domingo, 31 de enero de 2021

¿Has venido a acabar con nosotros?

Esta pregunta se la formula a Jesús un hombre endemoniado en el Evangelio de este IV Domingo del Tiempo Ordinario. Es verdad que el tema central de la liturgia de hoy es el carácter profético de Jesús y su extraña autoridad a la hora de predicar y sanar. Yo, sin embargo, prefiero centrarme en esta desconcertante pregunta. Para empezar, llama la atención que el endemoniado (quizás un enfermo psíquico) la formule en plural. No dice ¿has venido a acabar conmigo?, sino ¿has venido a acabar con nosotros? Es como si se convirtiera en portavoz de todos los demonios que afligen a los seres humanos. El enfermo es muy consciente de que de la persona de Jesús sale una energía que es superior a todas las fuerzas demoníacas. Me gusta esta manera de contemplar a Jesús. Nos cura de las imágenes buenistas y dulzonas con que a veces lo presentamos. Es verdad que él transparenta la misericordia de Dios, pero también la lucha contra el mal que atenaza a los seres humanos. Donde está Jesús, no hay lugar para la extorsión, la mentira, la injusticia o el egoísmo. Quizá por eso, quienes viven dominados por estos “demonios” no soportan que se les hable de Jesús o del Evangelio. Saben que eso supondría tener que cambiar y no están dispuestos a hacerlo. Sienten alergia a todo lo que suene a Evangelio. 

En el contexto actual, imagino a un Jesús humilde pero enérgico frente a quienes:

  • Trafican con seres humanos, los prostituyen o venden sus órganos.
  • Hacen de las vacunas contra el Covid-19 un negocio y las venden al mejor postor sin tener en cuenta las necesidades del bien común.
  • Hablan de paz en público, pero firman contratos para vender armas a países que viven en guerra permanente.
  • Engañan a sus familiares, amigos o socios para obtener beneficios.
  • Abusan física, psicológicamente o sexualmente de los pequeños y vulnerables.
  • Utilizan Internet para hackear a empresas, instituciones y particulares, alterando el normal funcionamiento de la sociedad y creando grandes problemas. 
  • No hacen más que hablar de Dios, pero llevan una vida de espaldas a Él.
  • Juegan con la vida de los seres humanos promoviendo el aborto, la eutanasia, la venta y consumo de droga, los juegos adictivos, etc.
  • Utilizan el sexo como moneda de cambio y fomentan una sociedad hipersexualizada para narcotizar a las personas.
  • Engañan a los pobres, pagan salarios miserables o literalmente esclavizan a niños y adultos en trabajos insoportables.
  • Manipulan la verdad a través de los medios de comunicación o diseminan noticias falsas para defender sus intereses políticos y económicos.
Sí, Jesús ha venido a acabar con el imperio del mal en sus múltiples ramificaciones. Por eso, no debería extrañarnos que quienes se mueven en sus esferas quieran acabar con Jesús.

La enseñanza del Evangelio de hoy es muy clara: no hay demonio que pueda con la autoridad de Jesús porque él no es simplemente un líder persuasivo o un maestro superior a los escribas de su tiempo, ni siquiera un profeta en el que las palabras y las obras encajan a la perfección. Él es como confiesa el mismo endemoniado – el “santo de Dios”. Su autoridad no nace solo de la coherencia de su vida o de la fascinación que produce en quienes lo escuchan. Nace de su identidad de hijo amado del Padre. Por eso, porque transparenta la fuerza (exousía) de Dios, puede derrotar el mal simbolizado por los demonios que se sienten acorralados. 

Creo que los cristianos, incorporados a este Cristo vencedor, sostenidos por su fuerza, deberíamos tener más coraje para enfrentarnos a los demonios contemporáneos. Nuestra vocación de evangelizadores y personas de diálogo no está reñida con la audacia de los exorcistas que desenmascaran el mal y, en el nombre de Jesús, gritan: “¡Cállate y sal de él!”. Si olvidamos este aspecto combativo de la fe cristiana dejamos que el mal campe a sus anchas y que muchas personas sean sus víctimas. Naturalmente, quien se arriesga a denunciar el mal ya sabe que se expone a la persecución. Pero eso es lo que le sucedió a Jesús. Sus discípulos corremos la misma suerte. El mal debe ser siempre denunciado y combatido. Los pecadores deben ser perdonados y acogidos en la comunidad. No siempre es fácil combinar con verdad y libertad estos dos niveles. Solo Jesús sabe hacerlo sin doblez.  

[Hoy se celebra también la fiesta de san Juan Bosco. Felicito desde aquí a toda la Familia Salesiana. También se celebra hoy el Día Mundial contra la Lepra].

sábado, 30 de enero de 2021

Hay que ir al grano

La entrada que dediqué anteayer a santo Tomás de Aquino y los jóvenes ha tenido muchas más visitas de lo normal. Se ve que nos interesa el futuro de la fe. Las estadísticas no invitan a la esperanza, pero la realidad es mucho más rica y compleja de lo que muestran las encuestas y las reflexiones sobre ellas. Hace tiempo que estamos viviendo los estertores de la cristiandad e introduciéndonos en una Iglesia de minorías que se parecerá más a la de los primeros siglos que a la que hemos conocido hace 50 años. En esta misma línea se expresaba en 1968 el entonces joven teólogo Joseph Ratzinger en un texto que se ha difundido mucho: “La Iglesia se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión”. 

