jueves, 31 de marzo de 2022

Los pobres salen perdiendo

Se nos va el mes de marzo. Las bajas temperaturas nos hacen olvidar que hace diez días que empezamos la primavera. Lo he podido comprobar esta mañana a primera hora cuando he ido a celebrar la Eucaristía fuera de mi comunidad. Soplaba un viento gélido. Parece que nos aguarda un fin de semana invernal. A pesar del frío, ¡ojalá siga visitándonos la lluvia para que los campos se empapen bien y aumenten las reservas de agua de los embalses de cara al verano! 

Además de las referidas a la guerra en Ucrania, hay otras muchas noticias que llaman mi atención, pero hoy me fijo en dos. La primera tiene que ver con la economía; la segunda, con la espiritualidad. Ambas dimensiones son imprescindibles en nuestra vida. Necesitamos alimentar el cuerpo y nutrir el espíritu. 

Ayer se hizo público que la tasa de inflación en España en el mes de marzo ha sido del 9,8%, una cifra que no se veía desde 1985, aunque haría sonreír, por ejemplo, a muchos venezolanos y argentinos que viven desde hace años procesos inflacionistas desbocados. El IPC promedio del año se sitúa en España en el 7,8%. No soy economista, así que no voy a meterme en camisas de once varas. Sé que hay varios factores que están contribuyendo a que la inflación se desboque. El incremento de los precios de la electricidad, el gas y los carburantes es el principal, pero se ha producido un contagio a otros muchos sectores. Los que hacen la compra en una tienda o supermercado lo comprueban a diario. Hay productos que han doblado su precio; otros escasean. La guerra en Ucrania no ha hecho sino complicar más una situación que ya era preocupante.

Quienes más acusan las consecuencias negativas de la inflación son las personas con rentas medias y bajas. Estoy pensando, por ejemplo, en ancianos con pensiones mínimas o en familias mileuristas con niños a su cargo. La inflación no es solo un problema de pura economía. Quita poder adquisitivo a quienes viven con los recursos muy ajustados. En muchos casos, se ven obligados a solicitar ayudas externas (públicas o privadas). Cáritas lo sabe bien. En su último informe estima que, por ejemplo, el 22% de los madrileños se encuentran en exclusión social, 370.000 personas más que antes del Covid-19. 

Lo más digno es promover políticas que favorezcan el empleo y la contención de los precios. No hay ayuda más eficaz que esta. Sé que en un mundo globalizado no es nada fácil porque la interdependencia económica limita mucho el margen de maniobra de los gobiernos nacionales, pero algo se puede y se debe hacer

La segunda noticia tiene que ver con la espiritualidad. Hoy, el periódico digital El Debate -uno de los pocos digitales españoles que aún es gratuito en su integridad- ha iniciado una serie de entrevistas bajo el título 100 españoles y Dios. Es, en cierto sentido, un homenaje a la obra publicada por José Maria Gironella (1917-2003) -Premio Nacional de Literatura- en 1969, en plena euforia posconciliar. Por su famoso libro desfilaron personas conocidas como Salvador Dalí, Miguel Delibes, Luis Rosales, Julián Marías, etc. Recuerdo que lo leí hace ya muchos años. Me resultó muy interesante. Me hizo descubrir la trastienda espiritual de algunos personajes. Recuerdo algunas sorpresas.

El Debate comienza su investigación del siglo XXI con una entrevista en vídeo al youtuber fray Abel de Jesús, un carmelita canario de 29 años que, además de su canal en YouTube,  tiene también una columna en el periódico de la Asociación Católica de Propagandistas. Con su acento isleño habla de Dios como el único que puede calmar nuestra sed de sentido. No se quiénes serán los 99 españoles que le seguirán, pero creo que esta radiografía puede ayudar a mantener vivo el interés por Dios en un momento en el que la indiferencia parece ganar terreno tanto a la fe como al ateísmo. Quizá podríamos hacer algo parecido entre los lectores del Rincón. Sería bueno preguntarnos quién es Dios para nosotros y compartir algunas de las respuestas. Voy a consultar esta posibilidad con la almohada.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Todavía te quiero

Siento aversión hacia las pintadas (o grafiti) que ensucian los espacios públicos y el mobiliario urbano. He tenido oportunidad de expresar mi enfado en este Rincón a propósito de las pintadas que ya “decoran” (es decir, estropean) la renovada plaza de España de Madrid. Pero hoy, repasando la prensa digital, me he encontrado con una agradable sorpresa. Resulta que, en la noche del 28 al 29 de marzo, apareció en el suelo de la plaza San Carlo de Turín (Italia) una enorme pintada que decía: “Ti amo ancora” (Todavía te quiero). Dado su enorme tamaño, no era imaginable que la hubiera hecho una sola persona en homenaje a la persona amada. 

Las once letras de la frase “Ti amo ancora” están escritas con tiza de la que se usa (o se usaba) en las escuelas. Con ese sencillo instrumento, una cinta métrica de sastre y muchos metros de cinta adhesiva para fijar los bordes de cada letra se pudo llevar a cabo el trabajo en menos de lo que dura una jornada laboral.

Imagino que ayer, cuando se despertaron los turinenses que viven en la plaza o transitan por ella, se quedarían estupefactos. ¿A quién se la habría ocurrido esta idea? Poco después se supo que no provenía de un enamorado o de una enamorada deseosos de hacer ver al mundo la magnitud de su amor. La pintada, perfectamente medida y armoniosa, fue reivindicada por el grupo italiano Eugenio. Ellos mismos explicaron los motivos y el proceso de ejecución: “Es la declaración de amor de más de 150 personas que esta noche han compartido seis horas de participación colectiva, de creación artística, de vida real en una de las plazas más bellas de Turín para hacer estallar sus sentimientos de amor hacia una Tierra que hay que cuidar”. Era también una forma de protesta contra “el aire irrespirable de nuestra ciudad, el consumo desastroso de nuestro planeta, el inconsistente proyecto de futuro para las nuevas generaciones”.

También yo comparto este amor por la Tierra sin secundar al cien por cien todas las quejas y reivindicaciones de los ecologistas radicales. También yo creo que la Tierra es nuestra “casa común”, sin hacer de esta expresión -usada por el papa Francisco en la encíclica Laudato Si'- un tópico que, a base de abusar de él, se vuelve insignificante. También yo creo que debemos acostumbrarnos a un estilo de vida más sobrio y sostenible, sin condenar a un subdesarrollo crónico a quienes no han tenido acceso a nuestro nivel de vida.

Pero confieso que cuando he visto la fotografía aérea de esa frase romántica en medio de la plaza de san Carlo, lo primero que me ha venido a la mente no ha sido el planeta Tierra, sino Dios. He imaginado que una ciudad como Turín, símbolo de la Europa secularizada, se había levantado con ganas de decirle a Dios que todavía lo quería. Era como una declaración de amor en el corazón de la Cuaresma, como un deseo de conversión profunda. Es como si cientos de personas, en nombre de todos nosotros, hubieran escrito un I love you colectivo.

Mis pensamientos estaban errados. Es evidente que hoy muchas personas sienten más amor por la Tierra que por el Cielo. El ecologismo se ha convertido en una religión blanda que canaliza los deseos de trascendencia de quienes hace tiempo que no se sienten a gusto en esa otra “casa común” que es la Iglesia de Jesús. Las once letras blancas sobre el suelo de la plaza de san Carlo expresan el “credo” de las nuevas generaciones.

