martes, 31 de julio de 2018

La batalla interior

Escribo desde un rincón del País Vasco llamado Atalaia Claret. Hasta el domingo acompañaré a un grupo de claretianos españoles en su retiro anual. El lugar es tranquilo, las instalaciones son modernas y funcionales, la temperatura es agradable. Todo invita al sosiego. Es verdad que el entorno nos condiciona, pero, al final, la batalla de la vida se juega siempre en nuestro interior. Quizás esta terminología bélica no sea muy del agrado de las nuevas generaciones pacifistas, pero conecta con el espíritu combativo de san Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos precisamente hoy. Su lugar natal –Loyola– dista apenas 57 kilómetros del lugar en el que me encuentro, así que me es más fácil imaginar su entorno. No olvido que, además de ser el fundador de la Compañía de Jesús –todavía la orden más numerosa de la Iglesia católica–, Ignacio de Loyola es el patrón de Guipúzcoa y de Vizcaya. Muchos varones llevan el nombre de Ignacio o Iñaki. Muchas instituciones se amparan bajo su protección.

Hoy, sin embargo, no quiero fijarme en él desde esta perspectiva. Quiero resaltar su gran aportación psicológica y espiritual para entender el combate de la vida, la batalla interior que se libra en cada uno de nosotros entre el “ángel bueno” y el “ángel malo”. O, por decirlo, en términos paulinos: entre el “espíritu” (pneuma) y la “carne” (sarx). Soy consciente de que tanto unos términos como otros están muy lejos de nuestro modo de hablar. Hasta pueden resultar anacrónicos y desagradables. Sin embargo, expresan muy bien la tensión que caracteriza la vida humana. No solo la del hombre medieval o renacentista, sino también la de los habitantes del siglo XXI. En realidad, esta tensión se parece mucho a la lucha entre los dos lobos que –según la leyenda cherokee– se libra en cada uno de nosotros. ¿Quién no ha experimentado en su vida impulsos a hacer el bien, a ser generoso con los demás, a usar palabras amables, a sacrificarse? En todo ser humano hay semillas de verdad, bondad y belleza porque todos estamos hechos “a imagen de Dios”. Pero los mismos que experimentamos impulsos positivos sentimos también una inexplicable tendencia hacia el mal. A veces nos comportamos como personas mentirosas, egoístas, irascibles y obscenas. No sabemos de dónde proviene esta tendencia al mal. San Pablo resumió su experiencia así: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Rm 7,19).

San Ignacio de Loyola nos ofrece algunas reglas de discernimiento que se basan en nuestras experiencias de consolación y desolación. No es fácil decir en pocas palabras en qué consiste cada una de ellas. A Ignacio de Loyola le resultaba más fácil describir la desolación que la consolación. De la primera describe bien sus efectos: “El enemigo nos hace desviar de lo que hemos comenzado, trata de tirarnos abajo en el ánimo, en nosotros hay tibieza sin saber por qué estamos de este modo, no podemos rezar con devoción ni hablar ni oír cosa de Dios con gusto interior. Sentimos como si todos fuéramos olvidados de Dios, venimos a pensar que en todo estamos lejos de Dios, lo hecho y lo que querríamos hacer nada tiene sentido, todo es como si cayera en el vacío, nos trae a desconfiar de todo”. Hoy quizás hablaríamos de depresión. 

De la consolación apenas dice nada. Es la alegría que nos inunda sin que descubramos una causa concreta. Es el contentamiento que produce el vivir en Dios y para Dios. Recomienda dos cosas a los que la experimentan: que estén atentos para que cuando venga el tiempo de la desolación los encuentre bien preparados, y que en el momento de la consolación no tomen decisiones que sean de una excesiva generosidad. Aunque Ignacio no parezca un santo contemporáneo, sus advertencias pueden ayudarnos a plantear de otro modo lo que estamos viviendo. Sigue siendo un santo actual.


lunes, 30 de julio de 2018

El laboratorio de las vacaciones

En el hemisferio norte es tiempo de vacaciones. Roma está llena de turistas armados de chancletas, bermudas, gorras y botellitas de agua que rellenan en las muchas fuentes dispersas por la ciudad. En Madrid, desde donde escribo estas líneas, no abundan tanto, pero también se ven hordas de japoneses siguiendo al guía que enarbola una banderita para que nadie se descarríe. Imagino que las playas del Mediterráneo estarán atestadas de bañistas en una semana en la que los meteorólogos han pronosticado que el termómetro puede subir hasta los 40 grados. Casi todo el mundo suspira por las vacaciones. El casi significa que hay un buen número de personas que ni siquiera se puede plantear la cuestión porque sus condiciones económicas o de salud no les permiten salir de casa. Hay una cierta ansiedad cuando llegan estas fechas. Se disparan los deseos y se temen las frustraciones. Muchos quieren que lleguen las vacaciones, pero no están seguros de si van a estar a la altura de sus sueños. En realidad, las vacaciones ponen a prueba más cosas de lo que a simple vista parece. Son un verdadero “laboratorio de humanidad”. 

Durante las vacaciones establecemos una nueva relación con nuestro cuerpo. Lo sometemos a un ritmo distinto del habitual. Algunos optan por una vida sedentaria para compensar la aceleración del resto del año. Saltan de la cama a la butaca y de la butaca a la tumbona de playa sin solución de continuidad. Su deseo es moverse lo menos posible. Otros, por el contrario, no paran. Practican deportes (desde el plácido senderismo hasta algunos de alto riesgo), sudan, nadan en el mar y en la piscina, comen en exceso, beben alcohol, bailan, se exponen al sol y al viento… El cuerpo responde a veces con docilidad y hasta con agradecimiento, pero otras se rebela en forma de jaquecas, fiebre, congestiones, cansancio, etc. Cada uno aprende hasta dónde puede llegar. Los hay obsesionados por exhibir un cuerpo 10 y se pasan todo el día haciendo cuantos ejercicios leen en las revistas especializadas. Su disfrute consiste en “machacar” su cuerpo para que luzca escultural o atractivo. No saben cómo establecer con él una relación de aceptación y complicidad. Otros parecen gimnastas o depredadores sexuales, a la caza y captura de cuantas experiencias puedan acumular en este terreno, aunque sea de manera poco transparente. Mientras tanto, el cuerpo padece, disfruta, calla, observa... y pasa factura en el momento oportuno.

