jueves, 31 de diciembre de 2020

Entregar el año 2020

Lo más probable es que en el futuro se hable del año 2020 como “el año del coronavirus”. Es verdad que han sucedido otras muchas cosas, pero la pandemia lo ha coloreado todo, al menos en Europa y en América. Hoy, último día del año, nos enteramos de que el parlamento británico ha aprobado el acuerdo posBrexit con la Unión Europea. Una alegre marea verde por las calles de Buenos Aires celebra que  Argentina haya legalizado el aborto voluntario hasta la 14 semana de embarazo. Otras muchas personas, probablemente muchas más, lamentan el paso dado. A pesar de haber empezado con buen pie el otoño, parece que mi querida Italia está gestionando mal esta segunda ola de la pandemia. Leo también que en el año que termina 20 misioneros han sido asesinados

Los resúmenes de 2020 se alternarán con las perspectivas para 2021. Cada uno de nosotros tendrá su propio adjetivo para calificar este año. Hace días, un periódico lo tildaba de “maldito”. También se han usado palabras como extraño, raro, incierto, cruel, desconcertante, agotador, interminable, triste, aciago, perdido, fatídico, inmerecido… Algunos se atreven con palabras más positivas: cuestionador, aprovechado, promisorio… Además de las palabras, hay imágenes que se han quedado guardadas en la retina. Algunas parecen universales: los camiones militares llevando ataúdes en Bérgamo (Italia), los féretros alineados en el Palacio de Hielo de Madrid, el papa Francisco caminando solo bajo la lluvia en una plaza de san Pedro vacía, la gente aplaudiendo en las ventanas, sanitarios tratando de mantener en vida a los enfermos de las UCIs.

Yo termino este año 2020 con 343 entradas publicadas en el blog, 15 menos que en 2018, pero 53 más que el año pasado. A partir de marzo, muchas (yo diría que un 90 por ciento) han tenido como trasfondo la pandemia. Me he referido a ella desde innumerables puntos de vista. He procurado hacerme eco de lo que me llegaba a través del testimonio de algunas personas afectadas, de muchas lecturas y de mi propia experiencia de confinado de lujo. Reconozco que en todo este largo tiempo nunca me ha faltado trabajo, techo, comida y compañía. En algún momento me he sentido mal por estar demasiado bien cuando sabía que muchas personas incluidas algunas de mi propia familia y de mi congregación misionera estaban sufriendo. ¡Qué difícil es gestionar estos sentimientos tan contradictorios! Los meses de marzo y abril fueron especialmente duros y desconcertantes. La celebración de la Semana Santa me ayudó a poner la clave pascual en el pentagrama de una pandemia que no hacía sino multiplicar las notas disonantes. El verano supuso una suave tregua, la posibilidad de encontrarme físicamente con algunas personas de las que había estado lejos en los primeros compases de esta “sinfonía inacabada”. El otoño y la llegada de la temida “segunda ola” han reabierto viejas heridas y, sobre todo, han añadido un nuevo ingrediente: el cansancio.

¿Qué hacer con este inmenso caudal de palabras, imágenes y sentimientos? Los creyentes sabemos cuál es la mejor respuesta: entregárselo a Dios. No hablo de acción de gracias, petición de perdón o súplica ardiente. Hablo simplemente de “entrega”. Parafraseando la oración que el sacerdote pronuncia en el momento de presentar los dones eucarísticos, podríamos decir algo parecido a esto: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este año 2020, fruto de circunstancias imprevisibles y decisiones conscientes, que recibimos de tu generosidad y ahora te entregamos. Él será para nosotros un año de gracia”. 

Es verdad que a cada uno nos toca interpretar nuestra parte en esta inmensa partitura, pero el resultado final no es la suma de nuestras interpretaciones personales, sino un plus que solo puede producir la gracia de Dios. Entregar el año 2020 no implica abdicar de nuestras responsabilidades, sino confiar en que Dios sabrá sacar partido de todo cuanto ha sucedido. El nos ayudará a ver la otra cara del tapiz cuando nosotros solo vemos un revoltijo de lanas de colores. Entregar el año a Dios nos libera del peso acumulado, nos devuelve la ligereza que necesitamos para empezar el nuevo año con humildad, gratitud y buen ánimo. El tiempo no nos pertenece. El tiempo es de Dios. 

Desde este Rincón pido perdón a los lectores que en algún momento se hayan podido sentir incomodados por algunas entradas publicadas y, sobre todo, agradezco a todos vuestro apoyo silencioso. Lo hago sirviéndome del precioso vídeo promocionado por la Fundación La Caixa y ambientado en la basílica barcelonesa de Santa María del Mar. Tanto la novela de Ildefonso Falcones La catedral del mar, como la serie televisiva inspirada en ella, me han acompañado en este año. Pero el lugar está asociado para mí a las predicaciones que allí tuvo san Antonio María Claret, de cuya muerte hemos celebrado el 150 aniversario en este año. Que él interceda por todos nosotros ante el Señor de la vida y de la historia. 



miércoles, 30 de diciembre de 2020

Arma de construcción masiva

A algún humorista −creo que a José Mota− le he oído decir que el humor es un “arma de construcción masiva”. Me gusta la expresión. Se opone al chismorreo y la maledicencia, que son auténticas “armas de destrucción masiva”. ¿Es posible cerrar este año 2020 con sentido del humor? Sería una forma excelsa de no dejarnos dominar por las malas noticias. Yo he aprovechado esta mañana del penúltimo día del año para hacer algo que nunca había hecho en los muchos años que llevo en Roma: visitar con algunos compañeros las entrañas de la enorme basílica del Corazón de María contigua a nuestra curia general. No ha sido precisamente una broma, pero nos lo hemos pasado muy bien. El paseo arquitectónico nos ha llevado algo más de una hora. Para quienes no conocen este inmenso templo, inaugurado el 7 de diciembre de 1952, les diré que la planta tiene una extensión aproximada de una hectárea, incluyendo las cuatro capillas laterales. Fue diseñado por el arquitecto italiano Armando Brasini (1879-1965) que le dio la forma de cruz griega y le añadió una elaborada fachada.

