domingo, 31 de octubre de 2021

Escuchar para amar


El XXXI Domingo del Tiempo Ordinario viene coloreado por el verbo amar. Lo esencial en la vida es amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” y al prójimo “como a ti mismo”. Al escriba que le preguntó a Jesús cuál era el primer mandamiento de todos, el maestro le respondió que “no hay mandamiento mayor que estos”. No se trata, pues, de perdernos en la selva de preceptos, normas y ritos con que a veces presentamos la religión. Lo esencial es amar a Dios y al prójimo. Se ha insistido tanto en la centralidad del amor que es probable que ya no sepamos bien qué queremos decir. Suena a disco rayado. ¡Hasta Los Beatles se atrevieron a cantar aquello de “all you need is love” (lo único que necesitas es amor)!

Hoy, sin embargo, me siento empujado a poner el acento en otro verbo que puede pasar desapercibido y que me parece esencial en el contexto en que vivimos. Me refiero al verbo “escuchar”. En la primera lectura, antes de hablar del amor a Dios, el libro del Deuteronomio dice: “Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno”. Y en el evangelio de Marcos Jesús cita este mismo pasaje que todo buen israelita, incluso en la actualidad, recita tres veces al día. No podemos entender bien qué significa amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a nosotros mismos si antes no somos capaces de “escuchar”. 

Creo que encontramos aquí una clave para entender lo que nos pasa hoy. Vivimos en la sociedad del ruido. Nos cuesta adentrarnos en el silencio. Hablamos mucho y escuchamos poco. Por eso, no percibimos la voz de nuestro corazón, las necesidades de los demás y, en definitiva, el susurro de Dios. ¿No tendríamos que vaciarnos de nosotros mismos para aprender a escuchar?

Creo que todos hemos experimentado algunas veces en nuestra vida el bálsamo de la escucha. Cuando alguien es todo oídos para que nosotros podamos ser todo palabra se produce un momento de autorrevelación; es decir, cuando nos sentimos escuchados con atención y cariño, exploramos nuestro fondo interior, descubrimos algo del misterio que somos, compartimos más de lo que habíamos planeado. La escucha atenta tiene el poder de hacer aflorar lo que llevamos dentro. 

¿Qué sucede cuando se invierten los papeles y somos nosotros los que escuchamos a los demás? ¡Que los ayudamos a descubrirse y aceptarse! No solo eso. Cuando practicamos la escucha paciente, escuchamos la “música callada” de nuestro corazón, que es el santuario donde Dios habita. Por eso, es tan importante aprender a escuchar. Sin escucha no hay fe posible. Cuando nos dejamos dominar por los ruidos interiores y exteriores, la voz de Dios se difumina. Entonces podemos decir que “Dios no existe”, pero, en realidad, tendríamos que decir que no somos capaces de escucharlo porque hemos ocupado todo el espacio con nuestras propias voces.

Está claro que lo esencial en la vida es amar a Dios y a los demás, pero será imposible conjugar este verbo si antes o al mismo tiempo no hemos aprendido a escuchar.



sábado, 30 de octubre de 2021

La preocupación por los demás

Mi vuelta a Madrid ha estado llena de agradables sorpresas, pero no todo ha sido de color de rosa. Cuando cada mañana salgo de mi casa a las 7,45 para celebrar la eucaristía en el colegio de las Concepcionistas veo al menos a cuatro personas que están durmiendo en la calle cubiertas con cartones, mantas sucias y en algún caso un saco de dormir. No sé si hace años había tantas o es que yo no me daba cuenta, pero ahora me hiere esta imagen. Me cuesta aceptar que yo disponga de una cama confortable mientras ellos y ellas tienen que dormir acurrucados en algún rincón de la calle. Sé que los servicios sociales y algunos voluntarios se esfuerzan por acercarse a ellas y brindarles la ayuda que necesiten, pero no es suficiente. Detrás de cada persona que me encuentro en la calle Princesa hay una historia que tal vez algún día pueda conocer si me atrevo a acercarme y entablar un diálogo.

La pandemia ha empeorado todavía más la situación de las personas vulnerables. En un esfuerzo titánico somos capaces de encontrar vacunas para el coronavirus, pero no logramos encontrar soluciones eficaces contra la indiferencia de unos y la marginación de otros. ¿Cómo se puede disfrutar de un día hermoso cuando a nuestro lado alguien está sufriendo porque no puede participar ni siquiera de las migajas que caen de las mesas de quienes tenemos más que suficiente para vivir? Siempre me ha acompañado esta preocupación, pero creo que se ha ido agudizando con el paso del tiempo. 

Jesús nunca pasaba de largo ante el sufrimiento humano. Me siento llamado a hacer lo mismo, aun cuando no tenga la solución para cada problema. Muchas de las personas que estoy encontrando estos días me repiten la misma cantinela: “La gente está muy tocada. La pandemia ha sacado fuera las tensiones acumuladas. Necesitamos una especie de terapia colectiva”.

En una situación difícil no podemos echar mas leña al fuego. Tenemos que encontrar caminos sencillos para ayudarnos unos a otros. Necesitamos escucharnos, acompañarnos, mirar al futuro con esperanza. Creo que la fe en Jesús nos ayuda a sobrellevar estas situaciones de otra manera porque sabemos que Dios nunca nos deja de su mano, aunque caminemos “por cañadas oscuras”. Pequeños gestos de preocupación y cuidado acaban creando una cultura positiva en la que, poco a poco, podemos ir saliendo del túnel. 

Creo que la clave está en no pensar solo en nuestro propio bienestar, sino en la manera como podemos ayudar a los demás. Si cada uno pensamos solo en nosotros, el mundo acabará siendo un lugar inhóspito, triste y violento. Por el contrario, si pensamos en los demás, es seguro que alguien pensará en nosotros. La fraternidad es la única manera de hacer frente a los muchos desequilibrios que estamos experimentando. Es la clave que el papa Francisco nos ofrece en Fratelli tutti.

viernes, 29 de octubre de 2021

Conocerse más para vivir mejor

Desde que escribí la entrada sobre “mis amigos silenciosos”, he recibido algunos mensajes sugiriéndome varios temas para el blog. Me habéis pedido que escriba sobre las experiencias de separaciones y divorcios, la misión de la mujer en la Iglesia, el significado de la sinodalidad, etc. Ayer, un amigo mío de Colombia me pidió que dijera algo sobre el modo de afrontar las situaciones depresivas que muchos están viviendo a raíz de la pandemia. 

No me siento capacitado para afrontar todos estos temas de una manera general, pero intentaré compartir en los próximos días algunas reflexiones nacidas del estudio, del diálogo con otras muchas personas y, sobre todo, de mi propia experiencia. Este Rincón no es una especie de consultorio psicológico, ni siquiera espiritual, sino un espacio de intercambio en el que todos podemos beneficiarnos de la sabiduría compartida porque todos estamos viviendo cosas y hemos reflexionado sobre ellas. A veces, la experiencia de una persona puede iluminar lo que está viviendo otra, aunque a primera vista parezcan dos situaciones incomparables.

Cada vez me convenzo más de que, a la hora de afrontar los problemas de la vida cotidiana, cada uno lo hacemos desde nuestro perfil caracterológico. Hay personas que, de manera automática, sienten temor ante los cambios y otras que los propician. Hay personas muy extrovertidas y otras introvertidas. Las hay ordenadas y caóticas, racionales y sentimentales, asertivas y dubitativas, etc. Naturalmente, nadie es una cosa u otra en estado puro. Las proporciones y los matices son imprescindibles para percibir la singularidad de cada persona. No hay test que pueda medir nuestro misterio personal, pero sí darnos una aproximación que nos sea útil para conocernos mejor y trabajar nuestra personalidad. 

