lunes, 31 de julio de 2023

Ignacio de Jesús


Es conocido como Ignacio de Loyola, pero bien podría ser llamado Ignacio de Jesús por su amor incondicional al Maestro. Hace unos meses tuve ocasión de volver a visitar la casa natal de
san Ignacio de Loyola en los alrededores de Azpeitia. Confieso que experimenté un doble sentimiento, el mismo que me suscitan su figura hirsuta y sus Ejercicios Espirituales. Por una parte, su vida y su magisterio me producen admiración; por otra, un cierto temor que no sé bien explicar. La admiración viene de su pasión por Jesucristo y de su ferviente deseo de vivir el Evangelio a la letra. El temor está relacionado con su actitud de sospecha sistemática hacia todo, de su concepto vertical de la autoridad y de la obediencia y, en definitiva, del sutil individualismo que impregna su manera de entender la misión, incluso dentro de su visión de “cuerpo organizado”. 

Pero no es el momento ahora de expresar mis reservas, sino de caer en la cuenta del enorme influjo de la obra de Ignacio en los cuatro últimos siglos de la historia de la Iglesia católica. Yo he sido alumno de la Compañía de Jesús durante mis estudios en la Universidad Gregoriana de Roma, he hecho algunos otros cursos en instituciones jesuíticas (el último el de Liderazgo Discerniente hace un par de años) e incluso he colaborado con ellas. Aunque los he tratado de cerca, confieso que no tengo ningún amigo jesuita. No sé por qué.


En la manera ignaciana de entender el seguimiento de Jesús está su fuerza y me temo que su debilidad. Quizá esto explique algo de lo que hoy nos está pasando en la Iglesia. Somos, en buena medida, receptores del magisterio teológico y ascético que muchos jesuitas han ejercido y que ahora se concentra en el papa Francisco. Aunque lleve el nombre del poverello de Asís, creo que el estilo personal de Jorge Mario Bergoglio se parece más al de Ignacio que al de Francisco. No es que yo piense que hay un magisterio homogéneo entre los miembros de la Compañía de Jesús. De hecho, la diversidad es una de sus notas características. Pero la impronta de los Ejercicios Espirituales marca un particular estilo de ser y de hacer, incluso en medio de la diversidad de ideas y posturas. Frente a una cierta ingenuidad medieval de Francisco, se yergue el principio de la duda y de la sospecha. Cada enfoque nos ayuda a percibir algo de la verdad. 

La importancia dada a la conciencia (rasgo típicamente moderno) y el examen de la misma determinan una particular forma de espiritualidad. Es verdad que luego se ha querido redescubrir la importancia de la dimensión comunitaria, pero más parece un añadido que un fruto maduro de una comprensión comunional (esencialmente trinitaria) de la fe cristiana. Las consecuencias prácticas son enormes, tanto en la comprensión de la fe como en el estilo de vida.


Cuando yo visito Asís siento una alegría interior difícil de explicar. Cuando visito Loyola me asalta un sentimiento de cierta congoja. Tanto Francisco como Ignacio fueron enamorados de Jesús. Ambos vivieron el Evangelio sin glosa. Ambos peregrinaron a Tierra Santa y pusieron en marcha comunidades de seguidores. Sin embargo, uno me inspira confianza; el otro hace que me retraiga un poco. Es probable que tenga que profundizar mucho más en cada uno de ellos. Gracias a Dios, en la Iglesia tenemos una enorme riqueza de perfiles y estilos de santidad. No está dicho que todos tengan que resultarnos igualmente cercanos e inspiradores. 

Hoy, en la fiesta del santo vasco, doy gracias a Dios por la gracia de su conversión, por el magisterio de sus Ejercicios Espirituales y por la fecundidad asombrosa de sus hijos misioneros, soldados de la Compañía de Jesús que trabajan “ad maiorem Dei gloriam” .

domingo, 30 de julio de 2023

Un corazón sabio


Este XVII Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a conjugar el verbo discernir: “yo discierno, tú disciernes, él discierne…”. No es en absoluto un verbo de uso común. Es probable que muchas personas no lo usen nunca en su vocabulario. Discernir no es simplemente aprender a tomar decisiones o a separar el bien del mal. Para un cristiano, discernir significa preguntarse por la voluntad de Dios en una determinada encrucijada de la vida. Por eso, no conviene abusar del término. Yo no discierno si me tomo un refresco de naranja o una cerveza. Simplemente escojo lo que me parece más refrescante. 

Preguntarse cuál es la voluntad de Dios implica que nos planteamos la vida en el horizonte de su relación con nosotros y de nosotros con él. Si no, ¿a santo de qué viene preguntarse por lo que va más en línea con su querer? Hoy se habla mucho de discernimiento. El papa Francisco dedicó el año pasado catorce catequesis a este tema en sus audiencias de los miércoles, que nosotros publicamos en un librito titulado Señor, ¿qué quieres que haga? 


Hay dos cosas que podemos hacer para aprender a discernir: pedirle a Dios la gracia de un corazón sabio y humilde (como hizo Salomón) y vivir nuestra relación con Dios como el tesoro de nuestra vida (como Jesús nos recomienda en el evangelio). A estas hay que añadir una actitud de “santa indiferencia”, como nos aconsejaba san Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebraremos mañana. 

Estamos acostumbrados a decidir, pero no siempre a discernir. A menudo, nuestras decisiones están guiadas por el interés, la expectativa de éxito, el miedo, el resentimiento o simplemente la utilidad. Discernir significa buscar la voluntad de Dios, no nuestro gusto. Una forma muy práctica de verificar si estamos discerniendo según el corazón de Dios, es preguntarnos si nuestras decisiones brotan de la compasión (como en el caso de Jesús) o de la indignación (como a menudo sucede con nosotros). Solo la compasión nos asegura que nos movemos en la esfera de Dios. 


Está terminando el mes de julio. Muchas personas han comenzado ya -o están a punto de hacerlo- sus vacaciones estivales. Y otras muchas tendrán que seguir con su rutina habitual porque no tienen medios para permitirse algunos días de asueto. En todas las circunstancias estamos llamados a ser nosotros mismos, incluso cuando nos abandonamos a la pereza sin sentir remordimiento por ello. Aprender a no hacer nada es casi una osadía en una sociedad tan productivista como la nuestra.



sábado, 29 de julio de 2023

Amigos a su manera


He pasado por Barcelona y Vic como una exhalación. Regresé en tren la pasada medianoche a Madrid y hoy sábado me pongo de nuevo en camino. No, no voy a la JMJ de Lisboa porque hace mucho tiempo que no soy joven y porque no se me ha perdido nada en esa fiesta de la fe, pero seguí por Facebook la ceremonia de bienvenida que ayer se tuvo en Carvalhos, en el norte de Portugal, a los cerca de 1.400 jóvenes de la Familia Claretiana que se han dado cita en el país vecino. Me gusta ver a la gente joven disfrutando de las tres efes: fe, fraternidad y fiesta. Con ellas es más fácil afrontar el duro camino de la vida. Y más en estos tiempos de volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, la famosa “cultura VUCA”. 