Donde uno hubiera deseado haber leído algo como “Todavía te quiero, Padre”, se conforma con leer “Todavía te quiero (planeta Tierra)”. Esta brecha entre los deseos y la realidad me recuerda la anécdota de un misionero claretiano que viajó desde España a Venezuela a finales de los años 60 del siglo pasado. Cuando regresó de nuevo a Madrid contó su experiencia a los jóvenes estudiantes. Recreo algunas de sus frases tal como las he recibido por tradición oral: “Cuando nuestros ojos vieron en el aeropuerto de Barajas el pájaro metálico [curiosa forma retórica de denominar al avión], enseguida leímos: Iberia, líneas aéreas de España. Cuánto más hubiéramos deseado haber leído: ¡Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mía!”. Sin comentarios. 

No siempre la realidad va en línea con lo que nosotros creemos o esperamos. De todos modos, la enorme pintada de Turín me recuerda que, a pesar de que estamos en un tiempo de amnesia colectiva, hay muchas, muchísimas personas que “todavía queremos a Dios”, que no podemos concebir nuestra vida sin Él. No se trata solo de admitir un vago “tiene que haber algo”, sino de confesar la existencia de un Padre que nos quiere y se preocupa por cada uno de nosotros. De no haber sido porque Jesús nos lo ha revelado, no resultaría nada fácil creer en un Dios así. A lo más, como hacen algunos seguidores de las “nuevas espiritualidades”, estaríamos dispuestos a admitir la existencia de una fuerza o energía misteriosa que impulsa el universo, pero no de un Dios personal a quien podemos llamar Padre. No sabemos la gracia que supone poder creer en Él. Solo cuando se pierde la fe se comprende el enorme vacío que deja.

martes, 29 de marzo de 2022

Querido amigo

Hacía tiempo que no escribía una carta de dos folios a mano, la metía en un sobre, la timbraba con un sello (o estampilla, como dicen en algunos países latinoamericanos) y la introducía por la boca de un buzón que hay en una oficina de Correos cercana a mi casa. Todo el procedimiento tiene algo de ritual. Acostumbrado desde hace años a escribir algunas cartas oficiales, muchos correos electrónicos e infinidad de mensajes breves a través de las redes sociales, me había desacostumbrado a practicar un arte en el que fui diestro hace ya varias décadas. En mis tiempos de estudiante escribí muchas cartas a mano a mi familia y a mis amigos. No conservo ninguna copia de las que yo mandé, pero tengo un archivo con bastantes de las que recibí. Me emociona, por ejemplo, releer algunas cartas de mi abuelo o de mis padres en la etapa en la que yo era estudiante en Roma a principios de la década de los 80 del siglo pasado. 

Quienes hemos vivido esa época sabemos muy bien la alegría que suponía recibir una carta y el cariño que implicaba escribirla. Todo era más lento y, por lo tanto, más cuidado y personalizado. Los actuales mensajes de WhatsApp, o incluso la mayoría de los correos electrónicos, son breves, funcionales y casi siempre exentos de belleza. Los emojis y stickers han sustituido a las palabras. Por otra parte, la avalancha de información devalúa su importancia y significado. Tras varios siglos de evolución, hemos regresado (o avanzado) a la escritura jeroglífica. No sé si es verdad que una imagen vale más que mil palabras. Lo que me parece evidente es que la pobreza léxica y la dificultad para concentrarse en textos largos son ya un signo de nuestro tiempo. Yo he estado muchas veces tentado de escribir entradas que no superasen las 100 palabras, pero me he resistido. Sin un mínimo esfuerzo de lectura, corremos el riesgo de reducir todo a eslóganes y frases hechas.

Escribir a mano no es lo mismo que escribir con un teclado de ordenador. [Por cierto, hoy me he enterado de que el 23 de enero se celebra el Día Mundial de la Escritura a mano]. Se han estudiado las diferencias. Yo, que empecé a utilizar el ordenador hacia el año 1985, sigo escribiendo mucho a mano, no solo algunas cartas ocasionales (como la de hoy), sino, sobre todo, mi diario. Jamás se me ocurriría escribir mi diario con el ordenador. Cuando cojo mi pluma estilográfica (las más de las veces) o un bolígrafo estoy marcando claramente la diferencia. ¿Soy un nostálgico cerrado a los avances tecnológicos? No lo creo. De hecho, me parece que uso los medios tecnológicos bastante más que la mayoría de mi generación. 

Si escribo algunas cosas a mano es por el puro placer de hacerlo y porque constituye una gimnasia mental que me mantiene despierto. Si dejamos de escribir a mano, perderemos también una disciplina como la grafología, que, a partir de la escritura manuscrita, nos ayuda a comprender mejor algunos rasgos de nuestra personalidad. Espero mantener esta habilidad hasta el final. No poder escribir a mano sería algo más que un contratiempo. Implicaría cerrar una puerta a través de la cual entro y salgo con mucha libertad desde mi intimidad al exterior y viceversa.

Pero volvamos al ritual epistolar. Mientras escribía la carta que he introducido en un buzón, me sorprendía a mí mismo “dibujando” mis sentimientos. En cierto sentido, no era yo quien escribía la carta, sino que el bolígrafo me arrastraba. Pensaba en la reacción de quien dentro de uno o dos días recibirá la misiva. ¡Quién sabe cuánto tiempo hace que el cartero no le lleva una carta personal (no comercial) a casa! Esa agradable sorpresa no suele producirla un correo electrónico y mucho menos un breve mensaje en las redes sociales. Detrás de una carta escrita a mano intuimos el amor que una persona nos tiene. 

Escribir una carta lleva tiempo. Tienes que buscar un momento sereno, sentarte ante un papel en blanco, pensar inicialmente lo que quieres decir y dejarte llevar luego por la magia de la pluma. A veces, no sale toda de un tirón. Es necesario hacer pausas, respirar, y continuar con nuevo brío. 

Una carta nunca es unidireccional. Es, en realidad, un diálogo. Mientras uno escribe, está pensando en el destinatario. Imagina sus reacciones y sus posibles respuestas. A su luz, la carta prosigue tratando de conectar con ellas. El ejercicio epistolar es de tal calibre que pocas prácticas lo superan a la hora de explorar la intimidad. Por eso, veo una profunda relación entre escribir y orar. Quien se ha convertido en explorador de su intimidad a base de escribir a mano, se adiestra para dialogar con Dios en el centro de su corazón. ¿He ido demasiado lejos? Tal vez, pero esos son los primeros efectos colaterales de haber ido a la oficina de Correos con una carta en la mano.


lunes, 28 de marzo de 2022

Algo más que alcohol y sexo

Un joven amigo mío ha participado recientemente en una “despedida de soltero” (bueno, de soltera, en este caso). No tengo ninguna experiencia de este tipo de eventos.  Cuando era joven participé en alguna “despedida” que consistía en una cena del grupo de amigos del novio o de la novia uno o dos días antes de la boda. Con el paso del tiempo, las cosas se han ido complicando… y encareciendo. Existen incluso empresas especializadas que organizan este tipo de fiestas hasta los últimos detalles. Ahora, por ejemplo, los amigos del novio o de la novia suelen programar viajes a lugares de renombre y pasan un fin de semana en un hotel, en una casa rural o en cualquier otro sitio en el que puedan dedicarse a comer, beber, gastar bromas y bailar sin control. Sí, y también a lo que estás imaginando. 

No sé si esto es normal o se restringe solo a algún tipo de personas. Lo único que sé por información directa es que mi joven amigo se ha sentido como fuera de juego. Todo le ha parecido excesivo, un nefasto cóctel de vaciedad y hedonismo. Me confesaba con tristeza que sus amigos, la mayoría de ellos con carreras universitarias, no creen en nada. Solo piensan en ganar mucho dinero y en estrujar la vida. Si todavía conservan algún vestigio de su fe infantil, no parece que tenga ningún influjo en su vida diaria. Y, desde luego, desaparece en eventos como estos. 

