viernes, 31 de marzo de 2023

Un día cualquiera


Termina el mes de marzo y, con él, casi el tiempo de Cuaresma. Dentro de unas horas me pondré de nuevo en camino. Voy a vivir la Semana Santa fuera de Madrid. Antes de salir hago memoria del día de ayer, un día cualquiera. Suena el despertador a las 6 de la mañana. Me aguarda el “bautismo” de la ducha matinal. Sí, un día más tomo conciencia de que soy hijo de Dios. El agua tibia es un buen recordatorio. En la capilla hago el oficio de lecturas y oro en silencio hasta que llegan mis hermanos para la oración de laudes. Por diversas razones, estamos bajo mínimos. Acabado el rezo comunitario, camino, calle Princesa abajo, hasta el colegio de las Concepcionistas. Presido la eucaristía a las 8. Hoy es el último día lectivo de este trimestre. 

Regreso a casa a pie. Observo a la gente que va al trabajo o al colegio. Hay movimiento. La ciudad se despereza. Desayuno mi cóctel de frutas con avena y un café doble. Subo a mi cuarto. Escribo la entrada del blog. El tema –“Llegar a fin de mes”– me viene sugerido, casi impuesto, por algunas conversaciones de los últimos días con personas que lo están pasando mal. Repaso la agenda del día antes de subir a mi despacho de Publicaciones Claretianas en la tercera planta. Charlo con Ruth, la responsable del departamento de edición, sobre varios asuntos relacionados con las próximas publicaciones. Respondo correos y organizo algunas tareas pendientes. A las 13,30 voy en metro al aeropuerto. Me encuentro con un amigo mexicano que viene desde Roma a España para colaborar en las tareas de Semana Santa. Antes de que tome su vuelo a Badajoz, disponemos de hora y media para almorzar juntos y terminar de perfilar un proyecto de publicación que recoge su experiencia como youtuber católico. Lo encuentro muy lúcido y animado.


A las 16,30 él entra en la zona de embarque y yo cojo el autobús 200 que me lleva desde el aeropuerto a la curia de los claretianos, enfrente de Torres Blancas. No me da tiempo a regresar a casa porque a las 5 tengo una videoconferencia con la junta directiva de los claretianos de América y necesito un sitio tranquilo para conectarme. Es breve. Un poco antes de las 6 me acerco en metro al hospital Gregorio Marañón. Me bajo en la estación de O'Donnell. Visito a un hermano de comunidad que lleva casi tres semanas internado. Saludo a unos familiares suyos y a una amiga que acaba de llegar de Italia. Antes de irme, les deseo a todos una feliz Pascua. Se me hace evidente que el triduo pascual ya ha comenzado en una habitación de la sexta planta. 

Vuelvo a casa en metro. Me hago muchas preguntas sobre el sentido de la enfermedad y la manera cruel como altera nuestras vidas. Tomo algo antes de ponerme a trabajar. Termino un artículo breve que me han pedido los responsables de la Pastoral Juvenil. Hago tres llamadas, repaso la prensa digital, escribo mi diario y me voy a vísperas con mi comunidad. En la cena comentamos las incidencias del día, incluyendo la enfermedad del Papa y el modo de comunicarla. Aún me quedan dos videoconferencias con personas amigas antes de retirarme a descansar. Estoy cansado, pero no tengo sueño. Creo que he abusado un poco del café a lo largo de la jornada. Es probable que pague las consecuencias. Consulto el móvil. Hago lo que todos los expertos aconsejan que no se debe hacer antes de dormir. Con todo, me duermo en paz.


¿Cómo encontramos a Dios un día cualquiera? La jornada de cada uno de nosotros está repleta de pequeñas cosas que parecen insignificantes. Sin embargo, en los pliegues de esas experiencias banales, Dios está revelando su rostro. Lo veo en el sol de primavera que se refleja en los cristales de las tiendas, en la gente que inunda el aeropuerto de Madrid-Barajas y que viene o se va aprovechando las vacaciones de Semana Santa. Se me hace patente en las conversaciones con mis amigos, mientras ponemos nombre a cosas que nos pasan. Lo reconozco en la tez amarilla del enfermo que afronta con enorme entereza su situación. Se me hace el encontradizo en el fraseo de los salmos que desgranamos comunitariamente por la mañana y por la tarde. 

Y también en las preguntas por la relación entre la física cuántica y su existencia, cuando una amiga insiste en que hablemos de un tema que en este momento no me dice gran cosa. Un día cualquiera, a caballo de experiencias normales, Dios se insinúa como fundamento de todo, como silencio amoroso, como pregunta abierta, como presencia ausente, como amor que se da sin pedir nada a cambio. Respiro. No hace falta sentir mariposas en el estómago para saber que él es más grande que nuestras miserias e incluso que nuestras impertinentes dudas. ¡Gracias, Señor!



jueves, 30 de marzo de 2023

Llegar a fin de mes


Muchas personas se disponen a pasar la Semana Santa fuera de sus lugares habituales de residencia. Uno de los temas de conversación es qué tiempo hará la próxima semana. ¿Será posible bañarse en las playas del Mediterráneo? ¿Seguirán abiertas algunas estaciones de esquí? ¿Cuál es el índice de ocupación de hoteles, paradores y casas rurales? Mientras muchos se hacen preguntas de este tipo, otro grupo mucho más numeroso batalla por llegar a fin de mes. Las preguntas no se refieren a cuánto cuesta una habitación doble en un hotel de cuatro estrellas o a si hay billetes disponibles en el AVE para viajar a Sevilla y ver las procesiones. Tienen que ver con cosas más básicas y necesarias: a cuánto ascenderá este mes la factura de la luz y el gas, si habrá gastos extra en la comunidad de vecinos o si se podrán afrontar los gastos de la primera comunión del niño sin tener que pedir un préstamo a los abuelos o al banco. 

En la gran mayoría de las familias jóvenes trabajan los dos cónyuges. Uno de los sueldos se les va casi íntegro en pagar la hipoteca de la vivienda. Con el otro hacen malabarismos para cubrir el resto de los gastos: alimentación, combustible, ropa y calzado, etc. Siempre hay gastos de última hora que desequilibran el presupuesto familiar. ¡Y eso que la educación y la sanidad son gratuitas! La inflación, por otra parte, está disminuyendo su capacidad adquisitiva. ¿Qué hacer?


En los últimos días he hablado con varias personas que están al borde de una crisis personal si es que no han entrado ya en ella a causa de esta situación insostenible. Tienen empleos muy precarios, gastan horas y humor en desplazarse de su domicilio al lugar de trabajo, sienten que no pueden dedicar a sus hijos el tiempo que se merecen, arrastran horas de insomnio, no saben cómo van a afrontar algunas deudas pendientes y, para colmo, no es raro que padezcan alguna enfermedad (incluyendo una suave depresión) o estén de baja laboral. ¿Qué tipo de sociedad hemos construido que puede gastar millones de euros en obras faraónicas o en armamento y no consigue garantizar un trabajo digno a sus ciudadanos

Aborrezco las planificaciones estatalistas (tenemos muchas pruebas de su ineficacia a largo plazo), pero algo tenemos que imaginar para no dejar todo a la autorregulación del mercado. La solución no consiste en regar de subvenciones a los que atraviesan por situaciones de precariedad (aunque no se excluye en momentos particulares), sino en concebir de verdad (no con la boca pequeña) una economía al servicio de las personas y no tanto del beneficio ilimitado. Aunque en desarrollo tecnológico hayamos dado pasos de gigantes en las últimas décadas, no estoy tan seguro de que hayamos avanzado mucho en el campo social. Hace 50 o 60 años, por ejemplo, muchos matrimonios pudieron adquirir sus viviendas en un plazo relativamente breve y a un precio razonable, a menudo solo con el sueldo del marido. Hoy esto resulta sencillamente imposible. La mayoría de las parejas jóvenes se hipotecan hasta la edad de la jubilación.


