jueves, 31 de agosto de 2023

Sonata madrileña


Habíamos quedado a las cuatro de la tarde. Con puntualidad británica acudieron en moto hasta mi casa. Aunque la temperatura no superaba los 26 grados, nos refugiamos en el interior para saludarnos (hacía muy poco que nos habíamos visto), tomar un café y visitar los lugares donde vivo y trabajo. 

Se trata de un matrimonio amigo con el que he compartido largas y densas conversaciones. Nos reservamos la tarde del penúltimo día de agosto para ejecutar nuestra particular “sonata” madrileña antes de que el mes de septiembre nos atrape por completo. Pasamos casi siete horas juntos, hasta bien entrada la noche. Lo vivido se puede dividir en tres tiempos.

Allegro

Caminando por el paseo de Rosales y cruzando por la plaza de España llegamos hasta la plaza de la Armería, entre el Palacio Real y la catedral de la Almudena. Fueron veinte minutos de diálogo animado. Nos impresionaron las hojas de los árboles amontonadas prematuramente por los parterres y aceras y la larga cola que se había formado para visitar el Palacio Real. Nosotros nos abrimos paso entre los turistas y llegamos hasta el mirador que se abre al Manzanares y la Casa de Campo. 

A las 5 de la tarde entramos en la nueva e imponente Galería de las Colecciones Reales. Se trata de un gran museo de 40.475 metros cuadrados construido entre los años 2006 y 2016 por los arquitectos Emilio Tuñón (del que mi amigo, también arquitecto, habla maravillas) y Luis Moreno (fallecido en 2012 con 52 años). El costo total ha superado los 167 millones de euros, más del doble de lo presupuestado al comienzo, pero el resultado es impresionante, hermoso, didáctico y duradero. 


Confieso que la obra me dejó boquiabierto.
Mi amigo -conociendo mi pasión por la arquitectura- se encargaba de hacerme ver detalles que escapan a un observador profano. La combinación de granito, vidrio y madera, la geometría impoluta y los volúmenes gigantescos crean una sensación de majestuosidad que no humilla al visitante, sino que lo acoge y lo acompaña

Descendiendo por las catorce rampas del edificio, dejamos la planta superior (donde está la recepción) y nos internamos en la gran sala dedicada a la dinastía de los Austrias. Bajamos luego a la sala de los Borbones (algo más pequeña en altura) para descender finalmente a la planta reservada a las exposiciones temporales. La actual está dedicada a los carruajes reales y coches de época. Salimos por la gran puerta que da acceso al Campo del Moro. 


Es imposible resumir en esta entrada la borrachera de sensaciones que recibimos durante nuestro recorrido. Uno no sabía si quedarse extasiado ante los enormes tapices, contemplar con toda el alma algunas pinturas, admirarse de los restos de la muralla árabe incorporados visualmente al museo, fisgonear en algunos objetos decorativos o admirar los elegantes carruajes. 

Entre las muchas cosas que me llamaron la atención, escojo las cuatro grandes columnas salomónicas que pertenecieron a la desaparecida iglesia de Monserrat, en la que tantas veces ofició san Antonio María Claret durante su estancia en Madrid (1857-1868). Los vídeos didácticos con sugestivas infografías sobre la historia de los reales sitios combinaban calidad técnica y belleza estética. Las maquetas, distribuidas por varios rincones, ayudaban a entender mejor la evolución de los principales palacios y de la villa de Madrid. 

Adagio

Después de tanta excitación, necesitábamos un movimiento pausado, así que paseamos tranquilamente por los jardines del Campo del Moro, desconocidos para mi amiga, que curiosamente era la única madrileña de nuestra terna. Admiramos las zonas boscosas, el impecable parterre central que se descuelga desde la base del palacio hasta las proximidades del río Manzanares, el chalecito de la reina de estilo tirolés, los enormes cipreses que lindan con la cuesta de san Vicente, los mirtos floridos y una suave sensación de frescor y de paz en el corazón de Madrid. 


Caminar por este hermoso y poco visitado parque nos permitió reposar las muchas estampas contempladas en el museo. La tarde era templada, con esa luz madrileña que da a las cosas su color exacto y que algunos califican de luz velazqueña. 

Presto

Antes de que cerraran los jardines a las 9 de la noche, salimos por una de las puertas laterales, ascendimos por la cuesta de san Vicente, cruzamos de nuevo la plaza de España y recalamos en una de las terrazas que hay frente al convento de los carmelitas descalzos. Aunque este tercer movimiento lleve el nombre de “presto”, en realidad fue lo contrario: un tiempo tranquilo de conversación en torno a una cerveza y unas tapas. Así nos dieron las 10,30 de la noche. ¡Menos mal que no citamos a Sabina porque, si no, nos hubieran dado las once, las doce, la una, las dos y las tres! 


Fue el momento de la intimidad
, de las conversaciones que no se tienen en el día a día y que permiten acompasar los distintos ritmos vitales de cada uno. Escuchar y hablar son dos actividades que sanan el alma. No pretendíamos arreglar el mundo ni siquiera resolver nuestros problemas personales. Nos bastaba compartir nuestras trayectorias, verbalizar algunas experiencias recientes y aprender juntos a leer el significado de lo que vamos viviendo. La fe estuvo en el trasfondo de todo lo que dijimos. Nos sentimos unos privilegiados. 


De vuelta casa, asomados al mirador que hay junto al templo de Debod, nos dijimos unos a otros que necesitamos de vez en cuando vivir cortes como estos para que la rutina no roa demasiado la belleza de la vida. ¡Gracias, amigos, hasta la próxima!

miércoles, 30 de agosto de 2023

Perlas sin hilo


Anoche vi un trozo de la entrevista que Pablo Motos le hizo a Joaquín Sabina en El Hormiguero. En realidad, se trataba de una reposición. Destaco solo una frase del cantautor en la que afirmaba que estaba enfadado con el siglo XXI porque en los años que llevamos vividos no hay nada que le atraiga y por lo que merezca la pena entregarse. Él se identifica como un hombre del siglo XX. Su opinión es discutible, pero pone el dedo en una llaga que también yo percibo en mi relación con las personas. 

Vivimos experiencias de todo tipo. Quedamos con unos amigos para cenar, firmamos un nuevo contrato de trabajo, abrimos una cuenta en el banco, asistimos a un funeral, vemos un programa de televisión, visitamos a nuestros padres ancianos, nos hipotecamos para comprar un piso, tenemos una discusión familiar, participamos de vez en cuando en la misa dominical, cambiamos de teléfono móvil, contratamos unas vacaciones en Peñíscola, nos hacemos una analítica por prescripción facultativa… 

Son las “perlas” de nuestra vida. Algunas son placenteras, otras dolorosas y la mayoría neutras, rutinarias. Muchas personas (sobre todo, las más jóvenes) aspiran a coleccionar el mayor número posible de “perlas”, es decir, de experiencias. Les gusta viajar a lugares nuevos, hacer puénting, estrenar ropa y participar en festivales de música. Pareciera que cuantas más “perlas” acumulas, más rica y plena es la propia vida.


