viernes, 26 de febrero de 2016

En mi casa, que es la tuya

Desde hace algunos meses La1 de Televisión Española emite un programa de entrevistas que ha tenido un gran éxito. Se llama En la tuya o en la mía. Lo dirige el cantante y presentador Bertín Osborne. La mayoría de las veces acoge a sus invitados en su casa; otras, él se desplaza a las de los invitados que, de esta manera, se convierten en anfitriones. Por el programa han desfilado personajes conocidos como Plácido Domingo (cantante de ópera), Iker Casillas (futbolista), Mariano Rajoy y Pedro Sánchez(políticos) o Ana Obregón (actriz) o Lolita (cantante). Huyendo de los corsés periodísticos, el entrevistador crea un clima de confianza en el que el entrevistado comparte momentos significativos de su vida. El montaje posterior, acompañado por una cuidada banda sonora, realza la informalidad estudiada de estos encuentros. Aunque parece que el programa ha sido un éxito, no faltan detractores que critican el supuesto machismo del presentador, sus maneras de "señorito" andaluz, la selección de los personajes y otros pormenores.

A veces, me asomo a algunos vídeoclips a través de internet. Viendo el reciente encuentro con Iker Casillas en su casa de Porto (Portugal), me vino enseguida a la mente el encuentro de Jesús con el centurión romano, tal como se narra en Mt 8,5-13 o en Lc 7,1-10. Cuando Jesús se ofrece a curar a su criado en su propia casa, el centurión se adelanta a decirle: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8). Sé que desde hace años algunos exégetas interpretan esta resistencia del centurión como una forma de evitar que se conociera la relación de tipo homosexual que mantenía con su criado/amante (“pais” en griego). Aunque se aducen argumentos de tipo léxico y sociológico, no creo que se pueda afirmar con rotundidad que se tratara de una relación de este tipo. De todos modos, más allá de esta interpretación, rescato la fuerza de las palabras del militar romano: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.

Pienso en todas las personas que viven situaciones que se consideran más o menos indignas según los contextos culturales: bautizados que conviven sin contraer matrimonio sacramental, divorciados vueltos a casar, parejas homosexuales, enfermos mentales … Muchas de estas personas son creyentes, aman a Jesús. Pero –como el centurión del evangelio– sienten que no están preparadas para acogerlo en su casa porque otras personas se lo han hecho ver así. No se sienten dignas: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”. A menudo, hay más fe en esta conciencia de la propia indignidad que en la compostura de los que se mueven en la iglesia “como Pedro por su casa”.

En todos estos casos, es Jesús quien se adelanta: "Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap 3,20). A mí me gustaría decirle: "Pasa, entra en mi casa, que es la tuya". ¿Y a ti?


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