lunes, 29 de febrero de 2016

¡Viva el lunes!

El conocido tenor español está un poco cansado de que muchos le digan que, tras un “plácido domingo”, viene siempre un “jodido lunes”. Pero así es como muchas personas ven el primer día de la semana: como el inicio de un calvario de ocupaciones, prisas, sinsabores, etc. Yo, sin embargo, disfruto con los lunes. Y también con los martes, los miércoles, los jueves… Cada día tiene su propio perfil. El lunes es como si todo se pusiera de nuevo en pie. Me recuerda el comienzo del Génesis. Tras el descanso sabático-dominical (que tendría que ser un verdadero descanso y no más de lo mismo), nos tomamos en serio nuestra vocación de creadores y re-creadores. El lunes nos recuerda que hay muchas cosas por hacer, que este mundo es "manifiestamente mejorable". Así que, lo mejor es ponerse cuanto antes manos a la obra, trazarse un sencillo plan de trabajo y ejecutar las cosas una por una.

Ingredientes del desayuno
Para comenzar cada jornada con fuerza, además de la oración y de la Eucaristía –que constituyen el concentrado energético principal–, preparo un buen desayuno. En mi comunidad se ríen un poco de mí porque más que preparar un desayuno pongo en marcha un verdadero ritual. Preparar todo me lleva tres veces más tiempo que consumirlo. Primero tomo un bol de cristal y tres (o cuatro) piezas de fruta. Pelo cuidadosamente la fruta, la troceo y la coloco en el bol. Después añado –si hay– dos o tres nueces, una cucharada de cacao en polvo y un yogur. Remuevo todo con calma hasta que el conjunto se empaste bien y… ¡listo para consumirse! (best before ten minutes). El desayuno se remata con una buena taza de té verde con una cucharada de miel. No he tomado esta fórmula de ningún libro de recetas ni me la ha recomendado ningún nutricionista. ¡Puede que hasta sea desequilibrada! Lo que importa es empezar el día con calma, tomando conciencia de lo que tenemos por delante. Espero no haber caído en la trampa de reducir la ética a la estética para acabar desembocando... en la dietética, como denunciaba hace años el filósofo Carlos Díaz en su crítica a la sociedad posmoderna. ¡Pobre de mí! Yo desayuno así... por motivos éticos: por serio compromiso con el "peso de la jornada".

El desayuno listo para ser consumido
Sé que esto es un lujo que muchos no pueden permitirse. Su desayuno consiste en una taza de café tomada aprisa, a menudo de pie, o en cualquier otra cosa que encuentran en la cocina. No se puede esperar nada bueno de un día que comienza de este modo acelerado. Todos los males vendrán en cadena, jajajaja.

El desayuno me suele ocupar de 7:30 a 8:00 de la mañana. Pero antes de llegar a él han sucedido otras muchas cosas desde las 5:30 en que me pongo bajo la ducha. (Por cierto, otro día hablaré de este ritual bautismal). Por lo general, mientras consumo esta “pócima mágica”, aprovecho para hablar con algún hermano de comunidad un poco rezagado como yo. Con las baterías físicas, psíquicas y espirituales recargadas, ¿cómo no afrontar la jornada con entusiasmo?

Por si el post de hoy te ha parecido asquerosamente optimista, te ofrezco un contrapunto:




domingo, 28 de febrero de 2016

Jesús, ¿quién eres tú?

Este tercer domingo de Cuaresma ha amanecido con el cielo nublado. A esta hora, Roma duerme tranquila. Caen alguna gotas sobre los “sanpietrini” (adoquines) de las calles. Todo invita a la serenidad. Mucha gente se acercará a la Eucaristía. En Italia, el porcentaje se sitúa en torno al 30% de los católicos. Es significativo, pero desciende mucho en el caso de los jóvenes. ¿Por qué la "comida de Jesús" ha perdido interés? ¿Qué nos está pasando?

En esta mañana de invierno me pregunto: “Jesús, quién eres tú?”. Dejo que la pregunta me dé vueltas sin lanzarme a una respuesta apresurada. Repaso mentalmente las muchas experiencias de relación con él que he tenido a la lo largo de mi vida. Recuerdo ahora el libro de J. A. Pagola, Jesús. Aproximación históricaque tanto ha ayudado a muchos a tener una imagen de Jesús con los pies en la tierra. Algunos me han confesado que,  al principio de su lectura, el libro les creó desasosiego porque rompía la idea algo mítica que se habían formado de Jesús desde niños. A medida que pasaban las páginas, iban comprendiendo mejor quién fue ese galileo que vivió en la Palestina del primer tercio del siglo I de nuestra era. El libro es una aproximación histórica. 