A lo largo del tiempo el proyecto sufrió numerosas variaciones, sobre todo por el alto costo de los materiales. En 1951 se terminó el tambor, que sustituyó a la gran cúpula prevista en el proyecto, pero nunca realizada. [En la foto de la derecha se ve el diseño de cómo tendría que haber quedado el templo, según el proyecto de Brasini. Compárese con la foto del párrafo anterior, que representa el estado actual]. Yo conozco muy bien el interior del templo. Cuando estoy en Roma, suelo celebrar en él la misa de los domingos. Pero nunca había visitado las innumerables galerías, terrazas y pasadizos que se esconden detrás del espacio visible. Tras el recorrido de esta mañana, he comprendido mejor por qué fue imposible concluir este proyecto de dimensiones faraónicas. Se trata verdaderamente de una “construcción masiva” con una historia compleja. Otro día hablaré del mundo que hay en el subsuelo: desde un estudio de grabación en el que Ennio Morricone grabó algunas de su famosas bandas sonoras, hasta un teatro y numerosas salas para actividades diversas.

Para llegar a la cruz que preside el tambor ha sido necesario ascender por escaleras polvorientas de hormigón, atravesar innumerables salones (alguno de los cuales lo usaban hace años los monaguillos como campo de fútbol) y, por último, trepar por una delgada escalera de caracol. Impresiona ver la ciudad de Roma desde esa altura. Para componer el cuadro, el cielo nos ha echado una mano con un conjunto bellísimo de nubes que han retrasado la descarga de lluvia hasta bien finalizado nuestro paseo. Desde el tambor y desde las diversas terrazas a distintos niveles he hecho fotos únicas. Era consciente de que no es fácil repetir la hazaña. Ver las calles adyacentes desde esa altura permite entender mejor la estructura de nuestro barrio pariolino. Se veía con claridad el cercano auditorio Parco della Musica, el Estadio Olímpico, la Farnesina y otros muchos lugares del norte de la ciudad. La panorámica era sugestiva y novedosa. Agarrado a la cruz que corona el tambor, he imaginado cómo luciría esta imponente basílica si estuviera cubierta por la gran cúpula proyectada por Brasini. Tendré que conformarme con observar la maqueta. No están los tiempos para dispendios arquitectónicos, aunque la historia da muchas vueltas. ¡Quién sabe si en un futuro vendrá una generación que acometa el proyecto!

Un paseo como el de hoy no se puede hacer sin una dosis de humor. A medida que subíamos los escalones de los diversos tramos de escalera o deambulábamos por las salas vacías, cubiertas de polvo y telarañas, recordábamos algunas anécdotas asociadas a estos lugares. Ver el interior de una iglesia tan descomunal como esta desde las alturas permite calibrar mejor el tamaño de la comunidad que allí se congrega. Se necesitan cientos de personas para tener la sensación de que hay la suficiente masa crítica. Solo en dos ocasiones he visto el templo a rebosar: el 24 de octubre de 1992, durante la vigilia que precedió a la beatificación de los mártires de Barbastro, y en un encuentro internacional organizado por el movimiento de los Focolares en una fecha que no puedo precisar. En ambas ocasiones pudieron concentrarse tres o cuatro mil personas. La nave central casi se llena en algunas festividades solemnes. Y, sin embargo, mas allá del número de fieles que acuden a esta imponente basílica, lo que cuenta es la razón que les mueve. Aquí se encuentran con la ternura del Corazón de María, representada en el mosaico que se alza en el ábside. A través de su corazón inmaculado, encuentran a Dios. No hay arma de construcción masiva más poderosa que esta.

Vista de la nave central desde una balconada interior

Vista de dos de las calles que convergen en la Piazza Euclide, delante de la basílica

Encima de la cubierta del tambor

Vista de la Curia General de los Misioneros Claretianos desde una terraza de la basílica

Seguimos en tiempo navideño. Dejemos que la música mantenga en vilo nuestro espíritu. Cada día iré ofreciendo un vídeo con un tema navideño. Hoy le toca el turno a la Hermana Glenda con el tema Nos ha nacido un niño. 



martes, 29 de diciembre de 2020

Dulce monotonía

Me llegan fotos de mi pueblo cubierto de nieve. Son estampas que me hacen feliz. Yo tengo una relación muy especial con la nieve, quizá porque la asocio a experiencias hermosas de mi infancia. En el norte de Italia también se están produciendo grandes nevadas estos días, pero a Roma solo nos llegan el viento y la lluvia. Contemplo todo a través de los cristales de mi ventana, en jornadas domésticas que se me hacen un poco pesadas. Llevamos varios días semiconfinados. La llegada de la vacuna todavía no se refleja en la flexibilización de las medidas de contención del virus. En todos los años que llevo viviendo en Roma, nunca había pasado tanto tiempo recluido en casa. Suprimidos los viajes y las actividades conectadas con ellos, dispongo de más tiempo para leer, escribir, hablar con las personas y descansar. Todas las jornadas se parecen unas a otras como dos gotas de agua. Hay gente que disfruta con esta “dulce monotonía”. Les gusta atenerse todos los días a un mismo patrón. Les da seguridad. Yo prefiero combinar la regularidad con las sorpresas, el orden con el desconcierto, el hogar con los viajes. Todavía no he llegado a esa edad en la que el ideal parece cifrarse en una butaca cómoda, una mantita sobre las piernas, el fuego encendido en la chimenea, una taza de té o de café y un buen libro en las manos o una película en el televisor.

Como suele pasar todos los años, en estos últimos días de diciembre los medios de comunicación se dedican a hacer resúmenes del año que termina y proyecciones del que está a punto de comenzar. No voy a poner enlaces a algunos artículos interesantes porque todos son de pago. Resulta odioso pinchar y que aparezca un cartelito con el mensaje: “Suscríbete para seguir leyendo”. Son ya pocos los periódicos digitales completamente gratuitos, lo cual es comprensible si tenemos en cuenta que alguien tiene que pagar a la plantilla que los elabora. Al hablar del año 2020, la pandemia colorea todo lo que hemos vivido. Se señalan las pérdidas sufridas, pero también los aprendizajes. No estamos seguros de ser ahora mejores que hace doce meses, pero sí un poco más cautos y quizás más humildes. A partir de la experiencia vivida, se apuntan las grandes tendencias para el 2021. Es probable que algunas se cumplan, pero, si algo hemos aprendido en este 2020, es que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Tenemos que aprender a “aprovechar el momento”, sin aferrarnos demasiado a lo programado.