Yo necesito tomarme una pausa, aunque no será un tiempo de vacaciones, sino, más bien, de colaboración. Me siento feliz echando una mano para que otras personas puedan descansar un poco. Precisamente hoy celebramos la memoria litúrgica de los santos Marta, María y Lázaro, la familia de amigos que Jesús tenía en la aldea de Betania. Ellos simbolizan diversos modos de entender y vivir la amistad con el Maestro. Todos tienen su valor y su oportunidad. Necesitamos contemplar, trabajar, divertirnos y, en definitiva, vivir la vida en todas sus dimensiones.


Durante las próximas semanas quiero practicar el arte de la escucha y la conversación sin las presiones que a veces se dan en el mundo del trabajo. Disfruto y aprendo mucho conversando con mis amigos, pero también con personas que aparecen en el camino y que son portadoras de sorpresa y novedad. Es probable que un tema recurrente sea la compleja situación política que se ha creado en España tras los resultados electorales, pero como la vida es mucho más que la política, procuraremos explorar otras áreas menos polémicas y más satisfactorias. 

A mí me interesa mucho escuchar las razones por las cuales viven las personas, saber qué les mueve en la vida, dónde hacen pie para no ahogarse, qué les produce alegría. Y, por supuesto, dedicaré todo el tiempo posible a leer el libro de la naturaleza que tantas lecciones hermosas me ha enseñado desde que era niño. Nunca me canso de caminar por los bosques, de exponerme al sol matutino, de refrescarme con el agua de los arroyos o de extasiar la mirada en ese mar doméstico que es el embalse de la Cuerda del Pozo, mi Tiberíades particular, el lugar en el que recuerdo que un día Jesús llamó a sus primeros seguidores.


Seguiré leyendo los periódicos digitales para ver lo que pasa en el mundo, pero procuraré no dejarme emborrachar por las noticias y opiniones. Y escribiré mi diario en algunos tiempos libres. Procuraré no abandonar este Rincón, pero no estoy seguro de poder acudir a mi cita diaria. Dejaré que el flujo de la vida me diga cuándo y cómo. No quiero convertir el blog en una obligación, sino en una conversación. Es probable que le dé un tono un poco más ligero para aliviar el peso de nuestras responsabilidades. Soy consciente de que no todos pueden disfrutar de unos días de vacaciones y de que no es de buen gusto el exhibicionismo impúdico del que muchos hacen gala en las redes sociales contando con pelos y señales lo que hacen o dejan de hacer. La discreción sigue siendo una virtud en estos tiempos de narcisismo digital, incluso durante las vacaciones. 

Dejo Madrid con un calor soportable. Espero encontrar una temperatura todavía más fresca. Para mí el descanso está muy ligado a la posibilidad de dormir sin el agobio del calor diurno. Que Marta, María y Lázaro de Betania nos enseñen el arte de ser amigos de Jesús sin sentirnos obligados a serlo todos de la misma manera. Como decía el poeta León Felipe, “para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol…/ y un camino virgen / Dios”. Feliz último fin de semana de julio.



miércoles, 26 de julio de 2023

Cuando tú me miras, todo cambia


Estoy un poco cansado de enfermedades, elecciones, interpretación de las elecciones, reinterpretación de las interpretaciones y asuntos de esta índole. Así que hoy, horas antes de salir para Barcelona, vuelvo a Él, me dejo mirar por Él, busco un poco de alivio en su mirada. Lo hago sirviéndome de un vídeo del músico católico Jesús Guedez que me ha enviado un amigo mío desde Barquisimeto (Venezuela). Lo podéis ver al final de la entrada de hoy. Es consolador mirar a Jesús en la cruz cuando uno atraviesa momentos de tiniebla, duda, miedo, soledad, incertidumbre o debilidad. Pero es mucho más lenitivo dejarse mirar por Él. No es que sus ojos sean como rayos-X que penetran hasta las entretelas del alma. Son más bien como faros suaves que iluminan con la luz del amor y que reaniman nuestra esperanza cansada. Confieso que yo necesito de vez en cuando esta mirada. La busco. Renuncio a otras muchas cosas con tal de encontrarla.


Estos días, navegando por Internet, leyendo noticias y entrevistas, he tenido la impresión de que vivo en este mundo, pero que no pertenezco a él. Es como si muchos de los valores y opiniones que hoy circulan no tuvieran nada que ver conmigo. Como si, de repente, me hubiera despertado en un mundo que no reconozco. Cosas que a mí me parecen casi evidentes resulta extrañas para muchas personas. Y al revés. Cosas que para ellas son familiares a mí me parecen fuera de mi órbita. Cuando dejo reposar estas primeras impresiones, caigo en la cuenta de que, en realidad, soy más de este mundo que lo que aparece a primera vista. 

Es imposible sustraerse al influjo de la música que uno escucha, de los periódicos que lee, de la publicidad que nos invade, del espíritu del tiempo. Así que, aunque me cueste reconocerlo, yo también respiro la volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad de la cultura occidental. Pongo en cuestión certidumbres ancestrales y me dejo seducir por modas efímeras. Rechazo lo que me atrae y me pego a lo que rechazo. Es quizás la enfermedad de nuestro tiempo. Somos una cosa y su contraria, hombres y mujeres que navegan en el mar de las polaridades.


Para no naufragar en él, necesito dejarme mirar por Jesús. Ni siquiera es preciso explicarle lo que me pasa o poner nombre al manojo de contradicciones. Basta suspender el juicio, creer en su potencia trasformadora, contemplarlo como el principio, el fin y el intermedio para empezar a sentir que todo tiene un significado. Hasta lo que a primera vista nos parece despreciable existe por alguna razón. De la mirada de Jesús brota, en primer lugar, una paz profunda. Las aguas se aquietan, se ve con mas claridad el fondo del lago personal. Luego emerge la compasión, otra forma de contemplar todo desde el amor. Lo que mueve el mundo no es la lucha de clases (como se empeña en defender el marxismo clásico y sus innumerables versiones contemporáneas), ni el miedo o el instinto de supervivencia (como propugnan algunos antropólogos), sino el amor. Este es el verdadero motor del mundo por más que tengamos la impresión de que las cosas se mueven por odio, resentimiento, venganza o violencia. 

Y, al final, como cara visible de la paz y la compasión, surge el sentido del humor. Quien se deja mirar por Jesús descubre que la vida sin amor/humor es sencillamente insufrible. Sonríe y sigue caminando.



martes, 25 de julio de 2023

Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres


La frase no tiene que ver nada con las recientes elecciones. La tomo del discurso del apóstol Pedro ante el sanedrín cuando él y los demás apóstoles fueron interrogados. Se nos cuenta en el fragmento de los Hechos de los Apóstoles que leemos como primera lectura en la solemnidad de Santiago Apóstol. Podría haberme fijado en otras palabras que me han sacudido, tanto de la segunda lectura (“Mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”) como del evangelio (“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?”), pero, por alguna razón, me quedo con las palabras de Pedro. 

