viernes, 30 de junio de 2023

Todos somos emigrantes


Llegué ayer a Medellín a las 18,30 (hora local). En España era ya la 1,30 de la madrugada de hoy. Acababa de anochecer, con esos anocheceres rápidos y como a traición que se dan en las zonas cercanas al ecuador. Volé con Air Europa porque viaja directamente de Madrid a Medellín, sin necesidad de hacer escala en Bogotá, como sucede con otras compañías aéreas. Las diez horas de vuelo se me hicieron más pesadas que en otras ocasiones. ¡Menos mal que una película reciente de Sherlock Holmes y un par de documentales me ayudaron a matar el tiempo! 

Aunque volamos de día, no me apetecía leer o escribir. La luz penumbrosa que dejan en la cabina después de servir la comida no invita a este tipo de actividades. Todo está pensado para que la gente duerma o se entretenga con la pantallita de su butaca y no piense que está volando a 12.450 metros sobre el nivel del mar y a una velocidad media que se aproxima a los 900 kilómetros por hora. Medellín me recibió con una temperatura agradable y con la lista de los nuevos destinos en mi provincia claretiana de Santiago. Parece que soplan vientos de cambio. Veremos cómo se pueden encajar las cosas a partir de septiembre.


En el avión volaban muchos colombianos que trabajan en España y en otros países de Europa. Aprovechan el verano europeo para regresar a su país y ver a su familia. Por lo que pude escuchar, algunos llevan ya muchos años fuera de su ambiente colombiano. La nostalgia era evidente. Uno, por bien que se encuentre en otro país, siempre echa de menos su país de origen, aquel en el que hizo los aprendizajes básicos de la vida: comer, caminar, hablar, jugar, relacionarse, etc. Sentí una profunda empatía. 

Yo, que me he pasado media vida de un sitio para otro, cada vez valoro más mis raíces. Como los lectores de este blog habrán podido comprobar, siempre que regreso a mi pueblo natal o escribo sobre él se activan en mí las mejores cosas, como si el regreso al origen implicase una sobredosis de vida. Eso no significa que no valore otros muchos lugares que he podido visitar (unos 60 países), sino que ninguno tiene el carácter de “taller” original. Es verdad que siempre estamos aprendiendo, pero los aprendizajes de la infancia (hasta los colores y los sabores) condicionan todos los demás.


Salir y volver son los verbos propios de los emigrantes. En este sentido, todos somos emigrantes porque siempre estamos saliendo de nuestra zona de seguridad y siempre estamos volviendo a ella tras algunas aventuras fuera. La primera vez que vine a Colombia fue en julio de 1997, hace 26 años. En este lapso de tiempo he visitado el país en otras diez ocasiones. Siempre me he sentido en casa. Es verdad que para un europeo a veces hay mucha distancia entre los que los colombianos dicen (que es mucho y, por lo general, muy bello) y lo que, de hecho, hacen (que casi siempre se queda algo corto), pero eso no impide sentirse seducido por la amabilidad de las personas y la belleza de un país que lo tiene todo. 

Se respira vida por los cuatro costados. Por eso, resulta tan doloroso que, desde hace muchos años, sea también un país marcado por la violencia y la muerte. Las cosas han mejorado. La situación actual no es comparable a la vivida en los años 80 y 90 del siglo pasado, pero quedan muchas cosas por hacer. El contexto político se ha vuelto a polarizar. Esperemos que eso no signifique volver a los conflictos tradicionales. Pocos países tienen tantos recursos humanos, culturales, espirituales y económicos como para construir un sugestivo proyecto nacional. Quizás muchos de los que han tenido que emigrar se animarían a volver a su país si se les ofreciera una oportunidad. Estoy seguro de que su experiencia en el extranjero podría contribuir mucho a la nueva etapa. Algo de esto pensé mientras cruzábamos el Atlántico y veía los rostros cansados de quienes volvían a casa. 



jueves, 29 de junio de 2023

La llave y la espada

Estatuas de san Pedro y san Pablo en la explanada de la catedral de La Almudena de Madrid
Empiezo la solemnidad de los santos Pedro y Pablo en Madrid y espero concluirla en Medellín, la capital del departamento de Antioquia, en Colombia. Mi vuelo sale a primera hora de la tarde. La diferencia horaria entre España y Colombia es de siete horas, así que cuando aterrice en la ciudad de la eterna primavera será ya viernes en España. 

Podría decir que la fiesta, tanto litúrgica como socialmente, comenzó ayer por la tarde. Participé en la recepción que la Nunciatura de la Santa Sede en Madrid organizó con motivo de los diez años del pontificado del papa Francisco. Los jardines de la legación diplomática se llenaron de personajes variopintos. Abundaban los obispos y eclesiásticos, pero había también muchos representantes de la sociedad civil y del cuerpo diplomático. Me gustó reconocer a personajes como Marcelino Oreja, Jaime Mayor Oreja, Eugenio Nasarre y otros.

Recepción en la Nunciatura
La verdad es que yo, poco acostumbrado a este tipo de actos, me sentí como pez fuera del agua. No obstante, aproveché la oportunidad para saludar a unos y a otros y captar por dónde van las preocupaciones a menos de un mes de las elecciones generales en España y muy cerca ya de la JMJ de Lisboa. Algunos se preguntaban si el Papa estará en condiciones de viajar a la capital portuguesa. 

Las conversaciones entrelazaban estos temas mayores con otros como el inminente comienzo del ministerio pastoral del nuevo arzobispo de Madrid, las sedes episcopales vacantes en España, el futuro del libro religioso en tiempos tan digitales como los nuestros o el puesto que ha ocupado entre los medios de comunicación el periódico El Debate

Estatura de san Pedro en la plaza de san Pedro del Vaticano
Las figuras de Pedro y de Pablo simbolizan la vigencia del “principio petrino” y del “principio paulino” en la vida de la Iglesia. En las dos grandes estatuas de estos santos colocadas en la plaza de san Pedro de Roma figuran sus símbolos más representativos: la llave (en el caso de Pedro) y la espada (en el caso de Pablo). En las dos estatuas que flanquean la fachada de la catedral de la Almudena de Madrid, Pedro lleva en la mano izquierda las redes (símbolo de su antigua profesión de pescador) y en la derecha las llaves (símbolo de su nueva misión). En el caso de Pablo hay un cambio de símbolos. Ya no enarbola la espada, como en la estatua de Roma, sino un rollo de pergamino en la mano derecha (símbolo de su pasión por la Palabra) y una especie de hatillo en la izquierda (símbolo de su evangelización itinerante y pobre). 

No estoy seguro de que la mayoría de los turistas y curiosos que merodean por la explanada de La Almudena perciban el significado de estos símbolos, pero hay que reconocer que son elocuentes. Merece la pena detenernos un poco sobre ellos. Las redes de Pedro aluden a su profesión original (pescador en el lago de Tiberíades), pero también a la nueva misión que Jesús le confía (pescador de hombres). Las llaves simbolizan la autoridad que Jesús le concede con unas palabras que leemos en el Evangelio de hoy: “Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. 

Este poder no es absoluto e ilimitado, sino en función de la confesión que Pedro hace un poco antes: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Atar y desatar son verbos muy usados en el judaísmo para expresar el servicio de la autoridad. A Pedro (y a sus sucesores) se les concede esta capacidad para ayudar a la Iglesia a mantenerse fiel a la confesión de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, a través de los tiempos. Este “principio petrino” estructura la comunidad de la Iglesia. A él se deben todos los sucesores de Pedro, desde los primeros hasta el papa Francisco, que ocupa el número 266. 