La “dulce monotonía” de los días débiles de Navidad (o sea, los breves períodos entre las grandes fiestas) nos dan la oportunidad de pensar con calma. Podemos caer en la tentación de abusar de la comida, el sueño y el sedentarismo, pero sabemos que estos excesos pasan factura. Es mejor que la “dulce monotonía” combine momentos de paseo (expuestos al viento frío del invierno) y momentos de lectura, silencio y conversación, juegos y descanso, pequeños excesos gastronómicos y algún que otro ayuno reparador. En el caso de los creyentes, estos días débiles de Navidad son una oportunidad óptima para hacernos una vez más la eterna pregunta que daba vuelta en la cabeza de san Anselmo y que nunca acabamos de despejar: Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se ha hecho hombre?). Acostumbrados a dar por supuesta la humanidad de Dios, es probable que ya no nos sobrecoja, que no seamos capaces de admirarnos ante algo inaudito. La espiritualidad contemporánea reivindica mucho la trascendencia frente al materialismo rampante, pero se aleja de la “materialista” espiritualidad cristiana porque no puede entender que la divinidad quiera hacerse aquello que nosotros quisiéramos trascender: carne débil. Da la impresión de que caminamos en direcciones opuestas: nosotros queriendo huir del mundo material en busca de no sé qué extrañas “energías espirituales” y Dios viniendo a nuestro suelo en forma de un niño palpable. No tenemos días suficientes para dar cabida a tanto asombro.



lunes, 28 de diciembre de 2020

Los inocentes olvidados

La página Religión Digital comienza este día con una inocentada que dejará a más de un lector perplejo: Martínez Camino sustituirá a Sarah como prefecto para el Culto Divino. Es probable que a muchos lectores de este Rincón, que tal vez no saben quiénes son Martínez Camino o Sarah, la pretendida exclusiva los deje fríos. Por mi parte, no voy a castigaros con una inocentada como la de hace cuatro años. Este 2020 no está para muchas bromas, aunque el comienzo de la campaña de vacunación contra el Covid-19 en la Unión Europea parece que está levantando un poco el ánimo. Esperemos que sea como les gusta decir a políticos y periodistas− “el principio del fin”.

La Iglesia celebra hoy la fiesta de los Santos Inocentes. Como es sabido, solo el evangelista Mateo (2, 13-18) habla de este episodio. Lucas, el otro evangelista que escribe sobre la infancia de Jesús, se limita a decir que “cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret” (2,39). No menciona en absoluto la huida a Egipto o la matanza de los niños menores de dos años en Belén por orden del rey Herodes. Tampoco el historiador judío, Flavio Josefo, enemigo declarado de Herodes, hace la más mínima referencia a esa supuesta masacre. Exégetas e historiadores no saben precisar la verosimilitud de la narración de Mateo, aunque se han hecho intentos algunos muy artificiosos para hacerla compatible con otros datos probados. Lo que es evidente es que Mateo, que escribe sobre todo para cristianos provenientes del judaísmo, tiene mucho interés como mostré en la tabla de ayer− en hacer ver que Jesús es el nuevo Moisés. Como él, pues, “tiene que” venir de Egipto, sobrevivir a la matanza de sus coetáneos y hacer un verdadero éxodo de la esclavitud a la libertad. En otras palabras, Mateo, sobre la falsilla de la historia de Moisés, quiere poner en evidencia que solo Jesús es el verdadero salvador y que no hay poder ni “faraón” (en este caso Herodes) que pueda contra él.

La Iglesia ha reinterpretado este relato de muchas maneras a lo largo de la historia. Hoy se habla de la “matanza de los inocentes” como de un paradigma que nos recuerda las continuas matanzas de inocentes a manos de los poderes del mal. En muchos casos, estos inocentes reciben un verdadero bautismo de sangre, por más que no puedan confesar con sus labios a Jesús. La categoría “inocentes” se aplica hoy a muchas clases de personas: niños abortados, menores explotados y prostituidos, niños soldados, personas extorsionadas y chantajeadas por motivos diversos, etc. ¿Cómo creer que la salvación de Jesús alcanza también a estos “inocentes” que nunca obtendrán la compensación humana que necesitan? Para ellos no hay juicios válidos ni sentencias absolutorias. Parece que, desde que nacen, están condenados a ser moneda de cambio de los muchos Herodes que no tienen escrúpulos en matar con tal de conseguir sus intereses. 

La página bíblica es solo un espejo en el que vemos reflejadas las innumerables vejaciones a que son sometidos muchos niños en todo el mundo. El mensaje que el Evangelio de Mateo nos transmite es nítido: el “indefenso” niño Jesús es más fuerte que el poder del mal, igual que la luz acaba derrotando siempre a las tinieblas. Es, pues, un mensaje de confianza en la victoria final de quienes son víctimas inocentes. Alentados por esta “buena nueva”, quienes nos decimos seguidores de Jesús hacemos todo lo posible por “adelantar” esta victoria final a las dolorosas situaciones actuales. Hay muchísimos cristianos involucrados en la lucha contra la explotación infantil y en la defensa y promoción de los derechos de los niños.