¿Qué significa obedecer a los hombres? ¿Qué significa obedecer a Dios? ¿Se trata de dos obediencias enfrentadas? En el fondo, aunque lo formulemos con otras palabras, este es un drama muy actual ante el que adoptamos posturas diferentes. Para algunos cristianos, “obedecer a los hombres” (las leyes de un país, las corrientes actuales de pensamiento, las modas culturales) equivale a “obedecer a Dios” porque Él se nos manifiesta en los llamados “signos de los tiempos”. No hacerlo equivaldría a no saber leer la historia como escenario de la revelación de Dios.


Para otros, por el contrario, la “obediencia a Dios” está casi siempre en contraste, cuando no en oposición, con la “obediencia a los hombres”. Son los cristianos que consideran que el Evangelio es siempre contracultural, que no debemos plegarnos a los dictados del mundo, sino, más bien -como fue el caso de Santiago- debemos correr el riesgo de ser excluidos e incluso asesinados. Historias como la de Santiago se están viviendo en Afganistán, Corea del Norte, China, Nicaragua, Nigeria, Yemen, Pakistán y otros muchos países donde los cristianos se atreven a desafiar a los poderosos de turno. Es verdad que el cristiano se adapta los tiempos y madura con la historia, pero tengo la impresión de que hoy, si somos sinceros, muchos de nosotros obedecemos más a los hombres que a Dios. 

Si ponemos en una balanza el peso de la propuesta de Jesús y los valores que hoy nos propone el mundo, pesaría más el platillo del mundo. Esto no significa que no amemos a Jesús o que no tomemos en serio su Evangelio. Somos, por lo general, personas piadosas, buenas y entregadas. Me parece que el problema reside en que no queremos pagar el precio que exige este amor. Procuramos poner una vela a Dios y otra el diablo. Hablamos de solidaridad con los pobres a la vez que mantenemos un estilo de vida confortable. Cultivamos la oración sin renunciar a las modas imperantes, aunque estas reflejen una visión de la vida de espaldas a Dios.


Cada vez que celebramos la fiesta de un apóstol -y Santiago es un claro ejemplo- tendríamos que recordar que todos los seguidores auténticos de Jesús han sido perseguidos. Y no por comportarse como aguafiestas, sino porque su testimonio de vida denuncia la inconsistencia de este mundo. Todo auténtico profeta es siempre una piedra en el zapato. Incomoda, rompe los esquemas, denuncia. Obedecer a Dios antes que a los hombres no significa, por supuesto, una actitud hostil ante los seres humanos o ante el progreso científico y técnico, sino una actitud lúcida para no aceptar gato por liebre. Creo que hoy estamos viviendo ejemplos sonoros, aunque no todo el mundo piensa lo mismo. 

Pienso, por ejemplo, que en los famosos 17 objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas hay muchas cosas aceptables, pero reconozco también una “agenda oculta” que, tras un lenguaje impecable, aspira a una gobernanza mundial en la que no hay sitio para Dios, sino para una élite económico-política que quiere controlar todo. Echo de menos en nuestra manera de vivir la fe más audacia, más capacidad de denuncia y, sobre todo, más valentía para asumir los riesgos que esto supone. Por eso, admiro tanto a los cristianos que hoy se están jugando la vida por creer en Dios y por no temer miedo a confesar su fe en Jesucristo y el Evangelio, aunque parezcan personas a contracorriente o un poco fuera de este mundo. Sigue habiendo dignos seguidores del intrépido Santiago.
[Por cierto, la provincia claretiana a la que pertenezco de llama Provincia de Santiago].

lunes, 24 de julio de 2023

Pasaba por ahí


De vuelta a Madrid, repaso los periódicos digitales para ver cómo enjuician los resultados de las elecciones de ayer. Como se había pronosticado, ningún partido ha obtenido la mayoría absoluta. La paradoja consiste en que, contando con sus respectivas alianzas, el partido ganador lo tendrá casi imposible para gobernar mientras el partido perdedor es posible que consiga alzarse con el poder. La ley permite jugar con la aritmética parlamentaria. Desde el punto de vista legal, no hay nada que objetar a que el actual presidente del gobierno logre un nuevo mandato con el apoyo de su partido y una constelación de pequeños partidos. Pero, más allá de la legalidad, ¿responde a la lógica democrática que una minoría condicione la gobernabilidad de un país por encima de la voluntad mayoritaria, aunque no absoluta, de sus ciudadanos? ¿No resulta contradictorio que el gobierno de un país dependa, al final, de aquellos que quieren separarse de él, que reniegan de sus instituciones y que a menudo ridiculizan sus símbolos? 

No sé lo que sucederá en las próximas semanas, pero no va a resultar fácil ordenar el laberinto ibérico. Lo que ha quedado más claro es que, lejos de avanzar hacia un proyecto de país compartido, cada vez es más neta la separación entre dos bloques, quizá porque todos han acentuado sus cargas diferenciales y han despreciado el espacio común. Un país puede discutir sobre casi todo, pero, para pervivir como tal, necesita ponerse de acuerdo sobre algunos pilares esenciales que no pueden estar en juego cada vez que se convocan elecciones. Hasta ahora era la Constitución de 1978. Me temo que para algunos (¿cuántos?) esta comienza a ser un asunto del pasado que hay que arrumbar cuanto antes. No está dicho que lo que venga después sea mejor.


Mientras la temperatura política sube al mismo nivel que la meteorológica, la vida de todos nosotros continúa su ritmo. Las experiencias placenteras se entrecruzan con las dolorosas. El arte de vivir no es fácil. Mucho de lo que sucede se nos escapa de las manos. Quizá cuando somos niños, adolescentes y jóvenes vivimos todo con el grado de inconsciencia imprescindible para que la vida no nos parezca una carga, pero, llegados a la adultez, tenemos que bregar con la realidad con pocos paliativos. Entonces cobra mucha importancia la manera como concebimos el sentido de la vida. 

No es lo mismo afrontar la existencia desde el principio del placer que desde la huida o la resignación. En este juego de posibilidades es donde entra la fe. Creer en Dios, tal como nos lo ha revelado Jesús, no solo tal como lo intuimos desde la razón, nos permite dar un significado a las experiencias centrales de la vida: la búsqueda, la verdad, la belleza, el dolor, la desesperación, el amor, la alegría, el fracaso y la muerte. Sí, también la muerte. Me cuesta imaginar cómo se puede afrontar la vida sin la convicción de que somos sostenidos por Alguien que, siendo más íntimo a nosotros que nosotros mismos, nos supera infinitamente.


No me resulta fácil deslizarme por estas pendientes cuando el termómetro marca los 30 grados, pero es lo que siento. La política me importa. Los resultados electorales me preocupan. Pero la vida va más allá de la política. No quisiera convertir esta dimensión de la vida en un ídolo que exige una adoración excesiva. Y tampoco quisiera abandonarme al pesimismo, por más que la radiografía electoral se preste a ello. Esta es la realidad en la que vivimos. Supongo que los electores han ponderado los pros y contras y han adoptado la decisión que consideraban mejor. En los regímenes democráticos debemos aceptar las reglas de juego con limpieza, pero eso no significa necesariamente que los resultados sean los mejores. Como en tantas otras dimensiones de la vida, el paso del tiempo revelará si hemos acertado o nos hemos equivocado. 

