sábado, 5 de agosto de 2023

Si yo fuera joven


La entrada de hoy la escribo mientras sigo de reojo la llegada del papa Francisco a Fátima, un lugar que he visitado muchas veces y en el que siempre encuentro sosiego e inspiración. En la medida de lo posible, he ido siguiendo el desarrollo de la JMJ de Lisboa. Anoche, por ejemplo, seguí durante un rato el festival de influencers católicos en el que intervino mi amigo Heriberto García Arias, sacerdote mexicano. 

Creo que la JMJ de Lisboa está poniendo de relieve algo que era ya evidente en las últimas décadas. Los jóvenes católicos no se identifican mucho con el modelo tradicional de cristiano practicante, ni tampoco con el de cristiano militante, sino, más bien, con el modelo de cristiano peregrino. Estas categorías fueron acuñadas por la socióloga francesa Danièle Hervieu-Léger. A ellas me he referido en otras ocasiones al hablar del cristianismo subjetivo o al hecho de que algo está cambiando en la vida consagrada juvenil. Estas categorías simplifican demasiado una realidad muy compleja, pero nos ayudan a comprender algunas tendencias.

El hecho de que no esté trabajando directamente en el campo de la pastoral juvenil me priva del pálpito cercano de los jóvenes de hoy, pero también me permite observar la realidad desde una empática distancia. Por otra parte, nunca he dejado de conversar con bastantes jóvenes. Sus conversaciones francas me ayudan a intuir cuáles son sus esperanzas y frustraciones, qué esperan de la Iglesia y qué están dispuestos a darle, qué significa para ellos creer en una sociedad secularizada. Con el trasfondo de estas conversaciones y de todo lo que está ocurriendo en Lisboa, me atrevo a hacer un ejercicio de imaginación. Que un misionero de 65 años pretenda meterse en la piel de un joven de 18 o 20 años es una osadía. Pero es también un esfuerzo sincero por sintonizar con su mundo espiritual.


SI YO FUERA JOVEN, me hubiera unido a otros jóvenes para participar en la JMJ de Lisboa porque no es suficiente sentirse a gusto con los compañeros de siempre, con la gente de la propia parroquia o comunidad cristiana. De vez en cuando es necesario sentir y celebrar la universalidad. La belleza de la Iglesia católica consiste en que es al mismo tiempo muy local, muy inserta en un lugar, y muy universal. Conjugar estos armónicos mantiene fresca la fe, nos libera de inútiles localismos o nacionalismos y, por otra parte, nos empuja a comprometernos allí donde vivimos, para no pasar por las cosas como gato sobre ascuas.

SI YO FUERA JOVEN, me asombraría de que un Papa de 86 años disfrute viajando de Roma a Lisboa y sintonice con los miles de jóvenes allí reunidos. Con su ejemplo demuestra que no es justo tirar la toalla cuando uno llega a la edad civil de la jubilación, que un pastor nunca pierde su pasión evangelizadora y que la cercanía física no puede ser suplida con textos o comunicaciones a distancia. Es muy difícil ser sin estar. Muchos párrocos y catequistas no tienen ya excusa. Si un Papa de 86 años se arriesga a una aventura semejante, cualquier evangelizador puede hacer lo mismo si huye de la rutina, se deja llevar por el Espíritu y permite que lo nuevo se abra camino.


SI YO FUERA JOVEN, disfrutaría conversando con jóvenes de otros países, sentiría curiosidad por conocer su manera de vivir la fe en sus respectivos lugares, vibraría con los conciertos nocturnos, procuraría aprenderme bien las canciones más cantadas, pero buscaría siempre un tiempo de silencio en alguna iglesia perdida de Lisboa para digerir todos los estímulos en un clima de oración personal, sin el ruido de la calle y sin el agobio de la multitud. Y con toda seguridad no cantaría eso de “Esta es la juventud del Papa” porque me parece un mantra nacido de la buena voluntad, pero innecesariamente adolescente y un poco desnortado. En todo caso, cantaría: “Esta es la juventud de Jesucristo”.

SI YO FUERA JOVEN, estaría pensando en qué hacer una vez que pase la euforia de la JMJ y todos regresen a sus lugares de origen. Me esforzaría por hablar con otros compañeros para ver cómo aprovechar el subidón de entusiasmo y traducirlo en acciones que puedan mejorar la vida de nuestras comunidades y, sobre todo, el acercamiento a otros jóvenes que siguen buscando.

SI YO FUERA JOVEN, en definitiva, me sentiría muy a gusto en el modelo del “peregrino” (tan en boga hoy en día), pero aprovecharía la sabiduría del modelo del “practicante” (la fe exige una gran coherencia entre el creer, el hacer y el celebrar) y del “militante” (la fe implica siempre un compromiso de transformación de la sociedad en la que vivimos). Evitaría a toda costa hacer de la JMJ una especie de parque temático en el que todo es muy guay, vestimos camisetas llamativas, cargamos con nuestras mochilas, coreamos canciones pegadizas, bailamos coreografías fáciles, nos abrazamos con todo el mundo, nos emocionamos en el Viacrucis, intercambiamos números de WhatsApp, lloramos en el momento de la despedida y decimos “Hasta pronto Lisboa”.



3 comentarios:

  1. Gracias por el esfuerzo, no fácil, que has hecho de ponerte en el lugar de un joven de hoy… Desde este esfuerzo nos transmites fuerza y coraje para seguir adelante, para comprender que desde la posición de adultos también podemos evangelizar si sabemos comprender al otro, tenga la edad que tenga.
    Buen fin de semana Gonzalo.

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  2. Los jóvenes necesitan un amigo orientador como tu, que vibra con ellos, la edad se supera, importa tu entusiasmo.

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  3. Gracias Gonzalo. Como siempre, tu mensaje claro e inspirador.

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