Quizás donde se percibe con más claridad hasta qué punto las vacaciones son un laboratorio es en el terreno de las relaciones personales. Hay parejas y familias que durante estas fechas pasan más tiempo juntos. En el mejor de los casos aprovechan esta oportunidad para conocerse más, conversar con calma, explorar nuevos terrenos afectivos y disfrutar del cariño y de la amistad. Es también un tiempo de ejercicios de seducción y de “amores de verano”. La literatura ha explorado y explotado hasta la saciedad este ángulo sugestivo. Pero hay también personas que en vacaciones sacan su lado más oscuro y arisco. Se producen recelos, enfrentamientos y hasta abiertas discusiones. He conocido casos de familias que han dejado de hablarse después de haber compartido las vacaciones. La excesiva cercanía ha puesto de relieve inconsistencias personales, ha abierto viejas heridas y ha permitido expresar sentimientos que estaban escondidos, como a la espera de la ocasión oportuna (o inoportuna). Por eso, muchas personas prefieren viajar en solitario. Hace unos días me encontré con un joven militar que se ha recorrido media Europa durante tres semanas, armado solo con su mochila, porque necesitaba tomar distancia de su entorno familiar y hacer de las vacaciones una especie de retiro en medio de trenes, turistas y monumentos. 

Por fin, las vacaciones nos ayudan también a comprobar la calidad de nuestra fe. Aprovechando el tiempo disponible, muchos hacen retiros o ejercicios espirituales. Algunos peregrinan a Santiago de Compostela, a Roma o a Taizé. Otros desempolvan sus creencias con motivo de las fiestas patronales de su pueblo natal. Y muchos dejan que un paseo por la playa o la contemplación del cielo estrellado les devuelvan las preguntas que los acompañan desde la adolescencia: ¿Cómo ha surgido todo? ¿Es verdad que hay un Dios creador detrás de la maravilla del universo? ¿Qué puesto ocupamos los humanos en esta sinfonía sideral? ¿Merece la pena creer en Dios o es solo un último refugio de las personas débiles que no encuentran otro asidero en la vida? Las preguntas que durante el año permanecen como agazapadas, o incluso reprimidas, emergen con espontaneidad durante el tiempo de vacaciones. A veces, en torno a una cerveza, un tinto de verano o un café con hielo, se producen conversaciones de una profundidad y frescura que no se dan ni siquiera en los retiros convencionales.

Es frecuente que durante este tiempo muchos visiten también ermitas, iglesias y catedrales. De hecho, casi todas las que tienen algún significado histórico o artístico cuentan con su cohorte de turistas. La mayoría desfilan por sus naves, contemplan cuadros y estatuas, hacen algún comentario más o menos afortunado, se dejan embelesar por la atmósfera de recogimiento y salen como quien ha visitado un museo de antigüedades. Pero no faltan quienes buscan una capilla silenciosa, se acomodan con tranquilidad y oran. Se dejan visitar por Dios. Le dan gracias por el milagro de la existencia. Interceden por sus seres queridos, vivos y difuntos. Se abren a una dimensión que da otro tono y sabor a sus vidas algo insípidas. Orar durante el tiempo de las vacaciones debería ser una práctica antioxidante. Es mucho más que eso, pero es también eso.

En fin, que lo que se prometía un tiempo de desconexión absoluta, un mero divertimento, se revela una verdadera prueba de humanidad. Aprendemos muchos sobre nosotros mismos durante las vacaciones.

domingo, 29 de julio de 2018

Las siete acciones de Jesús

El Evangelio de este XVII Domingo del Tiempo Ordinario presenta una historia de panes y peces. En torno a ella suceden muchas cosas. Hay varios niveles de lectura. Hoy quiero fijarme solo en lo que hace y dice Jesús. En el fragmento que se lee este domingo he identificado siete acciones, lo que no deja de tener un cierto valor simbólico. No voy a hacer un comentario exegético o teológico. En el enlace anterior, Fernando Armellini se explaya con amplitud. Teniendo como trasfondo esta explicación, me interesa más relacionar las siete acciones de Jesús con situaciones que estamos viviendo hoy. Al fin y al cabo, aprendemos a ser nosotros mismos fijándonos en el Maestro. Es quizás otra manera de acercarnos al Evangelio del domingo. No se trata de extraer lecciones, sino de mirarnos en un espejo. 

Primera: “Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea”. El lago y su entorno es el escenario de la primera predicación de Jesús. Este ir “a la otra parte” me recuerda al éxodo vivido por el pueblo de Israel. Jesús está siempre en continuo éxodo. Tal vez sus seguidores deberíamos movernos un poco más, no permanecer siempre “en esta parte”; es decir, en el territorio que controlamos, en las experiencias que nos son familiares. Los verdaderos milagros suceden siempre “en la otra orilla”.

Segunda: “Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos”. A veces se mueve en torno al lago. Le gusta la horizontalidad. Pero también asciende al monte. No renuncia a la verticalidad. La montaña se convierte en su cátedra. No aparece arrodillado o postrado, sino sentado, como quien enseña. Sus discípulos lo escuchan. Cada palabra del Maestro es una lección de vida. Están disfrutando de la soledad y de las enseñanzas de Jesús, pero la cosa no ha hecho más que empezar. ¡Qué difícil es escuchar a alguien cuando creemos que ya sabemos lo que nos va a decir!  No es fácil que quienes llevamos muchos años siendo cristianos nos dejemos sorprender por las enseñanzas de Jesús. Convertidas en etiquetas o en eslóganes, acaban perdiendo toda su eficacia. 

