jueves, 29 de febrero de 2024

El abismo entre epulones y lázaros


En el evangelio de este jueves de la semana segunda de Cuaresma leemos la conocida parábola del pobre Lázaro (con nombre) y de un ricachón (sin nombre). Hoy quiero partir de lo que he escrito en el libro Lectio divina para tiempos fuertes. Cuaresma y Semana Santa 2024. Como toda parábola, también esta admite varios niveles de lectura. Quizás la clave más profunda la ofrece el versículo puesto en boca de Abraham: “Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán, aunque algún muerto resucite”. 

El nuevo Moisés y el profeta definitivo es Jesús. Si no lo escuchamos a él como revelador de Dios, es inútil creer en apariciones, visiones u otros fenómenos extraordinarios. Siempre me ha parecido muy extraña la tendencia de algunas personas a buscar fenómenos raros o caminos milagrosos para ir a Dios cuando Él mismo se nos ha querido revelar en Jesucristo. Lo tenemos presente en su Palabra, en los sacramentos, en la comunidad, en las personas necesitadas. ¿Qué más necesitamos?


Prestemos atención a algunos personajes de la parábola que tienen nombre: un mendigo llamado Lázaro, el patriarca Abrahán, Moisés y, por supuesto, Dios. Pero hay otros que no tienen nombre: un ricachón “que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día”, su padre y sus cinco hermanos. En la parábola sucede lo contrario de lo que vemos en nuestro mundo. Los ricos famosos aparecen todos los días en los periódicos con sus nombres y apellidos exhibiendo su impúdica abundancia; los pobres no tienen ni rostro ni nombre. 

La historia que cuenta la parábola de Jesús es muy conocida, pero quizá no bien interpretada. Jesús no dice que el hombre rico sea malo y que el pobre Lázaro sea una persona virtuosa. De ninguno de ellos se hace un juicio moral. Jesús se limita a describir su situación vital e invitarnos a tomar conciencia. Uno (el hombre rico anónimo) “se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día” y otro (el pobre Lázaro) “estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico”. No hacen falta muchas explicaciones. Basta abrir los ojos y el corazón.


Jesús quiere poner de relieve el fuerte contraste entre dos estilos de vida, la brecha que separa dos mundos, aunque estén físicamente cercanos. El “abismo” que se ha creado en la tierra entre los que tienen mucho y derrochan se reproduce en sentido contrario en el cielo. El gran problema del rico comilón (eso es lo que significa la palabra “epulón”) es que no se dio cuenta a tiempo de este abismo y, por tanto, no hizo nada para superarlo. Vivió de manera inconsciente, demasiado centrado en sí mismo y sus intereses. 

Nosotros tenemos a Jesús. Su vida y su palabra nos hablan con claridad del mundo que Dios quiere. No hace falta que se produzca ningún milagro. Si todos somos hijos del mismo Padre, no puede haber tantos “abismos” entre los hermanos. Las consecuencias son claras.



miércoles, 28 de febrero de 2024

Desde mi ventana


He estrenado en mi despacho de trabajo ventanas aislantes: una da al norte (por donde suele soplar en estos meses de invierno un viento frío) y la otra al oeste (por donde me entra el sol templado de la tarde). Desde que las han instalado, la calefacción ya no calienta el patio (como sucedía antes cuando el calor se escapaba por las viejas y desajustadas ventanas de hierro), sino que se queda dentro. Ahora da gusto trabajar en este espacio bien iluminado, insonorizado y climatizado. Aquí me concentro para recibir a personas, responder correos, atender llamadas y escribir artículos. Mis colaboradoras lo llaman irónicamente el confesionario.

Pero si mi vida se redujera a este silencioso y confortable habitáculo por las mañanas y a mi cuarto comunitario por las tardes, correría el riesgo de aislarme de la vida real. O de verla solo a través de esas otras ventanas (Windows) de internet. La soledad creativa y gestora tiene sentido si se alimenta regularmente con el pulso de la calle, con la fuerza de los encuentros interpersonales, con la experiencia de realidades que hoy nos afectan a todos. Me da miedo una espiritualidad de despacho, demasiado aséptica y ordenada. Este es el riesgo de algunos sacerdotes y laicos que realizan una especie de “teología ficción” desde su torre digital. No basta leer y escribir. Hay que salir, caminar, tocar, escuchar, hablar, comer, sufrir; en definitiva, hay que vivir para que la reflexión sea siempre una palabra segunda que busca comprender la palabra primera que es la vida.


El camino cuaresmal nos pone siempre en contacto con la vida concreta. Nos lanza a los escenarios en los que las personas sufren porque les han diagnosticado un cáncer o no les alcanza el sueldo para pagar las facturas mensuales. Lo más importante no es que nosotros “veamos” estas realidades y procuremos reaccionar. Nuestro análisis de realidad suele ser a menudo muy distorsionado, lleno de puntos ciegos, prejuicios e intereses. 

Lo que importa es que Dios “vea” la situación de las personas (como “vio” el sufrimiento del pueblo hebreo en Egipto) y nos envíe a hacer algo “en su nombre”. Cuando somos nosotros los que tomamos la iniciativa, por bienintencionada que sea, solemos fracasar. Cuando nos adherimos a la iniciativa de Dios, entonces se producen frutos de conversión y solidaridad. Por eso, la pregunta cuaresmal es: ¿Cómo está viendo Dios nuestro mundo? ¿Cómo está viendo nuestra Iglesia? ¿Cómo ve nuestras comunidades familiares, parroquiales y religiosas?


Estamos viviendo un momento muy delicado: ¿Ve Dios que nos aproximamos sin remedio a una tercera guerra mundial? ¿Ve que la Iglesia, lejos de avanzar hacia la unidad, corre el riesgo de fragmentarse todavía más? ¿Ve nuestras comunidades desalentadas e ineficaces? Son las preguntas que me vienen a la cabeza mientras examino los muchos indicadores de crisis que percibo. Cuando Macron habla ya de la posibilidad de enviar tropas francesas a Ucrania o cuando Suecia (un país tradicionalmente neutral) pide su ingreso en la OTAN, ¿no nos están diciendo que temen una invasión de Europa por el flanco este (es decir, desde Rusia)? O cuando el Vaticano pide examinar las conclusiones del camino sinodal alemán o toma otras medidas, ¿no nos advierte del peligro de cisma? Hay muchas personas que me hacen comentarios en este sentido. 