A aquellos que quieran caminar en esta dirección les invito a entrar en este enlace. Se trata de un sencillo test que se puede hacer online en diez minutos. Si os animáis a hacerlo, veréis que a cada pregunta podéis responder con una gama de siete posibles respuestas. No hace falta pensar mucho. Lo mejor es dejarse llevar por el primer impulso. Al final, recibiréis el resultado y podréis conocer cuál es vuestro perfil de entre una tipología de 16. La misma página web os explicará después las características de vuestro perfil. Comprenderéis mejor vuestro potencial y también las áreas que podéis mejorar. Quizá no acabéis de reconoceros en el perfil asignado, pero lo más probable es que refleje bastante bien los rasgos sobresalientes de vuestra personalidad.

Mejorar el autoconocimiento es el punto de partida para ver cómo se puede afrontar una situación de divorcio, una depresión o sencillamente un problema de soledad o una dificultad en la convivencia. Solo cuando nos conocemos bien comprendemos nuestras reacciones, el impacto que tienen sobre los demás y el modo de manejarlas. No se trata de emitir juicios éticos, sino de explorar el mundo ignoto de nuestros automatismos. La mayor parte de las veces no actuamos de forma reflexiva, sino que nos dejamos llevar por lo primero que nos sale; es decir, por nuestros automatismos, que son la manifestación de nuestro carácter. 

Es verdad que sobre la base de nuestra dotación temperamental todos hemos ido labrando nuestro carácter a base de decisiones, prácticas, hábitos, etc., pero nunca desaparece del todo nuestro fondo. Por eso, es preciso conocerlo. Nos ahorraríamos mucho sufrimiento y se lo ahorraríamos también a los demás si supiéramos bien “cómo funcionamos”: qué nos gusta y nos disgusta, qué nos emociona o nos aburre, qué provoca nuestra cerrazón o nuestra apertura, qué nos hiere o nos anima, etc. A partir de aquí, se pueden trazar algunas líneas de trabajo personal para ir mejorando. ¡Ánimo!

jueves, 28 de octubre de 2021

Dadles vosotros de comer

No quiero que pase más tiempo sin hacerme eco de un par de mensajes que considero relevantes por su contenido y por su procedencia. La semana pasada dos cocineros famosos nos han ayudado a poner una pizca de humanidad en nuestras vidas un poco lánguidas a causa de la pandemia. Ambos creen que la comida es un arma revolucionaria para la transformación del mundo. O sea, que piensan como Jesús. También el maestro de Nazaret dio de comer a los hambrientos, nos pidió que nosotros continuáramos haciendo lo mismo y hasta se quedó para siempre con nosotros en forma de comida. Si Jesús se ha hecho pan, también nosotros debemos hacernos pan para que muchos descubran a Jesús. Es un viaje de ida y vuelta.

El jueves 21 de octubre, Pepe Rodríguez (1968), cocinero manchego y jurado de MasterChef, pronunció en la catedral primada de Toledo el pregón del DOMUND que podéis ver y escuchar en el vídeo que sigue. Lo primero que llama la atención es su estilo desenfadado y directo de comunicar. Se parece poco a esas homilías didácticas y abstractas que son frecuentes en algunos sacerdotes. Todo el mundo puede entender su mensaje. Como cristiano que es, se hizo eco de las palabras de Jesús que encabezan la entrada de hoy: “Dadles vosotros de comer”. Ante los problemas que hoy tenemos no podemos escurrir el bulto. Con profunda admiración y gratitud, reconoció el testimonio de los misioneros: “Creo que los misioneros podrían ser los discípulos que siguen oyendo ese “dadles vosotros de comer” y, en lugar de escaquearse, dicen: “¡Oído, cocina!”. Personas normales y corrientes —como ustedes, como yo, como cualquiera— que no escurren el bulto, sino que se fían del Jefe de Cocina que les llama a la tarea de dar de comer y repartir el pan”.

Y luego, como un aviso a navegantes, aludió a la importancia de los valores en una sociedad como la nuestra: “En el mundo en el que yo trabajo, como en todos los ámbitos, los valores son fundamentales. En un equipo de cocinas, nada puede funcionar igual sin esa aportación de cada uno, que hace que, como dice el papa Francisco, “el todo sea más que las partes, y también más que la mera suma de ellas”. Esas cualidades que se requieren en una cocina las vemos “al cuadrado” en los misioneros: la importancia de escuchar, de aportar, de estar aprendiendo siempre; la importancia del sacrificio, de volverlo a intentar, de trabajar sin tirar la toalla; la importancia de superarnos y de ayudar a que otros se superen y nos superen, sin generar dependencias”. 

Da gusto escuchar palabras como estas. Nos devuelven la confianza en las muchas personas (famosas o no) que están “dando de comer al mundo” con su trabajo diario, su generosidad y su sentido de familia humana.

Pregón del DOMUND (Pepe Rodríguez):


Al día siguiente, otro cocinero famoso, el asturiano José Ramón Andrés Puerta (1969), casi de la misma edad que Pepe Rodríguez, pronunció un emotivo discurso al recibir el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. También él cree en el poder transformador —casi diríamos sacramental— de la comida. Sin hacer alusiones a Jesús, habló de la comida como fuente de dignidad:La gente no quiere nuestra limosna, sino nuestro respeto”. Con todo el equipo de su organización World Central Kitchen intenta dar de comer a la gente en todos aquellos lugares en los que hay necesidades provocadas por las guerras, los desastres naturales, etc. Igual que no se debe desperdiciar comida, tampoco se puede desperdiciar la vida de las personas. ¿No es esta una manera excelsa de reconocer su sacralidad aunque no se hable explícitamente de Dios? 

Él, un asturiano-catalán-español que vive en Washington, se considera un inmigrante del mundo: Los inmigrantes construimos puentes, entendemos que el mundo necesita más mesas largas donde la comida pueda servir para unirnos y no muros más largos que nos mantengan separados”. Los cocineros son como embajadores de fraternidad. Donde algunos políticos de medio pelo enfrentan a las personas por cuestiones identitarias o intereses económicos, los cocineros se dedican a dar de comer a todos, sin distinción de ideologías, razas o culturas.

¿No practicó también Jesús la diplomacia de los manteles? Si en vez de multiplicar tantas reuniones inútiles fuéramos capaces de comer juntos, muchas cosas podrían cambiar. Jesús sentó a la misma mesa al publicano Mateo y al zelota Simón. Comer juntos nos ayuda a conocernos más, superar prejuicios y tomar conciencia de que todos formamos parte de la misma familia humana. Las consecuencias sociales que se derivan son evidentes. Así que dar de comer es de lo mejor que podemos hacer para que este mundo nuestro siga adelante.

Discurso Premio Princesa de Asturias (José Andrés):



miércoles, 27 de octubre de 2021

La más hermosa juventud

El pasado domingo, solemnidad de san Antonio María Claret, a las cinco de la tarde (hora de Europa central) tuvo lugar el lanzamiento de la red mundial de jóvenes claretianos llamada Claret_Way. Consistió en una vigilia de oración con jóvenes de diversas partes del mundo conectados a través de Internet. Si te interesa, puedes seguir su desarrollo en el vídeo que he colocado al final de esta entrada. Yo lo seguí desde Barcelona. Mientras escuchaba los cantos e intervenciones de los jóvenes en diversas lenguas, pensaba en lo hermoso que es saberse parte de una red mundial, sentirse “en-red-ado” en estos tiempos en que el individualismo campa a sus anchas y la pandemia nos ha vuelto más distantes. 