Cada vez que llegan los períodos vacacionales pienso en las familias que no pueden hacer planes porque el único plan es sobrevivir. ¿Con quién pasaría Jesús estos días? ¿Con quienes tienen de todo y sueñan con experiencias cada vez más sofisticadas? ¿O con quienes piden disponer al menos del pan de cada día? Comprendo que estas preguntas pueden sonar un poco demagógicas, pero me parece que expresan bien un hecho desnudo: no todos afrontamos la carrera de la vida en la misma línea de salida y con las mismas posibilidades. Por eso, es bueno que nos ayudemos unos a otros, pero no es suficiente. 

La alternativa cristiana consiste en ir avanzando hacia un modelo social en el que todos dispongamos de lo necesario para vivir con dignidad. Eso exige eliminar la pobreza severa y quizás también la riqueza escandalosa. Necesitamos científicos, economistas, políticos y agentes sociales que, desde una visión humanista de la vida, imaginen nuevas formas de justicia social. Para mí valen más las propuestas en esta línea que todos los avances en inteligencia artificial. Llegar a fin de mes con serenidad es una de esa metas alcanzables que nos libraría de una sobredosis inhumana de sufrimiento y pondría las bases para una sociedad más justa, libre y pacífica.



miércoles, 29 de marzo de 2023

Simplemente sublime


Ayer, un poco antes de las 19, 30, la gente se agolpaba a las puertas del Auditorio Nacional de Música en Madrid. Hacía una preciosa tarde de primavera. En los alrededores había varios vehículos de la policía. Enseguida se rumoreó que estaba a punto de llegar la reina madre Sofía. Un coche negro se estacionó delante de la puerta principal. De él descendió la reina acompañada por su hermana Irene. Los más cercanos prorrumpieron en aplausos. Yo me encontraba ya en el hall de entrada en compañía de un matrimonio amigo que me había invitado a la función. Enseguida entramos en la sala sinfónica con capacidad para 2.324 espectadores. Hacía más de 20 años que no volvía a este auditorio, inaugurado en 1988. Me impresionaron las cuatro enormes lámparas que penden sobre el escenario y el órgano de tubos situado al fondo. 

Pasados unos pocos minutos de la hora programada, comenzó la ejecución de una de las obras cumbre de la música sacra, la Pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach, a cargo de del coro Vox Luminis y de la Orquesta Barroca de Friburgo, dirigidos por Lionel Meunier. Con ellos colaboraron los Pequeños Cantores de la JORCAM. Con una pequeña pausa entre la primera y la segunda parte, la obra duró casi tres horas. Salimos del auditorio alrededor de las 11 de la noche, con tiempo suficiente para cenar algo en un restaurante cercano mientras comentábamos nuestras impresiones. 


Es imposible describir lo que uno siente cuando escucha los capítulos 26 y 27 del evangelio de San Mateo cantados por solistas y coros. Hablo en plural porque, en realidad, había dos coros, situados a la izquierda y a la derecha de la orquesta de cámara. [La foto que ilustra esta entrada no se corresponde con la representación de ayer]. Sobre algunas pantallas colocadas estratégicamente en diversos lugares de la inmensa sala se iban proyectando los textos traducidos al español. Junto al relato evangélico se incluyen en la partitura de Bach varios himnos luteranos y oraciones diversas que dan profundidad y belleza a la historia de la pasión y muerte de Jesús. No cabe mejor preparación para comenzar la Semana Santa. 

¿Es posible estar casi tres horas escuchando una música sublime sin experimentar cansancio? No solo es posible, sino que uno se siente como transportado a un mundo que tiene que ver con el que vivimos a diario y que, al mismo tiempo, lo trasciende. Los 68 números (29 en la primera parte y 39 en la segunda) fluyeron como un arroyo sereno que, por momentos, cuando los coros cantaban conjuntamente, se volvía impetuoso. Algunos de los corales (como el célebre O Haupt Voll Blut Und Wunden), así como el silencio que sigue a la muerte de Jesús, lograron emocionarme.


A la salida del auditorio pensaba que en el pasado la fe cristiana se hizo cultura. Adoptó la forma de catedrales soberbias (como la de Notre Dame en París, la de Colonia en Alemania, la de Milán en Italia o las de León, Burgos, Toledo o Sevilla en España), pinturas insuperables (como las del Bosco, fra Angelico, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rembrandt, Caravaggio, Velázquez o Murillo), esculturas que hablan (como las de Juan de Mena o Gregorio Fernández) y partituras que son oraciones (sobre todo, las de Palestrina, Tomás Luis de Victoria o Bach). 

¿Tenemos hoy la profundidad espiritual y la capacidad artística suficientes para crear obras de esa altura con la sensibilidad y las formas del siglo XXI? Tengo mis dudas. ¿No es uno de nuestros dramas contemporáneos la dificultad de transformar la fe en cultura? ¿Quiénes son los artistas de hoy que consiguen hacer que el Evangelio hable a los hombres y mujeres de nuestro tiempo con los registros del siglo XXI? ¿Quiénes son los nuevos Bach, Miguel Ángel o Velázquez? Hasta que la fe no se haga cultura, siempre estaremos expuestos a un divorcio interior que nos descoyunta.



martes, 28 de marzo de 2023

El futuro es de los laicos


Acabo de tener una entrevista con un laico que quiere publicar un libro. Su propuesta me resulta interesante. Al hilo de la conversación, hemos hablado de la poca incidencia que parece estar teniendo el camino sinodal en las iglesias de España. Y también de las dificultades que muchos párrocos tienen para contar con los laicos en la animación de las parroquias. Según su observación, sigue habiendo mucho clericalismo, no solo en el campo pastoral y litúrgico, sino también en el económico. Lo más llamativo de todo es que a menudo son las nuevas generaciones de sacerdotes las que han desempolvado tics clericales que parecían superados. Se sienten los “reyes del mambo” (con una interpretación un poco torticera del Código de Derecho Canónico) y tratan a los laicos como si fueran meros monaguillos. 

A veces, hay personas con una dilatada experiencia profesional y un fuerte sentido de su identidad cristiana que podrían dinamizar la vida de las comunidades y parroquias, pero muchos párrocos se resisten a contar con ellas porque se les hace duro admitir que alguien pueda ser más competente que ellos, les haga sombra, o sencillamente porque quieren dominarlo todo, confundiendo supervisión con control. No han aprendido a delegar funciones y a buscar sinergias, y menos aún a trabajar en equipo, en verdadera misión compartida. Buscan ayudantes, no compañeros o colaboradores. No sé hasta qué punto la formación actual para el ministerio ordenado prepara, teórica y prácticamente, a los nuevos presbíteros para trabajar, codo con codo, con los laicos y las personas consagradas desde una teología renovada de las formas de vida cristiana. 


