sábado, 31 de julio de 2021

La casi imposible conversión

Hoy toca escribir sobre san Ignacio de Loyola, no solo porque es el día de su fiesta, sino porque en este año 2021 estamos celebrando el quinto centenario de su conversión sobre el que ya escribí hace algo más de dos meses en una entrada titulada Las sorpresas de Dios. Con este mismo motivo el cardenal claretiano Aquilino Bocos ha dirigido una carta abierta a los jesuitas en la revista Vida Nueva

La figura de Ignacio de Loyola es de tal envergadura en la historia de la Iglesia y de la humanidad que no puede pasar desapercibida. Sus Ejercicios Espirituales han sido una escuela de discernimiento y en expresión del jesuita Jesús Zaglul una exploración anticipada de la inteligencia emocional. La gramática de Dios pasa también por descifrar el significado de nuestras emociones, no solo de nuestras ideas y acciones.

De Ignacio se podrían decir muchas cosas. Me fijo solo en una que conecta con el espíritu de nuestro tiempo. Ignacio fue un converso; es decir, alguien que, en un determinado momento de su vida, cambió el rumbo de su existencia orientándola hacia Dios. De soldado al servicio del rey de Castilla pasó a militar bajo la bandera de Cristo. Comprendió como más tarde Francisco Javier que no sirve de nada ganar todo el mundo si uno arruina su vida. Durante los meses de convalecencia que pasó en la casa familiar de Loyola fue comparando el placer (intenso, pero efímero) que le producía el recuerdo de sus gestas y amoríos y la alegría (suave, pero duradera) que nacía cuando leía la vida de Jesús o de algunos santos. Comprendió entonces que solo Dios da la paz y el gozo profundo que ansía el alma humana. Deseando peregrinar a Tierra Santa, decidió embarcase en el puerto de Barcelona. Dado que la ciudad estaba cerrada a causa de la peste, pasó once meses en Manresa madurando su conversión. Era el mismo Ignacio de siempre, pero ya no era lo mismo. En su interior se había producido una gran transformación.

¿Es posible convertirse hoy en día? Personalmente, sí; socialmente, resulta difícil. Por supuesto que sigue habiendo hombres y mujeres que descubren la presencia de Dios en su vida y deciden orientarla de otra manera. Pero lo que en otros tiempos podía ser visto como un camino feliz de la oscuridad a la luz, de la falsedad a la verdad, hoy se mira con lupa y sospecha. Más que creer que “todo pecador tiene un futuro” (y, por tanto, poner el acento en el camino de esperanza que se abre con una conversión) hoy acentuamos que “todo santo tiene un pasado” (y, por tanto, nos empeñamos en hurgar en su expediente para encontrar manchas y sombras). Cada día me sorprendo más de la “caza de brujas” que se está operando en nuestra sociedad digitalizada. 

Superada la imagen de un Dios controlador que archiva en su computadora celestial todos nuestros pecados y hasta las conductas más inocuas, la hemos secularizado mediante nuevas formas inquisitoriales. Hoy se rebusca en Internet cualquier actividad “inadecuada” de los personajes públicos para usarla como arma arrojadiza en su contra. He oído decir que en algunos países los nuncios tienen dificultades para encontrar candidatos al episcopado porque, cuando examinan el historial de algunos de ellos, encuentran páginas que no son inmaculadas. 

¿Quién puede presentarse con un expediente limpio a lo largo de toda su vida? Jesús lo dijo sin ambages: “El que esté limpio de pecado (eclesiástico, político, periodista o quienquiera que sea), que tire la primera piedra” (Jn 8,7). La nueva sociedad inquisitorial no permite que nadie cambie. El pasado se convierte en una losa insuperable. En el fondo, esta visión de la vida parece reflejar la vieja concepción protestante acerca de la justificación. Es verdad que Dios, en su infinita misericordia, no nos imputa nuestros pecados, pero no nos renueva interiormente. Seguimos siendo eternos corrompidos sin posibilidad de una real transformación. 

¡Menos mal que Ignacio de Loyola vivió en el siglo XVI! Si hubiera vivido en el siglo XXI, no se hubiera librado de una inspección a fondo de su pasado militar con objeto de restregarle sus viejos desvaríos y desacreditar la autenticidad de su conversión. Hoy no creemos en la posibilidad de la conversión. Socialmente, estamos encadenados a nuestro pasado sin posibilidad alguna de redención. Delitos y pecados se confunden en un magma que nos absorbe, engulle y paraliza. 

Se necesita una nueva audacia para no dejarnos dominar por esta visión inquisitorial de la vida. Me rebelo contra la dictadura de lo políticamente correcto que, en nombre de una pureza inhumana, hace del pasado el único punto de referencia en la vida de los hombres y mujeres. Los seres humanos cambiamos. Por mucho que el pasado nos condicione, tenemos la posibilidad de convertirnos. La gracia de Dios es soberana y abre boquetes en los muros de la revancha y la intolerancia, siembra futuro donde nosotros solo vemos pasado. Dios borra los archivos de nuestros pecados para permitirnos volar con nueva libertad. La sociedad digital almacena todo para tenernos siempre bajo control. El Dios de Jesús no tiene nada que ver con el Big Brother de Orwell. 

Es verdad que “todo santo tiene un pasado” (a menudo, no muy ejemplar), pero es más verdad que “todo pecador tiene un futuro”. La gracia de Dios es más poderosa que nuestras miserias y fragilidades. O, dicho con las palabras de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Creo que nos hace bien recordar historias como la de Ignacio de Loyola para no ser víctimas del neopuritanismo que nos atenaza. 

Felicidades a todos mis amigos de la Compañía de Jesús y a cuantos se sienten inspirados por la espiritualidad ignaciana.



viernes, 30 de julio de 2021

La vida no es una competición

Reconozco que no estoy siguiendo los Juegos Olímpicos de Tokio con la pasión con que seguí los de Barcelona en 1992 u otros más recientes, como los de Londres en 2012 o los de Río de Janeiro en 2016. Tengo la mente puesta en otros intereses más acuciantes, como el próximo Capítulo General de los Misioneros Claretianos.  Con todo, la celebración de los Juegos me hace pensar. Competir sin público resta vistosidad y energía. La pandemia impone sus reglas. Más allá de las circunstancias de este año, los juegos son una competición; es decir, un ejercicio de “rivalidad de quienes se disputan una misma cosa o la pretenden”. Rivalidad significa “enemistad producida por emulación o competencia muy vivas”. Es posible que la rivalidad deportiva sirva para encauzar y humanizar otras rivalidades más peligrosas. En cualquier caso, se mantiene la idea de que el otro por mucho fair play que se exhiba es un oponente a quien tengo que vencer. Al final, hay medallas (oro, plata y bronce) y diplomas. Unos ganan y otros pierden. La gente solo recuerda a los ganadores.  Algunos se convierten en estrellas. 

Estamos tan acostumbrados a que las cosas sean así (no solo en el terreno deportivo, sino en el académico, empresarial, laboral, etc.) que nos cuesta imaginar que puedan ser de otro modo. Nos parece que la competición es el modo mejor de potenciar las cualidades de las personas y perseguir ese citius, altius, fortius (más lejos, más alto, más fuerte) que nos hace progresar como individuos y como humanidad. La sociedad de mercado defiende una vida competitiva como la base del progreso. No dudo de que hay una “sana” rivalidad que estimula la creatividad, la producción y el consumo. Pero ¿a qué precio? 

La retirada de la gimnasta estadounidense Simone Biles de la final por equipos en los Juegos de Tokio es una luz roja que nos avisa de que algo no va bien. Reproduzco sus palabras: “Tengo que concentrarme en mi salud mental. Simplemente creo que la salud mental es más importante en los deportes en este momento. Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos”. Otros muchos deportistas de élite desde Michael Phelps hasta Ricky Rubio− han sufrido ansiedad y depresión por estar sometidos a fuertes presiones para mantenerse en la cima. En ocasiones, las expectativas de sus patrocinadores, entrenadores y seguidores los han obligado a comportarse como máquinas programadas más que como personas libres. Al final, se resquebrajan y hasta se rompen. 