Acercarse a la historia es un paso necesario, pero no basta. El misterio de Jesús no se resuelve solo situando su persona en las coordenadas del espacio y del tiempo. Hay que ir mucho más lejos. Entre los muchos testimonios que me han ayudado a ir más allá, destaco el del cardenal italiano Carlo Maria Martini, ya fallecido, a quien tuve la oportunidad de conocer personalmente. Fue una autoridad mundial en crítica textual, un gran conocedor y divulgador de la Biblia. Su experiencia pastoral como arzobispo de Milán le impulsó a acercar la Palabra al pueblo. Os dejo unas pocas páginas que recogen su experiencia de encuentro con Jesús: Mi itinerario personal en pos de Jesús. Detrás de ellas se adivina al hombre, al exégeta, al erudito, pero, sobre todo, a un creyente enamorado. A pocas personas contemporáneas les he escuchado una síntesis tan bella entre rigurosa investigación histórica y fe.

Si tienes un tiempo tranquilo este domingo, te invito a que veas y escuches este vídeo. Los componentes del grupo musical Ain Karem cantan su experiencia de Jesús en el marco impresionante y sugestivo de la plaza de san Pedro de Roma. Tuve la suerte de estar en ese concierto en la noche del 21 de septiembre del año pasado.


También puedes ver este vídeoclip del costarricense  Martín Valverde: "Nadie te ama como yo".





sábado, 27 de febrero de 2016

El acuerdo "imposible"

Hablemos de política antes de que alguien me diga que no quiero mojarme con temas calientes. Sigo de cerca la situación de mi país, aunque vivo en Italia. Después de las elecciones del pasado 20-D, está resultando complejo formar un nuevo gobierno en España. Es verdad que el PSOE y C’s han firmado un acuerdo “para un gobierno reformista y de progreso”, pero sus 130 diputados no son suficientes para obtener los 176 votos que se requieren para la mayoría absoluta en las Cortes. Podemos ha quedado excluido. A menos que haya sorpresas de última hora, es posible que nadie supere la votación de investidura y que, por tanto, se convoquen nuevas elecciones.

Se está escribiendo y hablando tanto de este asunto que no es fácil orientarse. Tengo parientes y amigos podemitas. Basta seguir sus cuentas de Facebook: canonizan a Pablo Iglesias y sus colegas y demonizan a Rajoy y los suyos sin tomarse mucho tiempo en matices. O se defiende a “la casta” (curiosa categoría copiada del italiano Beppe Grillo) o se está con “la gente” (curiosa transformación del clásico concepto de pueblo). Pura dialéctica marxista pasada por Photoshop. Tengo también familiares y conocidos que son votantes del PP o del PSOE bastante avergonzados, la verdad teniendo en cuenta los numerosos casos de corrupción que están saltando en ambos partidos. Una persona muy cercana milita en Izquierda Unida. Y luego estoy yo, ejemplo de irresponsabilidad, porque –por razones que no vienen a cuento– no voté en las pasadas elecciones.


¿Qué hacer cuándo cuatro partidos aspiran a formar parte del gobierno pero ninguno por sí solo puede lograrlo? Esta pregunta inquietaría a muy pocos en Italia. Hay una larga tradición al respecto. Felipe González, el viejo líder socialista, ya dijo con ironía que preveía en España “un parlamento a la italiana, pero sin italianos para gobernar”; es decir, sin personas adiestradas en el arte de caminar hacia “convergencias paralelas”, chocante tesis atribuida al político democristiano Aldo Moro en relación al “compromesso storico” entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista.  

El periodista inglés John Carlin, con la ironía que le caracteriza, sostiene que la ausencia en español de un término semejante al inglés compromise (verbo y sustantivo) indica la falta de una verdadera cultura del pacto en España. Él llega a atribuir este hecho al influjo del dogmatismo católico que ha creado una mentalidad extremista e inquisitorial interiorizada incluso por aquellos laicistas que reniegan de la religión. Aparte de que esta opinión es muy discutible, hay en todas estos enfoques algo desafiante: necesitamos aprender a vivir en una sociedad abierta y plural y a gestionar creativamente la diversidad. Este aprendizaje no se reduce a estrategias de diálogo y métodos de acuerdos. Tiene que ver con la comprensión de la verdad y, en definitiva, con la dinámica compleja de la vida.

Hace tiempo le oí contar una anécdota al P. Adolfo Nicolás, Prepósito General de los jesuitas, que él mismo escribe en un número reciente de “La civiltà cattolica”. Un obispo japonés, refiriéndose al versículo del Evangelio "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6), dijo que la enseñanza de Jesús se puede entender de maneras diversas según continentes y religiones. Asia, en particular, puede ser considerado como el continente del "camino". De hecho, en Asia siempre se busca el camino, el cómo: cómo hacer yoga, cómo concentrarse, cómo meditar. Yoga, zen, religión, judo –considerado como el camino de los débiles, ya que utiliza la fuerza de los demás son todos considerados como itinerarios. Sin crear oposiciones, debemos tener en cuenta que Europa y los Estados Unidos están preocupados, sobre todo, por la "verdad"; América Latina y África están preocupados por la "vida". Según el obispo asiático, necesitamos a todos, porque cada uno tiene una sabiduría y una contribución que hacer a la humanidad.