Quizá en un día como hoy podemos pensar también en las “víctimas” inocentes que nosotros hemos ido dejando en las cunetas de la vida. A veces de manera consciente y muchas de forma inconsciente, hemos herido a algunas personas y no hemos tenido la oportunidad (o no hemos querido) de restañar las heridas. En ocasiones, hemos ignorado a algunos, castigándolos con el látigo de nuestra indiferencia, hemos pronunciado juicios injustos, puede que hasta hayamos calumniado sin desdecirnos… En otras palabras, es muy probable que también nosotros hayamos sido en ocasiones pequeños Herodes que han robado la inocencia de los más débiles o que han aprovechado su superioridad física, moral, intelectual o económica para humillar, denostar o preterir. Hoy, fiesta de los Santos Inocentes, más que ser un día para multiplicar inocentadas originales, es una oportunidad única para orar por todas esas personas a las que hemos herido a lo largo del camino de la vida y, si es posible, pedirles perdón y poner el bálsamo del cariño y la misericordia en las heridas no curadas. De esta manera, la liturgia se hace viva, no se reduce a una conmemoración sin consecuencias.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Cuando las dificultades unen

En la Unión Europea la vacunación contra el Covid-19 ha comenzado hoy, que celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Imagino que es una mera coincidencia, pero le encuentro alguna vinculación con las lecturas de este domingo que sigue a la Navidad. Desde niños sabemos de memoria la historia de la Sagrada Familia que se refugia en Egipto huyendo de la persecución de Herodes. Mateo, cuya narración se lee en el ciclo A,  cuenta una historia para dar una lección de teología. En realidad, no sabemos qué sucedió con José, María y el pequeño Jesús. De lo que no nos cabe ninguna duda es de lo que Mateo quería transmitir a los lectores de su Evangelio, incluyendo a nosotros que lo leemos hoy. El mensaje es muy claro: Jesús es el nuevo y definitivo Moisés que nos sacará de la esclavitud a través de un éxodo. ¿Cómo hacer comprensible este mensaje para los cristianos provenientes del judaísmo, pero también para cualquiera que desee saber quién es Jesús? Mateo echa mano de un recurso frecuente: comparar a Jesús con un personaje sobradamente conocido, Moisés. El paralelismo es claro:

 

MOISÉS

 

 

JESÚS

Para debilitar al pueblo de Israel, el faraón impartió la orden de echar al río a todos los hijos de los hebreos (cf. Ex 1,15-22).


Para eliminar a un posible competidor, Herodes hizo matar a todos los niños de Belén (cf. Mt 2,16-18).

Moisés fue el único que se salvó de la masacre del faraón (Ex 2,1-10).


Jesús fue el único que se salvó de la matanza de Herodes.

Más tarde, Moisés huyó al extranjero para evitar que lo mataran (cf. Ex 2,15).

José, María y Jesús huyen a Egipto escapando de Herodes (cf. Mt 2,14-15).

 

Finalmente, cuando murió el faraón, Dios dijo a Moisés: “Anda, vuelve a Egipto, porque han muerto todos los que intentaban matarte. Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los montó en un asno y se dirigió a Egipto” (Ex 4,19-20).

Estas mismas palabras se repiten literalmente en el evangelio de Mateo (v. 20). Para resaltar mejor el paralelismo, el evangelista renuncia hasta a la corrección del uso impropio del plural. Era uno solo –Herodes– quien quería matar a Jesús, pero Mateo mantiene la expresión usada a propósito de Moisés: “Han muerto todos los que…”.


En el relato del Éxodo se hace referencia al asno como instrumento de transporte.

En el Evangelio no se habla de que José, María y Jesús utilizaran un asno para su desplazamiento, pero la tradición popular y los pintores han introducido este elemento en la historia de la huida a Egipto, lo cual demuestra que eran conscientes del paralelismo con la historia de Moisés.


Jesús es nuestro Libertador. Esta es la “buena noticia” que resiste el paso del tiempo. Es probable que, en el contexto de la pandemia, pensemos que nuestra verdadera “salvación” va a venir de la vacuna que hoy comienza a suministrarse en la Unión Europea. ¡Ojalá sea eficaz y no tenga contraindicaciones! Pero nosotros sabemos muy bien que una vacuna nos inmuniza contra un virus, pero no nos “salva” de ese virus radical que es el pecado. Por eso, volvemos nuestros ojos a Jesús. El mensaje de los ángeles en la noche de Navidad era claro: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador”. Él es nuestra verdadera vacuna contra el mal. 

Este año leemos el ciclo B. El Evangelio de hoy nos cuenta el conocido pasaje en el que Lucas narra la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén (Lc 2,22-40). El mensaje es también claro. Lucas pone en labios del viejo Simeón un mensaje parecido al que los ángeles dirigieron a los pastores: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Jesús es el verdadero Salvador, la luz que alumbra a todos los seres humanos. La salvación pasará a través de la muerte: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.» María y José quedan incorporados a la misión de su hijo Jesús, como una verdadera familia que realiza la voluntad de Dios en medio de las pruebas de la vida. 

¿Por qué la Iglesia ha colocado en el domingo que sigue a la Navidad la fiesta de la Sagrada Familia? Creo que porque quiere mostrar que la salvación no nos viene a través de un Jesús solitario, como si fuera una especie de Superman que no necesita de nadie, sino de un Jesús humano que forma parte de una familia junto con María y José. Esa ha sido su escuela de humanidad. Los Evangelios apenas nos dicen nada acerca de esta vida familiar, pero podemos intuirla a partir de los frutos que produjo. En el relato de Mateo, además del paralelismo evidente con la historia de Moisés, se pone de relieve que, a diferencia de lo que a veces sucede con otras familias, las dificultades (persecución, huida, etc.) hacen que la familia de Nazaret se una más, aprenda a ser una comunidad peregrina. En el relato de Lucas que leemos este año se subraya la libertad de Jesús frente a una familia que puede poner obstáculos a su misión. En ambos casos, la familia de Jesús no se ajusta a los cánones de una familia nuclear moderna. En cierto sentido, es una familia que rompe moldes, que nos deja descolocados, que nos proyecta más allá de cualquier modelo.

Todos los años sentimos la llamada a iluminar nuestras realidades familiares de hoy desde el modelo de la familia de Jesús, María y José. Pero no debemos hacer trasvases culturales. Una familia judía del primer tercio del siglo I tiene muy poco que ver con una familia moderna de cualquiera de nuestros pueblos o ciudades. Lo que importa es percibir el espíritu de amor y libertad que caracteriza toda experiencia familiar auténtica. Lo que constituye de verdad a una familia es la decisión conjunta de hacer la voluntad de Dios, por encima de cualquier obstáculo o dificultad. Este es el punto de unión de Jesús, José y María. Cada uno tuvo que renunciar a sus planes personales para ponerse al servicio de la misión recibida. 