El problema es que a estas “perlas” les falta un hilo que las una para formar un collar o, por lo menos, una pulsera. O sea, que no sabemos cuál es el propósito que da sentido a todas estas piezas. Queremos disfrutar, acumular experiencias, pero no sabemos muy bien por qué y para qué. Somos víctimas de un cierto “consumismo experiencial” que, al no estar guiado por un propósito, deja en nosotros un permanente regusto de insatisfacción. Quizás por eso, a modo de síntoma de lo que nos está pasando, en España aumenta el número de suicidios entre los adolescentes

No es justo explicar un fenómeno tan complejo desde un solo punto de vista, pero intuyo que una de las razones más profundas que empuja a algunos adolescentes y jóvenes a quitarse la vida es precisamente que no descubren ningún sentido a sus vidas; o sea, que tienen algunas “perlas”, pero les falta el hilo que las mantenga unidas y les dé una forma. La paradoja de nuestra vida moderna es -como han señalado algunos filósofos- que tenemos abundancia de medios (perlas) y escasez de fines (hilos). Disponemos de hogar, alimentación educación, salud y entretenimiento, pero no sabemos muy bien para qué nos sirve todo eso. Huérfanos de valores e ideales, la ultramodernidad nos ha colocado en un erial en el que solo crecen los cardos del entretenimiento y del consumo.


Soy consciente de que muchos jóvenes estarán en desacuerdo con el diagnóstico anterior, de lo cual me alegro. Es más, creo que en las nuevas generaciones hay un lento despertar que no tiene los aires rupturistas y revolucionarios de los años 60 y 70 del siglo pasado (por otra parte, bastante ineficaces), sino que adopta la forma de una progresiva toma de conciencia que irá dando sus frutos. Soy de los que intuyen que en las próximas décadas asistiremos a una emergencia no solo climática, sino, sobre todo, espiritual. 

Ahítos de “perlas” materiales, perdidos en el desierto del consumismo y de la confusión, buscaremos nuevos oasis, nos haremos preguntas con más hondura, valoraremos la sabiduría del pasado que con tanta autosuficiencia hemos despreciado en el presente, entenderemos de un modo nuevo que “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13,8), cultivaremos aquellas dimensiones del ser humano que no pueden ser reprimidas so pena de perder nuestra identidad, aprenderemos a vivir el Evangelio de un modo nuevo, redescubriremos el valor del sacrificio y de la entrega (no solo del placer y del disfrute), entenderemos que la sobriedad compartida es más satisfactoria que el derroche y la acumulación. Cuando uno descubre el hilo que mantiene unidas las “perlas”, estas (las experiencias normales de nuestra vida) cobran nuevo sentido.

martes, 29 de agosto de 2023

Inacabados


Da gusto estar en Madrid con una temperatura que parece más otoñal que veraniega. Esto ayuda a empezar el trabajo con actitud positiva. La lista de compromisos se va alargando de hora en hora, pero también las pequeñas realizaciones. Pertenezco al grupo de personas que experimentan placer cuando van tachando de la agenda las tareas completadas. 

He empezado el día dando un paseo matinal (de 7,30 a 8,30) por el centro de la ciudad para comprobar los cambios producidos en el último mes. Veo que en los paseos del parque del Oeste hay ya muchas hojas caídas que se acumulan en los bordes. Creo que el calor excesivo de las últimas semanas ha adelantado el proceso. Es como si el otoño estuviera ya presente. Las obras de la estación eléctrica subterránea al comienzo de la calle Ferraz parece que dan los últimos coletazos después de muchos meses de misteriosos trabajos. (Ni siquiera el vendedor de helados del puesto vecino sabía qué estaban haciendo los obreros a varios metros de profundidad).

La plaza de España está más sucia que de costumbre. El (mal) hábito de comer en la calle deja manchas de grasa incrustadas en el granito. No será fácil limpiarlas, lo mismo que sucede con los chicles. Falta muchísimo para lograr una cultura de civismo como se observa en otras ciudades. Pensaba que la puerta del Sol estaría ya lista, pero siguen dando retoques a la fuente que rodea la estatua ecuestre de Carlos III y completando el adoquinado en algunos puntos que tuvieron que levantar de nuevo por averías o arreglos. La marquesina de cristal que cubre la entrada a la estación de Cercanías sigue intacta. Me temo que tendremos que aguardar varios meses hasta que la renovación de la plaza esté completa. Me siento un poco frustrado. Las Navidades están más cerca. 


Madrid es una ciudad en permanente estado de obras. Cuando no es el asfaltado de una calle es la limpieza de la fachada de un edificio, la construcción de un paso subterráneo, la ampliación de aceras, la reforma de un local comercial o la colocación de bolardos y marquesinas. A diferencia de lo que sucede con otras ciudades que parecen cristalizadas en el tiempo, con Madrid uno tiene la sensación de no verla nunca acabada, como si se tratase de la famosa octava sinfonía de Schubert. No es una ciudad-museo siempre lista para ser admirada, sino una ciudad en constante ebullición. Se demuele y se construye, se planifica y se reprograma, se ensucia y se limpia, se admira y se odia...

En los últimos años, al gentío que la habitamos (ya de por sí bastante numeroso) se añaden interminables hordas de turistas que invaden el centro de día y de noche. La suma de muchas personas y de obras por todas partes produce la sensación de caos insufrible. Hay personas (sobre todo, jóvenes) que disfrutan con él. Es como si se encontraran en su salsa. Yo contemplo el desorden, lo disfruto un poquito, pero procuro alejarme lo antes posible. No padezco agorafobia, simplemente me agota tener que caminar por la Gran Vía, por ejemplo, rodeado por personas que parecen microbios. Por eso, elijo las primeras horas del día para no sucumbir a esa sensación opresiva.


Mientras recorría los lugares de siempre para ver si el mes de agosto les había infligido alguna nueva herida, pensaba que también nuestra vida es un proyecto siempre inacabado. Somos hombres y mujeres 
“en construcción”. Hay personas muy lineales, que se encuentran a gusto repitiendo cada día una rutina de la que nunca se salen, pero la mayoría de nosotros experimentamos cambios constantes. Conocemos nuevas personas, visitamos nuevos lugares, soñamos proyectos arriesgados, nos deprimimos, caemos, volvemos a empezar… Somos como las ciudades que siempre están en obras. Aunque a veces esto nos produzca la sensación de caos, en realidad es el mejor signo de que estamos vivos, de que no reducimos la existencia a durar más, sino a vivir más intensamente. 

Lo bueno de la existencia es que se trata de una sinfonía inacabada. Siempre tenemos la oportunidad de hacer pequeños cambios, de enderezar el rumbo, de enriquecerla con nuevas armonías y experiencias. Y también de dañarla con disonancias, adiciones, rencores y salidas de tono. Lo importante es disponer de una partitura que nos devuelva siempre a la idea original, que nos recuerde de dónde venimos y adónde vamos, por qué y para qué existimos. Cuando esto está claro, no importa si estamos siempre “en construcción”. Esto es lo propio de los seres libres e inacabados, de las personas “in fieri”, como dicen los entendidos.

domingo, 27 de agosto de 2023

Creo que creo


La bajada de las temperaturas hace que este último domingo de agosto, el XXI del Tiempo Ordinario, resulte más tolerable. Por encima de los 30 grados me cuesta pensar. Y por encima de los 35 escribo sin saber lo que digo. Así que agradezco los 12-15 grados de hoy. Es un hermoso anticipo del otoño, aunque me imagino que pronto se esfumará y volverá el calor. 

