miércoles, 26 de julio de 2017

Jesús también tuvo abuelos

Desde hace algunos años, coincidiendo con la memoria litúrgica de san Joaquín y santa Ana, en algunos países (España, Argentina, Brasil, Cuba, Nicaragua, Panamá, Portugal, etc.) se celebra tal día como hoy el Día de los Abuelos. Otros países han elegido fechas diferentes. En ningún lugar del Nuevo Testamento se habla de los abuelos de Jesús, pero es evidente que María de Nazaret tuvo un padre y una madre. La historia de Joaquín y Ana apareció por primera vez en el evangelio apócrifo de Santiago. A partir del siglo II, la Iglesia empezó a venerar a santa Ana como madre de la Virgen María. Más tarde, se inició también el culto de san Joaquín. Como en tantas otras ocasiones, las leyendas piadosas han rellenado los huecos dejados por la historia. Pero es interesante que estas dos figuras se hayan convertido en patronos de los abuelos. 

En feliz frase de Donald A. Norberg, “seguramente dos de las experiencias más satisfactorias de la vida son ser nieto o ser abuelo”. Yo lo he podido comprobar en mi condición de nieto e incluso de bisnieto. Guardo un recuerdo entrañable de mis abuelos. Algunos vivieron hasta que yo tenía casi 40 años. No sabría definir bien el tipo de relación que se establece con ellos. Quizá la palabra que más se aproxima es ternura. El hecho de que no tengan la responsabilidad de los padres, libera a los abuelos del deseo de control. Por otra parte, se establece una secreta alianza entre abuelos y nietos en contra del enemigo común: o sea, los padres. Ambos (abuelos y nietos) tiene razones suficientes para ajustar algunas cuentas con ellos. Naturalmente, se trata de una guerra pacífica, si es que la expresión no suena demasiado contradictoria.

Por razones obvias, no soy abuelo ni pienso serlo, así que no sé lo que se siente en carne propia, pero soy testigo del cambio que han experimentado algunos de mis amigos cuando lo han sido. Recuerdo uno en particular. Antes de tener el primer nieto (y ya van tres), estaba más bien frío, como si eso no fuera con él. Cuando nació, es como si de repente hubiera liberado toda la ternura que tenía guardada en el congelador de su corazón. El nietecito se convirtió en su maestro: le enseñó a ser mejor persona. Con su sonrisa pícara, sus manitas juguetonas y sus carantoñas, consiguió que el abuelo aprendiera a ser lo que, en el fondo, deseaba ser: una persona cariñosa, protectora y responsable. Es sorprendente cómo la vida juega sus cartas. A veces tardamos 50 o 60 años en descubrir las cosas esenciales. Lo que no hemos logrado aprender bien en las experiencias académicas y laborales nos lo enseña una criaturita de uno o dos años. ¿Puede sorprender, entonces, que Jesús dijera aquello de que “el que no se haga como un niño no puede entrar en el reino de los cielos” (Mt 8,3)?

Hoy en día muchos abuelos y abuelas, sobre todo si ya están jubilados, son los auténticos cuidadores de los niños pequeños, dado que en la mayoría de las familias jóvenes trabajan los dos cónyuges fuera del hogar. Los abuelos se encargan de llevar a los niños al colegio y de recogerlos, de darles de comer, de acompañarlos a actividades extraescolares… y hasta de jugar con ellos. En general, lo hacen de muy buena gana, aunque, sobre todo si ya son mayores, acusan el cansancio que supone estar siempre pendientes de los pequeños. Como se suele decir con ironía: “Están muy contentos cuando vienen los nietos y más, si cabe, cuando se van”. Los abuelos de mi edad, en buena medida pertenecientes a una generación muy secularizada, no suelen prestar atención a la formación religiosa de sus nietos, pero los que rondan los 70 años o más se convierten en los verdaderos catequistas de los más pequeños. Rezan con ellos, les enseñan lo más elemental sobre Jesús y María y comparten con sus nietos la alegría de ver a Dios en las menudencias de la vida. ¡Es curioso cómo niños y ancianos (los dos extremos del arco humano) son los más sensibles al misterio de Dios! Los jóvenes y adultos, en la suficiencia de nuestra edad media, creemos que su fe es producto de la debilidad, el temor o la impotencia, cuando, de hecho, somos nosotros quienes menos entendemos el misterio de la vida, por más que presumamos de racionales y maduros.

Creo que hoy es un día especial para felicitar a todos los abuelos y abuelas que leen este blog (conozco personalmente a varios), agradecer a Dios el don de nuestros abuelos y encomendar a todos en nuestras oraciones. 


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