Sé por experiencia que la realidad es más compleja. Junto a obispos, párrocos y sacerdotes en general muy clericalistas, hay otros muchos que llevan años poniendo en práctica un modelo de Iglesia basado en los tres pilares propuestos por el Sínodo: comunión, participación y misión. No sabría decir qué modelo predomina. En la opinión de los laicos con los que he hablado en los últimos días, sigue vigente el primero. Nos está costando mucho tiempo y esfuerzo pasar de una Iglesia piramidal a una Iglesia de comunión.

Creo que la actual escasez de vocaciones al ministerio ordenado es una etapa histórica querida por Dios para que, de una vez por todas, descubramos que todo bautizado es corresponsable de la vida de la comunidad cristiana y que, por tanto, todos debemos prepararnos para asumir nuestros compromisos, no por delegación de nadie, sino en virtud de los derechos y deberes que dimanan del Bautismo. En otras iglesias (sobre todo, en África y Asia) hace décadas que caminan en esta dirección. Los cristianos se sienten alegres de serlo. Tienen un hondo sentido de identidad cristiana y de pertenencia eclesial. Son conscientes de sus responsabilidades, incluidas las económicas.


La Iglesia española y europea tendrán futuro cuando los laicos lo sean por convicción, asuman sus responsabilidades y todos (obispos, sacerdotes, consagrados y laicos) entremos en una nueva dinámica en la que valoremos los dones de cada uno y los hagamos fructificar. Esto exige que todos nos formemos más a fondo para esa forma de ser Iglesia, cambiemos la legislación en lo que tiene que ser cambiada y, sobre todo, cambiemos nuestra mentalidad. En algunos casos, hay que pasar del clericalismo interiorizado a una forma participativa de entender la Iglesia; en otros, será preciso abandonar la indiferencia y la despreocupación para asumir compromisos serios y estables. 

Sin esta “conversión pastoral” no hay futuro para nuestra Iglesia. Cuanto más la retrasemos, más nos quejaremos del “síndrome de las iglesias vacías”. Creo que no bastan pequeños retoques cosméticos, campañas aisladas o gestos de buena voluntad, una especie de permanente voluntariado. Se requiere una verdadera “revolución eclesiológica” en la que, junto con un nuevo rostro de los cristianos laicos, redescubramos nuevas formas de ser ministros ordenados. A mayor madurez de los laicos, más (no menos) madurez de los ministros ordenados. Vamos a ver si el Sínodo da un fuerte y eficaz impulso en esta dirección.

lunes, 27 de marzo de 2023

Ya es primavera


Ayer por la tarde anduve 15 kilómetros a pie por las calles de Madrid en compañía de un amigo mío colombiano. Comenzamos nuestro periplo en el hospital Gregorio Marañón para visitar a un enfermo. Después continuamos por el parque del Retiro y por un dédalo de calles del centro de Madrid hasta acabar contemplando la puesta del sol en los jardines de Debod, junto a la plaza de España, muy cerca de mi casa. Tanto mi amigo como yo tuvimos la impresión de que todo el mundo se había lanzado a la calle para disfrutar del primer domingo de primavera. ¡Y eso que el cambio al horario de verano nos había robado una hora de sueño! 

La temperatura era suave, soplaba una brisa fresca, muchos árboles presentaban ya algunas hojas tiernas. Las praderas del Retiro y de otros parques y jardines estaban salpicadas de grupos de jóvenes. Abundaban los turistas extranjeros, pero también los habitantes de Madrid. Las muchas terrazas de las calles madrileñas estaban a rebosar. La Gran Vía se asemejaba a un Amazonas de gente que iba en ambas direcciones. Parecía que todos llevábamos mucho tiempo deseando la primavera. Es como si el renacimiento de la naturaleza fuera una parábola de nuestro propio deseo de renacer.


En el hemisferio norte el comienzo de la primavera suele coincidir con el final de la Cuaresma y la llegada de la Pascua. La creación entera participa de la resurrección de Jesús. Lo que parecía muerto vuelve a la vida. Si no fuera porque el “milagro” sucede puntualmente todos los años, no creeríamos que fuera posible que un árbol desnudo se cubriese de hojas en pocos días. Los antiguos eran más sensibles que nosotros a estos cambios de la naturaleza. Para bien y para mal, vivían más pegados a ella. Quizás, por eso, eran más “naturalmente” religiosos. Comprendían bien el misterio de la muerte y de la vida. 

Nosotros, hombres y mujeres de cultura urbana, presumimos de sensibilidad ecológica, pero, en realidad, la mayor parte de nuestros hábitos denotan que nos hemos hecho a un estilo de vida muy artificial. No seríamos capaces de vivir mucho tiempo como lo hacían nuestros antepasados hace unos cuantos siglos. Quizás por eso mismo se nos hace más difícil leer a Dios en este libro maravilloso. 


A mí me encanta el otoño, pero reconozco que la primavera contagia vida, aunque a algunos les produce un cóctel de alergias y una suave depresión. Necesitamos luz y calor. Estamos tan circundados de malos presagios que necesitamos saber que, a pesar de todo, incluyendo el calentamiento global, las estaciones siguen su curso inexorable. Es verdad que algunos dicen que las cuatro estaciones clásicas (¡tan “vivaldianas” ellas!) se están reduciendo a dos (invierno y verano), pero eso todavía no es tan evidente. 

Por el momento, podemos disfrutar de una suave transición entre los rigores del invierno (no particularmente duros este año) y los del estío (que se anuncian extremos). Con los árboles verdes y las flores nuevas en los jardines nos será más fácil vivir e interpretar esa Pascua “florida” que está a la vuelta de la esquina. Y, con ella, un año más, que la vida es más fuerte que la muerte y que todo lo que está asociado a la vida (amor, paz, alegría, solidaridad) acaba triunfando sobre las malas hierbas del odio, la guerra, la tristeza y la indiferencia.



domingo, 26 de marzo de 2023

¡Fuera del sepulcro!


Un amigo mío sevillano me hizo llegar anoche el enlace a un interesante artículo del jesuita portugués José Frazão Correia publicado en la edición española de le revista La Civiltà Cattolica. Se titula “¿Qué forma adoptará el cristianismo del futuro?”. En buena medida, el artículo se inspira en la obra del pensador católico checo Tomáš Halík “Il segno delle chiese vuote. Per una ripartenza del cristianesimo” («La señal de las iglesias vacías. Por un reinicio del cristianismo»). Tanto el libro del sacerdote checo como el artículo del jesuita portugués conectan con el mensaje que la liturgia nos propone en este V Domingo de Cuaresma. 

Es verdad que hoy estamos viviendo una situación de “tarde/noche” en relación con la Iglesia y la fe, pero -como afirma Jesús en el evangelio a propósito de la muerte de su amigo Lázaro- “esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Para entender mejor la fuerza de esta promesa de Jesús, tenemos que relacionar el mensaje de este domingo con los mensajes de los dos anteriores. Los tres forman una tríada en la que, frente a las situaciones de sed, ceguera y muerte que caracterizan a la existencia humana, Jesús se presenta como “agua viva” (tercer domingo), “luz del mundo” (cuarto domingo) y “resurrección y vida” (quinto domingo). En realidad, se trata de un itinerario de fe en el que somos invitados a creer: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. 