¿Merece la pena tanto esfuerzo para lograr un récord mundial? ¿Dónde está la frontera entre la necesaria disciplina deportiva y la exageración competitiva? ¿Son los deportistas de élite una especie de humanos robotizados que se prestan a extremos casi imposibles con tal de alcanzar la gloria de una medalla, fomentar el orgullo patriótico y aumentar las ganancias de sus patrocinadores? ¿Merece la pena pagar el precio del equilibrio personal por alcanzar estas metas? ¿Cabe imaginar un desarrollo personal y colectivo a todos los niveles que no pase necesariamente por la lógica de la competición y la exhibición?

Me vienen a la mente las palabras de Pablo en la primera carta a los Corintios: “¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado” (1 Cor 9,24-27). Pablo echa también mano de esta imagen atlética en su carta a los Filipenses: “Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús” (Flp 3,13-14). Es verdad que Pablo nos invita a correr para ganar, pero ganar “una corona que no se marchita”. 

La experiencia de los atletas le sirve para acentuar dos aspectos del camino cristiano: la atracción de la meta (sin la cual el camino se hace duro) y la disciplina que nos permite correr con diligencia. El acento no recae sobre la derrota de los otros competidores o sobre la obtención de premios terrenos. No estaría mal imaginar unos Juegos Olímpicos desde esta lógica. Si no es posible en el plano deportivo −porque seguramente resultarían menos atractivos y rentables− habría que intentarlo al menos en esos “juegos olímpicos” que son la vida misma. No se trata de correr hacia la meta dando codazos a los demás y celebrando sus derrotas, sino animándonos unos a otros a correr con energía en la misma dirección para alcanzar juntos a la meta a la que hemos sido destinados. 

jueves, 29 de julio de 2021

Los amigos de Betania

Por primera vez celebramos hoy la memoria de los santos Marta, María y Lázaro. Hasta ahora, el 29 de julio se recordaba solo a santa Marta. A partir del decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, emanado el 26 de enero de este año, el 29 de julio se celebrará conjuntamente la memoria de los tres hermanos de Betania “considerando el importante testimonio evangélico que dieron al hospedar al Señor Jesús en su casa, al escucharlo atentamente, al creer que él es la resurrección y la vida”. 

Cada uno de los tres hermanos es caracterizado con un rasgo que lo identifica. Marta hospeda a Jesús en su casa y lo sirve; María lo escucha atentamente y Lázaro lo confiesa como la resurrección y la vida porque ha experimentado en carne propia su poder vivificante. Los tres viven en Betania (“casa de frutos”) y son amigos del que, dirigiéndose a todos los discípulos, les dijo: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre” (Jn 15,15). Desde niños aprendimos a ser “amigos” de Jesús. Es probable que esa palabra haya ido perdiendo fuerza con el paso del tiempo. Puede que incluso hoy nos suene demasiado infantil o juvenil. 

La memoria conjunta de los hermanos de Betania nos ayuda a agradecer el don de la amistad y a profundizar en nuestra relación con el “amigo” Jesús. Me gustaría iluminar algo de lo que hoy vivimos a partir de estos tres amigos de Jesús (dos mujeres y un varón) que hacen de su casa de Betania un lugar de acogida, escucha, servicio y anuncio. 

En su evangelio, Lucas dice que Marta “lo recibió en su casa” (Lc 10,38) y también que “estaba atareada con los muchos quehaceres del servicio” (Lc 10,40). Por eso, Jesús le advierte: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria” (Lc 10,41). El evangelio de Juan, por su parte, va más allá de esta imagen de una Marta servicial. Pone en sus labios una confesión de fe: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo” (Jn 11,27). Y también una invitación a su hermana María que, en realidad, está dirigida a todos nosotros: “El Maestro está aquí y te llama” (Jn 11,28). 

De Marta hemos hecho una caricatura que no parece corresponderse con la realidad. Es verdad que era afanosa, pero también creyente. Hablando a la Curia Romana en 2014, el papa Francisco dijo que una de las enfermedades que hoy padecemos es el “martalismo”; o sea, el mal “de la excesiva laboriosidad, el de aquellos enfrascados en el trabajo, dejando de lado, inevitablemente, «la mejor parte»: el estar sentados a los pies de Jesús (cf. Lc 10,38-42). Por eso, Jesús llamó a sus discípulos a «descansar un poco» (Mc 6,31), porque descuidar el necesario descanso conduce al estrés y la agitación”. Es probable que algunos vivamos la fe con estrés y agitación, que confundamos el activismo con el servicio y que pensemos que creer en Jesús significa “hacer muchas cosas”. La invitación del Maestro a no perdernos en la superficialidad del hacer y a buscar “la única cosa necesaria” nos mantiene alerta.

De María de Betania tenemos también algunos datos. Lucas dice que “sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra” (Lc 10,39) y que −citando palabras de Jesús “ha escogido la mejor parte y nadie se la quitará” (Lc 10,42). Juan, por su parte, señala que, cuando su hermana Marta la llamó, María “se levantó rápidamente y salió al encuentro de Jesús” (Jn 11,29). También ella, como antes Marta, repite la misma queja: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (Jn 11,32). El llanto de María, unido al de otros judíos, hizo que Jesús se emocionara profundamente. 

Perder el tiempo con Jesús, escucharlo sin prisas, llorar ante él… son algunas de las actitudes que María de Betania nos enseña. Aunque ambos son imprescindibles, el encuentro personal tiene siempre prioridad sobre el trabajo. Es verdad que la fe cristiana implica una praxis de vida, pero es, ante todo, el encuentro de amistad con la persona de Jesús que transforma nuestra existencia. Esta es siempre “la mejor parte” que nadie nos puede arrebatar. Si estamos centrados en Jesús, todo lo que hagamos en la vida tendrá un sentido. Sin él, las muchas acciones conducirán solo a la dispersión y la fatiga. En vez de vivir como iluminados, acarabemos muriendo como quemados. 

Los evangelios no reportan ninguna palabra de Lázaro, el hermano varón de Marta y María. Cuando el evangelio de Juan lo menciona por primera vez es para decir que “hacía ya cuatro días que Lázaro había sido sepultado” (Jn 11,17). Y ya se sabe que los muertos no hablan. Después de orar por su amigo, Jesús lo llama: “Lázaro, sal fuera” (Jn 11,43). El evangelio añade que “el muerto salió del sepulcro” (Jn 11,44), pero tampoco en esta ocasión habla, ni siquiera para dirigir una palabra de gratitud a su salvador. Lázaro vuelve a aparecer con su nombre en el capítulo 12 de Juan. Es uno de los comensales que participa en la cena que le han organizado a Jesús en Betania, pero tampoco en esta ocasión dice nada. Pareciera que su verdadera palabra es la vida recobrada. 

Lázaro es un testimonio viviente de la fuerza salvadora de Jesús. No necesita decir nada. Le basta con vivir.  Es un “signo” andante. También de Lázaro podemos aprender algo. La evangelización actual no necesita de muchas palabras sino de “signos”. Vivir con alegría y entrega es quizás la mejor forma de mostrar que Jesús nos ha salvado del abismo del sinsentido, al que la pandemia nos está acercando un poco más cada día.

Marta, María y Lázaro, amigos de Jesús, rogad por nosotros.

