martes, 31 de octubre de 2023

Sub angelo lucis


Hoy los periódicos españoles destacan en primera plana la jura de la Constitución por parte de la princesa Leonor en el mismo día en que cumple 18 años. También informan de que algunos partidos del arco parlamentario no han asistido al acto porque son contrarios a la monarquía y a la Constitución. Hasta aquí, todo ha seguido el guion previsto, con la relativa sorpresa del PNV, que casi siempre juega a dos bandas según le interese. A uno le podrá gustar más o menos esta “deslealtad institucional”, pero se ha convertido ya en tradición. La deslealtad no incluye, por supuesto, la renuncia al sueldo y a los privilegios de los parlamentarios, a pesar de que todo eso también dimane de la denostada Constitución. Los dineros siguen otro cauce menos fotogénico. 

Lo que más me llama la atención es que el mismo presidente que hoy jugaba a mantener el tipo institucional (el rictus de su rostro no era precisamente muy risueño), dentro de unos días va a presentar en el parlamento una ley para amnistiar (que no indultar) a quienes atentaron contra la Constitución. Por si eso no fuera ya suficiente incoherencia (una más), esa futura ley y otras decisiones semejantes se presentan (mejor sería decir se perpetran) “por el bien de España”, cuando es evidente que son el peaje inmoral que debe pagar el candidato a presidente para mantenerse en el poder. No sé si el esperpento admite algún ingrediente más.


Para interpretar lo que está sucediendo sin hundirme en la miseria, me he acordado de la célebre regla 4ª que san Ignacio de Loyola propone en la segunda semana de sus ejercicios espirituales. Reza así: “Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota, y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y sanctos conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procurar de salirse trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones”. Espero que el castellano del siglo XVI no nos impida entender su contenido. Lo que san Ignacio quiere decir, dicho en plata, es que el “ángel malo”, con objeto de embaucarnos, casi nunca se presenta abiertamente, sino sub angelo lucis (bajo ángel de luz); es decir, bajo apariencia de bien. O sea, que nos la mete doblada. Presenta al principio “pensamientos buenos y sanctos” para luego ir llevando al alma “a sus engaños cubiertos y perversas intenciones”. 

En la vida espiritual son frecuentes estas estrategias del maligno; por eso, sucumbimos con tanta facilidad. ¡Cuántas veces, en nombre de la devoción a la Virgen, del amor a los pobres, de la defensa de la Tradición o de la obediencia al Papa, se han cometido verdaderas aberraciones! No es nada fácil desenmascarar a este ángel malo que actúa arteramente sub angelo lucis.


Pues creo que algo de esto está sucediendo en la política española sin que apenas nos demos cuenta. Cualquier cosa se puede hacer (amnistiar a golpistas, pactar con quienes no respetan la Constitución, etc.) con tal de que se adorne convenientemente con motivaciones sagradas como “el bien de España”, el “progreso”, la “reconciliación” y otros latiguillos que calan en las mentes de millones de votantes. La estrategia de comunicación es crucial. ¿Es posible que caigamos tan fácilmente en la trampa y que nos resignemos a ello como si nada grave estuviera pasando? 

La dialéctica de algunos partidos que van contra la Constitución es siempre muy sibilina. Aducen -he aquí de nuevo el sub angelo lucis- que la monarquía es una institución antidemocrática porque no fue votada por el pueblo español o que la Constitución no habla solo de la unidad de España, sino también del derecho al trabajo o a una vivienda digna y que su conculcación no provoca una airada reacción social. Estaría dispuesto a aceptar en algunos casos esta argumentación si no me diera cuenta de que, tras esta retórica social y progresista, se esconden intereses mucho más espurios que nos van conduciendo a formas de totalitarismo. 

Es claro que nuestro sistema democrático no es perfecto y que necesita mejoras constantes. Es claro que ni la monarquía, ni la Constitución, ni el Estado de las autonomías son realidades sagradas e intocables, pero, mientras en esta “imperfecta” democracia hay espacio (y dinero) para que sus opositores se expresen con libertad hasta la ofensa, en otros regímenes admirados por estos mismos partidos enseguida silencian a quienes no comulgan con sus ruedas de molino. Muchos cubanos, venezolanos y nicaragüenses, por ejemplo, quieren venir a esta “imperfecta” España. No conozco a muchos españoles que estén encantados de irse a vivir a Cuba, Venezuela o Nicaragua, a menos que sean enchufados de esos regímenes. ¿Habrá alguna razón objetiva para ello o todo es propaganda de la derecha económica y mediática?

Empezamos a hartarnos de un discurso que nos rompe inútilmente como país y que, sub angelo lucis, quiere vendernos la moto vieja y averiada del progresismo más insustancial. ¡Basta ya!

Por cierto, muchas felicidades, princesa. 


lunes, 30 de octubre de 2023

Los dos libros


Ayer, paseando por la alameda que discurre paralela al cauce del río Eresma y por las calles del casco antiguo de Segovia, se me hizo evidente que nunca sabemos quiénes somos sin leer con atención el libro de la naturaleza y el de la historia. El primero ofrecía ayer una bella página otoñal en la que el verde intenso de las praderas contrastaba con el amarillo de los árboles. Parecido contraste se daba entre algunas tiendas y restaurantes modernos incrustados en viejos edificios de solera. 

El libro de la naturaleza, a través de las cuatro estaciones, nos permite entender mejor el ciclo de la vida. Nacemos (primavera), maduramos (verano), envejecemos (otoño) y morimos (invierno) para volver a empezar una nueva primavera. Leer este libro con asombro nos cura de la tentación de quedarnos detenidos en una etapa sin tener en cuenta la anterior (de dónde venimos) y la posterior (adónde vamos). El otoño, por ejemplo, nos enseña que el envejecimiento (por más que nos resistamos a él) forma parte del ciclo de la vida. Y que es mejor vivirlo con gratitud y belleza que con fingimiento y amargura.


El libro de la historia, por su parte, nos enseña que somos al mismo tiempo pasado, presente y futuro. Una casa del siglo XVII puede albergar en su interior una moderna tienda de ropa mientras, a través de grandes pantallas de plasma, nos anuncia un evento cultural. Segovia es, al mismo tiempo, una ciudad muy antigua (su célebre acueducto es el testigo sobresaliente de su historia bimilenaria) y muy moderna (basta fijarse en algunos comercios de última generación). Esta mezcla la hace muy atractiva. Es como si quisiéramos vivir como hombres y mujeres del siglo XXI sin renunciar al legado romano, judío, árabe y cristiano que nos transmite la historia. 

A veces -como sucede con el convento y la iglesia del Corpus Christi- una vieja sinagoga judía acaba convirtiéndose en iglesia cristiana, un granítico acueducto romano -construido para transportar a la ciudad el agua de la sierra (fin utilitario)- deviene el gigantesco monumento que identifica a la ciudad (fin identitario) y un castillo medieval como el Alcázar -que fue palacio real, prisión, colegio de artillería y otras cosas- se transforma en museo. Para sobrevivir es preciso evolucionar, adaptarse a las condiciones cambiantes de la historia.