Tercera: “Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»”. Desde el monte se ve el valle lleno de gente. El Evangelio dice que había alrededor de cinco mil hombres. No se dice el número de mujeres y niños. Hace años que una teóloga norteamericana tituló su teología feminista de una manera provocativa: “Sin contar mujeres y niños”. Es primavera. Está cerca la Pascua. La ocasión parece propicia para que las viejas historias del pueblo de Israel vuelvan a repetirse. Quizás Jesús puede acaudillar de manera eficaz un nuevo movimiento de liberación. Pero a él le preocupa la situación de la gente. Consulta con Felipe el modo de dar de comer a esa multitud. No es un problema logístico. Es un acto compasivo. Organizar las cosas es importante, pero de nada sirve si no brotan de la compasión. Hoy nos sobran programas y nos falta compromiso. Pocos milagros cabe esperar cuando todo se reduce a logística. 

Cuarta: “Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»”. La hierba verde se convierte en un inmenso mantel ecológico. Antes de presentarse como restaurador, Jesús se comporta como un acomodador. Cinco mil hombres tirados por el suelo no parecen un ejército dispuesto a combatir, sino un grupo de comensales preparados para la fiesta de la abundancia. Jesús no va a hacer una exhibición de magia. No es su estilo. Parte de lo que tienen: cinco panes de cebada (no de trigo) y un par de peces. Siete elementos parecen poco, pero contienen en sí el germen de la plenitud. Donde hay generosidad todo se multiplica inexplicablemente. Todos tenemos algo que ofrecer. No hay nadie tan pobre que no pueda compartir algo ni nadie tan rico que no necesite algo. 

Quinta: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado”. Tomar, bendecir y repartir son verbos eucarísticos, pero aquí se habla, ante todo, de una comida secular. Es el modo que Jesús tiene de saciar el hambre de la gente. No “multiplica” mágicamente las existencias, sino que pone en marcha un dinamismo de solidaridad. Cuando el punto de partida es la donación, Dios bendice el pequeño esfuerzo de nuestras manos y lo hace fecundo. Esto mismo sigue sucediendo hoy en muchos lugares. Cuando pensamos solo en que alguien (el mercado, el Estado o la Iglesia) sustituyan nuestro compromiso personal, no se produce ningún cambio eficaz y duradero. Tenemos que involucrarnos con lo poco o mucho que tengamos.

Sexta: “Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»”. Jesús no se limita a darles un poco. Su acción se caracteriza por la gratuidad y la sobreabundancia. Jesús es el todo. donde él está, no hay tacañería sino gratuidad. Todos acaban saciados. Pero nada se desperdicia. Hay generosidad, no derroche. 

Séptima: “Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo”. Jesús no se aprovecha de su popularidad para convertirse en líder. Esa no es su misión. No da explicaciones. Simplemente se retira. Sube otra vez al monte, al lugar del encuentro, pero esta vez lo hace solo. Comprende que su gesto no ha sido entendido. A nosotros nos pasa lo mismo. La historia se repite. queremos que Jesús sea el ungüento amarillo que todo lo cura mientras nosotros nos limitamos a esperar con los brazos cruzados. Nos cuesta aceptar la misión a la que hemos sido llamados. Jesús no nos pide resolver todos los problemas de la humanidad. Se conforma con que compartamos los cinco panes y los dos peces que guardamos en nuestra cesta. 

¡Ojalá estas siete acciones de Jesús nos ayuden a dar un sentido nuevo a este domingo, el último del mes de julio!

sábado, 28 de julio de 2018

Los "otros" eclipses

La verdad es que cuando empezó yo estaba paseando por el Trastevere romano. Confieso que me había olvidado por completo de que anoche se estaba viviendo el eclipse lunar más largo del siglo. La Luna se alineó con la Tierra y el Sol, quedando justo dentro de la sombra de nuestro planeta. La fase total del eclipse duró una hora y 43 minutos. Cuando llegué a casa vi que algunos estaban en la terraza contemplando esa extraña “luna roja” que hizo más oscura la noche romana. Me quedé un rato contemplándola, pero estaba tan cansado, después de un día entero callejeando por Roma, que preferí irme a la cama antes de que concluyera el fenómeno. No percibí vibraciones especiales. Quizás un deje de tristeza porque el eclipse lunar me hizo pensar en otros eclipses más prolongados que estamos viviendo hoy. El más radical es el “eclipse de Dios”, por utilizar la expresión usada por el filósofo judío Martin Buber como título de uno de sus libros sobre las relaciones entre religión y filosofía. 

Creo que “el eclipse de Dios”, sobre todo en Occidente, ha dejado nuestro mundo un poco a oscuras. Dios sigue estando ahí. Su existencia no depende ni de nuestra capacidad razonadora ni de nuestro estado de ánimo. No es una realidad susceptible de ser medida con encuestas de opinión como si se tratara de la calidad del aire o el grado de aceptación de un político. Sin embargo, nosotros hemos colocado delante otras realidades que lo eclipsan. A los hombres y mujeres modernos nos preocupan más otras cosas: desde el futuro del planeta Tierra hasta la victoria contra el cáncer o la salud democrática de nuestras sociedades. Nos preocupa, sobre todo, nuestro propio yo. Nos hemos vuelto extraordinariamente egocéntricos. Lo que no sea beneficioso para el “yo” nos parece irrelevante. Damos importancia a la dieta y al ejercicio físico porque nos dicen que es bueno para la salud. Buscamos la estabilidad laboral y económica porque, de este modo, podemos afrontar con más confianza un futuro que intuimos confinado a la duración de nuestra vida terrena. Anhelamos una vida afectiva y sexual satisfactoria como algo imprescindible para el equilibrio personal. Nos gusta leer, ver una buena película, hacer deporte, divertirnos, viajar y degustar un buen plato de marisco. Todas estas actividades nos reportan beneficios de diverso tipo. ¿Qué beneficios visibles nos aporta creer en un Ser que no vemos? 