Gracias, Señor, por todos los amigos y amigas que has puesto en mi vida, algunos de los cuales son también lectores asiduos de este Rincón, que hoy alcanza las 1.800 entradas. 



martes, 27 de julio de 2021

Sin asombro, todo es sombra


La entrada de hoy no es original. Reproduzco un texto que me envió ayer un amigo mío. Me he permitido solo algunos mínimos retoques. Sintonizo con su contenido y, sobre todo, con la expresividad del título: “Sin asombro, todo es sombra”. No es solo un juego de palabras. Salimos de las sombras en las que a menudo vivimos cuando nos abrimos con asombro al misterio de la vida. He aquí las palabras de mi amigo:

“Una de las peores cosas que pueden ocurrir en la vida es sufrir una enfermedad, y no sólo de carácter físico, sino ─a las que menos referencia hacemos─ de carácter mental. En España casi el 20% de la población sufre algún tipo de trastorno mental. Cierto es que en la gran mayoría de las ocasiones no se sabe cómo evitar dichos trastornos que pueden venir derivados de la propia historia personal o de condicionantes educativos y morales cuya complejidad es como la vida misma. Pero existen otras ocasiones, en las que sí que podemos contribuir a higienizar esa salud mental desde una vida sencilla, sin grandes pretensiones, buscando ser la mejor imagen de nosotros mismos.

Cuando Jesús nos dice que quien no se haga como un niño no entrará en el Reino de los Cielos, me parece que está haciendo referencia a la capacidad de asombro, de sorpresa, de dejarse empapar, de estar abierto a aprender, de sentirse pequeño y necesitado de los demás. Por el contrario, no es que un adulto por sistema tenga una capacidad nula de asombro, no le ilusionen las sorpresas de la vida, deje de aprender cada día, o sea un soberbio y autónomo absoluto. No es eso.


Creo que nos habla de esa capacidad de ver la grandeza en las cosas pequeñas: en un amanecer, una puesta de sol, el olor del café recién hecho, la sonrisa de un amigo, un campo de lavanda, el verdor de la montaña, el sonido de la lluvia. Todo aquello con lo que podemos vivir cotidianamente, y sin darnos cuenta, puede ser irrelevante en nuestra vorágine de trabajo y lucha por conquistar los bienes necesarios para vivir.

Si perdemos esa capacidad de asombro, todo se oscurece, y dejamos de ser niños para convertirnos en autómatas de la conciencia; los acontecimientos se suceden sin que tomemos parte en ellos, nos dejamos invadir poco a poco por un desánimo existencial que nos impide disfrutar de lo que hacemos, porque nos vemos abocados a ese avanzar contra el que no podemos luchar.

Es ahí cuando podemos luchar contra muchas de las enfermedades mentales que nos afligen, tomar conciencia de nuestra pequeñez, querer ser niños, desear que el mundo no nos absorba en su dinámica de modas, donde lo bello tiene una fecha de caducidad, al contrario que lo perenne de lo natural. Es en el valor de querer ser diferentes y únicos donde nos jugamos la capacidad del asombro.


¿Nos hemos parado a pensar cuántas veces leyendo un versículo de la Biblia, recitando un salmo, pasando por un lugar concreto, hablando con un amigo, sentimos que vemos algo nuevo, algo distinto, que es capaz de transformarlo todo? ¡Eso es el asombro!

Para asombrarse hay que hacerse pequeño, creer que no todo está visto, que siempre hay algo nuevo, un matiz distinto. La vida no es blanca ni negra, es gris, todo depende del matiz, como dice Mägo de Oz, en Molinos de viento. Sencillamente, a cada momento le basta su afán, simplemente, empapémonos de la vida, de los regalos que Dios nos brinda cada día”.

Cuando las sombras lleguen, que no oscurezcan tu ilusión.
Sal de ti y contempla, la grandeza de la creación.
Si niño ya no eres, achicarte puedes,
pues un elefante puede entrar por el ojo de una aguja
Sin asombro todo es sombra, y sin sombra todo es Luz.



lunes, 26 de julio de 2021

Un poco de calma, por favor

Llegué a Roma ayer por la tarde después de un vuelo un poco turbulento desde Madrid. Me acogió el calor húmedo de una ciudad que procuro evitar durante los meses de julio y agosto. Este año, sin embargo, no me será posible ausentarme todo el tiempo porque estamos a las puertas del XXVI Capítulo General de los Misioneros Claretianos que, Dios mediante, comenzará el próximo 15 de agosto. 

Atrás quedan tres intensas semanas vividas en diversos lugares de España. He tenido la oportunidad de encontrarme con viejos y nuevos amigos y practicar con calma el arte de la conversación. Siempre me sorprendo del poder transformador que tiene el encuentro entre personas que quieren compartir algo de su intimidad. En el desierto del individualismo posmoderno y del distanciamiento social impuesto por la pandemia, una buena conversación es siempre un oasis refrescante. Reconozco que me gusta escuchar y hablar. Disfruto por igual con el silencio y la palabra.

No quiero ser muy reiterativo, pero casi todas las conversaciones han comenzado o terminado con una alusión a los efectos psicológicos de la pandemia que padecemos. Son especialmente graves las consecuencias entre los jóvenes. Desaparecidos los besos y los abrazos, no sabemos bien cómo saludarnos. Hacemos algunas muecas insignificantes. Desconfiamos de las personas que no son de nuestro entorno. Salimos a la calle provistos de mascarillas, aunque no sean obligatorias en los espacios abiertos. Lo que más me sorprende es ver a personas que siguen llevándola incluso cuando pasean solas por el bosque. Hasta tal punto nos sentimos protegidos con ese adminículo buco-nasal, que lo hemos incorporado a nuestras prendas habituales, quizás más como un talismán que como una solución eficaz. 

La “quinta ola” viene acompañada por nuevas manifestaciones de indignación. ¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¿Tendremos que convivir durante mucho tiempo con esta pesadilla? De nuevo se disparan los bulos sobre supuestas conspiraciones mundiales para acabar con la raza humana o, por lo menos, para tenerla subyugada. Hay voces críticas contra las industrias farmacéuticas que se están haciendo de oro con las vacunas y que ya hablan de la necesidad de inyectar una tercera, cuarta o quinta dosis. ¿Quién está en condiciones de distinguir las voces de los ecos?

Por si fuera poco, pululan cada vez más grupúsculos religiosos que hablan de un inminente fin del mundo y que acusan al papa Francisco de ser un falso Papa que ha traicionado la Tradición de la Iglesia y se ha vendido al comunismo internacional. A lo largo de la multisecular historia de al Iglesia nunca han faltado herejes y cismáticos de todo pelaje. Lo que ocurre es que ahora disponen de púlpitos digitales para difundir sus mensajes. Hace poco me ha llegado el vídeo de un joven gallego que parece hecho en la factoría del infierno. Establece una línea entre algunas supuestas apariciones de la Virgen, el coronavirus, la infidelidad del Papa de Roma y las vacunas. En tiempos convulsos como los que estamos viviendo no es difícil que personas con buena voluntad, pero mente desequilibrada, se embalen por pendientes apocalípticas. Abundan más de lo que hubiera imaginado. 

Mantener la calma, no dejarse llevar por el catastrofismo, hacer un esfuerzo por ser objetivos... se me antoja una empresa difícil, pero necesaria. Junto al arte de la conversación está el arte del discernimiento, la capacidad de cribar las cosas para distinguir el trigo de la paja, lo que viene del Espíritu de Dios de lo que son solo proyecciones o ansiedades humanas. Las “serpientes de verano” siempre han sido un clásico en estas fechas. A la hora de teclear estas líneas, el termómetro ha escalado ya los 28 grados. No es fácil mantener la mente fresca en estas condiciones. Al final, el calentamiento global (de las mentes) va a ser el responsable de tantos desvaríos. 

Dejemos que la música de Siloé nos refresque un poco. 


domingo, 25 de julio de 2021

El camino de Santiago

Hoy celebramos la solemnidad de Santiago, apóstol, patrono de España. Por caer este año en domingo, es un Año Santo Jacobeo. A pesar de la pandemia, están siendo muchos los peregrinos que se han puesto en marcha para realizar por diversas rutas y con diversos medios “el camino de Santiago”. Yo todavía no lo he hecho. Uno de mis sueños es hacerlo a pie desde Roncesvalles hasta Santiago de Compostela. Llegará el momento oportuno. 