Pero quizás Dios ve otros aspectos de la realidad que nos pasan desapercibidos. Quizás se fija más en el sufrimiento de quienes trabajan cuanto pueden y apenas consiguen lo necesario para subsistir, en las personas que son abandonadas o descartadas (incluidos muchos ancianos en las sociedades desarrolladas), en los jóvenes que, ahítos de casi todo, no encuentran sentido a la vida y se abandonan a la depresión o a las adicciones. Es bueno que la Palabra de Dios (no solo nuestros análisis sociológicos o teológicos) nos ayude a descubrir el “punto de vista” de Dios y, en consecuencia, lo que nosotros podemos hacer enviados por Él.

martes, 27 de febrero de 2024

Un libro a cuatro manos


El sábado escribí ya sobre la presentación del libro Hablando con Heriberto García Arias. Confesiones de un sacerdote digital en los estudios de TRECE y en el salón de actos del ITVR de Madrid. El vídeo de la sesión acumula más de 1.300 visualizaciones. Intuyo que la mayoría de los visitantes provienen de Estados Unidos, México y el resto de Latinoamérica donde el padre Heriberto es muy conocido. En esas latitudes es frecuente el uso de las redes sociales. En España es también común entre los jóvenes, pero noto bastantes reticencias en las personas adultas. Perciben más los indudables riesgos que las potenciales ventajas. 

Quizá no les falte razón, pero -como casi todo en la vida- es cuestión de discernimiento y adiestramiento. Un cuchillo, por ejemplo, es un utensilio potencialmente muy peligroso. No está permitido subir a un avión con uno en el equipaje de mano. Sin embargo, como es también muy útil, desde niños aprendemos a usarlo con destreza y prudencia. No conozco a ningún padre que les prohíba el uso del cuchillo a sus hijos hasta que cumplan 18 años. Algo parecido podría decirse de las redes sociales. De poco sirve la prohibición absoluta. Lo que importa es educar en su uso prudente y moderado.


De todos modos, hoy no quiero escribir sobre este asunto, sino sobre la hermosa experiencia de haber escrito un libro “a cuatro manos”. Como he contado en otras entradas -y recordé en la presentación del pasado viernes- el libro arranca de una larga conversación entre el padre Heriberto y yo grabada con mi teléfono móvil a finales de verano durante nuestro encuentro en Mérida. Naturalmente, el libro no es la mera transcripción de lo registrado aquel día. Una vez “picado” el texto -como se dice en el argot editorial- hubo que suprimir muletillas y repeticiones, acortar las frases, introducir conectores, sugerir sinónimos, etc. A esta tarea artesanal nos dedicamos de octubre a diciembre. Heriberto trabajaba en Roma mientras yo lo hacía en Madrid. 

Pulido el texto, fue revisado de nuevo, tanto por él como por mí. Era importante que Heriberto se sintiera a gusto con lo que se iba a imprimir, que reflejara bien su experiencia y su pensamiento. En esta segunda revisión él suprimió algunas cosas innecesarias y añadió otras (por ejemplo, la experiencia vivida en torno a la muerte de su abuelo, acaecida pocas semanas después de haber hecho la grabación) que consideraba relevantes para que el lector comprendiera bien su mensaje. Por mí parte, retoqué algunas preguntas, articulé el texto en capítulos y apartados y escribí pequeñas introducciones y conclusiones a cada capítulo para contextualizarlo mejor y lograr que la conversación fluyera con orden y ligereza.


Detrás del texto -que sigue conservando el estilo oral- hay muchos intercambios de WhatsApp y videollamadas hasta que consideramos que estaba listo para ser impreso, presentado y distribuido. No se trata de un texto literario o académico, sino testimonial. Aunque la forma tiene su importancia, lo que cuenta es la experiencia que late en sus páginas. A veces, el exceso de literatura puede convertir en postiza una experiencia que tiene fuerza por sí misma, sin los artificios a los que son tan dados los literatos profesionales. Nuestro objetivo no era tanto que quedara un libro bonito, sino auténtico. Y que, en la medida de lo posible, pudiera ayudar a los jóvenes a hacer un mejor uso de las redes sociales y a los evangelizadores digitales a aprender de los aciertos y errores de alguien que tiene ya una dilatada trayectoria en este campo.

¿Qué hay en el trasfondo de alguien que elabora vídeos de poco más de un minuto? ¿Se reduce todo a pequeñas píldoras visuales? ¿Cómo es la persona que está detrás de este “personaje público”, que así es como denomina Facebook a quienes tienen muchos amigos en su cuenta? Un libro permite explicar con calma y profundidad lo que las redes presentan de manera breve e impactante. 

Jugando con el lenguaje tecnológico, se podría decir que Heriberto es un evangelizador “digital” y yo un evangelizador “analógico”, por más que también yo tenga una discreta presencia en el mundo de internet a través de este blog. La combinación de ambas perspectivas y experiencias hace del libro una especie de producto híbrido: es una obra impresa (pertenece a la galaxia Guttenberg) que trata de un trabajo virtual (pertenece a la era digital). Confieso que ha merecido la pena el esfuerzo compartido. Por algo Jesús dijo: “Id de dos en dos a predicar el Evangelio”. Esta es precisamente la frase que escribí en el ejemplar que le dediqué a Heriberto. Él, por su parte, escribió lo siguiente en el ejemplar que me firmó: “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. La vida sigue. Hay mucho por vivir.



domingo, 25 de febrero de 2024

La otra cara de la moneda


En el monte hace menos calor que en el desierto. El domingo pasado nos alejábamos con Jesús del bullicio para ser empujados por el Espíritu Santo a un lugar solitario en el que las pruebas se hacían más evidentes. Hoy, segundo domingo de Cuaresma, subimos con Jesús y con sus amigos Pedro, Santiago y Juan a un monte alto para experimentar la otra cara de la moneda. Es verdad que a lo largo del camino de la vida somos puestos a prueba para ver cuál es la solidez de nuestras convicciones y valores. Pero también es verdad que, como Jesús, de vez en cuando tenemos algunas experiencias de “transfiguración” en las que vislumbramos quién es él y quiénes somos nosotros. 

Es como si se nos anticipara la meta final en algunas metas volantes de nuestra carrera. De esta forma, podemos seguir el camino con la certeza de que vamos en buena dirección y con la esperanza de que no hay fracaso o muerte que no sean derrotados por la resurrección. Los apóstoles necesitaron la experiencia del monte para no dudar de Jesús -aunque luego dudaron- y para saber que la luz de Dios que lo envuelve es más definitiva que la sangre que lo va a empapar al final de su vida, aunque tardaron tiempo en comprender verdaderamente lo que habían visto.