Alentados por esta fe, podemos reconocer con el jesuita portugués que “la secularización no es el fin de la religión ni de la fe cristiana, sino la transformación del sentido que se ha hecho más común – eminentemente social, político y cultural – en el sistema de relatos, ritos y símbolos que expresan y consolidan la identidad de una sociedad, y que lo que se pierde, en el fondo, abre la posibilidad de una renovada autenticidad evangélica y de otras formas de entender el papel de la religión y el alcance de la fe cristiana”. En otras palabras, que lo que hoy vivimos como “muerte” es, en realidad, el comienzo de una nueva forma de ser cristianos. Naturalmente, todo nacimiento produce dolor y alegría. Algo se rompe y algo nace. Necesitamos tomar conciencia de este momento que estamos viviendo: “Al dolor de la muerte corresponderá el nacimiento de otra forma y estilo de Iglesia. No se trata de otra Iglesia, sino de otra forma de Iglesia. La Iglesia no ha sido siempre «gregoriana», «tridentina» o «romana». Se trata de otra forma que, en muchos sentidos, sólo podemos presagiar y vislumbrar en este momento”. 

No sabemos bien qué rasgos tendrá esta nueva forma, aunque Tomáš Halík se atreve a delinear cuatro. Será una Iglesia que se redescubrirá no tanto como institución perfecta, sino como “Pueblo de Dios en la historia” (1), como “escuela de vida y sabiduría” (2), como “hospital de campaña” (3) y como “lugar de encuentro y de diálogo” (4). En cualquier caso, “si lo que la Iglesia vive y tiene que ofrecer no se reconoce como un bien existencial que tiene sentido y es significativo para la vida de las personas y de las comunidades reales, y si no es capaz de insertarse creativamente en el tejido cultural en el que las personas de hoy se encuentran, entienden y expresan, acabará siendo identificada, y en la mayoría de los casos rechazada, como una práctica devocional irrelevante, un ritual religioso o un ideal moral partidista, una ideología identitaria, orientada a la afirmación o instrumentalización política”.


Durante los últimos cuatro días no he escrito la entrada diaria de este Rincón. Algunos amigos me han escrito un poco extrañados de mi silencio o han dejado mensajes en las redes sociales. Gracias a Dios, estoy perfectamente. No hay ningún problema de salud ni de ningún otro tipo. La explicación a mi silencio digital es que he estado dando un curso en el Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid a 25 religiosos de diversas congregaciones. Las seis horas diarias de clase más la preparación correspondiente no me han dejado ni tiempo ni energía para escribir la entrada diaria con un mínimo de tranquilidad y lucidez. A partir de este domingo, espero reanudar el ritmo cotidiano, pero sin sentirme atado a un ejercicio que no lo entiendo como un deber, sino sencillamente como un acto gratuito. 

Más allá de la anécdota, cada vez se me hace más claro que hoy, en este momento de profundas transformaciones en la Iglesia, el sentido de pertenencia adopta a veces formas digitales que hubieran sido impensables hace solo un par de décadas. Hoy nos sentimos con frecuencia más cercanos a quienes compartimos un camino espiritual en Internet que a aquellos con los que físicamente nos encontramos en la iglesia cada domingo. ¿Es este un rasgo de esta nueva “forma” de ser Iglesia que se está gestando? El tiempo nos lo irá diciendo. 

De momento, sin salirnos un ápice del mensaje de este último domingo de Cuaresma, me parece sanador fijarnos en la oración de Jesús con la que se cierra el relato del evangelio: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Todos los “signos” que vamos descubriendo en nuestro camino, los antiguos y los nuevos, tienen un claro objetivo: ayudarnos a creer que Jesús es el enviado de Dios y que solo en él encontramos el agua viva que apaga nuestra sed de sentido, la luz que cura nuestra ceguera y la vida que nos saca de los sepulcros culturales en los que estamos sepultados. Feliz domingo. 



martes, 21 de marzo de 2023

Vuelta a la normalidad


Mi despacho en la editorial Publicaciones Claretianas está a cuatro pasos de la sede del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Por la ventana oigo los gritos de unos cuantos manifestantes que se han apostado en la acera derecha de la calle Ferraz, frente a la fachada del edificio en el que murió Pablo Iglesias, el fundador del partido. (El otro Pablo Iglesias, conocido como “el coletas”, sigue vivo, que yo sepa). Supongo que las protestas de los manifestantes tendrán que ver con la moción de censura al gobierno que se está presentando a esta misma hora en el Congreso de los Diputados. No es la banda sonora más agradable para comenzar una jornada de trabajo, pero eso me devuelve a la vida ordinaria tras las tres semanas “extraordinarias” pasadas en Camerún. En la vida ordinaria siempre hay tensiones, incluso en los países que lideran la lista de los más felices del mundo

En la vecina Francia, por ejemplo, llevan varios días de huelgas violentas. Ayer a punto estuvieron de tumbar al gobierno de Emmanuel Macron con una de las dos mociones de censura presentadas en la Asamblea Nacional. Xi Jinping y Putin “escenifican” (como se dice ahora) en Moscú una entente que busca transmitir un claro mensaje a Occidente: “¡Va llegando nuestro turno de mandar en el mundo, el vuestro tiene los días contados!”. Conviene aclarar que, en buena medida, los responsables del tremendo desarrollo económico de China son los países occidentales que hace décadas deslocalizaron sus fábricas al gigante asiático para abaratar los costes de producción. Ahora, el gigante se aprovecha de las lecciones aprendidas y de los dólares embolsados.


Me visita el dueño de la imprenta con la que trabajamos.
Charlamos en mi despacho y luego tomamos un café en un bar cercano. Se ve que es un hombre con tablas, uno de esos “self-made men”, como dicen los gringos. Me cuenta que cuando empezó el negocio hace ya muchos años su padre le dio 4.000 pesetas para empezar. Hoy factura millones. Está siempre pendiente de los últimos avances tecnológicos para mantener la imprenta actualizada. Nuestro contable se jubila. Es el momento de la gratitud. Su sustituto ya está aprendiendo el oficio. No es fácil pasar de los calores tropicales a la primavera madrileña, pero el liderazgo se aprende ejerciéndolo. No es solo cuestión de talleres y cursos. 

Mientras todas estas cosas suceden, la Cuaresma sigue su curso implacable. Las primeras flores anuncian que la Pascua está ya muy cerca. Donde hay Pascua hay futuro, por más que a uno se le quiten las ganas de seguir luchando cuando se desayuna con noticias desastrosas. “Tenéis que seguir anunciando que la vida se puede vivir de otra manera”, me decía el dueño de la imprenta. No lo he entendido solo como una insinuación a seguir imprimiendo libros con ellos, sino como una invitación a creer en la fuerza del Evangelio, una buena noticia siempre.


Mientras tecleo a toda prisa la entrada de hoy, estoy escuchando en el trasfondo al presidente Pedro Sánchez en su discurso de respuesta a la intervención de Ramón Tamames, candidato a la presidencia presentado por Vox. El tono de Sánchez es suavemente irónico. Se sabe ganador. Aprovecha, pues, la coyuntura para un ejercicio de chulería dialéctica. Concede pequeñas cosas al candidato para que, tras el guante de la cortesía, se esconda mejor el cuchillo del asesinato (dialéctico, se entiende). 