Esa profecía se va cumpliendo. Uno puede poner el acento en lo que desaparece o, más bien, en lo que nace. Yo creo apostar por lo segundo. No estamos como para perder el tiempo en aspectos secundarios. Cuando lo que se juega es si Dios existe o no, si Jesús es nuestro salvador o solo un mito, si merece la pena ser miembro de la Iglesia, no tiene mucho sentido gastar energías en ridículas batallas eclesiásticas. Hay que ir al grano. Lo que muchas personas buscan es un sentido a sus vidas, un propósito, un motivo para levantarse cada día con esperanza. ¿Seremos capaces de compartir nuestra experiencia de fe con sencillez y entusiasmo?

En este Rincón suelo contar historias de personas de ayer y de hoy que se convierten a la fe atraídos por la persona de Jesús. Incluso he colgado algunos vídeos en los que cuentan su testimonio. Hoy me asomo a un cantautor francés llamado Grégory Turpin. Creo que es muy poco conocido en ámbitos hispanohablantes. Nació en 1980 en Saint-Girons, Ariège, Francia, en el seno de una familia no religiosa dedicada al comercio. A los 12 años se inicia en el mundo de la música, a los 15 descubre la fe cristiana y a los 18 decide entrar en el Carmelo. Al cabo de un año tiene que abandonarlo por problemas de salud, pero descubre a santa Teresa del Niño Jesús. Queda fascinando por su manera de vivir la fe y, sobre todo, se inicia en la experiencia de la oración. Para ganarse la vida fuera del convento comienza a cantar por los bares de Toulouse. Tiene un gran éxito entre los habitantes de la noche. Y paga también un precio muy caro. Cae en las garras de la droga. Empieza a separarse de la fe. Desesperado, en tres ocasiones intenta suicidarse. El éxito le ha vaciado el alma. No sabe qué hacer, adónde ir. Se siente solo.

Internado en un hospital psiquiátrico, redescubre su encuentro con el Señor. Su vida se ilumina de nuevo. Ya no duda. El sentido de la existencia consiste en entregarla a Dios. A partir de ese momento, pone su talento artístico al servicio de la evangelización y de la solidaridad. Emprende numerosas iniciativas musicales y editoriales. Se define como un cantante cristiano. Ha llegado a actuar en el célebre teatro Olympia de París. Para los que entienden francés este vídeo puede ayudarles a comprender mejor la trayectoria de Grégory, que ya ha cumplido 40 años.  

La historia de Grégory es un ejemplo de lo que hoy está sucediendo en Europa. Hay jóvenes que han nacido en hogares no cristianos y que no han sido bautizados de pequeños. En un determinado momento, por caminos únicos, descubren la presencia de Dios en sus vidas, comienzan a interrogarse sobre el significado de la fe y, a menudo, dan el paso hacia el sacramento del Bautismo con todas las consecuencias que supone. Nuestra pastoral se centra, sobre todo, en los niños, adolescentes y jóvenes que provienen de familias más o menos cristianas. Volcamos nuestra energía en prepararlos para la primera comunión y la confirmación. Al final, una gran mayoría se desconecta de la comunidad cristiana (por lo menos, de la práctica litúrgica) y adopta el estilo de vida imperante entre sus coetáneos. La fe queda reducida a una especie de barniz superficial que no ha impregnado su corazón, que no ha modificado su manera de ver el mundo y de actuar. 

Mientras, apenas nos preocupamos de quienes, como Grégory, provienen de contextos no creyentes, pero han tenido una fuerte experiencia de conversión. No tenemos una pastoral nueva, imaginativa, para quienes a la altura de los 18-25 años están insatisfechos con el tipo de vida que llevan y buscan caminos nuevos. Es como si no creyéramos que Jesús puede llamar a cualquiera, en cualquier momento y en las circunstancias más extrañas. 

La historia de Grégory es una más de las muchas que se están produciendo y que, en mi opinión, crecerán en los próximos años. La Iglesia renace de sus cenizas una y otra vez a lo largo de la historia porque no es una comunidad que dependa solo de la fidelidad o infidelidad de sus fieles, sino, sobre todo, de la indomable iniciativa de Dios. No es solo la comunidad de los niños y jóvenes formalitos. Es también la comunidad que acoge con los brazos abiertos a quienes han vivido una vida difícil, han caído, se han herido y buscan con urgencia un hospital de campaña, un hogar que los acoja y les ayude a levantarse y proseguir el camino.

Os dejo con un vídeo en el que Grégory Turpin, en compañía de cuatro amigos músicos, interpreta con gran sentimiento el bellísimo Psaume de la création. Podéis animaros a tararearlo con la ayuda de la partitura que he puesto en el anterior enlace. Buen fin de semana.



viernes, 29 de enero de 2021

Te seguiré, Señor

¿Qué sería de las celebraciones litúrgicas sin el canto? Gracias a Dios, en mi comunidad romana todos los días cantamos, sobre todo durante la Eucaristía matutina. Con frecuencia, me toca acompañar el canto con el teclado o la guitarra. Los jueves por la tarde tenemos un breve ensayo de quince minutos para ir aprendiendo cantos nuevos. Me gusta mucho la música litúrgica italiana. El hecho de que en italiano la mayor parte de las palabras sean llanas (y no agudas, como en el caso del español) les da a los cantos un aire más sereno y melodioso. No es lo mismo decir “Signore” (con el acento en la segunda sílaba) que “Señor” (descargando toda la fuerza en la última). Parecen minucias, pero determinan el modo de componer y, en consecuencia, de cantar. No soy un músico profesional, pero disfruto con la música y puedo manejarme con algunos instrumentos. 