La pedagogía cuaresmal de la Iglesia nos presenta en las primeras semanas de Cuaresma las dos caras de la experiencia cristiana: la del desierto y la del monte, la de la prueba y la de la confirmación, la de la oscuridad y la de la luz; o sea, las dos caras de la moneda del misterio pascual. Sin ellas no entendemos quién es Jesús y tampoco entendemos quiénes somos nosotros. Tenemos que saber que en la vida tendremos pruebas, que vivir el amor no va a ser área fácil. 

Pero necesitamos también experimentar el consuelo de la transfiguración. Solo después de subir a la cima de este monte (en la que, como los apóstoles, quisiéramos quedarnos para siempre) podemos descender al valle de la vida cotidiana con la certeza de que Dios está con nosotros (segunda lectura) y de que él sigue pronunciando siempre la fórmula de nuestra verdadera identidad: “Tú eres mi hijo amado”. Sin esta experiencia de filiación divina, las cruces de la vida (soledad, enfermedad, traición, pecado) se nos hacen insoportables.

sábado, 24 de febrero de 2024

Confesiones de un sacerdote digital


Tal como estaba previsto, ayer, a las 18,30, en el salón de actos del Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR) de Madrid, tuvimos la presentación del libro Hablando con Heriberto García Arias. Confesiones de un sacerdote digital”. Había puesto mucha ilusión en este pequeño libro (144 páginas) que se ha ido gestando a lo largo del último año. Se trata de una historia que puede alentar a quienes trabajan en el campo de la evangelización y a menudo se ven tentados de tirar la toalla. 

Aunque las propuestas que el padre Heriberto hace en las redes son válidas para todos, encuentran un eco especial en los adolescentes y jóvenes. Pocos como él han sabido encontrar el estilo, el tono y la duración para hacer llegar la Palabra de Dios a quienes a veces se sienten perdidos o atrapados en el océano digital. En el encuentro de ayer presenté a Heriberto haciendo mención de algunos hitos de su vida. Después conversamos sobre el libro. Terminamos estableciendo un interesante diálogo con los participantes. Toda la sesión fue retransmitida por el canal de YouTube del ITVR. Si no tuviste oportunidad de seguirla en directo, puedes verla cuando quieras.


Reconozco que no fue el mejor día para convocar un acto de este tipo, pero era el único posible teniendo en cuenta la agenda de Heriberto. El hecho de que coincidiese con fin de semana y que la tarde estuviera desapacible hizo que muchos de los que habían prometido participar desistieran de hacerlo, aunque otros hicieron un viaje de más de 250 kilómetros para estar presentes. 

Al final, nos juntamos unas 50 personas de muy diferente extracción. Abundaron los periodistas de medios eclesiales. Más allá de esta contingencia, lo que importa es comprobar que cuando se anuncia de manera sencilla, directa y fresca la Palabra de Dios acaba llegando al corazón de muchas personas, incluso de aquellas que a primera vista parecen muy alejadas del universo religioso o espiritual.

viernes, 23 de febrero de 2024

La sociedad de la nieve


Sí, también yo he visto La sociedad de la nieve, la película española de Juan Antonio Bayona galardonada con doce premios Goya. Pero no la he visto en un cine, sino en la sala de estar de mi comunidad junto con otros compañeros un viernes por la noche. La historia que cuenta es bien conocida. Recuerdo perfectamente el impacto que me produjo en el otoño de 1972. Yo estudiaba entonces cuarto de bachillerato. Devoraba los periódicos que hablaban de “la tragedia de los Andes”. Opinaba con mis compañeros en el debate ético sobre la antropofagia. Me fascinaba y me inquietaba a un tiempo la interpretación eucarística que daban algunos moralistas católicos de entonces. 

Volví a recordar la historia cuando vi la película Viven (1993) de Frank Marshall y la utilicé en varios programas de formación. Seis años después, en septiembre de 1999, por un golpe de fortuna, viajé en avión de Bariloche a Buenos Aires con Roberto Canessa, el cardiólogo uruguayo superviviente de la tragedia. No me atreví a importunarlo con mis preguntas, pero me dio la impresión de ser una persona seria y amable.


Algunos críticos se preguntan si tenía algún sentido volver a contar esta historia, si había algo nuevo que pudiera interesar a los espectadores. Daba la impresión de que ya estaba todo dicho con los libros, películas y documentales producidos en los últimos cincuenta años. Quizá la película de Bayona no destaca porque cuente algo desconocido, sino por la forma descarnada y sobrecogedora de contar lo que todos sabemos. 

Confieso que estuve atado a la butaca durante los 140 minutos que dura el largometraje. Uno de sus límites es precisamente su excesiva duración. Pocas películas actuales se conforman con 90 minutos. Da la impresión de que los directores quieren decir más cosas de las que un espectador medio puede tolerar sin aburrirse o ponerse nervioso. No creo que en España La sociedad de la nieve recupere una décima parte de los 60 millones de euros invertidos. Imagino que Netflix habrá echado sus cuentas. Cuestiones financieras aparte, la película está magistralmente dirigida e interpretada.


Como han señalado algunas reseñas, la dimensión religiosa -que fue determinante en la experiencia real- queda bastante desvaída, aunque no eliminada del todo. Ya se sabe que si uno quiere ser “moderno” tiene que pasar como gato sobre ascuas sobre estas cuestiones “controvertidas”. Pocos directores saben afrontarla con verdad, profundidad y belleza. Con todo, es impresionante el momento en el que Numa Turcatti, poco antes de morir, escribe en un papelito la frase de Jesús: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”. Hay también otras alusiones al misterio de Dios, a su ausencia/presencia, etc.

Parece que los supervivientes que han visto la película se reconocen en ella, aunque afirman que se ha quedado muy corta a la hora de contar un drama indescriptible. También los jóvenes actores uruguayos y argentinos han dicho que se les hizo muy difícil interpretar a los protagonistas porque no habían vivido nada parecido que pudiera servir de lejana referencia. 

La tragedia (o el milagro) de los Andes fue un acontecimiento tan extraordinario que, por mucho que se cuente desde diversas perspectivas, siempre permanecerá en el misterio. Con todos estos ingredientes, recomiendo verla, aunque quizá no todos estén en condiciones de soportarla. De hecho, algunos compañeros de mi comunidad no se atrevieron a verla.

jueves, 22 de febrero de 2024

Ser ateo es de letras, no de ciencias


Con esta provocativa frase empezó su conferencia hace unos días el profesor José Carlos González-Hurtado -presidente de EWTN España- en la parroquia del Buen Suceso de Madrid. Su intervención comenzó pasadas las 21,30, una hora poco habitual para este tipo de eventos. Yo me temía que asistieran cuatro gatos. Ni el tema ni la hora parecían los más adecuados. Mi sorpresa fue mayúscula al ver un nutrido auditorio en el que abundaban los jóvenes universitarios. 