Occidente no ha “matado” a Dios, como pretendía Nietzsche, lo ha eclipsado. Ha creído que hay otras realidades más consistentes que pueden ocupar su lugar, de modo que su luz deje de brillar. Él sigue estando ahí, pero ya no lo percibimos. ¿Qué diferencia hay entre una realidad que no existe y otra que no se percibe? En la práctica, el resultado es el mismo: prescindimos de ella, vivimos etsi Deus non daretur (como si Dios no existiera). Pero un eclipse, por su misma naturaleza, tiene una duración determinada. Yo no creo que el actual “eclipse de Dios” sea eterno. Habrá generaciones futuras que, ahítas de nuestro egocentrismo moderno, insatisfechas con un estilo de vida curvado sobre sí mismo, tristes por no encontrar una respuesta definitiva al sentido de la vida, descubrirán que Dios sigue estando ahí, dispuesto a acoger a los seres humanos como un Padre que nunca se olvida de sus hijos e hijas, aunque nosotros nos olvidemos de él y lo arrinconemos en el desván de los objetos inútiles.


viernes, 27 de julio de 2018

Doce antiguas virtudes para hoy

Son muchas las personas que ya no confían en los políticos porque los consideran expertos en mentiras y corrupciones. Pero lo mismo podría aplicarse a muchos eclesiásticos. Los constantes casos de abusos a menores son una plaga que ha minado la credibilidad de la Iglesia. ¿Qué está pasando? ¿Cómo podemos hacer frente a este descrédito? ¿Basta con lamentarse y lanzar algunos improperios o es necesario rearmarnos moralmente? Estoy convencido de que en el Evangelio de Jesús tenemos la brújula que nos orienta en esta travesía. Pero eso no significa que no debamos servirnos de otras tradiciones que se han revelado lúcidas y eficaces. En el contexto actual, me parece útil recordar las doce virtudes que Cicerón, ilustre jurista, político, filósofo, literato y orador romano de la época republicana, consideraba necesarias para el buen funcionamiento de la república: auctoritas (poder de convicción avalado por obras), nobilitas (nobleza de espíritu), dignitas (dignidad), veritas (veracidad), libertas (libertad), aequitas (igualdad), iustitia (justicia), firmitas (tesón), laetitia (optimismo), fides (fe), pietas (piedad) y humanitas (amor por el prójimo). 

Sin estas virtudes en nuestros líderes, es imposible que la vida social sea pacífica y próspera. Hay una frase de Cicerón que podría explicar la pérdida de calidad democrática de nuestras sociedades contemporáneas: “Por nuestros vicios hemos perdido la república, aunque de nombre sigamos manteniéndola”. Quizás podríamos parafrasearla así: “Por nuestros vicios (corrupción, clientelismo, amiguismo, etc.) hemos perdido la democracia, aunque de nombre sigamos manteniéndola”. Si de las doce virtudes ciceronianas tuviera que elegir tres para nuestro contexto actual, me inclinaría por la auctoritas, la veritas y la humanitas. La auctoritas no significa la autoridad emanada de la ley sino el poder de convicción avalado por las obras, por la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. No basta que un político sea elegido o un eclesiástico ordenado. Se necesita el poder de convicción que brota de la propia consistencia personal. Cuando se dice que no importa la vida privada de un político sino las decisiones que toma, se está cometiendo un grave error. Una persona cuya vida privada sea inmoral no puede ejercer su cargo con auctoritas. Podrían ponerse tantos ejemplos actuales que es preferible callar. 

En tiempos de fake news (Trump y Putin son expertos redomados), es necesario subraya la importancia de la veritas, de la verdad y la transparencia. No se pueden manipular los hechos al servicio de los propios intereses. Los fines supuestamente lícitos no justifican los medios ilícitos. Mentir no puede convertirse en una actividad normal, como si diera lo mismo decir la verdad que distorsionarla. Los medios de comunicación tienen un papel determinante. Hay muchas formas de ir contra la veritas. La más burda consiste en decir lo contrario de lo que sucede, pero hay formas más sutiles como la distorsión, el silencio, la insistencia excesiva en un aspecto, etc. 

Por último, no es posible vivir una auténtica democracia sin humanitas, sin una sincera preocupación por cada ser humano. Los hombres y mujeres no somos números, códigos, individuos sin nombre ni rostro, piezas de un engranaje anónimo. Somos personas dotadas de una dignidad inviolable, seres libres necesitados de la ayuda de los demás para vivir. Los políticos y eclesiásticos que no tienen la virtud de la humanidad se convierten en fríos funcionarios que sirven al sistema más que a las personas, o que no tienen inconveniente en vulnerar los derechos individuales “por razón de estado”, “por el bien de la Iglesia”, etc. En fin, muchas cosas cambiarían si aprendiéramos de los antiguos clásicos. Pero ya se sabe que "el latín no sirve para nada". Eliminémoslo de los planes de estudio y quedémonos solo con cosas que produzcan dinero. Lo que pase en el futuro no no nos incumbe. A mí que me registren. 


jueves, 26 de julio de 2018

¡Qué hermosa eres, Roma!

Hoy tendría que decir algo sobre san Joaquín y santa Ana y sobre el hecho de que Jesús también tuvo abuelos, pero es un tema al que ya me referí el año pasado, así que me voy a fijar en la hermosa ciudad en la que vivo. A pesar de llevar tantos años en Roma, no he escrito mucho sobre la Ciudad Eterna en este Rincón. Hace un par de años dije algo sobre las siete caras de Roma, pero poco más. Sin embargo, ayer, acompañando a un matrimonio amigo, me pasé todo el día recorriendo el centro de la ciudad. Y, como es lógico, a pesar del calor del día de Santiago, volví a experimentar la magia de una ciudad que es única y entrañable. A las nueve de la mañana estábamos en la plaza de san Pedro. La columnata de Bernini, limpia tras años de restauración, nos acogió con sus brazos redondos. A esa hora todavía no había cola para entrar en la basílica de san Pedro. Pasado el control de seguridad, nos internamos en el enorme templo. Mis amigos no habían vuelto desde 1979, durante su viaje de luna de miel. Recordaban emociones. Volvieron a sentirse sobrecogidos por la magnificencia del imponente edificio. Había muchos turistas y peregrinos, pero no se notaba agobio. Como en cualquier casa que se precie, estaban de limpieza. Aquí y allá se erguían brazos articulados para llegar a las cornisas y limpiar o reparar algunas zonas. Toda la mañana se nos fue en explorar los rincones de la basílica (incluyendo la cripta) y de la plaza. Oré brevemente ante la tumba del Beato Pablo VI, que será canonizado el próximo mes de octubre. Confieso que Urbano VIII no me produce la misma emoción.