Hay un manojo de canciones que configuran mi manera de entender la relación con Dios, con Jesús, con el Espíritu o con María. Hoy he seleccionado una muy conocida del compositor Marco Frisina, sacerdote romano y director del coro de la diócesis de Roma. Es cuatro años mayor que yo. Tiene a sus espaldas una amplia carrera musical como biblista, compositor y director. Algunas de sus composiciones han tenido una proyección mundial, como la célebre Jesus Christ, you are my life, sobre la que tal vez escriba algún día. Fue el himno de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Roma el año 2000, la fecha del Gran Jubileo. 

El canto seleccionado es Ti seguirò, Signore. Para los interesados, aquí está la partitura. Me gusta porque es breve, tiene una estructura musical limpia y se puede cantar con facilidad. La melodía es tan pegadiza que acude a la mente en cualquier momento. Tanto en el amor, como en el dolor, como en la alegría, siempre podemos decir: “Te seguiré, Señor”. Necesitamos melodías sencillas y de calidad que nos permitan expresar nuestros sentimientos religiosos. Hay ocasiones en las que no sabemos qué decir. Un buen canto puede venir en nuestra ayuda. En España y Latinoamérica hay algunos cantos que están en boca de todos los católicos. Basta atacar las primeras notas para que una comunidad parroquial o un grupo empiece a cantar. ¿Quién no se sabe de memoria “Tú has venido a la orilla”, “Juntos como hermanos”, “Vienen con alegría” o “Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás”? Todos ellos tienen más de 40 años, pero se siguen cantando. Cuando un canto entra en el alma del pueblo permanece durante mucho tiempo. Es difícil sustituirlo por otro. Lo que importa es que sea un canto bueno, sencillo y con un texto que nazca de la Palabra de Dios. El canto de Frisina que hoy os propongo reúne estas características. Lo mejor es escucharlo viendo alguno de los vídeos que os pongo abajo y teniendo delante la letra. He añadido una traducción literal al español.

ITALIANO

ESPAÑOL



Ti seguirò
Ti seguirò, o Signore
E nella tua strada camminerò.

Ti seguirò
Nella via dell'amore
E donerò al mondo la vita.

Ti seguirò
Ti seguirò, o Signore
E nella tua strada camminerò.

Ti seguirò
Nella via del dolore
E la tua croce ci salverà.

Ti seguirò
Ti seguirò, o Signore
E nella tua strada camminerò.

Ti seguirò
Nella via della gioia
E la tua luce ci guiderà.

Ti seguirò
Ti seguirò, o Signore
E nella tua strada camminerò.



Te seguiré
Te seguiré, Señor
Y en tu camino andaré.

Te seguiré
En el camino del amor
Y daré la vida al mundo.

Te seguiré
Te seguiré, Señor
Y en tu camino andaré.

Te seguiré
En el camino del dolor
Y tu cruz nos salvará.

Te seguiré
Te seguiré, Señor
Y caminaré por tu camino.

Te seguiré
En el camino de la alegría
Y tu luz nos guiará.

Te seguiré
Te seguiré, Señor
Y caminaré por tus caminos.

Os pongo, en primer, lugar, una versión pandémica; es decir, una versión hecha en casa durante las semanas de confinamiento y subida después a Internet. 


Vamos ahora con una versión coral sin grandes pretensiones. 

 

La última incluye el texto sobreimpresionado para poder seguir la canción y aprenderla con más facilidad. 



jueves, 28 de enero de 2021

Tomás de Aquino y los jóvenes

Hoy se celebra la memoria de santo Tomás de Aquino. En realidad, la fecha de su muerte fue el 7 de marzo de 1274. Murió en la abadía de Fossanova cuando, invitado por el papa Gregorio, se dirigía a Lyon para participar en el II Concilio. Su fiesta se celebra el 28 de enero porque tal día como hoy, en 1369, sus restos mortales fueron trasladados a Tolosa de Languedoc (Toulouse) donde actualmente reposan. Tomás de Aquino no fue un hombre de un solo libro, sino un profundo investigador del alma humana y del misterio divino, acuciado por las grandes preguntas (filosofía), pero, sobre todo, enamorado de las grandes respuestas (teología). No sé cómo hubiera podido afrontar el clima cultural e intelectual de hoy. Me imagino que, de igual modo que abrazó el aristotelismo y le dio la vuelta (aunque también quedó atrapado por él), hoy hubiera tomado muy en serio la teoría de la relatividad y todas sus consecuencias científicas y filosóficas. Su gran pasión fue hacer dialogar la fe y la razón para ver que no puede haber una incompatibilidad radical entre ambas porque ambas tienen su origen en Dios. 

Mientras evoco la figura de este santo filósofo y teólogo, leo que la religión ya no significa nada para casi la mitad de los jóvenes españoles. Según el sociólogo Juan González-Anleo, “España se haya inmersa en una cuarta ola de secularización, que relegará a los católicos, practicantes y poco practicantes, a una minoría”. Lo sostiene a partir del informe Jóvenes españoles 2021. Ser jóvenes en tiempo de pandemia.