La escena del evangelio de hoy es inimaginable en la tórrida Judea. El evangelista Mateo la sitúa en Cesarea de Filipo, a unos 40 kilómetros al norte del lago de Genesaret, al pie del monte Hermón. Jesús hace una doble encuesta a sus discípulos. Primero les pregunta quién dice la gente que es el hijo del hombre y luego qué opinan ellos. 

Sobre esa falsilla, podemos actualizar la encuesta de Jesús. ¿Quién dice la gente de hoy que es Jesús de Nazaret? Los eruditos dicen que es un “judío marginal” (Meier), “un campesino judío” (Crossan), “una invención” (Bermejo Rubio), “un misterio” (Fernández-Carvajal), “el hombre de las cien caras” (Piñero), “un rabino ejemplar” (Sabán) y otras muchas cosas. La mayoría prefiere llamarlo Jesús de Nazaret. Casi siempre añaden como subtítulo de sus investigaciones expresiones parecidas a esta: “aproximación al Jesús histórico”. El término “aproximación” les sirve para curarse en salud y no ser tachados de dogmáticos. Por otra parte, ¿quién se atreve a decir una palabra definitiva sobre él? ¡Ni siquiera Joseph Ratzinger en su famosa trilogía!


Aunque es muy útil e interesante conocer lo que la ciencia histórica y teológica piensa sobre Jesús hoy, a la postre lo que cuenta, lo que condiciona nuestras vidas, es lo que pensamos cada uno de nosotros. La idea que tenemos sobre Jesús es el resultado de múltiples -y a veces contradictorias- influencias. En el sustrato más profundo está lo que aprendimos y vivimos de niños, la visión “ingenua” de Jesús que nos transmitieron en nuestros hogares, en la catequesis de primera comunión y tal vez en los colegios que frecuentamos. 

En muchos casos, a esta visión ingenua se añadió posteriormente otra visión “crítica”. Creo que son pocos los afortunados que han podido estudiar a fondo la figura de Jesús con ayuda de sólidos estudios históricos, sociológicos, teológicos, etc. En la mayoría de los casos, esta visión “crítica” (quizá sería mejor llamarla desmitificadora) ha venido de la mano de novelas y películas (más o menos sensacionalistas), artículos de prensa, programas de televisión, etc. 

Muchas personas se han quedado ancladas en esta etapa. Siguen creyendo que Jesús existió, pero sospechan que casi todo lo que se dice sobre él pertenece al terreno de las conjeturas, de la ficción o de las “deformaciones interesadas” por parte de sus seguidores. Pocas personas han madurado una visión personal de Jesús a partir de una experiencia de encuentro con él. Hace cinco años, dediqué una entrada de este blog a presentar con cierta extensión los cinco factores que intervienen en el encuentro con Jesús. No creo necesario volver sobre ellos, pero os invito a releerlos.


Lo que de verdad importa no es solo responder como Pedro -“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”-, sino experimentar que ese mesianismo no se realiza por la vía del triunfo humano, sino de la entrega en la cruz. Esta es la “sabiduría” que escandaliza a los intelectuales de todos los tiempos y que solo los pequeños, los marginados y los sufrientes logran captar. Tras la confesión de Pedro, Jesús “les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías” para evitar malinterpretaciones. Solo después de la Pascua, tras el escándalo de la muerte y la sorpresa de la resurrección, los discípulos se lanzaron a testificar la fe en Jesús como el Hijo de Dios, como el verdadero Mesías. 

Creo que esto mismo es lo que sucede con nosotros. Sin pasar por el crisol de la prueba, no estamos seguros de si la fe es una tradición recibida o el fruto de una experiencia personal. El evangelio de este domingo nos invita a responder desde lo profundo de nuestro corazón. Mientras la Iglesia mantenga viva esta fe en los vaivenes de la historia, “el poder del infierno no la derrotará”. Es importante recordar esta promesa de Jesús en tiempos turbulentos como los que hoy vivimos, cuando muchos piensan que el tiempo de la Iglesia está a punto de terminar.

sábado, 26 de agosto de 2023

El poder de las historias


Me niego a escribir sobre el caso Rubiales y sobre la horrenda historia de Daniel Sánchez. Los medios de comunicación no hablan de otra cosa en las últimas semanas. Se ve que han encontrado dos ricos filones para rellenar el vacío informativo del verano. Una vez más se demuestra que lo sensacionalista desplaza a lo importante. Las historias individuales tienen más peso informativo que los procesos colectivos. Nos identificamos con lo que le pasa a fulano de tal (sobre todo, si es truculento), y menos con lo que vive o padece un grupo heterogéneo de personas. 

Quizás esto es aplicable también a la evangelización. Lo que nos llega al alma son las historias de personas individuales que han vivido una experiencia de encuentro con Jesucristo. Así es como procede la web de información religiosa más leída en español. En Religión en Libertad se encuentran numerosas historias de personas que, proviniendo de posturas ateas, abortistas, masónicas, etc., han descubierto la fe en Jesucristo y han dado un giro radical a sus vidas. La web apuesta decididamente por la fuerza de los testimonios. Esto se presta en ocasiones a una visión un poco subjetivista y sensiblera de la fe, pero, por lo general, aporta concreción, credibilidad y energía.


Jesús era un verdadero story teller, un gran contador de historias. Los evangelios son, en buena medida, una colección de historias en las que se narran los encuentros de Jesús con diversas personas. Cuando las leemos nos sentimos reflejados en ellas. Todos tenemos algo de Zaqueo, del ciego de nacimiento, del centurión romano, del leproso agradecido, de Lázaro, Marta y María, de la mujer samaritana, de Nicodemo, de María de Magdala, de la mujer cananea, etc. 

Jesús no nos ofrece un tratado sistemático sobre lo que significa creer, sino que nos lo va mostrando a través de los distintos encuentros con las personas. Cuando alguien se “encuentra” con Jesús, su vida cambia. Es probable que varios lectores del Rincón recuerden una historia popularizada por el jesuita indio Tony de Mello hace ya unos años. Reproduce el diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no creyente:
«¿De modo que te has convertido a Cristo?». «Sí».
«Entonces sabrás mucho sobre él. Dime: ¿en qué país nació?».
«No lo sé».
«¿A qué edad murió?». «Tampoco lo sé».
«¿Sabrás al menos cuántos sermones pronunció?».
«Pues no... no lo sé».
«La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo...».
«Tienes toda la razón. Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es lo que sé de Cristo!».

 

Creo que hoy necesitamos menos teorías y más historias. Necesitamos conocer qué pasa con nosotros cuando creemos en Jesús. ¿Hay algún cambio significativo? ¿Sigue todo igual? Cuando no tenemos historias que contar, hacemos planes y programas. Quizás es esta una de las enfermedades de nuestra Iglesia. Ponemos más cuidado en cómo transmitir la fe que en contar las historias de las personas que la viven.