Estatua de san Pablo en la plaza de san Pedro del Vaticano
En la segunda carta de Pablo a Timoteo que leemos en la segunda lectura, el apóstol de los gentiles explica bien su misión simbolizada por la espada de la Palabra, por el rollo y por el hatillo: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles”. 

Este “principio paulino” de anuncio del Evangelio a todos sigue siendo el motor de la misión evangelizadora de la Iglesia. Jesús no ha venido solo para anunciar la salvación a los judíos, sino a todos los seres humanos, sin distinción de etnia, cultura o condición social. Pablo supo explicar muy bien que la salvación es obra de la gracia de Dios y no de nuestras obras. 

Todos tenemos algo de Pedro (estamos invitados a confesar a Jesús como el Hijo de Dios) y de Pablo (estamos llamados a anunciar su Evangelio en cualquier circunstancia). Es hermoso poder celebrar esta vocación común en la fiesta de los dos grandes pilares de la Iglesia. ¡Feliz fiesta para todos!

miércoles, 28 de junio de 2023

Sublimidad y miseria


Hay personajes históricos que todos deberíamos conocer porque han sido maestros de humanidad. Uno de ellos es, sin duda, Blaise Pascal, nacido en Clermont-Ferrand en 1623 y muerto en París en 1662. En solo 39 años de existencia, este matemático, físico, filósofo, teólogo católico y apologista francés, fue capaz de afrontar la cuestión de la verdad con una hondura que difícilmente se encuentra en los pensadores contemporáneos. 

Si hoy escribo sobre Pascal es porque hace diez días, el papa Francisco ha publicado una carta apostólica titulada Sublimitas et miseria hominis con motivo del cuarto centenario del nacimiento de este infatigable buscador de la verdad. Según Francisco, la actitud de fondo que recorrió la vida de Pascal fue su “asombrada apertura a la realidad”, que incluía una gran preocupación por los pobres. Poco antes de morir prematuramente a consecuencia de un cáncer de estómago, Pascal escribió: “Y si los médicos dicen verdad y Dios permite que salga de esta enfermedad, estoy resuelto a no tener más ocupaciones ni otro empleo del resto de mis días que el servicio de los pobres”. Quien esto escribía era un gran científico y un sutil pensador. Como buen cristiano, sabía que “el único objeto de la Escritura es la caridad”.


Lo que más me atrae de Pascual, a cuatro siglos de su nacimiento, es la manera como escudriñó la condición humana. Enamorado de la razón y de la ciencia, sabía muy bien que la tragedia de nuestra vida es que a veces no vemos bien y, por lo tanto, elegimos mal. Después de estudiar las diversas filosofías y religiones, encontró en el cristianismo la verdad que tanto anhelaba. La religión cristiana es, para él, venerable y amable. Venerable “porque ha conocido bien al hombre” y amable “porque promete el verdadero bien”. Con solo 19 años inventó una máquina de aritmética, que es antecesora de nuestras modernas calculadoras. Admirador de los filósofos griegos, llegó a decir de ellos que “eran gente sencilla como los demás, que se divertían con sus amigos. Y cuando se divirtieron haciendo sus leyes y sus políticas [en referencia a Las Leyes de Platón y a La política de Aristóteles], lo hicieron como quien juega”. 

El gran momento de su vida, su verdadera conversión, se produjo el 23 de noviembre de 1654, la famosa “noche del fuego”. Esa experiencia mística lo inundó de alegría. Experimentó que Dios existía, no el de los filósofos y el de los sabios, sino “el Dios de Abrahán, Isaac y de Jacob”. En un papelito, que cosió al forro de su abrigo, escribió estas palabras: “Certeza. Sentimiento. Alegría. Paz. Dios de Jesucristo”.


Hace falta mucha inteligencia y mucha humildad para abrirse al misterio de Dios. Si hoy nos cuesta tanto creer en Él quizás es porque somos poco inteligentes (es decir, no sabemos “leer dentro”, que eso es, al fin y al cabo, lo que significa la palabra inteligente) y poco humildes (nos creemos más sabios y poderosos de lo que realmente somos). Pascal decía que es imposible creer “si Dios no inclina nuestro corazón”. Estoy convencido de que, si empleáramos menos tiempo en navegar por internet o en ver la televisión y más en leer a estos grandes hombres y mujeres que han escudriñado las profundidades de la existencia humana, nos conduciríamos por la vida con más serenidad y alegría. 

Un viaje por sus celebérrimos Pensamientos nos ayudaría a curar muchas de las enfermedades contemporáneas que contaminan nuestro espíritu. Es cierto que a Pascal se lo ha querido relacionar con el jansenismo porque actuó como abogado defensor del monasterio de Port-Royal donde tenía una hermana religiosa, pero, aunque algunas de sus proposiciones pudieran sonar ambiguas, su actitud fue siempre muy franca y sincera. ¡Ojalá hubiera hoy muchos pensadores como él en los ambientes científicos y universitarios!

martes, 27 de junio de 2023

No puedo quejarme


Hoy se prevé que el termómetro alcance los 36 grados en Madrid. Mi despacho, orientado al este y al sur, es ideal para el invierno, pero sufre los azotes del estío. Procuro abrir las ventanas de ambos lados para que se cree una mínima corriente de aire. El viejo aparato de aire acondicionado no es muy eficaz cuando la temperatura exterior supera los 30 grados. 

Mientras me acomodo como puedo, pienso en los obreros de la construcción, en muchos campesinos y en todos aquellos que tienen que trabajar al aire libre en las horas más calurosas del día. Es un verdadero infierno. No se trata solo de un problema de incomodidad, sino de supervivencia. Los “golpes de calor” se cobran varias vidas todos los años. Yo, gracias a Dios, disfruto de salud, aunque tenga que soportar un poco el calor. Está claro que no puedo quejarme.


Vivo en una casa espaciosa y confortable.
Mi habitación es amplia y bien equipada. Dispongo de agua, luz, internet y otras comodidades. Todos los días puedo hacer tres comidas sin problemas. El frigorífico está al alcance de la mano con alimentos a cualquier hora. Tengo más ropa de invierno y de verano de la que realmente necesito. 

No tengo que irme a un remoto país africano. En mi misma calle veo todas las mañanas, a las 7,45, a dos personas (un hombre y una mujer) que pasan la noche en algunos espacios libres que hay junto a la acera. La mujer se guarece del frescor matutino con una manta; el hombre duerme entre cartones. Los dos son bastante jóvenes. A eso de las 9 ya han desaparecido. Está claro que no puedo quejarme.


He nacido en una familia en la que me siento muy querido. He podido conocer a mis abuelos e incluso a un bisabuelo. Mi anciana madre vive todavía. Tengo hermanos, sobrinos y muchos primos que siempre permanecen. La vida me ha regalado amigos en varios lugares del mundo. A algunos los he conocido hace poco tiempo, pero otros son compañeros de viaje desde hace 60 años. El tiempo no ha deteriorado la relación, sino que la ha ido madurando. Sé que, en caso de necesidad, puedo marcar su número telefónico y van a estar ahí, como yo estaría si ellos marcaran el mío. 

Pero conozco gente que está sola en la vida, que prácticamente no tiene a nadie en quien confiar. Hay familias que se han convertido en un infierno a causa de la droga, las herencias, los problemas entre los cónyuges o los desequilibrios psíquicos de algunos de sus miembros. Crecen los suicidios entre adolescentes y jóvenes. Sería un desagradecido si yo  maldijera la vida que me ha tocado. Está claro que no puedo quejarme.