¿Sería tan difícil aplicar esto al campo de la política? ¿Cuándo va a surgir una generación –¡ojo, estamos, en el terreno educativo!– que no esté obsesionada por marcar límites, señalar líneas rojas, acentuar lo propio, sino por descubrir lo mejor de los demás en vistas al bien común? Los errores y retrocesos forman parte de ese arduo proceso de aprendizaje colectivo. No hay que asustarse, pero conviene dar pasos en la dirección correcta.

viernes, 26 de febrero de 2016

En mi casa, que es la tuya

Desde hace algunos meses La1 de Televisión Española emite un programa de entrevistas que ha tenido un gran éxito. Se llama En la tuya o en la mía. Lo dirige el cantante y presentador Bertín Osborne. La mayoría de las veces acoge a sus invitados en su casa; otras, él se desplaza a las de los invitados que, de esta manera, se convierten en anfitriones. Por el programa han desfilado personajes conocidos como Plácido Domingo (cantante de ópera), Iker Casillas (futbolista), Mariano Rajoy y Pedro Sánchez(políticos) o Ana Obregón (actriz) o Lolita (cantante). Huyendo de los corsés periodísticos, el entrevistador crea un clima de confianza en el que el entrevistado comparte momentos significativos de su vida. El montaje posterior, acompañado por una cuidada banda sonora, realza la informalidad estudiada de estos encuentros. Aunque parece que el programa ha sido un éxito, no faltan detractores que critican el supuesto machismo del presentador, sus maneras de "señorito" andaluz, la selección de los personajes y otros pormenores.

A veces, me asomo a algunos vídeoclips a través de internet. Viendo el reciente encuentro con Iker Casillas en su casa de Porto (Portugal), me vino enseguida a la mente el encuentro de Jesús con el centurión romano, tal como se narra en Mt 8,5-13 o en Lc 7,1-10. Cuando Jesús se ofrece a curar a su criado en su propia casa, el centurión se adelanta a decirle: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Sé que desde hace años algunos exégetas interpretan esta resistencia del centurión como una forma de evitar que se conociera la relación de tipo homosexual que mantenía con su criado/amante (“pais” en griego). Aunque se aducen argumentos de tipo léxico y sociológico, no creo que se pueda afirmar con rotundidad que se tratara de una relación de este tipo. De todos modos, más allá de esta interpretación, rescato la fuerza de las palabras del militar romano: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.

Pienso en todas las personas que viven situaciones que se consideran más o menos indignas según los contextos culturales: bautizados que conviven sin contraer matrimonio sacramental, divorciados vueltos a casar, parejas homosexuales, enfermos mentales … Muchas de estas personas son creyentes, aman a Jesús. Pero –como el centurión del evangelio– sienten que no están preparadas para acogerlo en su casa porque otras personas se lo han hecho ver así. No se sienten dignas: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”. A menudo, hay más fe en esta conciencia de la propia indignidad que en la compostura de los que se mueven en la iglesia “como Pedro por su casa”.

En todos estos casos, es Jesús quien se adelanta: "Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). A mí me gustaría decirle: "Pasa, entra en mi casa, que es la tuya". ¿Y a ti?


jueves, 25 de febrero de 2016

I also speak Globish

According to Wikipedia, “Globish is a trademarked name for a subset of the English language formalized by Jean-Paul Nerrière. It uses a subset of standard English grammar, and a list of 1500 English words. Nerrière claims it is "not a language" in and of itself, but rather it is the common ground that non-native English speakers adopt in the context of international business”.

I am aware that the point of view of Nerrière has been widely criticized. He is accused of hiding an imperialist approach, but is quite right. The English spoken by many non-native English speakers has become a kind of lingua franca worldwide. It is the language spoken at international conferences, at airports, in many media ... and even in the general chapters of religious institutes.

Bueno, quizá algún hispanohablante haya dejado de leer el post por estos párrafos escritos en inglés; o en Globish, ese inglés simplificado que usa solo unas 1.500 palabras para facilitar la comunicación internacional. Tranquilos, volvemos a la lengua de Cervantes. Y con más razón en este año en que celebramos el cuarto centenario de su muerte.

El Globish es al inglés tradicional lo que el griego koiné era al griego clásico. Como se sabe, el griego koiné era la lengua que se hablaba en el mundo helenístico en el período posterior a las grandes conquistas de Alejandro Magno. Es el griego que usan también los escritores del Nuevo Testamento, si bien el influjo del arameo y del hebreo se deja notar mucho en la sintaxis y en el léxico de sus evangelios y cartas.