Mayoría numérica no equivale a bondad moral. La historia nos muestra que a veces se han cometido grandes tropelías avaladas con un alto número de votos. Por mi parte, sigo creyendo que toda polarización acaba llevando, tarde o temprano, a la confrontación. Por eso, reivindico espacios de diálogo, consensos sobre los temas esenciales, respeto a las diferencias, libertad de expresión, imperio de la verdad, división de poderes, etc. En fin, todo aquello que se ha revelado como bueno a lo largo de muchos años de experiencia democrática en diversos países del mundo.

domingo, 23 de julio de 2023

Que nadie se pierda


Mi domingo no se parece nada al que había imaginado. A esta hora tendría que estar viajando de regreso a Madrid para emitir mi voto en las elecciones generales de hoy. Pero estoy escribiendo esta entrada en una habitación de la planta quinta del Hospital Santa Bárbara de Soria acompañando a un familiar muy cercano. Por si fuera poco, esta tarde tengo que celebrar el funeral de un tío mío que falleció ayer. La vida tiene un ritmo que no siempre coincide con nuestros programas. Por eso, es bueno saber surfear, aprovechar la fuerza de la ola que viene. Toda experiencia tiene su pérdida y su ganancia. 

Me quedaré sin votar (confieso que esta vez quería hacerlo), pero, a cambio, tengo la oportunidad de estar cerca de una persona a la que quiero mucho. Es obvio que en la balanza de la vida la segunda opción pesa infinitamente más que la primera, por más que unas elecciones tengan un gran significado para la vida de un país. Confío en que, a pesar de las condiciones climatológicas adversas y de la dispersión vacacional, mucha gente se acerque a las urnas y exprese con libertad su opinión


Me gusta la oración de la primera lectura de este XVI Domingo del Tiempo Ordinario: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres”. Y todavía más lo que Pablo dice en la carta a la Romanos: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. Siempre me ha desconcertado un poco eso de que nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. En realidad, solo Dios sabe lo que nos conviene en cada momento. Por eso, la mejor actitud, la única, es darle gracias y ponernos en sus manos. 

De las varias parábolas incrustadas en el Evangelio de hoy me quedo con la del grano de mostaza: “El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas”. La desproporción entre la minúscula semilla y el porte del árbol es llamativa. Eso es lo que sucede con todo lo de Dios. En apariencia es sencillo, pero contiene una tremenda energía transformadora.


Afuera se nota ya el calor de la jornada. Dentro de la habitación del hospital la temperatura es suave. Funciona bien el aire acondicionado. Todo está muy limpio. Hay silencio. Puedo escribir sin interrupciones. En cada habitación hay una (o dos) historias de dolor y sufrimiento. No siempre está en nuestra mano suprimirlos de golpe, pero sí acompañarlos con cercanía y discreción. Es esto lo más parecido a lo que Dios hace con cada uno de nosotros. Nunca nos deja de su mano, aunque no siempre suprime las pruebas de la vida. 

Sé que las elecciones de hoy son muy importantes para mi país, pero la historia de cada persona es tan valiosa como la de un pueblo entero. La fe cristiana no se pierde en colectivismos. Cada ser humano es digno, respetable, grandioso. Para Dios no somos un número anónimo de una serie infinita. Somos hijos e hijas con nombre y apellidos. Por eso, no se puede perder ni una sola persona. Nadie sobra. Esta es la grandeza del amor. Me alegro de poder celebrarlo en la habitación de un hospital en este luminoso domingo.

viernes, 21 de julio de 2023

Antes de que sea tarde


La tarde es gris. Puede que llueva. Hoy mi WhatsApp no para de escupir noticias que esperaba. Por ejemplo, la elección de mi amiga Lia Latela como nueva superiora general de las misioneras claretianas o la del joven misionero Eguione Nogueira como superior provincial de la provincia claretiana de Brasil. Con ambos me he comunicado ya para congratularme por su elección y asegurarles mi plegaria y apoyo.

A estas noticias se añaden otras de carácter familiar o personal. La tecnología actual nos permite conocer lo que pasa en cualquier rincón del mundo en cuestión de segundos. Es probable que a veces nos sintamos un poco abrumados por la avalancha de informaciones, pero pesa más el hecho de sentirnos en comunión con las personas a las que queremos a pesar de la distancia física. Es verdad que un mensaje de Whatsapp no tiene el mismo impacto que una carta manuscrita, pero se agradece su inmediatez. A mayor conocimiento, mayor responsabilidad. No nos informamos solo por curiosidad, sino porque queremos saber cómo nos afectan las cosas y cómo podemos responder a ellas.


Lo que ya no me gusta tanto es la intoxicación informativa a la que somos sometidos durante las campañas electorales. Agradezco a algunos medios de comunicación que sometan a un serio escrutinio lo que dicen los políticos (tantos en sus mítines como en los debates y en las entrevistas) para aclarar si es cierto, falso u opinable. Los ciudadanos no siempre tenemos los datos a mano para comprobar la veracidad de sus afirmaciones. 

Me cuesta mucho aceptar la facilidad con la que los políticos mienten, distorsionan o exageran. En cualquier otro ámbito profesional, muchas de sus conductas serían reprobables y supondrían incluso el despido. En el campo de la política da la impresión de que todo vale. Uno puede insultar y mentir y no sucede nada. En el mejor de los casos, los ciudadanos tomamos nota y actuamos en consecuencia. En el peor, todo cuela porque no hay mecanismos para denunciar y sancionar estas conductas incívicas que suponen un insulto a la inteligencia.


Faltan dos días para las elecciones generales en mi país. Hace tiempo que tenía claro a quién no votar. Mi problema es, más bien, a quién votar. No gano para decepciones. Será verdad que la política -y, en consecuencia, los procesos electorales- son el arte de lo posible. Normalmente, no hay ningún partido que coincida con lo que uno piensa y desea. Desde luego, yo no me identifico con ninguno, ni a la izquierda ni a la derecha. No obstante, voy a votar porque me parece que es uno de los pocos instrumentos de que disponemos los ciudadanos para delegar y controlar el poder y, en definitiva, para ejercer nuestra corresponsabilidad en el ordenamiento de la vida pública. Voto sin entusiasmo, pero espero que con sentido cívico. El domingo por la noche conoceremos los resultados y el horizonte que se abre para los próximos cuatro años.

Pero, más allá de los resultados, sueño con una cultura democrática en la que pasen a mejor vida los insultos y las mentiras y en la que los políticos nos traten a los ciudadanos como adultos que sabemos pensar, hacer y decidir. No necesitamos campañas publicitarias muy creativas, ni debates televisivos entretenidos, ni carteles por las calles con rostros y eslóganes. Necesitamos, por encima de todo, gente íntegra, inteligente y bien dispuesta. Y propuestas claras y realizables. Lo demás vendrá por añadidura.

jueves, 20 de julio de 2023

Caminando juntos


He venido a primera hora a la casa de espiritualidad San José en El Escorial. Voy a pasar toda la mañana con 90 delegados y delegadas de la Familia Salesiana de España reflexionando sobre el tema “Iglesia en sinodalidad”. Hay religiosos, religiosas y laicos. Dominan los de la segunda y la tercera edad. Apenas se ven jóvenes. Quieren saber cómo pueden participar de manera más activa en el camino sinodal de la Iglesia de nuestro tiempo. Reconocen que muchos cristianos de a pie no entienden este nuevo lenguaje. Corremos el riesgo de poner de moda conceptos y palabras que no tocan la vida de la gente. 