Desde niño he sentido muy viva la presencia de Dios. No sé por qué. Recuerdo que, en las noches de verano, miraba al cielo y me preguntaba quién había hecho esa maravillosa bóveda llena de puntitos luminosos, quién había puesto en marcha todo lo que existe. He tenido la gracia de recibir la vocación misionera y sacerdotal, con la que me siento muy contento. Disfruto leyendo la Palabra de Dios y celebrando la Eucaristía, entrando en contacto con muchas comunidades cristianas de distintos lugares y compartiendo el camino con miles de claretianos. He podido leer a algunos de los más grandes teólogos de la historia de la Iglesia y conocer a personas que vivían con mucha pobreza material y que me han mostrado con sencillez y alegría el verdadero Evangelio. 

Pero sé que hay personas que, por diversas razones, no encuentran sentido a la vida, que todo lo ven oscuro o que reducen la existencia a trabajar, gozar y sufrir. No creen en Dios y tampoco lo buscan. Algunos sobrellevan esta carga con serenidad, pero otros se deprimen. Muchas veces me pregunto por qué unos creen y otros no. Creer en Dios me parece una luz en medio de la oscuridad, un vaso de agua fresca en el desierto, un abrazo en la soledad. Está claro que no puedo quejarme.

lunes, 26 de junio de 2023

Las dos comidas


Ha amanecido un lunes radiante. Escribo la entrada de hoy minutos antes de echarme de nuevo a la carretera para regresar a Madrid después de un domingo visontino. Rememoro lo vivido ayer en un paraje del pinar de mi pueblo, junto al río Revinuesa, conocido popularmente como Los columpiosLa parroquia de Nuestra Señora del Pino celebraba por primera vez el Día de la Parroquia. 

Los feligreses fueron convocados para participar en dos mesas: la de la Eucaristía (a las 12,30) y la de la caldereta popular (a las 14,30). El párroco, los miembros del consejo pastoral, los catequistas y otros voluntarios llevaban días preparándolo todo. Las piezas del puzle se fueron encajando. Por un día, la imponente iglesia gótico-renacentista del pueblo fue sustituida por el templo no menos imponente de la naturaleza, exuberante tras una primavera pasada por agua en las últimas semanas.


Bajo la sombra de los árboles se colgó una pancarta horizontal hecha por los niños de la catequesis que decía: “Somos una gran familia”. Enfrente pusimos el altar, la cruz, el ambón de la Palabra de Dios y una foto de la talla románica de la Virgen del Pino sobre un mantón de Manila color crema. 

La Eucaristía (la primera mesa) transcurrió en un ambiente festivo. Las personas se fueron colocando en los lugares de sombra. El Evangelio del día nos invitaba a no tener miedo y a ser testigos intrépidos de Jesús. En la homilía el párroco pidió a los diversos grupos que se presentaran. Cuanto más se conozcan, más fácil será hacer de la parroquia una verdadera familia. La excelente megafonía ayudó a que las palabras de todos fueran audibles y se armonizaran con el discreto canto de los pájaros silvestres.


La comida (la segunda mesa) fue preparada por un grupo de voluntarios entre los que había algunos concejales del ayuntamiento recientemente formado. Desde las 9 de la mañana andaban juntos pelando patatas, cortando tomates y poniendo todo a cocer. La estampa de un grupo plural que prepara de comer para todos es un símbolo muy potente de lo que se puede hacer cuando, más allá de nuestras ideas y prácticas, nos preocupamos por el bien común. Es como si se hubieran tomado en serio la invitación de Jesús dirigida a sus apóstoles: 
“Dadles vosotros de comer”. ¡Ojalá los políticos profesionales fueran capaces de hacer un diálogo de manteles que luego se tradujera en propuestas compartidas para mejorar la vida de la gente! 

No faltaron quienes, prestando sus vehículos, iban transportando todo lo necesario desde el viejo seminario (base de operaciones) hasta el pinar. La cadena funcionó a la perfección. A la segunda comida se unieron personas que no habían participado en la primera. El pinar se convirtió en un comedor ecológico abierto a todo el mundo, sin excluir a nadie. Muchas personas estuvieron más de ocho horas (una entera jornada laboral) bajo la sombra de un pino, de un chopo de o un álamo departiendo con otros, compartiendo los alimentos y, en definitiva, haciendo familia.


Es difícil hacer una comunidad cristiana cuando no hay una base humana de relaciones cordiales. Todo lo que ayude a tomar conciencia de que formamos un cuerpo, a celebrar la fraternidad, redundará en una comunidad más viva, adorante y solidaria a un tiempo. Naturalmente, estas iniciativas solo son posibles cuando, desde el párroco hasta quienes tienen alguna responsabilidad en la vida de la parroquia, deciden tomarse en serio la invitación a ser una Iglesia “en salida”, a ir un poco más allá de lo que siempre se ha hecho, a imaginar nuevas formas de vivir y celebrar la fe. 

No hay signo más evangelizador que una comunidad vibrante en la que sus miembros se quieren y salen al encuentro de quienes necesitan ayuda. Disfruté mucho participando en una iniciativa que casi coincide con el 41 aniversario de mi ordenación sacerdotal. Fue precisamente en esta parroquia de Nuestra Señora del Pino donde celebré mi primera Eucaristía solemne. Aunque llevo muchos años fuera, siempre me he sentido vinculado a la parroquia en la que fui bautizado y recibí mi primera comunión. En cierto sentido, sigue siendo “mi” parroquia. ¡Enhorabuena por la iniciativa!



domingo, 25 de junio de 2023

Testigos intrépidos


Tener miedo es algo humano. Tememos, sobre todo, lo que no podemos controlar. La enfermedad, el sufrimiento y la muerte siguen encogiéndonos el alma. Pero hay además otros temores que están muy ligados a la situación actual. Nos da miedo el futuro incierto del planeta, las consecuencias de la guerra de Ucrania, el totalitarismo digital que puede traernos la IA, una hecatombe nuclear, una nueva pandemia más devastadora que la producida por el coronavirus… y otros miedos más locales y personales como la pérdida del puesto de trabajo, una crisis afectiva o el encarecimiento de los precios. 

Los miedos, además de robarnos la serenidad y la alegría de vivir, nos vuelven recelosos. Estamos como a la defensiva. Todo y todos son posibles enemigos. Quizás sea esta la causa principal de ese continuo estrés que caracteriza la vida moderna. Nacidos para sospechar. Nacidos para defendernos. Sabemos, sin embargo, que no es posible vivir sin confianza. Si algo supone la fe es precisamente una confianza radical en Dios que nunca nos deja de su mano.


En este contexto, cobra mucha fuerza la invitación de Jesús a no tener miedo que aparece en el evangelio de este XII Domingo de Tiempo Ordinario. En realidad, se trata de una triple invitación. La primera tiene que ver con el ocultamiento de la luz: “No tengáis miedo a los hombres”. La segunda tiene que ver con la persecución: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Finalmente, la tercera tiene que ver con la indefensión: “No tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones”. Con el profeta Jeremías, todos podemos confesar: “El Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo” (Jr 20,11). 

La invitación de Jesús a no tener miedo tiene un fundamento sólido. Dios hará que todo lo escondido vea la luz, que ningún ataque pueda destruir la identidad de las personas (su alma), que ningún ser humano sea descartado o quede sin protección. No se trata de consejos piadosos para hacer más soportable este momento difícil, sino de la Palabra de Dios, que siempre es eficaz, aunque a menudo de forma diferente a como nosotros imaginamos. Por eso, necesitamos acogerla con un corazón humilde.