Alguien se preguntará: ¿A qué vienen estas digresiones? Es sencillo. Hoy vivimos en un mundo globalizado. La globalización necesita una lengua vehicular y ésta –por razones que todos podemos intuir– es el inglés (o el Globish). Esto no significa que debamos renunciar a la riqueza de nuestras lenguas maternas. En ellas habitamos como en casa porque “la lengua es nuestra verdadera patria”. Pero es hermoso poder combinar una o varias lenguas para hablar con los cercanos y otra común para abrirnos al mundo. En el fondo, se trata de un asunto que tiene que ver con la tensión entre lo local y lo global que caracteriza la existencia humana y, de una manera muy específica, la dinámica de las comunidades cristianas (iglesias particulares-iglesia universal). Así que, nunca es tarde para progresar un poco más en la lengua de Shakespeare (cuyo cuarto centenario de la muerte estamos celebrando también en este año 2016), aunque sea en su versión simplificada.

Si alguien tiene duda sobre la pronunciación de unos cuantos términos sin importancia –la eterna batalla del inglés– puede tomarse la molestia de ver y escuchar el siguiente vídeo. Solo los más valientes llegarán hasta el final. Os advierto que dura casi 7 minutos. Si uno supera la prueba, no es que sea un experto en Globish: ¡es que puede dar clases al mismísimo David Cameron! ¡Suerte! (quiero decir Good luck!).


miércoles, 24 de febrero de 2016

¿WhatsApp? No, gracias

Por mi edad, no soy un nativo digital sino un inmigrante que aterrizó en este "sexto continente" hace ya algunas décadas. Cualquier niño de hoy se mueve con más soltura que yo por esta telaraña mundial.  Comencé a componer mis clases con ordenador hacia el año 1986. El primer portátil lo compré en Hong Kong en agosto de 1991. Era un Toshiba gris dotado de una memoria increíble: ¡20 MB! (es decir, lo que ocupa hoy una sola imagen de alta resolución). Lo de internet vino después. Me parece una pasada. A pesar de todos sus riesgos, creo que las ventajas ganan por goleada a los inconvenientes. Antes, cuando un religioso llegaba a una nueva comunidad, solía preguntar dónde estaba la capilla y, a lo sumo, el comedor. Eran dos sitios obligados. Ahora la pregunta es directa: "¿Podrías decirme, por favor, la contraseña de la wifi?".

La informática ha cambiado nuestras vidas, ¿quién lo duda? Este blog sería imposible sin internet. Soy un usuario habitual de las redes sociales. Hay algo, sin embargo, a lo que me he resistido desde hace años: el uso de WhatsApp. No hace falta que me convenzan de sus ventajas: son obvias, aunque la aplicación podría tener sus días contados. Pero me niego a estar todo el día recibiendoy re-enviando mensajes, formando parte de grupos de familiares, compañeros, amigos, conocidos, colegas, vagabundos, … 



Los técnicos en la materia dicen que no es justo hablar de "vida real" y "vida virtual" porque ambas forman parte de nuestra existencia concreta. Pero, por lo menos, antes de que sea demasiado tarde, me gustaría disfrutar algún año más de vida conectada (online) y vida desconectada (offline). Si no, os aseguro que no voy a tener nada que comunicar. Sin silencio, sin períodos largos de desconexión, no podré pensar y mucho menos crear. Me limitaré a ser simple correa de transmisión de los miles de mensajes, memes, vídeos, imágenes graciosas … que circulan por la red en una especie de jungla asfixiante. Seré un mero consumidor y -lo que es peor- acabaré sobrecargado de estímulos. No seré una persona más rica, sino un verdadero obeso digital. Acumular sin asimilar produce congestión.

Bueno, luego está el asunto del empobrecimiento de las conversaciones cara a cara. De tanto manejar mensajitos de dos líneas, muchos no saben qué decir cuando se encuentran con un amigo de frente.  Es penoso ver cómo tantas personas pasan el tiempo consultando su teléfono móvil sin prestar atención a los que tienen al lado. Mucha comunicación y poca comunión. Esta práctica nos pasará factura. Acabaremos siendo expertos whatsapperos y analfabetos emocionales. Pero este es un asunto de mucha envergadura que se merece más espacio. Quizá otro día me anime a escribir algo. No es necesario que me mandéis un WhatsApp para decirme que no estáis de acuerdo con este vetusto planteamiento. Tal vez me pilléis con el móvil desconectado.

martes, 23 de febrero de 2016

Como una gallina reúne a sus polluelos

Durante muchos años he vivido en grandes ciudades: sobre todo, en Madrid y Roma. Sin embargo, tengo alma rural. Las ciudades acaban pareciéndome siempre un supermercado, no un hogar. Y eso que, según se escribe, "el futuro de la humanidad se juega en las ciudades". Sé que hay gente que no soporta el control que se ejerce en los pequeños pueblos, su dosis de chismorreo y, a veces, su horizonte romo. Muchos escogen la libertad que proporciona el anonimato urbano. Lo comprendo. La vida rural tiene sus limitaciones y miserias, pero a mí me encanta. Prefiero saludar a las personas antes que ignorarlas, me gusta saber quién es quién, contemplar piedras cargadas de historia, reconocer cada esquina, respirar aires saludables, celebrar fiestas centenarias como La Pinochada, escuchar los sonidos del viento norte o los jilgueros en primavera, distinguir un roble de un pino, saborear una ración de níscalos (lactarius deliciosus) –o "amizcles", como se dice por allá– en otoño o caminar por la nieve dejándome embaucar por su magia. Todas estas cosas constituyeron mi primera –y quizá más incisiva– universidad.