Si le fe se transmite en buena medida por contagio, la mejor forma de contagiar es compartir lo que vivimos, decir cómo nos las arreglamos para orar en un mundo tan acelerado, cómo vivimos nuestra sexualidad en un contexto erotizado, qué destino damos a nuestro dinero, cómo cuidamos las relaciones interpersonales, de qué manera estamos cerca de las personas necesitadas, cómo nos afectan las perplejidades del mundo moderno, qué pasajes del Evangelio nos dan más energía, qué nos roba la esperanza… y tantas otras cosas que forman parte del tejido de la fe. El poder de las historias es infinitamente superior al poder de las ideas.

viernes, 25 de agosto de 2023

Dos en uno


Al llegar cerca del kilómetro 6 del camino forestal que se interna por el valle del Revinuesa, giro a la derecha. El paraje se llama Raso de la Huerta. Desde hace varias décadas, este es el lugar escogido por el colegio jesuita de Nuestra Señora del Recuerdo de Madrid para instalar su campamento de verano. Adentrándome un poco más, llego a una poza del río. Es un lugar ideal para bañarse, pero las 8,30 de la mañana no es la hora más adecuada. A estas alturas del verano, el río baja menguado, aunque todavía lleva agua. La superficie tersa de la poza parece un espejo en el que se reflejan los pinos y el cielo de la mañana. 

Me siento en una piedra junto a la orilla. Saco mi móvil de la mochilita azul que siempre llevo conmigo en mi paseo matutino. Rezo la oración de laudes contemplando el agua en calma. Todos los días hago la oración de la mañana en el bosque y la de la tarde en la quietud de la iglesia parroquial, antes de la misa vespertina. Después de laudes, leo las lecturas de la Eucaristía. De esta manera, dispongo del camino de regreso a casa para meditarlas y permito que resuenen durante todo el día. Los doce kilómetros de hoy han estado aliviados por una brisa fresca que anuncia ya una inminente bajada de las temperaturas. Todos estamos deseando que vengan las lluvias.


En el evangelio de hoy un fariseo experto en la Ley le pregunta a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Creo que también nosotros nos hacemos una pregunta semejante en las complejas situaciones que hoy estamos viviendo. Por todas partes somos asaeteados con prohibiciones, normas, invitaciones, propuestas y sugerencias. Los mismos que nos dicen que el aborto es un derecho de la mujer nos prohíben severamente fumar porque atenta contra nuestra salud. Consideramos que la eutanasia es la expresión del derecho a una muerte digna y multamos a quien deje abandonado a un perro en la vía pública. 

Somos hipersensibles a algunos aspectos de la realidad y completamente insensibles a otros. Nuestra estimativa va cambiando con el paso del tiempo. No estamos seguros de si nuestras convicciones son el fruto maduro de una reflexión personal o el resultado inconsciente de una fuerte presión mediática y ambiental. Nos cuesta situarnos en esa “santa indiferencia” que es -según san Ignacio de Loyola- una condición esencial para hacer un buen discernimiento.


¿Cómo responde Jesús al fariseo ilustrado? Transcribo su respuesta: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas”. Hay un primer mandamiento que se refiere a nuestra relación con Dios. En cuanto criaturas, estamos llamados a amarlo “con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser”; es decir, no solo con los labios, sino con todo lo que somos, sin fisuras. Amar a Dios es lo máximo que un ser humano puede hacer.

El segundo mandamiento tiene una importancia semejante al primero. Se nos invita a amar a los demás “como a nosotros mismos”. Estamos tan acostumbrados a esta respuesta totalizadora que tal vez ya no percibimos su verdadero alcance. La mayoría de nuestros contemporáneos estarían dispuestos a aceptar de buen grado el segundo mandamiento porque representa la famosa “ley de oro” de todas las religiones y éticas de mundo. No está muy claro qué significa “amarnos a nosotros mismos”, pero hoy somos muy sensibles al respeto a los demás y a la lucha por la “libertad, la igualdad y la fraternidad”, por usar la célebre tríada de la revolución francesa. 

Lo que no acabamos de entender es que los dos mandamientos están conectados, de forma que no podemos amar al prójimo sin amar a Dios (fuente del amor) y no podemos amar a Dios sin amar al prójimo (sacramento de su presencia invisible en el mundo). Creo que la raíz última de todos los desajustes personales y sociales que hoy padecemos proviene de haber escindido ambos mandamientos. La cultura occidental se siente orgullosa de haber “separado” lo que Dios ha unido sin percatarse de que en esa separación se está jugando su propia consistencia.

Estos pensamientos me han acompañado mientras dejaba la tranquilidad del río y regresaba a casa por el camino forestal acelerando el paso para no ser víctima del primer calor de la mañana.

jueves, 24 de agosto de 2023

El italiano verdadero


Anteayer falleció Toto Cotugno en Milán
 a la edad de 80 años. Los medios italianos y españoles informan de su muerte. No sé si Toto Cotugno era conocido en América por parte de las generaciones más jóvenes. Yo lo recuerdo, sobre todo, como el autor de L’italiano, la famosa canción que presentó al festival de San Remo en el año 1983, hace ya 40 años. Aquel curso 1982-1983 terminé yo mis estudios en Roma. El hecho de encontrarme entonces en Italia hizo que conociese la canción, me la aprendiese de memoria y la incorporase a mi repertorio de urgencia. Era colorista, muy rítmica y pegadiza.

De hecho, la canción se ha convertido en Italia en una especie de himno popular, como sucede con el pasodoble Y viva España, popularizado por Manolo Escobar en España, aunque, en realidad, está compuesto por dos autores belgas. Es raro encontrar un italiano que no sepa tararear el himno de Cotugno. Volvió a hacerse famoso con motivo del Mundial de Fútbol celebrado en Italia en 1990. 


La letra de la canción es como un cuadro costumbrista que describe la Italia del comienzo de los años 80, todavía conmocionada por los duros años de plomo de la década anterior y necesitada de autoestima. El “partisano como presidente” era obviamente el socialista (y ateo)
Sandro Pertini, amigo personal de Juan Pablo II, que se hizo famoso en la final del Mundial de Fútbol que se celebró en España en 1982. Se hizo viral su imagen dando saltos de júbilo en el palco del Bernabéu cuando “gli azzurri” se alzaron con la copa. El “transistor siempre en la mano” alude a esa costumbre masculina de seguir los resultados de los partidos de fútbol con un aparato de radio pegado a la oreja.

El “demasiado América en los carteles” es una denuncia suave del excesivo americanismo que se respiraba (y se respira) en Italia, muy comprensible teniendo en cuenta la enorme ayuda que el país recibió de los Estados Unidos tras la segunda guerra mundial. Eso de “más mujeres, cada vez menos monjas” es también una crítica a la masiva presencia de la vida religiosa femenina en el país trasalpino. O quizá, con más probabilidad,  la simple constatación de la progresiva disminución del número de religiosas en los años del posconcilio. 

