Después de casi doce
horas de vuelo de Madrid a Lima, uno no está para muchas bromas. Las siete horas
de diferencia horaria tampoco ayudan a mantenerse muy despierto. Pero hoy no
quiero escribir sobre mi viaje al Perú sino sobre la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que
este domingo se clausura en Cracovia. No he participado en ninguna JMJ, aunque
pasé por Madrid cuando se celebraba en esa ciudad la edición de 2011. No tengo,
pues, una experiencia directa. No soy joven ni trabajo directamente con los
jóvenes. Sin embargo, siempre he mostrado simpatía por este acontecimiento. Me
parece que responde al paradigma del “peregrino”, que es con el que más se
identifican muchos jóvenes de todo el mundo. Se trata de ponerse en camino, juntarse, experimentar y regresar casa.
Conozco las críticas que suelen
hacerse, pero me parece que, en conjunto, son más las ventajas que los inconvenientes. Podría contar algunas historias de personas que han cambiado su
vida después de la experiencia de la JMJ. Recuerdo una confidencia en enero de
2010. Viajando de Roma a Hong Kong, compartí vuelo con un ingeniero siciliano
que vivía en Brisbane, una ciudad australiana. Estuvimos conversando casi todo
el tiempo del vuelo. Entre otras cosas me contó el impacto que había supuesto
para él haber participado en la JMJ del año 2000 celebrada en Roma.
Ayer aproveché un
rato para ver a través de mi portátil parte de la vigilia que el papa Francisco tuvo con los jóvenes en el Campus Misericordiae de Cracovia. De su mensaje rescato este pasaje, que traduzco
a la carrera:
“En la vida existe otro tipo de parálisis todavía más peligrosa y a menudo más difícil de descubrir y reconocer. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde la Felicidad con un sofá. Sí, creer que para ser felices necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, seguros. Un sofá como como los de hoy: modernos, con masajes que te ayudan a dormir, que te garantizan horas de tranquilidad para que te puedas sumergir en el mundo de los videojuegos y pasar horas ante el ordenador. Un sofá contra todo tipo de dolor y temor. Un sofá que nos encierra en casa sin esforzrnos y sin preocuparnos. La “sofá-felicidad” es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede echar a perder, que puede destruir más a la juventud”.
Reconozco que el
papa Francisco es un experto en la creación de neologismos. Nunca había oído hablar
de “sofá-felicidad” (divanofelicità,
en italiano). Pero me parece que este concepto expresa bien una idea pasiva de
la vida, ese dejarse hacer que caracteriza a tantas personas que consideran que
el mundo es demasiado complejo, que nada se puede cambiar. Cuando uno tira la
toalla del esfuerzo, solo aspira a un poco de tranquilidad para matar
marcianitos o intercambiar mensajes a través de WhatsApp. El mundo se ha vuelto
tan ingrato que todos sentimos la tentación de construirnos un pequeño refugio
en el que estar a salvo de la violencia, la competitividad y la soledad. El sofá representa un mundo sin
preocupaciones, una especie de coraza protectora frente al dolor de tantas
personas que arrastran su existencia.
Que el Papa se atreva a decir estas cosas
cuando lo que uno se espera es un poco de rock para templar el alma mientras se
agarra de la mano con los compañeros que tiene al lado, representa ya un
choque. No, la JMJ no es un festival cristiano para tranquilizar conciencias.
No es un refugio sino una rampa de lanzamiento. El Papa les dice a los jóvenes venid para, a renglón seguido, decirles id. Todo se juega en torno a estos dos
verbos: venir (para que juntos sepáis
mejor quiénes sois) e ir (para que el
anuncio de Jesús no quede reducido a un pequeño círculo de iniciados).
No me olvido de que hoy es domingo y de que algunos esperáis el comentario de Fernando Armellini para comprender mejor el evangellio de este XVIII Domingo del Tiempo ordinario. El vídeo no tiene nada que ver con el evangelio de hoy, pero sí con la JMJ. ¿No os apetece bailar un poco?