Ayer, ojeando la edición digital del Corriere della Sera, me llamó la atención una noticia que se suele repetir todos los años en este tiempo de Navidad. Un anciano italiano llamó a los carabinieri para que vinieran a su casa y brindaran con él. Literalmente les dijo por teléfono: «Non mi manca niente, mi manca solo una persona fisica con cui scambiare gli auguri di Natale. Ho 94 anni e sono depresso» (No me falta nada, me falta solo una persona física con la que intercambiar la felicitación de Navidad. Tengo 94 años y estoy deprimido). Los carabinieri se desplazaron hasta su domicilio y brindaron con el anciano solitario. En el periódico de hoy leo que algo semejante hizo una anciana. ¿No es esta una forma de mantener vivo el espíritu familiar en este tiempo tan complejo?

Os dejo con un precioso regalo en esta fiesta de la familia: el gran Andrea Boccelli cantando el Hallelujah de Leonard Cohen con su hija Virginia en el teatro de Parma el pasado 13 de diciembre.



sábado, 26 de diciembre de 2020

Pronto llegó la guerra

Hoy, durante el desayuno, la conversación ha girado en torno al verdadero significado del Boxing Day (fiesta tradicional en el Reino Unido) y a las razones por las cuales hoy se celebra la fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia cristiana. Respecto de la primera cuestión, hay varias teorías. Dejemos que los británicos escojan la más convincente. Mientras, no estaría mal escuchar el mensaje de Navidad que la Reina Isabel II dirigió ayer a sus conciudadanos, aunque en el Reino Unido creo que siguen hablando de súbditos (“subjects”) de Su Graciosa Majestad. En menos de un día supera ya  el medio millón de visualizaciones en YouTube. Pocos minutos fueron suficientes para hablar del sentido cristiano de la Navidad (presentó a Jesús como “light of the world”, luz del mundo) en estos tiempos de oscuridad. Al mismo tiempo, la anciana reina reconoció la presencia de otras religiones en el Reino Unido. Animó a todos a contribuir desde sus respectivas creencias al bien común. Tenemos que aprender mucho acerca de cómo combinar en las sociedades pluralistas la identidad histórica con la apertura a lo diferente. En otros países todavía no sabemos bien cómo hacerlo. Se nos va el tiempo en batallas inútiles y desgastantes. ¡Paciencia!

Me interesa más detenerme en la segunda cuestión, la que se refiere a san Esteban. Hace cuatro años cité, en un día como hoy, la homilía que el arzobispo de Canterbury, santo Tomás Becket, pronuncia el día de Navidad en la famosa obra Asesinato en la catedral, de Thomas S. Eliot. De ella traduzco el párrafo que se refiere al hecho de que la liturgia de la Iglesia empareje el día de Navidad (25 de diciembre) y el martirio de san Esteban (26 de diciembre), en una especie de provocativo anacronismo:

“Considerad también una cosa que probablemente nunca habéis pensado. No sólo celebramos en la fiesta de Navidad el nacimiento y la muerte de nuestro Señor, sino que al día siguiente celebramos el martirio de su primer mártir, el bendito Esteban. ¿Creéis que es un accidente que la fiesta del primer mártir siga inmediatamente a la fiesta del nacimiento de Cristo? De ninguna manera. Así como nos regocijamos y lloramos a la vez, en el Nacimiento y la Pasión de Nuestro Señor, también, en una figura más pequeña, nos regocijamos y lloramos en la muerte de los mártires. Lloramos por los pecados del mundo que los ha martirizado; nos alegramos de que otra alma sea contada entre los santos del cielo, para gloria de Dios y salvación de los hombres”.

Es una manera de decir que la vida humana, desde el primer momento está llena de contrastes. En el “rosario de la vida” no solo hay misterios gozosos. Hay también misterios luminosos, dolorosos y gloriosos. Ayer celebrábamos el gozo del nacimiento de Jesús y, con él, de todo nacimiento. Hoy celebramos la muerte del primer testigo. En realidad, sería mejor decir del “segundo” porque el primero que rubricó el Evangelio con su sangre fue Jesús mismo. Este realismo cristiano libera la Navidad de cualquier interpretación dulzona. La alegría no solo se da en los momentos de gozo, sino también en la prueba, la persecución y la muerte. El que nace en Belén es el mismo que muere en el Calvario. Por eso, la fe cristiana puede iluminar todo el arco de la vida humana. No deja fuera nada. A Dios lo encontramos en el gozo y en el dolor, en la paz y en la guerra, en la soledad del corazón y en el encuentro con los demás, en la naturaleza y en los sacramentos, en las preguntas y en las respuestas. Me dan miedo las personas que viven en un permanente tono optimista porque muy probablemente no se hacen cargo del dolor del mundo, pasan como gato sobre ascuas sobre las experiencias de sufrimiento que todos los seres humanos experimentamos en algún momento de nuestra vida.

No sé cómo ha sido vuestra Navidad este año. Imagino que las reuniones familiares se habrán restringido. Espero que, a pesar de las medidas impuestas en muchos países, hayáis tenido la oportunidad de participar en la Eucaristía y tal vez de tener un momento de oración frente al nacimiento. Imagino también que, como me ha sucedido a mí, hayáis dedicado mucho tiempo a comunicaros por teléfono con los familiares y amigos ausentes. ¿Qué sentimientos os acompañan en este sábado? ¿Experimentamos la “resaca” que sigue a todo exceso o, más bien, una alegría suave como fruto de los diversos encuentros vividos? La fiesta de san Esteban nos recuerda que “pronto llegó la guerra”, que a toda consolación le sigue una desolación y que la alegría está siempre amenazada por la tristeza, pero eso no significa que debamos perder la esperanza. 