Cuando superamos los miedos que nos atenazan, entonces nos convertimos en testigos de Jesús, nos ponemos de su parte ante los hombres. Una de las razones de nuestra falta de intrepidez evangelizadora es el miedo paralizante. Tenemos miedo a una opinión pública muy crítica con la Iglesia, a no estar a la altura de las exigencias de un mundo científico y técnico, a no saber cómo manejar los escándalos que nos quitan credibilidad, a no encontrar las palabras justas para hacer que el Evangelio suene como “buena noticia”, a ser ridiculizados por seguir perteneciendo a una comunidad que muchos tildan de anacrónica, etc. La lista de miedos es interminable. La misión no avanza con miedo. 

Solo compartimos “lo que hemos visto y oído” cuando dejamos que Jesús restaure nuestra confianza. Como nos recuerda Pablo en la carta a los romanos que hoy leemos en la segunda lectura: “No hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud” (Rm 5,14-15). Por muchos que sean los miedos, más fuerte es la gracia. Esta es la verdadera razón para no dejarnos intimidar, para convertirnos en “testigos intrépidos” de Jesús y su Evangelio. Feliz domingo.

sábado, 24 de junio de 2023

Colaboradores de Dios


Ya han llegado los calores del verano, aunque todavía son soportables. ¡Ojalá todos los años el mes de junio fuera tan benigno como lo está siendo este! La pasada noche volvieron los rituales de la noche de san Juan: hogueras, cantos, etc. Vuelven las celebraciones interrumpidas por la pandemia. La plenitud de luz y calor parece que trae un suplemento de vida. 

Dentro de unas horas se celebrará una solemne Eucaristía presidida por el cardenal Carlos Osoro Sierra en la catedral de La Almudena para dar gracias a Dios por sus casi  nueve años de ministerio episcopal en la archidiócesis de Madrid. Ha sido un “colaborador de Dios” en el pastoreo de esta compleja Iglesia particular. 

Ayer por la mañana estuve entrevistando para la revista Vida Religiosa a Santos Blanco, el director de la película Libres, que, por cierto, ocupa el duodécimo puesto (por recaudación y número de espectadores) entre las 300 películas que se han exhibido este año en España. A medida que pasa el tiempo, siente que él no ha hecho más que poner las cámaras para que Dios mismo fuera contando su historia a través del testimonio de algunos monjes y monjas. Se siente un simple colaborador. Y de “colaboradores” va también la fiesta de hoy, en el comienzo del verano.


En la liturgia cristiana, solo de Jesús (25 de diciembre), María (8 de septiembre) y Juan Bautista (24 de junio) celebramos la natividad. Si algo se puede decir de este niño, nacido cuando sus padres son ya mayores, es que está llamado a ser un “colaborador” en la misión de Dios y un preparador de la misión de Jesús. En el Evangelio de hoy se narra que los vecinos de Zacarías e Isabel se preguntaban asombrados: “¿Qué va a ser este niño?”. En realidad, su misión estaba ya contenida en su nombre. Juan significa “Dios es compasivo/misericordioso”. A pesar de los tonos algo sombríos con los que a veces se presenta a Juan el Bautista, él fue un “colaborador” de la misericordia de Dios. Por eso, Jesús dirá que “no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista” (Mt 11,11).


Todos nosotros somos “colaboradores de Dios”.
Así es como presenta Pablo a los evangelizadores escribiendo a la comunidad de Corinto: “Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificio de Dios” (1 Cor 3,9). Ese contraste entre “nosotros/colaboradores” y “vosotros/campo de Dios/edificio de Dios” se entiende mejor a la luz del versículo anterior (“ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer”) y del posterior (“conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el edificio”). En ambos casos se quiere subrayar que quien verdaderamente nos hace crecer en la fe, el amor y la esperanza es Dios. Los demás somos todos colaboradores suyos. 

Si tuviéramos claro esta perspectiva -que hoy podríamos llamar “joánica”- evitaríamos muchos protagonismos que obstaculizan la misión. Nos sentiríamos humildes siervos en la viña del Señor, procuraríamos no estorbar su obra misteriosa en el corazón de las personas, colaboraríamos también con otros sin envidias y, sobre todo, agradeceríamos más los dones que Dios nos concede. En otras palabras, también nosotros añadiríamos a nuestro nombre del de Juan para hacer ver que “Dios es misericordia”. Y en el momento oportuno nos retiraríamos para que la misión siga adelante.  


viernes, 23 de junio de 2023

Vacar, trabajar, amar


Hoy es el primer día sin clase para los alumnos del colegio al que voy todas las mañanas. Me imagino que también para el resto de los colegios de Madrid y quizá del resto de España. Comienzan las deseadas vacaciones de verano; o sea, según la RAE, el “descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios”. Ha llegado el tiempo de “vacar”, verbo que significa “cesar por algún tiempo en sus habituales negocios, estudios o trabajo”. Los estudiantes (que no los profesores) vacan hasta los primeros días de septiembre, unos dos meses y medio de cese y descanso. 

Aún recuerdo la expectación con la que aguardaba estas fechas de finales de junio cuando era niño, adolescente y joven. El fin del curso académico significaba el paso a un largo, interminable, período en el que el verbo “estudiar” era sustituido por el verbo “vacar”. Algunos de los recuerdos mejores están ligados a ese período de las vacaciones estivales. El tiempo del curso estaba reglado. Uno tenía que hacer lo que le obligaban a hacer. No había mucho espacio para dar rienda suelta a los propios planes y deseos. Es verdad que en algunos casos rondaba el demonio del aburrimiento, pero siempre dominaba el ángel de la diversión y la creatividad.


También hoy hacemos de las vacaciones una especie de cielo en la tierra porque, en vez de disfrutar del trabajo, lo entendemos como una condena. Por eso, deseamos que llegue el fin de semana y odiamos los lunes. Nos gustan los puentes largos. Y ponemos muchas expectativas en las vacaciones, tanto de verano como de invierno. Nos da la impresión de que la desconexión del trabajo va a proporcionarnos una plenitud que no encontramos en otra parte. Es un engaño. A menudo regresamos a la vida cotidiana más hastiados. Muchos necesitan descansar del desgaste y la tensión de las vacaciones. 

En realidad, solo disfruta del verbo “vacar” quien ha conjugado a fondo el verbo “trabajar”. Son verbos correlativos. Quien no ha aprendido a hacer su trabajo con responsabilidad, incluso a disfrutar con él, difícilmente va a apreciar el valor de las vacaciones. Y, en cualquier caso, ambas actividades son penúltimas y relativas. No conviene depositar en ellas una confianza excesiva porque dan lo que pueden dar, ni más ni menos. Para muchas personas el trabajo es una huida de su soledad radical o de sus problemas afectivos. Para otras, las vacaciones son una huida hacia adelante que acaba dejando un regusto amargo.


Trabajar y vacar son verbos muy humanos, ambos necesarios, pero no son los más determinantes en la vida. Ambos adquieren significado cuando se sitúan a la sombra del verbo más radical y necesario: amar. Solo el amor puede dar sentido a la vida. Hasta ahora, este era una especie de axioma compartido por religiones, espiritualidades y antropologías abiertas. Hoy, enfermos de nihilismo, algunos comienzan a decir que el amor está “sobrevalorado”, que hemos hecho de él una especie de mito inalcanzable. Pensar que vamos a ser amados y que vamos a poder amar es un camino directo a la frustración porque ambos deseos no acaban nunca de hacerse realidad. Es mejor ajustarse a deseos romos, compatibles con nuestra fragilidad. 