Desconecto. Se me hace muy difícil prestar atención a un juego algo esperpéntico con las cartas trucadas. ¿Era necesario llegar hasta aquí? ¿Aprenderemos a dirimir los asuntos públicos de otra manera? Quien nos ha engañado sistemáticamente, no tendrá ningún empacho en engañarnos de nuevo usando los mejores trucos de la magia política, mil veces ensayados en todos los escenarios autocráticos del mundo y fácilmente reconocibles. Conmigo que no cuenten ni siquiera como espectador de este espectáculo circense.

lunes, 20 de marzo de 2023

Hacer lo que Dios quiera


Este año, al caer el día 19 en domingo, la solemnidad de san José se ha trasladado al lunes 20 de marzo. También hoy, en el hemisferio norte, comienza la primavera. Todo nos habla de renacer. José de Nazaret es un experto en hablar poco y hacer mucho, como buen artesano. De él no conservamos ni una sola palabra, pero sí descripciones de sus actos. El versículo que más me gusta del evangelio de hoy es el último: “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. Imaginemos un muchacho joven y desconcertado. ¿Qué puede hacer ante algo que le supera por todas partes y que no entra en su manera de entender el mundo?

El evangelio de Mateo añade un rasgo de su personalidad humana y religiosa. Era “justo”. El término no hace referencia a su pasión por el derecho o por la justicia distributiva. Para la Biblia, un hombre “justo” es un hombre temeroso de Dios que quiere cumplir siempre su voluntad. Y eso es precisamente lo que hace el joven José, a pesar de que no lo tenía fácil. Tuvo que sincronizar sus planes (y los de su familia) con los inesperados planes de Dios. Podría haberse hecho el sordo, pero “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. No se limitó a escuchar. Cumplió.


Ayer y hoy se celebra el Día del Seminario. Este año el lema, al menos en España, es: “Levántate y ponte en camino”. Ese “levántate” es un verbo muy josefino. En el evangelio de Mateo leemos: “Cuando ellos se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2,13). Y más adelante: “Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño»” (Mt 2,19-20). 

En ambos casos la respuesta de Mateo fue clara: “José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto” (Mt 2,14); “Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel” (Mt 2,21). Cuando percibe la voz de Dios, José siempre se levanta y se pone en camino: unas veces hacia Egipto y otras hacia Israel. Puede ser un perfecto modelo para aquellos que son invitados por Dios para servir a la comunidad como sacerdotes.


Estando en Camerún, he leído en varios periódicos digitales que por primera vez desde que se tienen datos, el número de seminaristas en los seminarios españoles ha descendido de 1.000. Concretamente, en el curso 2022-2023 hay solo 974. Enseguida se han prodigado las explicaciones. Algunos insisten en el factor demográfico (si disminuye el número de niños, disminuyen las vocaciones). Otros apuntan, sobre todo, a la secularización de la sociedad. No faltan quienes ponen el acento en el mal ejemplo de los curas actuales, en la mala imagen pública de la Iglesia o en la falta de una pastoral vocacional centrada en lo esencial. Imagino que hay un poco de todo, pero al final, lo más decisivo es lo que sucede entre un joven (o no tan joven) y Dios. 

Cuando un hombre cristiano siente que tal vez Dios le llama a entregarse plenamente a Él y a servir a la comunidad como sacerdote, puede responder de muchas maneras. La primera es hacerse el tonto, no darse por enterado, creer que el asunto no va con él. La segunda es aducir las objeciones más razonables: “Estoy estudiando una carrera, puedo servir a los demás con mi profesión, sueño con casarme y formar una familia, se puede ser cristiano de muchas maneras, etc.”. La tercera es la respuesta josefina, la más difícil, pero la más evangélica: escuchar la voz de Dios, levantarse y ponerse en camino. Creo que siempre habrá jóvenes (y no tan jóvenes) que opten por la tercera, por más cuesta arriba que se ponga el asunto. En José de Nazaret tienen un buen modelo. José nunca falla.



domingo, 19 de marzo de 2023

Llévanos a la piscina


Tecleo la entrada de hoy en el aeropuerto de Bruselas después de algo más de seis horas de vuelo nocturno desde Yaundé. Estoy un poco adormilado, pero la fuerza del día es más fuerte que el sopor de la noche. No sé si me decidiré a ir al centro de la ciudad antes de tomar el vuelo para Madrid. Me gustaría volver a ver la hermosa Grand-Place y el Barrio Europeo. Dispongo de margen, pero tengo que calcular bien los tiempos antes de aventurarme. El día ha amanecido frío y lluvioso. Creo que la temperatura ronda los 6 o 7 grados. No apetece mucho salir del aeropuerto.

Hemos llegado al IV Domingo de Cuaresmael famoso domingo Laetare, el domingo que nos invita a la alegría en nuestro camino hacia Jerusalén. La Pascua está ya cerca. Si el pasado domingo (encuentro de Jesús con la samaritana) fue el domingo del agua, éste (curación del ciego de nacimiento) es el domingo de la luz. Jesús-agua de vida eterna sacia la sed de la mujer y Jesús-luz del mundo abre los ojos del ciego. En realidad, el relato de Juan describe al mismo tiempo la curación de una enfermedad física (la ceguera) por parte de Jesús y el itinerario de fe (profeta-Señor) del ciego de nacimiento, teniendo como trasfondo la incredulidad de algunos fariseos. Es el guion perfecto para entender lo que nos pasa hoy a nosotros. 

Creo que las dificultades que muchos experimentamos para creer en Jesús se deben más a una especie de ceguera espiritual que a la pereza o la mala voluntad. Es difícil creer lo que no vemos. Siempre lo ha sido, pero mucho más en una sociedad culturalmente empirista que confunde lo real con lo visible y experimentable, que ha empequeñecido de tal manera el conocimiento que deja fuera las dimensiones más profundas de la realidad. En el relato de Juan no se dice que el ciego le pidiera a Jesús que lo curara, sino que “al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).» Él fue, se lavó, y volvió con vista”. La iniciativa de la curación proviene del mismo Jesús.


A veces me pregunto si Jesús está viendo nuestra ceguera actual cuando pasa a nuestro lado. Creo que sí. Solo que nosotros no acabamos de hacer caso a sus palabras. ¿Qué significaría hoy “ir a la piscina de Siloé” para lavarnos? No creo distorsionar mucho la Palabra si digo que esta piscina es la comunidad de la Iglesia, la que ha recibido de su Señor los sacramentos que pueden purificarnos y ayudarnos a ver de nuevo la luz. En el origen de muchos de los problemas que hoy tenemos para creer está el abismo que hemos establecido entre la cabeza y el cuerpo, entre Jesús y su comunidad. 

Nos hemos dedicado tanto a machacar a la Iglesia por la fragilidad de sus miembros que ya no percibimos que ella es una creación del Espíritu, la mediación querida por el mismo Jesús para encontrarnos con él. Ya no hablamos de “Jesús sí – Iglesia no” (como hace unas décadas), sino que redondamente prescindimos de ella para vivir una supuesta fe en Jesús “a la carta”, según nuestra interpretación personal. Lo que al principio parece satisfactorio y liberador acaba revelándose nefasto porque conduce al vacío de la fe. ¡No existe la cabeza sin el cuerpo! ¡No existe Jesús sin su comunidad!