Sobre este camino (que es físico, pero, sobre todo, espiritual) se han escrito infinidad de libros, se han hecho películas y se han multiplicado los testimonios de personas famosas (desde Paulo Coelho a Martin Sheen, pasando por Shirley McLean) que confiesan haber cambiado sus vidas tras peregrinar a la tumba del apóstol. Como muchas de ellas subrayan, lo más importante no es la meta, sino el camino. Al fin y al cabo, el camino es un símbolo de la vida misma. Caminar implica vivir en profundidad.

Cuando comparo este “camino jacobeo” (tan publicitado hoy, sobre todo por razones turísticas y económicas) con el camino que hizo el auténtico Santiago, caigo en la cuenta de que no es necesario recorrer 800 kilómetros a pie para vivir una auténtica transformación interior. Santiago, el hermano de Juan y discípulo de Jesús, tuvo que pasar de un carácter brusco a otro humilde, de un deseo de grandeza humana al aprendizaje del servicio, del buscar una vida segura a entregarla como mártir. ¿No es este el verdadero “camino de Santiago”, accesible a todos nosotros, con independencia del lugar en el que vivamos o de la edad que tengamos? El camino físico está reservado a un porcentaje muy pequeño de personas que pueden permitirse dedicar una o dos semanas semana o un mes a caminar con una mochila a las espaldas. El camino espiritual está abierto a todos.

Desde hace años colecciono fotografías de cuadros y esculturas que representan a Santiago. Al fin y al cabo, pertenezco a la Provincia claretiana de Santiago. Desde niño me atraía la figura de un apóstol a lomos de un caballo blanco. Quizá no prestaba atención a que, bajo los cascos del caballo, había a veces algunas cabezas de moros masacrados. Uno de los apelativos de este Santiago batallador es precisamente el de “matamoros”. Ciertamente, no ayuda al diálogo interreligioso al que hoy nos sentimos urgidos. 

Aunque me guste mucho la figura del Santiago caballero, me quedo con el perfil que aparece dibujado en los evangelios. Y, puestos a jugar con los gustos, también me gusta la leyenda de su presencia en España al principio de la evangelización y la de sus restos custodiados en la catedral de Santiago. Pero si algo me emociona de este apóstol es su camino de transformación interior. De rudo pescador galileo paso a ser un servidor que dio su vida por Jesús. Tardó tiempo en comprender quien era el Maestro y cuáles eran sus pretensiones. Antes de que pudiera tener la suficiente claridad intelectual sobre ambos asuntos, tuvo la oportunidad de rubricar con su sangre su amor a Jesús. ¿No es la fe, al fin y al cabo, una entrega incondicional? Pues eso. A este “camino de Santiago” me apunto también yo.

Un cordial saludo a todos los lectores del Rincón desde el aeropuerto de Barajas en donde estoy tecleando la entrada de hoy en medio de pasajeros que van y vienen y consultan las pantallas informativas. ¡Feliz fiesta de Santiago, sobre todo a aquellos que llevan su nombre en sus numerosas variantes: Santiago, Tiago, Jacobo, Jacob, Jaime, etc.!

sábado, 24 de julio de 2021

Analfabetismo emocional


¿Qué nos pasa a los varones que, en general, nos cuesta expresar nuestros sentimientos? Hablando con algunas chicas en estos días, he escuchado una queja común que no sé hasta qué punto es fiel reflejo de la realidad. Según ellas, los chicos de hoy están muy obsesionados con su futuro profesional. Se concentran en sus estudios, sueñan con obtener un buen empleo y dan mucha importancia al dinero. En general, son competentes en su profesión, pero en otros ámbitos se comportan como perfectos adolescentes, aunque tengan 30 o 35 años. No saben qué quieren hacer con su vida (más allá de ganar dinero), les cuesta manejar sus emociones, tienen pavor a los compromisos estables (por ejemplo, al matrimonio) y no les atrae mucho la idea de tener hijos porque reproduzco literalmente una frase escuchada no quieren traer niños “a este mundo de mierda”. No sé si esta es una tendencia general o minoritaria, pero creo que hay que prestarle mucha atención. Por contra, muchas chicas están demostrando una enorme responsabilidad a la hora de afrontar sus estudios, su autonomía laboral y económica y su vida afectiva. ¿Qué nos está pasando?

Hoy conocemos mejor que nunca los distintos tipos de inteligencia. Hemos buceado en el mundo de las emociones. Hablamos de educación integral. Sin embargo, algo está fallando. Es como si dispusiéramos de muchos medios, pero careciéramos de fines. En consecuencia, no sabemos bien para qué nos sirve lo que estudiamos, cuál es el valor de las relaciones y qué significan nociones como proyecto, compromiso o fidelidad. Es probable que estos fenómenos se enmarquen en la “sociedad líquida”. Todo es fluido. Nada permanece. Pero, ¿por qué los varones acusan más esta inseguridad mientras las mujeres parecen moverse como peces en el agua? ¿Será que se están redefiniendo los roles? ¿O es que el verdadero “sexo fuerte” es el femenino? ¿Se debe a que muchos varones permanecen en el hogar familiar hasta más allá de los 30 años, con las espaldas cubiertas, y sin asumir responsabilidades? 

No quiero entrar en un debate en el que los tópicos abundan más que los datos comprobados. Lo que parece cierto es que en muchos varones jóvenes se da una especie de “analfabetismo emocional” que es consecuencia de su incapacidad para saber qué quieren hacer con su vida, a quién quieren entregarse por entero y cómo afrontar los problemas normales de la existencia (incluyendo el sufrimiento y la muerte). Esta falta de centro y de dirección impide afrontar con firmeza casi todas las esferas de la vida, excepto la profesional. Quizás es el momento de preguntarse a fondo cómo afrontar esta crisis, convencidos de que toda crisis es una oportunidad para crecer.

viernes, 23 de julio de 2021

El viaje al centro

Ayer fue un día muy caluroso. Incluso en mi refugio de montaña la temperatura escaló hasta los 34 grados. Menos mal que durante la noche bajó a 15. Eso me ha permitido dormir bien. A algunos lectores la entrada de ayer sobre Cuba ─bastante leída, por cierto─ les resultó incompleta. Lo era. No pretendía hacer un análisis exhaustivo de la compleja situación del país caribeño, sino solo recordar lo que está pasando para no naufragar en el mar de las mil interpretaciones y adoptar una postura crítica. 

Después de escribir la entrada, me fui en bicicleta hasta un rincón del bosque desde el que se contempla el embalse de la Cuerda del Pozo y, a lo lejos, mi pueblo. Me senté en un banco y dejé que el paisaje me hablara. Necesito momentos como estos en medio de los muchos encuentros, mensajes y actividades de los últimos días. La contemplación tiene la virtud de devolvernos al centro de todo. Nos cura de la dispersión a la que estamos sometidos. Nos permite distinguir lo esencial de lo accidental, lo importante de lo urgente, lo estable de lo efímero. Sin experiencias de contemplación estamos expuestos a la tiranía del instante.

Pero ¿qué significa contemplar? Varias personas me han dicho que les está resultando muy difícil viajar a su interior y ver de otra manera. Su mente se pierde enseguida en recuerdos, preocupaciones por cosas minúsculas, deseos, emociones, proyectos, etc. Como todo arte, también la contemplación se aprende con la práctica. Se requiere, pues, el deseo de introducirse en ella y una mínima constancia para que los buenos deseos no se evaporen y nos dejen más frustrados que antes.

El tema de la contemplación y, más en general, el de la meditación ha sido recurrente en este blog. No es preciso ahora explicarlo con detalle. Si hoy vuelvo sobre él es porque varias personas me han dicho que la situación de pandemia que estamos viviendo, lejos de ayudarles a contemplar la realidad con calma y a encontrar serenidad, les está produciendo una gran dispersión mental y afectiva. Se sienten cada día más perdidas. Se dejan llevar por los impulsos de última hora. Experimentan un gran desasosiego interior, como si no encontrasen en ninguna experiencia el sosiego que necesitan. 