Nací en un pequeño pueblo de montaña, flanqueado por el río Duero. De niño y también ahora,  siempre que me es posible, camino junto al río por la senda que conduce al pueblo cercano. Desde allí contemplo la silueta de Vinuesa, la antigua Visontium. Respiro hondo, me sumerjo en el mar de pinos y dejo correr la imaginación. Me veo formando parte de la tribu celtibérica de los pelendones o trabajando la lana como muchos visontinos del siglo XVI. 

Pero si hay algo que me llama la atención es que, se mire desde donde se mire, siempre aparece en el horizonte la torre, alta y robusta, de la iglesia de Nuestra Señora del Pino, como si quisiera rivalizar –o mejor, armonizar– con los extensos pinares que circundan el pueblo. Es el centro en torno al cual ha ido creciendo el caserío. Primero hubo una iglesia románica, con su cementario anejo. Después, en tiempos de prosperidad económica, a finales del siglo XVI, comenzó a construirse la actual iglesia de estilo gótico renacentista: un edificio soberbio para un pueblo pequeño. Sé que a algunos esta presencia sobresaliente –acompañada por el tañido regular de las campanas– les incomoda. Les parece el símbolo de una institución oscurantista y opresora que ha mantenido acogotada la conciencia de la gente durante siglos. Se respeta como monumento artístico, pero de ahí no pasa.

Creo, sin embargo, que la mayoría de las personas –creyentes, agnósticos y no creyentes– no piensa así. Ve en esa iglesia el hogar de todos, la verdadera “casa del pueblo” en la que miles de personas han sido bautizadas a lo largo del tiempo o han encontrado momentos de sosiego, fraternidad y contemplación. Allí se ha vibrado con la alegría de los matrimonios y se ha despedido con serenidad y esperanza a los muertos. Allí se han celebrado encuentros de cofradías y conciertos, horas santas y vísperas, ... Se ha rezado y se ha llorado, se ha escuchado en el silencio de sus naves imponentes la "música callada" del Misterio que contrasta con los ruidos de la vida moderna.

En mi tierra castellana no se concibe una población sin iglesia, hasta el punto de que en algunos pueblos minúsculos sus habitantes se esfuerzan en restaurar sus templos antiguos porque intuyen que, mientras haya una iglesia abierta, el pueblo seguirá vivo. Contemplando la iglesia de mi pueblo desde la distancia, me parece –por utilizar la imagen de Jesús sobre Jerusalén– como una gallina que quiere reunir en torno a sí los polluelos (cf. Mt 23,37) para protegerlos como madre amorosa. La iglesia no es una madrastra amenazadora sino una madre acogedora y paciente. ¡Hay tanto que se podría hacer para que esta imagen se correspondiera con la realidad, para que todos sintieran que ésta es su casa de verdad! Más allá de las piedras muertas, hay una comunidad de "piedras vivas" que es necesario revitalizar.

En las urbanizaciones modernas, todo son hileras de casas apiladas, a menudo sin una referencia común, sin un punto de encuentro. ¿No explica, en parte, este urbanismo impersonal el anonimato e individualismo en que viven muchos habitantes de las ciudades? He tenido la suerte de subir al 101 de Taipei y al rascacielos más alto de Shanghai. Admiro la combinación de acero y vidrio, disfruto con las vistas mareantes, pero no experimento la misma emoción que cuando contemplo la silueta de la iglesia de Nuestra Señora del Pino en lontananza. Los mejores arquitectos (confieso que la arquitectura es una de mis pasiones) diseñan ya otras formas modernas que se inspiran más en los esquemas populares –y humanizadores de los pueblos antiguos. A esto me apunto.

lunes, 22 de febrero de 2016

Como brotes de olivo

Cuando era niño se hizo muy popular una canción religiosa de Lucien Deiss titulada Como brotes de olivo. Todavía se canta en algunas celebraciones litúrgicas o incluso para bendecir la mesa familiar. La letra está inspirada en el salmo 127. La música tiene la solemnidad de casi todas las de Lucien Deiss. Pero no voy a hablar de él sino de un grupo musical, nacido hace 45 años, que se llama como una de las canciones más conocidas del compositor belga: Brotes de Olivo. Es probable que a algunos lectores del blog os resulte muy familiar, pero a otros os sonará a chino. No estamos hablando de Mocedades, Queen o Abba, aunque calidad vocal no les falta.