Tras el reposo de la comida de mediodía, reanudamos la marcha a partir de la Piazza del Popolo, un recinto que mis amigos no habían visitado en su primer viaje. Les impresionó sus dimensiones y su armonía. Ascendimos hasta el mirador del Pincio para, lentamente, llegar hasta la iglesia de la Trinità dei Monti y, desde allí, descender las escalinatas que conducen a Piazza di Spagna. Aunque ya no hay azaleas como hace años ni aparece Noemi Campbell desfilando, las escaleras lucían en todo su esplendor tras los recientes trabajos de limpieza y restauración. A mis amigos les sorprendió el imponente Palacio de España (sede de la embajada española ante la Santa Sede) casi tanto como los precios de algunas de las tiendas exclusivas de Via Condotti y Via Frattina. Que un modelito floreado de Dolce & Gabbana cueste 6.000 euros está al alcance de pocos bolsillos. El camino hasta la Fontana di Trevi, también esplendorosa tras los trabajos de restauración, estaba poblado de grupos de japoneses. ¿Nadie les va a decir a estos simpáticos orientales que no es obligatorio ir siempre en grupos de veinte o treinta personas? Parece que no saben moverse solos, con lo cual dificultan bastante la movilidad. Son hormiguitas colectivas. Mis amigos se quedaron prendados de la fuente, a pesar de que estaba atestada de turistas. Se hicieron fotos y lanzaron al agua la típica moneda para conseguir volver a Roma… dentro de otros 40 años.

Fue obligado el paso por la Pontificia Universidad Gregoriana, donde este amanuense hizo sus estudios de especialización. No soy muy dado a nostalgias, pero me vinieron gratos recuerdos. El paso por Piazza Venezia fue fugaz, en espera de una visita más detenida. Nuestro objetivo era llegar a la iglesia del Gesù antes de que cerraran. Mis amigos no la conocían. Se quedaron boquiabiertos ante el esplendoroso modelo de iglesia barroca. Coincidimos con una peregrinación de muchachos donostiarras presidida por el obispo de San Sebastián. Tuvimos tiempo todavía de visitar la iglesia de San Ignacio (sí, la de la falsa cúpula), la de Santa Maria sopra Minerva (casi el único vestigio de iglesia gótica en Roma) y el cercano Panteón de Agripa. El diámetro de su inmensa cúpula (43,44 metros) los dejó sobrecogidos. Caminando sin prisas, hicimos una visita rápida a la iglesia de San Luigi dei Francesi (aunque sin contemplar las pinturas del Caravaggio), dejamos a nuestra izquierda el Palazzo Madama (sede del Senado de la República), para llegar a la sugestiva Piazza Navona, antiguo estadio de Domiciano. Como es habitual, estaba llena de músicos callejeros, caricaturistas y otros expertos en entretenimiento popular. Antes de cerrar la jornada con una inmensa pizza capricciosa, una cerveza generosa y un helado de dos gustos, tuvimos tiempo de visitar el popular Campo dei Fiori y de admirar la perfección arquitectónica del Palazzo Farnese, sede de la embajada francesa.

Cada uno de estos lugares merecería una explicación detallada, pero no es cuestión del convertir el blog en una guía turística. Además, no tengo ningún en interés en amontonar datos históricos o descripciones artísticas, sino en consignar emociones. A mí Roma me emociona, me enamora, me agota, me indigna, pero nunca me aburre. Creo que una de las canciones que mejor ha captado el espíritu de esta ciudad es Roma capoccia. Os dejo con la versión de Antonello Venditti. A mí me pone la piel de gallina. Por si el romanesco no se entiende bien, os pongo la traducción española. ¡suerte y hasta que vengáis por aquí!


Roma capoccia



Roma cabeza


Quanto sei bella Roma quand'è sera
quando la luna se specchia
dentro ar fontanone
e le coppiette se ne vanno via,
quanto sei bella Roma quando piove.

Quanto sei grande Roma
quand'è er tramonto
quando l'arancia rosseggia
ancora sui sette colli
e le finestre so' tanti occhi,
che te sembrano di'
quanto sei bella.
Quanto sei bella.

Oggi me sembra che
er tempo se sia fermato qui,
vedo la maestà der Colosseo
vedo la santità der cupolone,
e so' piu' vivo e so' più bbono
no nun te lasso mai
Roma capoccia
der mondo infame,
Roma capoccia
der mondo infame.

Oggi me sembra che
Er tempo se sia fermato qui
Na carrozzella va co du stranieri
n rubivecchi te chiede un po' de stracci
li passeracci so' usignoli;
io ce so' nato Roma,
io t'ho scoperta stamattina
io t'ho scoperta.

Oggi me sembra che
er tempo se sia fermato qui,
vedo la maestà der Colosseo
vedo la santità der cupolone,
e so' piu' vivo e so' più bbono
no nun te lasso mai
Roma capoccia
der mondo infame,
Roma capoccia
der mondo infame.



Qué hermosa eres, Roma, por la tarde,
Cuando la luna se refleja
dentro de la gran fuente
y las parejitas salen,
Qué hermosa eres, Roma, cuando llueve.