Sería muy fácil despachar esta zozobra con un par de consejos piadosos, pero eso no iría a la raíz del problema. Creo que en un contexto como el actual necesitamos más que nunca practicar el arte de la contemplación para dejarnos nutrir por la fuente del amor, que no es otra que Dios mismo.

Ayer celebramos la fiesta de santa María Magdalena. No hice ninguna referencia explícita porque creo que ya he escrito bastante sobre ella en los años anteriores, pero sigo creyendo que un perfecto icono que puede ayudarnos en nuestro camino espiritual. Hay cuatro palabras que resumen su experiencia de contemplación de Jesús: atracción, ausencia, encuentro y misión.  

  • María debió de sentir muy fuerte el magnetismo de Jesús (atracción) hasta el punto de que lo siguió como un apóstol más. Jesús fue el amor de su vida, su centro, su todo.
  • Probó también en sus carnes el dolor de la ausencia. Siempre me han impresionado las palabras que el evangelio de Juan pone en sus labios cuando visita la tumba de Jesús: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto” (Jn 20,13). Parece haberse anticipado veinte siglos a quienes experimentan hoy la ausencia de Jesús después de haber creído en él. 
  • Solo cuando Jesús pronuncia el nombre de María, ella se da cuenta de que el Maestro vive, se encuentra con él de una manera más honda que cuando lo seguía por tierras de Galilea y Judea (encuentro). 
  • Su tentación es retenerlo para que no desaparezca más, pero Jesús le dice que la mejor forma de estar con él es anunciarlo. La misión se convierte en la cara visible del encuentro.

Personalmente encuentro mucha luz y mucha belleza en este itinerario, más que en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio o en los infinitos juegos que cada uno de nosotros practicamos en nuestra vida.

jueves, 22 de julio de 2021

Cuba está gritando

No es posible pasar de puntillas sobre lo que sucedió en Cuba el pasado 11 de julio. Como muchos de los lectores de este Rincón, seguí los acontecimientos por los medios de comunicación, aunque no dispuse de mucho tiempo por hallarme viajando de un lugar a otro. 

Han pasado más de diez días. Además de las informaciones periodísticas, he podido leer y escuchar la carta que la religiosa cubana María Victoria Olavarrieta dirigió al papa Francisco pidiéndole que “alzara su voz” contra los atropellos que las autoridades cubanas estaban cometiendo en Cuba. El texto es impresionante, pero el audio es todavía más dramático. Después, he tenido ocasión de leer algunos testimonios y reflexiones que me han hecho llegar algunos conocidos cubanos o personas que viven en la isla. Destaco, entre ellas, el artículo de Dagoberto Valdéz Hernández titulado “Escuchar la voz de nuestro pueblo”. Me parece una presentación concisa y objetiva de lo que está pasando en Cuba.

He estado una sola vez en ese país caribeño. Fue en el lejano 2004. Muchas cosas han cambiado desde entonces y, al mismo tiempo, todo sigue igual. Quienes consideran que Cuba constituye un experimento idílico de “socialismo con rostro humano” es probable que nunca hayan visitado un país al que pocos quieren ir (como no sea en calidad de turistas o de aventureros) y del que muchos quieren huir. Achacan al famoso bloqueo norteamericano la causa de todos sus males, olvidando que el problema fundamental (aunque no único) se encuentra dentro, en la perversión de un sistema que, bajo el señuelo de la justicia social, en realidad ha creado una macrocárcel colectiva. 

Que el sistema tenga algunos aliviaderos no significa que no sea un régimen totalitario. Es verdad que Cuba y sus míticos líderes (sobre todo, Fidel Castro y el Che Guevara) suscitan a partes iguales admiración y rechazo en todo el mundo. Cuanto menos se conoce de cerca la realidad cubana, más se mitifican sus logros. Quienes viven en las angosturas del sistema y no forman parte de su élite no tienen la visión idílica de quienes lo contemplan desde lejos con los prismáticos de una ideología comunista.

Tengo la impresión de que, tras más de 60 años de opresión, las cosas han comenzado a cambiar. Los protagonistas principales de este cambio son los propios cubanos. Oír su voz es esencial para saber qué sociedad sueñan y qué tipo de ayuda internacional necesitan. No se trata de ensalzar o demonizar un experimento político o de naufragar en la eterna pugna entre comunismo y capitalismo (“y tú más”), sino de algo más humano y elemental. En palabras de Dagoberto Valdez, el futuro pasa por “escuchar la voz de nuestro pueblo”, no por sustituir un totalitarismo por otro. En este proceso, él mismo pide “que la Iglesia, parte inseparable de nuestro pueblo, participe también: como madre que cuida a sus hijos, como educadora que forma ética, cívica y religiosamente, como mediadora y garante de un proceso de cambios pacíficos y consensuados con participación de todos y, sobre todo, que la Iglesia, que es experta en humanidad, alimente, cultive y fortalezca la vida espiritual de todos los cubanos, especialmente de aquellos que participan activamente en la vida social, política y cultural de la nación, para que los dos pilares de nuestra nacionalidad concebida en el útero de la Iglesia en el Seminario San Carlos, la Virtud y el Amor, sean cimiento y arquitrabe de la Patria y de la Vida que queremos reconstruir entre todos. Que la santidad de Varela y el humanismo de Martí sean la inspiración del alma cubana”.

Hay momentos en la historia en que no se puede mirar para otro lado. Me parece que este es uno de ellos. La libertad del pueblo cubano no significa carta blanca para que la isla se convierta en una finca de algunos poderosos oligarcas cubanos residentes en Miami o un satélite de los Estados Unidos. Lo que el pueblo pide es poder decidir libremente lo que quiere ser sin las amenazas y represalias a las que está acostumbrado. Esta voz no puede ser desatendida.


miércoles, 21 de julio de 2021

La vida con filtro


Durante los días pasados he hecho bastantes kilómetros en coche. Ha sido la ocasión perfecta para escuchar muchas canciones, desde clásicos como Carole King, Paul Simon o Mercedes Sosa, hasta las composiciones indie de Siloé, algunos viejos temas de Brotes de Olivo y, por supuesto, mucha música contemporánea desconocida para mí. He tenido un buen introductor en esta vasta jungla. 

Entre tantas horas de audición, hubo un tema que me pareció un fiel retrato de lo que nos está pasando. Se titula “Para que el mundo lo vea”. Está compuesto por un cantautor catalán llamado Arnau Griso. Si queréis conocer algo de su filosofía vital, podéis echar un vistazo al Manifiesto que cuelga en su página web. Es probable que a alguno de los lectores le escandalice. No es necesario compartirlo, pero me parece que pone palabras, con una pizca de ironía y desmadre, a lo que muchos de su generación viven. Me interesa escuchar voces como estas (“out of the box”) sin juzgarlas. De no hacerlo, resulta difícil establecer un diálogo franco con una generación que no se identifica con los grandes relatos, pero que explora nuevos caminos.


La canción ironiza sobre el “postureo” que se practica en las redes sociales. Después de narrar algunos casos, concluye con un estribillo que es una especie de proclama digital: “Posturea para que el mundo lo vea / Que la vida con un filtro no es tan fea / Y si no te sientes guay / Es porque tu autoestima se mide en likes”. Para muchas personas, y no solo para los jóvenes, la realidad es una construcción personal. Hace ya muchos años que la revista satírica Hermano Lobo acuñó una frase que se adelantó varias décadas a la explosión del postureo mediático actual: “Hazte una foto y, si sales, es que existes”. 

