sábado, 19 de diciembre de 2020

La Navidad de un ateo

¿Puede un ateo ayudarnos a comprender el misterio de la Navidad? El centenario teólogo francés René Laurentin (1917-2017) creía que sí cuando hace años confesó: “Sartre, ateo deliberado, me ha hecho ver mejor que nadie, si exceptúo los Evangelios, el misterio de la Navidad. Por esa razón le guardo un inmenso reconocimiento”. Se estaba refiriendo naturalmente a Jean Paul Sartre (1905-1980), padre del existencialismo francés y figura clave en las protestas de mayo del 68 en Francia. Acostumbrados a verlo como uno de los ateos más famosos del siglo XX, cuesta imaginar que también él se sintiera atraído por la belleza irresistible de la Navidad, más allá de su versión comercial. 

Todo se remonta a la Navidad de 1940. Por aquel entonces, Jean Paul Sartre, oficial del ejército francés, se encontraba recluido en un campo de concentración nazi. Allí entabló amistad con algunos sacerdotes que también estaban condenados. Es muy probable que de esa relación y de las conversaciones que mantuvieron sobre el Diario de un cura rural de George Bernanos surgiera la idea de escribir un auto de Navidad. Sartre se puso manos a la obra. Conviene añadir que, por entonces, su ateísmo era ya conocido. Había publicado La náusea un par de años antes. Pero en aquella Navidad de 1940, deseoso tal vez de ofrecer un poco de esperanza a sus compañeros presos, escribió su primera obra teatral, titulada Barioná, el hijo del trueno. Recibió los elogios del clero y conmovió hasta a los reclusos que la interpretaron. Se trata de una pieza de teatro en siete actos que no parece escrita por un ateo, sino por alguien tocado por la gracia de Dios.

Ese año de 1940, los sacerdotes del campo de concentración obtuvieran permiso para celebrar la fiesta de Nochebuena y la Misa del Gallo. La obra de Sartre fue representada ante más de 12.000 soldados prisioneros. El propio autor interpretó el papel del Rey Baltasar. A través de Barioná (el hijo de Jonás), protagonista de la obra, nos explica con encantadora sencillez cómo en la noche del 24 de diciembre se abrió un boquete de esperanza en un mundo oscuro. Sartre se sirve de la figura del protagonista para explicar el proceso de transformación que siente quien conoce la buena nueva que trae ese niño pequeño e indefenso al que todos adoran. No se limita a narrar los hechos, sino que busca profundizar en su significado existencial.

Cuando al cabo de unos meses Sartre consiguió escapar del campo de concentración, renegó de la obra. No autorizó su publicación hasta 1962, pero exigiendo que se añadiera una nota en la que se explicase que él nunca se había considerado cristiano. ¿Por qué la escribió entonces? Es difícil adivinar las verdaderas intenciones, pero probablemente tienen que ver con la atracción que el misterio de Navidad ejerce sobre los seres humanos (incluso sobre aquellos que no creen en un Dios encarnado) y con la necesidad de insuflar un poco de esperanza en la población reclusa. En cualquier caso, Sartre guardaba buen recuerdo de la experiencia de haber concebido, montado y representado esta obra teatral. De hecho, en una de sus cartas a Simone de Beauvoir, escribe: “Seguramente tengo talento como autor dramático: he escrito una escena del ángel que anuncia a los pastores el nacimiento de Cristo que ha dejado a todos sin respiración”.


Creo que puede interesarnos leer un fragmento de esa obra. Un guía ciego está explicando la escena del nacimiento de Jesús con estas palabras:

“La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí y de su condición humana delante de su hijo.

Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe y que respira, un Dios al que puede tocar; y que sonríe. Es en uno de esos momentos cuando pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña y suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe”.


1 comentario:

  1. Desconocía esta faceta del autor de:"Bariona.El hijo del trueno". Este tramo de su biografía es una constatación del poder de seducción que tiene el Misterio de la Navidad,incluso en una personalidad de la trayectoria filosófica y revolucionaria como es la de Jean Paul Sartre. Gracias.

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