Creo que solo las personas e instituciones que saben evolucionar al ritmo de los tiempos tienen algo que ofrecer. Esto es muy aplicable a la Iglesia y sus diferentes comunidades. Ayer se cerró el Sínodo que ha reflexionado sobre el futuro de la Iglesia. Conozco a algunas personas que lo han seguido (o mejor, que no lo han seguido) con preocupación y casi con angustia, como si de esa asamblea fuera a salir una Iglesia herética desconectada de su multisecular historia. En realidad, se trata de algo más sencillo y necesario: discernir lo que el Señor quiere de nosotros en este tramo de la historia. 

Responder que el Señor siempre quiere lo mismo (que seamos fieles al Evangelio) es una respuesta que de pura obvia puede indicar más una actitud de pereza que de verdadera fidelidad. Creo que algunos piensan que estamos viviendo un otoño o un invierno eclesial. Puede que sea así en algunas latitudes, pero el libro de la naturaleza nos enseña que no hay estación más cercana a la primavera que el invierno. El libro de la historia nos muestra que, después de cada crisis, la Iglesia se ha purificado y ha vivido una nueva etapa de fecundidad y fidelidad. No hay ninguna razón para pensar que no sucederá una vez más en nuestro tiempo.

domingo, 29 de octubre de 2023

Dos en uno


Escribo desde Segovia, una ciudad que llevo en mi corazón desde hace mucho tiempo. Aquí viví cinco años inolvidables y después recibí la ordenación sacerdotal en junio de 1982. Hoy ha amanecido un día ventoso y húmedo, lo que refuerza el aire melancólico de la ciudad en otoño. Antes de lanzarme a callejear, medito en voz alta el Evangelio de este XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Esto es más importante que la victoria del Real Madrid al Barcelona ayer en el estadio de Montjuic (1-2) e incluso que el atraso de una hora para entrar en el horario de invierno, aunque nos habían dicho que ya no se iban a producir más cambios. El evangelio es cortito, sustancioso y perfectamente inteligible. La pregunta que el fariseo experto en la Ley le formula a Jesús podríamos hacerla cualquiera de nosotros cuando nos vemos abrumados por una avalancha de leyes y preceptos, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. 

La pregunta se formula en singular. La respuesta de Jesús no parece demasiado original. Algo parecido, aunque de forma negativa, había dicho el famoso rabino Hilel que vivió unos cuantos años antes de Jesús, solo que de forma negativa: “Lo que no te gusta para ti, no se lo hagas a tu prójimo”. Y Filón de Alejandría, judío contemporáneo de Jesús, también hablaba del amor a Dios y al prójimo como corazón de la Ley.


Hay un mandamiento primero (amar a Dios) y un mandamiento segundo (amar al prójimo). Lo que Jesús dice que es que el segundo es semejante al primero; o sea, que, si no amamos al prójimo, que es imagen de Dios, en realidad no amamos a Dios. Y aquí es donde vienen nuestras sombras y nuestras luces. Nuestras sombras, porque siempre estamos tentados de convertir en dilema (o Dios o el ser humano) lo que, en realidad, es una polaridad (Dios y el ser humano). Nuestras luces, porque si amamos de verdad al prójimo a quien vemos, en realidad estamos amando a Dios a quien no vemos. 

Jesús termina diciendo que “estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”. No hay que dar más vueltas o marear la perdiz a base de infinitos matices. Por desgracia, hay una cierta religiosidad que acentúa mucho el amor a Dios, pero se desentiende de las causas humanas o las considera apendiculares. Y hay un humanismo que busca mejorar la vida de los seres humanos, pero los desvincula de Dios. Ambos dilemas nos llevan a una situación insostenible. Jesús nos lo advierte con claridad, pero no acabamos de aprender la lección. Las consecuencias saltan a la vista. ¿Seremos capaces de no dividir lo que Dios ha unido?


El amor a Dios tiene que ser “con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. No valen las medias tintas. El amor al prójimo se mide en relación con nosotros: “como a ti mismo”. Me pregunto si es posible que nosotros nos queramos a nosotros mismos -y también al prójimo- si no hemos experimentado que Dios nos quiere sin medida y, en consecuencia, nosotros nos entregamos a él con todo el corazón, con toda el alma, con todo nuestro ser. El amor que damos es, en realidad, un rebosamiento del amor que recibimos. 

Cuanto más nos dejemos inundar por Dios, tanto más nos amaremos a nosotros mismos y amaremos a los demás. Nuestro amor es pura irradiación del amor de Dios. Esto tiene consecuencias muy prácticas. El libro del Éxodo (primera lectura) las explicita para aquel momento histórico: no oprimir ni vejar al forastero (¿nos suena esto en la actual crisis de los inmigrantes?), no explotar a viudas ni a huérfanos (o sea, no aprovecharse de los más indefensos), no ser usurero con los pobres cargándolos de intereses (¿se habrán enterado algunos bancos?)… La palabra de Dios siempre nos cae bien hasta que leemos la letra pequeña.

sábado, 28 de octubre de 2023

Escuchar, acoger y sanar


Ayer se presentó en el Congreso de los Diputados el informe del Defensor del Pueblo “sobre abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia católica”. Se trata de un estudio de casi 800 páginas. Además de recoger 487 testimonios de víctimas, incluye una encuesta a 8.013 personas. Un 11,7% de los encuestados afirma haber sufrido abusos sexuales antes de cumplir los 18 años. El 0,6% reconoce haber sido agredido sexualmente por un sacerdote o religioso católico, y un 1,13% confiesa que la agresión se produjo en el ámbito religioso. El periódico El País, extrapolando los datos (cosa que no hizo ayer el Defensor del Pueblo), sostiene que en España se han producido alrededor de 440.000 casos de abuso sexual por parte de sacerdotes o religiosos en las últimas décadas. 

No creo que estadísticamente se pueda hacer esta extrapolación, pero, más allá de las cifras, consideradas mentira por el presidente de la Conferencia Episcopal Española, estamos ante un problema muy grave que ha dañado a miles de personas en las últimas décadas y que no se ha abordado con la claridad y contundencia que hubiera sido necesario por parte de los responsables. Los matices son muy importantes, pero no disminuyen la gravedad de la situación.


¿Cómo se debe escuchar, acoger y ayudar a las víctimas? ¿Cómo hay que juzgar, tratar y acompañar a los abusadores y encubridores? ¿Cómo se puede evitar que esto siga sucediendo en el futuro? Estas son para mí las tres preguntas esenciales, aunque no las únicas. La Iglesia y la sociedad están dando pasos para responder a la primera, titubean ante la segunda y han avanzado mucho en la creación de entornos seguros. El hecho de que esta realidad se utilice como arma arrojadiza contra la Iglesia (cosa que algunos hacen con descaro) no debiera impedirnos llamar a las cosas por su nombre y aceptar con humildad y valentía algo que nunca tendría que haber ocurrido. 