Lo que importa es la imagen que proyectamos. Si ya no podemos ser éticamente virtuosos, podemos ser, por lo menos, estéticamente atractivos. Basta que sepamos manejar unas sencillas técnicas de “postureo”. Al final, nosotros mismos acabaremos creyendo que somos lo que aparecemos. El verbo “ser” se confunde con el “aparecer”. La célebre frase cartesiana “Pienso, luego existo”, podría modificarse así: “Aparezco en las redes, luego soy alguien”. Arnau Griso lo dice con palabras sin anestesia: “La vida con un filtro no es tan fea”. Si no podemos cambiar nuestra realidad, basta que sepamos “filtrarla” adecuadamente para que seamos lo que nos gustaría ser sin el largo recorrido del esfuerzo transformador. Bastan unas pocas y sencillas habilidades técnicas.


Ya sé que la vida es más compleja que el hábil manejo de los filtros. Ya sé que no todo se ventila en las redes sociales. Ya sé que los mismos que suben a Instagram o Facebook fotos de postureo suelen tener más valores que los que esconden sus imposturas. En el fondo, estos “postureos” digitales son más inocuos que las hipocresías sociales a las que estábamos acostumbrados antes de Internet. Nunca ha sido fácil combinar con acierto el “ser” y el “aparecer”. 

Jesús mismo, que es infinitamente misericordioso con las debilidades humanas, no transige con la hipocresía. Él busca personas auténticas, aunque sean débiles y pecadoras, no personas con apariencia de bien, pero esclavas de una doble vida. Las redes sociales no han hecho sino ofrecer un atractivo marco tecnológico para difundir algo que es tan viejo como el ser humano: una imagen “retocada” de nosotros mismos que nos ahorre el esfuerzo de ser nosotros mismos y que suscite una cohorte de “friends” y “followers” cuando no es posible crear verdaderas relaciones interpersonales. Arnau Griso se ha aprendido el cuento y ha ironizado sobre él. Es un aviso a navegantes. 

Os dejo con la letra y con un simpático vídeo. Espero que nos haga pensar un poco. Creo que ninguno estamos exentos de la tentación del “postureo”.


Puesta de sol, échale otra foto

No sea que la veas con tus propios ojos

Solo comes platos posteables

Ahora mi cena me hace sentir miserable

Es viernes, el deber me llama

Obligación social, aunque me pille en pijama

Filmaré mi noche y la subiré a Instagram

Ahora entiendo mi resaca

Todo me male sal

Todo me male sal

Me gustaría ser lo que aparento

Dejar atrás la esclavitud de lo perfecto

Mucho macho en Tinder

Pero seamos sinceros

Ni tu eres esa rubia, ni yo aquel moreno

Posturea para que el mundo lo vea

Que la vida con un filtro no es tan fea

Y si no te sientes guay

Es porque tu autoestima se mide en likes

Y posturea para que el mundo lo vea

Que la vida con un filtro no es tan fea

Y si no te sientes guay

Es porque tu autoestima se mide en likes

Disculpa, sigue esta cadena

Si no compartes este tema

Morirá un gatito por tu culpa

¡Es una pena!

Hogares donde se conecta el wifi solo

Siendo ateos somos religiosos

Facebook me recuerda que es el cumple de mi madre

Y a los desconocidos se les llama amistades

Antes era un fiestero, ahora soy un runner

Del deporte también se sale

Has visto mis sixpack en todas las portadas

Quiero ser campeón de fitness de semana

Fitness de semana

Sé tanto de ti que has perdido mi interés

No quiero ver dormir a tu bulldog francés

Vas a pillar torticulis inmerso en tu pantalla

La vida en 4K cuando subes la mirada

Posturea para que el mundo lo vea

Que la vida con un filtro no es tan fea

Y si no te sientes guay

Es porque tu autoestima se mide en likes

Y posturea para que el mundo lo vea

Que la vida con un filtro no es tan fea

Y si no te sientes guay

Es porque tu autoestima se mide en likes

Disculpa, sigue esta cadena

Si no compartes este tema

Nacerá un tronista por tu culpa

¡Es una pena!

Y posturea para que el mundo lo vea

Que la vida con un filtro no es tan fea

Y si no te sientes guay

Es porque tu autoestima se mide en likes

Y posturea para que el mundo lo vea

Que la vida con un filtro no es tan fea

Y si no te sientes guay

Es porque tu autoestima se mide en likes

Dame un like, dame un like

Quiero ser guay, quiero ser guay

Has caído en mis redes

Parapapapapa

Dame un like, dame un like

Quiero ser guay, quiero ser guay

Has caído en mis redes

Parapapapapapa paparaaaa

Parapapapapapa parabaaa

Parapapapapa paaa para.

 



martes, 20 de julio de 2021

Somos muy diversos

La explotación comercial del espacio está aquí. Ya hay tres empresas que han comenzado a explorar el mercado de los viajes fuera de la Tierra: Blue Origin, de Jeff Bezos, el creador de Amazon; Virgin Galactic, de Richard Branson, y Space X, de Elon Musk. Confieso que me gustaría una aventura de ese tipo, pero ya tenemos suficientes desafíos en nuestro planeta como para buscar otros en el espacio. 

Uno de ellos es, sin duda, el respeto a la diversidad. Si algo me llama la atención de la India, por ejemplo, es la variedad casi infinita de tipos humanos, lenguas, culturas, expresiones religiosas, etc. Es verdad que a veces los políticos atizan las ascuas y se producen estallidos de violencia, pero, en general, la gente está enseñada a respetar y celebrar la diversidad. 

Cuando contemplo el bosque en mis paseos matutinos caigo en la cuenta de que la naturaleza es un tapiz polícromo en el que hay seres diminutos y grandes animales o plantas. Se mezclan los colores, texturas y sonidos. 

Las sociedades contemporáneas son cada vez más plurales. Paseando hace días por el centro de Madrid, caí en la cuenta, una vez más, de que la gran ciudad es un mosaico de etnias, creencias y estilos de vida. Tienen derecho a caminar por Gran Vía una afroamericana obesa enfundada en unos pantalones cortos ajustadísimos y un escuálido muchacho marroquí que vende bisutería en un puesto ambulante. Hay sitio para el ejecutivo con traje y corbata y para el mendigo que se asienta en un revoltijo de mantas sucias. La calle es del cura ensotanado y del joven con trenzas y sandalias. 

Dios nos ha querido diversos. La vida es diversidad. No somos piezas extraídas de un único molde o seres humanos clonados. Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles. Entre los miles de millones de hombres y mujeres que han existido a lo largo de la historia no ha habido ninguno como yo. Dios me ha querido distinto y me ha confiado una misión única. Nadie puede ser por mí. Es como para estremecerse.

Cuando tomamos conciencia de un hecho que parece obvio, pero que a menudo olvidamos, entonces la vida adquiere una gran intensidad. Nos animamos a construir una historia inédita y aprendemos a respetar la singularidad de los demás. No obligamos a nadie a que sea como nosotros, sino que promovemos su peculiaridad. Los padres no se empeñan en que sus hijos sean fotocopias suyas. Los profesores promueven la creatividad de sus alumnos. Los responsables de las comunidades cristianas valoran la variedad carismática con que el Espíritu enriquece a la Iglesia. Los políticos respetan a las minorías y no tratan de imponer un pensamiento único. 

Donde hay Espíritu hay siempre unidad en la diversidad. Por el contrario, donde no hay Espíritu, campan a sus anchan los totalitarismos de todo signo o el caos destructor. Creo que en las últimas décadas hemos avanzado muchísimo en el respeto de las diferencias. Hemos aprendido a integrar lo diverso. Pero sigue habiendo muchos tics que denotan nuestra tendencia a la identidad monolítica, a confundir verdad con doctrina, fidelidad con rigorismo, radicalidad con rigidez. Necesitamos que de vez en cuando el Espíritu nos dé una sacudida para alegrarnos de la belleza de la diversidad y aprender a sacar partido de ella.  


lunes, 19 de julio de 2021

Hay vida más allá de la red

Varios lectores y amigos de este Rincón me han enviado mensajes en los últimos diez días interesándose por mi estado de salud. El hecho de que el blog llevase varios días “muerto” les resultaba bastante extraño. Pensaron que tal vez me había pasado algo. ¡Y claro que me ha pasado algo! Pero no se trata de una enfermedad, un accidente u otra desgracia. Simplemente he disfrutado diez días de desconexión no programada. Creí que, a pesar de todo, sería capaz de escribir mi entrada diaria, pero he vivido tal torbellino de viajes, encuentros, conciertos y celebraciones que no he dispuesto de la tranquilidad necesaria para hacerlo. Tal vez tendría que haberlo previsto y comunicado (como hacen las tiendas cuando ponen el cartelito de “Cerrado por vacaciones”), pero todo ha sucedido tan rápidamente que me ha faltado tiempo para esa deferencia con los lectores. Perdón por no avisar y muchas gracias por el interés mostrado.