Sé por experiencia que no todos los treintañeros son así. Conozco algunos que me parecen un ejemplo de búsqueda, sentido de la responsabilidad y también de fe. En ocasiones, he contado algunas historias que dan testimonio de esta otra juventud comprometida. Pero me temo que son muchos más los que se parecen al grupo de mi amigo.

No tengo nada en contra de la diversión y la fiesta. ¡Faltaría más! Comprendo perfectamente algunos excesos porque toda fiesta implica desbordar los estrechos límites de lo cotidiano. Lo que me cuesta entender es que personas con formación se gasten mucho dinero en un fin de semana para atiborrarse a base de comida, alcohol y sexo con la vana esperanza de que así van a ser un poco más felices. Y de que haya empresas que se dediquen a explotar este negocio. El resultado -como no podría ser de otra manera- es una incurable sensación de vacío que se va agrandando a medida que pasa el tiempo. 

No me extraña que en ese ambiente muchos jóvenes sientan pavor ante cualquier compromiso (como el matrimonio) que implique un proyecto de por vida. Comprendo su renuencia a tener hijos o su interés por retrasar la paternidad/maternidad lo máximo posible hasta que hayan tenido tiempo de “disfrutar de la vida”, como ingenuamente suele decirse. 

No soy nadie para juzgarlos. Desconozco sus batallas interiores y las experiencias vividas. Pero me gustaría decirles algo que va más allá del campo moral, algo que tiene que ver con el misterio de la vida. De amigo a amigo, les diría que nunca se van a encontrar satisfechos por ese camino porque -por usar unas palabras de san Agustín que me acompañan desde siempre- “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón siempre estará inquieto hasta que descanse en Ti”. Estas palabras las escribió alguien que también había buscado la felicidad estrujando los placeres que la vida nos ofrece. Sabía muy bien lo que decía.

Somos hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Solo Dios puede saciar nuestro corazón. Podemos ser creyentes o no serlo, pero eso no modifica la estructura más profunda de la existencia humana. No es, pues, una cuestión de voluntad, sino de naturaleza. No es que optemos por Dios, sino que hemos sido hechos para Dios, a quien debemos buscar, reconocer y amar desde nuestra libertad. 

¿Cómo ayudar a estos jóvenes a abrir los ojos, a no ahogar el silencio a base de ruido y alcohol, a auscultar a fondo su corazón? En medio de su estado confusional, ¿cómo acercarlos al Jesús que sigue diciendo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28)? 

Estoy convencido de que si estos chicos y chicas pudieran descubrir a Jesús y su propuesta de vida, no necesitarían rellenar su vacío con los infinitos aliviaderos que nos propone la sociedad del entretenimiento. Seguir a Jesús es una forma de vida tan apasionante y plena, que nada se puede comparar a la gracia de encontrarse con él. 

Creo que los cristianos tendríamos que ser más audazmente creativos. Como alternativa a tantas “despedidas de soltero” (y otro tipo de fiestas) insustanciales y costosas, tendríamos que ofrecer fines de semana en los que hubiera tiempo para encontrarse, dialogar, divertirse y abrirse a una dimensión que va más allá -sin eliminarla- de la rutina cotidiana. 

Sé que existen muchas ofertas de retiros y cosas semejantes, pero tal vez necesitamos adecuarlas más al tipo de jóvenes de hoy, a sus búsquedas y desconciertos, a sus necesidades y a sus carencias. Hay que partir siempre de una profunda convicción grabada a fuego: “Solo Dios puede llenar el corazón del ser humano”. Sin esta convicción, todo lo demás se queda en fuegos artificiales.





domingo, 27 de marzo de 2022

Este padre es una madre

Este IV Domingo de Cuaresma nos sumerge en un océano de misericordia. Si no volvemos a Dios por la vía del amor, no vamos a hacerlo por la vía del castigo. Creo que muchos cristianos se sienten lejos de la casa del Padre porque creen en un Dios menor que no se hace cargo de su vida complicada, llena de contradicciones y pecados. Temen que Dios les esté esperando con la factura de sus errores y que se la vaya a cobrar con un fuerte recargo por el tiempo transcurrido desde que se alejaron de él. Quizás no se sienten a gusto con la situación en la que viven, pero se les hace cuesta arriba emprender el camino del regreso. Hacen suyo el refrán: “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. 

Otros cristianos se sienten a gusto en la túnica del hermano mayor de la conocida parábola de Jesús. Son cumplidores desde niños. Han reducido la aventura de la fe a un conjunto de normas. Cuando tienen que salir de ese marco, se sienten inseguros. Para ellos creer es sinónimo de cumplir. No son mala gente, pero van por la vida con la mente y el corazón encogidos. La religión es fuente de seguridad e incluso de un cierto temor, pero no de alegría desbordante. Aceptan que Dios es misericordioso, pero casi siempre lo ven como juez. Encajan muy mal que haya otros que se cuelen en la casa del Padre por la puerta grande. ¿De qué sirve haber sido fiel toda la vida si luego algunos “que se han comido tus bienes con malas mujeres” son recibidos a bombo y platillo? Dios no puede ser tan injusto. También en el cielo tiene que haber clases. Los cristianos “pata negra” no puede mezclarse con los alejados que vuelven, los trabajadores de la hora undécima. 

A veces, solo el humor nos ayuda a entender el meollo del Evangelio. Jesús era un maestro de la ironía y de la hipérbole. La parábola que leemos en el Evangelio de hoy es un claro ejemplo. Creo que no hay cristiano que no la conozca. Bastaría meditarla a fondo para comprender cómo es el Dios que nos presenta Jesús y cómo nos comportamos nosotros en relación con él. Ningún tratado teológico tiene la hondura, la belleza y el carácter, a la vez provocativo y consolador, de este relato. En estos tiempos difíciles que estamos viviendo, con una buena parte de la humanidad que se comporta como el hijo menor, la parábola nos da las claves de lo que hay que hacer. 

A veces, Dios permite que lleguemos a alimentarnos con las algarrobas de los cerdos (es decir, que toquemos fondo) para que caigamos en la cuenta de lo que hemos perdido. Creo que muchas personas que se han alejado de la Iglesia y de la fe por diversos motivos y que se sienten tristes y confundidos, podrían encontrar un soplo de esperanza en las palabras del hijo menor: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. 

Ese “me levantaré” indica un cambio completo de mentalidad, pasar de la resignación a la esperanza. Ser jornalero en la casa del padre es preferible a ser un vagabundo sin patria y sin sustento. Lo que este hijo menor -que podemos ser cada uno de nosotros- no sabe es que el Padre nunca retira la dignidad de “hijo” a quienes ha engendrado. Por mucho que tardemos en emprender el camino de regreso, siempre habrá fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. 

Dibujo realizado por el Hno. Antoni Daufí, CMF

Quienes se reconocen en la piel del hijo mayor también están invitados a emprender un viaje de vuelta. Pero, ¿cómo pueden volver los que “ya están en casa”? Haciendo un viaje del exterior de la fe (los campos de trabajo) al corazón del Padre. Ser un cristiano cumplidor significa comportarse como un buen jornalero, pero no como un hijo querido. Aprender a vivir con estatuto de hijo (y no de siervo o asalariado) es siempre un desafío para los cristianos cumplidores. También ellos están invitados. No sabemos si, al fin, el renuente hijo mayor se incorpora al banquete. Gracias a Dios, el relato de Lucas queda abierto. Quiero creer que sí.