Claret Way es un proyecto conjunto de las ocho ramas de la Familia Claretiana. No se trata de un nuevo movimiento o de una asociación. Su objetivo es unir en red a jóvenes de todo el mundo que se identifican con el carisma misionero de san Antonio María Claret y que desean compartir experiencias, recursos, proyectos y, sobre todo, una gran pasión evangelizadora. En tiempos de contagios negativos (desde el coronavirus hasta la indiferencia o la idolatría), los jóvenes de Claret_Way quieren contagiar fe, alegría y solidaridad. En el fondo, Claret_Way es un fruto maduro del Sínodo de los Jóvenes que se tuvo en 2019 y, de manera especial, de la exhortación apostólica Christus vivit. Como dice el Papa al comienzo mismo de la exhortación: “Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida”.

Aunque sé que hay jóvenes que leen este Rincón, intuyo que la mayoría de los lectores son personas adultas. Su misma presentación visual resulta demasiado seria para la estética juvenil. Y, sin embargo, más allá de modas y gustos, siempre he querido sentirme muy cerca de aquellos que sueñan que las cosas pueden ser diferentes y se mueven para que así sea, quizá porque yo mismo tengo el perfil caracterológico de los “soñadores”. 

Pero ¿cómo se puede llevar a cabo un sueño (en este caso el sueño del Evangelio) cuando uno está solo? Es verdad que muchos cristianos jóvenes viven su fe en grupos, comunidades y parroquias, pero crece el número de quienes se encuentran aislados en contextos en los que no se aprecia la experiencia cristiana. Estoy pensando en algunos de mis amigos mas jóvenes en pueblos donde casi son los únicos que se manifiestan como creyentes y participan en las celebraciones eclesiales. ¿Cómo experimentar que hay otros muchos jóvenes como él o como ella que vibran con Jesús? ¿Cómo ayudarse mutuamente? ¿Cómo apoyarse en los momentos de dificultad? ¿Cómo convertirse en evangelizadores de otros jóvenes?

Claret_Way no es la respuesta a las preguntas anteriores. No sustituye a los grupos de referencia ni se convierte en una especie de multinacional juvenil claretiana. Es, ante todo, una red en el mundo de las “redes sociales”. La red te puede atrapar (somos conscientes de las adicciones que crean), pero, sobre todo, te conecta, te pone en contacto con otras personas, dilata tu horizonte, potencia lo que eres y haces. Si quieres saber algo más sobre esta red de jóvenes claretianos, pincha aquí

Como todo lo que comienza, necesitará tiempo para ir consolidándose, pero ya ha conseguido entusiasmar a varios cientos (quizás miles) de jóvenes de muchos países del mundo que han encontrado en san Antonio María Claret un modelo a la hora de seguir a Jesús. Si yo tuviera 18 años o más, no dudaría en unirme a esta internacional de la alegría y el compromiso misionero. Ya que no puedo hacerlo en calidad de joven, por lo menos quiero contribuir como animador. Estoy convencido de que en Jesús, cualquiera que sea nuestra edad, siempre encontramos “la más hermosa juventud”.


lunes, 25 de octubre de 2021

Los "nuevos" catequistas

Aprovecho el viaje en tren desde Barcelona a Madrid para teclear la entrada de este lunes en el que recordamos que, hace 29 años, fueron beatificados en Roma por san Juan Pablo II los 51 mártires claretianos de Barbastro. Recuerdo muy nítidamente aquella jornada. Pero hoy quiero escribir sobre otro asunto al hilo de tres experiencias que tuve la semana pasada. 

El jueves por la tarde, en compañía de otros compañeros claretianos y guiados por el vicario general de la diócesis de Vic, visitamos el bellísimo Museo Episcopal. Ya lo conocía, pero esta vez me impresionó un poco más si cabe. Os lo recomiendo a todos los enamorados del románico. El viernes nos acercamos a la cueva de san Ignacio en Manresa para admirar la nueva decoración de las capillas laterales a base de mosaicos diseñados por el jesuita esloveno Marco Ivan Rupnik

El sábado hicimos el recorrido por el templo expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona. Tuvimos los mejores guías posibles: el presidente del Patronato, Esteve Camps Sala, y el arquitecto jefe de las obras, Jordi Faulí i Oller, ambos vinculados a los claretianos. Después de una introducción en una salita (con proyección de vídeo incluida) fuimos visitando las tres fachadas (nacimiento, pasión y gloria) y el interior (incluido el coro y la sacristía). Es difícil explicar la emoción estética y espiritual que se siente ante la armonía y audacia de las formas, el bosque de columnas y los vitrales inundados por la luz de la tarde.


El arquitecto nos confirmó que el próximo 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, se inaugurará la torre de la Virgen, la segunda más alta (después de la de Jesucristo) de las 18 torres de que consta el proyecto. Mantienen el año 2026 como fecha para la conclusión de las obras. La pandemia detuvo el flujo de turistas, pero, poco a poco, se va recuperando. Antes de que estallara la crisis del coronavirus, una media de 12.000 personas visitaba el templo cada día. El pasado sábado se superaron ya las 8.000 visitas. Los responsables estaban contentos. Los billetes de entrada no son baratos. Rondan los 30 euros. Eso significa que, en condiciones normales, hay dinero suficiente para proseguir las obras y pagar al centenar de empleados fijos y a los cerca de mil que colaboran de diversas maneras. 

La Sagrada Familia es, además de un templo católico, una empresa que da trabajo a un buen número de personas. Tiene sus detractores entre el gremio de los arquitectos y algunos grupos políticos, pero eso no impide que sea una señal distintiva de Barcelona en todo el mundo y el monumento más visitado de España.

Hoy quiero fijarme en un aspecto que considero capital. A menudo decimos que cada vez es menor el número de personas que participan en las celebraciones litúrgicas y, sin embargo, crece el de quienes visitan las catedrales, iglesias, ermitas y monasterios que forman parte del riquísimo patrimonio monumental de España (y del resto de Europa). Viendo el conocimiento y la pasión que tanto el vicario general de Vic como el jesuita de Manresa y el arquitecto jefe de la Sagrada Familia ponían en interpretar catequéticamente sus respectivos monumentos, caí en la cuenta del potencial evangelizador que la Iglesia tiene si fuéramos capaces de contar con buenos guías. 

Cuando se explica una tabla románica, un mosaico contemporáneo o las figuras hiperboloides diseñadas por el genial Antoni Gaudí no basta con aclarar sus aspectos técnicos. Es una ocasión única para conectar el arte con la vida y la espiritualidad. Muchas de las preguntas, búsquedas e inquietudes de nuestros contemporáneos encuentran un camino de respuesta en la “via pulchritudinis” (vía de la belleza). Podemos comprender mejor la maravilla del hombre y de la mujer, el enigma del mal, la presencia de Dios en nuestro mundo, el significado de la salvación de Jesús, nuestra relación con los demás seres humanos y con la naturaleza… El arte es la biblia de los pobres y, en el fondo, de todos. Necesitamos que alguien nos ayude a descifrarla.

Cada vez me convenzo más de que los “nuevos” catequistas son los guías que acompañan las visitas a nuestras iglesias. Con un mínimo de preparación, sensibilidad y experiencia espiritual, pueden llegar al corazón de los millones de personas que se acercan a ellas atraídos por el poder de la belleza y el peso de la historia. ¿Vamos a renunciar a esta maravillosa oportunidad mientras añoramos viejas formas catequéticas que ya no suscitan interés? 