Por negativa que sea la imagen pública de la Iglesia en esta Europa secularizada, por limitada (y aun pecadora) que sea en su estructura humana, no hay otro camino para superar nuestra ceguera que lavarnos en ella. No conozco ni un solo cristiano auténtico que lo sea separado de la comunidad, aunque esto suponga a menudo una fuente de sufrimiento. Una buena parte de responsabilidad la tenemos los sacerdotes que, desde hace muchos años, hemos reducido tanto el Evangelio a la moral del “ser buenos”, sin necesidad de ninguna pertenencia institucional, que hemos vaciado de sentido nuestra pertenencia a la Iglesia. Esto es difícil de entender en África (donde existe un fuerte sentido de pertenencia comunitaria, ubuntu), pero es el pan nuestro de cada día en Europa y América.

Al final, nos encontramos a muchos hermanos y hermanas que vagan por la vida “como ovejas sin pastor” y que acaban recalando en el agnosticismo o en un cristianismo subjetivo que poco tiene que ver con la gran Tradición cristiana. Creo que todos necesitamos pedirle a Jesús que pase junto a nosotros, perciba nuestra ceguera, y nos ayude a regresar a su comunidad donde podemos encontrar lo que necesitamos para ver de nuevo. Feliz domingo.



sábado, 18 de marzo de 2023

Juntos llegamos más lejos


Terminado el taller sobre
Liderazgo Discerniente Claretiano, esta noche emprenderé el viaje de regreso de Yaundé a Madrid vía Bruselas. Han sido casi tres semanas intensas, compartidas y espero que fructíferas. 

Cada vez disfruto más con el trabajo en equipo. Es inevitable no citar el conocido proverbio africano: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve en grupo”. Nosotros no pretendemos ir rápido como machaconamente nos invita a hacer la sociedad de la información. La velocidad no es, en sí misma, ningún valor, por más que se nos venda esta cantinela. Todo depende de lo que uno quiera conseguir.

Nosotros queremos llegar lejos siguiendo la ruta trazada por nuestros últimos capítulos generales, aunque esto suponga lentificar el ritmo. Es más importante no dejar a nadie fuera que batir récords de velocidad. Por lo general, la rapidez implica soledad, porque no todos pueden correr deprisa. Los más veloces se quedan solos. Las metas a largo plazo y los ritmos sosegados permiten incluir a todos. La comunidad es esencial.


Algo de esto estamos aprendiendo en los últimos años con el camino sinodal emprendido por la Iglesia.
Sé que algunos obispos, sacerdotes y laicos ironizan sobre este enfoque. Es probable que tengan fuertes razones teológicas, antropológicas o pastorales, pero me temo que, detrás de las reticencias al “sínodo” se esconde un inconfesado temor al “éxodo”. No hay “sin-odos” (camino juntos) sin “éx-odo” (salida). En otras palabras, nadie se pone a caminar sin salir de donde está. ¿Cómo vamos a tomarnos en serio una Iglesia sinodal si no queremos movernos de nuestras posiciones ideológicas y de nuestras seguridades materiales? Solo camina con otros quien se atreve a salir de su casa para dirigirse a otro lugar. 

Si yo fuera obispo o párroco y estuviera contento con un modelo clerical de Iglesia, ¿cómo no iba a ironizar sobre el modelo sinodal? Sería la única manera socialmente tolerable de resistirme a los cambios sin dar la impresión de ser una persona retrógrada, cómoda o conformista. El pueblo de Israel pudo caminar por el desierto porque “salió” de Egipto y se puso en marcha hacia una “tierra prometida” sin tener la seguridad de que iba a llegar y sin prever todas las dificultades del camino. También Jesús dejó su Nazaret natal y se puso en camino hacia Jerusalén junto con sus discípulos. Allí padeció, murió y resucitó. Los discípulos de Emaús salieron de Jerusalén para dirigirse a su aldea. Jesús se puso a caminar con ellos, se hizo sinodal. En el camino reencendieron su corazón frío, reconocieron al Maestro y recuperaron su pertenencia comunitaria y su audacia misionera.

Las instituciones que quieran cambiar hacia mejor (creo que mi congregación misionera es una de ellas) están obligadas a “salir” de sus rutinas y a ponerse en camino junto con otros cristianos que también sienten la llamada a construir una Iglesia más peregrina y samaritana, menos centrada en sí misma y más extrovertida. Es verdad que todo esto puede degenerar en eslóganes fáciles y en consignas vacías, pero lo mismo podría decirse de cualquier otra cosa. Lo importante es saber quién nos llama, por qué nos llama y adónde nos llama. 


Durante el taller que hemos tenido en Yaundé me he sentido muy a gusto trabajando con mi compañero Paulson, un claretiano indio experto en psicología y teología. Creo que nos hemos complementado bien. Cada uno de nosotros ha aportado lo mejor de sus experiencias y destrezas en relación con el liderazgo. Haciéndolo, hemos comprobado que uno más uno es algo más que dos. La misión compartida tiene un plus de simbolismo y eficacia. Pero no se ha tratado de una aventura dual. En ella han estado implicados otros 22 claretianos de este inmenso continente. No hemos dictado un curso, sino dirigido un taller. Hay diferencias.

En inglés y francés hemos compartido nuestras búsquedas y nuestros deseos de acompañar los procesos de cambio en las diversas provincias y delegaciones. La aventura de cada día comenzaba con media hora de adoración silenciosa a las 6,30 de la mañana seguida por la celebración alegre de la eucaristía con el ritmo que solo los africanos le saben dar. Esperemos que el regreso a nuestros lugares de origen “no apague el fuego vivo que nos dejó tu paso en la mañana”.

viernes, 17 de marzo de 2023

Amor contra temor


Con frecuencia me vienen a la cabeza las palabras que san Antonio María Claret escribe en su Autobiografía: “Vosotros sabéis que los hombres casi siempre obran por alguno de estos tres fines: por interés o dinero; por placer; por honor” (n. 200). Me parece tan evidente que a veces no caigo en la cuenta de que, junto a esta tríada clásica y observable, hay algo más abisal que está detrás de todo lo que hacemos y que a menudo pasa desapercibido: el miedo. Los seres humanos tenemos un miedo congénito a la muerte y, con ella, a la aniquilación total. Nos rebelamos contra esa posibilidad que a veces nos resulta evidente y otras lejana. Por eso, nos reproducimos, construimos ciudades, inventamos tecnología, escribimos libros, componemos sinfonías, pintamos cuadros, creamos empresas y fábricas, nos divertimos, hacemos la guerra, inventamos artilugios y buscamos alternativas de vida futura en el espacio sideral.

La vida es como una continua carrera hacia adelante huyendo de una realidad que, tarde o temprano, acaba atrapándonos. El miedo nos lleva a buscar relaciones protectoras, a comprar seguros de vida, a temer los compromisos duraderos, a sentir atracción y envidia hacia nuestros semejantes, incluso a buscar refugio en ídolos y dioses. El dinero, el placer y el honor casi siempre dan la cara, pero el miedo permanece a menudo agazapado o camuflado. ¿Quién se atreve a confesar que vive atemorizado cuando ni siquiera es consciente de ello?