Toto Cotugno, como buen italiano, no se olvida de mencionar a Dios, aunque solo sea para recordarle que está ahí, que se fije en él, que no lo deje desamparado. Tampoco se olvida del típico “cafè ristretto” (o sea, un espresso todavía más reducido), de la crema de afeitar con sabor a menta de los varones napolitanos o del viejo coche Fiat-600 con la carrocería dañada. Y, siempre, con una guitarra en la mano. ¡Puro sabor italiano!

Vale la pena ver el vídeo y cotejar la letra.

Italiano

Español


Laciatemi cantare con la chitarra in mano
Laciatemi cantare, sono un italiano.


Buongiorno Italia, gli spaghetti al dente
Un partigiano come presidente
Con l'autoradio sempre nella mano destra
Un canarino sopra la finestra

Buongiorno Italia con i tuoi artisti
Con troppa America sui manifesti
Con le canzoni, con amore, con il cuore
Con più donne e sempre meno suore

Buongiorno, Italia
Buongiorno, Maria
con gli occhi pieni di malinconia
Buongiorno Dio,
lo sai che ci sono anch'io

Laciatemi cantare con la chitarra in mano
Laciatemi cantare una canzone piano piano
Laciatemi cantare, perché ne sono fiero
Sono un italiano, un italiano vero

Bongiorno Italia, che non si spaventa
E con la crema da barba alla menta
Con un vestito gessato sul blu
E la moviola la domenica in TV

Buongiorno Italia col caffè ristretto
Le calze nuove nel primo cassetto
Con la bandiera in tintoria
e una 600 giù di carrozzeria.

Buongiorno Italia
Buongiorno Maria
con gli occhidolc i di malinconia
Buongiorno Dio,
lo sai che ci sono anch'io

Laciatemi cantare con la chitarra in mano
Laciatemi cantare una canzone piano piano
Laciatemi cantare, perché ne sono fiero
Sono un Italiano, un Italiano vero.





Dejadme cantar con la guitarra en la mano
Dejadme cantar que soy italiano


Buenos días, Italia, los espaguetis al dente
Un partisano como presidente
Con el transistor siempre en la mano derecha
Un canario en la ventana
Buenos días, Italia, con tus artistas
Con demasiada América en los carteles
Con canciones, con amor, con corazón
Con más mujeres y cada vez menos monjas

Buenos días, Italia
Buenos días, María
Con los ojos llenos de melancolía
Buenos días, Dios,
sabes que yo también estoy ahí

Dejadme cantar con la guitarra en la mano
Dejadme cantar una dulce canción
Dejadme cantar, porque estoy orgulloso de ello
Soy un italiano, un verdadero italiano

Buenos días, Italia, que no tiene miedo
Y con crema de afeitar de menta
Con el traje a rayas en azul
Y con la moviola en la tele los domingos

Buenos días, Italia, con el café mínimo
Los calcetines nuevos en el cajón de arriba
Con la bandera en la tintorería y
un 600 con mala carrocería

Buenos días, Italia
Buenos días, María
Con los ojos llenos de melancolía
Buenos días, Dios,
sabes que yo también estoy ahí

Dejadme cantar con la guitarra en la mano
Dejadme cantar una dulce canción
Dejadme cantar, porque estoy orgulloso de ello
Soy un italiano, un verdadero italiano.

 



miércoles, 23 de agosto de 2023

A vueltas con las relaciones


Dicen que después de las vacaciones suele aumentar el número de separaciones y divorcios debido, entre otros factores, al “exceso” de convivencia. No sé si esto es verdad, pero el dato sirve para llamar la atención sobre la dificultad de las relaciones. Nos preparamos para muchas cosas en la vida, pero solemos dar por supuesto que todos estamos preparados para las relaciones. La experiencia demuestra que no es verdad. Hay tipos psicológicos más capacitados para relacionarse con los demás, pero todos debemos entrenarnos. 

La brecha entre las expectativas y las realizaciones suele ser causa de sinsabores, malentendidos, discusiones y fracasos. Hay personas que apenas cultivan sus relaciones con los demás, pero caen bien. Tiene un cierto carisma que las hace irresistibles. Se permiten el lujo de ser despreocupadas porque siempre hay gente que pugna por llamar a su puerta. Hay otras, por el contrario, que multiplican los detalles de amistad y pocas veces son correspondidas. La fenomenología de las relaciones es tan vasta como la variedad de personas.


El verano se presta a examinar la cantidad y calidad de nuestras relaciones. Según el famoso “número de Dunbar”, la cantidad máxima de relaciones no suele superar las 150. De acuerdo con las investigaciones del mismo autor británico, los amigos íntimos no sobrepasan los 3 o en algunos casos 5. No sé si estas teorías tienen en cuenta el impacto actual de las redes sociales. Yo, por ejemplo, tengo 2.352 “amigos” en Facebook y 728 “contactos” en WhatsApp. Es evidente que un porcentaje muy alto son simples conocidos o incluso personas que han solicitado mi amistad, pero que no conozco de nada. Todo esto nos lleva a un espejismo afectivo que acabará pasándonos factura, sobre todo a quienes desde niños o adolescentes han trabajado su afectividad en el ciberespacio.

Creo que hemos ampliado extraordinariamente el número de “amigos”, “seguidores” y “contactos” digitales y tal vez hemos ido reduciendo -y, lo que es peor, empobreciendo- las relaciones tradicionales. Hay un “quiero y no puedo” o un “puedo y no quiero” que restan espontaneidad a nuestros intercambios con los demás. El “a ver si quedamos un día y charlamos con calma” -tan repetido en esta vida acelerada- se ha convertido en una especie de mantra que, en realidad, habría que interpretar así: “Me gustaría quedar contigo, pero no voy a hacer nada para propiciar el encuentro”.


Las relaciones pueden ser muy satisfactorias, pero todas, para ser auténticas y significativas, exigen esfuerzo y dedicación. Pretender que el peso recaiga siempre sobre la otra parte (llamadas, mensajes, invitaciones, etc.) significa no valorar lo que más felices nos hace a los seres humanos. Conozco algunas personas que nunca dan el primer paso y otras que cargan con la responsabilidad de cuidar las relaciones. Si la desigualdad es muy llamativa, tarde o temprano se produce el hastío. 

Creo que podemos tener infinidad de conocidos, pero no es posible tener muchos amigos, a menos que tengamos una idea muy degradada de la amistad y no estemos dispuestos a cultivarla con sacrificio y constancia. Temo a las personas que quieren tener -como cantaba Roberto Carlos- “un millón de amigos”Durante las vacaciones, algo liberados de ocupaciones (aunque confieso que en mi caso esta liberación es mínima), podemos dedicar tiempo a cultivar aquellas relaciones que nos enriquecen y que tal vez no cuidamos durante el resto del año. Pero podemos también preguntarnos si hay personas de nuestro entorno que necesitan una mayor atención y cercanía por nuestra parte. No se trata solo de sentirnos bien estando con las personas a las que queremos, sino de hacer que otras personas puedan sentirse apreciadas. Percibo un enorme déficit de cariño incluso en personas que socialmente parecen reconocidas y están rodeadas de gente. Dar el primer paso es una forma concreta de amor.

martes, 22 de agosto de 2023

Excursión al templo del consumo


Esta mañana, aprovechando un viaje a Soria, he acompañado a una de mis hermanas en una “excursión” a la que estoy poco acostumbrado. Nos hemos acercado a uno de los centros de Mercadona con el fin de hacer una compra un poco abultada. Para los lectores extranjeros de este blog, aclaro que Mercadona es una empresa española de distribución que cuenta con 1.676 supermercados (1.637 en España y 39 en Portugal) y una plantilla que se aproxima a los 100.000 empleados. Sé que la empresa ha sido objeto de varias críticas en los últimos años, pero, en conjunto, es admirable cómo gestiona la distribución de productos a precios asequibles. 