Muchos echan de menos en esta parábola de Jesús la figura de la madre. Hay hijos, jornaleros, sirvientes, padre… pero por ninguna parte se ve a la dueña de casa. En realidad, está presente desde el principio. Es ella la que ordena: “Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. No hace falta mencionarla porque, en realidad, este padre es una madre.

sábado, 26 de marzo de 2022

No será así entre vosotros


Ayer vi por televisión la celebración penitencial que tuvo lugar en la basílica de san Pedro de Roma, seguida por la consagración del mundo (y especialmente de Rusia y Ucrania) al Inmaculado Corazón de María. Fue un acto sobrio, medido, sobrecogedor, con la dignidad y belleza con que se suelen hacer las celebraciones en el Vaticano. 

Me impresionó ver al papa Francisco acercándose a uno de los confesionarios que hay en la zona penitencial de la basílica. Primero se confesó como un penitente más y luego confesó a algunos fieles como ministro de la reconciliación. Las cámaras del Centro Televisivo Vaticano reflejaron la escena, pero enseguida se retiraron para guardar la debida discreción. Confesarse significa reconocer que todos tenemos parte en este mercado común de la ignominia que aflige a nuestro mundo. La guerra es también una consecuencia de nuestro pecado personal. Solo las personas reconciliadas pueden ser artesanas de paz. No cabe esperar acuerdos duraderos entre personas egoístas y envidiosas. 

Me impresionó igualmente ver al anciano pontífice, sentado en una silla, frente a la imagen de la Virgen de Fátima, leyendo con rostro serio la larga oración de consagración al Inmaculado Corazón de María. Parecía que la joven madre contemplaba con mucha ternura a su anciano hijo. Esa diferencia de edad entre la imagen de María y el papa Francisco me llegó al alma. Es como si la Madre -en un imposible milagro biológico- siempre fuera más joven que sus hijos. María representa la permanente lozanía de la Iglesia, la esperanza de que la Iglesia siempre está renaciendo. 

Hoy los periódicos hablan de que Rusia no pretende conquistar toda Ucrania sino solo “liberar” la región del Donbás. Era lo previsible. Me lo había adelantado hace semanas mi amigo ucraniano Mijail. Para conseguir ese corredor terrestre hacia Crimea y el Mar Muerto, Rusia había ideado una estrategia invasiva de modo que, en el momento de una posible negociación, pudiera jugar con ventaja. El problema es que esta estrategia, aparte de haber resultado militarmente un fracaso, ha supuesto la pérdida de muchas vidas humanas. Los daños materiales tienen menos importancia porque enseguida se moverán las ayudas internacionales a cambio de algunas materias primas ucranianas. 

Esta guerra nos está haciendo ver los frágiles equilibrios sobre los que se asienta la paz mundial. Parece que el viejo adagio “si vis pacem para bellum” (si quieres la paz prepara la guerra) -atribuido erróneamente a Julio César- sigue vigente. China contempla la escena a una cierta distancia, calcula los riesgos de una posible intervención y busca, sobre todo, asegurar su primacía económica a medio plazo y, cuando lo juzgue oportuno, hacer una operación parecida para “liberar” Taiwán.


Escribo estas líneas en Colmenar Viejo, donde me encuentro dando un taller de liderazgo discerniente al nuevo gobierno provincial de la provincia claretiana de Santiago. Me pregunto qué podemos aprender de esta situación mundial en el ejercicio del gobierno de una provincia religiosa. Gracias a Dios, a pesar de todas sus imperfecciones, el gobierno en la vida religiosa goza de un sistema de equilibrios y controles que impide una actuación tan despótica como la de Putin. Pero no está exento de tentaciones, abusos y negligencias. 

En este contexto suenan con mucha fuerza las palabras de Jesús: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,25-28). 

Hoy me impresionan las palabras: “No será así entre vosotros”. De hecho, lo es. Tanto Rusia como Ucrania son dos países de tradición cristiana, predominantemente ortodoxa. Entre ellos está sucediendo lo que Jesús decía que nunca tendría que suceder entre sus seguidores: que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Está claro que la común fe cristiana está teniendo menos peso que los intereses geoestratégicos. Ha sucedido muchas otras veces a lo largo de la bimilenaria historia de la Iglesia. Muchos conflictos, presentados como religiosos, eran, en realidad, una lucha por defender otro tipo de intereses; sobre todo, políticos y económicos. 

Lo que vemos a gran escala entre dos países “cristianos” puede suceder a menor escala entre familias, comunidades, parroquias, institutos religiosos que se declaran también cristianos. El principio “el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” no acaba de hacerse cultura cotidiana y mucho menos praxis jurídica. Estamos siempre aprendiendo a ser cristianos.

viernes, 25 de marzo de 2022

Todos sabemos hebreo, griego y latín

Dentro de nueve meses será Navidad. La liturgia comienza hoy este largo camino con la solemnidadde la Anunciación del Señor. Este año la fecha está señalada en rojo porque hoy, a las 5 de la tarde (hora de Europa central), el papa Francisco hará la consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María con una oración que todos podemos hacer nuestra. El superior general de los Hijos del Inmaculado Corazón de María (Misioneros Claretianos), P. Mathew Vattamattam, nos ha invitado también a unirnos a la iniciativa del Papa. En el corazón de la plegaria que haremos esta tarde hay una súplica que parece un eco del Sub tuum praesidium, la oración mariana más antigua: “Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras súplicas y acudes en nuestro auxilio”. La oración es nuestra arma más poderosa para acabar con la guerra. 

Invocar a María no significa conseguir de manera automática lo que nosotros queremos. Implica creer que ella vendrá en nuestro auxilio en estos momentos de prueba de una manera que no podemos imaginar. Como en las bodas de Caná, también ella nos dirá: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Ella misma hizo lo que Dios le pidió. El evangelio de la fiesta de hoy, que narra la vocación de María (o sea, la anunciación del Señor), se cierra con esta declaración: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

La expresión “aquí está la esclava del Señor” es semejante a la que -según la carta a los Hebreos- Cristo dijo al entrar en este mundo: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hb 10,7.9). En ambos casos hay en el trasfondo una expresión hebrea que muchos conocemos: Hinneni. Significa “aquí estoy”, “heme aquí”. Es la que utiliza Abrahán cuando le responde a su hijo Isaac: “Aquí estoy, hijo mío” (Gn 22,7). Y también Moisés en su respuesta al Dios que lo llama por el nombre: “Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: «Moisés, Moisés». Respondió él: «Aquí estoy»” (Ex 3,4). El joven Samuel la utiliza tres veces cuando Yahvé lo llama durante la noche (Cf. 1 Sam 3,4.6.8). 

Todos nosotros podemos hacerla nuestra para expresar nuestra disposición para cumplir la voluntad de Dios. En realidad, la fe podría expresarse como una actitud responsiva a la gracia de Dios. Desde el fondo de nuestro corazón, incluso cuando no acabamos de entender lo que quiere pedirnos, le decimos: “Hinneni, aquí estoy, cuenta conmigo”. Es una muestra de confianza absoluta y de entrega total.

Por suerte, la liturgia cristiana ha conservado tal cual otras expresiones hebreas que hemos hecho nuestras desde niños. Destaco tres: Amén, Aleluya y Hosanna. El término Amén lo usamos muchas veces como conclusión de nuestras oraciones. Significa “así sea”. Indica asentimiento libre, confirmación, firmeza, solidez seguridad. Cristo es el “verdadero amén de Dios”. ¿No os parece hermoso que una palabra tan corta aparentemente trivial encierre un significado tan profundo? 

Pero nuestro diccionario hebreo no se detiene ahí. Excepto en el tiempo de Cuaresma, la liturgia cristiana está inundada de aleluyas. La palabra Aleluya (Hallelujah en hebreo) significa “Alabad a Yahvé”. Cada vez que la decimos o cantamos estamos expresando nuestra alegría por tener a Dios como centro de nuestra vida. La música litúrgica y profana la ha recreado de infinitas maneras. ¿Quién no se acuerda del famoso Aleluya de Haendel o del moderno Aleluya de Leonard Cohen? 