Qué grande eres, Roma
cuando atardece,
Cuando el naranja destella una vez más
Sobre las siete colinas
Y las ventanas son como ojos
Que parecen decirte
Qué hermosa eres
Qué hermosa eres.

Hoy me parece que
El tiempo se hubiese detenido aquí.
Veo la majestad del Coliseo,
Veo la santidad de la gran cúpula.
Y estoy más vivo, y soy más bueno,
No te dejo jamás
Roma cabeza
Del mundo infame,
Roma cabeza
Del mundo infame

Hoy me parece que
El tiempo se hubiese detenido aquí.
El coche de caballos va con dos extranjeros,
Un mendigo te pide unos andrajos
Los pajarillos son ruiseñores,
Yo he nacido aquí, Roma,
Te he descubierto esta mañana,
Te he descubierto.

Hoy me parece que
El tiempo se hubiese detenido aquí.
Veo la majestad del Coliseo,
Veo la santidad de la gran cúpula.
Y estoy más vivo, y soy más bueno,
No te dejo jamás
Roma cabeza
Del mundo infame,
Roma cabeza
Del mundo infame.




miércoles, 25 de julio de 2018

La atracción de los santos

De nuevo en Roma, fijo hoy mi mirada en la figura del apóstol Santiago, cuya fiesta celebramos hoy. La provincia claretiana a la que pertenezco lleva el nombre de este santo. Ya el año pasado confesé que todavía no he hecho el famoso camino que conduce hasta su tumba en la catedral compostelana. Llegará el momento oportuno. Mientras tanto, pienso en los millones de personas en todo el mundo que se alegran cuando llega la fiesta de su santo patrono. Es un fenómeno transversal, como se dice ahora. Afecta casi por igual a creyentes y no creyentes. Es como si la figura de estos héroes del pasado consiguiera unir a las personas de un modo que no pueden lograr los héroes del presente. A veces se trata de santos muy conocidos, como Santiago apóstol, san Martín de Tours, san Roque de Montpellier o san Antonio de Padua. Pero hay pueblos que se concentran en torno a las figuras de santos tan poco famosos como san Pedro Regalado o san Rigoberto de Reims. ¿Qué tienen los santos para seguir atrayendo a muchas personas? ¿Son solo una excusa para festejar los vínculos que unen a una comunidad? ¿Conservan todavía su aura de intercesores ante el Misterio y de protectores frente a los peligros de la vida? ¿Cuáles son los santos en alza en este mundo de estrellas e ídolos? ¿Es lo mismo encender una vela a san Francisco de Asís que colocar el poster de CR7 en la propia habitación?

La antropología cultural ha explorado la relación de algunos santos con sus pueblos o ciudades de origen. Hay ciudades que están indisolublemente ligadas a la figura de un santo. Pienso, por ejemplo, en Roma (donde los santos Pedro y Pablo son columnas), en Santiago de Compostela (inseparable de Santiago Apóstol), Asís (centrado en la figura de san Francisco), Padua (famosa por su san Antonio), Ávila (ligada a santa Teresa), Sevilla (que recuerda a san Isidoro) o Calcuta (que todo el mundo relaciona con la Madre Teresa). Es como si esos santos hubieran configurado de alguna manera la vida de sus pueblos. Poca gente visitaría Asís si no fuera por el impresionante legado franciscano. La gente se siente orgullosa de sus paisanos, convertidos en símbolos universales. Hasta la economía local se beneficia de esta fama. Hay otros lugares, sin embargo, que, por diversas razones, no vibran con los santos que proceden de allí. Los conocen, tal vez los admiran, pero no los sienten como un patrimonio propio. Podría poner algunos ejemplos muy cercanos, pero no quiero herir susceptibilidades.

Un santo simboliza todo aquello que los seres humanos querríamos ser y no logramos alcanzar. Nos gustaría ser valientes y audaces como Santiago, pobres y alegres como san Francisco, organizadores como san Ignacio, profundos y populares como santa Teresa de Ávila, divertidos como san Felipe Neri, inteligentes como san Agustín o santo Tomás de Aquino, coherentes como santo Tomás Moro, populares como san Antonio de Padua, misericordiosos como san Juan de Dios o san Camilo de Lelis, humildes como san Martín de Porres, creativos como san Benito o san Antonio María Claret, audaces como san Francisco Javier, arriesgados como santa Clara de Asís, caritativos como san Roque o santa Teresa de Calcuta… cada santo es un espejo en el que vemos reflejados los ideales que entendemos como nobles y humanos. Mirándolos a ellos, caemos en la cuenta de que estamos llamados a ir más lejos de la mediocridad con la que solemos vivir, que es posible desarrollar más nuestra humanidad, que la experiencia de Dios no es un obstáculo sino un motor. Por eso, leer vidas de santos ha sido siempre un acicate para avanzar en el camino de la propia santificación.

Los santos son también valorados como intercesores. Hay un debate clásico con los protestantes acerca de este significado, pero hoy se discute menos. Ningún católico sensato cree que los santos son diosecillos en el panteón celestial. Son “amigos fuertes” de Dios que se hacen eco de las necesidades de quienes todavía peregrinamos por este valle de lágrimas. Por eso, millones de personas se dirigen a ellos para impetrar favores. Basta acercarse a cualquier iglesia o santuario para comprobar cómo las personas encienden velas o hacen todo tipo de ofrendas delante de las estatuas o cuadros de sus santos favoritos. En otros tiempos estas prácticas podrían considerarse supersticiosas. Hay cristianos ilustrados que no se rebajan a estas devociones populares. Yo, sin ser aficionado a estas prácticas, me admiro de la fe de las personas sencillas que no tienen reparo en pedirle a san Blas que las proteja contra los males de garganta o a san Antonio que les consiga un buen novio. Pueden parecer reminiscencias de una fe infantil, poco depurada, pero a menudo expresan una confianza en la acción misteriosa de Dios que ha desaparecido de los cristianos racionales. La vida es más compleja de lo que las apariencias muestran. Mientras tanto, ¡viva Santiago!