Aprendamos a leer los signos de los tiempos. Atrevámonos a ir más allá de lo que hacemos, a dotar de entrenamiento a los profesionales y voluntarios que han elegido esta forma de hermenéutica. Quizá nos sorprenderíamos de sus frutos.


domingo, 24 de octubre de 2021

Un santo del XIX que habla al XXI

Junto al sepulcro de san Antonio María Claret en Vic

Me pongo ante el ordenador aprovechando las pocas horas que median entre la celebración matutina de la solemnidad de san Antonio María Claret en el templo que conserva sus restos en Vic y la que tendré esta tarde en el santuario del Corazón de María de Barcelona. Es el único momento disponible en unas jornadas repletas de actividades. 

Ya sé que hoy es el XXX Domingo del Tiempo Ordinario  y que la Iglesia celebra también hoy la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND) bajo el lema Cuenta lo que has visto y oído. Los lectores sabrán disculparme si paso por encima de ambas celebraciones centro mi entrada en la figura de san Antonio María Claret, de cuya muerte en el monasterio cisterciense de Fontfroide celebramos el 151 aniversario. 

El año pasado también estuve en Vic para celebrar un aniversario redondo: 150 años. La pandemia impidió que se organizara un evento masivo, pero, a cambio, lo abrimos a todo el mundo a través de Internet. Este año ha tenido un carácter más local. El templo de Vic estaba lleno de amigos de los claretianos, entre los cuales había un buen grupo de inmigrantes africanos y latinoamericanos, además de algunos amigos vicenses.

Templo de san Antonio María Claret en la casa natal de Sallent (Barcelona)

La película Claret, estrenada en España hace exactamente un mes, ha sacado la figura del santo misionero del ámbito eclesial y la ha proyectado en la sociedad. Ya la han visto algo más de diez mil espectadores. No es una cifra abrumadora en tiempos de pandemia, pero tampoco irrelevante. ¿Qué interés puede tener una figura eclesiástica del siglo XIX en el secularizado siglo XXI? Me permito compartir un par de ideas que me brotan sin especial reflexión. 

La primera es que cada época tiene sus desafíos. Solemos decir que hoy es difícil ser creyente. Y mucho más optar por el sacerdocio o la vida consagrada. Claret no lo tuvo más fácil que nosotros. En 1835 vivió los efectos de las sucesivas desamortizaciones (y la consiguiente prohibición de órdenes religiosas) que tuvieron lugar en España. Padeció también las consecuencias de las guerras carlistas. Vivió innumerables tensiones en Cuba entre esclavistas, independentistas, etc. Los once años de la etapa madrileña estuvieron erizados de revueltas, campañas difamatorias y presiones de todo tipo. 

No tengo la menor duda de que yo, por ejemplo, disfruto de una paz que no tuvo Claret en su tiempo. Y, sin embargo, supo navegar en aguas procelosas porque sabía que Dios era el fundamento de su vida. Nuestro problema actual no son las dificultades externas que podamos encontrar en el camino, sino el hecho de no saber bien cuál es la meta. La debilidad de nuestra vida de fe nos imposibilita vivir este tiempo difícil con serenidad, sentido y esperanza.

Mercado sabatino de Vic

La segunda cosa que quiero destacar es que Claret no se limitó a quejarse de los problemas de su tiempo o a ser un espectador pasivo. Sintió la urgencia de responder desde la Palabra de Dios. Movido por el Espíritu, fue desarrollando un plan misionero estratégico que implicaba progresivamente más personas y que incluía nuevos medios, desde los primeros (misiones populares y ejercicios espirituales) hasta los posteriores (publicaciones, asociaciones, obras sociales y educativas, reforma del clero, etc.). 

Su actitud es muy estimulante para nuestro tiempo. No basta con quejarse de lo mal que van las cosas. Tenemos que reaccionar. Quienes somos creyentes debemos preguntarnos con frecuencia: “Señor, ¿qué quieres que haga? ¿En qué puedo servir?”. ¿Cómo pasar de una espiritualidad pasiva a otra activa, sin que esto signifique ignorar que las verdaderas transformaciones son siempre obra de Dios? 

San Antonio María Claret me ha enseñado a vivir ─como reza el lema del último Capítulo General de los claretianos─ “arraigado en Cristo y audaz en la misión”. Cuando Cristo es nuestro fundamento, podemos superar la pasividad o la resignación que con frecuencia se apoderan de nosotros. Por difícil que sea nuestro tiempo, siempre es posible creer, esperar y amar, salir hacia los otros, ponernos a disposición de quienes nos necesitan, hacer cultura desde la fe. Porque Claret vivió todo esto con pasión, es un santo del XIX que habla al XXI.



miércoles, 20 de octubre de 2021

Mis amigos silenciosos

Hay un buen número de amigos que leen a diario o con cierta frecuencia las entradas de este Rincón. Algunos se remontan a la infancia y adolescencia y otros son muy jóvenes. Desempeñan diversas profesiones. Unos pocos están ya jubilados. Los hay que son todavía estudiantes. En general, excepto los más jóvenes, no suelen ser personas enganchadas a las redes sociales, aunque las usan con cierta frecuencia. Normalmente no escriben comentarios ni expresan sus opiniones a base de emojis. Sé que leen este blog porque en alguna conversación informal con ellos me han hecho referencias a temas tratados en él. 

Es muy probable que su mundo de intereses discurra por otros cauces. Lo comprendo perfectamente. Si yo estuviera trabajando en una carnicería o fuera mecánico, albañil o abogado, es casi seguro que no tendría mucho interés en leer un artículo sobre lo que ha dicho el papa Francisco en una audiencia de los miércoles o sobre el futuro de la fe cristiana en Europa. Mis preocupaciones serían otras. Cada uno libramos nuestras propias batallas en la vida y nos movemos en un contexto determinado. Tenemos derecho a tener nuestras preferencias y seguir un estilo de vida propio. 

Hoy escribo desde Vic pensando precisamente en estos amigos “silenciosos”. Me siento muy cercano a sus búsquedas, pero no siempre acierto a interpretarlas. Me gustaría escucharlos más a fondo para conocer cómo viven, qué piensan, cuáles son sus intereses, qué les divierte y qué esperan de la vida. Es verdad que de vez en cuando lo hago con algunos mientras tomamos un café o una cerveza, pero no siempre es posible hacerlo con otros. 

Estos amigos “silenciosos” representan a las muchas personas que dedican mucho tiempo a su trabajo y a su familia, que a veces tienen problemas de salud o económicos, que se sienten un poco alejados del mundo de la política y que cada vez se asoman menos a la televisión. La mayoría se identifican como cristianos, tienen un vago sentimiento religioso que los acompaña desde la infancia, pero no saben muy bien cómo progresar en la fe. No muestran demasiado interés en cultivarla ni tampoco saben cómo hacerlo. Participan a veces en algunas celebraciones en sus parroquias, pero más por tradición o compromiso social (bautizos, bodas, comuniones y funerales) que por necesidad espiritual. Algunos se encuentran en situaciones “irregulares” desde el punto de vista canónico, pero eso no suele preocuparles demasiado. La vida los ha conducido a ellas y no siempre es fácil encontrar una salida airosa. Ponen más bien el acento en ser responsables en su trabajo, afectuosos en la familia y leales con sus amigos.