Mi hermana, que es mucho más experta que yo en estas materias, me asegura que es buena la relación calidad-precio. No voy a hacer un elogio de esta cadena ni tampoco de este modelo de distribución. Carezco de competencia para ello y además este blog  no es un escaparate publicitario. Por otra parte, soy consciente de que las grandes superficies están arrinconando a los pequeños comercios. Eso me duele. Mercadona, a diferencia de otras grandes cadenas que se sitúan en la periferia de las ciudades, procura ubicarse en el interior de las poblaciones para mantener el concepto de proximidad, de modo que al cliente le resulte muy fácil acercarse sin necesidad de disponer de vehículo propio.


Lo que me admira es cómo puede organizarse de manera tan lógica y ágil la presentación y venta de los productos. Uno encuentra fácilmente lo que busca, puede elegir entre diversas marcas, calidades y precios y embolsa y paga con mucha facilidad. ¿Es un supermercado uno de los templos más visibles del capitalismo? ¡Seguramente! Pero es también una excelente solución técnica a los problemas de distribución en poblaciones grandes. Recuerdo que la primera vez que visité Rusia, poco después de la caída del comunismo, una de las críticas recurrentes era que los ciudadanos no encontraban productos en las tiendas y que el personal, en vez de promover su venta y tratar con cortesía al cliente, casi lo disuadían de comprar. 

Los sistemas estatalistas y colectivistas siempre han fracasado en la creación y distribución de la riqueza, por más que persigan una igualdad que, en la práctica, es más ficticia que real. No es que me haya vuelto un entusiasta del sistema capitalista en bloque, pero reconozco que la libertad de mercado permite la producción y distribución de bienes y servicios de una manera mucho más ágil y efectiva que los sistemas controlados por el estado.


Acostumbrado a una vida más bien sobria, me sorprendo de la cantidad de productos de todo tipo que se pueden encontrar en estos grandes establecimientos. Uno no sabe si responden a necesidades reales (lo cual sería estupendo) o son los mismos productos los que crean esas necesidades para favorecer un determinado modelo de negocio. Sea como fuere, me admira la creatividad que se respira por todas partes, la excelente organización y el trato amable por parte de los empleados. Estas cualidades tendrían que ser comunes en cualquier tipo de servicio público (incluidos los eclesiales), pero a menudo se impone la mediocridad y la dejadez en nombre de la sencillez y la pobreza. Esto nos ha hecho mucho daño en los últimos tiempos. 

La pereza se ha confundido con la sencillez, la falta de organización con la espontaneidad, el mal gusto con la opción por los pobres. Hay muchas cosas que podemos aprender de quienes se han arriesgado a emprender y a innovar. Es verdad que ganan mucho dinero, pero prefiero esta lógica al despilfarro ineficaz que a veces se ve en el sector público. En fin, sé que me he metido en un terreno minado, pero comparto algunas de las cosas que me venían a la cabeza mientras iba llenando el carrito de los productos que considerábamos necesarios.

lunes, 21 de agosto de 2023

Sonríe, que algo queda


Ayer todos los periódicos digitales echaban humo con el triunfo de la selección femenina de fútbol en la final del Mundial en Sidney. Aunque siempre hay gente que se descuelga, pocas cosas crean más lazos de identidad (efímeros) que los triunfos deportivos. Parafraseando a Descartes, podríamos decir: “Ganamos, luego existimos”. Hasta hace poco, los nombres de las jugadoras -salvo quizás el de Alexia Putellas- eran desconocidos para la mayoría. Ahora empiezan a ser familiares. Ya se habla del “carmonazo” para referirse al golazo de Olga Carmona que le ha valido el triunfo a España. Después del partido se supo que su padre había fallecido. Este hecho añade todavía más dramatismo.

En 2010 ganó el Mundial la selección masculina. Aquel domingo 11 de julio yo vi el partido junto al mar, en un bar de mala muerte, en Mombasa (Kenia), acompañado por algunos jóvenes claretianos. Al día siguiente, volé de Mombasa a Nairobi. El oficial de policía que examinó mi pasaporte antes de embarcar me dio un caluroso abrazo de felicitación. Me confesó que él hubiera querido que ganase la selección de Ghana, pero, cuando esta selección africana fue derrotada en la tanda de penaltis por la uruguaya en cuartos de final, se apuntó a la española, así que celebraba el triunfo de España casi como si fuera propio. La final femenina de ayer la vi en el salón de mi casa de Vinuesa. Los trece minutos añadidos por la árbitra estadounidense al tiempo reglamentario (que luego fueron casi quince) se me hicieron eternos. Pero bien sabe lo que bien acaba.


Triunfos aparte, hoy comenzamos el último mes del verano. Muchas personas reanudan ya sus trabajos tras el paréntesis vacacional. Otras apuran sus últimos días de vacaciones. A algunos de mis amigos, ya entrados en años, los oigo repetir: “No hay nada como la rutina del día a día”. Es probable que lleven razón, pero una cosa no quita la otra. La cotidianidad y la fiesta tienen sus tiempos propios. Necesitamos ambas. Dosificarlas bien es uno de los secretos de una vida serena. Escribo estas cosas derrotado por un calor impropio de estos pagos. Estamos teniendo temperaturas máximas de 35 grados, más propias de Madrid que de este rincón serrano. Incluso por la noche no bajamos de 20/22 grados, lo que resulta insólito. Creo que por primera vez he sentido un calor pegajoso dentro de los gruesos muros de la pétrea iglesia renacentista. 

Entre mis amigos hay quienes insisten en que todo se debe al calentamiento global y que esto no ha hecho más que empezar. Y hay quienes consideran que es solo uno de tantos ciclos como el planeta ha experimentado a lo largo de la historia. Agobiados por el calor, todos nos volvemos meteorólogos aficionados y pontificamos sobre lo que sucedió, sucede y sucederá. Al fin y al cabo, opinar es gratis y nadie nos va a juzgar por ello. Lo que no conseguimos con nuestras chácharas es mitigar la sensación de agobio. ¡Hasta escribir la entrada de hoy se me hace cuesta arriba!


Aunque soy optimista por naturaleza, algo me dice que nos estamos aproximando a un abismo. Si la guerra de Ucrania no termina pronto y China sigue queriendo hacer valer su fuerza en Taiwán (no en vano el presidente Biden se ha reunido con los primeros ministros de Japón y Corea del Sur en Camp David para reforzar una alianza estratégica), mucho me temo que nos aproximamos a una tercera guerra mundial, no ya “a pedazos” (como suele decir el papa Francisco), sino abierta. ¡Ojalá estos temores sean solo una pesadilla producida por los calores de una noche de verano! 