El grupo está compuesto por 13 hermanos. Sí, 13, no se me ha deslizado sin querer un 1 delante del 3. Los padres, que todavía viven, se llaman Vicente (compositor de la mayoría de las canciones) y Rosa. Su primer disco se remonta a 1974. Si queréis saber cómo sonaban las voces de aquellos niños, podéis escuchar los cantos de su disco El evangelio según San Juan. Basta con que pinchéis en el enlace anterior.

Desde entonces, han editado 28 discos y han actuado en muchos lugares de España, Portugal y Latinoamérica. Con el paso del tiempo, han cambiado muchas cosas. Ahora es raro ver a los 13 hermanos cantando juntos. Los compromisos familiares y laborales lo hacen difícil. Pero algunos de ellos, ya adultos y con hijos, están empeñados en seguir en el ministerio de la música. Los niños de hace 40 años suenan hoy así:


Tengo la suerte de ser amigo de uno de ellos desde hace 30 años. He podido comprobar de cerca hasta qué punto la fe en Jesús dilata la sensibilidad hacia todo lo humano. Es como un radar que detecta cuanto de verdadero, bueno y bello hay en el mundo. Necesitamos gente así para hacer más respirable la atmósfera contaminada que nos envuelve. 

Por cierto, si estás atravesando un momento de dificultad, estoy seguro de que te ayudará escuchar esta canción. Déjate llevar por ella. Repítela:



Memorias con esperanza

Así se titula el libro de 470 páginas que me he devorado este fin de semana mientras hacía tareas de portero y telefonista. Está escrito por el cardenal Fernando Sebastián, claretiano  como yo. Me resulta imposible resumir un libro en el que habla de su infancia en Calatayud -su ciudad natal-, de su formación en Vic, Solsona, Valls, Roma y Lovaina, de su paso por la Ponti de Salamanca y, por supuesto, de sus actividades como obispo de León, Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, arzobispo de Pamplona, etc. Me gusta el tono directo y desenfadado con que aborda asuntos espinosos como sus relaciones con el primer gobierno socialista, algunos manejos vaticanos o los nacionalismos. No le importa tampoco pronunciarse sobre los sanfermines, el Opus Dei, los kikos o sobre su “destierro” a Granada.  Naturalmente, no todo el mundo estará de acuerdo con su punto de vista, pero en tiempos de eufemismos y medias verdades se agradece que alguien hable con claridad, se moje y se arriesgue a la crítica.

Cuando, hacia el final del libro, contempla el conjunto de su vida, escribe algo que parece un mini-tratado de psicología evolutiva: “Los hombres en los veinte primeros años somos dependientes y bastante ignorantes. De los veinte a los cuarenta somos bastante arrogantes; de los cuarenta a los sesenta nos hacemos realistas; de los sesenta a los ochenta somos prudentes; pero sólo a partir de los ochenta llegamos a ser sabios. Sabios con la sabiduría de la humildad, de la piedad y de la misericordia”.
Según esta clasificación, yo estaría en la cruda etapa del realismo, a punto de entrar en la de la prudencia. Puede ser. Quizá por eso, me resulta difícil dejarme engatusar por un partido político (de viejo o nuevo cuño) o por cualquiera (incluyendo ciertos grupos religiosos) que promete el oro y el moro si uno lo vota o sigue sus consignas. No hay mejor terapia contra los “arrogantes” que acercarse al testimonio de los hombres y mujeres que han vivido mucho y han entrado ya en la etapa de la sabiduría.  Nos previenen contra los encantadores de serpientes o los mentirosos. No se les caen los anillos por pedir perdón de sus errores. El sabio es, por esencia, realista, humilde, compasivo y misericordioso.

domingo, 21 de febrero de 2016

¿Desfigurados o transfigurados?

Hoy luce un sol radiante en Roma. Es como si el tiempo se pusiera a tono con el evangelio del segundo domingo de Cuaresma, que habla de la transfiguración de Jesús en lo alto de un monte: “Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos” (Lc 9,29). Me gustaría darme un paseo por Villa Glori o Piazza del Popolo para disfrutar del buen tiempo, pero debo quedarme en casa. Hoy me toca atender la portería y el teléfono. Es un servicio rotatorio que asumimos todos los miembros de la comunidad el fin de semana para que los empleados puedan descansar. Esto me permite leer y escribir con calma.