Si hablamos de cuarta ola es porque antes ha habido otras tres. La primera ola coincidiría con el principio del siglo XX. Se prolongó hasta los años 30, con el anticlericalismo que acabó explotando violentamente en la Guerra Civil española. La segunda ola tendría lugar en los años 60, con la llegada del desarrollo industrial y del bienestar económico. La tercera habría tenido lugar entre 1999 y 2005 en la que los católicos (de los más practicantes a los menos) se reducirían bruscamente en un 18%. La principal característica de esta tercera ola es haber “expulsado” el cristianismo de las raíces culturales de España. Del estudio de la Fundación SM se extraen algunas conclusiones que transcribo:

  • Para casi el 50 % de los jóvenes españoles, la religión no tiene ninguna importancia en sus vidas. Los jóvenes para quienes la religión es muy importante han pasado del 8,3 % al 5,9% en apenas cuatro años. El porcentaje de ateos aumenta algo, pero no en tanta proporción.
  • Por primera vez en España, los jóvenes católicos muy practicantes son más hombres que mujeres. Un dato sin precedentes, pues hasta ahora las mujeres adelantaban a los hombres en cuanto a práctica religiosa.
  • Y también por primera vez, empiezan a arraigarse creencias espirituales extrañas al pensamiento cristiano, como el karma, la magia o las energías curativas, que hasta ahora no habían tenido mucha penetración entre los jóvenes, incluso entre los que se profesan católicos.

¿Cómo abordaría Tomás de Aquino un diálogo cultural con los jóvenes españoles y europeos de hoy? Creo que, como buen intelectual, comenzaría escuchando a fondo sus preguntas e inquietudes. No se apresuraría a dar respuestas prefabricadas. Pero tampoco dejaría el diálogo a medias. No se limitaría a un intercambio de experiencias, a una compartición de sentimientos y anhelos. Tomaría sus preguntas en serio y las llevaría hasta el final siguiendo una lógica rigurosa. Si es verdad que los jóvenes de hoy son menos religiosos y más espirituales, partiría de ese anhelo espiritual y exploraría a fondo lo que implica, sin quedarse a mitad de camino. Mostraría que no puede haber apertura a una realidad superior si no hay un fundamento objetivo que la sostenga. Haría ver que ese fundamento objetivo es lo que las religiones llaman Dios. Conectaría con la revelación de Jesús de Nazaret que nos ayuda a comprender que ese Dios no es un principio abstracto, no es el mero Ipsum esse subsistens (el que existe por sí mismo), sino que es Abbá, un padre que ama a los seres humanos hasta el punto de entrar en comunión con ellos. En otras palabras, no sucumbiría a la tentación de subjetivismo, verbalismo y emotivismo que caracteriza a la cultura actual. 

Tomaría muy en serio la racionalidad humana y la llevaría al límite, en diálogo con la ciencia y la filosofía. No haría de los jóvenes eternas marionetas, sino que los confrontaría para que asumiesen con responsabilidad el destino de sus vidas. No se quejaría de los malos tiempos que nos toca vivir, sino que buscaría soluciones a los problemas. No echaría la culpa de nuestros males a los científicos, políticos, economistas o eclesiásticos. Instaría a que cada uno asumiéramos nuestros compromisos ciudadanos como adultos, sin buscar constantemente chivos expiatorios. Este rigor intelectual y ético no estaría despegado de una gran sensibilidad poética y estética, como la que él mismo demostró componiendo algunos de los cantos más hermosos que todavía hoy seguimos cantando en la Iglesia católica (como, por ejemplo, el Pange lingua o el Adoro te devote). Me parece que un santo de la talla de Tomás de Aquino nos está diciendo que otra pastoral juvenil es posible.



miércoles, 27 de enero de 2021

Brócoli, berenjena y pasta

Nos pusimos en camino pasadas las 2,30 de la tarde. Lucía un sol radiante tras varios días de lluvia y frío. Hacia las 3, guiados por el GPS del coche, llegamos a la casa que las Misioneras de san Antonio María Claret (no confundir con las Misioneras Claretianas) tienen en el noroeste de Roma, a unos 11 kilómetros de nuestra Curia General. Es una villetta rodeada de un hermoso jardín en el que hay también gallinas y patos. La intrigante historia de la casa merecería una entrada aparte. Tras los saludos de rigor, enseguida nos pusimos manos a la obra. Guantes de látex, mascarilla quirúrgica y un buen cuchillo. Delante teníamos varias cajas de berenjenas y brócoli donadas por un frutero musulmán de la zona. Otro compañero claretiano, tres hermanas claretianas, cuatro mujeres voluntarias, un hombre del barrio que hacía las veces de capitán y yo empezamos a trocear las verduras. Completamos varias ollas gigantes. Cuando las verduras estuvieron bien cocidas, fuimos rellenando casi 200 contenedores de aluminio a base de brócoli, dejando libre la mitad para añadir posteriormente los macarrones mezclados con las berenjenas. Otros días se incluye también carne de pollo u otros productos. 