Por esta razón, el verbo “amar” (en su forma pasiva y activa) necesita ser redimido antes de que se vuelva odioso a fuer de ser malinterpretado. Es un verbo que solo adquiere su verdadero significado cuando se lo conecta con la experiencia de Dios. La razón es sencilla: Dios es amor. Solo quien ama conoce a Dios. Solo quien conoce a Dios puede amar. Sin este horizonte, tanto el trabajar como el vacar nos dejan el alma en vilo.



jueves, 22 de junio de 2023

Contrastes que hacen llorar


Hoy muchos periódicos hablan con profusión de las tareas de rescate del sumergible Titán. En el momento de escribir esta entrada quedan pocas horas para que se le acabe el oxígeno. En ese pequeño submarino viajan cinco millonarios (Tockton Rush, Hamish Harding, Paul-Henri Nargeolet, Shahzada Daowood y Suleman Dawood) que han pagado unos 230.000 euros por descender hasta el lugar donde se encuentran los restos del Titanic. Sabían que la aventura era peligrosa, pero ellos asumieron los riesgos. El famoso trasatlántico hundido sigue siendo un poderoso imán para muchos. 

Ante la pérdida de contacto con el sumergible, se ha desplegado una costosísima operación de rescate que ojalá consiga devolver a la superficie a estos cinco temerarios aventureros. Parece que las autoridades no están reparando en gastos para encontrarlos con vida. Hay en la zona barcos y helicópteros dotados con grandes medios tecnológicos. 


La noticia de este despliegue mayúsculo contrasta con la poca atención que recibieron los 400 inmigrantes cuya embarcación se hundió hace una semana a 87 kilómetros de la costa griega. Las víctimas y desaparecidos se cuentan por centenas. Cinco personas ricas están recibiendo una cobertura extraordinaria mientras 400 personas pobres son casi abandonadas a su suerte. Me parece una parábola de la dinámica que mueve nuestro mundo a todos los niveles. El refranero popular ha acuñado sentencias que la resumen muy bien: “Quien tiene padrino se bautiza”. 

En la vida cotidiana los contactos y las influencias son decisivos. Quienes están conectados con personas influyentes (tanto en el campo de la economía, como de la política, de los medios de comunicación o incluso de la Iglesia) tienen más probabilidades de lograr sus objetivos que quienes no saben dónde caerse muertos. Los privilegios están a la orden del día. Casi todos los buscamos de una manera u otra. Nos escandalizamos cuando son otros quienes se aprovechan, pero nos parece normal si se trata de algo que nos afecta a nosotros. Me temo que, mientras el mundo exista, siempre será así.


¿Cómo lograr que la fe cristiana, que considera a todos los hombres y mujeres como hermanos y hermanas, venza los privilegios de clase y se preocupe por todos y cada uno de los seres humanos por el mero hecho de serlo, no por la cuna en la que han nacido o por el montante de su cuenta bancaria? Nunca vamos a lograr en esta vida la equidad perfecta, pero, por lo menos, sabemos muy bien en qué dirección debemos caminar y dónde concentrar nuestros esfuerzos. Todos los seres humanos son dignos de consideración, pero es claro que en la escala de Jesús los menesterosos, los que no tienen abogado defensor, son sus preferidos. Y así tendría que ser también para quienes nos gloriamos de ser sus seguidores. 

Aunque hemos avanzado mucho en los derechos sociales, en este punto el Evangelio está casi por estrenar. Hay contrastes tan fuertes e indignantes que nos hacen llorar, pero no es suficiente el lamento. Necesitamos ayudarnos unos a otros a crear la conciencia de que no podemos medir a los seres humanos en razón de su raza o clase social, sino de su verdadera necesidad. Los primeros deben ser siempre los más indefensos.

martes, 20 de junio de 2023

Pasaba por allí


Eran las 7,30 de la tarde. El calor pegajoso anunciaba una tormenta más de las varias que están sacudiendo Madrid estos días. Después de una jornada llena de encuentros y ocupaciones, salí a dar una vuelta. Pasando delante de una iglesia, sentí la llamada a entrar. Para mi sorpresa, estaba expuesto el Santísimo Sacramento. Había unas veinte personas orando, casi todas de edad avanzada. Vi también a algún joven. Me hinqué de rodillas en uno de los bancos de la última fila. Me gusta esta postura. Y contemplé sin pensar en nada.

Como una cascada imparable, me vinieron a la cabeza muchos de los rostros y preocupaciones de las últimas semanas. Me entraron ganas de decirle a Jesús: “Carga tú con todo esto, yo no puedo más”. Ni siquiera le conté las historias que él ya conoce. Me limité a estar en silencio, convencido de que no había nada mejor que hacer en ese momento. Estuve poco tiempo, no más de veinte minutos. Salí, experimenté la bofetada de calor que desprendía el asfalto y volví a casa. Noté dentro una mayor serenidad.


Mientras caminaba por una de las calles que conduce a la mía, fui recordando la entrevista que la cadena SER le hizo al arzobispo electo de Madrid, monseñor José Cobo Cano, y que había visto, con cuatro días de retraso, un par de horas antes de mi paseo vespertino. Me envió el enlace un periodista amigo mío. En un momento dado, Aimar Bretos, el director del programa Hora 25, dice algo parecido a esto: “Si en este momento nos están escuchando algunos de los oyentes habituales de la SER pensarán que se han equivocado de cadena y que están oyendo Radio María”. El tono del entrevistador me pareció sereno y hasta cordial, aunque en más de una ocasión se le veía como obligado a ser el portavoz de una cadena que no se caracteriza precisamente por su simpatía a la Iglesia.

Monseñor Cobo en ningún momento perdió la compostura. Respondió con sagacidad, sencillez y convicción. No comerció con la visión cristiana de la vida para granjearse la simpatía del entrevistador o de los oyentes. Supo combinar firmeza y flexibilidad. Lo que me resultó desconcertante fue el tono de la mayoría de los comentarios escritos en el canal de YouTube de la SER. Espigo algunos: “Sólo falta que pongan el rosario del padre Peyton”, “Los grandes manipuladores de la historia venidos a menos, gracias a los medios de comunicación y las multinacionales”, “Esto es para mear y no soltar gota”. 

También había comentarios de otro tono: “Este hombre tiene un lenguaje distinto a lo que estamos acostumbrados a oír a obispos, curas y demás …, ojalá sus obras acompañen a sus palabras”, “Pues a mí me encanta tener a D. José Cobo, como arzobispo de Madrid y me encanta, también todas las cosas que dice en esta entrevista (estupenda, por cierto) porque se deduce, con mucho, su Amor por Jesucristo, el Evangelio y por los más débiles”.


¿Qué debemos hacer para saldar el abismo que todavía existe entre quienes no creen en Dios y quienes decimos creer? ¿Por qué en algunos sectores de la sociedad la Iglesia y el Evangelio suscitan tanta inquina? ¿Será verdad eso de las dos Españas? ¿Por qué se repiten tantos tópicos negativos y se cierra los ojos a los signos de compasión que también abundan? No bastan las palabras certeras. Ni siquiera las obras convencen. Solo llega al corazón de los seres humanos el Espíritu de Dios. Cada vez me convenzo más de que esta evangelización invisible no siempre pasa por nuestras opciones pastorales, más o menos atrevidas o acertadas. 