Y, por último, el término Hosanna que utilizamos en el Santo de la misa y en algunos otros cantos litúrgicos, sobre todo el Domingo de Ramos. Aunque tiene diferentes significados según los contextos, hace siempre referencia a la salvación y a la alabanza. Es evidente que con estos tres términos no estamos en condiciones de leer el Antiguo Testamento en hebreo, pero podemos recordar de dónde venimos.


Repasemos ahora nuestras nociones de griego. ¿Quién no ha dicho alguna vez “Kyrie (Christe) eleison”? El significado es bien conocido: “Señor (o Cristo), ten piedad”. Estas dos palabras se pueden convertir en un precioso mantra para nuestra oración personal. Pero hay más que usamos con frecuencia sin saber quizás que son griego puro; por ejemplo: eucaristía, carisma, etc. 

¿Y qué decir de las palabras latinas? Aunque la liturgia actual no conserva ninguna expresión latina en el ordinario de la misa, todos hablamos con cierta familiaridad del Gloria, del Credo, del Sanctus o del Agnus, reminiscencias de los muchos siglos en que la liturgia romana usaba el latín como lengua común. La historia de la música atesora numerosas composiciones basadas en estas oraciones en latín. Podríamos continuar con otras expresiones populares como Avemaría, Salve Regina, etc. 

La presencia de algunas palabras hebreas, griegas y latinas en nuestras oraciones es un recordatorio de nuestros orígenes y, por tanto, una fuente inagotable de fecundidad. Deberíamos ojear este pequeño diccionario con más frecuencia.



jueves, 24 de marzo de 2022

Si hoy escucháis su voz

Hoy se cumple un mes desde el comienzo de la guerra en Ucrania y 42 años desde el asesinato de san Oscar Romero en El Salvador. Ayer el presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE) se reunió durante cuatro horas en la sede de la CEE con una quincena de supervivientes de abusos sexuales por parte del clero, aglutinados en la asociación Infancia Robada.

El presidente Sánchez está contra las cuerdas. Se acumulan los problemas en varios frentes: algunos son sobrevenidos; otros parecen consecuencia de su política del “todo vale” que tanto irrita incluso a los socialistas “pata negra”. 

Mientras los periódicos parecen anunciarnos el fin del mundo un día sí y otro también, la Cuaresma llega a su ecuador. Es hora de hacer un primer balance. ¿Todavía sentimos el atractivo de la Pascua o ya nos hemos cansado de caminar por el desierto y echamos de menos “los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” de Egipto (Num 11,5)? ¿Cómo podemos redoblar nuestro ánimo para no dejarnos derrotar por la rutina? Resuenan las palabras de la Escritura: “Ojalá escuchéis hoy su voz: No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto” (Sal 95,7-8).

Una de las enfermedades que paraliza nuestra vida espiritual es la “esclerocardía”; o sea, la dureza de corazón. Se caracteriza por la cerrazón a cualquier llamada que nos empuje a salir de nosotros mismos, por la indiferencia ante el sufrimiento de los demás y por la resistencia a dejarnos querer por Dios. El resultado es una vida sin amor, sin alegría y sin fecundidad. Las personas que padecen “esclerocardía” no esperan mucho de la vida. Se limitan a defender sus intereses. Aunque no lo digan, creen en la ley del más fuerte. La compasión les parece un sentimiento de débiles que no sirve para nada. Y la fe en Dios, el refugio inexistente de quienes no tienen agallas para afrontar la dureza de la vida con sus propios recursos. 

La difícil situación mundial que estamos viviendo puede llevarnos a tener un corazón duro. Nos ponemos una coraza mental y afectiva para no ser víctimas de tantas malas noticias. Lo que ocurre es que esa coraza protectora nos impide también “tocar” al Dios que se hace el encontradizo en las mil vicisitudes de la jornada. Hay personas que dicen que nunca lo ven. Y otras que descubren su presencia hasta en los más mínimos detalles de la vida.

¿Cómo se combate la enfermedad de la “esclerocardía”? Creo que con la “revolución de la ternura”, expresión utilizada por el papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (n. 88, 288) y en otros documentos. El amor como ternura es hoy una forma revolucionaria de entender la vida y la fe. Y si hay algún lugar en el que esta ternura se expresa de manera insuperable es en el Corazón de María. Ahora se comprende mejor por qué mañana el papa Francisco va a consagrar a las dos naciones enfrentadas (Rusia y Ucrania) al Inmaculado Corazón de María. La ternura de su Corazón nos libera a todos (no solo a los países en guerra) de cualquier deseo de dominación y venganza. 

No puede haber fe en Dios sin ablandar nuestro corazón, sin despojarnos de la coraza que nos impide escuchar su voz. Como sucede en las relaciones humanas, también en la vida espiritual la ternura tiene la capacidad de ablandar las posturas rígidas y de sacar lo mejor de nosotros mismos. Desde la ternura, miramos de otra manera lo que hoy está sucediendo en el mundo, no vemos a los demás como competidores, sino como hermanos, hacemos un esfuerzo por comprender los puntos de vista que no encajan con los nuestros y, sobre todo, nos dejamos tocar por la misericordia de Dios. Un creyente es, entre otras cosas, una persona endurecida que en un determinado momento de su vida se ha dejado tocar. Solo después de ablandar el corazón aprende a oír.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Siempre salimos perdiendo


Hace mucho tiempo que no abordo en este Rincón asuntos políticos. Salí escaldado tras algunas entradas sobre el famoso procés catalán en otoño de 2017. No es fácil expresarse con libertad cuando tu opinión no coincide con la de algunos lectores o disgusta a quienes defienden “dogmas” (no precisamente religiosos) inamovibles. Sin embargo, hoy quiero lanzarme al ruedo porque estamos viviendo una situación que me parece insostenible. A diferencia de lo que viví en Italia y he visto en otros países europeos, en España se ha impuesto culturalmente (aunque no socialmente) la ideología progresista. Esta ideología impregna el mundo del cine y la televisión y ha llegado también a la política. Estamos viendo sus consecuencias cada vez con más claridad. La reacción social no se ha hecho esperar. Los ciudadanos no somos borregos, aunque a veces lo parezca

Si alguien propugna una sociedad regida por la justicia social, pero no lo hace desde los postulados de la izquierda o simplemente cuestiona algunos de ellos, enseguida es tachado de retrógrado, aunque los calificativos más habituales suelen ser “facha”, “fascista” o “franquista”. Me ahorro el trabajo de desmontar estos mitos porque lo hace con más ingenio que yo un youtuber que, para enfado de la progresía, no se ajusta al icono del derechista de pelo engominado, zapatos castellanos y “fachaleco”. Es un youtuber joven que se presenta a sí mismo como republicano, no creyente y gay, rasgos todos ellos que suele reivindicar como propios el progresismo de izquierda. Además, lleva pendientes y viste camisetas provocativas y vaqueros rotos. O sea, que rompe moldes. Os dejo con un vídeo musical suyo, algo antiguo ya (2019), pero todavía actual y polémico:


En una sociedad abierta y democrática, uno puede defender aquellos ideales que le parezcan más adecuados para lograr el bien común. La realidad se encargará de ponerlos a prueba y los ciudadanos podrán decidir si apoyarlos o no a través de elecciones libres y de otros mecanismos de participación social y control. Así se separa el oro de la democracia de la paja de la demagogia.


Lo malo es cuando se quiere imponer a toda costa un pensamiento único que convierte en “dogmas” los propios puntos de vista (por ejemplo, el supuesto derecho al aborto o a elegir el género) y sataniza o ridiculiza los de quienes no los comparten. Lo que cuenta no son los argumentos, sino los estereotipos. 