En estos diez días han sucedido muchas cosas que, en circunstancias normales, me habrían sugerido un comentario: la victoria de Italia en la Eurocopa, la operación del papa Francisco, las protestas en Cuba y su violenta represión por parte de las autoridades del régimen comunista, las graves inundaciones en Alemania, el avance de la quinta ola de Covid-19 en algunos países europeos, la celebración del 172 aniversario de la fundación de los Misioneros Claretianos, el motu proprio Traditionis custodes del papa Francisco y la carta que lo acompaña, la inminencia de unos Juegos Olímpicos atípicos, y mucha cosas más que han ocupado las portadas de los periódicos en estos días del mes de julio. Confieso que, aunque me he enterado de todas ellas, no les he prestado mucha atención. Durante estos días, lo personal se ha antepuesto a lo social. He vivido viajes, encuentros y conversaciones que permanecerán durante mucho tiempo en mi memoria. Y, por si esta empieza a fallarme, he consignado todo a mi diario de a bordo. Para eso sí he encontrado algunos minutos cada día.

Necesitaba salir del trajín de Roma y de la rutina de innumerables encuentros online. ¡Y a fe que lo he conseguido! Nunca hubiera imaginado tanta intensidad en tan poco tiempo, incluida la participación en la ordenación presbiteral de un joven claretiano que ha tenido que posponerla dos veces: la primera (en marzo de 2020), a causa del Covid; la segunda (en junio de ese mismo año), por un cáncer grave. Finalmente, el pasado 16 de julio recibió el sacramento del Orden en Madrid. Muchos hermanos y amigos nos reunimos con él para acompañarlo, dar gracias a Dios por su curación y pedirle que lo fortaleciera con su Espíritu en el ministerio que ahora emprende. A través de las redes, su familia pudo seguir el desarrollo de la celebración desde Paraguay.

Hoy lunes regreso a este Rincón. No he escrito sobre un tema en particular. Me he limitado a explicar el silencio de los diez días pasados. Quizá lo que he aprendido en este corto tiempo es a disfrutar de la desconexión en un tiempo de hiperconexión. Puedo vivir perfectamente sin escribir una entrada diaria y los lectores también pueden prescindir de ella con toda tranquilidad. No se hunde el mundo. La vida tiene sus mecanismos de compensación. Nada es comparable a vivir. Cuanto más vivimos, más “espirituales” somos porque creemos en un Espíritu que es “señor y dador de vida”.  He tenido múltiples ocasiones de comprobarlo. Por eso, me siento muy agradecido. Mañana espero reanudar un ritmo más o menos regular, hasta que me desconecte de nuevo.

jueves, 8 de julio de 2021

Un cansancio infinito

En los tres días que llevo en Madrid he tenido ocasión de hablar con varias personas (hombres y mujeres) que padecieron el Covid en los últimos meses. Todos me dicen que, aunque clínicamente lo han superado, siguen acusando un cansancio persistente, como si el virus les hubiera disminuido la capacidad de recuperación y, de paso, las ganas de vivir. Supongo que se trata de secuelas no generalizables, pero ahí están. El Covid-19 es un virus decididamente ultramoderno. Parece tener las principales características de nuestro tiempo. Es global, interclasista, mutante, sinuoso y escéptico. 

A veces pienso que la naturaleza se ha empeñado en darnos un veneno hecho con nuestros propios ingredientes. Es la forma desesperada de hacernos ver a dónde conduce un estilo de vida desnortado. Ya sé que es una hipérbole hablar de la naturaleza en estos términos antropomórficos, pero a veces es la única forma de darnos cuenta de lo que está pasando. Si el virus “se queda” en nuestro organismo en forma de cansancio infinito ¿no será un recordatorio del infinito cansancio vital que llevamos décadas arrastrando?

Cuanto más sabemos sobre la vida y el universo, menos sabemos cuál es nuestro puesto. Y, por supuesto, menos creemos en Dios. Nos alejamos tanto de él que, al final, nos parece un puntito insignificante en el horizonte de nuestra vida. Recuerdo a este respecto la historia del padre que le preguntó a su hijo pequeño de qué tamaño era el avión que en ese momento estaba surcando el cielo. El niño, llevándose la mano a las cejas para protegerse del sol, lo miró y dijo: “Papá, un avión es una cosa muy pequeñita que vuela entre las nubes”. Pocos días después, el papá lo llevó a un aeropuerto y lo puso delante de un Airbus-340. “¿De qué tamaño es el avión?”, le preguntó de nuevo. “Es enorme”, respondió el niño asombrado. 

La moraleja en relación a Dios es clara. Cuanto más lejos estamos de él, más pequeño e insignificante nos parece hasta el punto de poder incluso negar su existencia. Es solo una especie de nube en el horizonte. Cuanto más lo buscamos y nos acercamos a él, mayor nos parece su misterio.

No estoy viendo que el “cansancio infinito” producido por el Covid -y que quizá sea solo la expresión somática del cansancio existencial que arrastramos desde hace tiempo- esté llevando a muchas personas a una renovada búsqueda espiritual. Lo que observo es una cierta parálisis y languidez, como si no estuvieran los tiempos para grandes aventuras. Todo me parece un compás de espera.  Todavía no sabemos si saldremos mejores o sencillamente acabaremos lastrados. Un día nos ilusionamos con el avance de las campañas de vacunación (y hasta exhibimos ufanos nuestro “certificado digital”) y al día siguiente nos asustamos con la “quinta ola” que viene. “Esto no acaba nunca” me decía hace un par de días con un deje de tristeza una persona querida. 

Nos cansamos de esperar el final del túnel porque el Covid mismo se ha encargado de agotarnos más para que la espera se nos haga infinita. Se requiere, pues un temple sereno. La humanidad ha pasado por otras encrucijadas en las que parecía que todo podía colapsar. Sin embargo, la vida ha encontrado nuevas formas de expresión. Se ha abierto paso como el agua que se filtra por entre las hendiduras de las rocas. También esta vez será así, pero debemos moderar las expectativas, mantener la calma y apoyarnos unos a otros para que el cansancio no acabe dejándonos exhaustos y aislados.

miércoles, 7 de julio de 2021

Ibéricos y transalpinos


En el Corriere della sera de ayer, el periodista italiano Aldo Cazzullo escribía un simpático artículo sobre “el derbi infinito entre falsos hermanos”. Según él, la hermandad entre el pueblo ibérico y el transalpino es un malentendido. Ambos han luchado y se han odiado durante siglos, siendo España la potencia hegemónica. Nos conocemos y nos respetamos, pero seguimos siendo diferentes. Cazzullo lo explicaba así: “El malentendido tal vez provenga de la percepción distorsionada que Italia tiene de España, y viceversa. Si los españoles piensan en Italia como un inmenso Nápoles, con el sol, la pizza, la mandolina y los espaguetis, nosotros pensamos en España como una gran Andalucía, con toros, corridas, playas y gazpacho. La España verde, atlántica, silenciosa, desconfiada, nos es ajena; son lugares a los que no se va de vacaciones y que no se ven en la televisión”.