Esta gravísima crisis ha provocado en muchos cristianos (en especial, sacerdotes y religiosos) un sentimiento colectivo de sorpresa (no imaginaban su verdadero alcance), de vergüenza y de culpa (por la cultura del silencio y el encubrimiento practicadas durante décadas) y una cierta parálisis evangelizadora (por la falta de confianza y el miedo a ser condenados). Pero, como en tantas otras áreas de la vida, este tiempo de memoria y purificación permitirá resarcir a las víctimas como se merecen, caminar hacia una cultura de la transparencia y actuar preventiva y oportunamente en el caso de que se produzcan nuevos abusos.


No es el único factor, pero quizás es uno de los más relevantes a la hora de entender la desconfianza creciente de muchos españoles en la Iglesia católica. Con frecuencia me he preguntado por qué muchos alumnos que estudiaron en colegios o seminarios católicos en los años 60-90 del siglo pasado engrosan las filas de quienes han abandonado la Iglesia y se muestran muy críticos contra ella. ¿Cómo se puede creer en una comunidad en cuyo seno algunas (demasiadas) personas han sido violadas y silenciadas? ¿Cómo puede la Iglesia presentarse como “madre y maestra” cuando a menudo ha encubierto y minimizado esta lacra y ha protegido más a sus hijos abusadores que a sus hijos abusados? 

Solo se abrirá paso una nueva confianza cuando sepamos ponernos de parte de las víctimas y normalicemos una cultura del respeto y del cuidado. La misma Iglesia que ha sido encubridora durante mucho tiempo debe ser ahora modelo de transparencia y coraje porque, por desgracia, el abuso sexual sigue dándose en nuestra sociedad, sobre todo en el ámbito familiar. Donde abundó el silencio, debe abrirse paso la palabra, la compasión y la justicia. Para olvidar hay que recordar.

viernes, 27 de octubre de 2023

Recordar y olvidar


Llueve con la serenidad del otoño. Los prados verdean y los robles de los montes, a diferencia de los chopos, todavía no se han puesto amarillos. Por el balcón veo cómo caen las gotas hasta formar pequeños riachuelos que corren por los bordes de la calle. El silencio me ayuda a percibir la música suave de la lluvia. Es increíble cómo algo tan habitual puede producir una alegría íntima, casi infantil. Quizás es el contrapunto oportuno a la sobredosis de malas noticias que nos llegan estos días. 

La recepcionista del colegio donde celebro la Eucaristía cada mañana me decía ayer que en su familia han decidido no ver las noticias en la televisión. Resulta demasiado deprimente. Yo veo un riesgo aún más grave: es un acto anestésico. Superado el umbral de lo razonable, todo comienza a resbalarnos. Nos da casi igual que en Gaza mueran treinta que mil personas. Perdemos las proporciones. No estamos preparados para calibrar el nivel de sufrimiento. Por eso, tendemos a olvidar.


Un amigo mío indio me envió el otro día un artículo para la revista Vida Religiosa. Me resultó actual y penetrante. Lo publicaremos en el número de noviembre. Pone nombre a una polaridad que es imprescindible para la salud individual y colectiva. Necesitamos recordar y olvidar. Él lo dice de manera más técnica: amnesia (olvido) y anamnesis (recuerdo). Tan importante es evocar el pasado para fecundar el presente como olvidarlo para no quedar atrapados en él. 

La Biblia insiste mucho en el recuerdo. La fórmula “recuerda, Israel” aparece con frecuencia en los libros del Antiguo Testamento. Israel es el pueblo de la memoria. En el cristianismo no hay mandamiento más obedecido que el que dice: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19b). Lo ponemos en práctica cada vez que celebramos la Eucaristía. También en ámbito civil se invoca con frecuencia la “memoria histórica”. En España hay incluso una ley de “memoria democrática” (sic). Necesitamos saber de dónde venimos, por qué se produjeron algunos acontecimientos y quiénes los protagonizaron o padecieron. Es un deber de justicia. Se repite como un mantra que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.


Siendo verdad la necesidad del recuerdo, no es menos verdad la necesidad del olvido. Estar demasiado consciente de lo que nos pasa no es un signo de salud; puede ser un signo de enfermedad. La verdadera salud exige cierto olvido. Esta amnesia también es necesaria para unas relaciones interpersonales sanas y para una vida espiritual abierta. La “santa amnesia” consiste en no aferrarnos a nada ni a nadie. ¡Y menos aún a recuerdos dolorosos o felices que nos anclan al pasado y nos impiden volar con libertad! El Dios de la alianza es también un Dios olvidadizo. No lleva cuentas del mal.

Algo de esto quiere decirnos Jesús cuando nos advierte de que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda uno solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Pablo lo decía de otro modo: “Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por lo que está delante, prosigo hacia la meta, al premio de la celestial llamada de Dios en Cristo Jesús” (Flp 3, 13-14). Si recordamos sin olvidar, el pasado se convierte en un fardo insoportable. Si olvidamos sin recordar, el presente puede ser ilusorio. Lo que nos ayuda a vivir es mantener siempre en tensión los dos polos. Ambos son igualmente necesarios. ¡Hasta la neurobiología lo sabe! Sigue lloviendo con dulzura.


jueves, 26 de octubre de 2023

Trazos y trozos


Un amigo mío sacerdote me invitó a la presentación de un libro en la librería Paulinas de Madrid. Hice un hueco en medio de la agenda repleta y, poco después de las seis de la tarde, estaba allí. Saludé a algunos conocidos y me senté en una de las sillas que habían colocado entre las estanterías de los libros. El mismo local de la librería se transformó en improvisado salón de actos. Tal vez estábamos unas cuarenta o cincuenta personas, lo que supone un éxito para este tipo de eventos. Las tardes madrileñas están repletas de conferencias, exposiciones, presentaciones de libros y cosas semejantes. El libro en cuestión se titula Trazos de evangelio, trozos de vida. Lo escribe el sacerdote extremeño José (Pepe) Moreno Losada. Es un comentario a los evangelios dominicales y solemnidades del ciclo B. 

Libros de este tipo abundan en el mercado religioso. Lo que lo hace diferente es que no se trata de un libro de comentarios exegéticos u homiléticos, sino de historias (enfoque narrativo) que surgen como borbotones a partir de la vida. Pepe Moreno se encargó de apostillarlo desde el comienzo de la presentación: “El Evangelio es verdadero porque desvela la verdad de la vida”. Sus comentarios son historias de personas que él ha ido encontrando por el camino, algunas de las cuales estaban presentes en la librería.


Yo no conocía a Pepe Moreno. Es un cura de mi edad. Extrovertido, amigable, excelente conversador y con una rica experiencia pastoral a las espaldas. Se ha movido en el ámbito de la JEC (Juventud Estudiante Católica) y en el movimiento de profesionales cristianos de la Acción Católica. Conecta, pues, con una forma de entender la fe muy ligada a lo que hace años se llamaba “lo social”. No es un cura obrero, sino un obrero del Evangelio que sabe por experiencia que el Evangelio se convierte en “buena noticia” cuando se hace carne, cuando toca las vidas de quienes buscan un sentido o sufren por cualquier causa. 