Al contrario, nuestra alegría es siempre una tristeza superada; la fe es una duda vencida; el amor es un odio perforado; la esperanza es un amanecer que ha superado la noche del escepticismo. La sabiduría de la liturgia de la Iglesia nos ayuda a sumergirnos en el realismo de la vida humana sin perder nunca de vista el horizonte. No todo es perfecto en nuestro camino diario, pero sabemos bien a dónde vamos. Esta certeza nos basta para vivir una jornada más. Creo que nos hará bien leer con calma el mensaje de Navidad que ayer nos dirigió el papa Francisco. 



viernes, 25 de diciembre de 2020

Vino a los suyos

La ciudad de Roma está en silencio completo. Desde ayer, toda Italia ha sido declarada “zona rossa”, lo que equivale a una especie de confinamiento general. Tras los excesos de la pasada noche, el día de Navidad ha comenzado en calma. Se diría que todavía se oyen los ecos del mensaje angélico: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Este año no he escrito una “carta de Navidad” como algunos años pasados: desde Madrid (2016), o desde Roma (2017). Me limito a teclear algunas palabras que no rompan esta atmósfera contemplativa que se respira en una mañana como esta. En Roma la temperatura es suave. El cielo está nublado. Es probable que, de un momento a otro, comience a llover. En Vinuesa, mi pueblo natal, está ya nevando, así que este año tendrán una Blanca Navidad

Yo me dispongo para celebrar la misa de Navidad con la comunidad parroquial del Corazón de María de Parioli. Me sorprendió anoche la alta participación en la Misa de Medianoche que, por razones sanitarias, tuvimos que celebrar a las 18,30. Es como si, en este año aciago, todos hubiéramos sentido la necesidad de acercarnos a la iglesia para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios y convencernos de que Él sigue estando con nosotros, compartiendo la incertidumbre y alentando la esperanza.

No sé cuántos mensajes he enviado y recibido entre ayer y hoy. Las personas necesitamos escucharnos, decirnos que estamos ahí, tomar conciencia de que seguimos vivos. Admiro la enorme creatividad que se despliega estos días, una avalancha de belleza y buenos sentimientos. Nos atrevemos a decir lo que en otros momentos del año callamos. No tenemos empacho en escribir que amamos a las personas, que les deseamos lo mejor para estos días y para el año 2021. Somos conscientes de que podemos ser esclavos de los tópicos, pero dentro de nosotros estamos convencidos de que algo queda. Las palabras no son inocuas. Tienen un carácter performativo: realizan lo que proclaman. Cuando yo le deseo paz y alegría a alguien, estoy contribuyendo a que la paz y la alegría le alcancen. No es lo mismo dar por supuesto que queremos a alguien que atrevernos a confesarlo. 

Toda “declaración de amor”, en el más amplio sentido de la palabra, recrea a las personas en su identidad. Lo que celebramos estos días es que Dios, en el pequeño niño de Belén, nos ha dicho “te quiero”. Dondequiera que estemos y cualesquiera sean las circunstancias en que nos encontramos, Dios ha decidido salir a nuestro encuentro. No somos seres insignificantes. Le importamos. Cada mensaje que nosotros enviamos y cada llamada que hacemos reproduce esta lógica divina. Es como decirle a alguien: “Tú me importas, no eres un extraño para mí”. Por eso, no es igual llamar que no hacerlo, escribir que dar por supuestos nuestros sentimientos, aunque nunca los expresemos.

Las lecturas bíblicas de esta solemnidad de la Natividad del Señor son muy densas. Por lo general, ahítos de encuentros y celebraciones, no disponemos de mucho tiempo para meditarlas con calma. Quizá este año, marcado por la sobriedad y una cierta distancia, podamos prestarles más atención. Las de la Misa de Medianoche tienen un carácter más narrativo. Aunque están cargadas de símbolos teológicos, ponen el acento en contarnos “lo que pasó”. Las de la Misa del Día pretenden explicarnos “por qué pasó”; es decir, el significado profundo de la encarnación del Verbo de Dios. El prólogo del Evangelio de Juan es de una hondura y belleza insuperables. Podemos darle vueltas sin acabar de circundarlo. Espigo algunas frases que pueden acompañarnos a lo largo de esta jornada navideña:

“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. ¿Qué es la vida? ¿Cómo vivir más y mejor? Son preguntas que nos rondan siempre. No demos demasiadas vueltas. La respuesta es contundente: “En él estaba la vida”. La única pregunta que merece la pena es: ¿Estoy dispuesto a aceptarlo?

“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Por desgracia, la cercanía de Dios no siempre encuentra acogida entre nosotros. La historia humana es la historia de un rechazo. No somos extraños. Somos de “los suyos”, pero hemos preferido la tiniebla a la luz. Resulta duro aceptar este juicio en un día como hoy. Por desgracia, la crónica de cada día confirma que somos “los asesinos de Dios” cada vez que no negamos a darle cabida en nuestras vidas.

“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios no se hizo pensamiento, melodía o fórmula matemática. Se hizo carne, debilidad, naturaleza humana. Era la única forma de ser uno de los nuestros, no un fantasma o un extraterrestre. Así lo vemos mejor, pero también lo rechazamos con menos empacho. Al fin, no es más que uno de tantos.

“La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. Los caminos que vienen y llevan a Dios son infinitos, pero hay uno que es la “via sacra”, la autopista de la gracia y la verdad. Es Jesús. Podemos recorrerlo o ignorarlo. La señal es clara.

A todos los amigos y lectores de este Rincón de Gundisalvus,
en este año de la pandemia,

FELIZ NAVIDAD



jueves, 24 de diciembre de 2020

Dame una buena noticia

Saturados de malas noticias a lo largo de este año 2020, anhelamos que alguien de confianza nos anuncie un “evangelio”; es decir, una “buena noticia”, que eso es lo que significa la palabra griega “evangelio”. Para muchos, la “buena noticia” es la vacuna que, a partir del próximo domingo 27, comenzará a inyectarse simultáneamente en todos los países de la Unión Europea. Para otros, el premio conseguido en la reciente lotería española. Quizá algunos han recibido el alta médica en estos días previo a la Navidad o han conseguido un billete para viajar a su lugar de origen. Muchas “buenas noticias” vienen a través del teléfono y de las redes sociales. Los familiares y amigos prodigan en estos días las videoconferencias. Son formas modernas de “visitación” y, por tanto, portadoras también de buenas nuevas. Pero tenemos que ser conscientes de que no hay frustración mayor que una falsa “buena noticia”. A veces, con la buena intención de hacer más soportable la vida de las personas que sufren, inventamos noticias sin fundamento. Suelen ser la antesala de un hundimiento mayor. Solo es “buena noticia” la que se basa en la verdad. Y si es cierto que verdad, bondad y belleza caminan juntas, toda buena noticia es siempre verdadera, buena y bella.