En el siguiente vídeo, el youtuber Isaac Parejo (a quien, por cierto, Twitter le ha cerrado su cuenta) se encarga de enumerar nueve de esos “dogmas” que vigen en la izquierda española, pero que, en buena medida, son extrapolables a otros países (sobre todo, latinoamericanos). Lo hace presentando las 9 reglas para ser un progre. Si uno las sigue, tiene garantizado el aplauso social de la izquierda. No hace falta que piense por sí mismo. Basta que se deje llevar. 


Confieso que, desde mis tiempos de estudiante de teología, he hecho un gran esfuerzo por comprender y entrar en diálogo con las ideologías que criticaban el cristianismo o que lo usaban solo como herramienta útil (despojándolo, eso sí, de su dimensión religiosa) para los procesos de transformación social. Hasta podría decir que en algún momento me cautivaron algunos de sus análisis porque me parecían en línea con el Evangelio y representaban una bocanada de aire crítico y fresco en una sociedad todavía marcada por la rigidez franquista. Nunca tuve posters del Che Guevara en mi cuarto, pero me subí al tren de lo que entonces se llevaba entre los jóvenes.

Creo que con el paso del tiempo he ido comprendiendo que el marxismo y el comunismo, tras su aureola de ideologías que desenmascaran las contradicciones de la sociedad burguesa y buscan la liberación de los pobres, esconden una lógica perversa que, una y otra vez, reaparece con nuevas versiones. Me refiero, en particular, a la lucha de clases y sus innumerables variantes. Si el esquema “capitalistas-proletarios” deja de seducir a los obreros, y a la población en general, tras la caída del comunismo soviético, entonces hay que inventar nuevas luchas (en realidad, etiquetas) que mantengan a la sociedad en un permanente estado de confrontación, porque así es como avanza la historia: heteropatriarcalismo-feminismo, masculinidad tóxica-diversidad sexual, explotadores-ecologistas, cazadores-animalistas, colonizadores-pueblos originarios, blancos-afros, gringos-latinos, centralistas-periféricos… La izquierda radical entiende el progreso como la conversión de las diferencias y polaridades en dilemas excluyentes. Sobre esto no admite crítica alguna.

Creo que muchos cristianos de buena voluntad han caído en la trampa de esta dialéctica porque la música suena muy evangélica, a pesar de que la clave inicial del pentagrama contradice de raíz lo básico del Evangelio. Me he encontrado con sacerdotes, religiosos y laicos que se dejan cautivar por el lenguaje liberacionista de la izquierda radical sin percibir su componente idolátrico. Algunos son militantes y una pizca agresivos, pero la mayoría siguen con docilidad lo que se lleva en el ambiente en el que viven sin atreverse a cuestionarlo. 

Denunciar esto con respeto, valentía y ¡ay! argumentos no significa dejarse caer en brazos de un neoliberalismo salvaje en el que la lógica del capital prevalece sobre las personas y pueblos o pertenecer a la derechona cavernícola, casposa, mediática y franquista (es imprescindible usar este adjetivo para anatematizar al adversario). Esta es precisamente la trampa que nos tiende siempre la ideología progre. Si no estás con ellos, entonces, por pura exclusión, eres retrógrado, defensor del sistema imperante, abonado a una imposible neutralidad, tonto útil.

Es muy peligroso interiorizar esta crítica injusta porque entonces uno queda anestesiado y ya no se atreve a decir ni pío. No importa que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) vaya más allá de muchos postulados progres en la construcción de una sociedad verdaderamente justa y fraterna. Lo que cuenta es tu fidelidad a la ideología, aunque en la práctica seas más capitalista que Jeff Bezos y compres tus cosas en Amazon, después de haber hecho una videollamada con tu IPhone.

La verdad es que el Evangelio no acaba de encajar con ninguna ideología vigente. La gran novedad de Jesús, su gran revolución (si queremos utilizar un término muy querido por las gentes de la izquierda radical), consistió en superar la dialéctica babélica de la confrontación (la “lucha de clases”) por la lógica pentecostal de la unidad en la diversidad. El amor suscitado por el Espíritu supera las divisiones sin anular las diferencias. Por eso, los cristianos siempre somos una piedra en el zapato de cualquier partido político, tanto de izquierda como de derecha o de centro. No estamos llamados a ser masa, sino fermento. Esto no es fácil. Lo normal, pues, es que siempre salgamos perdiendo… a corto plazo.


martes, 22 de marzo de 2022

Cansados de creer

Siempre me ha sorprendido comprobar que muchas personas sencillas parece que no tienen nunca crisis de fe. Para ellas, creer es como respirar. Dios no es un objeto de exploración, como si fuera una galaxia lejana, sino una presencia amorosa que envuelve sus vidas. Siempre tienen una palabra de acción de gracias en los labios. Alaban a Dios por todo (el amanecer, el agua, una flor, una sonrisa, un paseo, una conversación) porque han asumido que viven de pura gracia, que la vida es un regalo inmerecido. Parece que su corazón exuda siempre gratitud y compasión. A Dios no lo culpan de las desgracias que de vez en cuando les acaecen o de las que ocurren en el mundo, sino que lo invocan para que les ayude a afrontarlas con entereza. No temen a la muerte porque consideran que es la puerta de entrada en la vida definitiva junto al Padre que las ha acompañado desde el primer momento de la existencia. 

Cuando nos encontramos personas así, ¿cómo no evocar un texto evangélico que ilumina esta situación? Lo recuerdo de memoria: “Lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla” (Lc 10,21-22). A Jesús esta fe de la gente sencilla le producía una inmensa alegría. Hoy sigue habiendo millones de personas que son afortunadas porque el Padre ha tenido a bien revelarles los secretos del Reino, descorrer el velo con el que a menudo nos topamos quienes hemos hecho de la fe una aventura intelectual demasiado alambicada.

Por desgracia, lo que observo en muchos creyentes de hoy no es una explosión de gozo y un corazón agradecido. Más que disfrutar de la fe como manantial de alegría, la viven bajo la sospecha de que tal vez es un montaje, un salto en el vacío. Dios forma parte de sus convicciones (quizá de sus rutinas), pero no constituye una “presencia” amorosa que acompañe de cerca su día a día. El ejercicio de “vivir en la presencia de Dios” les suena a una práctica rancia que casi no saben lo que significa. Se siguen considerando creyentes, pero en determinados momentos no tendrían inconveniente en reconocerse como ateos prácticos, si no fuera porque la palabra “ateo” suena pasada de moda. Su vida cambiaría muy poco si Dios no existiera. 

Creer, en definitiva, se les ha vuelto un fardo pesado. Se podría decir que están cansados de creer, no solo por la complejidad intelectual que implica, sino porque tienen la impresión de que la fe no sirve para nada, excepto para mantener abierto un vago horizonte de sentido. Creer en Dios nos les resuelve las tensiones matrimoniales, no estira el sueldo a fin de mes, no cura milagrosamente un cáncer, no ofrece una explicación convincente del mal que nos rodea… y ni siquiera sirve para detener la guerra en Ucrania. ¿Cómo se puede creer durante mucho tiempo en un Dios que parece no interesarse por nosotros? ¿Qué diferencia hay entre un Dios sordo y un Dios inexistente?