La cadena de montaje funcionó a la perfección. Varios del grupo, armados con un cazo o con cucharones, iban haciendo las tareas de relleno. Otros, entre los que me encontraba yo, colocábamos una tapa de cartón recubierta de papel de aluminio y cerrábamos el contenedor con unas lengüetas que se doblaban hacia dentro. Un poco antes de las 6,30 teníamos listas las casi 200 raciones. Después fuimos colocando los pequeños contenedores en unas grandes bolsas isotérmicas y los introdujimos en el coche de las hermanas. Yo las seguía pegando nuestro coche al suyo para no perdernos por las intrincadas calles de Roma. Solo quedaba sortear el tráfico romano, que a esa de la tarde era muy intenso, para llegar a un edificio llamado Palazzo Migliori, que el papa Francisco ha destinado a la acogida de los sin techo que merodean por el entorno del Vaticano. ¡Menos mal que el inmueble se ha librado de la especulación inmobiliaria y se ha destinado a un fin social!

Entregamos las casi 200 raciones de cena caliente a los voluntarios laicos de la comunidad de Sant’Egidio que son los encargados de distribuirlas entre los indigentes que acuden a la casa y los que duermen en las calles adyacentes. Antes de regresar a mi comunidad por el Lungotevere al filo de las 7,30, visitamos a una persona que vive sentada, siempre sentada, junto a una de las columnas exteriores de la plaza de san Pedro. Es un varón que debe rondar los 40 años. Solo hablaba inglés. Charlamos un rato con él. Le regalamos un saco de dormir y le explicamos lo que puede hacer para recibir comida y otros bienes de primera necesidad. Cuando llegué a mi comunidad era la hora de la oración de la tarde. Dejé que los salmos de vísperas pusieran la banda sonora a una tarde diferente, fuera de la cabaña en la que se ha convertido mi casa en este tiempo de pandemia. 

Una vez por semana (a veces dos) se repite el mismo rito. Nos vamos turnando. Es un proyecto conjunto entre las Misioneras de san Antonio María Claret, la comunidad romana de Sant’Egidio, nuestra curia general y algunos laicos voluntarios. Nos hemos comprometido a proveer de cena caliente a unas 200/300 personas. Contamos con la colaboración de varios comerciantes (que proporcionan algunos alimentos que, de otra manera, tendrían que retirar del mercado) y de algunos voluntarios del barrio. Nosotros (las dos congregaciones de la Familia Claretiana) ponemos el lugar y los utensilios para preparar la cena, el trabajo y el dinero para comprar los alimentos que faltan, los envases de aluminio, etc. Es una hermosa experiencia de misión compartida que ayuda a sobrellevar mejor las consecuencias de la pandemia. Desde que empezó hace diez meses, ha aumentado el número de personas sin hogar que malviven por las calles de Roma, sobre todo en torno al Vaticano, la estación Termini y otras estaciones de tren y de metro.

Esta iniciativa, que se va ampliando semana tras semana, es una pequeña gota en el océano de la solidaridad. Conozco otros muchos proyectos llevados a cabo por parroquias, colegios, grupos de Caritas, congregaciones religiosas, instituciones de diverso tipo (por ejemplo, algunos restaurantes, supermercados, asociaciones de vecinos y clubes deportivos) y particulares. La pandemia nos ha hecho redescubrir un principio universal: o nos salvamos todos o no se puede hablar de verdadera salvación. Ya sé que estas ayudas no son una respuesta estratégica y definitiva al problema de la pobreza y la exclusión, pero contribuyen a que los pobres no sean reducidos a cifras estadísticas, sino que tengan la posibilidad de entrar en contacto directo con personas que se interesan por ellos, los escuchan con calma, les hablan de tú a tú y tratan de ayudarlos en aquellas necesidades que ellos mismos consideran prioritarias. 

He estado dudando acerca de la conveniencia de contar estas cosas en el Rincón. Tengo siempre muy presentes las palabras de Jesús: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha” (Mt 6,3). Si me he decidido a hacerlo es por dos razones. La primera es la gratitud hacia las muchas personas anónimas que se involucran en proyectos de este tipo. En el caso del nuestro, algunas provienen de barrios muy populares y están en paro. En este Rincón he escrito sobre otras experiencias que he conocido de primera mano, desde lo que hacen mis hermanos claretianos en el Sadhana Renewal Centre de la India hasta el proyecto Callejeando de Bahía Blanca, Argentina. La mayoría de las personas involucradas son voluntarios de todas las edades que dedican unas horas a la semana a meterse en la piel de quienes sufren en sus carnes las consecuencias de vivir en el margen. Merecen mi admiración y mi reconocimiento. 

La segunda es la invitación a multiplicar en cada lugar iniciativas semejantes, de modo que nadie se quede sin satisfacer sus necesidades básicas y, sobre todo, sin el bálsamo de la atención y de la escucha. Puede que el virus vaya erosionando nuestra paciencia, pero de ninguna manera puede minar la solidaridad. El papa Francisco nos ha recordado hace unos meses que somos fratelli tutti (todos hermanos). Saquemos las consecuencias. 

El papa Francisco en el palazzo Migliori con algunas personas sin hogar.



martes, 26 de enero de 2021

Aunque no fueras mi padre

Dicen que es el poema italiano más hermoso dedicado a la figura del padre. Por lo menos, entre los publicados en los últimos tiempos. Lo escribió el poeta Camillo Sbarbaro (1888-1967) hace poco más de un siglo. Es un poeta poco conocido en el ámbito hispanohablante. No soy muy dado a incluir poemas en mis entradas, pero es bueno dejarse sorprender de vez en cuando. Creo que no hay ninguna traducción oficial al español. Por lo menos, yo no la he encontrado. Me he permitido hacer una versión rápida, lo más literal posible, sin dejarme seducir por la tentación de hacer un poema con sonoridad española. Si toda traducción es siempre un riesgo, traducir una poesía puede llegar a ser una masacre. Pero de alguna manera hay que hacer comprensible el texto para los lectores de este Rincón que no entienden el italiano. 

