


2 comentarios:

  1. Parece que este año no hay nada que encaje con la Navidad… Hoy un día de niebla y lluvia me ha llevado a imaginar que así nos llega la Navidad, en el silencio de la noche, como una luz tenue que no es fácil descubrir, pero que cuando conseguimos divisarla nos ilumina el camino. No encajan, ni las luces de colores, ni la música,en el ambiente que tenemos, de muerte y solo faltaba la ley de la eutanasia. Todo es muy contradictorio.
    Me pregunto ¿cómo descubrir la paz que Dios, manifestándose en Jesús, vino a traernos? ¿cómo ser portadores de ella y transmitirla a los demás?
    Gracias Gonzalo por invitarnos a la reunión Zoom.

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  2. Hola Gonzalo: la verdad es que la aprobación a la eutanasia ha sido además de muy inoportuna y muy preocupante un engaño venderlo como mayor libertad... Bastante desolador todo. Nos vemos el lunes en el zoom. Un abrazo. María

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