El pasado domingo, sin embargo, después de celebrar la Eucaristía en una residencia de ancianas, fui con mi amigo Juan, venido de Sevilla, a nuestra iglesia de Santa Lucia in Gonfalone, en el corazón de la Roma renacentista. Cada domingo, en la cripta polivalente (que lo mismo hace de sala de conferencias y de conciertos que de comedor), un grupo de unos 20 voluntarios, animado por el claretiano Franco Incampo, organiza una comida para los mendigos y los sintecho. Viene gente del barrio y de otros lugares de Roma. Hay italianos y extranjeros (casi al cincuenta por ciento), hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Juan y yo estuvimos de voluntarios. En el grupo había también una japonesa y una francesa. Entre todos preparamos trece mesas para ocho comensales cada una (comieron más de cien personas en total). Juan y yo servimos con cariño el menú a los comensales de la mesa 7: entrantes varios, pasta, salchichas de pavo (el cerdo está vedado por la presencia de varios musulmanes), verduras, fruta y dulces. Todo ello regado con zumos de frutas, agua y Coca-Cola, que algunos mezclaban sin ninguna preocupación dietética. En estos comedores, el vino es una bebida un poco peligrosa. Como era san Valentín, todos se llevaron un bacio perugina (típico bombón italiano) con un mensaje de amor en cuatro lenguas.  
Cuando muchos bajaban las escaleras de la cripta venían desfigurados, tristes, como si sus caras fueran el mapa de las desgracias acumuladas. Algunos olían muy mal. De hecho, uno de los comensales de la mesa 7 se negó a sentarse en ella porque una anciana despedía un olor nauseabundo. La comida, la conversación y el hecho de sentirse acogidos fueron cambiando el rostro de la mayoría. Empezaron a sonreír. Dos (un barbudo anciano y una chica joven) se animaron a cantar canciones típicas italianas. Se produjo una “transfiguración” de dimensiones domésticas. Los rostros ajados por la vida de la calle cobraron una expresividad que permanecía como sepultada bajo las arrugas de la mayoría.
Caigo en la cuenta de que todos tenemos el poder de transfigurar las cosas, incluso las realidades  más desfiguradas. Basta mirar a los ojos de las personas, reconocer su dignidad, sonreír y estrechar una mano. Pocas armas son más transformadoras que este compuesto que no es necesario adquirir en ninguna farmacia porque nos viene de serie.

sábado, 20 de febrero de 2016

El eco de los grandes

Ayer, 19 de febrero, a eso de las 22:30, murió Umberto Eco en su domicilio de Milán. Tenía 84 años. Todos los periódicos publican notas necrológicas, reflexiones, elogios y algunas críticas.  Mi primer contacto con el escritor fue en julio de 1983. Apenas regresado a Madrid, después de dos años de estudios en Roma, una amiga me regaló El nombre de la rosa, el bestseller que lo encumbró a la fama. Leí la novela en español antes de hacerlo en italiano años después. Reconozco que me salté algunas páginas en las que se demoraba mucho en descripciones que a mí entonces me parecían excesivas y prescindibles. Pero disfruté mucho con la novela. Aunque no está a su altura, también me gustó la versión cinematográfica de Jean-Jacques Annaud en 1986. Sean Connery borda el papel de Guillermo de Baskerville. Un año después, en un artículo titulado Cómo hacer Iglesia en un mundo posmoderno, aludí a la novela de Eco para comprender mejor lo que nos pasa hoy:

“Cuando fray Guillermo de Baskerville descubre que la risa está en el origen de aquellos crímenes macabros que acaecen en la abadía benedictina del norte de Italia, el lector de El nombre de la rosa –la conocida novela de Umberto Eco– tarda en comprender la relación existente entre tales monstruosidades y algo tan inocuo como el reír. Solo después de ardua meditación al hilo de la lectura logra adivinar que la risa era –por encima de la peste, la guerra o la herejía– la peor amenaza a la forma teocéntrica y estática de entender el mundo que tenían aquellos monjes medievales. La risa desenmascara el miedo y, sin miedo, no se sostienen ni la fe ni la ley. Por eso, el bibliotecario Jorge de Burgos, el más fanático del monasterio, se siente en la obligación de preservar esa verdad y quiere impedir a toda costa que los monjes tengan acceso al segundo libro de la Poética de Aristóteles, que trata cabalmente de la comedia y de la risa … Dudar y comprobar, ir más allá del temor y de las auctoritates, atreverse a pensar por uno mismo –como más tarde recomendará Kant- será desde entonces la actividad favorita de los europeos más inquietos”.
Reconozco que me he pasado un poco con la cita. Pero es lo que saqué en limpio de la novela de Eco. Me ahorro algunas conexiones apresuradas con el presente. Después, no pude terminar El Péndulo de Foucault. Me resultó en exceso alambicado. Empezar la carrera literaria con una novela de tanto éxito te condena inexorablemente a ir bajando las escaleras. No me arriesgo más porque no he seguido de cerca la trayectoria de este semiólogo. Descanse en paz.