González Hurtado (1964) presentó su libro Nuevas evidencias científicas de la existencia de Dios, publicado este mismo año. En poco tiempo se ha convertido en un best seller, siguiendo la estela de otros libros de temática semejante como el francés Dios, la ciencia, las pruebas, muy criticado por algunos ateos patrios, o La ciencia desde la fe. Los conocimientos científicos no cuestionan la existencia de Dios, de Alister McGrath.


González-Hurtado es un orador profesional. Tiene algo de vendedor de crecepelos. Durante su amena charla se paseaba por los pasillos de la iglesia, proyectaba algunas borrosas diapositivas sobre el frontis de la iglesia, hacía preguntas al auditorio, repetía el nombre de varios de los que osaban responderle; en fin, que dominaba las técnicas de persuasión al más puro estilo americano. Confieso que a mí no me atrapa este estilo, pero es probable que a muchos les gustara. 

En cualquier caso, yendo al fondo de la cuestión, puso sobre el tapete un asunto que a veces se invoca para no creer en Dios. Se lo he oído a muchas personas, sobre todo a algunos universitarios: “La ciencia es incompatible con la fe”. Gómez Hurtado mostró que más del 90% de los premios Nobel de Física de los últimos cien años eran creyentes o, por lo menos, teístas. El ateísmo no puede invocar a la ciencia moderna como fundamento. No creer “no es de ciencias” -dijo irónicamente- sino de letras. Tiene que ver más con la voluntad que con el intelecto, con las emociones que con las razones. Las ideas que compartió en la charla se encuentran reflejadas en una entrevista que aparece en la web InfoCatólica. Y también en este vídeo


Creo que hoy, en el contexto de una sociedad pluralista y secularizada, necesitamos una nueva apologética inteligente y cordial. Cuando es demasiado fundamentalista o agresiva me rechina. No es el caso de la practicada por Gómez Hurtado. Estoy seguro de que, a más de una persona de buena voluntad, pero prisionera de los tópicos sociales, puede ayudarle mucho la lectura del libro. Es útil, por lo menos, para no dar por sentado que fe y ciencia son instancias irreconciliables. O que los intelectuales no pueden ser creyentes. O que la fe es un obstáculo para la evolución de las ideas y de la sociedad. Ya es bastante. 

El salto a una genuina experiencia de fe no es el resultado de un razonamiento lógico, sino un don de gracia libremente aceptado por una voluntad aquiescente. Con frecuencia no creemos por falta de pruebas o indicios racionales, sino porque intuimos que creer en Dios cambiaría nuestra forma de entender la vida, nuestros hábitos y conductas y, en definitiva, nuestra manera de situarnos en el mundo. Y no estamos dispuestos a pagar ese precio a menos que tengamos una experiencia arrolladora que nos ahorre el salto de creer.

miércoles, 21 de febrero de 2024

Dios no quiere súbditos


Me gusta mucho el mensaje de Cuaresma que el papa Francisco nos ha enviado este año. Conecta con lo que estamos viviendo hoy. Si no lo hemos leído y meditado, todavía estamos a tiempo. Nos encontramos en la primera semana de las cinco de que consta este tiempo fuerte. El Papa nos recuerda que “para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad”. No se trata solo de ver, sino de “querer” ver. A menudo nos tapamos los ojos o miramos hacia otro lado. Huimos, escondemos la cabeza. La realidad nos duele, empezando por la propia. Preferimos vivir de recuerdos o ensoñaciones antes que aceptar las cosas como son. La Palabra de Dios nos dirige dos preguntas que nos despiertan de este letargo suicida: “¿Dónde estás?” (Gn 3,9) y “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9)”. Parecen demasiado obvias, pero nos confrontan con la realidad más cercana.

La primera nos obliga a ubicarnos en el mapa de la realidad: ¿Dónde estoy yo? No es fácil trazar las coordenadas. Con frecuencia no sabemos dónde estamos. Nos sentimos como zombis. Vivimos sacudidos por tantos estímulos que nos cuesta saber a cuáles tenemos que responder. El exceso de información tampoco ayuda mucho. No es raro escuchar a personas cercanas que dicen: “Estoy perdido”. Es una fórmula breve para decir que no saben cuál es su escala de valores, por qué o por quién merece la pena luchar en la vida, qué hay que tomar y qué hay que dejar. Estamos perdidos cuando no tenemos referencias que nos indiquen dónde estamos, cuál es nuestro lugar en el mundo. Si nadie nos echa de menos, quiere decir que contamos poco, que somos casi seres sobrantes.


La segunda pregunta tiene que ver con nuestra capacidad de ver a los demás como hermanos. A menudo los vemos como competidores, como estorbos o simplemente como seres que están ahí. Ignoramos su batalla interior, no nos importa lo que les pasa, no estamos dispuestos a alterar nuestra vida para escuchar sus gritos y responder a sus necesidades. Toda cercanía implica vulnerabilidad y responsabilidad. Por eso, es mejor no saber dónde están nuestros hermanos. 

De esta manera, disfrutamos de un poco de comodidad temporal, pero, sin darnos cuenta, el mundo se va volviendo más inhóspito. Lo he percibido con claridad en los aviones. Hace veinte años solía trabar conversación con los pasajeros de al lado. Hoy resulta casi imposible. Todos vamos “protegidos” con nuestros auriculares para que la palabra del otro no perturbe nuestro solipsismo.


Hay otra llamada en el mensaje del Papa que me resulta crucial: “A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud”. ¿Por qué si, por el Bautismo hemos sido hechos “hijos de Dios”, volvemos con frecuencia a las viejas esclavitudes? ¿Por qué preferimos vivir como súbditos del pecado antes que como hijos de Dios? Es el misterio de iniquidad que llevamos dentro. 

Solo una oración paciente puede ayudarnos a tomar conciencia de estas esclavitudes residuales y a disfrutar de nuestra filiación divina. También este es un objetivo para el tiempo de Cuaresma. Pero eso exige tomar decisiones, no limitarnos al descontento y a la queja. Por eso el Papa nos anima a que “la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados”.