lunes, 23 de julio de 2018

Los hijos de la calle

Estoy a punto de embarcar en mi vuelo de regreso de São Paulo a Roma, después de ocho días en Brasil. Disfruto de la temperatura suave de esta enorme ciudad brasileña antes de enfrentarme al calor de Roma. Me voy con un punto de dolor. En Madrid duermen en la calle unas 900 personas. En Roma las personas censadas senza fissa dimora ascienden a 7.500. Basta darse una vuelta por los alrededores de la estación Termini para comprobar que son muchas, demasiadas. En São Paulo los moradores de rua (es decir, los sin techo, la gente de la calle) son entre 20.000 y 25.000 personas. Si algo me ha llamado la atención esta vez de la megalópolis brasileña es el altísimo número de personas que viven en la calle. En cualquier lugar del centro hay campamentos de hombres y mujeres que viven rodeados de cartones, mantas sucias y bolsas de plástico. No hay ciudad del mundo donde no se vean algunos homeless, pero el caso de São Paulo clama al cielo. Me dicen que la grave crisis que vive el país está aumentando el número de personas descartadas, sobrantes, carne de cañón para la prostitución y la droga. 

Es imposible pasear por las calles y mirar hacia otro lado. ¿De qué sirve tener rascacielos impresionantes, como los que existen en São Paulo, si no somos capaces de afrontar un problema de primer orden? ¿Qué vida le aguarda a una persona que se ve obligada a vivir en la calle, expuesta a las inclemencias del tiempo, sin las mínimas condiciones higiénicas, excluida de toda vida social? En Roma he participado un par de veces en las visitas nocturnas que la comunidad de Sant’Egidio hace a los senza tetto para saludarlos y distribuirles una cena caliente. Hay una red de voluntarios que hacen un servicio magnífico, pero es una gota en el océano de la indigencia. Es verdad que algunos hombres y mujeres de la calle han elegido libremente este estilo de vida y no quieren de ningún modo otro, pero la mayoría se han visto obligados a vivir así porque han perdido el trabajo, han fracasado en su matrimonio, han caído en el infierno de la droga o no cuentan con ningún apoyo familiar o social. Cuando uno trata de meterse en su piel comprende hasta qué punto somos unos privilegiados. Magnificamos nuestros pequeños problemas y tendemos a ignorar los grandes problemas de quienes se debaten entre la vida y la muerte, entre el reconocimiento o la invisibilidad. 

No tengo humor para muchos ditirambos. No puedo acostumbrarme a un paisaje humano tan degradado. Me produce rabia que un país tan rico como Brasil no sea capaz de ayudar a estas personas a encontrar una salida digna. Ni siquiera en la India, en otro tiempo tan castigada, he visto algo semejante. Si los gobiernos no son capaces de encontrar soluciones justas habrá que multiplicar las iniciativas privadas y exigir respuestas públicas. Está claro que en pleno siglo XXI, en el seno de sociedades ricas, Cristo sigue durmiendo en la calle por nuestra incapacidad de organizar la vida social con criterios de justicia y equidad. El progreso de una sociedad no se mide solo por el número de sucursales bancarias o por los vehículos que se venden, sino, sobre todo, por la justa distribución de la riqueza y la integración de los más débiles. Hay todavía muchos pasos que dar.

domingo, 22 de julio de 2018

Compasión frente a evasión

El texto bíblico con el que abrí el retiro con los claretianos de Brasil es precisamente el que se lee en el Evangelio de este XVI Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús invita a sus apóstoles a retirarse y descansar un poco después de que éstos “le contaron todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc 6,30) en sus correrías misioneras por las aldeas vecinas. El retiro comienza con un agradable paseo en barca, lo que no está nada mal para abrir boca: “Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado” (v. 32). Con lo que no contaban era con el entusiasmo del grupo de fans. Se ve que los apóstoles habían causado muy buena impresión a aquellas gentes. Por eso, “muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron” (v. 33). Está claro que el recorrido terrestre resultaba más directo que el acuático, pero parece que Jesús tenía ganas de surcar el lago y no sentía prisa por llegar al sitio escogido. Lo que sucede después es toda una lección de discernimiento y de flexibilidad pastoral, por usar una expresión de nuestro tiempo.

Cuando desembarcan y ven a la multitud, se produce una doble reacción. Jesús, que era el organizador del retiro, tenía muchos motivos para sentirse contrariado. Aquella multitud de fans no les iban a permitir descansar como había planeado. Sin embargo, en vez de reaccionar con despecho y malas maneras, “se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” (v. 34). ¡Adiós al retiro, muchachos, tenemos trabajo! El evangelio de este domingo se detiene aquí, pero el relato de Marcos continúa. Los apóstoles, al ver que ya se hacía tarde, reaccionaron con cajas destempladas: “El lugar es despoblado y la hora está avanzada, despídelos para que vayan a los campos y a las aldeas vecinas a comprar algo para comer” (vv. 35-36). Su reacción es comprensible y hasta parece razonable. ¿Quién les ha mandado a estos fans venir a deshoras? Si se han arriesgado a hacerlo, que ellos se las arreglen. No es responsabilidad de los amigos de Jesús. Que cada palo aguante su vela.

Al final, el retiro se frustra. O mejor, se transforma en un cursillo acelerado de estrategia pastoral. Mientras los discípulos quieren quitarse el muerto de encima con un seco “despídelos”, Jesús, compadecido de ellos, “se puso a enseñarles muchas cosas”. El contraste es evidente: compasión (Jesús) frente a evasión (discípulos) Es inevitable comparar estas dos reacciones con las que nosotros solemos adoptar cuando una realidad imprevista rompe nuestros planes. Muchas personas reaccionan lavándose las manos o mostrando impaciencia, desdén y hasta rabia. Otras, por el contrario, no tienen inconveniente en postergar sus proyectos y atender con humanidad a las necesidades urgentes. Mucho me temo que hemos ido ganando sensibilidad con respecto a nuestra privacy, a nuestro derecho al descanso y a las vacaciones, y hemos ido perdiendo la capacidad de abrirnos a las necesidades de los demás y anteponerlas a las nuestras. En Europa estamos precisamente en tiempo de vacaciones y retiros veraniegos. Conozco a personas que no renuncian a estos “derechos” por nada del mundo, caiga quien caiga. Otras, sin embargo, no tienen reparo en dar prioridad a las necesidades de los demás y luego se toman algunos días de descanso. El evangelio de este domingo es un espejo en el que podemos mirarnos para ver de qué lado estamos. O compasión o evasión.