En los últimos días se han multiplicado las noticias de enfermedades graves y de muertes en mi entorno. La primera reacción, espontánea y visceral, es siempre el miedo. Pareciera que nunca pudiéramos estar tranquilos del todo. En cuanto vivimos un momento intenso de felicidad, enseguida enseña las orejas el lobo del miedo para advertirnos de que no conviene que vivamos tan confiados. En cualquier instante nos puede tocar la lotería de la desgracia. Hay miedos personales (a caer gravemente enfermos, a la muerte de los seres queridos, a la pérdida de las relaciones o del trabajo, a la crítica y al ridículo, etc.) y miedos colectivos. Estos últimos adquieren hoy la forma de temor a una guerra nuclear (como en los años 80 del siglo pasado), a una nueva crisis económica mundial (como en 2008), a una terrible pandemia (peor que la del 2020), a un ciberataque masivo o a un apocalipsis climático. En el ámbito eclesial se habla del temor a un cisma en la Iglesia de Alemania.

En este contexto se me hacen cada vez más significativas las palabras que Jesús repite con frecuencia: “No tengáis miedo”. Nos invita a no tener miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Nos invita incluso a no tener miedo de él mismo: “Ánimo, soy yo!”. ¿Podemos llegar a tener miedo de Dios o de Jesús? Creo que sí. No me refiero al santo temor de Dios que nos hace estremecernos ante su amor infinito, sino al temor dañino que nos roba la esperanza. Conozco a algunas personas que parecen vivir con el corazón encogido, como si Dios estuviera anotando cuidadosamente todos sus pecados para pasarles la factura al final de la vida.


Es verdad que el miedo está detrás de muchos de nuestros sentimientos, actitudes y conductas. El miedo guarda la viña -solemos decir- pero no es la motivación más radical. Hay algo más hondo y definitivo: el amor. El amor es capaz de vencer al miedo porque “donde hay amor, allí esta Dios”. Y con Dios nada hay que temer. La Escritura está salpicada de textos “quitamiedos”, pero me quedo 
con el salmo 22/23: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad” (v. 4). Y también con el mensaje de Pablo en su carta a los romanos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado” (Rm 8,35-37). No hay antídoto más potente contra el virus del miedo que el amor de Cristo. 

Si el miedo nos lleva a cometer locuras y a realizar prodigios, el amor nos introduce en el secreto de la vida. Quien ama no tiene nada que temer porque, aunque siga viviendo en esta tierra y esté expuesto a peligros, ya ha llegado a la meta. El amor no hace sino anticipar al presente, siquiera de manera imperfecta, la realidad futura. Vivir en el amor es vivir en Dios. No encuentro otra forma de afrontar las pruebas de la vida sin sucumbir bajo su peso. 

jueves, 16 de marzo de 2023

Lecciones tormentosas


Estoy escribiendo sirviéndome de la batería de mi portátil porque, desde ayer a las dos y media de la tarde, estamos sin luz a consecuencia de la fortísima tormenta que castigó Yaundé sin misericordia durante varias horas. Ha empezado la estación de las lluvias. Esto será el pan nuestro de cada día durante varios meses. Hacía años que no sentía el impacto de la lluvia rabiosa sobre el tejado y el suelo. Era un ruido como de ametralladora infinita. Al principio, disfruté con esta furia tropical, pero cuando empecé a darme cuenta de las consecuencias, el furioso fui yo. Nos quedamos sin luz, sin Internet y casi sin acceso a casa porque el camino de tierra que llega hasta aquí se volvió un lodazal intransitable para algunos vehículos. ¡Ya me parecía a mí que todo había ido razonablemente bien en las semanas anteriores! 

Antes de deslizarme por la pendiente del enojo, traté de minimizar los daños. Me dije a mí mismo lo que se supone que una persona sensata debe decirse en momentos como estos: “No importa si no puedes leer o trabajar durante toda la tarde. Tómalo como una invitación al descanso tras dos semanas intensas. No importa si tienes que anular la videoconferencia prevista para las 9 de la noche. La otra persona lo comprenderá cuando puedas comunicarte con ella y, en todo caso, habrá otra ocasión mejor. No importa si hay que cenar a la luz de las velas. Eso añade un toque romántico a una tarde excepcional”. Apliqué al pie de la letra el dicho meteorológico: “Si no hace el tiempo que quieres, aprende a querer el tiempo que hace”.


Mis temores se amortiguaron bastante cuando, pasadas las seis de la tarde, los encargados de Casa Claret encendieron el generador de gasóleo. El ruido era molesto, pero, al menos, pudimos disponer de luz eléctrica hasta la hora de acostarnos. 

Lo que yo viví ayer casi como una aventura es lo que viven millones de personas a diario. Se suceden los continuos cortes de luz y no siempre por causas naturales. Se deben a las malas instalaciones, los sabotajes y otras prácticas abusivas. Es difícil conservar la comida en el frigorífico cuando cada dos por tres se va la luz. Por eso, porque no hay seguridad de un suministro continuo, la gente ha aprendido a arreglárselas de mil modos. Los niños de las aldeas tienen que estudiar a la luz del fuego o de las velas. Los más pudientes disponen de generadores de gasóleo, pero se trata de una solución precaria y cara. Los que hacen negocio con la venta y mantenimiento de estos aparatos no quieren que se mejoren los sistemas de suministro eléctrico porque entonces se les acaba el chollo. No hay necesidad humana, por imperiosa que sea, que no sea objeto de explotación. Parece que lo llevamos en el ADN. 

Una vez que uno acepta con más o menos calma la situación, entonces se da cuenta del mundo privilegiado en el que vive. Un mundo “milagroso” en el que cuando uno presiona un interruptor se enciende la luz, cuando abre un grifo sale agua, cuando hace frío conecta la calefacción o cuando hace mucho calor enciende el aparato de aire acondicionado. Si tiene hambre, va directo al frigorífico donde siempre encuentra algo. Si está aburrido, se sienta frente a un televisor o una pantalla de ordenador y encuentra infinidad de ofertas de entretenimiento. Si desea hablar con alguien lejano, basta hacer uso del teléfono móvil. La lista de “milagros” es demasiado extensa para incluirla en esta entrada. 


El hecho de tener casi todo a nuestro alcance es señal del admirable progreso al que hemos llegado. Nos da seguridad, pero también nos hace débiles y caprichosos, hasta el punto de que cualquier pequeña contrariedad arruina nuestro estado de ánimo o bloquea nuestra capacidad de reacción. Si algo me encanta de los africanos, además de su pasión por la vida y su alegría innata, es su actitud ante los reveses cotidianos. Por lo general, no se desesperan, mantienen la calma y buscan atajos alternativos. Quizá por eso, cuando disponen de medios (comida, ropa, diversión), los disfrutan al máximo, porque nunca saben lo que puede suceder al día siguiente.

En fin, son pensamientos un poco “tormentosos” bajo el agua implacable de una tormenta tropical. No me puedo quejar demasiado porque estoy bajo cubierto.

miércoles, 15 de marzo de 2023

La historia del gato


No sé por qué esta mañana, escuchando el evangelio del día, me ha venido a la memoria la famosa historia del gato del gurú que el jesuita indio Tony de Mello contaba en su libro El canto del pájaro. Merece la pena recordarla tal como él la escribe:
“Cuando, cada tarde, se sentaba el gurú para las prácticas del culto, siempre andaba por allí el gato del ashram distrayendo a los fieles. De manera que ordenó el gurú que ataran al gato durante el culto de la tarde. Mucho después de haber muerto el gurú, seguían atando al gato durante el referido culto. Y cuando el gato murió, llevaron otro gato al ashram para poder atarlo durante el culto vespertino. Siglos más tarde, los discípulos del gurú escribieron doctos tratados acerca del importante papel que desempeña el gato en la realización de un culto como es debido”.