Si decimos que sinodalidad significa “caminar juntos” las cosas comienzan a iluminarse un poco, pero no demasiado. Tenemos que dar algún rodeo para decir que lo que hoy quiere vivir la Iglesia es el hecho de que todo cristiano, por el hecho de estar bautizado, es corresponsable de la vida de la Iglesia. Tiene, por lo tanto, el derecho y el deber de contribuir a la misión de la Iglesia desde el don que ha recibido. Todos (pastores, consagrados y laicos) contamos. Nadie sobra.


Poco a poco vamos descubriendo las consecuencias prácticas que se derivan del hecho de “caminar juntos”.
Es probable que en los próximos años disminuya el número de los bautizados en España y en Europa en general. Pero también es probable que crezca el numero de cristianos que lo son por convicción (no solo por tradición) y que asumen sus responsabilidades en la vida de la Iglesia. Esto va a exigir formación continua, nuevas formas de vida comunitaria (más allá de la parroquia territorial) y, sobre todo, nuevas formas de evangelización. 

Creo que estos son algunos de los objetivos que persigue el Sínodo que se celebrará el próximo mes de octubre. Tengo mucho interés en pulsar la opinión de quienes trabajan codo a codo con los jóvenes. Esta es la especialidad de la Familia Salesiana en la Iglesia. Ellos disponen de unas antenas especiales para captar por dónde va la sensibilidad de las nuevas generaciones.


Pasar de los 35 grados de Madrid a los poco más de 20 de El Escorial es un alivio. No se puede pensar “en frío” cuando la temperatura supera el umbral de la tolerancia. Yo he venido a este lugar para presentar una síntesis de lo que los grupos han ido trabajando en los últimos meses a partir de un breve texto elaborado en el mes de marzo, pero, sobre todo, he venido a escuchar. Quizá es este -junto con el verbo caminar- el verbo esencial del camino que hemos emprendido. 

Tenemos que escucharnos unos a otros y, sobre todo, estamos llamados a escuchar al Espíritu que sigue hablando a la Iglesia con nuevos acentos. Sin escucha no hay discernimiento. Y sin discernimiento podemos errar la dirección del camino. Espero que la mañana merezca la pena. Mientras todos desayunan, yo aprovecho para escribir esta entrada y colgarla en el blog.

miércoles, 19 de julio de 2023

Entra, siéntate, escucha


Imagina que vas caminando por las calles de una ciudad cualquiera. Hay coches y peatones. El ruido te molesta. Buscas la sombra para protegerte del sol. De repente, en una esquina de la calle, aparece una iglesia. Has pasado por ese lugar muchas veces, pero hoy sientes un impulso a entrar. Llevas prisa, pero algo te dice que entres. No lo dudes, entra. La iglesia está casi vacía. Hay algunas personas orando distribuidas a lo largo de la nave central. Busca un sitio discreto. Siéntate. No mires el reloj. Respira hondo varias veces. No hace falta que digas nada. 

Permanece en silencio. Atrévete a escuchar esa música callada que llevas dentro. Dirige tu mirada al sagrario. Cae en la cuenta de que estás envuelto por la presencia divina. Déjate llevar. Es muy probable que enseguida acudan a tu mente recuerdos, preocupaciones, rostros de personas, planes pendientes o sentimientos de vacío o de culpa. No tengas miedo. Salúdalos con amabilidad. Resiste. Disfruta.


A veces, cuando la vida se torna anodina o cuando nos llueven los problemas, lo mejor que podemos hacer es entrar en una iglesia, sentarnos y escuchar. Parece una rendición, pero es el comienzo de una paz nueva. Puedes entrar en un centro comercial con aire acondicionado, pero entonces se dispararán los demonios de la apariencia y el consumismo. Puedes entrar en un bar y tomarte una cerveza fría, pero entonces volverás a tener sed. Puedes sumergirte en la sala fresca de un cine, pero las fantasías de la pantalla solo conseguirán mitigar un poco el peso de la vida. Puedes llamar a un amigo y contarle lo que te pasa. Eso se aproxima bastante a lo que puedes experimentar si te dejas hablar por Él. 

Tenemos al alcance de la mano la posibilidad de dejarnos curar por la presencia misteriosa de Jesús. Basta que entremos, nos sentemos y escuchemos. El primer registro es el silencio y, con él, las sombras y los miedos. Pero, poco a poco, la maraña interna se va despejando. Entonces lo primero que sentirás es que Alguien te ama sin pedirte un informe completo de tu vida. Simplemente existe. Está junto a ti. Te pregunta qué conversación llevas por el camino. Y escucha todo lo que tienes que decirle.


Lo pensaba mientras recorría las calles de Madrid a las 6,30 de la mañana, testigo de un amanecer con calima. Por las calles casi desiertas se cruzaban los barrenderos matutinos, los repartidores que abastecían a los comercios, algunos viandantes como yo y los rezagados de la noche, con cara cansada y más alcohol en las venas del que sería deseable. Todas las iglesias estaban cerradas. 

¿Qué pasaría si alguno de los habitantes de la noche quisiera entrar, sentarse y escuchar? Estamos desperdiciando una oportunidad. Los parques silenciosos son una alternativa, pero no es lo mismo. Ni siquiera el amanecer visto desde el mirador de la plaza de la Armería. Hay lugares que son insustituibles, aunque Él está en todas partes.



martes, 18 de julio de 2023

Siempre tendremos problemas


¿Por qué hace tanto calor en Madrid? Esta es la pregunta que me salió del alma cuando una bofetada ardiente me recibió ayer al salir del aeropuerto de Barajas después de nueve horas de vuelo desde Medellín. Pasar de los 22 grados de la montaña colombiana a los 40 de la meseta madrileña no fue un plato de buen gusto. Sentía que me faltaba el aire para respirar. Para que el contraste fuera aún más marcado, apenas me he sentado en mi despacho, han empezado a llover los problemas. Algunos puedo resolverlos con ayuda; otros escapan de mi control. 

La tentación es decir: “¡Qué bien estaba yo en la montaña, con clima suave y excelente compañía!”. La solución pasa por abordar con calma cada asunto sin dejarse llevar por un sentimiento de parálisis. Mientras hay vida siempre hay problemas. Cuando aceptamos con serenidad este hecho desnudo, encontramos nuevas energías para resolverlos o, por lo menos, para transformarlos.