Es probable que estas líneas sean fruto de algunas conversaciones mantenidas en los últimos días con algunas personas que están atravesando periodos oscuros en su vida de fe, pero me parece que reflejan lo que muchos creyentes ilustrados (incluyendo obispos, sacerdotes y religiosos) experimentan, aunque su misión los obligue a expresar una fe que no acaban de sentir por dentro. Soy consciente de que el uso del verbo “sentir” para hablar de la fe es peligroso y ambiguo, pero lo mantengo deliberadamente. Un amor (no digo una idea) que no se “siente” de alguna manera acaba por evaporarse. Por otra parte, un amor solo se “siente” cuando se lo cultiva como cultivamos las relaciones que para nosotros son significativas. ¿Podemos seguir llamando “amigas” a las personas que nunca vemos, a las que nunca llamamos ni nos llaman, cuya vida no nos preocupa lo más mínimo? Aunque recuerdo que una vez un (supuesto) amigo mío me dijo que sí, yo no lo creo. 

Las relaciones, como las plantas, tienen que ser cuidadas con delicadeza y constancia para que crezcan y maduren. Si la fe es, ante todo, una experiencia de relación amorosa, solo se mantendrá lozana -y será fuente de alegría- si la cuidamos con esmero. Este cuidado pasa por una oración humilde, constante y confiada. La anciana que todos los días reza el Rosario no es, por lo general, una enferma de rutina, sino una persona que cuida su relación diaria con Dios a través de un sencillo instrumento que mantiene encendida la llama del amor. ¿Cómo la mantenemos encendida nosotros, los creyentes “ilustrados”? ¿O pensamos que todo es cuestión de claridad mental y buenas intenciones? 

Es probable que la Cuaresma nos ayude a abrir los ojos para caer en la cuenta de por qué estamos “cansados de creer” cuando las personas sencillas están siempre ansiosas por creer más y mejor. 



lunes, 21 de marzo de 2022

Oficios peligrosos

Marcha de los trabajadores del campo ayer en Madrid

Llueve suavemente sobre Madrid. Parece que tendremos cuatro días pasados por agua. Es un buen modo de empezar la primavera tras un invierno demasiado seco. Ayer domingo me di un largo paseo por el centro, incluyendo el parque del Retiro. Pude ver de cerca a muchos de los participantes en la multitudinaria marcha organizada por los hombres y mujeres del campo “contra la escalada de los precios, el abandono del campo y la inacción del ejecutivo de Pedro Sánchez”. Las gorras y chalecos naranjas ponían una nota de color en un día gris y tranquilo. Tuve ocasión de hablar con algunos de ellos que me preguntaron dónde podían encontrar un restaurante para comer o cómo se llegaba a la plaza mayor. Me pareció una marcha pacífica, ordenada y justa. 

Los medios digitales más afines al gobierno (por ejemplo, el periódico El País) redujeron la noticia a un espacio secundario. ¡Menos mal que hoy los periódicos tradicionales y las televisiones (tanto públicas como privadas) están perdiendo peso en favor de otros informadores independientes que aprovechan YouTube y otras plataformas para acercarnos la actualidad con menos filtros de intereses corporativos! Los ciudadanos nos estamos cansando ya de la telebasura (comandada en España por la berlusconiana Tele 5) y de los silencios y distorsiones de los periódicos subvencionados.

Profesor Javier Fernández Aguado

De todos modos, hoy quería escribir sobre un detalle que me llamó la atención del webinar (seminario digital) en el que participé el viernes por la tarde. Cada mes, más o menos, la Universidad Gregoriana de Roma nos propone un encuentro online de un par de horas, alternativamente en español e inglés, con expertos en el mundo del liderazgo. Es una forma de refrescar y completar los contenidos del curso sobre “Discerning Leadership” (liderazgo discerniente) que hicimos los participantes en junio y septiembre del año pasado. 

El invitado del webinar del pasado viernes fue el profesor español Javier Fernández Aguado. Durante algo más de una hora nos estuvo hablando sobre el tema “Gobernar es escuchar y decidir”. Entre otras cosas, hizo alusión a un libro suyo titulado “2.000 años liderando equipos. Enseñanzas del management más exitoso (directivos y líderes)”. Me resultó muy interesante su exposición,  a la que siguió un animado diálogo. Me detengo en un asunto que tocó de pasada, pero que a mí me pareció interpelante. Habló de tres oficios “peligrosos” porque, con demasiada frecuencia, quienes los desempeñan se creen que son dios (pongamos la palabra con minúscula para no sacar las cosas de quicio) y se comportan como si fueran omnipotentes.

Algunos oficios potencialmente "peligrosos"

El primero es el de “médico”. El control que tienen sobre la salud de los pacientes los aureola de manera exagerada hasta el punto de que muchos, incluso los mal pagados, se sienten muy por encima de la media social. Deciden sobre la vida y la muerte con una seguridad que haría temblar a quienes conocen por dentro su fragilidad personal y a veces su incompetencia profesional. 

El segundo es el de “profesor universitario”. Muchos de ellos tienen tal concepto de sí mismos, de los artículos y libros que escriben (quienes los escriben), que se extrañan, año tras año, de que no les concedan el Premio Nobel en alguna de sus ramas. Siempre andan  cabreados con el mundo porque sus colegas y el resto de los mortales no reconocemos su preclara inteligencia y su magisterio universal. 

Por último, el oficio de “sacerdote católico”. También entre el clero hay un buen número de representantes que se creen poco menos que Dios en la tierra. La teología del “in persona Christi” (actuar en nombre de la persona de Cristo) no hace sino reforzar muchas veces un yo frágil y, sin embargo, pagado de sí mismo. 

Quizás a estos tres ejemplos señalados por el profesor Fernández Aguado podríamos añadir el de algunos “políticos” (que, a cargo del presupuesto público, se sienten omnipotentes) y el de algunos “periodistas” (que pontifican sobre cualquier asunto desde los púlpitos informativos, aunque no sepan de la misa la media).

En ninguno de los casos anteriores se podría hablar de auténtico liderazgo, por más que estos “dioses diminutivos” se sientan muy importantes y crean que ejercen una gran influencia sobre las personas. Habría que hablar, más bien, de personalidades mediocres y de abuso de poder. Conviene, pues, que estemos en guardia y que no nos dejemos manipular fácilmente, por más que esa manipulación venga de figuras socialmente reconocidas.

domingo, 20 de marzo de 2022

Menos indignados, más iluminados

En puertas de la primavera en el hemisferio norte (y del otoño en el hemisferio sur), nos llega el III Domingo de Cuaresma, sobre el que he escrito algo en este enlace tomando como punto de referencia el Evangelio. Por eso, en la entrada de hoy, prefiero fijarme en la primera lectura (Ex 3,1-8a.13-15). Se trata de uno de los pasajes más densos del Antiguo Testamento. No voy a comentarlo exegéticamente. Prefiero tomarlo como trasfondo para interpretar algo de lo que hoy estamos viviendo. Como Moisés, muchos de nosotros también trashumamos por el desierto de una cultura que parece insensible a la presencia de Dios. 

Quizá cansados de compromisos que no consiguen cambiar el mundo en el que vivimos, nos hemos limitado a apacentar nuestro pequeño rebaño; es decir, a llevar una vida lo más tranquila posible, aun a riesgo de que se vuelva rutinaria. En un momento dado, sin que por nuestra parte hayamos hecho nada, podemos tener una iluminación, un cosquilleo interior, una experiencia de fuego, algo parecido a lo que Moisés experimentó y que el texto bíblico expresa con la metáfora de la zarza ardiente. 

El fuego es una de las imágenes que la Biblia suele usar para hablar de la presencia de Dios: en el desierto el Señor guiaba a su pueblo con una “columna de fuego” (Ex 13,21); “El Señor bajó (al monte Sinaí) con fuego” (Ex 19,18); “¿Qué pueblo ha visto a Dios hablando desde el fuego?” (Dt 4,33). Algunos exégetas creen que la imagen de la zarza se le podría haber ocurrido al autor bíblico a partir de un fenómeno curioso que ocurre en el desierto. Se trata del dictamus albus, un arbusto de un metro de altura que exuda esencias oleaginosas que se incendian en los días de mucho calor.  