En este poema de 26 versos el poeta recuerda dos historias relacionadas con su padre a quien ama “aunque no fueras mi padre”. Conviene anotar que el pequeño Camillo perdió a su madre a la edad de cinco años. Se comprende entonces que la figura del padre cobrara una gran importancia en su vida en una cultura como la italiana en la que la mamma es todo. A él le dedicó la obra Pianissimo, publicada en Florencia en 1914, en la que incluye este hermoso poema a su padre.

Por si el lenguaje resulta demasiado críptico, aclaro que Sbarbaro evoca dos historias de su infancia. Conviene visualizarlas para captar su desnuda belleza. La primera sucede una mañana de invierno. Afuera hace frío. El padre de Camillo se asoma a la ventana y descubre − ¡oh sorpresa! − que en la pared de enfrente ha crecido de manera prematura una violeta. Es tal la emoción que le produce este hecho, que despierta a sus hijos pequeños para que también ellos puedan contemplar el milagro. Luego, sale a la calle, coge una escalera de mano (el poema aclara que es de madera, no de hierro), la apoya contra la pared y trepa por ella para poder ver de cerca una violeta (símbolo de la primavera) en el corazón del invierno. Los niños observan atónitos la escena desde la ventana de su cuarto. No se necesitan palabras para introducir a alguien en el misterio de la belleza. Basta una discreta indicación. No sé si hay muchos padres con una sensibilidad tan a flor de piel. 

La segunda historia es aún más conmovedora. La hermana pequeña de Camillo, que debía de ser muy testaruda, consigue enojar a su paciente padre con alguna de sus rabietas. Este la persigue por la casa con intención de darle el castigo merecido. Ella, al verse acorralada, piensa que el mejor refugio posible es… el pecho de su propio padre, así que, sin dudarlo, se arroja zalamera en sus brazos. El “perseguidor” se convierte de repente en “acogedor” por la sutil artimaña de su hijita. Los últimos versos no tienen desperdicio: “La envolviste, como para defenderla / de ese villano que eras tú antes”. El padre se descubre al mismo tiempo como malvado y como padre amoroso. El amor de la hijita hace que el segundo papel se imponga sobre el primero, que su rabia inicial se transforme en amor definitivo.

No hay que hacer malabarismos para ver en este poema una hermosa metáfora del único que merece ser llamado padre: nuestro Abbá, el Dios que Jesús nos ha revelado, su Padre y nuestro Padre. Como la figura paterna del poema de Sbarbaro, también Dios tiene una sensibilidad a flor de piel para despertarnos cada mañana y mostrarnos las bellezas escondidas y diminutas de este mundo. No es necesario que nos sorprenda con una vista majestuosa del Himalaya o de los Andes nevados. La belleza del mundo se puede esconder en una humilde violeta colgada en una pared, en los infinitos gestos de amor que nos prodigamos los seres humanos como reflejos del amor de Dios. 

Por si esto no fuera suficiente, la segunda historia nos ayuda a comprender que con un poco de osadía nosotros podemos “derrotar” a Dios, que él, por más travesuras que hagamos en nuestra vida, está siempre dispuesto a acogernos entre sus brazos. Jesús lo dijo con rotundidad: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15,7). Explicar demasiado un poema es destriparlo. Dejemos que las palabras, aunque sea a través de una torpe traducción, nos introduzcan en la belleza de la realidad que cantan.


ITALIANO

ESPAÑOL


Padre, se anche tu non fossi il mio

padre, se anche fossi a me un estraneo,

per te stesso egualmente t’amerei.

Ché mi ricordo d’un mattin d’inverno

che la prima viola sull’opposto

muro scopristi dalla tua finestra

e ce ne desti la novella allegro.

Poi la scala di legno tolta in spalla

di casa uscisti e l’appoggiasti al muro.

Noi piccoli stavamo alla finestra.

E di quell’altra volta mi ricordo

che la sorella mia piccola ancora

per la casa inseguivi minacciando

(la caparbia aveva fatto non so che).

Ma raggiuntala che strillava forte

dalla paura ti mancava il cuore:

ché avevi visto te inseguir la tua

piccola figlia, e tutta spaventata

tu vacillante l’attiravi al petto,

e con carezze dentro le tue braccia

l’avviluppavi come per difenderla

da quel cattivo ch’era il tu di prima.

Padre, se anche tu non fossi il mio

padre, se anche fossi a me un estraneo,

fra tutti quanti gli uomini già tanto

pel tuo cuore fanciullo t’amerei.

 


Padre, aunque no fueras mi

padre, aunque fueras un extraño para mí,

seguiría queriéndote por ti mismo.

Porque recuerdo una mañana de invierno

cuando la primera violeta sobre la pared

de enfrente descubriste desde tu ventana

y nos diste alegre la noticia.

Luego, con la escalera al hombro,

saliste de casa y la apoyaste contra la pared.

Los pequeños estábamos en la ventana.

Y de aquella otra vez recuerdo

que a mi hermanita, aún pequeña,

la perseguías por casa amenazando

(la testaruda había hecho no sé qué).