Por eso, me he vuelto un enamorado de la adoración, porque cuando adoramos de rodillas renunciamos a nuestro protagonismo, dejamos que Él tome la iniciativa, reconocemos su poder salvador. Más de uno me diría que me he vuelto un espiritualista desencarnado de la realidad cotidiana, pero creo que no van por ahí los tiros. Se trata de algo más sutil, que desmonta nuestra manera demasiado “productiva” de entender la fe. Creemos en un Dios encarnado -¡faltaría más!-, pero es necesario dejarle que actúe a su manera, no según las nuestras. La adoración nos ayuda mucho a purificar las actitudes y motivaciones. Por eso, es imprescindible si queremos de verdad una “nueva” evangelización.

lunes, 19 de junio de 2023

Hoy va de líderes


Varias tormentas de verano están descargando algo de agua sobre Madrid. A diferencia del tórrido mes de junio del año pasado, este año las temperaturas se están conteniendo y las lluvias nos visitan casi cada día. Nos hace bien que el termómetro no se dispare para no aumentar todavía más los grados de la meteorología social. Falta poco más de un mes para las elecciones generales que se tendrán en España. En las próximas semanas se multiplicarán los mensajes de todo signo mientras la mayoría de las personas seguiremos con nuestro trabajo y, a lo más, soñaremos con las próximas vacaciones. ¿Será posible pensar en grandes acuerdos de estado que beneficien a los ciudadanos o seguirá primando la lógica partidista “por el bien de los ciudadanos”? 

Si de verdad los políticos buscaran el bien de la gente -y no solo la consecución de sus intereses de parte o la imposición de sus ideologías- se pondrían de acuerdo para abordar problemas de primer nivel, como el desempleo, la realidad de las personas sin techo, la atención a la sanidad, la acogida ordenada de los inmigrantes, la reforma del sistema de pensiones… y otros muchos asuntos que son de “lesa humanidad”. Sin acuerdos generales es muy difícil abordarlos en su raíz y resolverlos de una manera razonable. Esto solo es posible con políticos de gran altura moral, suficiente competencia técnica y un estilo dialogante. Tal vez soy pesimista, pero veo a pocos con estas cualidades.


Siempre me ha impresionado una frase de Warren Buffet que, aunque nacida en el ámbito de la empresa, puede aplicarse perfectamente a la política: “Cuando contrato gente, busco tres cualidades: Integridad, Inteligencia e Interés [las tres famosas I]. Si no tienen la primera, las otras dos te matarán”. No hay nada más peligroso que un político inteligente y con gran interés, pero sin integridad moral. Lo ideal es que se den las tres cualidades en una proporción equilibrada. Un líder ético une a las personas inspirando a todas en torno a un proyecto común. Sabe lo que puede hacer (competencia) y quiere lo que debe hacer (excelencia). Un líder tóxico, por el contrario, divide a los miembros de su organización manipulándolos en busca de su interés personal. Sabe lo que puede hacer (competencia), pero quiere lo que no debe hacer (mezquindad). 

Ha habido épocas de la historia en las que hemos tenido excelentes líderes éticos. Estoy pensando en quienes pusieron los fundamentos de la actual Unión Europea: Robert Schuman, Alcide De Gasperi, Konrad Adenauer, Jean Monnet, etc. Cuando soñaron una Europa unida, el continente estaba saliendo de la Segunda Guerra Mundial. La situación moral y económica era desastrosa. Se atrevieron a no pensar solo en sus países, sino en una salida conjunta de la crisis que asegurara la paz para el futuro.


Las comunidades cristianas y los centros formativos de la Iglesia tendrían que ser canteras de “líderes éticos”,
tanto para el campo de la política, como para el de las empresas, la universidad, los medios de comunicación social, etc. Por desgracia, no siempre es así. Lo que muchos estudiantes buscan, ante todo, es el sueldo abultado, el prestigio social y la vida confortable. Por ese camino no llegamos muy lejos. Aunque uno logre “triunfar” en la vida y se asegure un estilo acomodado, si la sociedad en la que vive no progresa, si los que tienen más problemas no encuentran un lugar digno, el triunfo individual sirve de muy poco. Nunca habrá paz social y verdadero progreso sin justicia y equidad. 

Echo de menos una generación de líderes cristianos (incluidos los obispos) que se tomen en serio esta transformación y que, con su testimonio y su esfuerzo, regeneren el tejido social. No habrá futuro sin una revolución ética y espiritual. Los grandes avances científicos y tecnológicos se pueden volver contra nosotros (de hecho, ya lo están haciendo en parte) si no se enmarcan en una visión humanista de la vida. La fe cristiana tiene mucho que aprender, pero también que aportar en este diálogo social. Los cristianos creemos que Cristo ha llevado la humanidad a su plenitud. Por eso, siguiéndolo a él, aprendemos a ser hombres y mujeres a cabalidad.

domingo, 18 de junio de 2023

Expertos en ovejas descarriadas


El evangelio de este XI Domingo del Tiempo Ordinario presenta la imagen de un Jesús muy compasivo: “Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9,36). Como él solo no puede pastorearlas, pide a los suyos que rueguen al Padre para que envíe más obreros a su mies. Por su parte, él escoge a doce colaboradores (cuyos nombres son consignados uno por uno) y los envía con instrucciones muy concretas: “Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10,8). 

Me llama la atención esta especial solicitud de Jesús por las ovejas que no tienen pastor y por las descarriadas. ¿También hoy estamos extenuados y abandonados y caminamos como “ovejas que no tienen pastor”? ¿También hoy somos “ovejas descarriadas” que necesitan saber que el reino de los cielos está cerca?


No me gusta mirar al mundo con ojos catastrofistas, aunque reconozco que hay muchos indicadores que invitan a ello. Estoy convencido de que el Espíritu de Dios está actuando en los seres humanos. Por eso, a pesar de tantas contradicciones y descarríos, seguimos adelante. Esta convicción no me impide ser sensible a la realidad de muchas personas que están extenuadas y cansadas. Veo a jóvenes que no esperan gran cosa del futuro y que se pasan las horas muertas pegados a una pantalla de móvil o de ordenador, navegando por un mundo virtual que les resulta más atractivo que el mundo gris y competitivo que ven a su alrededor. Veo a adultos que repiten la secuencia trabajo-descanso-trabajo sin encontrarle mucho sentido, por pura necesidad, que añoran el fin de semana y las vacaciones, y que, en medio de todo, no acaban de encontrar una satisfacción profunda. 

Veo también a algunos religiosos y sacerdotes que se encuentran desfondados, como si la realidad los aplastase, sin ganas de “curar enfermos y echar demonios”, porque ellos mismos se sienten enfermos y prisioneros de una especie de estrés diabólico insuperable. Veo a ancianos que se preguntan si ha merecido la pena vivir como han vivido cuando hoy se han derrumbado sus viejas convicciones y parece que los jóvenes están a años luz de lo que para ellos fue determinante.


La actitud de Jesús ante un panorama así no es el reproche (aun cuando tendría muchos motivos para tirarnos de las orejas), sino la compasión. Solo quien se siente acogido y perdonado puede enderezar el rumbo de su vida. De nada sirve que yo me queje de que los jóvenes no valoran el matrimonio, por ejemplo, si no hago nada por hacerles ver la “novedad” que supone que un hombre y una mujer se comprometan a vivir un proyecto de amor personal, fecundo y fiel que es, en sí mismo, un reflejo de la realidad de Dios. 

Tampoco sirve de mucho quejarnos de que las iglesias se vacían, de que los institutos religiosos no paran de cerrar casas y obras, si no somos capaces de hacer ver que la Eucaristía es el alimento del camino, que no hay comunidad sin celebración y que la vida consagrada es una forma de vida que nos ayuda mantener la frescura del evangelio. 