La verdad es que, escuchándolo, me reafirmé en una convicción que me acompaña desde el comienzo de mi ministerio. Muchas personas se han alejado de la Iglesia e incluso de la fe porque no han experimentado que el mensaje tocara sus vidas, porque han sido “víctimas” de una catequesis muy doctrinal y moralista, alejada del estilo de Jesús. Es probable que unos pocos se sientan a gusto con esta manera cerrada de entender el Evangelio, pero la mayoría desconecta. Es necesario volver a respirar el aire fresco de una buena noticia que hace presente el amor de Dios en las intrincadas veredas de la existencia humana.


Después de tomar una tónica con Mario, mi amigo sacerdote, regresé caminando a mi comunidad. Hacía una fresca y agradable tarde de otoño. La calle Alberto Aguilera estaba llena de estudiantes que entraban y salían de las instalaciones de ICAI-ICADE, el centro académico de los jesuitas en el que se han graduado algunos de los mejores profesionales de España. Muchas personas hacían cola frente a la Casa de México para ver una colorida exposición alusiva al Altar de Muertos. Yo rumiaba todo lo que había escuchado en la librería. Daba gracias a Dios porque, en medio de esta sociedad secularizada, hay muchas personas que viven con profundidad y alegría la fe. Lo experimenté el martes en el Colegio Mayor Jaime del Amo y volví a experimentarlo ayer en la librería Paulinas. 

Las encuestas dicen que son una minoría, pero cada vez me convenzo más de que se trata de una minoría probada, resistente, alegre y esperanzada. No soy de los que tiran la toalla. La crisis está purificándonos de muchas adherencias históricas que eran pura apariencia. Hoy no es obligatorio creer por presión familiar o social. Quienes lo hacen responden a una fuerte experiencia personal de encuentro con Dios en la humanidad de Jesucristo. Hay más testigos de lo que a simple vista parece. Percibo muchos “trazos de Evangelio” en los “trozos de vida” de personas que, en medio de sus fragilidades, se sienten habitadas por el Amor. Algo de esto dice también la Carta al Pueblo de Dios que nos han escrito los participantes en el Sínodo.

miércoles, 25 de octubre de 2023

Enamoraos de Él


Ayer hubo un gran susto en la Ciudad Universitaria de Madrid. A eso de las tres de la tarde se produjo una explosión de gas frente al Colegio Mayor Nuestra Señora de África. Las llamas subieron a más de cinco metros de altura. Enseguida acordonaron la zona y desalojaron a los estudiantes de colegios vecinos. A mí me avisó el director del colegio mayor Jaime del Amo en donde tenía que dar una conferencia a las ocho de la tarde. Me fui a pie desde mi casa bajo una lluvia fina. En media hora cubrí con tranquilidad los dos kilómetros y medio que me separaban del colegio. 

Ante un grupo de unos cuarenta o cincuenta colegiales hablé sobre “Claret como emprendedor”. Los chicos estaban cansados de una jornada entera de clases y otras actividades, pero mantuvieron el tipo. Procuré conectar el tema con sus futuras responsabilidades sociales. Muchos de ellos ejercerán algún tipo de liderazgo. Es importante que conozcan ejemplos de personas que han sabido ser líderes profesionalmente competentes y éticamente íntegros. Por desgracia, hoy abundan los líderes tóxicos en varios ámbitos de la sociedad, sobre todo en la política.


Mientras pasaba con el mando a distancia las diapositivas de mi presentación, miraba de reojo al grupo de muchachos (entre los 18 y los 23 años) que tenía delante. Estaban también los directivos laicos de los dos colegios mayores (Jaime del Amo y Alcalá) que tenemos los claretianos en Madrid. Imaginaba lo que podían estar pensando de un santo del siglo XIX totalmente ajeno a sus preocupaciones actuales. La brecha cultural es enorme. Y, sin embargo, cuando abordamos las grandes cuestiones de la vida, entonces nos movemos en un terreno común. 

Los que navegan por internet de la mañana a la noche, escuchan a Coldplay, C. Tangana, Rosalía, o a Íñigo Quintero, son los mismos que a solas en su habitación, tumbados encima de la cama, se preguntan si tiene algún sentido la carrera en la que se han matriculado y si llegará a buen puerto la historia de amor empezada el verano pasado con la chica de su pueblo o ciudad. El amor, la libertad, el trabajo, la belleza, el sufrimiento, la vida y la muerte son cuestiones que nunca pasan de moda. Encontrarse con exploradores -como Claret- que se han internado sin miedo en estos territorios ayuda a no perderse en el bosque de la superficialidad, repleto de todo tipo de propuestas e insinuaciones.


Viéndolos con sus sudaderas de colores y sus insustituibles zapatos deportivos (uniforme generacional en casi todo el mundo), me entraron ganas de decirles lo que Claret les dijo a unos jóvenes que le preguntaron por el secreto de su incansable actividad misionera una vez que estaba predicando en la basílica de santa María del Mar en Barcelona. La respuesta de Claret está esculpida en la claraboya que ilumina la cripta donde se conservan sus restos: “Enamoraos de Jesucristo y lo entenderéis todo”. Este es el secreto: entrar en una relación personal con Jesucristo y fiarse de él. Solo él es el camino en nuestras encrucijadas, la verdad que nos libera de las mentiras, y la vida que nos contagia sentido y entusiasmo.

¿Es esto posible para un muchacho de 20 años que se pasa el tiempo haciendo ejercicios matemáticos y viendo series de Netflix en sus pocos ratos libres? Quizá muchos piensen que no porque pertenece a “la primera generación incrédula de España”. Yo creo que sí. No hay imán más poderoso que Jesucristo. Incluso cuando nos parece que ya no tiene nada que decirnos, siempre nos sorprende en cualquier pliegue de la existencia. 

Es verdad que el tema de mi conferencia era Claret como emprendedor, pero, en el fondo, yo pensaba en Jesucristo y en su poder de atracción. Después de la conferencia y de la cena con los directivos, mientras esperaba el autobús circular en la marquesina que está frente a la residencia de las Teresianas, pensaba que merece la pena acompañar de cerca estos procesos de búsqueda y encuentro, de hastío y fascinación, de sueños y fracasos. Después de muchos años en otros campos apostólicos, redescubrí la urgencia y la belleza de la pastoral juvenil. Será cosa de la edad.

martes, 24 de octubre de 2023

El tercer verbo duele


De san Antonio María Claret se sigue hablando mal en algunos círculos. Hace menos de un mes sin ir más lejos, el periódico español El Mundo publicó un artículo sobre Isabel II en el que el autor afirmaba que “[la reina] se rodeó de consejeros nada fiables, conservadores o liberales, como el padre Claret, que la manipulaban a su antojo”. A la lista clásica de denuestos e insultos contra el santo misionero -una verdadera leyenda negra- se añade ahora el de manipulador. 