Uno de los contenidos del taller de liderazgo que dirijo consiste en distinguir entre gestión estratégica (lo que debo hacer), gestión operativa (lo que puedo hacer) y gestión situacional (lo que me dejan hacer). Es evidente que los problemas que me he encontrado esta mañana en mi despacho se sitúan en los dos últimos niveles. Creo que sé lo que debo hacer, pero no siempre puedo realizarlo porque no dispongo de los recursos personales y materiales necesarios. Y, además, algunas circunstancias no me dejan hacer lo que me gustaría. 

En situaciones semejantes nos encontramos todos, aunque no utilicemos estas categorías para poner nombre a lo que nos pasa. Hay personas que se bloquean y se enojan. Si las cosas no salen como ellas habían imaginado, no saben cómo reaccionar. Hay otras, por el contrario, que mantienen la cabeza fría y desmenuzan los problemas en partes abordables. Quizá no pueden resolver todo de golpe, pero pueden ir dando pasos en la dirección correcta. Esto permite canalizar la energía y celebrar pequeños triunfos, con lo cual se refuerza la convicción de que todos los problemas encuentran siempre alguna salida.


Espero que el desfase horario de siete horas no me juegue malas pasadas. De momento, no acuso sus consecuencias. Más dura me está resultando la ola de calor. ¡Si, al menos, por la noche bajara significativamente la temperatura! Pero no, en Madrid la noche casi parece día. Es cuestión de mentalizarse y adoptar algunas medidas paliativas, como esas que repiten constantemente en televisión: beba agua, use prendas ligeras, no se exponga al sol, cree pequeñas corrientes de aire, etc. Confieso que a veces me resultan casi ridículas de puro obvias, pero se ve que non todo el mundo es consciente. 

Mientras soportamos el calor meteorológico, nos aprestamos a soportar el político. Ayer, entre el correo acumulado en el tiempo que he pasado en Colombia, me encontré la propaganda electoral de varios partidos que reclamaban mi voto en las elecciones del próximo domingo. Confieso que sentí curiosidad, no tanto por el contenido sino por la forma como los políticos se dirigían a la ciudadanía. El usted ha desaparecido. Todos procuran dirigirse al posible votante desde la campechanía del tú, lo cual me parece un error de entrada, por mucho que los publicitarios lo recomienden. Algo se podría decir sobre la sintaxis y la gramática de sus cartas, pero no quiero pecar de arrogante. La verdad es que me habría gustado comparar sus propuestas, pero no dispongo de tiempo para ello. En fin, que nunca faltan problemas, pero -parafraseando a san Pablo- “donde abundaron los problemas, sobreabundó la energía para afrontarlos”. Buena semana.

lunes, 17 de julio de 2023

No cuesta nada ser amables


Recibí la noticia de la victoria de Carlos Alcaraz en Wimbledon mientras me dirigía al aeropuerto de Medellín-Rionegro. Noticias como estas ponen una nota de alegría en el desconcierto de noticias tristes. También la muerte del joven carmelita fray Pablo se puede considerar una noticia alegre. Su profesión “in articulo mortis” se ha convertido, más bien, en una profesión “in articulo vitae”. Hay más bondad, valentía y fe de lo que a veces creemos. Estoy escribiendo estas notas en una sala del aeropuerto de Medellín antes de tomar el vuelo a Madrid. Se me agolpan las ideas, pero la verdad es que no sé por cuál decantarme. Pienso en los compromisos que me esperan cuando llegue a casa. 

Ya sé. Me gustaría decir una palabra sobre la amabilidad de los colombianos. Durante los casi veinte días que he estado en el país, todas las personas con las que he tratado han sido excepcionalmente amables y educadas. Me duele que todavía hoy se asocie la palabra Colombia a narcotráfico y violencia. Es verdad que siguen existiendo, pero la mayoría de la gente es muy respetuosa. A los ojos de los europeos esta amabilidad puede resultar a veces un poco empalagosa, pero yo prefiero esta actitud a la sequedad con la que a veces nos tratamos en Europa.


La amabilidad la he visto en los funcionarios del aeropuerto, en el personal de la casa Villa Claret y, por supuesto, en los claretianos de Colombia. Y no es solo cuestión de orfebrería lingüística. Se muestra en detalles de servicio y en gestos de cercanía. En una sociedad en la que la inteligencia artificial va ocupando el puesto de la estupidez natural, que haya personas y pueblos que conservan la cultura de la amabilidad resulta una buena noticia. Creo que también en España somos amables, pero la indiferencia va ganando terreno a la tradicional cortesía. Ya no es tan frecuente que la gente se salude, que se cedan los asientos de los transportes públicos a los ancianos y que los dependientes te traten con amabilidad. Suelen ser correctos y poco más. 

Los aviones son un lugar muy apropiado para medir el grado de amabilidad de la gente. En Asia, las azafatas suelen tratarte como un huésped. Tanto su sonrisa como su disposición a ayudarte crea un ambiente de exquisita hospitalidad oriental. En Europa te tratan como a un cliente. El personal suele ser correcto, pero poco más. Tú pagas por un servicio. En Estados Unidos los pasajeros somos tratados como potenciales terroristas. Aunque las cosas se han suavizado un poco en los últimos años, después del 11-S uno se sentía intimidado ante el personal de los aeropuertos y la tripulación de los aviones.


Ser amables es una forma de reconocer que toda persona es digna de respeto y que todos somos mejores si sentimos que nos tratan bien. Cuando sabemos sonreír y acoger le estamos haciendo la vida un poco más ligera a quien se dirige a nosotros. Por desgracia, he conocido funcionarios, médicos y sacerdotes que son un monumento a la rigidez, al despotismo y a la mala educación. Actitudes como estas hieren a la gente. Indican una forma de superioridad que es, en realidad, complejo de inferioridad. No hay nadie más amable que quien está a gusto consigo mismo y disfruta compartiendo su alegría con los demás. A algunos europeos malhumorados y prepotentes les vendría bien una temporada en algún país de América latina para hacer una maestría en amabilidad y buenas maneras.

Esto es lo que hoy se me ocurre a punto de ponerme en fila para embarcar en mi vuelo de regreso a Madrid. Buen comienzo de semana. Gracias, Colombia. ¡Que cunda la amabilidad!

domingo, 16 de julio de 2023

Escuchar y entender


Anoche terminamos el taller sobre liderazgo y esta noche viajo de regreso de Medellín a Madrid. De entre el bosque de noticias del fin de semana, rescato la muerte del dibujante Francisco Ibañez, cuyas historietas devoraba durante mi adolescencia. Dos de sus personajes más famosos -Mortadelo y Filemón- vieron la luz el mismo año de mi nacimiento, así que siempre los he considerado como compañeros de camino. Hace muchos años que no he vuelto a leer sus historietas, pero permanecen en la retina. Ibáñez no era Quino, el genial dibujante argentino, pero su vastísima producción llenó de color y humor los últimos años del franquismo y las últimas décadas de la historia de España. 

Admiro mucho a las personas que tienen la capacidad de hacernos ver la cara amable de la vida y también a quienes saben reírse de la miseria humana sin caer en la humillación. Solo el amor es digno de humor. Aunque dicen que los humoristas son con frecuencia personas tristes, su vaciamiento interior sirve para alegrar la vida de otras personas. Es también una forma excelsa de amor. 


