sábado, 9 de enero de 2021

La nevada de Madrid

Llevo toda la mañana recibiendo fotos de algunos familiares y amigos a través de Whatsapp. Quieren que participe de la gran nevada que ha caído en Madrid en las últimas horas. Parece que en algunos lugares de la ciudad se acumulan hasta 60 centímetros, lo cual es más propio de un país del norte de Europa que de uno mediterráneo. Estaba anunciada desde hacía días. La borrasca que la ha producido lleva el simpático nombre de Filomena, palabra de origen griego que significa “persona que ama la música”, o también “persona muy amada”. No sé si mis compatriotas seguirán denominándola así después de los desastres producidos y los que todavía se producirán en los próximos días cuando todo se congele. 

Para quien no tiene necesidad de salir de casa, una nevada es un espectáculo increíble. Parece que el tiempo se detiene, el silencio lo envuelve todo y el mundo se purifica. El manto blanco de nieve lo oculta todo: lo hermoso y lo feo, lo rico y lo pobre. Los copos producen una gran democratización social. Sin embargo, quienes no tienen más remedio que desplazarse (proveedores de artículos de primera necesidad, médicos y personal sanitario, fuerzas de seguridad, etc.) no suelen tener una visión tan romántica. La nieve abundante no está hecha para la ciudad. O la ciudad no está hecha para la nieve. Es verdad que se activaron inmediatamente los servicios de emergencias, pero es imposible atender las múltiples eventualidades que un fenómeno como este provoca. En los próximos días aumentarán los problemas (tuberías congeladas, dificultades para el abastecimiento, colegios cerrados, etc.).

Lo que más me cuesta entender es la irresponsabilidad de quienes, conocedores de los riesgos que supone una gran nevada (anunciada, como he dicho, con mucha antelación) no permanecen en sus casas o si no tienen más remedio que desplazarse no adoptan todas las precauciones que se recomiendan en estos casos: neumáticos de invierno o cadenas para el vehículo, reserva de combustible, ropa de abrigo y provisión de alimentos, teléfono móvil, medicinas (si son necesarias), etc. De no hacerlo, están obligando a los servicios de emergencias a un trabajo extraordinario que resulta muy difícil de llevar a cabo en situaciones tan complicadas. Como ha sucedido en otras situaciones parecidas, siempre hay personas atrapadas que inundan las emisoras de radio y televisión con mensajes como: “Llevo aquí muchas horas y nadie ha venido a rescatarme”, “Estamos sin comida y sin mantas”, “Yo también pago mis impuestos” y cantinelas de este tipo.

Estas quejas son muy humanas y perfectamente justificables en casos de catástrofes sobrevenidas.
Pero una nevada anunciada con tanto tiempo de antelación no se puede convertir en excusa para criticar a los servicios públicos, sobre todo cuando uno no ha tomado las medidas necesarias. No se puede exigir responsabilidad a las autoridades cuando uno ha hecho dejación de las propias porque eso sobrecarga de trabajo a quienes ya están trabajando por encima de sus posibilidades. Ahora solo falta que a los urbanitas inexpertos les dé por salir a la calle, jugar a esquiadores y patinadores profesionales, y exigir que una ambulancia llegue enseguida a recogerlos porque han sufrido una aparatosa e irresponsable caída. Tengo amigos que trabajan en estos servicios y que estarían muy agradecidos si dejamos los experimentos para el verano. Los que de verdad necesitan ayuda urgente son los habitantes de la calle porque su medio natural se ha vuelto completamente inhóspito.

Hecho este pequeño desahogo, disfruto de las imágenes que me siguen enviando. En este ambiente de preocupación por los efectos del coronavirus y por la previsible “tercera ola”, todo el mundo saca del baúl de los proverbios el viejo refrán que dice: “Año de nieves, año de bienes”. Esperemos que sea así, pero eso solo podremos decirlo cuando acabe diciembre. Por el momento, nos consolamos con disfrutar de un espectáculo único, gratuito, interclasista y efímero. Y, si llega el caso, con leer algún poema para la ocasión; por ejemplo: “Al borrarse la nieve” de Antonio Machado; “El soldado y la nieve” de Miguel Hernández; u otros poemas de autores más recientes. Naturalmente, la lectura debe ir acompañada de un buen café o de cualquier otra bebida caliente que entone el cuerpo y el espíritu. Feliz fin de semana.



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