De Claret solemos admirar su celo misionero, su creatividad y su fuerte experiencia mística. Solemos minimizar o pasar por alto que fue un santo distorsionado, calumniado y perseguido. Y no porque fuera particularmente polémico, sino porque su estilo de vida y su predicación resultaban incómodos. A algunos catalanes, por ejemplo, les parecía demasiado castellano y a algunos castellanos demasiado catalán. 

A los carlistas les caía mal porque lo consideraban constitucionalista e isabelino. A los isabelinos les parecía muy conservador. A los esclavistas de Cuba les importunaba su defensa de los esclavos. A los liberales no les gustó que no aprobara el reconocimiento del nuevo reino de Italia. La mayoría de los obispos lo admiraban, pero no faltaron críticas a su estilo pobre y desinteresado. Le hicieron caricaturas injuriosas y hasta pornográficas, remedaron algunas de sus obras, atentaron varias veces contra su vida y hasta lo buscaron en el exilio francés para deshacerse de él. La muerte lo libró de todo el 24 de octubre de 1870 a las 8,45 de la mañana mientras estaba refugiado en el monasterio cisterciense de Fontfroide, cerca de Narbona, en el sur de Francia.


Me considero hijo carismático de un santo que fue admirado en su etapa catalana y canaria y que fue perseguido a su paso por Cuba y Madrid. No hay seguimiento de Jesús sin cruz. Tarde o temprano, de una manera u otra, a quienes toman en serio el Evangelio les llega el momento de la prueba. Claret vivió su noche oscura. Creo que en algún momento estuvo al borde de la depresión, si es que no cayó redondamente en ella. Pero se mantuvo incólume durante los 62 años y diez meses que duró su vida terrena. Al final, se sentía viejo y achacoso; en palabras suyas, un “ente misterioso”. 

Me parece que es sano recordar que los santos tienen también experiencias duras, frecuentan el lado doloroso de la existencia. De esta manera, se convierten en referentes para cuantos atraviesan momentos difíciles. El mismo Claret que imitó a Jesús en su estilo itinerante y pobre, predicando de pueblo en pueblo, lo imitó también en la aceptación del desprecio y la persecución. Aunque sus ideas no están siempre alineadas con la modernidad, su estilo de vida fue radicalmente moderno. Vivió en sus carnes el progresivo divorcio entre la fe y la cultura. Lo combatió con fórmulas muy tradicionales y con ideas muy innovadoras. Fue un hombre de Trento que en algunos puntos preparó el Vaticano II.


Por la tumba de san Antonio María Claret en Vic desfilan algunos cientos de peregrinos al año. Nada comparable a los que visitan al Padre Pío en el santuario de san Giovanni Rotondo, a san Francisco en Asís o a san Ignacio de Loyola en el Gesù de Roma. Claret no es un santo muy popular, acaso porque no es milagrero o porque sus hijos e hijas no hemos sabido presentarlo como un ejemplo “moderno” de vivir el Evangelio. Y, sin embargo, a medida que pasa el tiempo y conozco más en detalle su trayectoria vital, más me sobrecoge su manera de vivir el drama de la fe, su forma de abrirse al futuro bien nutrido por las raíces de la Tradición. 

Con las categorías de hoy, fácilmente se lo podría tildar de conservador y, sin embargo, su manera de entender la misión suponía un verdadero progreso en la vida de la Iglesia del siglo XIX, tanto en España como en Cuba. Conocía demasiado bien la naturaleza humana como para dejarse seducir por propuestas superficiales, aunque sonaran lisonjeras. Alguien que ha sido trabajador, estudiante, que ha confesado a miles de personas de todas las clases sociales, que se ha codeado con campesinos, obreros, estudiantes, aristócratas, científicos, literatos, eclesiásticos, políticos, reyes y papas, no puede ser un ingenuo. Su lectura del misterio de la vida en el libro de la existencia y en las Escrituras le dio las claves para vivir una espiritualidad que buscaba seguir e imitar a Jesús en orar, trabajar y sufrir. Los dos primeros verbos no suenan mal al oído contemporáneo. El tercero hay que aprender a conjugarlo. En eso estamos.

lunes, 23 de octubre de 2023

Envainar la espada


Un lector del blog me ha escrito diciendo que le gustaría saber mi opinión sobre el genocidio (sic) que está ocurriendo actualmente con los palestinos. La verdad es que mi opinión no tiene ninguna importancia. Más que opinar, sufro. La situación es tan dura que, cuando desde la redacción de Vida Religiosa hemos querido entrar en contacto con algunos religiosos que viven y trabajan en la zona, nos han respondido que prefieren no contestar. En su lugar, los medios de comunicación multiplican los análisis de todos los colores. No podemos quejarnos de falta de opiniones. 

El ataque de Hamás fue tan brutal e inhumano que ha despertado la brutalidad e inhumanidad del ejército israelí. La espiral de violencia no va a cesar fácilmente, por más que haya muchas instancias internacionales que pidan mesura, proporcionalidad en la respuesta, protección de los civiles y garantías de suministros a la población de Gaza. No hay nada más peligroso que el orgullo herido. Sucede en las relaciones interpersonales y en las internacionales. No me siento capacitado para ir más lejos. No tengo fuentes de información distintas a las de los lectores de este Rincón. Solo algún testimonio aislado.


Lo que me da vueltas en la cabeza es por qué hemos llegado a esta situación. Releo la constitución conciliar Gaudium et spes y descubro que los análisis hechos hace casi 60 años siguen conservando su vigencia. Escojo un párrafo del número 4:
“Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus”.

La última frase sigue siendo un aldabonazo en las conciencias: “Se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus”. Hoy disponemos de muchos más medios que cuando se celebró el Concilio Vaticano II (1962-1965). Hemos sido testigos de la llegada del hombre a la luna, de la caída del muro de Berlín, de la omnipresencia de internet y de la irrupción de la Inteligencia Artificial. Ha habido inventos en los últimos años que nos han cambiado la vida. Y, sin embargo, no percibimos con claridad “un mejoramiento de los espíritus”, lo cual demuestra que la ciencia y la técnica no son suficientes por sí solas para lograr este objetivo. Nos ofrecen medios -lo que no es poco- pero necesitamos fines que den sentido y proyección a esos medios. Necesitamos, en definitiva, un nuevo humanismo para el siglo XXI, antes de que el transhumanismo nos sumerja en una noche oscura. 

La fe cristiana tiene mucho que aportar. Los creyentes creemos en Jesús como el Hombre por antonomasia, el único ser que ha llevado a su plenitud la condición humana. Creemos, por tanto, que, siguiéndolo a Él, encontramos el verdadero camino para nuestra realización personal y social. Esto también vale para iluminar lo que está pasando en su martirizada tierra. Cuando un amigo de Jesús quiso defenderlo con la espada, recibió una advertencia que es válida para todos los conflictos: “Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán” (Mt 26,52).

domingo, 22 de octubre de 2023

Polaridades, no dilemas


Hay dos frases del acervo cristiano que suelen citar muchos políticos, aunque no sean creyentes. La primera es la famosa regla 5 sobre el discernimiento formulada por san Ignacio de Loyola en las reglas de la primera semana de ejercicios espirituales: “En tiempo de desolación, no hacer mudanza”. Se utiliza para indicar que no conviene tomar decisiones o hacer cambios cuando atravesamos un período de crisis. 

