martes, 26 de enero de 2021

Aunque no fueras mi padre

Dicen que es el poema italiano más hermoso dedicado a la figura del padre. Por lo menos, entre los publicados en los últimos tiempos. Lo escribió el poeta Camillo Sbarbaro (1888-1967) hace poco más de un siglo. Es un poeta poco conocido en el ámbito hispanohablante. No soy muy dado a incluir poemas en mis entradas, pero es bueno dejarse sorprender de vez en cuando. Creo que no hay ninguna traducción oficial al español. Por lo menos, yo no la he encontrado. Me he permitido hacer una versión rápida, lo más literal posible, sin dejarme seducir por la tentación de hacer un poema con sonoridad española. Si toda traducción es siempre un riesgo, traducir una poesía puede llegar a ser una masacre. Pero de alguna manera hay que hacer comprensible el texto para los lectores de este Rincón que no entienden el italiano. 

En este poema de 26 versos el poeta recuerda dos historias relacionadas con su padre a quien ama “aunque no fueras mi padre”. Conviene anotar que el pequeño Camillo perdió a su madre a la edad de cinco años. Se comprende entonces que la figura del padre cobrara una gran importancia en su vida en una cultura como la italiana en la que la mamma es todo. A él le dedicó la obra Pianissimo, publicada en Florencia en 1914, en la que incluye este hermoso poema a su padre.

Por si el lenguaje resulta demasiado críptico, aclaro que Sbarbaro evoca dos historias de su infancia. Conviene visualizarlas para captar su desnuda belleza. La primera sucede una mañana de invierno. Afuera hace frío. El padre de Camillo se asoma a la ventana y descubre − ¡oh sorpresa! − que en la pared de enfrente ha crecido de manera prematura una violeta. Es tal la emoción que le produce este hecho, que despierta a sus hijos pequeños para que también ellos puedan contemplar el milagro. Luego, sale a la calle, coge una escalera de mano (el poema aclara que es de madera, no de hierro), la apoya contra la pared y trepa por ella para poder ver de cerca una violeta (símbolo de la primavera) en el corazón del invierno. Los niños observan atónitos la escena desde la ventana de su cuarto. No se necesitan palabras para introducir a alguien en el misterio de la belleza. Basta una discreta indicación. No sé si hay muchos padres con una sensibilidad tan a flor de piel. 

La segunda historia es aún más conmovedora. La hermana pequeña de Camillo, que debía de ser muy testaruda, consigue enojar a su paciente padre con alguna de sus rabietas. Este la persigue por la casa con intención de darle el castigo merecido. Ella, al verse acorralada, piensa que el mejor refugio posible es… el pecho de su propio padre, así que, sin dudarlo, se arroja zalamera en sus brazos. El “perseguidor” se convierte de repente en “acogedor” por la sutil artimaña de su hijita. Los últimos versos no tienen desperdicio: “La envolviste, como para defenderla / de ese villano que eras tú antes”. El padre se descubre al mismo tiempo como malvado y como padre amoroso. El amor de la hijita hace que el segundo papel se imponga sobre el primero, que su rabia inicial se transforme en amor definitivo.

No hay que hacer malabarismos para ver en este poema una hermosa metáfora del único que merece ser llamado padre: nuestro Abbá, el Dios que Jesús nos ha revelado, su Padre y nuestro Padre. Como la figura paterna del poema de Sbarbaro, también Dios tiene una sensibilidad a flor de piel para despertarnos cada mañana y mostrarnos las bellezas escondidas y diminutas de este mundo. No es necesario que nos sorprenda con una vista majestuosa del Himalaya o de los Andes nevados. La belleza del mundo se puede esconder en una humilde violeta colgada en una pared, en los infinitos gestos de amor que nos prodigamos los seres humanos como reflejos del amor de Dios. 

Por si esto no fuera suficiente, la segunda historia nos ayuda a comprender que con un poco de osadía nosotros podemos “derrotar” a Dios, que él, por más travesuras que hagamos en nuestra vida, está siempre dispuesto a acogernos entre sus brazos. Jesús lo dijo con rotundidad: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse” (Lc 15,7). Explicar demasiado un poema es destriparlo. Dejemos que las palabras, aunque sea a través de una torpe traducción, nos introduzcan en la belleza de la realidad que cantan.


ITALIANO

ESPAÑOL


Padre, se anche tu non fossi il mio

padre, se anche fossi a me un estraneo,

per te stesso egualmente t’amerei.

Ché mi ricordo d’un mattin d’inverno

che la prima viola sull’opposto

muro scopristi dalla tua finestra

e ce ne desti la novella allegro.

Poi la scala di legno tolta in spalla

di casa uscisti e l’appoggiasti al muro.

Noi piccoli stavamo alla finestra.

E di quell’altra volta mi ricordo

che la sorella mia piccola ancora

per la casa inseguivi minacciando

(la caparbia aveva fatto non so che).

Ma raggiuntala che strillava forte

dalla paura ti mancava il cuore:

ché avevi visto te inseguir la tua

piccola figlia, e tutta spaventata

tu vacillante l’attiravi al petto,

e con carezze dentro le tue braccia

l’avviluppavi come per difenderla

da quel cattivo ch’era il tu di prima.

Padre, se anche tu non fossi il mio

padre, se anche fossi a me un estraneo,

fra tutti quanti gli uomini già tanto

pel tuo cuore fanciullo t’amerei.

 


Padre, aunque no fueras mi

padre, aunque fueras un extraño para mí,

seguiría queriéndote por ti mismo.

Porque recuerdo una mañana de invierno

cuando la primera violeta sobre la pared

de enfrente descubriste desde tu ventana

y nos diste alegre la noticia.

Luego, con la escalera al hombro,

saliste de casa y la apoyaste contra la pared.

Los pequeños estábamos en la ventana.

Y de aquella otra vez recuerdo

que a mi hermanita, aún pequeña,

la perseguías por casa amenazando

(la testaruda había hecho no sé qué).

Pero cuando la alcanzaste mientras gritaba

de miedo, se te salía el corazón:

porque te viste persiguiendo a tu

hija pequeña, toda asustada,

tú, vacilante, la atrajiste a tu seno,

y con caricias entre tus brazos

la envolviste, como para defenderla

de ese villano que era el tú de antes.

Padre, si no fueras mi

padre, si fueras un extraño para mí,

entre todos los hombres, mucho

te amaría por tu corazón infantil.

 

Para seguir con la belleza, no dejéis de ver este precioso vídeo sobre algunos cuadros del Museo del Prado: belleza y locura.



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