Si hay alguna noticia que merece estos tres calificativos, esta es, sin duda, la noticia de que “la Palabra se ha hecho carne” (Jn 1,14). O de manera más narrativa: “El ángel les dijo: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). No podemos imaginar una buena noticia mejor. Cuando hoy en la Misa de medianoche (que en muchos países se adelanta a las últimas horas de la tarde debido a las restricciones sanitarias) se proclame este Evangelio, entenderemos por qué el nacimiento de Jesús es una gran alegría para todo el pueblo. Si como decía Rabindranath Tagore es verdad que “cada niño al nacer nos trae el mensaje de que Dios no ha perdido aún la esperanza en los seres humanos”, es todavía más verdad cuando el Niño que nace es su propio Hijo. No solo Dios no ha perdido la esperanza en nosotros, en el mundo, sino que cada Navidad la reforzamos. Como hemos meditado muchas veces, la liturgia no es un mero recordatorio de un hecho histórico, por significativo que sea, sino su actualización en nuestra vida y en la del mundo. Esto quiere decir que Jesús sigue naciendo hoy, se hace presente en las encrucijadas de nuestra existencia. ¿Cómo no vivirlo así en este año de la pandemia en el que la esperanza se ha puesto a prueba?

En la misa de esta noche el profeta Isaías nos anunciará que “el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz” (Is 9,1). El apóstol Pablo, en su carta a Tito, nos recordará que “la gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado” (Tit 2,11). El evangelio de Lucas explicitará el motivo de esa nueva luz y de esa gracia: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,11). ¿Necesitamos algo más para no hundirnos en la desesperación? Dios no nos promete que, a partir de ahora, las cosas van a ser fáciles o que todo nos saldrá bien en la vida. Nos dice que, en las duras y en las maduras, de día y de noche, contamos con un Salvador, que no andemos demasiado preocupados por nuestro futuro porque está en sus manos. Esta “buena noticia” no genera falta de responsabilidad, sino una profunda paz y una esperanza dinámica. Dios no se ha olvidado de nosotros, no permanece indiferente ante nuestras necesidades. 

Cuando este anuncio se hace carne de nuestra carne, estamos en condiciones de compartirlo con otras personas que caminan en las tinieblas o sienten que la vida no merece la pena. Parece que la pandemia ha incrementado el riesgo de padecer algunas enfermedades mentales. Sin llegar a extremos patológicos, casi todas las personas con las que hablo estos días acusan cansancio, ansiedad, apatía y tristeza. Creo que para afrontar estos síntomas hay que sanar la raíz. Esto no se logra a base de cenas familiares (por más que sean deseables), música ruidosa o infinitas videollamadas. Se logra cuando dejamos que, en el fondo de nuestro corazón, el ángel de Dios nos anuncie la misma “buena noticia” que a los pastores: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Dejemos que cada una de estas palabras repare el disco duro de la confianza, demasiado castigado este año por una constelación de virus dañinos.



miércoles, 23 de diciembre de 2020

Irregulares, marginados y excluidos

Las imágenes tópicas de las fiestas navideñas pintan a familias nucleares o extendidas reunidas en torno a una mesa bien abastecida. En un ángulo del salón no puede faltar el árbol decorado. Para seguir con el tópico, deben figurar también una chimenea con el fuego encendido, cajas de regalos envueltas en papeles vistosos, velas de diversos tamaños y adornos varios en paredes y puertas. La publicidad juega con este imaginario hasta el punto de hacernos creer que eso es la Navidad. Todo parece destilar belleza, amor, vida familiar, calor entrañable y buen rollo. Para completar el cuadro, habría que añadir una sencilla banda sonora hecha a base de villancicos famosos: Noche de Paz, Jingle bells, Adeste fideles, El pequeño tamborilero, Joy to the World, Campana sobre campana y hasta El burrito sabanero y Pero mira cómo beben los peces en el río. 

Pero, en realidad, la vida no es así. Millones de personas padecen situaciones que no se parecen en nada a la tópica postal navideña o a los reportajes que publican las revistas del corazón cuando hablan de la Navidad de los famosos. Se trata de personas que viven durante todo el año situaciones de irregularidad, marginación o exclusión. Cuando llegan estas fechas, quizás por contraste con el regocijo general, se acentúan sus sentimientos de soledad, frustración y tristeza. Y probablemente aún más en este año de la pandemia. 

La geografía de las periferias humanas es muy variada. Hay personas que viven en situaciones calificadas de “irregulares” por las normas de la sociedad y en ocasiones por el Código de Derecho Canónico de la Iglesia. Pienso, por ejemplo, en cristianos que se han divorciado y han contraído un nuevo matrimonio civil, excluidos de la comunión, en multitud de parejas que conviven maritalmente sin haber contraído matrimonio (ni civil ni canónico), en personas homosexuales que se sienten despreciadas o acosadas y viven relaciones clandestinas, en sacerdotes que han abandonado el ministerio sin haber pedido el debido permiso de pérdida del estado clerical, en religiosos que han incumplido sus votos o han huido de sus institutos, en personas que están fuera de la regla y que, por diversas razones, no quieren o no pueden regularizar su situación. 

La falta de papeles (o de una vida en regla) afecta también a muchos inmigrantes, refugiados y desplazados “indocumentados” (que no ilegales) que tienen que vivir de manera casi clandestina y, al carecer de documentos, son esclavizados por mafias y dadores de trabajo sin escrúpulos (mejor sería llamarlos explotadores). 

Y está luego la amplísima geografía de las personas que se quedan al margen o que son excluidas de los circuitos sociales porque no tienen trabajo, padecen alguna discapacidad física o psíquica, están encarcelados, son enfermos crónicos, se han sumergido en el mundo de la droga o la prostitución, sobreviven con empleos precarios o mendigando, son víctimas de extorsiones y chantajes o tienen alguna característica (étnica, religiosa, sexual, tribal, etc.) que las hace indeseables en el contexto en el que viven. El mundo de la marginación y de la exclusión es tan amplio y tan variado que resulta inconmensurable. ¿Qué Navidad imaginan quienes viven en situaciones así?