La segunda proviene del capítulo 22 del evangelio de Mateo que leemos precisamente en este XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Reza así: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Aunque la interpretación resulta anacrónica, se suele utilizar para defender la necesaria autonomía de los ámbitos sacros y seculares. Voy a fijarme en esta segunda frase porque arroja mucha luz para vivir algunas encrucijadas de nuestro tiempo. Creo que hay que analizarla con una pizca de humor.


Imaginemos la escena descrita por Mateo. Algunos fariseos y herodianos quieren tenderle una trampa a Jesús. Le hacen una pregunta capciosa en la que reducen a un dilema (Dios o el César) lo que, en realidad, es una polaridad (Dios y el César). Jesús -a quien han calificado de sincero y de no juzgar a la gente por apariencias- no se deja enredar. Les pide que le enseñen la moneda del impuesto. Esta invitación implica un par de cosas interesantes: que Jesús no lleva dinero y que los fariseos (tan aparentemente celosos y cumplidores) parece que esconden algunas monedas en los pliegues de sus túnicas o mantos. El hecho es significativo porque se supone que no está permitido llevar monedas con la efigie de un emperador que reivindica su identidad divina en los alrededores del templo de Jerusalén. Es, en el fondo, un acto de idolatría. Es evidente que a los fariseos les importa más el dinero que el verdadero culto.

Desnudada esta hipocresía, a Jesús le resulta muy fácil dar la estocada final. Si la moneda lleva la efigie del César, entonces hay que pagarle el impuesto debido. Ni más ni menos. Pero nosotros, los seres humanos, llevamos la efigie de Dios porque hemos sido hechos -como señala el libro del Génesis – “a su imagen y semejanza”. Por tanto, nos debemos a Dios, no a ninguna autoridad humana. A las autoridades políticas podemos entregarles nuestros bienes, pero nunca les vamos a entregar nuestra alma porque esta pertenece solo a Dios. Es una crítica radical de toda idolatrización de la política o de cualquier realidad humana: la economía, la ciencia, la técnica, etc.


Pero hay algo más todavía. A menudo en nuestra vida tratamos como dilemas realidades que, en realidad, son polos que deben mantenerse en tensión, no escogiendo uno a costa del otro. Muchos de los problemas que hoy padecemos en la vida política y eclesial se deben al hecho de tratar las polaridades como problemas y, por tanto, sacrificar un polo en beneficio del otro. Las polaridades son incontables: gracia/libertad, fe/razón, trabajo/descanso, acción/contemplación, centro/periferia, tradición/progreso, unidad/diversidad, persona/comunidad, religioso/secular, palabra/silencio, etc. 

Para poder vivir una vida plena necesitamos aprender a “navegar las polaridades”, a no sacrificar una en beneficio de la otra, a enriquecernos con la energía que cada polo nos aporta. Es importante saber hablar, pero también escuchar. Podemos afirmar la fuerza de la periferia, pero sin descolgarnos del centro. Podemos ser progresistas y, al mismo tiempo, valorar la tradición. La búsqueda de la unidad no significa matar la diversidad, sino celebrarla… 

Creo que muchas de las crisis que hoy padecemos en la Iglesia y en la sociedad provienen de personas muy dilemáticas que no saben (o no quieren) integrar las polaridades y que las reducen a problemas. Jesús nos enseña el arte de la conciliación (cuando es posible y deseable) y el de la opción nítida (cuando hay realidades irreconciliables), como por ejemplo cuando nos advierte: “O Dios o el dinero”.

viernes, 20 de octubre de 2023

Entre prioras anda el juego


Ayer llovió en Madrid con una intensidad que no se recordaba desde hacía mucho tiempo. Desde los grandes ventanales de Villa San Pablo, en Carabanchel, veía cómo las nubes densas descargaban agua como si no hubiera un mañana. Yo sentía por dentro un gran regocijo porque llevábamos mucho tiempo echando de menos un otoño en condiciones. Luego me enteré de que hubo problemas de tráfico, inundaciones en alguna línea de metro y otro tipo de incidencias, pero, en conjunto, fueron más los beneficios que los daños. 

Hoy ha amanecido un día frío y nublado, pero ya no llueve. Yo sigo reunido con seis prioras de la federación Flos Carmeli de las Carmelitas Descalzas. Durante tres días estamos reflexionando sobre el servicio de la autoridad en los monasterios carmelitanos. Me sorprende su realismo y su fino sentido del humor, notas que caracterizaron también a la Santa Madre, que así es como llaman ellas a Santa Teresa de Jesús. Con facilidad pasan de hablar de la oración contemplativa a compartir sus preocupaciones sobre la economía de los monasterios (por lo general bastante precaria) o la salud de las monjas ancianas. Me gusta esta espiritualidad teresiana que procura ver a Dios “entre los pucheros”.


En un descanso leo que la agencia Fides ha publicado unas estadísticas recientes sobre la Iglesia católica. A 31 de diciembre de 2021, los católicos en el mundo éramos 1.375.852.000, alrededor de 16 millones más que en 2020. Esta cifra representa algo más del 17% de la población mundial. En América este porcentaje sube al 64%, mientras en Europa los católicos no llegamos al 40% de la población, con una lenta tendencia a la baja. Reconozco que hace años me interesaban mucho más las estadísticas. Hoy las relativizo mucho. Y no solo por la advertencia contenida en la frase que Mark Twain atribuía al primer ministro británico Disraeli: “Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las grandes mentiras y… las estadísticas”, sino, sobre todo, porque la vitalidad de la fe cristiana no puede medirse por el número de personas que han recibido el bautismo.

En realidad, no hay ningún termómetro que pueda medir con precisión la temperatura espiritual de una persona, una comunidad o un país. Por lo que respecta a Europa, es evidente que el número de personas que se declaran católicas está en franco retroceso. Por una parte, este hecho siempre cuestiona la eficacia de la evangelización, pero, por otro, nos despierta de la ilusión de un cristianismo sociológico que tenía mucho de inercia cultural y poco de experiencia personal.


En los diálogos que mantengo con las prioras carmelitas en el aula y en la mesa aparecen temas y observaciones que me llaman la atención. En los últimos años no he tenido mucho contacto con las comunidades contemplativas. Las del monasterio de León me dicen que uno de sus trabajos principales es el bordado de piezas litúrgicas y que últimamente tienen muchas demandas de una prenda llamada “yugal”. Por lo visto, se ha puesto de moda entre algunas parejas jóvenes. 