Por cierto, además de orar hoy por la paz y la reconciliación en Nicaragua, no estaría mal echar un vistazo al discurso de Barack Obama en Sudáfrica con motivo del centenario del nacimiento de Nelson Mandela. Es un canto encendido a uno de los personajes que mejor han encarnado el ideal de reconciliación en las últimas décadas. Más allá de las simpatías o antipatías que despierte el expresidente norteamericano, me parece de justicia reconocer que Obama es uno de los grandes oradores que hoy existen en el mundo. Su discurso es un ejemplo de contenido y forma. Siempre aprendemos de los grandes.


sábado, 21 de julio de 2018

Rebelión en la granja

Aunque me encuentro en Brasil, me preocupa mucho lo que está pasando en Nicaragua. En tres meses se han producido unos 400 muertos y más de 2.000 heridos como consecuencia del enfrentamiento entre las fuerzas gubernamentales y la oposición al régimen de Daniel Ortega. A pesar de la mediación de la Iglesia, la violencia sigue. El país, uno de los más tranquilos de Centroamérica hasta hace poco, está en ebullición. La situación actual contrasta con la que percibí hace unos años cuando visité las misiones claretianas en ese país. No olvido, entre otras muchas cosas, el concierto de Carlos Mejía Godoy en Managua. Disfruté con sus viejas canciones, aunque su voz no era ya tan clara como cuando se hizo famoso en los años 70. La verdad es que lo que está pasando se veía venir. Era voz común que Daniel Ortega y su esposa habían hecho del país su finca particular. El mismo que luchó contra Somoza acabó adaptando muchos de sus vicios. 

La historia se repite una y otra vez. Pocos han retratado con más ironía que el escritor británico George Orwell la transformación de los revolucionarios de ayer en los opresores de hoy. Su novelita Animal Farm –traducida al español como Rebelión en la granja– no tiene desperdicio. Se sigue leyendo hoy con igual fruición que cuando fue publicada en 1945. Ha sido el argumento de varias películas. Llegué a aprenderme párrafos de memoria cuando la usábamos como libro de traducción en las clases de inglés durante mis últimos años de bachillerato. Recuerdo, en especial, la canción Beasts of England, que era una clara crítica de los fatuos y pomposos himnos revolucionarios que recorren el mundo. Aunque George Orwell recomendaba cantarlo con la melodía de La Cucaracha (quizá para hacerlo todavía más ridículo), corren por Internet curiosas y modernas versiones musicales que no se parecen nada a la tradicional melodía hispano-mexicana. No me resisto a transcribir la letra, tanto en su original inglés como en una versión español publicada en México. Imaginemos a la asamblea de animales cantándola con entusiasmo. Luego, pasó lo que pasó, pero esa es otra historia. ¿O es la historia de Nicaragua?


BEASTS OF ENGLAND
(Original en inglés)


BESTIAS DE INGLATERRA
(Traducción española)

Beasts of England, Beasts of Ireland,
Beasts of every land and clime,
Hearken to my joyful tidings
Of the Golden future time.

Soon or late the day is coming,
Tyrant Man shall be o'erthrown,
And the fruitful fields of England
Shall be trod by beasts alone.

Rings shall vanish from our noses,
And the harness from our back,
Bit and spur shall rust forever,
Cruel whips no more shall crack.

Riches more than mind can picture,
Wheat and barley, oats and hay,
Clover, beans, and mangel-wurzels
Shall be ours upon that day.

Bright will shine the fields of England,
Purer shall its waters be,
Sweeter yet shall blow its breezes
On the day that sets us free.

For that day we all must labour,
Though we die before it break;
Cows and horses, geese and turkeys,
All must toil for freedom's sake.

Beasts of England, Beasts of Ireland,
Beasts of every land and clime,
Hearken well, and spread my tidings
Of the Golden future time.

¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!
¡Bestias de toda la tierra y clima!
¡Oíd mis buenas nuevas
cantando un porvenir mejor!

Tarde o temprano llegará la hora
en la que la tiranía del hombre sea derrotada
y las fértiles praderas de Inglaterra
serán pisadas solo por animales .

De nuestros hocicos ya no penderán argollas,
en nuestros lomos ya no habrá arneses.
Bocados y espuelas los comerá la herrumbre
y nunca más restallarán los crueles látigos.

Más riqueza que la mente imaginar pudiera,
el trigo, la cebada, la avena, el heno,
el trébol, la alfalfa, y la remolacha
serán nuestros en el día señalado.

Radiantes se verán los prados de Inglaterra
y más puras las aguas manarán;
suavísima ha de soplar la brisa
el día que llegue a nosotros la libertad.

Por este día debemos trabajar sin cansancio
aunque hayamos de morir sin verlo.
Caballos y vacas, gansos y pavos,
todos unidos, por la libertad lucharán.

¡Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda!
¡Bestias de todo país y clima!
¡Oíd mis buenas nuevas
cantando un porvenir mejor!


Nicaragua no es una granja. Es un país soberano que está atravesando una grave crisis de convivencia y de calidad democrática. Más le valiera a Daniel Ortega leer (o releer) la obra de Orwell –antes de que sea tarde– para que se diera cuenta de cómo acaban todos los revolucionarios que se convierten luego en dictadores contra su propio pueblo. ¡Ojala la presión internacional consiga abrir vías de entendimiento! El pueblo de Nicaragua no se merece ser rehén de sus autoridades.