Pero cuando la alcanzaste mientras gritaba

de miedo, se te salía el corazón:

porque te viste persiguiendo a tu

hija pequeña, toda asustada,

tú, vacilante, la atrajiste a tu seno,

y con caricias entre tus brazos

la envolviste, como para defenderla

de ese villano que era el tú de antes.

Padre, si no fueras mi

padre, si fueras un extraño para mí,

entre todos los hombres, mucho

te amaría por tu corazón infantil.

 

Para seguir con la belleza, no dejéis de ver este precioso vídeo sobre algunos cuadros del Museo del Prado: belleza y locura.



lunes, 25 de enero de 2021

La difícil conversión

Con la fiesta de la conversión de san Pablo se termina cada año la Semana de Oración por la Unidad. Ya sabemos que Pablo no se cayó del caballo. El encuentro repentino con Cristo lo llevó a dos aperturas: de la fe judía a la fe en el Resucitado, de la sinagoga judía a la iglesia de los gentiles. No es fácil cambiar de mentalidad cuando uno tiene la vida asegurada. Por eso, los cambios empiezan casi siempre con una crisis. Algo sacude los cimientos sobre los que nos asentamos. Sentimos miedo. Nos aferramos a lo que tenemos. Si las ruinas son grandes, llega un momento en que preferimos demoler lo que queda y empezar una nueva construcción, tal vez aprovechando algunos materiales de la antigua. Algo de esto estamos viviendo en este tiempo de pandemia. Al principio, cuando todos nos sentimos sobrecogidos por la multiplicación de contagios y de muerte, enseguida surgieron voces que nos invitaban a aprovechar esta crisis como una oportunidad para cambiar. En este Rincón me hice eco de la perspectiva judía representada por el rabino Manis Friedman. Otros muchos entre ellos el papa Francisco nos ayudaron a ver en la pandemia la posibilidad de corregir el rumbo de la humanidad, de pasar de la lógica de la explotación y del consumo a la del cuidado y el desarrollo sostenible.

Han pasado diez meses. Al temor inicial le sucedió el cansancio y luego la rabia. Es verdad que se han ido produciendo algunos cambios en nuestras rutinas personales y colectivas, pero no sé si a esto se le puede llamar una conversión. No creo que hayamos cambiado de mentalidad. En el curso online que he dirigido el pasado fin de semana hemos reflexionado sobre este asunto. Aunque la mayoría de los inscritos eran de España (al fin y al cabo, el curso lo organizaba el ITVR de Madrid), tuvimos participantes de Brasil, Camerún y hasta de la lejanísima Australia. Disfruté con la experiencia. La plataforma Zoom no nos dio ningún problema. Pudimos crear cinco salas para el diálogo por grupos, que combinamos con la exposición por mi parte y el foro abierto a todos. Me parece evidente que en este terreno no vamos a retroceder. Hemos visto las enormes posibilidades que nos brinda la tecnología. ¿Quién nos iba a decir hace unos pocos años que podríamos realizar un curso con gente de diversos países sin movernos de nuestra casa? La pregunta que me hago es: ¿Bastan algunos cambios (por llamativos que sean) en la manera de trabajar, comunicarnos o divertirnos para asegurar de que nos hemos convertido? El rabino judío Manis Firedman esperaba que la pandemia fuera la oportunidad de corregir el rumbo de la humanidad. El escritor francés Michel Houellebecq, por el contrario, sostenía que seguiremos viviendo en el mismo mundo de antes, pero un poco peor.

¿Por qué es tan difícil la conversión? La respuesta más obvia es porque hay en juego enormes intereses. Quienes antes vivían en una posición de dominio y de bienestar no sienten ninguna necesidad de cambio. Más aún, temen cualquier alteración del orden establecido. Pero creo que hay una razón más profunda. Para que se dé un cambio verdaderamente transformador no es suficiente con la indignación o la rabia. Se requiere una fuerte experiencia de descubrimiento de una nueva realidad, de encuentro con algo (o alguien) que nos fascine de tal modo que “no tengamos más remedio” que ponernos en camino. La pandemia nos ha hecho más sensibles a lo que no nos gusta de nuestro mundo, pero no veo que nos haya proporcionado una experiencia de seducción y de sueño de futuro. No nos gusta un planeta contaminado, un mundo basado en la injusticia estructural, un ritmo de vida acelerado y estresante, una banalización de las relaciones interpersonales, un abandono de los ancianos y las personas vulnerables… Suele haber un alto grado de acuerdo en torno a lo que funciona mal. 

¿Cuál es la alternativa? ¿Qué tipo de mundo se está gestando en estos meses de incertidumbre? No lo sabemos. Puede ser mejor (en el sentido, de más ecológico, más justo y fraterno, más solidario e interconectado) o puede ser peor (es decir, más contaminante, injusto y violento). Para los cristianos, esta especie de “noviciado mundial” que estamos viviendo podría ser la oportunidad largamente demorada de tomar en serio la fe en Dios con todas sus consecuencias prácticas. Quien experimenta que Dios Padre es el fundamento de su vida, no puede por menos que preocuparse por todos sus hermanos y por esta “casa común” que es el planeta Tierra. El sueño es contundente. El horizonte es claro. Pero se trata de una muy difícil conversión.

Gálatas 1,13-17

Porque habéis oído hablar de mi pasada conducta en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y aventajaba en el judaísmo a muchos de mi edad y de mi raza como defensor muy celoso de las tradiciones de mis antepasados. Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí para que lo anunciara entre los gentiles, no consulté con hombres ni subí a Jerusalén a ver a los apóstoles anteriores a mí, sino que, enseguida, me fui a Arabia, y volví a Damasco.