Se trata de un paño que los novios se ponen por encima de los hombros en el rito mozárabe del matrimonio y que asemeja al humeral que usan los sacerdotes en el momento de la bendición con el Santísimo o al talit de los judíos. Nunca había imaginado que hubiera monjas dedicadas a su fabricación y venta. Está visto que existe una nueva ritualidad que recupera algunos ritos antiguos y los recicla con estética moderna. Es muy probable que a las nuevas generaciones la liturgia católica les resulte demasiado minimalista y envidien los ritos que ven en otras iglesias o religiones. El tiempo nos dirá en qué dirección tendremos que caminar, pero me parece un aviso a navegantes.

miércoles, 18 de octubre de 2023

Suma y sigue


Llevo diez días sin asomarme a este Rincón. Algunos lectores me han escrito para preguntarme si me pasa algo. ¡Claro que me pasa! No encuentro tiempo para teclear la entrada diaria. Debo centrarme en otros asuntos y escribir de otras cosas. Mientras tanto, ha estallado la violencia en Oriente Medio, he hecho tres viajes fuera de Madrid y he ido afrontando mis nuevas responsabilidades en la editorial Publicaciones Claretianas y en la revista Vida Religiosa

De la crisis entre Israel y Palestina prefiero no hablar porque me hierve la sangre. ¿Cómo es posible ser tan crueles? Los periódicos llevan más de una semana contándonos la tragedia con pelos y señales y buceando en sus causas próximas y remotas. He viajado en diez o doce ocasiones a la zona, he hablado con israelíes y palestinos, me he encontrado con la comunidad católica local y he leído algo sobre esta tierra en la que hay más historia que geografía. Lo único que saco en limpio es que no hay solución humana. 

Jesús conocía muy bien a su gente. Por eso habló con tanta fuerza del perdón como arma revolucionaria. Pero esta actitud no entra en las cabezas y corazones colonizados por un odio ancestral. Todas las soluciones hechas con tiralíneas se quedarán siempre en papel mojado. Algunas potencias occidentales tienen una gran responsabilidad histórica en el origen y desarrollo del conflicto. No vale lanzar la piedra y esconder la mano. Muchos inocentes sufren de manera inhumana. 


Mientras algunas zonas del mundo están que arden, en Roma prosigue el Sínodo sobre la sinodalidad. Estoy esperando un breve artículo de una amiga mía polaca que actúa como facilitadora. Quiero conocer su opinión desde dentro. Aunque conversar en pequeños círculos suele ser muy gratificante, hay gente que se pone nerviosa porque quiere “sacar conclusiones” 
cuanto antes. Los frutos de una asamblea de este tipo los miden por los cambios que se van a introducir en el Código de Derecho Canónico. Todo lo demás les suena a música celestial. 

La cosa tiene otra dimensión y otro alcance. Por de pronto, se ha puesto en marcha otra manera de encauzar los procesos de discernimiento. No hay sínodo sin éxodo y sin método. Y, a la postre, sin simposio. No caminamos juntos (sínodo) si no salimos de donde estamos (éxodo) siguiendo una ruta (método) que acabe en un banquete compartido (simposio). No creo que todos estos acentos lleguen a la mayoría de los cristianos, pero por algo se empieza.


Pasó el calor inapropiado del “veroño” de octubre. Bajan las temperaturas, arrecian los vientos y se acercan las lluvias. Ya es hora de quitarnos la ropa estival y de darnos cuenta de que los días acortan. Es quizás una oportunidad para buscar dentro lo que no acabamos de encontrar fuera. Y de ir cuidando todo aquello que nos ayuda a mantenernos despiertos. 

Me siguen llegando noticias de gente amiga visitada por la enfermedad y de personas que atraviesan crisis graves. Me siento impotente para expresar una cercanía eficaz, aunque procuro encontrar cauces. Lo que siempre hago es presentarle a Dios cada una de las situaciones, con la esperanza de que Él les dé salida y sentido. Si no nos ayudamos en los momentos críticos, ¿para qué sirve tomar juntos una cerveza o regalarnos una llamada telefónica de vez en cuando? La amistad auténtica se transforma en cuidado amoroso, aunque no siempre sepamos cuáles son los modos más adecuados.



domingo, 8 de octubre de 2023

De viñas, cercas y obreros


Ya se sabe que el otoño es el tiempo de la vendimia. Este XXVII Domingo del Tiempo Ordinario está impregnado del olor a viñas y a vino, pero también a la pólvora que de nuevo ha estallado en la tierra de Jesús. Tras el ataque de Hamás, Israel ha respondido con la operación “Espadas de hierro”. Se multiplican los muertos y heridos. La “viña de mi amigo” -por utilizar la expresión del profeta Isaías (primera lectura)- vuelve a ser una viña ensangrentada. 

El olor de la guerra nos sume siempre en un clima de muerte y desesperanza. Sabemos cuándo y cómo empiezan los conflictos, pero nunca sabemos cuándo y cómo van a acabar. El caso de Ucrania es clamoroso. No aprendemos.


Jesús, como buen judío, es un experto en viñas. Conoce la historia que cuenta Isaías (5,1-7) y conoce cómo son y actúan los viticultores de su entorno. Con esos elementos ha compuesto una parábola que tiene poco de relato bucólico y mucho de denuncia profética. Es, en realidad, una alegoría. Todos los detalles del relato tienen un significado simbólico, que nos interesa analizar. 

El amo es el Señor. Él cuida de su pueblo como el viñador de su viña. La cerca es la Torá, la ley que Dios ha revelado a su pueblo Israel para protegerlo de un estilo de vida dañino. Los labradores son los jefes, líderes religiosos y políticos, cuya tarea es colocar al pueblo en condiciones ideales para que produzca los frutos que el dueño espera: es decir, obras de amor al prójimo y justicia social. 

Los enviados son los profetas que amonestan a Israel para que sea fiel a la alianza: “Desde que saqué a sus antepasados de Egipto hasta hoy les he enviado continuamente a mis siervos, los profetas, pero este pueblo de dura cerviz no me escuchó. No hicieron caso y fueron peores que sus antepasados” (Jer 7,25-26). Los labradores que querían tomar posesión del campo y administrar la viña por sí mismos representan a quienes hacen las cosas sin Dios y consideran sus dones como bienes de los que apropiarse indebidamente.

El hijo, obviamente, es Jesús. El tiempo de la vendimia (el otoño de la historia) es el tiempo del juicio de Dios, el día de la intervención para la salvación. Como buen pedagogo, al final de la parábola, Jesús involucra a su auditorio y le pide su opinión sobre qué comportamiento sugerir al dueño. La gente responde sin contemplaciones: “El amo acabará con esos hombres malvados”. 

Pero Jesús sigue una lógica diferente. Dios no actúa como actuamos los seres humanos. Interviene para que el mal sirva al bien, haciendo que produzca una obra maestra de salvación. Podemos recordar lo que dijo José a sus hermanos que lo habían vendido a los egipcios: “Vosotros pretendíais hacerme daño, pero Dios quiso convertirlo en bien para que ocurriera lo que está ocurriendo hoy: la supervivencia de mucha gente” (Gn 50,20).