¿Por qué un amigo “silencioso” tendría que interesarse por lo que yo escribo en este blog? El artículo diario de este Rincón no es más valioso que el cultivo de un huerto, el cuidado de una granja, la construcción de una casa o la preparación de un expediente jurídico. Por eso, me gustaría tomar muy en serio lo que para ellos es importante (no para mí) y, a partir de ahí, construir un diálogo de vida. Conversar es una de mis pasiones.

Me encanta conocer sus historias. Disfruto viéndolos cuidar sus vacas, repartiendo pedidos de carne en furgoneta o jugando con sus nietos. Quisiera saber cómo viven algunos su separación o divorcio, cómo es la relación con sus hijos o cómo entienden el noviazgo. No tengo ningún reparo en dialogar sobre su orientación homosexual, sus preferencias políticas o sus adicciones al alcohol, al juego o a la pornografía. Me parece que el territorio de la verdadera espiritualidad es la vida misma. Dios se encuentra con cada uno de nosotros allí donde vivimos, en los entresijos de nuestras experiencias humanas. 

¿Habría algún modo de compartir esta visión? ¿Sería posible descubrir a Dios en el mostrador de una carnicería, en la nave de un ganadero, en el bufete de un abogado o en el tractor de un agricultor? ¿Cómo se ve la vida (y la fe) desde las hormonas alborotadas de un adolescente, con el móvil en la mano y los auriculares pegados a las orejas?

Me gustaría que mis amigos “silenciosos” (y lectores ocasionales) me dieran alguna pista para seguir dialogando. No me agrada perderme en cuestiones intrascendentes cuando la vida palpita con fuerza en otros escenarios.

martes, 19 de octubre de 2021

Eso nunca debió ocurrir

Leo con mucho interés las declaraciones que ayer hizo Arnaldo Otegui, coordinador general de EH Bildu. Con motivo del décimo aniversario del fin de ETA ha declarado que “eso [se refiere a la violencia de ETA] nunca debió ocurrir”. Incluso ha mostrado empatía con el sufrimiento de las víctimas. No puedo juzgar ni las intenciones ni el alcance de sus palabras. Carezco de elementos suficientes. En los periódicos digitales leo una cascada de reacciones enfrentadas. Rescato la frase que da título a la entrada de hoy: “Eso nunca debió ocurrir”. 

¿Por qué la mayoría de los seres humanos tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de lo que algunos hombres y mujeres de alta sensibilidad ética perciben enseguida como por instinto? Lo que ahora dice Otegui ─imagino que con sinceridad─ es lo que llevan diciendo muchas personas sensatas desde el comienzo mismo de ETA, pero su voz no fue escuchada. En muchos casos fue ridiculizada y hasta perseguida. El temor de la mayoría y la ambigüedad y la indiferencia de muchos hicieron que la banda terrorista siguiera matando durante décadas. Ahora, ese mismo mensaje, puesto en boca de Otegui, se convierte en titular de todos los periódicos. Y parece que nos sentimos obligados a reconocer su relevancia ─y hasta su hondura ética─ si no queremos pasar por personas resentidas o incapaces de evolucionar con los tiempos. Ver para creer.

Lo sucedido con la violencia de ETA (defendida durante décadas como medio de liberación y repudiada hoy como camino inhumano) es un ejemplo de las muchas batallas éticas que no sabemos combatir a tiempo y que nos van degradando como especie humana. Hoy, por ejemplo, muchas personas defienden el aborto como un “derecho” de la mujer a decidir sobre su cuerpo. ¿Qué pensaremos dentro de unos años cuando se nos abran los ojos y veamos con claridad la incongruencia que supone asesinar a un feto y, al mismo tiempo, defender con entusiasmo a las mascotas? ¿O cómo juzgaremos el hecho de pagar millones de euros a un jugador de fútbol mientras decimos no disponer de fondos para atender a las personas que viven en la calle? ¿Qué pensaremos del clericalismo que hoy denuncian algunos cristianos intrépidos y que apenas conseguimos combatir, deudores como somos de una tradición multisecular? ¿Nos parecerá normal que millones de personas mueran de hambre cuando, por otro lado, despilfarramos comida? Los ejemplos pueden multiplicarse.

Un buen ejercicio espiritual consiste en imaginarnos dentro de diez o veinte años. Desde esa atalaya temporal podemos atrevernos a contemplar el presente y a interpretar su significado. ¿Qué realidades no tendrían que estar ocurriendo ahora porque nos llevan en una dirección equivocada? Este ejercicio nos permite luchar por aquello que es justo... antes de que sea demasiado tarde. Es verdad que los seres humanos evolucionamos y que no vemos las cosas del mismo modo en todas las épocas de la historia, pero también es verdad que en cada una de ellas hay “profetas” (hombres y mujeres visionarios) que nos ayudan a abrir los ojos, pero muy a menudo nos ponemos una venda para no ver. Preferimos seguir con nuestro estilo de vida, nos negamos a cuestionar  convicciones y rutinas, damos por bueno todo lo que hacemos por la simple razón de que “siempre se ha hecho así”. 

Las declaraciones de Otegui son un ejemplo de cómo nada que sea inhumano puede ser duradero, de que, al final, la verdad, la bondad y la belleza acaban abriéndose paso frente a la injusticia, la violencia y la corrupción. ¡Si pudiéramos darnos cuenta a tiempo y no treinta o cuarenta años después! De todos modos, más vale tarde que nunca. Cualquier paso en la dirección correcta, por pequeño que sea, debe ser bienvenido.


lunes, 18 de octubre de 2021

Una oportunidad de oro

Esta mañana, rezando el oficio de lecturas frente al sepulcro de san Antonio Maria Claret en Vic, me han sorprendido unas palabras de la homilía de san Gregorio Magno: “Mirad cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un trabajador para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio”. No creo que hoy se pueda decir, como en tiempos del papa Gregorio, que “el mundo está lleno de sacerdotes”. Más bien, solemos quejarnos de su escasez y de las pocas vocaciones que hoy surgen, sobre todo en Europa y América. Y, sin embargo, me siento interpelado por las últimas palabras: “Hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio”. 

Creo que la mayoría de los sacerdotes son responsables y realizan, a menudo con gran sacrificio, sus tareas. Pienso, por ejemplo, en los curas rurales que tienen que atender varias parroquias dispersas por el campo. O en quienes trabajan en las periferias de las grandes ciudades. Pero quizá la observación de san Gregorio no se refiera tanto al cumplimiento “laboral” de nuestros deberes, cuanto al espíritu evangelizador y pastoral que debe animarlos.

Hoy celebramos la fiesta de san Lucas, el autor del tercer evangelio, el gran promotor de la misión de la Iglesia guiada por el Espíritu Santo. En el fragmento de su evangelio que leemos hoy, Jesús, antes de enviar a los setenta y dos discípulos en misión, comenzó a instruirlos con estas conocidas palabras: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Lc 10,2). Aunque este versículo se suele utilizar para hablar de la necesidad que hoy tenemos de muchos sacerdotes, en realidad Jesús no se está refiriendo a eso. Parte de una constatación que es siempre actual: la mies es abundante y los obreros pocos. Siempre faltan hombres y mujeres dispuestos a cosechar en esta inmensa mies que es el mundo. 

La solución que Jesús propone es desconcertante. No habla de hacer campañas vocacionales, ni siquiera de promover la vocación de todo laico al apostolado. Se limita a pedirnos que roguemos a Dios, el verdadero dueño de la mies, que envíe obreros a su mies. ¿Quiénes son estos obreros? No necesariamente los ministros ordenados ni las personas consagradas. Obrero de la mies es cualquier hombre o mujer que, guiado por el Espíritu de Dios, vive y proclama los valores del Reino, lo hace visible, cercano: “Está cerca de vosotros el reino de Dios”.