En el caso de Jesús, la compasión va acompañada por la elección de colaboradores y por el envío misionero. No se reduce a un mero sentimiento. Lo mismo tendría que suceder hoy. ¿A quiénes convoca Jesús para acompañarlo en su misión? ¿Cuántos se sienten interpelados? ¿Estamos curando las enfermedades modernas y expulsando los demonios que nos paralizan? ¿Cómo damos gratis lo que hemos recibido gratis? Todos estamos llamados a ser “expertos en ovejas descarriadas” porque nosotros mismos hemos experimentado lo que significa andar por un camino errado y sentirnos acogidos y guiados por Jesús.

sábado, 17 de junio de 2023

María y Madrid empiezan por M

Santuario del Inmaculado Corazón de María en Madrid
En el corazón de junio, tras la celebración ayer de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, hoy celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de María. Estamos rodeados de corazones en un mundo al que con frecuencia le falta corazón. Para los claretianos, hoy es nuestra fiesta grande. Nos llamamos Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, aunque hoy se nos conoce, sobre todo, como claretianos, en referencia a nuestro fundador, san Antonio María Claret. Celebrar la fiesta de la madre, patrona, fundadora, formadora y animadora es comprender un poco mejor quiénes somos y para qué fuimos fundados en la Iglesia. 

Cuando desconocemos nuestros orígenes, perdemos nuestra identidad. La sal que se vuelve sosa o la luz que se esconde debajo del celemín, ya no sirven para nada. Por es es bueno festejar lo que somos. La fiesta es una suspensión de la actividad productiva, nos introduce en otra forma de vivir. Por desgracia, en este mundo nuestro a menudo la fiesta se sustituye con el entretenimiento o, en el peor de los casos, con el hastío. Las personas y pueblos que todavía son capaces de celebrar juntos saben quiénes son y cuál es su misión en la vida. La fe es una fiesta porque no “produce” nada, pero es fuente radical de sentido.

Gobierno del instituto secular Filiación Cordimariana
Pasadas las 9,30 de la mañana, me puse en camino hacia una de las casas que el instituto secular Filiación Cordimariana tiene en Madrid. Con un grupo de una treintena de consagradas reflexioné sobre “el otro lado” de María, una nueva manera de acercarnos a tres relatos evangélicos en los que María aparece en primer plano: la anunciación, la visitación y la crucifixión de Jesús. Es interesante comprobar que, a veces, pequeños detalles que parecen simplemente redaccionales, contienen perlas de gran valor. 

Esta tarde volveré al mismo lugar para compartir con ellas y algunos de sus amigos la Eucaristía de la fiesta. Combino estos momentos con los vividos con mi propia comunidad. Hace años se celebraba la fiesta como Familia Claretiana en el santuario del Corazón de María de Madrid. Después se fue perdiendo la tradición, aunque aún se conserva muy viva en Roma y en otros lugares. La pandemia remató la dispersión. Estoy seguro de que llegarán nuevos tiempos de colaboración y celebración conjunta. La cultura “inter” se abre paso en momentos de escasez, pero hay que empujarla un poco. 

Ayuntamiento de Madrid
Hoy hace mucho calor en Madrid. Nos aproximaremos a los 35 grados. Es el día reservado para la constitución de las nuevas corporaciones municipales en España. He visto unos minutos la retransmisión de lo sucedido en el ayuntamiento de Madrid. El clima ha sido sereno, institucional, lleno de buenos augurios y de ofrecimientos de colaboración entre los diversos grupos del consistorio. Esperemos que este espíritu se mantenga a lo largo del cuatrienio para bien de los más de 3.300.000 madrileños que vivimos en esta urbe. Con todos sus problemas, me parece una ciudad abierta, innovadora y estimulante. 

El contraste con la dejadez de Roma (ciudad en la que he vivido 20 años) es evidente, aunque no pueda competir con la capital italiana en legado histórico y patrimonio monumental. Cada día descubro en esta ciudad algo nuevo que atrae mi curiosidad. Lo malo es que el verano es la peor estación para recorrerla, a menos que se haga durante las primeras horas de la mañana o las últimas de la tarde. En cualquier caso, con calor o con frío, con lluvia o con sol, Madrid es una ciudad en continua evolución, en la que cualquier persona, venga de donde venga, se siente en su casa desde el primer momento, aunque esto, por desgracia, no es tan fácil para muchos inmigrantes que no tienen trabajo o malviven con ocupaciones precarias. Esta debería ser una de las prioridades del nuevo ayuntamiento.

Feliz fiesta del Inmaculado Corazón de María 
a todos los lectores de este Rincón. 

viernes, 16 de junio de 2023

En Vos confío


En estos últimos días temo abrir el correo electrónico o recibir una llamada telefónica. Varias personas muy queridas están compartiendo conmigo situaciones de dolor y, en algún caso, de angustia. La enfermedad, sobre todo el cáncer, está atacando a familiares cercanos. ¿Qué se puede decir en estos casos? ¿Cómo se mantiene la fe cuando parece que Dios no escucha nuestras oraciones? Más allá de las enfermedades físicas (que nunca son puramente físicas), hay muchas personas que están viviendo estos tiempos con ansiedad. 

Tienen trabajos precarios (o no los tienen en absoluto), se ven desbordadas por sus responsabilidades, viven climas familiares tóxicos, tienen la impresión de que no les da la vida para hacer frente a los muchos requerimientos que les llegan. No es fácil vivir bajo presión un día tras otro. A veces, ingenuamente, se cree que un fin de semana puede aliviar el peso, pero el lunes devuelve los problemas corregidos y aumentados. Por no haber, no hay tiempo ni ganas para un momento de oración sosegada en la que sea posible “ajustar las coordenadas” de una vida que parece abocada al precipicio.


Muchas de estas situaciones conocidas me han venido a la memoria hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. En el evangelio del día, Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28-30). He comentado estas palabras varias veces en este Rincón. Hoy quisiera prestar atención a los verbos que tienen que ver con Jesús (aliviar y ser) y con nosotros (venir, estar, cargar, aprender, encontrar). Jesús es, ante todo, manso y humilde. Su corazón no es de piedra, sino de carne compasiva. Por eso, puede aliviar nuestros cansancios y agobios. 

¿Qué se nos pide a nosotros? Se nos pide que vayamos a él, que no tengamos miedo de acercarnos y pedir su ayuda. Se nos pide también que carguemos con su yugo; es decir, que compartamos su suerte. Uncidos a su lado, el peso se hace más liviano. Además, como por contagio, aprendemos a ser como él; es decir, mansos y humildes. Su presencia cercana nos cura de la agresividad y del orgullo que, a menudo, están en el origen de nuestros sufrimientos y del que infligimos a los demás. El fruto de este proceso es el verbo encontrar. En Jesús encontramos nuestro verdadero descanso.


No se me ocurre una manera más radical y eficaz de afrontar las preocupaciones que nos impiden vivir con sosiego. Me imagino a mí mismo caminando junto a Jesús, codo con codo, los dos uncidos al yugo pesado de la vida. Dividir el peso entre los dos lo hace más liviano. Pero no solo eso. Sentir su respiración al lado, acompasar el paso a su ritmo tranquilo, hace que uno se vaya serenando sin saber cómo. El secreto está en la cercanía a Jesús. Si queremos resolver todo en solitario, pronto nos sentiremos agobiados. Me vienen ahora otras palabras de Jesús transmitidas por el evangelio de Juan: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). 