La historia tiene un final trágico y esperanzador a un tiempo. Los jefes del pueblo atrapan al hijo y lo echan de la viña. Esto es exactamente lo que sucedió con Jesús. Lo consideraron blasfemo e impuro. Por eso lo sacaron de los muros de la ciudad y lo ejecutaron. Pero Dios, resucitándolo al tercer día, lo hizo piedra angular de un nuevo edificio más universal que el antiguo del pueblo de Israel. Hay nuevos viñadores que producirán nuevos frutos.

Me parece que la parábola nunca pierde su actualidad. Hoy se podría aplicar sin ninguna violencia al Occidente cristiano. Como no hemos sido capaces de cultivar con cariño la viña (es decir, la fe recibida), otros viñadores (muchos cristianos de América, África y Asia) la están cultivando con esmero y produciendo frutos de fe, esperanza y amor. El designio amoroso de Dios nunca se frustra, pero nosotros podemos malograr sus efectos en nosotros. Aviso a navegantes.

sábado, 7 de octubre de 2023

Dios se pone enfermo


Pasar varias horas en el servicio de Urgencias de un hospital acompañando a una persona querida es una de esas ocupaciones que te ayuda a ver la otra cara de la vida. Por él desfilan ancianos con síntomas de neumonía otoñal, adolescentes que se han fracturado el brazo o la pierna jugando, adultos con migrañas o fuertes dolores abdominales. Aunque dominan las personas mayores, no faltan los jóvenes y los niños. De hecho, hay una sección llamada Urgencias Pediátricas. Por la pantalla de la sala de espera voy viendo el estado de cada uno. Se proyecta el código correspondiente para preservar la intimidad de los pacientes, el grado de gravedad (de 1 a 5) y la situación en la que se encuentra: espera, triaje, observación y cuidados intermedios, internamiento, alta domiciliaria, etc. 

Aunque no me gusta estar horas de larga espera, no me impaciento. Desde el primer minuto me hago a la idea de que en ese momento es eso lo que tengo que hacer. Todo lo demás, incluso lo urgente, pasa a un segundo plano. Con san Vicente de Paúl he aprendido a “dejar a Dios por Dios”. Rescato unos minutos para rezar vísperas con mi móvil, pero, aunque no lo hiciera, todo es oración cuando se procura vivir como lo viviría Jesús: con un corazón paciente y compasivo.


No sé si es algo bueno o malo, pero mi agenda suele estar cargada de compromisos de todo tipo. Cuando hay que romperla por una enfermedad personal o por la enfermedad de una persona cercana, la primera reacción es de contrariedad, pero la segunda es de disponibilidad. Es importante escribir un artículo, dar una conferencia o participar en una reunión de superiores. Pero más importante es estar cerca de las personas queridas en algunos momentos cruciales de la vida. 

Si alguna vez tuve alguna pequeña duda al respeto, hoy no tengo ninguna. La escala de valores se ha ido ajustando. Gracias a Dios, me muevo en un entorno comunitario en el que esto es posible. No siempre es fácil en otros ambientes académicos o empresariales. Hay personas que encuentran muchas dificultades para acompañar a sus seres queridos cuando están enfermos u hospitalizados debido a sus obligaciones laborales y a las normas estrictas que regulan estos asuntos.


Cuando era un joven novicio de 18 años, todos los miércoles por la tarde los pasábamos en el hospital de Castro Urdiales visitando a los enfermos y colaborando con las Siervas de María en su aseo. A mí solía tocarme un exminero vasco llamado José, que estaba paralizado en la cama y que, en momentos de dolor, se despachaba con una batería de blasfemias. Al principio, sentía un poco de repulsión cuando pasaba la esponja enjabonada por su cuerpo retorcido, pero pronto entendí las palabras de Jesús: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). 

Cada ser un humano es un sacramento de Dios. Dios disfruta con nuestros triunfos, celebra nuestras fiestas, come y danza con nosotros. Pero también se pone enfermo y sufre cuando sus hijos atraviesan por experiencias de limitación, enfermedad y muerte. Es bueno vivirlo en carne propia para saber que hay vida más allá de internet, las redes sociales, los viajes, las fiestas, los compromisos laborales y las celebraciones religiosas. Unas horas en el servicio de Urgencias de un hospital es una excelente lección de humanidad.

viernes, 6 de octubre de 2023

Las mesas redondas


Hace dos años que llegué a Madrid después de dieciocho en Roma. Se me han pasado volando. En este tiempo he rehecho viejas relaciones, he sido bendecido con otras nuevas y, sobre todo, he descubierto caminos inéditos para seguir siendo misionero.

Llevamos dos días recibiendo mucha información sobre los primeros pasos del Sínodo. A muchos les ha sorprendido la imagen del aula Pablo VI con unas 40 mesas redondas. En cada una hay doce sinodales. La del papa Francisco está sobre un pequeño estrado. Supongo que la escenografía ha sido estudiada. Es uno más, pero no es uno más. En cuanto sucesor de Pedro, ha recibido el primado sobre todas las iglesias. Llama la atención ver a cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos conversando alrededor de una mesa. Esta imagen contrasta con la tradicional del aula del Sínodo de los Obispos, que tiene forma de anfiteatro y está encabezada por una mesa presidencial. 

El uso de mesas redondas en el Sínodo puede parecer una novedad, pero es algo que se viene usando desde hace muchos años en otro tipo de reuniones y asambleas. Así se funcionó, por ejemplo, en el Congreso de Vida Consagrada Pasión por Cristo, pasión por la humanidad, que tuvo lugar en Roma en 2004. Yo mismo, siempre que ha sido posible, he promovido este estilo en los capítulos y asambleas que he facilitado en diversas partes del mundo. Hace años instauramos las mesas redondas en el aula del Centro Fragua de Los Negarles, como han podido comprobar algunos lectores de este Rincón.

Por obvio que parezca, una mesa redonda no tiene esquinas. Todo circula con fluidez. Aunque quienes se sientan alrededor tengan cargos y responsabilidades distintas, no se remarca la jerarquía. Todos son participantes de una conversación que, según los casos, puede ser calificada de generativa, espiritual, etc. Cada mesa es un pequeño laboratorio. Las personas son libres para expresar sus opiniones, escuchar las de los demás y adentrarse en un proceso de discernimiento conjunto. Lo que importa no es debatir sobre un texto previo, sino generar algo nuevo como fruto de la interacción. Las mesas redondas son manantiales de creatividad. Se requieren unas mínimas actitudes de humildad y apertura, unas preguntas “generadoras” y una moderación discreta e inteligente. 

Es sorprendente la vida y el entusiasmo que se suelen generar cuando las personas que participan ponen en común sus dones, talentos, preguntas, miedos y esperanzas. El Espíritu suele abrirse paso cuando no llevamos todo atado y bien atado, sino que dejamos espacio a su novedad.