[Si alguien desea comprar este libro, puede hacerlo por internet pinchando en el siguiente enlace: Lectio divina para Cuaresma y Semana Santa 2024]. 

domingo, 18 de febrero de 2024

Bestias y ángeles


El evangelio de hoy nos habla de las tentaciones de Cristo. La versión de Marcos que leemos en el ciclo B es breve. No entra en los detalles de Mateo. Se limita a lo esencial. Merece la pena que nos preguntemos si, en realidad, Jesús fue probado o tentado. La prueba es un método para comprobar la resistencia y la calidad de un producto o de una persona. La tentación es una incitación al mal. Marcos subraya que es el Espíritu el que conduce a Jesús al desierto. Es obvio que Dios no puede incitar a nadie a hacer el mal. Tenemos, pues, buenas razones para creer que las llamadas “tentaciones” de Jesús fueron, en realidad, una prueba para que encontrara el verdadero sentido de su misión antes de lanzarse a su ministerio público que lo llevaría finalmente a la crucifixión. Es como si al comienzo del pentagrama de su misión evangelizadora hubiera tenido que optar entre colocar la clave del triunfo y la eficacia o la clave del servicio y de la entrega hasta el final.

El desierto evoca los cuarenta años de pruebas y fracasos de Israel en el desierto del Sinaí. Donde Israel fracasó, Jesús vence. Cuarenta años es también una referencia a la vida de una generación. Es una forma simbólica de decir que Jesús pasó por estas pruebas durante toda su vida. La experiencia no se dio solo al comienzo de su ministerio, sino que lo acompañó a lo largo de él. El desierto simboliza también la situación en la que uno está absolutamente solo. La verdad de una persona se revela cuando está sola. Cuando no hay público que aplauda, los disfraces se caen, las actuaciones se desvanecen. Uno se convierte entonces en su verdadero yo. En la soledad nos enfrentamos a nuestros demonios y debilidades. Es entonces cuando nos sentimos empujados a negociar en la sombra con los propios valores con la certeza de que nadie se va a enterar.


Jesús es un experto en “desiertos”. Los eligió a menudo en mitad de sus actividades. Permanecía solo en oración mientras la gente lo buscaba. Dejó todo cuando la muchedumbre quiso hacerlo rey. Hubo momentos en que se sintió abandonado incluso cuando buscaba el consuelo de los suyos. Algunos desiertos fueron elegidos por él, y otros desiertos lo eligieron a él. En el relato de este primer Domingo de Cuaresma Jesús aparece solo en el desierto. Los apóstoles conocerán más tarde esta historia porque él quiso compartirla con ellos. Jesús era consciente de que en el desierto se ponían a prueba sus valores, el verdadero sentido de su misión. Sin duda quería que los discípulos aprendieran esta lección a partir de su experiencia. 

Lo que Marcos omitió es tan importante como lo que decidió contar en la narración. ¿Por qué no narró la victoria de Jesús en la tentación? La respuesta la encontramos cuando nos fijamos en la frase referida a las bestias y los ángeles. Ambos continuaron con él hasta su victoria final sobre el mal en su muerte y resurrección. Las “bestias” simbolizan el mal; los “ángeles” evocan el bien. Jesús tuvo que convivir con el mal en todas sus formas durante su vida. Pero también contó con la ayuda de “ángeles” que representan los consuelos que recibió a lo largo de su misión.


La lección es clara para nosotros. La Iglesia nos la propone todos los años al comienzo de la Cuaresma. Cuando decidimos seguir a Jesús y vivir según los valores del Evangelio seremos puestos a prueba. No hay vida cristiana sin dificultades. Es necesario que tomemos conciencia de que en el camino de la vida encontraremos “bestias” y “ángeles”, obstáculos y consuelos. Unidos a Jesús, podremos derrotar a las primeras y ser consolados por los segundos. 

La última tentación de Jesús fue vengarse de sus enemigos y torturadores en el momento de la pasión y de la muerte. Podría haber retado en la cruz a los soldados y a sus perseguidores con un golpe de efecto, pero no lo hizo. Supo superar la tentación de la ira y la venganza. No sucumbió a exhibir un mesianismo de fuerza y poderío. ¡Por eso Jesús es el victor rex, el vencedor definitivo! Tenemos mucho que aprender como personas y como Iglesia.

 

lunes, 12 de febrero de 2024

El "orden bernardino"


Me han llamado la atención unas palabras de san Bernardo que he leído esta mañana en el Oficio de lecturas. Están tomadas de uno de sus numerosos sermones. Dicen así: “Lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo: y así, lo que debe hacer en segundo lugar es ensalzar a Dios, y en tercer lugar (si a tanto llega la abundancia de su sabiduría) edificar al prójimo”. Por desgracia, este orden “bernardino” no suele coincidir con el que solemos usar muchos de nosotros. A menudo comenzamos por el final. Aleccionamos a los demás antes de alabar a Dios y de acusarnos a nosotros mismos. 

Este “desorden” es frecuente en nuestras relaciones. Siempre se nos ocurre algo que decir a los demás para que se corrijan y cambien. Nos resulta fácil caer en la cuenta de sus defectos. Algo parecido sucede en el orden social. Todos hablamos de lo que tendrían que hacer los políticos, los empresarios o los periodistas. Aunque no seamos expertos en nada, tenemos soluciones para todo. Nos permitimos opinar con ligereza de lo divino y de lo humano, conscientes de que hablar sale gratis.


¿Qué pasaría si, en vez de seguir nuestro orden, siguiéramos el orden que propone san Bernardo? Según él, “lo primero que hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo”. Si no nos gusta mucho el verbo “acusarse”, podemos utilizar otros más suaves como examinarse, caer en la cuenta, etc. No se trata de jugar con las palabras, sino de comprender que no podemos pretender cambiar a los demás si antes no hacemos un esfuerzo por cambiarnos a nosotros mismos. 

Este cambio exige que nos conozcamos bien, que pongamos nombre a nuestras cualidades y a nuestros defectos, a nuestras fortalezas y a nuestras debilidades, a nuestros fundamentos y a nuestras inconsistencias. Este autoconocimiento nos permitirá comprender mejor a los demás, no erigirnos en jueces y, sobre todo, ser humildes. El conocimiento y la aceptación de nuestras limitaciones y pecados nos cura del orgullo y nos abre a la misericordia de Dios. 

Ensalzar a Dios es -según san Bernardo- la segunda cosa que hace toda persona justa. Implica reconocer su omnipotencia y amor, adorarlo como origen y meta de nuestra existencia. Solo después de habernos reconocido limitados y pecadores y de haber ensalzado a Dios, podemos atrevernos a “edificar al prójimo”.