Sea como fuere, Moisés, en el silencio y la soledad del desierto, experimenta que Dios lo llama a liberar al oprimido pueblo de Israel. Cuando el mismo Moisés, años antes, se había tomado la justicia por su mano asesinando a un egipcio que estaba maltratando a un israelita, la empresa fracasó. Tuvo que huir para ocultar su crimen. Ahora no se trata de una iniciativa personal, fruto de la indignación, sino de una misión. Dios se manifiesta como alguien que ha visto la opresión de su pueblo en Egipto y que va “a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”. 

Este Dios liberador es “el que siempre será”; es decir, un Dios fiel que nunca dejará de acompañar al pueblo. Y, para ello, busca colaboradores que quieran luchar por la libertad y que se quiten la sandalias; o sea, que eliminen la impureza  de sus vidas (las sandalias están hechas de piel de animales muertos), que se desprendan de todo aquello que impide acoger los planes de Dios: prejuicios, imágenes distorsionadas de la divinidad, hábitos dañinos, rutinas, etc. 

Muchas de nuestras empresas fracasan porque no son el fruto de una iluminación (de una experiencia de Dios), sino solo de una indignación personal. Por eso, no acaban de ser transformadoras. Hemos puesto tanto el acento en “lo que tenemos que hacer” que hemos olvidado “por qué y por quién lo hacemos”. Esto les ha sucedido a muchos cristianos “comprometidos”, a grupos y comunidades de base, a institutos religiosos… Indignados por los males de nuestro mundo (pobreza, injusticia, corrupción, etc.), nos hemos lanzado a la batalla sin que nadie nos lo haya pedido. No hemos ido como “misioneros” (enviados), sino como “francotiradores”. 

Con el paso del tiempo, lo más probable es que nos hayamos quemado y que arrastremos una frustración duradera en la que la misma experiencia de Dios se ha evaporado. ¿Para qué sirve creer en un Dios que no hace lo que nosotros queremos? La decepción de los “comprometidos” es más destructiva que la indiferencia de los  “alejados”. A menudo, tienen que pasar años, y una larga travesía del desierto, para descubrir que lo único que libera de verdad es ponernos al servicio de la compasión de Dios por su pueblo, no de nuestro propio proyecto. Necesitamos menos creyentes indignados y más creyentes iluminados. Hay historias de hoy que nos enseñan el camino.

sábado, 19 de marzo de 2022

El bien no hace ruido

La solemnidad de san José llega un año más sin hacer ruido. Ayer, en la misa vespertina de la fiesta, le escuché decir a un cura congoleño una frase que puede resumir bien la historia de José de Nazaret: “El bien no hace ruido; el ruido no hace bien”. En efecto, José, hombre de bien, pasa por el Nuevo Testamento sin hacer ruido. De hecho, no conservamos de él ni una sola palabra. Cuando actúa junto a su esposa (como, por ejemplo, en el episodio de la pérdida del niño Jesús en Jerusalén), es María quien toma la palabra para decir: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2,48). 

¿Por qué san José nunca habla? Porque su vida entera es una palabra elocuente. La Iglesia lo ha comprendido muy bien a lo largo de la historia; por eso, es su patrono. Pero lo es también de un número ingente de institutos religiosos y agrupaciones de todo tipo. En muchos lugares de tradición católica, hoy se celebra el Día del Padre y también el Día del Seminario. No faltan fiestas muy populares, como Las Fallas valencianas, en honor a san José. Él es patrono de los carpinteros, de los artesanos, de los trabajadores en general, de los emigrantes y viajeros, de los niños por nacer y de la “buena muerte”. La tradición recuerda que murió en brazos de Jesús y María, como nos gustaría morir a nosotros. 

Muchísimos hombres y mujeres llevan su nombre versionado en innumerables lenguas. Más de 330 pueblos y ciudades de todo el mundo se llaman como él o lo tienen por patrono (como, por ejemplo, san José de Costa Rica). Para ser un santo mudo, hay que reconocer que es extremadamente popular.

Una de las características de la Iglesia en nuestros días es su gran diversidad. La Iglesia es una inmensa “arca de Noé” en la que cabemos todos. Hay cristianos de derechas y de izquierdas, amantes de la liturgia tradicional y comprometidos con movimientos liberacionistas, monjes y científicos, practicantes y alejados, etc. Es verdad que no faltan las tensiones (basta examinar las posturas enfrentadas con respecto al papa Francisco o al sínodo de la Iglesia alemana), pero no deja de ser admirable esta diversidad de expresiones dentro de la unidad de la fe: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” (En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; en todo, caridad). 

Lo que sucede hoy se daba también, en menor escala, en la iglesia primitiva. Los expertos en el Nuevo Testamento hablan de un principio mariano, petrino, paulino, joánico, etc. Uno puede seguir a Jesús al estilo de María, de Pedro, de Pablo, de Juan, etc. Cada estilo acentúa algunas dimensiones de la común fe en Jesús, el Cristo. Dentro de esta variedad y complementariedad, cabría hablar también de un “principio josefino”.  

¿Qué significaría seguir a Jesús “al estilo de José”? Si tuviera que resumirlo en tres palabras, escogería estas: fe, silencio y cuidado. José aparece, en primer lugar, como un hombre de fe, una especie de Abrahán intertestamentario que se fía de Dios cuando nada es claro. No exige pruebas. Sabe que Dios nunca incumple su palabra. Eso le basta. 

Una vez aceptada su vocación, José guarda silencio. Lo que Lucas escribe de María se le puede aplicar también a él: “Guardaba todas las cosas en su corazón”. Sin transmitirnos ninguna palabra, en completo silencio, nos ha enseñado que es la Palabra de Dios (Jesús) la que debe ocupar todo el espacio. Él calla para que se escuche bien la única palabra que salva. 

Por último, centra su vida en cuidar a Jesús y a María. Por eso se lo conoce también con otros apelativos como custodio, protector, guardián, administrador, etc. El cuidado implica la atención a todos los detalles que hacen más amable la vida. 

¿No estaremos necesitando hoy aplicar el “principio josefino” a una Iglesia demasiado increyente, ruidosa y descuidada? Como hombres y mujeres modernos, nos sentimos en la obligación de cuestionar todo, insistimos en que no se puede creer sin formular preguntas y objeciones, consideramos que somos más maduros que las generaciones anteriores porque nos atrevemos a pensar por nosotros mismos. José nos enseña que no hay madurez mayor que la que nace de la confianza en que Dios es Dios. Confiar es la expresión suprema de la madurez. 

Frente al torrente de palabras y ruidos, en medio de una sociedad “infoxicada” pero a menudo paralítica, José nos muestra que el bien no hace ruido, que las mejores cosas maduran en el silencio y que la vida entregada es la palabra más convincente. Nos enseña también que el ruido excesivo (externo e interno) no hace bien, es insano. Las sociedades ruidosas nos incapacitan para escuchar la música callada que suena dentro de nosotros. 

Por último, frente a la tentación de vivir despreocupados y no asumir nuestras responsabilidades, José nos enseña a cuidar con delicadeza los tesoros que hemos recibido: la fe, la vocación, los seres queridos, la casa común, los pobres… El “principio josefino” no anula los demás, pero los dota de una interioridad y una discreción que resultan imprescindibles en tiempos rabiosamente superficiales y exhibicionistas como los nuestros, incluso en el seno de la propia Iglesia.

Muchas felicidades a todos mis amigos y lectores del Rincón que llevan nombres como José, Josep, Joseph, Giuseppe, Josefa, Josefina, María José y sus innumerables variantes y combinaciones. 

Que san José de Nazaret os ilumine y os proteja siempre.