[Ayer fue san Francisco de Sales. Al ser domingo, no se celebró litúrgicamente su memoria. De todos modos, yo no quiero olvidarme de un santo que me cae muy bien. Además, es el patrono de periodistas, reporteros y escritos. Este humilde Rincón participa algo de estas realidades].

domingo, 24 de enero de 2021

Cambia el chip y fíate

En este III Domingo del Tiempo Ordinario celebramos el Domingo de la Palabra. El tema de este año está tomado de la Carta de san Pablo  a los Filipenses: ¡Mantengan firme la Palabra de la Vida! (cf. Fil 2, 16). Es el segundo año que se celebra por deseo del papa Francisco. Necesitaremos aún unos cuantos años más hasta que cale en el pueblo de Dios y se convierta en una tradición. Precisamente Jesús en el evangelio de hoy (Mc 1,14-20) nos invita a convertirnos y creer en la palabra del Evangelio “porque se ha cumplido el plazo: está cerca el reino de Dios”. Antes de que nosotros demos un paso, Jesús se acerca a la Galilea donde nosotros vivimos, a esta cultura nuestra que mezcla la fe con la idolatría moderna, la confianza en Dios con el escepticismo, la solidaridad con la búsqueda del propio interés. En esta Galilea contemporánea, en el seno de nuestros pueblos y ciudades, sigue sonando el anuncio de Jesús: “El reino de Dios está cerca”. 

Es una fórmula que tal vez no tenga la fuerza que pudo tener en el siglo I, pero condensa todo lo que nosotros buscamos y deseamos. Es como si Jesús nos dijera: “Donde yo estoy, está el perdón, la paz, la justicia, la alegría, el amor; donde yo estoy, está Dios porque Dios es amor”. ¿No es esto lo que los seres humanos buscamos en el fondo de todos nuestros afanes? Jesús no nos exige esfuerzos titánicos ni actos extraordinarios. Nos pide que nos fiemos de esta “buena noticia”; es decir, que creamos en el Evangelio. No se trata de una “fake news” como las que hoy se prodigan. Es auténtica palabra de Dios, viva y eficaz. ¿Seremos capaces de fiarnos de ella?

Para dar el paso de la desconfianza a la confianza, de la duda a la fe, necesitamos convertirnos; o sea, cambiar de mentalidad, hacer el camino de vuelta desde nuestra manera de ver las cosas a la manera de Dios. En lenguaje moderno, necesitamos cambiar nuestro chip mental y cordial. No es una invitación a un cambio moral (que, en todo caso, llegará como fruto de la conversión), sino una llamada a resetear nuestro disco duro y a instalar una nueva aplicación que nos permita entender la vida de otra manera. Hay una oración franciscana que expresa bien este cambio: “Que allí donde haya odio, ponga yo amor; / donde haya ofensa, ponga yo perdón; / donde haya discordia, ponga yo unión; / donde haya error, ponga yo verdad; / donde haya duda, ponga yo fe; / donde haya desesperación, ponga yo esperanza; / donde haya tinieblas, ponga yo luz; / donde haya tristeza, ponga yo alegría”. 

La historia nos demuestra que con frecuencia están más abiertos a este tipo de conversión, de cambio de chip, las personas increyentes que las muy religiosas. Las segundas están tan seguras en su posición que no experimentan la necesidad de ningún cambio. Las primeras, a veces desorientadas y confundidas, son capaces de dar un paso cuando la luz penetra en sus vidas. El relato del libro de Jonás que se lee en la primera lectura de hoy (cf. Jon 3,1-5.10) nos habla de la conversión de los habitantes de Nínive, megalópolis que simboliza la humanidad entera: “Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños. Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó”.

Para seguir anunciando esta “buena noticia” de que Dios quiere a los seres humanos, que no nos abandona a nuestra suerte, Jesús necesita colaboradores que sigan pescando en este inmenso mar del mundo. Necesita “pescadores de hombres”. El sintético relato de Marcos nos habla de dos parejas de hermanos entre los primeros llamados: Simón y Andrés, Juan y Santiago. Jesús no busca un perfil de excelencia ni hace una clara job description. Cualquier persona puede ser llamada a colaborar con él, más allá de su temperamento, nivel de instrucción, cualidades o defectos. Lo único que se necesita es una confianza sin límites en Jesús y una respuesta generosa. 

Lo que nos cualifica para ser “pescadores de hombres” (todos los cristianos, no solo los sacerdotes y religiosos) no es, pues, un currículo impecable, sino la confianza en Jesús y la generosidad para entregarnos a su causa. Hay gente excelente que nunca da el paso porque no se quiere arriesgar. Imitan la actitud del joven rico. Y gente humanamente limitada que no tiene miedo a la hora de entregar la vida. se parecen al grupo de los doce. Jesús busca a los últimos. ¡Cómo cambiaría la pastoral de la Iglesia si en su “pastoral vocacional” se atuviera a la estrategia de Jesús y no a los “perfiles profesionales” que manejan las empresas y los cazatalentos! Bienvenidas las cualidades y competencias, pero lo que de verdad se necesita para ser un mensajero de “buenas noticias” (evangelio) es cambiar el chip y fiarnos a tope de Jesús.