Volviendo a la frase inicial de san Gregorio Magno, me pregunto: Cuando la gente se encuentra con un sacerdote, ¿percibe que “el Reino de Dios está cerca” o lo ve solo como un funcionario de una multinacional de servicios religiosos llamada Iglesia católica? ¿Somos los sacerdotes “obreros” entusiastas en esta inmensa mies que es el mundo? ¿Nos conformamos con cumplir algunos horarios de trabajo o estamos siempre en “modo obrero” (es decir, dispuestos a escuchar, servir, dejarnos guiar y ayudar, etc.)?

Ayer se empezó en las iglesias particulares la fase diocesana del próximo Sínodo. Es una hermosa oportunidad para que obispos, sacerdotes, religiosos y laicos caminemos juntos, nos hagamos preguntas, compartamos conversaciones y, en definitiva, nos sintamos “obreros” enviados por Dios a la mies del mundo. Muchas cosas pueden cambiar si nos tomamos en serio estos dos años de camino. Es una ocasión única, de oro, para abordar juntos muchas de las cuestiones sobre las que llevamos hablando desde años y que parece que nunca encuentran el momento oportuno. Lo importante es que no reduzcamos estas conversaciones a meros desahogos, intercambio de opiniones, críticas amargas o ejercicios de presión. 

Las conversaciones sinodales solo serán fructíferas si están guiadas por el Espíritu que nos une a todos y nos hace al mismo tiempo diversos. Si alguien ha subrayado el papel del Espíritu en la vida y misión de la Iglesia ha sido precisamente san Lucas. Su evangelio es una excelente hoja de ruta para este camino sinodal.

domingo, 17 de octubre de 2021

Cargar, compadecerse, servir

El XXIX Domingo del Tiempo Ordinario ha comenzado con lluvia en Madrid, aunque a esta hora luce un suave sol de otoño. Antes de salir para Barcelona escribo a toda prisa la entrada de hoy. Debido a los constantes desplazamientos, cada vez me resulta más difícil ser fiel a mi cita diaria. Quise haber escrito algo sobre santa Teresa el pasado día 15, pero se me echó el tiempo encima. Tuve la oportunidad de participar en la Eucaristía que los carmelitas celebraron en su iglesia de Plaza de España. Me gustó el enfoque del celebrante. Usando expresiones de la santa, resumió así su mensaje: “A tiempos recios, amigos fuertes de Dios”. En momentos de dificultad debemos mantenernos muy unidos a Dios. Es obvio que el consejo se aplica al tiempo presente. Teresa de Jesús siempre tiene algo saludable que decirnos.

El evangelio de este domingo es muy conocido. Narra la escena en la que Santiago y Juan, dos de los discípulos más cercanos de Jesús, le hacen una petición descarada: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. La petición está precedida por un preámbulo insolente: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Cuando Marcos escribe estas cosas, Santiago ya ha muerto mártir y Juan goza de un gran prestigio entre las comunidades cristianas. No obstante, Marcos mantiene su versión, seguramente más fiel a los hechos que la versión “dulcificada” de Mateo (que coloca la petición en labios de la madre de los hermanos Zebedeos). Lucas opta redondamente por omitir el hecho. Le parece de mal gusto. Si nos atenemos a los hechos, parece claro, pues, que ni Santiago ni Juan, ni los otros diez (que se indignaron contra ellos), habían logrado entender el mensaje de Jesús a pesar de haber recibido una instrucción clara y de haber vivido junto a él. 

La pregunta se impone: ¿No sucede algo semejante con nosotros hoy? Después de una larga trayectoria como creyentes, ¿estamos seguros de haber comprendido en qué consiste creer en Jesús o cada uno hemos ido haciendo (como Mateo) una versión “dulcificada” del evangelio a la medida de nuestras necesidades, intereses y temores?

Creo que hay tres verbos que pueden resumir la fuerza de la Palabra de Dios de este domingo de otoño: cargar, compadecerse y servir. Los tres expresan el tipo de vida de Jesús y, por tanto, el tipo de vida que se nos propone a sus seguidores. 

En la primera lectura leemos que “mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”. La Iglesia entiende que este “siervo” es Jesús. Él ha cargado el fardo inmenso de nuestra falta de fe. Solo cuando estamos dispuestos a “cargar” con las inconsistencias de los demás podemos ayudarles a vencerlas. 

Podemos acercarnos con confianza a Jesús (este es el menaje d el fragmento de la carta a los Hebreos) porque “no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”. Me gusta contemplar a Jesús como un ser humano que ha experimentado en carne propia nuestras contradicciones; por eso, mismo se puede compadecer de nuestras debilidades. No hay verdadera compasión cuando miramos a los demás por encima del hombro, pero no experimentamos de cerca lo que viven y padecen. 

Por último, en contra de la dinámica social, estamos invitados a servir, no a medrar, porque “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este último verbo (servir) se utiliza mucho en ambientes eclesiales, pero no siempre es practicado. La tentación del poder está siempre al acecho. Todos estamos contaminados por un clima social en el que “los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y los grandes los oprimen”. También las grandes compañías tecnológicas nos oprimen con sus algoritmos invasivos. Jesús es muy tajante: “Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. ¿Habremos entendido de qué se trata?



martes, 12 de octubre de 2021

La forma mariana de creer

El pasado 18 de septiembre oré durante unos minutos frente a la tumba del beato Carlo Acutis ─el jovencísimo “influencer” de Dios o el “ciberapóstol” de la Eucaristía─ que se encuentra en la iglesia del Despojamiento en Asís. Lo recuerdo porque hoy se celebra su memoria litúrgica en la Iglesia de Italia. Necesitamos fijarnos en los santos de hoy, esos que han vivido en tiempos de Internet y han vibrado con el fútbol o con la música. Nos muestran que también hoy es posible creer en Dios, que no hay tiempo cerrado a su gracia.

En mi país, al que he regresado tras dieciocho años en Roma, hoy es la fiesta de la Virgen del Pilar, patrona de España y de la Hispanidad. Es también el día de la Fiesta Nacional. Sé que hay muchas personas reacias a ambas celebraciones por motivos diversos. Las respeto, pero yo me siento devoto de la Virgen del Pilar (a la que fui presentado cuando apenas tenía tres años) y no me parece mal que los países celebren un día su fiesta, con tal de que no se convierta en una exaltación patriótica hueca y mucho menos en un desprecio de otros países.

La celebración de la Virgen del Pilar, tan enraizada en nuestra historia, me lleva una vez más a preguntarme por la situación de la fe en España. Las estadísticas certifican un descenso constante de la práctica religiosa y del número de los que se consideran cristianos o creyentes. Por diversas razones, los que tenemos más de 50 años no hemos sido capaces de transmitir la alegría de creer en Jesús a las nuevas generaciones, quizá porque nosotros mismos no hemos tenido una experiencia personal de encuentro con él. Es cierto que el proceso de secularización, iniciado hace siglos, parece imparable. No es necesaria la hipótesis Dios para explicar el origen del mundo y organizar la vida personal y social. Es cierto que la credibilidad de la Iglesia está muy erosionada por los escándalos relacionados con la pederastia y otro tipo de abusos. Es cierto que muchos cristianos lo han sido por impregnación cultural más que por experiencia personal. Todos estos factores nos están indicando que hace tiempo que está muriendo un modo histórico de creer, pero ¿significa esto que no hay otro modo de vivir la fe?