Hemos llegado al XV Domingo del Tiempo Ordinario en plena canícula, aunque aquí en Medellín gozamos de una temperatura envidiable. Desde ayer por la tarde se oyen cantos, sirenas y fuegos artificiales para celebrar la fiesta de la Virgen del Carmen. Aunque no es la patrona del país (la patrona es la Virgen de Chiquinquirá, que celebramos el pasado día 9), esta advocación mariana tiene un enorme arraigo popular en Colombia

También para los claretianos es un día significativo porque tal día como hoy hace 174 años se fundó nuestra congregación misionera en la ciudad catalana de Vic. De hecho, en nuestra oración vespertina de ayer, nos preparamos para dar gracias a Dios por esta efeméride. 

La palabra de Dios de este domingo nos lleva en otra dirección. Nos invita a meditar precisamente sobre la eficacia de la Palabra. El profeta Isaías (primera lectura) es muy tajante. Pone en labios de Dios este mensaje: “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,10-11).


¿Es verdad que la Palabra de Dios siempre es eficaz? ¿Es esto lo que experimentamos en nuestra vida diaria o, más bien, tenemos la impresión que apenas produce fruto en nosotros y en el mundo? Jesús se encarga de explicarnos, a través de una parábola alegorizada por su comunidad, que la semilla de la Palabra es en sí misma eficaz, pero depende del terreno en el que caiga. No es lo mismo que caiga en el borde del camino, en terreno pedregoso, entre abrojos o en tierra buena. Jesús lo explica así: “Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno” (Mt 13,23). Ser tierra buena significa, pues, escuchar y entender; o sea, “guardar en el corazón”, que es la actitud propia de María. 

Nosotros estamos acostumbrados desde niños a oír la Palabra, pero no siempre sabemos escucharla; por eso, su eficacia queda disminuida. Sin embargo, Jesús, como sembrador generoso, sigue lanzando la semilla a la espera de que en algún momento caiga en la tierra buena de un corazón acogedor. Para ello, necesitamos silencio en medio del ruido, humildad que cure la autosuficiencia, calma que frene la prisa, paciencia frente a la ansiedad, confianza que desborde el escepticismo y hondura que no se deje vencer por la superficialidad.




viernes, 14 de julio de 2023

Te acompaño en el camino


Faltan pocos días para mi regreso a Madrid. Empiezo ya a sentir nostalgia de este lugar hermoso, fresco y silencioso. Disfruto conversando con hermanos de casi todos los países de América. Cuando cae la noche, me gusta pasear por el parque de la casa contemplando una maravillosa vista de la ciudad de Medellín. Es como un tapiz lleno de luces. Entonces, abstrayéndome un poco de las conversaciones grupales, pienso en muchas personas que son significativas en mi vida y oro por ellas. 

Quisiera estar en contacto con todas, pero no es posible. A veces me siento culpable de un silencio demasiado prolongado. El tiempo no permite multiplicar las llamadas o los correos. Con algunas personas queridas hace años que no me encuentro. ¿Cómo mantenernos unidos a las personas que queremos cuando no es fácil encontrarnos con ellas? Creo que la unión se produce en el centro, no en la periferia. Cuando estamos centrados en lo esencial, entonces experimentamos una profunda comunión con todas las personas sin necesidad de estar físicamente a su lado.


Mientras reflexionaba sobre estas cosas, descubrí una canción que me resulta iluminadora. Se titula “Si quieres, te acompaño en el camino”. Es una canción inspirada en el relato del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24,18-35). 

Os invito a leer la letra y luego a escuchar la canción en el vídeo que figura al final de la entrada. 

Si quieres, te acompaño en el camino
Y en el camino vamos conversando
Y al conversar, tus hombros se descargan
Descargas, pues tu peso voy llevando
Pues pesa el peso de tu desencanto
Y es tu resignación aún más pesada
Pero te sostendré, pues ya sostuve
La cruz de toda cruz en mis espaldas

Me duele que te alejes de los tuyos
Y el creciente dolor de tu aislamiento
Pues toda mi pasión es ver reunidos
A los hijos de Dios que andan dispersos
Yo sé que ya no crees en nuestro sueño
Buscas seguridad retrocediendo
Pero vas en dirección equivocada
Lo mío es ir contigo, compañero

Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedaré contigo
Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedaré contigo
Escucha profecías, peregrino
No seas testigo de desesperanza
Es hora que levantes la cabeza
Y aunque anochece, alientes la confianza

Pues es posible ver de otra manera
La trama que se te hizo tan confusa
¿No ves el hilo de oro de la Pascua
Que rediseña todo lo que cruza?
¿No ves que desde dentro de las muertes
La muerte fue implotada y ya no mata?
Y se revela el nombre de la vida
Y el nudo que te ataba se desata
Partir juntos el pan en nuestra mesa
Descifra quiénes somos y seremos
La Pascua nos irrumpe, amor de amores
Lo más vivo venciendo lo más muerto
Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedaré contigo
Si quieres, te acompaño en el camino

Si quieres, hoy me quedaré contigo
Por fin sabrás quién soy, sabrás quién eres
Mientras despiertas del antiguo sueño
Y entenderás que es fiel a sus promesas
El Dios que prometió ser compañero
Y de la historia mía y de la tuya
Ya no te escaparás, ni tendrás miedo
Verás la historia como historia abierta

Y la esperanza arder su ardor sereno
Y sentirás nostalgia de tu gente
Y querrás compartir tu aliento nuevo
Sin más demora, ponte ya en camino
Sin más demora, ponte en medio de ellos
Y brillará en tu fe de caminante
Mi nombre y mi misterio de "camino"
Y de mi fiel estar-acompañando

Tu amor de acompañante será el signo
Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedaré contigo
Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedaré contigo
Si quieres, te acompaño en el camino
Si quieres, hoy me quedaré contigo






miércoles, 12 de julio de 2023

Falta poco para la JMJ de Lisboa


Nunca he participado en una Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) porque, cuando esta iniciativa de san Juan Pablo II comenzó a celebrarse en el ya lejano 1986, yo no era ya tan joven y porque en todos estos años nunca he trabajado de manera directa con grupos o comunidades juveniles. Por casualidad, pasé por Madrid en agosto de 2011 cuando se celebró la
JMJ en la capital de España. Sentí tal agobio ante la “invasión juvenil” de la ciudad, que escapé en cuanto pude. Sin embargo, mi distancia física de la JMJ no significa distancia afectiva, pastoral o espiritual. Me parece una iniciativa hermosa en un mundo tan polarizado como el que vivimos hoy. 

He escuchado algunas quejas por parte de organizadores y participantes respecto de las dificultades y gastos que suponen este tipo de encuentros, pero dominan los testimonios de jóvenes y acompañantes que han visto en las sucesivas Jornadas una oportunidad extraordinaria para el encuentro con Cristo y para el descubrimiento de la Iglesia como su comunidad. Algunos de mis amigos más jóvenes van a participar en la JMJ de Lisboa el próximo mes de agosto. Los veo entusiasmados. Me gusta ver a jóvenes que se entusiasman con algo que promueve la cultura del encuentro, la apertura a la diversidad, el sentido de la fiesta y, sobre todo, el encuentro con Jesucristo en comunidad.