Quizá sin ser conscientes de este “orden bernardino”, las personas sensatas se atienen a él. Por eso, aunque hablen poco, son más transformadoras que las que siempre tienen algo que decir, pero poco que hacer. 

Estos criterios nos ayudan mucho a no dejarnos engañar en la vida por los charlatanes de turno y, sobre todo, a esforzarnos por trabajar en nosotros el cambio que queremos para los demás, para la Iglesia y para la sociedad. Si no somos capaces de conocernos y progresar, ¿cómo podemos pretender que los demás lo hagan?

domingo, 11 de febrero de 2024

Airado y compadecido


Tras once horas de vuelo nocturno desde Los Ángeles, llegué ayer a Madrid a primera hora de la tarde. Celebro este VI Domingo del Tiempo Ordinario con mi comunidad. El Evangelio narra la curación de un leproso por parte de Jesús. Parece un relato sencillo de milagro, pero -como sucede siempre con la Palabra de Dios- hay muchos tesoros escondidos. Lo que en esta ocasión me llama más la atención, si nos atenemos al texto original más que a las traducciones, es que Jesús reacciona con indignación y compasión. 

Le parece indigno que un hijo de Dios sea excluido de la comunidad por la aplicación inmisericorde de las normas del Levítico (primera lectura). No puede entender que una cuestión de salud (la prevención del contagio) se convierta en una cuestión religiosa (la impureza ante Dios). El Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos, justos e injustos, no discrimina a ninguno de sus hijos. Jesús no oculta sus sentimientos. Expresa con claridad su indignación ante el comportamiento de las autoridades judías y seguramente de una buena parte de la población.


La segunda reacción es la compasión, que es la que mejor expresa la actitud de Dios. Cuando el leproso le ruega que, si quiere, lo limpie, Jesús responde con una palabra eficaz: “Quiero, queda limpio”. Ese “quiero” indica su voluntad y su autoridad. El efecto no es solo la curación de la lepra, sino la reintegración del leproso en la comunidad de la que había sido excluido en estricta aplicación de las normas del Levítico. 

La obligación de presentarse ante el sacerdote no obedece solo a un cumplimiento legal. Es una forma profética de denuncia. De esta manera, las autoridades pueden tomar conciencia de su actitud discriminatoria y tal vez cambiar. Pero para cambiar su conducta necesitan cambiar primero su imagen de Dios. En el fondo, excluyen a los leprosos para ser fieles a las prescripciones de la ley. Jesús las desborda porque primero ha desbordado la estrecha imagen de Dios que tiene su pueblo. No es extraño que, a la luz de la actuación de Jesús, “acudieran a él de das partes”.


Leer estos relatos del pasado suele producir en nosotros reacciones de admiración y sintonía hacia la forma de proceder de Jesús. Los problemas vienen cuando nosotros tenemos que reaccionar ante las discriminaciones del presente. ¿Nos indigna lo que hoy está sucediendo con las personas discriminadas a causa de su raza, su religión, su extracción social, su sexo, su estatuto ante la ley, etc.? ¿Somos capaces de denunciar las situaciones de injusticia que claman al cielo o las aceptamos como un mal menor para que no alteren demasiado nuestra tranquilidad y el orden establecido?

Ante las personas que hoy (no en tiempos de Jesús) son discriminadas, ¿sentimos compasión y estamos dispuestos (“queremos”) ayudarlas o, más bien, miramos para otro lado invocando el argumento de que “algo habrán hecho mal para encontrarse donde se encuentran”? 

Este año, Manos Unidas -cuyo día celebramos hoy- nos recuerda que “entre 3.300 y 3.600 millones de personas —cerca de la mitad de la población mundial— viven en contextos altamente vulnerables a la inestabilidad climática”. Esta organización es un claro ejemplo que, cuando “queremos” de verdad, se pueden hacer muchas cosas en favor de los más necesitados. Lleva 65 años demostrándolo.

viernes, 9 de febrero de 2024

Matando el tiempo


Escribo en el aeropuerto de Los Angeles antes de emprender mi vuelo de regreso a Madrid. Dominan los asiáticos en esta sala de espera. Hay mucha gente, pero no se perciben aglomeraciones o desorden. Termina mi semana estadounidense. Me parece mentira que se puedan hacer tantas cosas en tan poco tiempo. Hay semanas que se evaporan en un abrir y cerrar de ojos y otras que están cargadas de experiencias. He disfrutado mucho con claretianos de más de veinte países. Ayer por la tarde presidí la misa de clausura. Compartí con ellos lo vivido durante la asamblea y la luz que nos proporcionaba la Palabra de Dios. 


Terminamos con la cena y un momento de “social” (así es como llaman a las tertulias nocturnas) que los estadounidenses aprecian mucho. Es un tiempo para charlar animadamente mientras se toma algo. Esta mañana tuvimos un sol radiante. Desde la falda de la montaña se veían con claridad los rascacielos del centro de Los Angeles. Parecía que estábamos en otro mundo. De camino hacia aquí hemos pasado por los barrios ricos de Pasadena y también cerca del downtown donde los claretianos estuvimos presentes durante muchos años en la misión de
Nuestra Señora de los Angeles (La Placita).


Mientras sucedía todo esto, en España continuaban las marchas de protesta de los agricultores. No conozco los detalles de sus reivindicaciones, pero es evidente que desde hace muchos años este sector ha ido perdiendo relevancia. Es probable que la excesiva burocracia tenga bastante que ver en el asunto. Sigo de cerca la situación de los inmigrantes hacinados en el aeropuerto de Barajas. Seguimos con procedimientos del pasado para situaciones del presente. Vivimos en un mundo que cada vez tolera menos las discriminaciones. Solemos reaccionar tarde. Nos pueden las inercias. 

Los incendios de Chile han producido también mucho sufrimiento. Tengo simpatía al pueblo chileno. Los periódicos digitales me ofrecen otras muchas noticias, pero prefiero tomar un poco de distancia. Me llama la atención que hasta Los Angeles Times (el periódico más importante de esta megalópolis) se haga eco de la canción que ha ganado el festival de Benidorm y que representará a España en el próximo festival de Eurovisión. No ganamos para sustos. 

Dejo aquí la entrada de hoy. Parece que pronto abrirán el mostrador de Iberia. Buen fin de semana.



martes, 6 de febrero de 2024

Sí llueve al sur de California


Ya estoy en la casa de retiros Mater Dolorosa, perteneciente a los Pasionistas. Se encuentra recostada en la montaña de una ciudad del condado de Los Ángeles llamada Sierra Madre. La lluvia no nos ha abandonado desde el sábado por la tarde. De hecho, hay varias zonas del condado que están inundadas. También aquí se notan las secuelas del agua. Día y noche nos acompaña la melodía saltarina de las gotas que chocan contra las tejas que cubren esta construcción de estilo colonial. 