En un día como hoy sueño con un modo “mariano” de creer y de seguir a Jesús. Ese modo “mariano” (interior, profundo, cordial) pasa por una fuerte experiencia de la gracia de Dios en medio de las vicisitudes de la vida. Sin gracia no hay fe. Solo cuando experimentamos que Dios pronuncia sobre nosotros las mismas palabras que el arcángel Gabriel pronunció sobre María ─“Alégrate, lleno (a) de gracia, el Señor está contigo”─ podemos comprender que algo cambia en nuestra vida. Lo normal es que reaccionemos con estupor y que formulemos algunas preguntas críticas ─“¿Cómo puede ser esto?─ para acabar rindiéndonos humildemente a la voluntad de Dios: “Que se haga en mí según ut palabra”. 

Estoy convencido de que María va a tener un papel fundamental en un nuevo modo de ser cristianos en este siglo XXI. La “religión del corazón” (que no tiene nada que ver con el emotivismo, sino con la profundidad y la cordialidad) puede suponer una bocanada de aire fresco en una cultura tan racionalista y pragmática como la nuestra. 

Virgen del Pilar, patrona de España, enséñanos a creer como tú y a guardar todo en el corazón.

lunes, 11 de octubre de 2021

Expuesto al frío matutino

Cuando he salido a pasear por el monte a eso de las 9 de la mañana el termómetro marcaba cinco grados. He tenido que abrigarme como si estuviéramos en invierno. Al pasar por el estacionamiento de caravanas, he comprobado que la mayoría de los campistas no se habían levantado. El pueblo está inundando de visitantes que aprovechan el puente de la Virgen del Pilar (o de la Fiesta Nacional) para hacer una escapada a la montaña. Algunos que circulaban por una de las pistas forestales me han preguntado por el camino a la Laguna Negra. 

Percibo un deseo grande de salir, de entrar en contacto con la naturaleza y con otros seres humanos. Los jóvenes de las ciudades prefieren organizar macrobotellones los fines de semanas. Las familias optan por los ambientes rurales o por las costas. Yo me he venido a mi pueblo natal para digerir la transición entre la etapa romana y la nueva etapa madrileña. Una marcha matutina por el pinar me aclara más las ideas que una meditación urbanita. O, por lo menos, me serena, me devuelve al centro, me ayuda a escuchar otra música: la música del silencio y de los sonidos del bosque.

En el momento de escribir estas líneas, casi la una de la tarde, el termómetro no sube de los 15 grados. Estamos disfrutando de un otoño fresco, quizá para enfriar un poco las noticias calientes que nos ofrece la actualidad. España perdió ayer contra Francia en la final de la Nations League. Yo pongo, más bien, la mirada en el camino sinodal que hemos comenzado y que puede cambiar el futuro de la Iglesia católica. Otras asambleas, comenzando por la famosa de Jerusalén (cf. Hch 15), lo cambiaron. Si no hubiera sido por la valiente decisión de abrir el Evangelio a los gentiles, el cristianismo no hubiera pasado de ser una secta dentro del judaísmo. ¿Qué valientes decisiones tenemos que tomar hoy?

Confío en que, a lo largo de los dos próximos años, seamos capaces de crear un clima de escucha, participación y corresponsabilidad. El Espíritu Santo está actuando en millones de laicos, sacerdotes y personas consagradas. Si somos capaces de discernir sus signos, podemos esperar un futuro mejor. Hay mucha energía escondida, esperando una oportunidad. 

Desde mi balcón veo los grandes chopos amarillentos. Las ramas se cimbrean movidas por el viento fresco. El cielo está azul, pero hay algunas nubes deshilachadas. Disfruto de esta tranquilidad sobrevenida. Mientras muchos turistas, cesta en mano, rastrean el monte en busca de boletus, níscalos y otras setas, yo descanso en casa. Cuando ellos regresen a sus lugares de origen, aprovecharé mi oportunidad. No me gusta pasear por un bosque lleno de turistas, aunque comprendo que todos tenemos derecho a disfrutar de la naturaleza. Es cuestión de encontrar el momento apropiado. 

¿Echo de menos Roma? No. Es como si de repente me hubiera olvidado de que he vivido dieciocho años en la ciudad eterna. El presente tiene tanta intensidad que deja atrás el pasado, pero sin cancelarlo. Siempre somos lo que hemos sido y lo que podemos ser. Esta cadena de pasado, presente y futuro es la que da sentido y unidad a nuestra vida.



sábado, 9 de octubre de 2021

Aprendiz de urbanita

He vivido casi siempre en ciudades. Algunas grandes (como Roma o Madrid) y otras pequeñas (como Aranda de Duero, Segovia, Castro Urdiales o Colmenar Viejo). Sin embargo, mi alma es rural. Así que, en cuanto me ha sido posible, he dejado Madrid, mi nueva sede, y me he escapado a la montaña, al lugar en el que nací. Necesito el olor de los pinos, los colores amarillentos de los robles, las setas escondidas bajo una capa de acículas secas, los atardeceres suaves y las primeras chimeneas encendidas. Me he preguntado muchas veces por qué estas estampas ejercen una atracción tan grande sobre mí. Tal vez lo averigüe la próxima semana.

Pero, mientras llega ese momento, confieso que esta vez Madrid me está resultando mucho más risueña que en otras ocasiones. Disfruto inspeccionando mi nuevo barrio. La dependienta de un bazar chino me sonríe cada vez que me ve entrar para comprar esas cosillas domésticas que se necesitan cuando uno se está instalando: alcayatas para colgar un cuadro, perchas para los armarios, bayetas de limpieza y cosas por el estilo. Aunque las ciudades tienden a volvernos seres anónimos, es posible ir estableciendo lazos con las personas que vemos con más frecuencia. 

Ayer por la mañana participé en la misa de la parroquia de Nuestra Señor del Buen Suceso. De la fachada metálica pende una lona azul con la frase evangélica: “No me habéis elegido vosotros; os he elegido yo”. Dentro, todo son medidas anti-Covid: flechas en el suelo que señalan las vías de entrada y salida, pegatinas en los bancos para indicar el lugar en el que tienen que sentarse los fieles, puertas abiertas de par en par para que circule bien el aire, dispensadores de gel hidroalcohólico y carteles con algunas recomendaciones. Como el espacio es bastante amplio, la gente se distancia de forma espontánea. Me cuesta acostumbrarme a estas celebraciones tan asépticas. Me temo que será difícil volver a la antigua proximidad. El Covid nos ha vuelto a todos muy distantes, física y emocionalmente.