En cualquier caso, algo que he notado este verano es que la gente en general sonríe y ríe menos que hace unos años. No sé si este hecho es un efecto secundario de la pandemia, un síntoma de depresión colectiva producida por la crisis económica y política o un presagio de un futuro negro. Reír y sonreír son dos actividades humanas que nos ayudan a afrontar la batalla de la vida con más confianza. ¡Y hasta parece que refuerzan el sistema inmune! Cuando alguien nos sonríe nos está diciendo que merece la pena vivir, que hay más razones para la esperanza que para la desesperación. Para ello, no es necesario que la selección femenina de fútbol gane el Mundial. Lo que de veras nos hace felices a los seres humanos no son algunas alegrías efímeras, sino el hecho de saber que somos amados y que podemos amar. Eso es lo que Jesús nos asegura. Podemos fiarnos. 

domingo, 20 de agosto de 2023

La maestra de Jesús


No sabemos si Jesús frecuentó la escuela sinagogal cuando era niño y adolescente. Suponemos que sí porque es muy probable que supiera leer y escribir. Por supuesto, no conocemos el nombre de ninguno de sus posibles maestros. Podríamos decir que, además de sus padres, todo el pueblo de Nazaret ejerció una función educativa. Observando a la gente y hablando con los ancianos del lugar, aprendió a conocer mejor las Escrituras y también las reacciones de hombres y mujeres ante los acontecimientos de la vida. Intuyo que al joven Jesús le gustaba hacer preguntas porque mantuvo ese estilo inquisitivo en su etapa como profeta itinerante. 

Después de años escuchando y aprendiendo, abandonó su aldea y comenzó a hablar y enseñar. Pero no por eso dejó de aprender. Su gran maestro fue su Abbá, su Padre del cielo, con quien se comunicaba a menudo en largos tiempos de oración. Pero hubo también personas que le enseñaron a Jesús a comprender mejor su misión. Entre ellas, destaca la mujer cananea a la que hace mención el evangelio de este XX Domingo del Tiempo Ordinario. Ningún tratado de dogmática católica se hubiera atrevido a hablar de un Jesús que aprende. Él, el Maestro por excelencia, no necesita aprender de nadie. Sin embargo, los evangelios no se sienten constreñidos por ningún dogma. Solo por la verdad de los hechos. Por eso, siempre son una fuente de gran libertad.


La mujer cananea no pertenece al pueblo elegido, pero se atreve a pedir la curación de su hija a ese famoso sanador venido de tierras de Israel. En este episodio parecen invertirse los papeles habituales de Jesús y los discípulos. Estos, a diferencia de su habitual modo de proceder, se muestran compasivos: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. La respuesta de Jesús parece más propia de los discípulos que de él mismo. Suena un tanto displicente: “Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ante la insistencia de la mujer, redobla su negativa: “No está bien echar a los perros [o sea, a los paganos] el pan de los hijos”. 

La mujer no se rinde. Insiste por tercera vez: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús, que se ha hecho pedagógicamente el duro, acaba desarmado: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. Si no sonara a provocación, podríamos decir que esta mujer cananea le enseña a Jesús que la salvación de Dios no es solo para los judíos, sino para todo ser humano que tiene fe. Jesús aprende a universalizar su mensaje de salvación. La pobre mujer cananea se convierte en su maestra. Jesús se deja enseñar por la fe de los humildes y los periféricos.


La Iglesia se presenta ante el mundo como “mater et magistra” (madre y maestra). La gente la percibe como una institución experta en enseñar. La actitud de algunos pastores parece indicar que la Iglesia es un banco de respuestas para todos los problemas humanos y que tiene el privilegio de “enseñar al que no sabe”. ¿Y si estuviéramos en un tiempo en el que, para ejercer con humildad esta función magisterial, necesitase también dejarse enseñar? En las complejas situaciones que hoy vivimos, la Iglesia necesita aprender de la ciencia, del “sensus fidelium” (el sentido de los fieles) y, sobre todo, de la fe de los pequeños y sencillos a quienes el Padre ha querido revelarles “las cosas del Reino”. 

¡Cuántas veces los sacerdotes hemos aprendido a entender el evangelio desde el testimonio de las personas más sencillas de la comunidad! Soy un enamorado de la teología, aprecio la Tradición de la Iglesia, pero eso no significa que los cristianos -y especialmente los pastores- podamos ir por la vida siempre como los que enseñan y casi nunca como los que aprenden. Jesús nos muestra otra manera de proceder. Él, el Maestro por excelencia, se dejó enseñar por la heterodoxa mujer cananea.

sábado, 19 de agosto de 2023

Regañar está de moda


Me parece claro que los discípulos de Jesús no eran muy expertos en relaciones humanas. Con ocasión de la avalancha de gente que acudió al lugar solitario en el que Jesús quería reunirse con los suyos, el evangelio de Marcos consigna la reacción airada de estos: “Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer»” (Mc 6,45-36). En el evangelio de este sábado de agosto sucede algo parecido. Alguien acerca un grupo de niños a Jesús para que les imponga las manos. Los discípulos, en vez de acogerlos con amabilidad, “los regañaban” (Mt 19,13). 

Parece que no andamos sobrados de paciencia y de “habilidades blandas” (soft skills) para el trato con la gente. En una ocasión le escuché al cómico Leo Harlem que todos los ciudadanos tendríamos que dedicar un año de nuestra vida a un tipo de servicio social que implicara trato directo con la gente. De esta manera aprenderíamos dos cosas imprescindibles para una convivencia civilizada: a ser menos impertinentes cuando pedimos algo y a ser más amables cuando tenemos que responder a alguna petición.


He sido testigo -como supongo que la mayoría de los lectores de este blog- de lo groseras que son algunas personas cuando se dirigen a los médicos, a los profesores de sus hijos, a los dependientes de una tienda, a los camareros de un bar o a los funcionarios de una oficina pública. Se sienten tan poseídas de todos los derechos que no dudan en exigirlos sin modales. A veces añaden esa coletilla tan chulesca de: “¡Para eso pago!”. A estas personas tan inaguantables me gustaría verlas detrás de la barra de un bar o en un servicio de urgencias. Seguramente serían las más descorteses con las personas. Suele haber una correlación entre impertinencia y descortesía. 

Es verdad que a veces no queda más remedio que levantar la voz cuando las cosas no funcionan como debieran, pero, en condiciones normales, la amabilidad y la cortesía son las puertas que abren cualquier servicio. Personalmente me gusta tratar con mucho respeto a las personas que hacen su trabajo de cara al público porque sé por experiencia que se trata de algo muy duro y en ocasiones desagradable. Todo el mundo es digno de un trato deferente.


Pero, volviendo al caso de los discípulos de Jesús, también es verdad que muchas personas que tienen profesiones que implican un trato asiduo con la gente no tienen las cualidades y actitudes necesarias para ello. En este grupo incluyo también a algunos sacerdotes y agentes de pastoral. Comprendo que a veces estemos cansados, comprendo que hay personas un poco cargantes, comprendo que uno no está todos los días con un ánimo alto, pero eso no justifica que un discípulo de Jesús mande a la gente con cajas destempladas. Los sacerdotes necesitamos un curso de paciencia y quizás otro de habilidades sociales para saber tratar a las personas según sus características y necesidades. 