Hacía mucho tiempo que no veía llover tanto y tan seguido. ¡Y eso que Albert Hammond cantaba aquello de Nunca llueve al sur de California! Tendrá que hacer cuanto antes una nueva versión más ajustada a la realidad actual. Aunque me encanta la lluvia, empiezo a echar de menos el sol californiano. Espero verlo antes de regresar a España al final de esta semana.


La asamblea en la que estoy participando como facilitador parece una maqueta de las Naciones Unidas. En los Estados Unidos y Canadá hay claretianos procedentes de 21 países distintos, desde España, Polonia e Italia hasta la India, Nigeria, Filipinas, Congo, Colombia, Perú y México. ¡Y, por supuesto, nativos de los dos países norteamericanos! La lengua común es el inglés, pero se oye también mucho español porque buena parte del trabajo pastoral se realiza con comunidades hispanas. 

Percibo un gran ambiente de fraternidad intercultural, aunque no es fácil empastar edades y mentalidades tan distintas. Una de las características de los Estados Unidos es su capacidad para convertirse en un melting pot que garantiza una unidad mínima sin sacrificar la diversidad. Se trata de atraer a un proyecto común, no de imponerlo a toda costa.


Me sorprende el número de jóvenes profesionales que, tras años de experiencia laboral, pasada la frontera de los 30, se han sentido llamados a la vida misionera. Es probable que en Europa comience a pasar algo semejante en los próximos años. Es obvio que no se les puede proponer itinerarios y estilos formativos como si tuvieran 18 o 20 años. Me doy cuenta también de que, a diferencia de lo que observaba hace unos años, ha crecido el aprecio de la adoración, como si el Cristo Eucaristía tuviera un magnetismo irresistible, sin cosificarlo, sin reducirlo a reliquia de exposición. 

La sala en la que trabajamos se parece, salvadas las inevitables diferencias, a la sala en la que se tuvo la última sesión del Sínodo de los Obispos. Todos estamos reunidos en torno a mesas redondas. No es cuestión de que unos hablen desde el atril y otros escuchen como si estuviéramos en una sala de conferencias. Aquí todos cuentan y todos participan. Ninguna voz queda excluida. El reto metodológico es hacer llegar al río grande el caudal de tantos pequeños afluentes. Creo que lo conseguiremos. El camino está ya empezado.

lunes, 5 de febrero de 2024

Escribiendo bajo la lluvia


No para de llover desde ayer por la tarde. Es una lluvia enérgica, persistente, copiosa. En algunos lugares del condado de Los Ángeles se han producido inundaciones. Después de celebrar la misa en español a las 8,30 de la mañana con una nutrida comunidad mexicana, no salí de casa en todo el domingo. Aproveché el día para mantener varias conversaciones y rematar algunas tareas antes de comenzar esta tarde la asamblea con los claretianos de este inmenso país. 

El desafío es que todos los participantes se sientan involucrados y pongan su experiencia y sus cualidades al servicio de la misión. El temor es que algunos se descuelguen y piensen que su opinión no sirve para nada. Si algo estamos aprendiendo en estos tiempos de sinodalidad es que los verdaderos cambios solo son posibles cuando todos los afectados asumen su cuota de responsabilidad, cuando las cosas no discurren de arriba hacia abajo, sino que todos participan en el discernimiento.


Me vine a Los Ángeles con una maleta de mano. He ido aprendiendo a viajar “ligero de equipaje”. Aparte de ganar tiempo en los aeropuertos, no me cargo con cosas innecesarias. He comprobado que el socorrido “por si acaso” es una tentación que nos lleva a acumular y nos vuelve pesados. Lo que pasa con las personas sucede también con las instituciones. Lo que ganamos en seguridad (aparente) lo perdemos en agilidad. 

Habría nuevas necesidades a las que tendríamos que responder, pero estamos tan atrapados por lo que ya tenemos que resulta muy difícil arriesgarnos a nuevos proyectos. Es muy posible que esta tensión se manifieste en la asamblea. Como sucede con todos los grupos humanos, habrá algunos que pongan el acento en la conservación de lo que ya tenemos y otros que aboguen por abrir nuevos frentes. El buen discernimiento no desprecia ninguna de las dos fuerzas. Las aprovecha para madurar una decisión sabia.


Sigue lloviendo con rabia. Llevamos ya muchas horas de lluvia. Por contraste, pienso en algunos lugares (por ejemplo, Cataluña y Andalucía) que están padeciendo una sequía severa. Espero que algún día la ciencia pueda provocar la lluvia según necesidades, aunque no resultará fácil precisarlas porque -como dice el refrán- “nunca llueve a gusto de todos”. Yo disfruto mucho contemplando a través de la amplia ventana los parterres inundados y las pequeñas balsas de agua que se forman en las depresiones del jardín y de la plaza de la misión. 

Mientras escribo, está celebrando la misa la comunidad vietnamita, la más joven de las varias que integran esta parroquia. A pesar de la lluvia, la iglesia se ha llenado. Si algo distingue a los vietnamitas es la férrea disciplina con la que afrontan las cosas. Si el domingo tienen que venir a misa, les da igual que llueva o haga sol, que sea invierno o verano. Su sentido de la responsabilidad está por encima de las inclemencias del tiempo. La combinación de la disciplina vietnamita y del sentido festivo mexicano ayuda a que la parroquia se mantenga viva y acogedora.

domingo, 4 de febrero de 2024

Ir a otra parte


El Evangelio de este V Domingo del Tiempo Ordinario nos invita a pasar un día con Jesús para ser testigos de cómo transcurre una jornada tipo en la vida de un profeta al que todo el mundo busca. Como he escrito en varias ocasiones sobre este pasaje, hoy me fijo en una frase que parece secundaria, pero que encierra una gran fuerza evangelizadora: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido” (Mc 1,38). 

Me gusta contemplar a este Jesús que, después de haber permanecido muchos años en su aldea de Nazaret, está siempre en camino. El Evangelio que anuncia no es para unos pocos privilegiados, sino para todos. Por eso, siempre es necesario “ir a otra parte”, cruzar a la otra orilla, salir de los límites en los que nos sentimos seguros. 