No creer en nada es una putada

No me gusta usar tacos, pero tengo que ser fiel al autor de la frase. Hoy, navegando por “El Mundo” digital, me he encontrado con una entrevista al cantante Coque Malla. Apenas he escuchado de él alguna canción suelta. Pero me ha llamado la atención su sinceridad. A la pregunta “¿A quién reza un ateo como usted?” ha respondido: “A algo intangible que los ateos sufrimos. A veces tenemos ganas de rezar y no tenemos a nadie porque no creemos. Es una putada. Hay veces que tienes tantas ganas de rezar y pedir algo poderoso que cambie las cosas...Yo siempre había sido un ateo convencido, pero llega un momento en que no creer en nada es una putada. Y me inventé esta canción. Dios no voy a decir, Alá tampoco... Así que Santo, Santo”.

¿Quién no ha tenido, a veces, la impresión de que orar es como hablar con las paredes? Hace años que me acompaña esta canción de Luis Alfredo Díaz. Pone letra y música a la sensación de que orar es la actividad humana más inútil: “A veces, me parece que estoy loco, un interlocutor a quien le han colgado el teléfono, un vendedor de feria que se ha quedado sin voz”. 

Cuando he presidido algunos funerales de jóvenes muertos en accidente de tráfico me he estremecido viendo cómo sus amigos lloran desconsolados. Algunos –como Coque Malla– sienten ganas de rezar, pero no saben a quién. Creen que no creen. Su oración está hecha de lágrimas y vacíos. Utilizan un eufemismo para no tener que usar la palabra “cielo”, tan ligada a la fe. Dicen: “allá donde estés”. Es el último resquicio de una fe que, como las brasas cubiertas de ceniza, no ha desaparecido del todo. Y quizá ni siquiera puede desaparecer porque está anclada en nosotros, en nuestro ADN. No encuentro mejor explicación antropológica que la que nos brindó Agustín de Hipona hace dieciséis siglos: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón siempre estará inquieto hasta que no descanse en ti”. Tiene razón Coque Malla: “Llega un momento en que no creer en nada es una putada”. Ni siquiera tienes alguien a quien echarle la culpa del sufrimiento inútil.

Algunos de mis amigos se confiesan ateos. No me asusta. La vida es demasiado compleja como para resolver su misterio de forma rápida o ingenua. Han combatido la batalla por el sentido de la vida y, de momento, no vislumbran ningún Dios en el horizonte. Otros siguen siendo víctimas de una triste educación infantil que les pintó un Dios despótico y ridículo en el que hace falta cuajo para creer. Lo que me desconsuela es encontrar a gente –jóvenes, sobre todo– que despachan el asunto con una indiferencia insultante. La putada, entonces, no es “no creer en nada” sino naufragar en el océano de la superficialidad. 

Gundisalvus no es un perro

Suena a nombre de perro, pero no lo es. Wikipedia, que lo mismo sirve para buscar un personaje que para saber cómo se hace una paella, dice lo siguiente en la entrada referida a mi nombre: "Gonzalo es un nombre de pila exclusivo para personas del sexo masculino y cuyo origen proviene de un nombre visigótico: Gonzalvus o Gundisalvus; por lo tanto, el nombre haría referencia a la disposición a luchar del guerrero". O sea, que no estamos hablando de un perro sino de una persona con ganas de dar batalla.

Hoy comienzo este blog titulado "El rincón de Gundisalvus". Hacía tiempo que tenía ganas de compartir algunas reflexiones en la red. Aunque el nombre suene un poco bélico, no soy una persona belicosa, pero sí luchadora. ¿Se puede permanecer con los brazos cruzados con la que está cayendo? Ya sé que las palabras no cambian mágicamente la realidad, pero nos ayudan a comprenderla. Es nuestra arma más poderosa. Si Gundisalvus significa "el que está dispuesto totalmente a luchar", quisiera hacer la guerra disparando palabras positivas.

Durante los años 2010-2014 me ocupé de la página web "La Fragua en la vida cotidiana". Fruto de ese trabajo es el volumen titulado "La Fragua en 155 artículos"Las reflexiones estaban dirigidas, sobre todo, a mis hermanos claretianos de todo el mundo. Muchos asuntos resultaban extraños a los no iniciados.

Ahora quiero escribir con más libertad de lo que voy viviendo, tanto en Roma -mi residencia habitual- como en los diversos lugares a los que tengo que viajar a menudo por mi condición de misionero. Pienso en mis amigos y conocidos y en cualquier persona que se asome a este rincón. Procuraré ser breve y no aburrir demasiado. Agradezco los comentarios o sugerencias que me queráis hacer.

El blog no se refiere a una temática específica. Lo mismo hablaré de una película que de un acontecimiento político o de una frase del papa Francisco que me haya llamado la atención. Esta no es una cátedra sino un sencillo rincón para conversar con libertad y amabilidad. ¡Lástima que no se pueda hacer con un café o un té en las manos!

Normalmente escribiré en español, pero quizá en ocasiones utilice otra lengua si me parece oportuno por el tema o los posibles destinatarios. Alea jacta est! ¡La suerte está echada!