A quienes me han llamado o escrito estos días para contarme situaciones de sufrimiento y pedir mi oración, los invito a acercarse a Jesús con confianza, a abrirse a su Corazón manso y humilde, a depositar en él todas sus cuitas, a aprender junto a él el arte de la paciencia y la confianza. Dios sabe lo que es mejor para nosotros y para las personas a las que queremos. Cuando tomamos conciencia de esto, encontramos el descanso que ningún fin de semana en una casa rural o ningún psicofármaco de moda nos puede dar. Sirviéndome de la jaculatoria tradicional, también yo me siento impulsado a decir hoy: “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”.



jueves, 15 de junio de 2023

Era un hombre


No es normal, ni siquiera litúrgicamente admisible, que los participantes en una misa estallen en aplausos después de la homilía de quien preside la celebración. Pues bien, eso es lo que sucedió ayer. Y no en una pequeña iglesia de un pueblo apartado, o en una celebración juvenil llena de entusiasmo, sino en la enorme catedral de Milán durante el funeral de Silvio Berlusconi. Tiene su explicación. Para Massimo Franco, editorialista del periódico Corriere della Sera, la homilía de monseñor Mario Delpini, arzobispo de Milán, fue simplemente un “retrato perfecto” del hombre Silvio. Por eso, los fieles la aplaudieron.

Lo dijo ayer de manera más completa: “Palabras sencillas, sin concesiones a la retórica, pero muy eficaces. El arzobispo retrató muy bien a Berlusconi: hizo el retrato de una existencia plena, en la que se mezclaban varias identidades y fases, con algunos excesos -la alusión a las fiestas que Berlusconi amaba- y animada por una búsqueda profunda, un eterno deseo de felicidad (aunque consciente de lo efímera que es). La homilía impresionó a los participantes, y reveló a un arzobispo de gran calibre: capaz de decirlo todo en un tono sereno, sin falsificaciones ni hipocresías, y con un enorme espíritu de acogida. Tanto es así que los hijos de Berlusconi asintieron al escucharla”.


No es nada fácil pronunciar una homilía durante un funeral. Si el difunto es una persona desconocida, el celebrante puede perderse en referencias muy genéricas. Si, por el contrario, se trata de alguien muy querido, es fácil dejarse embargar por la emoción o deshacerse en elogios inoportunos. Pronunciar una homilía justa en el funeral de un hombre tan controvertido como Silvio Berlusconi suponía un desafío extraordinario. El arzobispo Delpini supo afrontarlo con mesura, sin abandonarse a panegíricos y sin erigirse en juez de un personaje criticado. Habló simplemente de un hombre que se enfrenta al misterio de Dios al final de una vida llena de contrastes. ¡Lástima que no hiciera ninguna referencia explícita -aunque quizás sí de manera implícita- a la Palabra de Dios que se había proclamado antes! Al fin y al cabo, la homilía es una aplicación de esa Palabra a la realidad de la comunidad que celebra. 

A pesar de esa objeción, creo que merece la pena conocer de primera mano lo que dijo el arzobispo. Me he permitido traducir su homilía a toda prisa del italiano al español con ayuda de un traductor automático para acelerar el proceso porque no dispongo de mucho tiempo. Creo que el texto merece una lectura meditativa. Comienza como los expertos en comunicación aconsejan comenzar los discursos: yendo al grano enseguida, sin largos e inútiles prolegómenos protocolarios o saludos infinitos, tan del gusto de algunas autoridades eclesiásticas y civiles. Quizá se pueden hacer al principio de la misa, pero no en la homilía, que tiene otra finalidad. 

Homilía de monseñor Mario Delpini, arzobispo de Milán,
en el funeral de Silvio Berlusconi
(Milán, 14 de junio de 2023)

1. Vivir

Vivir. Vivir y amar la vida. Vivir y desear una vida plena. Vivir y desear que la vida sea buena, bella para uno mismo y para los seres queridos. Vivir y entender la vida como una oportunidad para aprovechar los talentos recibidos. Vivir y aceptar los retos de la vida. Vivir y atravesar los momentos difíciles de la vida. Vivir y resistir sin dejarse abatir por las derrotas y creyendo que siempre hay esperanza de victoria, de redención, de vida. Vivir y desear una vida que no termine y tener coraje y confianza y creer que siempre hay una salida incluso del valle más oscuro. Vivir y no rehuir los desafíos, los contrastes, los insultos, las críticas, y seguir sonriendo, desafiando, contrastando, riéndose de los insultos. Vivir y sentir que las fuerzas se agotan, vivir y sufrir el declive y seguir sonriendo, intentando, ensayando una forma de volver a vivir. Esto es lo que se puede decir del hombre: un deseo de vida, que encuentra su juicio y su plenitud en Dios.

2. Amar y ser amado

Amar y desear ser amado. Buscar el amor, como una promesa de vida, como un asunto complicado, como una fidelidad hecha de componendas. Desear ser amado y temer que el amor sea sólo una concesión, una condescendencia, una pasión tempestuosa y precaria. Amar y desear ser amado para siempre y experimentar las decepciones del amor y esperar que pueda haber un camino hacia un amor más elevado, más fuerte, más grande. Amar y caminar por los senderos de la dedicación. Amar y esperar. Amar y confiar. Amar y entregarse. Esto es lo que se puede decir del hombre: un deseo de amor, que encuentra su juicio y su plenitud en Dios. 

3. Estar contento

Ser feliz y amar las fiestas. Disfrutar de las cosas buenas de la vida. Estar contento sin demasiadas preocupaciones. Estar contento con los amigos de toda la vida. Estar contento con las empresas que dan satisfacción. Estar contento y querer que los demás lo estén. Estar contento con uno mismo y sorprenderse de que los demás no lo estén. Contentarse con las cosas buenas, los buenos momentos, los aplausos de la gente, los elogios de los seguidores. Disfrutar de la compañía. Estar contento con las cosas más pequeñas que hacen sonreír, el gesto bonito, el resultado gratificante. Estar contento y experimentar esa alegría es precario. Estar contento y sentir que se arrastra una oscura amenaza que cubre de gris las cosas que le hacen a uno estar contento. Estar contento y sentirse perdido ante el agotamiento irremediable de la alegría. Esto es lo que puede decirse del hombre: un deseo de alegría, que encuentra su juicio y su plenitud en Dios.

4. Buscando al hombre

Cuando un hombre es empresario, intenta hacer negocios. Por lo tanto, tiene clientes y competidores. Tiene momentos de éxito y momentos de fracaso. Se aventura en empresas temerarias. Se fija en los números y no en los criterios. Tiene que hacer negocios. No puede confiar demasiado en los demás y sabe que los demás no confían demasiado en él. Es un hombre de negocios y debe hacer negocios. Cuando un hombre es político, intenta ganar. Tiene partidarios y adversarios. Hay quienes lo exaltan y quienes no lo soportan. Un político es siempre un hombre partidista. Cuando un hombre es un personaje, siempre está en escena. Tiene admiradores y detractores. Tiene quienes le aplauden y quienes le detestan. 

Silvio Berlusconi ha sido sin duda un político, ha sido sin duda un hombre de negocios, ha sido sin duda una figura en el candelero de la notoriedad. Pero en este momento de despedida y oración, ¿qué podemos decir de Silvio Berlusconi? Era un hombre: deseo de vida, deseo de amor, deseo de alegría. Y ahora celebramos el misterio de la plenitud. Esto es lo que puedo decir de Silvio Berlusconi. Es un hombre y ahora se encuentra con Dios.