Pablo, en su carta a los corintios (segunda lectura), expresa esta misma pasión con palabras bien conocidas: “El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio”. La evangelización es siempre un encargo, un envío, no algo que hacemos por gusto, vanagloria o ganancia

Me pregunto si también hoy mantenemos viva esta pasión o estamos ya a punto de tirar la toalla. Se habla mucho del cansancio de los sacerdotes, de los curas quemados y también, de manera más amplia, del cansancio de los buenos, expresión usada por Pío XII en su conocida frase: “No tengo miedo a la acción de los malos, sino al cansancio de los buenos”. Lo percibo de una manera más aguda en Europa que en América. En los Estados Unidos, aunque ha crecido el número de los que se consideran no creyentes, las comunidades católicas son, por lo general, muy activas. Mantienen viva la llama de la evangelización.


Creo que la única manera de superar el cansancio crónico es “ir a otra parte”, como Jesús. Si hay personas y grupos que ya no escuchan la Palabra, que consideran que están en una etapa poscristiana, es muy probable que el Espíritu nos esté empujando hacia otros caladeros desconocidos. No hay que presuponer que los más disponibles son siempre los más próximos: los adolescentes y jóvenes que se preparan para la confirmación o los alumnos de colegios católicos que provienen de familias católicas y que se preparan para formar, a su vez, nuevas familias católicas. 

Quizás hay un mayor interés en quienes menos suponemos: personas que no han tenido tantas oportunidades, que han crecido en ambientes muy secularizados o que a primera vista están muy alejadas de los círculos de “los buenos”. ¿Cómo se acercaría Jesús a ellas? ¿Cómo conectaría con sus búsquedas e inquietudes?


Estas preguntas son las que han espoleado a mi amigo Heriberto García Arias a lanzarse al mundo de las redes sociales y, sirviéndose de un sencillo teléfono móvil, predicar la Palabra de Dios sin aditamentos innecesarios. Aunque ya os lo anuncié hace días, os incluyo hoy la invitación a participar en la presentación del libro-conversación que hemos escrito conjuntamente y que será presentado en Madrid el próximo viernes 23 a las 6,30 de la tarde. 

Será una buena oportunidad para compartir qué se puede hacer hoy para “ir a otra parte”, no a partir de teorías teológicas o pastorales, sino de una experiencia concreta realizada en los últimos cuatro años.

sábado, 3 de febrero de 2024

Desde el otro lado del mundo


Noto las nueve horas de diferencia entre Madrid y Los Ángeles, pero estoy dispuesto a empezar la primera jornada en Estados Unidos con buen ánimo. El viaje duró doce horas sin escalas. Se me hizo más soportable e incluso placentero porque me vi varias películas (Oppenheimer, Adiós Buenos Aires, Esperando a Dalí y la Isla mínima), escribí un poco y comencé a leer Esclava de la Libertad, la última novela de Ildefonso Falcones sobre la esclavitud en Cuba en el siglo XIX, un tema que me hizo pensar en las dificultades que tuvo san Antonio María Claret con los negreros de la isla, muchos de ellos catalanes como él. 

El Airbus 330-200 de Iberia subió hasta acercarse a Groenlandia, entró en el continente americano por la costa atlántica canadiense y fue descendiendo desde el Lago Superior hasta California atravesando varios estados. Pudimos ver con claridad los montes cubiertos de nieve de Nevada y la ciudad de Las Vegas en medio del desierto. Como me temía, las filas para pasar el control de inmigración fueron kilométricas. A pesar de que había varios puestos de policía abiertos, tuve que esperar más de una hora. 


Desde la terminal B del aeropuerto de Los Ángeles me trajeron hasta la misión de San Gabriel, una de las 21 misiones fundadas por los franciscanos en el siglo XVIII a lo largo del famoso
Camino Real de casi 1.000 kilómetros que discurre paralelo a la costa pacífica. 

Desde 1908, la misión de san Gabriel, fundada el 8 de septiembre de 1771, la regentamos los misioneros claretianos. Es la cuarta más antigua de todas las que componen el Camino Real. El 11 de julio de 2020 un incendio destruyó el techo de la iglesia vieja y la mayoría de los bancos en su interior. Tras dos años de restauración, se abrió nuevamente al culto en septiembre de 2022. Aquí realizamos un trabajo pastoral con las comunidades anglo, latina, filipina y vietnamita principalmente.


Desde el avión se veía la inmensa planicie donde se asienta la megalópolis de Los Ángeles, la segunda ciudad de México, como les gusta decir con ironía a los millones de mexicanos que viven en la zona. A diferencia de Nueva York o Chicago, no hay demasiados rascacielos, salvo en el downtown (el centro). Predominan las casas bajas diseminadas entre la montaña y la costa. Esta vez no tendré mucho tiempo para visitar la ciudad porque el lunes comenzamos la asamblea de los claretianos de Estados Unidos y Canadá. 

Comparando las antiguas misiones franciscanas con las modernas ciudades surgidas en torno a ellas, caigo en la cuenta de las raíces hispanas (culturales y religiosas) de esta zona de los Estados Unidos. Sé que todavía persiste en muchos americanos (del Norte, del Centro y del Sur) los prejuicios de la leyenda negra y que incluso en la escuela se siguen enseñando. Pero hace ya tiempo que historiadores mexicanos y argentinos, sobre todo, han empezado una seria investigación para desmontar esos prejuicios y poner en valor el legado hispánico. 

Alguien que solo quiere conquistar y expoliar un territorio, no se dedica a construir hospitales, universidades, catedrales, bibliotecas, acueductos, iglesias, misiones, puertos y caminos, muchos de los cuales son hoy Patrimonio de la Humanidad. Tampoco practica el mestizaje y elabora una legislación para defender a los pueblos originarios. El paso del tiempo nos ayudará a tener una visión más objetiva de un pasado que, con indudables e injustificables sombras, trajo mucha luz a este continente. Quizá si se produjera una reconciliación con ese pasado, se abriría un futuro mucho más prometedor. 


Pensaba que la temperatura sería algo más benigna, pero ahora mismo tenemos 9 grados, así que no hay más remedio que abrigarse. Mientras tecleaba la entrada de hoy a las 6 de la mañana (hora local), me ha llamado un amigo desde España para recordarme que hoy es san Blas y que acababan de celebrar una preciosa misa acompañada por una rondalla. Como de esta fiesta popular escribí una entrada hace siete años, me remito a ella. Me gusta que se mantengan las tradiciones y que al mismo tiempo se vayan modernizando. Bueno, me dispongo a empezar la primera jornada completa en este lugar del mundo.