Alrededor de mi casa hay tiendas y establecimientos de todo tipo: desde una librería-café hasta infinidad de fruterías, pequeños supermercados, relojerías, farmacias, tiendas de muebles, panaderías, peluquerías, agencias de viajes, etc. Y, por supuesto, muchos bares y restaurantes. No faltan las grandes tiendas de El Corte Inglés, Zara y otras marcas famosas. Aunque todavía no he tenido tiempo de usarla, una de las mejores cosas de Madrid es su amplia y eficiente red de transportes públicos. En este punto la diferencia con Roma es abismal. Uno se puede mover a cualquier punto de la ciudad en autobús, metro o tren de cercanías. De momento, me conformo con hacer a pie algunos recorridos por mi barrio. Da gusto ver a una ciudad que se va recuperando de las restricciones pasadas y que pugna por vivir, aunque un buen número establecimientos cerrados muestra que la pandemia nos ha dejado más heridas de las que se ven a simple vista. En fin, acabaré siendo un urbanita civilizado.



viernes, 8 de octubre de 2021

Hablemos de crisis

Las frescas mañanas madrileñas ayudan también a mantener fresca la mente. La necesitamos para abordar algunas crisis que en estos últimos días están estallando con fuerza. Se ha hecho público el informe independiente sobre la pederastia clerical en Francia. Ha tenido un enorme impacto en la opinión pública. El papa Francisco se hizo eco de él y el presidente Macron “llamó a consultas” al presidente de la Conferencia Episcopal Francesa. Lo que ha hecho la Iglesia en Francia es un acto de verdad, justicia y valentía, un ejercicio de “purificación de la memoria” sin el cual no se puede seguir caminando. Hay demasiadas víctimas de los abusos clericales como para esconder su dolor bajo la alfombra. Merecen respeto, escucha y resarcimiento. 

Cada vez me convenzo más que uno de los factores que más ha influido en el descenso de la práctica religiosa en Europa es el descrédito de la Iglesia. ¿Cómo puede seguir confiando en ella alguien que de niño o joven ha sido abusado por uno de sus representantes? Detrás de muchos abandonos y deserciones hay una confianza defraudada, traicionada. No superaremos esta crisis sin un esfuerzo valiente y coral por afrontar esta y otras lacras, de manera que el anuncio de la “buena noticia” de Jesucristo sea de verdad liberador. Sin confianza no hay fe. 

Soy religioso sacerdote. Creo que la mayoría de mis hermanos viven su vocación de manera auténtica, pero eso no significa que podamos hacer oídos sordos a las muchas situaciones de abuso e hipocresía que se dieron en el pasado y que se siguen dando hoy. Junto a las medidas judiciales, psicológicas, espirituales, formativas y económicas, necesitamos caminar hacia un modelo de Iglesia en el que no sea posible que una parte de ella se sienta con derecho a abusar de sus semejantes. El clericalismo es el caldo de cultivo que permite que algunas perversiones se desarrollen y hieran a las personas. 

Tengo mucha esperanza en que los pasos que vamos dando hacia una Iglesia más sinodal (y, por tanto, más fraterna, transparente y corresponsable) ayuden a superar estas lacras históricas. Si en algún momento la “salvación” de la Iglesia vino a través de órdenes y congregaciones religiosas que apostaron por la radicalidad evangélica en tiempos de mediocridad generalizada, creo que hoy esta “salvación” está viniendo de la mano de muchos laicos que están descubriendo la fuerza de la vocación cristiana y no se resignan a ser meras “ovejas” de sus pastores. Esta toma de conciencia, junto a una formación cada vez más sólida, nos ayudará a superar la crisis y a pasar de una Iglesia piramidal a otra sinodal en la que todos asumamos nuestra responsabilidad de acuerdo a los carismas y ministerios recibidos.

Ayer tuvo lugar en Roma la “oración por la Paz”, junto a la imponente mole del Coliseo. La comunidad de Sant’Egidio consiguió reunir al papa Francisco y a otros líderes religiosos del mundo bajo el lema “Pueblos hermanos, tierra futura”. Ya sé que hay algunos católicos a los que no les gustan este tipo de reuniones porque las consideran un ejemplo de sincretismo puro y duro. Hablan incluso de conspiraciones masónicas y presiones diabólicas. Este tipo de lenguaje se pone de moda cada vez que la Iglesia da un paso hacia adelante y uno tiene que ir más allá de sus propios límites mentales y afectivos. 

¿Es diabólico el esfuerzo por orar juntos y buscar caminos de paz en un mundo fragmentado? ¿O no es, más bien, “dia-bólico” (literalmente “lo que separa”) el esfuerzo de algunos católicos integristas por boicotear cuantas iniciativas tenga el papa Francisco al que despectivamente llaman Su Argentinidad? Hasta ahora me he mantenido un poco al margen de estas polémicas en el Rincón, pero están alcanzando tal grado de ignorancia, manipulación y agresividad que me siento obligado a decir una palabra. Procuraré ceñirme a lo que sé (no simplemente a lo que dicen los medios) y haré un esfuerzo por prestar atención a la parte de verdad que puedan esconder las críticas, pero sin transformar las normales polaridades eclesiales en problemas insolubles o en abismos que nos separen

jueves, 7 de octubre de 2021

La victoria sobre el mal

Madrid ha amanecido hoy con 10 grados. Lo he comprobado cuando, hacia las 6,30 he salido a la calle. Antes de que se llenara el contenedor de papel y cartón que hay cerca de mi nueva casa en la calle del Buen Suceso, he aprovechado para tirar todas las cajas de cartón que envié hace días desde Roma. 

Llegué a la capital de España ayer en un vuelo matutino. Dediqué la mañana a saludar a mis nuevos compañeros de comunidad y a los laicos que trabajan con nosotros en el Instituto de Vida Religiosa, en Publicaciones Claretianas y en la revista Vida Religiosa. La tarde se me fue en desempaquetar maletas y cajas y poner un poco de orden en medio del caos. No tuve tiempo para disfrutar de un paseo otoñal. Espero hacerlo hoy.

Mi primer día completo en Madrid coincide con la memoria de Nuestra Señora del Rosario, instituida por el papa Pío V para conmemorar la victoria cristiana sobre los otomanos en la famosa batalla de Lepanto (1571), de la que este año se celebra el 450 aniversario. La Liga Santa, comandada por el español Juan de Austria, obtuvo una sonora victoria que se atribuyó al rezo del Rosario. 

Con nuestra mentalidad actual cuesta entender que la fe (¿o eran los intereses comerciales?) deba defenderse con arcabuces y espadas, pero ¿qué hubiera sido de la Europa cristiana si hubieran vencido las tropas musulmanas? No lo sabemos. Parece claro que el continente hubiera tomado otro rumbo. Algunos líderes fundamentalistas islámicos sostienen hoy que lo que no pudieron lograr en el pasado mediante la guerra lo conseguirán dentro de unos años mediante la demografía. A la larga, los vientres son más poderosos que las armas.

Vivimos en un tiempo en el que la paz se ha convertido en un valor de primer orden. Nuestra generación es contraria a la guerra. Con nuestra mentalidad actual cuesta imaginar a la pacífica María alentando la victoria de sus hijos cristianos sobre sus hermanos musulmanes. Creemos en formas más civilizadas de abordar los conflictos. Y, sin embargo, el combate forma parte de la vida humana. A menudo, casi sin darnos cuenta, disfrutamos de una tranquilidad que fue ganada a fuerza de lucha. En cualquier caso, más allá de la conmemoración histórica, lo que hoy cuenta es confiarle a María la batalla de nuestra vida, que es un rosario de misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. La recitación del Rosario es un modo de iluminar las encrucijadas de nuestra existencia desde los misterios de Jesús, siempre acompañados por la Madre.

Algunos de los lectores de Rincón me han expresado sus dificultades con el Rosario. Les sigue pareciendo una devoción de viejas. En varias ocasiones he escrito sobre él en este blog. No es necesario volver a repetir las mismas cosas, pero me atrevo a invitaros a encontrar hoy un tiempo tranquilo para rezarlo pidiendo el don de la paz. Es nuestra peculiar forma de conmemorar una batalla. Si aprendemos a vivir respetando las diferencias no será necesario que se produzca un nuevo Lepanto. Y no tendremos que invocar a María como Nuestra Señora de las Victorias. Su única victoria será contra el mal que se opone al amor de Dios.