Los más críticos con este tipo de iniciativas suelen objetar que la evangelización no puede reducirse a eventos, sino que tiene que articularse en torno a procesos. Es probable que para muchos jóvenes participantes la JMJ sea un acontecimiento aislado, una especie de fuego de artificio en medio de la noche cultural que vivimos, pero cada vez más participantes llegan a la JMJ después de haber recorrido un camino de preparación y dispuestos a continuar caminando en comunidad. 

Este año, por primera vez, en el marco de la JMJ de Lisboa, se celebrará el 4 de agosto el Primer Encuentro Mundial de Evangelizadores y Misioneros Digitales. Aunque este humilde blog encajaría en este ámbito, la verdad es que no me siento un misionero digital, aunque hago un uso discreto de las redes. Mi amigo Heriberto García Arias sí lo es. Será uno de los organizadores. La semana pasada viajó a Portugal para preparar el evento. El otro día colgó en su cuenta de Facebook el himno de este encuentro, que podéis escuchar al final de la entrada de hoy. Lo interpretan diversos artistas católicos de todo el mundo. El vídeo se ha hecho con la técnica de collage, tan utilizada durante el tiempo de la pandemia. El lema está tomado de las palabras de Jesús al final del evangelio de Marcos: “Vayan por todo el mundo”  (Mc 16,15).


La JMJ es, ante todo, una fiesta. La fe es la fiesta del encuentro con Cristo. Gracias a Dios, el cristianismo nunca ha renunciado al sentido de la fiesta. Por eso, se me hace tan difícil comprobar que sigue habiendo cristianos que identifican la autenticidad evangélica con una actitud agria y mortecina. Navegando por algunas páginas web católicas, encuentro artículos y comentarios que destilan agresividad, tristeza y acritud. Han convertido al papa Francisco en la diana de sus dardos dialécticos. Lo consideran responsable de la “deriva” que, según ellos, está viviendo la Iglesia actual. Idealizan la Iglesia de los años 40-50, consideran que el concilio de Trento es el punto de referencia esencial en la historia de la Iglesia, están convencidos de que el concilio Vaticano II fue poco menos que herético, atacan sin piedad a quienes ellos llaman “infiltrados del diablo” en las estructuras de la Iglesia, etc. 

Estoy seguro de que muchas de estas personas luchan con buena fe, se sienten defensoras de la “verdadera” Iglesia contra las contaminaciones de la “falsa” Iglesia, pero sus acciones no producen “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí” (Gal 5,22-23) sino, más bien, “enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades” (Gal 5,20). Donde hay verdadero Espíritu, el amor, la comprensión y la alegría dominan sobre la discordia y la cólera. Por eso, como terapia de choque frente a la tremenda polarización que padecemos, necesitamos acontecimientos que celebren la fe, que nos permitan encontrarnos, dialogar, disfrutar y, de este modo, compartir la alegría del Evangelio.



martes, 11 de julio de 2023

Lo que cuenta es el cuento


Hace tiempo que la verdad interesa poco, entre otras cosas porque carecemos de medios suficientes para verificarla con rapidez y fiabilidad. El lugar de la verdad, trabajosamente buscada, religiosamente respetada, lo ocupa ahora el cuento. O, como se dice en el neolenguaje político, la “narrativa”. Tengo la impresión de que a la mayoría de la gente no le interesa la verdad, sino un cuento que responda perfectamente a lo que desean, detestan, añoran y… votan. 

Hay políticos -pocos- que todavía creen en la verdad y en los datos objetivos. Hay otros -muchos- que se han especializado en contar los cuentos que sus votantes quieren oír. No hay nadie que me parezca más fiable que el que nos dice con franqueza lo que no esperamos ni deseamos oír. Si un político (o un predicador) siempre coincide con nuestro punto de vista, podemos sospechar que nos está halagando el oído. La verdad es demasiado rica y matizada como para que coincida siempre con lo que pensamos o deseamos.


Viene esto a cuenta del debate de ayer entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez, pero también de la importancia que ha cobrado en nuestra sociedad la apelación a los sentimientos y a la imagen en detrimento de los análisis ponderados a partir de datos objetivos. Ya sé que los sentimientos ocupan una parte importante en la geografía humana, pero si no son filtrados por la racionalidad pueden llevarnos a posiciones absurdas y a veces hasta peligrosas. Quienes quieren manipularnos siempre se inventan un “cuento” que conecta con nuestro fondo emocional. A veces nos hablan de los inmigrantes como responsables de nuestra pérdida de identidad o nos venden la independencia como el bálsamo amarillo que va a curar todos los males. 

Otras veces nos dibujan una patria progresista que es un paraíso de derechos de tercera generación. Hay quien defiende el capitalismo a ultranza como la única forma de generar prosperidad y quien todavía habla del comunismo como el único camino para lograr la justicia. Pareciera que, arrinconado el sueño del reino de Dios anunciado por Jesús, fuera preciso rellenar el vacío con “cuentos” que satisfagan la necesidad humana de imaginar un futuro mejor.


Defiendo el valor de las utopías como motores del progreso humano, pero ¿no sería más sencillo y más eficaz atenernos a los hechos, procurar comprenderlos en su complejidad y proponer caminos realizables y verificables? ¿Tan difícil es decir la verdad -o, por lo menos, mostrar un deseo rotundo de buscarla- y dejarse guiar por ella? ¿Por qué les gusta tanto a los líderes políticos (pero también a algunos religiosos) contarnos “cuentos” que no se corresponden con lo que experimentamos a diario? La razón parece simple: porque, en la práctica, lo que cuenta es el cuento. Muchos votantes no quieren que les digan la verdad sobre la situación real del país, sino que refuercen sus sentimientos de orgullo, superioridad, temor, odio, revancha, etc. 

Parecía claro para los analistas más objetivos que el Brexit -por poner un ejemplo de sobra conocido- no traería buenas consecuencias para el Reino Unido (como se está demostrando con el correr de los años), pero muchos votantes prefirieron desoír esas voces y dejarse encandilar por las que apelaban al patriotismo británico, a la nostalgia del viejo esplendor; en definitiva, a los sentimientos de superioridad. 

Cuando Donald Trump se empeña en seguir diciendo eso de “Let us make America greater again” sigue esta misma senda. Está claro que este modo de proceder ayuda a ganar votos, pero ¿contribuye a pacificar el clima social y a resolver los problemas que tiene una sociedad? Tengo mis dudas. Para mí, lo que cuenta no es el cuento (o la narrativa como se dice ahora), sino la valentía de llamar a las cosas por su nombre (aunque esto suponga perder popularidad) y de involucrar a todos en un proyecto sugestivo de vida en común. Esto es difícil, pero es lo que de verdad merece la pena a largo plazo. 


Escribo esta entrada en la fiesta de san Benito de Nursia, patrono de Europa, que con su famosa Regla, basada en la verdad, puso las bases de una nueva Europa orante y trabajadora: 
“A Dios rogando y con el mazo dando” .