Cuando buscamos luz en la Palabra de Dios, caemos en la cuenta de que la primera Navidad no se pareció en nada a la que presentan las revistas del corazón y que la publicidad ha convertido en icónica. José y María formaban una pareja joven que se parecía mucho a la de algunos desplazados o emigrantes contemporáneos. No recibieron a su hijo en óptimas condiciones sanitarias y familiares. Las visitas que recibieron no fueron de las autoridades locales o de las personas pudientes. Según el relato de Lucas, quienes se acercaron a la gruta fueron algunos pastores; es decir, gente de mala reputación, con fama de ladrones y descreídos. A ellos, y no a los sacerdotes del templo o a los letrados, les llegó el anuncio de los ángeles. Es evidente que cuando Lucas se sirve de estos símbolos pretende subrayar un mensaje poderoso: Dios quiere manifestar su gracia a quienes viven una vida des-graciada. Jesús lo diría más tarde de otra manera: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt 9,12-13). Pablo lo expresará en términos teológicos: “En efecto, cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,6-8).

La Navidad es una buena noticia porque Dios no viene a premiar a los buenos, a colgar una medalla en el pecho de quienes ya parecen felices con su estilo de vida en regla y su cuenta corriente holgada. Dios viene para hacerles ver a los irregulares, marginados y excluidos que “no están dejados de la mano de Dios”, que el Padre ha tomado partido por ellos y que, con la fuerza de su amor, pueden hacer frente a las adversidades de la vida. No hay Navidad más auténtica que la que pone en práctica esta iniciativa de Dios.



martes, 22 de diciembre de 2020

Una Navidad distinta

Los acontecimientos se atropellan. Ayer, comienzo del invierno en el hemisferio norte y del verano en el hemisferio sur, se produjo la conjunción de los planetas Júpiter y Saturno. Algunos amigos de este Rincón también nos conjuntamos para felicitarnos la Navidad. Fue un grupo más reducido que en el Encuentro de Adviento. Los muchos compromisos de estos días y el horario (que tiene que ajustarse a las posibilidades de Europa y América) no facilitó la participación. De todos modos, quienes nos reunimos en esa plaza virtual llamada Zoom, pudimos compartir cómo nos estamos preparando para la Navidad. Aprovechamos también la ocasión para desearnos mutuamente unos días serenos y alegres. Confieso que me sorprendió mucho la madurez mostrada por todos. No perdimos el tiempo en lamentarnos por todo lo sufrido en este extraño 2020. Es como si sospecháramos que, detrás de toda prueba, hay mucha gracia. 

Todos insistieron en que debemos aceptar con serenidad la situación y tratar de sacarle el máximo provecho posible. ¿Que no podemos desplazarnos de una ciudad a otra? ¡Aprovechemos para descubrir la alegría de estar en nuestro hogar! ¿Que tenemos que renunciar a las grandes celebraciones? ¡Alegrémonos de no perder tanto tiempo en compras y otros menesteres y aprovechemos la oportunidad para ahondar en el misterio que celebramos! ¿Que estaremos físicamente distantes de muchos de nuestros parientes y amigos? ¡Sintamos la comunión profunda que crea la fe, oremos por ellos y ensayemos nuevas formas de comunicación digital! ¿Que hay mucha gente que lo va a pasar muy mal a causa de la enfermedad, la soledad, la penuria económica u otras razones? ¡No hagamos de nuestro hogar un refugio cálido, imaginemos mil formas de solidaridad!

La mayoría de los participantes en la reunión de ayer pertenecían a la “tercera edad”. Se confirmó lo que escribí en la entrada del día. Son los niños y los mayores quienes mejor captan el espíritu de Navidad porque no se pierden en aspectos secundarios, van a lo esencial.  Los primeros porque su inocencia los abre espontáneamente al misterio de Dios. Los segundos porque la vida les ha enseñado a ir distinguiendo lo importante de lo secundario. Me reafirmo en que, sin niños y sin mayores, la Navidad se difumina. Aunque suene un poco provocativo, yo diría que la Navidad no está hecha para los jóvenes y los adultos. Por eso, un genio como Miguel de Unamuno llegó a escribir unos versos que cada año cobran fuerza en estas fechas:

Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar. 

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.

Pocos adultos creen que vivir es soñar. Los verbos que conjugamos los adultos son trabajar, producir, comprometernos, planificar, divertirnos, etc. Pocas veces incluimos en la lista el verbo “soñar”. Nos parece evasivo. Solo las personas sabias y humildes se atreven a conjugarlo porque intuyen su profundidad. Durante los próximos días, la liturgia cristiana nos va a hablar de distintos sueños. Es uno de los caminos que Dios elige para comunicarnos su gracia.

De las intervenciones de ayer, hubo una que me llamó la atención. En medio de las noticias negativas de estos meses, tenemos que estar contentos y sanamente orgullosos porque varios equipos científicos han conseguido fabricar vacunas contra el Covid-19 en un tiempo récord, que acorta llamativamente el que se suele necesitar para producir otras vacunas. Es indudable que esta velocidad tiene sus riesgos, pero demuestra que cuando los seres humanos trabajamos conjuntamente por un noble objetivo, somos capaces de lograrlo. ¡Qué hermoso sería que hubiera un interés tan grande por luchar contra las otras pandemias que asolan a la humanidad!

Como me consta que algunos lectores de este Rincón son algo reticentes a vacunarse, a veces incluso por motivos éticos y no solamente clínicos, creo que es bueno leer la nota que ayer mismo publicó la Santa Sede y que lleva por título Nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra la Covid-19. Es una referencia importante para nuestro discernimiento personal. 

No sé si, mientras tecleo con un poco de retraso la entrada de hoy, a alguno de los lectores les habrá tocado la lotería de España. Si es así, muchas felicidades. Si no, repitamos lo que cada año nos decimos unos a otros: “Lo importante es tener salud”. Pues eso.