El partido de ayer (largo, intenso, emocionante) simboliza esta fraternidad mediterránea un poco a la greña. Como algunos temían, al final todo se decidió en la lotería de los penaltis. No se hunde el mundo. La relación entre dos países no se dirime en un partido de fútbol, por apasionante que sea. Italia y España se parecen mucho y se diferencian bastante más de lo que a simple vista parece. España tiende a ser extremista; Italia propende a la conciliación, aunque se encienda dialécticamente con mucha facilidad. Si hay una persona que en las últimas décadas ha servido de puente entre ambos países, esta ha sido, sin duda, Raffaella Carrà, como se ha podido comprobar viendo las reacciones ante su muerte. 

Yo confieso que me siento un poco a caballo entre los dos pueblos. Procuro tomar lo mejor de cada uno y esquivar sus excesos, pero reconozco que es un ideal imposible. Sigo siendo español. En Italia he aprendido el arte de buscar puntos de convergencia donde parece que no existen. Es verdad que se corre el riesgo de naufragar en fáciles componendas, pero es preferible ese riesgo calculado a las guerras fratricidas.

He escrito varias veces sobre Italia en este Rincón. Son muchos los lectores españoles y americanos que adoran el país transalpino. Yo formo parte de ese grupo, por más que a menudo me queje del deterioro de una ciudad como Roma o del burocratismo impenitente. Es tanto lo que Italia ha aportado a la cultura occidental que sería ridículo no reconocerlo. Anoche, durante y después del partido, intercambié algunos mensajes de WhatsApp con varios amigos italianos. Todos mostraron una actitud caballerosa. La cortesía y la amabilidad son la cara visible de las almas grandes. En fin, no quisiera filosofar demasiado sobre un juego que, dicho sea de paso, es un sustitutivo de la guerra. Si los enfrentamientos deportivos evitan los bélicos, bienvenidos sean.

He terminado la entrada de hoy sin decir nada de san Fermín. Se están perdiendo las tradiciones. 

martes, 6 de julio de 2021

A la vuelta de la esquina


En mitad de una conferencia Zoom, derrotado por el calor de Madrid, me entero de la inesperada muerte de Raffaella Carrà a los 78 años. Los lectores italianos y españoles no necesitan ninguna explicación porque, desde hace muchos años, Raffaela parecía una más de casa. Cada día nos llegan noticias que nos sorprenden, desconciertan o entristecen. No son muchas las que nos alegran la vida. Por eso, nosotros mismos debemos convertirnos en reporteros de “buenas noticias”. Eso es, al fin y al cabo, lo que significa la palabra “evangelizador”: persona que anuncia una buena noticia. Cuando atravesamos periodos de serenidad, todo nos parece admirable. Cuando, por el contrario, navegamos por aguas turbulentas, hasta el más mínimo detalle puede alterarnos. 

Ayer, mientras sobrevolaba el Mediterráneo a la altura de Mallorca, pensaba en lo maravilloso que resulta comprobar que cada jornada hay día y noche. Los movimientos de rotación y traslación del planeta Tierra en el que habitamos son un prodigio de relojería sideral. Por más que lo sepamos, nos hace bien detenernos de vez en cuando en esta maravilla. Y lo mismo sucede con el “milagro” de la respiración humana, los cambios de estaciones, la reproducción y tantos otros fenómenos vitales y cósmicos. Vivimos tan rodeados de “milagros” que, a menos que nos detengamos un poco, nos pasan desapercibidos. Cuando nos paramos para tomar conciencia, entonces las “buenas noticias” aparecen en cascada.


Si algo me gusta del tiempo de vacaciones es la posibilidad de contemplar las cosas con calma, incluso aquellas que me resultan muy familiares. La actitud contemplativa desvela sin ninguna violencia el misterio de las cosas. Aprendemos a entrar en una profunda comunión con todo y con todos, superamos los estrechos confines de nuestro yo neurótico, vemos que la vida siempre se abre paso, relativizamos nuestras heridas, desarrollamos una fuerte actitud compasiva hacia los demás, domeñamos el orgullo que nos mata porque descubrimos que somos una parte ínfima del todo, reaprendemos el arte de la sonrisa, no miramos a nadie por encima del hombro. 

En realidad, solo las personas contemplativas pueden ser portadoras de “buenas noticias” (es decir, evangelizadores) porque solo ellas acceden a la verdad, bondad y belleza de las personas y las cosas. No es lo mismo ser un hombre o una mujer con capacidad de hacer cosas, que ser un evangelizador.

Ayer fue un día muy caluroso en Madrid. Hoy, por el contrario, tenemos una temperatura agradable. El tiempo nos da una tregua antes del subidón de temperaturas pronosticado para el fin de semana. El cielo está cubierto, aunque no se esperan lluvias. Por la ventana abierta de mi cuarto madrileño, en el quinto piso de un edificio robusto, entra una suave brisa matutina. Repaso los compromisos que me aguardan. Me hago el firme propósito de ser portador de “buenas noticias”, pero no porque vaya a revelar nada espectacular, sino simplemente porque voy a intentar descubrir la belleza de las cosas más sencillas: desde un desayuno vegetariano hasta una buena conversación en torno a un café con hielo. 

No necesitamos nada extraordinario para ser felices, sino la fuerza “extraordinaria” para descubrir que Dios nos ha dejado infinidad de mensajes de amor en las realidades más cotidianas. Si conseguimos leerlos y descifrarlos, entonces no necesitamos anhelar nada más. Solo Dios basta. Esta obviedad, patente para los hombres y mujeres contemplativos, puede constituir la más agradable sorpresa que un ser humano puede experimentar tras muchos años de búsqueda insatisfecha. 

lunes, 5 de julio de 2021

De nuevo en Fiumicino

De nuevo en Fiumicino. Hay mucha gente. Parece un día de los tiempos prepandémicos. Hace un calor húmedo. Se me pega la ropa al cuerpo. Tras varias jornadas llenas de compromisos, empiezo una nueva etapa más relajada. Necesito digerir con calma las muchas cosas vividas en los últimos días. Siempre los viajes en avión me ayudan a desconectar para conectarme de nuevo. Ponerme en “modo avión” no significa solo activar una función de mi móvil, sino, sobre todo, cambiar de actitud personal. Algo nuevo va a comenzar. Dios me va a salir al encuentro en situaciones inesperadas. Debo estar atento. Lo decisivo no es tanto lo que ocurre fuera cuanto el modo como lo vivimos por dentro. Noto en las personas un deseo de salir, de abrirse al mundo, de romper el cerco del confinamiento. Me parece increíble la capacidad que tenemos los humanos de comenzar de nuevo una y otra vez.

Antes de salir de casa, me he despedido de alguno de nuestros empleados italianos. Todos me han dicho que mañana debo apoyar a la selección italiana en su partido contra la española. Es una forma de decirme que 18 años en Roma pesan lo suficiente como para que mi corazón esté un poco dividido. Yo deseaba que esa confrontación se hubiera producido en la final, pero la suerte ha querido que se anticipe a una de las semifinales. Como se suele decir en casos semejantes, que gane el mejor, pero que, si es posible, el mejor sea la selección española. Nobleza obliga. Espero ver el partido en buena compañía para poder ejercer una discreta y leal oposición.

Tengo ganas de ver a muchas personas que hace tiempo que no veo, pero, por otra parte, no quisiera alterar su ritmo. Y, sobre todo, no quisiera traspasar los límites de aquellas que todavía no se sienten seguras como para hacer vida social. Cada uno tenemos nuestra manera de situarnos. Hay alguno muy lanzados y otros muy retraídos. En el fondo, la pandemia es un ensayo más, de los muchos que nos presenta la vida, para poner a prueba nuestras actitudes y destrezas. No es lo mismo vivir a la ofensiva que a la defensiva, de manera reactiva que proactiva. Mientras tecleo apresuradamente estas notas en una de las salas del aeropuerto, oro por el papa Francisco. Al parecer, se está recuperando bien de la operación de colon a la que fue sometido ayer. Life goes on.