Es probable que en el pasado la gente aguantase con resignación a los curas que regañaban. Hoy ya no está por la labor. Regañar es uno de esos síntomas de clericalismo que hacen tan antipática a la Iglesia. Por lo general, quien regaña muestra una falta de empatía y de compasión, que contradice la actitud compasiva y cercana de Jesús. Frente a los discípulos que regañan a los niños, Jesús reacciona de otra manera: “Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos”.

jueves, 17 de agosto de 2023

Todo se pasa


Hay días en que las experiencias suben y bajan como un columpio impulsado por un fuerte viento. Uno es, más o menos, dueño de sus decisiones, pero no siempre de sus estados de ánimo. La muerte y la vida se dan la mano. Mañana tendré que presidir el funeral de una persona amiga. Ha llegado a la meta tras una dura batalla contra el cáncer. Sus últimos días han sido una experiencia de encuentro con el Señor a través de los sacramentos. Desde Santo Domingo (República Dominicana), mi amigo, el obispo Raúl Berzosa, me comunica que ha sido nombrado vicario episcopal territorial de una zona de la archidiócesis de Santo Domingo. Cuando éramos niños yo soñaba con ser misionero, mientras él se sentía más atraído por la vida diocesana. Ahora, en nuestros años maduros, el Señor lo empuja a ser un obispo misionero. ¡Paradojas de la vida! 

Una chica de 30 años está pensando la posibilidad de bautizarse, pero todo implica un proceso de discernimiento y maduración. La política española entra en una nueva etapa de sobresalto. La cosa no ha hecho más que empezar. El nuevo curso está a las puertas. Hay que prepararse para lo imprevisible. De Ecuador y Nicaragua me llegan noticias aún más preocupantes. En Níger no tengo ningún contacto, pero la cosa está que arde.


¿Cómo se mantiene la paz cuando parece que todo se mueve a una velocidad que nos supera? ¿Cómo ser uno mismo cuando nuestra manera de ser provoca reacciones encontradas en las personas de nuestro entorno? ¿Cómo mirar la realidad con ojos compasivos cuando nos brota la rabia o la indignación? Acudo, una vez más, a la santa de Ávila. Sus palabras son siempre balsámicas: “Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia / todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta: / solo Dios basta”. 

La paciencia es un modo divino de ver la realidad. No es mera resignación, sino espera confiada. No es pasividad, sino acción de largo alcance. No es indiferencia, sino preocupación sostenida. La turbación no es de Dios. Nuestro Padre nos invita a no dejarnos arrollar por las olas de la vida, sino a confiar en él, a dejarnos mecer. Nadar contracorriente nos desgasta y puede llevarnos al agotamiento. Es mejor esperar a que todo pase para ver las cosas menos desfiguradas. Es verdad que la paciencia todo lo alcanza cuando sintonizamos con la onda de Dios.


Tecleo estas notas mientras una buena parte de mi pueblo está participando en la tradicional becerrada. Hace bastantes años que no me acerco. Respeto a los taurinos, me gustan algunos aspectos de la fiesta, pero no me siento cómodo. Las calles están más silenciosas que de costumbre. Dispongo de tiempo para digerir las muchas cosas vividas, responder correos atrasados y orar por las personas que me han pedido expresamente que lo haga. Creo que no hay nada mejor que se pueda hacer por una persona que orar por ella, y acompañar esa oración con una actitud de cercanía, escucha y ayuda discreta. 

Mientras los políticos negocian y votan en el parlamento, quizá lo más eficaz sea mantener las manos elevadas como Moisés. Y que, cuando nos cansemos, haya alguien que coloque dos piedras debajo para mantenerlas orantes. Sin oración nos falta el oxígeno. La respiración se hace fatigosa. Y los virus del desánimo y la pereza empiezan a destruir nuestros tejidos. Nunca es demasiado tarde para decirle a Dios que sea nuestro tesoro y que Él solo nos baste. Lo demás vendrá por añadidura.


miércoles, 16 de agosto de 2023

Peregrino, apestado, sanador


Le tengo mucha simpatía a san Roque, o a san Rocco, o a Roque de Montpellier, al santo “fuerte como una roca”, que eso es lo que significa su popular nombre. Hoy habrá sido recordado en numerosos lugares de España, Italia, Francia e Hispanoamérica. Yo he tenido la suerte de presidir este mediodía la misa en Vinuesa, donde lo veneramos como patrono. En su carné de identidad hay datos dudosos, como la fecha de su nacimiento y de su muerte. Pero hay algo en la vida de este popular santo -canonizado en 1584- que escapa a toda duda. Fue un peregrino, un apestado y un sanador.


Abandonando la seguridad de su casa nobiliaria, se puso en camino hacia Roma. La aventura exterior fue, en realidad, un proceso de transformación interior. Algo parecido les sucede a quienes emprenden el camino de Santiago o participan en la JMJ. Cuando salimos de nuestra zona de seguridad y buscamos sin prisa, acabamos encontrando más de lo que esperábamos. La peregrinación va más allá del camino físico. Es una forma de entender la vida como éxtasis, salida, búsqueda y encuentro.

Naturalmente, en el camino pueden suceder accidentes. Roque se contagió de la peste que asolaba el norte de Italia. Él mismo fue un apestado. Por eso, a diferencia de los ídolos modernos -que son presentados siempre como sanos, fuertes, guapos y ricos- Roque aparece con la pierna llagada y con un perro que le lame las heridas y le trae un panecillo. No es extraño, pues, que los apestados de todos los tiempos se identifiquen con él, lo sientan como de la familia. Él, siendo rico, se abajó hasta ponerse al nivel de los marginados. 

Y, desde la periferia de sus heridas, pudo convertirse en sanador de otros. Fue -en hermosa expresión de Henri Nouwen- un “sanador herido”. Contemplando a Roque, podemos comprender que también nosotros podemos cuidar y sanar a otros, no desde nuestra fortaleza física o superioridad moral, sino desde nuestra fragilidad. No es necesario ser perfectos para ponernos al servicio de los demás. 


Muchos ídolos contemporáneos, cuyos posters decoran hoy las habitaciones de los adolescentes de medio mundo, caerán en el olvido dentro de unas décadas. Roque de Montpellier sigue siendo recordado después de varios siglos. Es más, puede iluminar el camino de quienes hoy nos sentimos un poco perdidos. Sin decir una sola palabra, nos invita a no resignarnos a la rutina, a ponernos en camino, a no temer contaminarnos con quienes necesitan nuestra ayuda, a cuidar a los demás haciendo de nuestras heridas nuestro tesoro. 

Todo esto pensaba esta mañana mientras veía cómo 341 mujeres y niñas, ataviadas con la piñorra, el traje típico de Vinuesa, golpeaban con su ramo de pino la imagen de san Roque. No sabe uno si se trata de un saludo protocolario, de un piropo, o de una forma de conectar con su espíritu. Sea como fuere, el gesto es hermoso y se mantiene inalterado a lo largo de los años. La pinochada lo recuerda con belleza y sencillez.