¿Cuántos “gatos” se nos han colado en nuestras tradiciones cristianas?
Cosas que hoy nos parecen sacrosantas -y por las cuales discutimos acaloradamente- muchas veces tuvieron un origen puramente funcional. Lo que ocurre es que con el paso del tiempo se han ido revistiendo de una aureola que las convierte en intocables. Por eso, nos hace bien que algunos atrevidos -por lo general, jóvenes- se arriesguen a preguntarse el porqué de muchas de nuestras prácticas. Es la única manera de saber si lo que hacemos huele a evangelio o es solo el residuo histórico de creencias y prácticas que tuvieron sentido en su origen, pero que hoy son completamente obsoletas. 

Podemos encontrar ejemplos en el campo moral y litúrgico y también en ciertos cánones caducos. Cuando alguna persona muy atada a las tradiciones se escandaliza por algún cambio que ella considera como una traición, casi siempre le pregunto con delicadeza si sabe cómo surgió esa tradición en la Iglesia, a qué necesidad o problema pretendía responder. Pocas veces encuentro una respuesta sensata. La mayoría de las veces nos atamos a las tradiciones “porque sí”, porque eso es lo que hemos visto desde niños, sin cuestionarnos lo más mínimo su sentido o plausibilidad.


En el fondo de estas ataduras, que a menudo son casi adictivas, se da una necesidad imperiosa de seguridad. Los seres humanos preferimos que nos digan sin vacilaciones “lo que hay que hacer” antes que emprender la ardua tarea del discernimiento. En vez de preguntarnos qué es lo que Dios nos pide en cada momento, preferimos llevar otro gato al ashram y luego escribir doctos tratados sobre la importancia del gato (más aún, su necesidad) para poder realizar una oración devota.

Esto puede aplicarse a muchas cosas que hoy están siendo cuestionadas: la misión de la mujer en la Iglesia, el celibato obligatorio para los sacerdotes del rito latino, la forma de afrontar la homosexualidad, el concepto territorial de parroquia, el procedimiento para designar a los obispos, el papel de los cardenales, etc. Creo que Jesús nos invita a poner el acento en lo esencial, aunque sin descuidar las pequeñas cosas. Lo que importa es que descubramos por qué las hacemos y les demos sentido. Si no, acabaremos convirtiéndonos en cuidadores de “gatos”. No me parece que sea esta nuestra vocación, por adorables que puedan ser los felinos.

martes, 14 de marzo de 2023

Es cuestión de tiempo


Entre los extranjeros que viven y trabajan en este inmenso continente se suele hablar del “mal de África”. No se trata de una enfermedad como el paludismo o el tifus, ni siquiera de un sentimiento de admiración, nostalgia o rechazo. Es algo más indefinible, la combinación de dos extremos que parecen irreconciliables. El “mal de África” consiste en experimentar una irresistible atracción por esta tierra (sus gentes, sus tradiciones y sus paisajes) a la vez que se sufren sus problemas (climas extremos, enfermedades, miseria, corrupción, etc.). Si no fuera porque se puede interpretar mal, casi podríamos decir que se trata de una variante del masoquismo: encontrar placer en medio de situaciones que resultan duras y dolorosas. 

Pues yo, una vez más (y ya van alrededor de veinte), he experimentado el “mal de África” en estas semanas en Camerún. He padecido el calor, me he defendido de los mosquitos, me he bañado con un simple cubo de agua, he experimentado un poco el caos circulatorio del centro de Yaundé, he visto la miseria de los barrios periféricos, pero me he sentido atrapado por la vitalidad y generosidad de su gente. Esta vez, dado el objetivo de mi viaje, apenas he tenido contacto con la naturaleza exuberante de este lugar o con las comunidades cristianas, salvo una comida compartida con la comunidad parroquial de San Antonio María Claret y una cena con la de la parroquia de San Carlos Lwanga.


No tengo ninguna duda de que el futuro le pertenece a África. Aquí veo el reverso de todo lo que está sucediendo en Europa. Mientras en el viejo continente vivimos un invierno demográfico, aquí se está produciendo una explosión de nacimientos (sobre todo, en Congo y Nigeria). Mientras en Europa nos quejamos de que no hay trabajos adecuados para los jóvenes bien formados, aquí muchos jóvenes arriesgan su vida cruzando el Mediterráneo en barcazas o pateras miserables para buscar una vida mejor en otro lugar. Mientras nosotros decimos que el aborto es un derecho de toda mujer y legislamos sobre el suicidio asistido y la eutanasia, en África los niños y los ancianos se consideran una bendición de Dios. 

Mientras nosotros cuestionamos todo y nos dejamos dominar por el escepticismo, en África disfrutan cantando y bailando sin necesidad de muchos medios. Mientras nosotros nos declaramos agnósticos o renegamos de la religión, en África descubren la presencia de Dios en todo y la alaban con gratitud, humildad y alegría. Mientras en Europa la mayoría de los católicos no participan en la eucaristía dominical porque tienen otras cosas más interesantes que hacer, en África miles (millones) de personas tienen que caminar varios kilómetros a pie para no perderse ni un solo domingo el encuentro con el Señor y la comunidad. Mientras nosotros miramos a un pasado glorioso (del que, por otra parte, nos hemos desenganchado), en África sueñan con un futuro mejor. 

¿Hay alguna duda acerca de por dónde va la historia? Es cuestión de tiempo. No sucederá en este año, ni en esta década, pero creo que, hacia mediados de este siglo, África será la “reserva de la humanidad” y de la Iglesia. Los depredadores del mundo ya hace tiempo que han puesto sus ojos en este rico continente. Ayer fueron las potencias europeas colonialistas. Hoy son Estados Unidos, Rusia y, sobre todo, China. Pero África es demasiado vieja y sabia como para dejarse engatusar durante mucho tiempo. El futuro siempre es de quienes sueñan y luchan, de quienes lo pasan mal y se esfuerzan por vivir mejor, de quienes apuestan por la vida y no por la muerte, de quienes quieren aprender y estudian, de quienes saben trabajar y bailar, sufrir y gozar. Es cuestión de tiempo


Es verdad que con frecuencia criticamos muchas cosas de África desde la perspectiva europea. Hablamos de la corrupción política, del tribalismo, de las dificultades para entender y vivir las exigencias de la vida consagrada, de la violencia, etc. Todo esto es verdad, pero no sabe uno qué es preferible: si estos males rudos, declarados, o los males de guante blanco que produce la hipocresía occidental. 

Al final, no se trata de bendecir a unos y maldecir a otros, ni siquiera de hacer una alabanza de los pueblos africanos como expiación por las explotaciones a las que han sido sometidos a lo largo de la historia. Se trata de abrir los ojos, reconocer nuestras riquezas respectivas y ponerlas en juego al servicio de ideales compartidos, tanto en la sociedad como en la Iglesia. 

Creo que los misioneros de las últimas décadas han hecho una extraordinaria tarea de mediación entre dos mundos. Han traído a África muchos medios que han ayudado a su desarrollo. Han llevado a Europa y a América una nueva sensibilidad en la que el respeto a Dios, a la vida en general y al ser humano en particular está por encima del desarrollo tecnológico sin alma. Toda la siembra producirá su fruto. Es cuestión de tiempo.