miércoles, 31 de enero de 2024

Hay cosas que no pasan de moda


Aunque todos los años leemos el mismo texto en el Oficio de Lecturas, este año me han llamado más la atención unas palabras extraídas de una carta de san Juan Bosco, cuya memoria celebramos hoy. Dicen así: “¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad! Es más fácil enojarse que aguantar; amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez”. 

Él aplicaba estos criterios a la educación de los niños y adolescentes, pero pueden aplicarse a las relaciones interpersonales. Es más fácil enojarse y amenazar que aguantar y persuadir. Es más fácil castigar que corregir con firmeza y suavidad (suaviter in modo, fortiter in re). Y añade unas palabras que merecerían ser enmarcadas:


“Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Es difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor.
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio, a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor”.


Las palabras de san Juan Bosco rezuman Evangelio de principio a fin. Quienes tenemos alguna responsabilidad educativa o de gobierno deberíamos tener muy claro que si algún dominio ejercemos sobre los demás “ha de ser para servirlos mejor”. 
San Juan Bosco escribía eso en un contexto histórico en el que, tanto en ámbito familiar como escolar, eran frecuentes los castigos corporales y se practicaba una educación basada en la imposición. 

Quizá algún padre, madre o educador podría decir, no sin cierta razón, que hoy la balanza se ha inclinado tanto hacia el platillo de la comprensión y la suavidad que los niños y adolescentes se han vuelto demasiado blandos, incapaces de afrontar las frustraciones ordinarias de la vida. Se llega a hablar incluso del síndrome del niño-emperador. 

Por eso, tal vez hoy, en un contexto muy permisivo y demasiado gratificante, san Juan Bosco hubiera puesto el acento en la necesidad de preparar a los niños y adolescentes para la dureza de la vida. En cualquier caso, el criterio de fondo no cambia porque es evangélico: todo lo que se haga (estimular, persuadir, corregir, etc.) ha de ser siempre para ayudar a las personas a crecer y madurar y no “sólo para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor”.

martes, 30 de enero de 2024

¿Hace frío en el país de los laicos?


Ayer, mi amigo Santos Blanco (último por la derecha en la foto), director de la película Libres, recibió el Premio Bravo de Cine concedido por la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales. Es un reconocimiento al talento y la visión cristiana de este joven director. ¡Enhorabuena! Espero que siga brindándonos nuevas películas creativas, hermosas y estimulantes.


También ayer recibí un mensaje de otro amigo artista, músico desde niño. Se trata de Jesús Morales (Chito), uno de los trece hermanos de la familia de Brotes de Olivo. Me invitó a leer la última entrada de su blog personal, cosa que hice con atención y gratitud. Le prometí que compartiría en este Rincón lo que la entrada me sugiriese. Y aquí estoy, cumpliendo mi palabra. 

En su entrada, Chito comienza diciendo que “en el país de los laicos hace mucho frío”. Confieso que esta frase inicial suscitó mi curiosidad. Entendí, por contraposición, que en el país de los curas y de los religiosos, en el que yo vivo, debe de hacer mucho calor o, por lo menos, una agradable temperatura primaveral. Chito explica un poco más en qué consiste esa temperatura invernal: “Quienes se dedican a trabajar dentro de la iglesia y no tienen ningún tipo de cobertura, viven en una provisionalidad que, a veces, es asfixiante”. La breve entrada, de solo 302 palabras, termina así: “No sé quién será el fundador de los laicos: a quién tenemos que rezar o por quién asistiremos al triduo. Por eso, nos vemos obligados a seguir al maestro”.


Chito se queja, en definitiva, de que muchos laicos que se están partiendo el lomo en el campo de la evangelización no tienen la “cobertura” (como él dice) o el amparo institucional del que gozan los sacerdotes y los religiosos. Detrás de nosotros hay siempre una diócesis o una congregación que nos cubre las espaldas, tanto desde el punto de vista espiritual como pastoral y económico. Creo que Chito lleva bastante razón. Conozco a laicos que son profesores de religión, catequistas, visitantes de enfermos o presos, agentes sociales, artistas, etc. que tienen que realizar su trabajo más como “francotiradores” que como “enviados” de la comunidad cristiana. 
Es probable que en algún caso se deba a su carácter individualista o a problemas de diversa índole con la institución eclesial, pero en la mayoría se debe a una deficiente conciencia de la riqueza ministerial de la Iglesia. 

Todavía no valoramos en su justa medida el gran aporte que muchos laicos, casi siempre de manera desinteresada, están haciendo a la misión. El Bautismo y la Confirmación nos capacitan a todos para ser testigos y mensajeros del Evangelio. No hace falta una particular missio canonica para ser evangelizadores. Todos los cristianos lo somos en los ámbitos en los que vivimos: familia, escuela, trabajo, etc. Pero es verdad que hay algunos laicos que sienten la llamada a dedicarse “ministerialmente” a algún área específica de la misión y que quieren poner sus talentos a su servicio.


Hace poco menos de tres años que la Iglesia ha instituido el ministerio de catequista. Creo que, siguiendo esa línea, sería necesario “instituir” o
“reconocer” otros que son imprescindibles para la realización sinfónica de la misión desde una perspectiva verdaderamente sinodal. En ese caso, las diócesis y las parroquias respectivas tendrían que responsabilizarse de su formación, promoción y acompañamiento, incluyendo la justa remuneración económica si fuera necesario. 

Mientras tanto, la única forma de que en el país de los laicos no haga tanto frío es insertarse en comunidades cristianas (parroquiales, de base, etc.) que aseguren el imprescindible contexto comunitario para que la misión personal sea fruto de un envío y no solo de una iniciativa individual. Ese “envío” comunitario es la fuente de la que mana el apoyo que todo evangelizador necesita. Por desgracia, no todas las parroquias están en condiciones de asegurar esto, pero me parece la dirección correcta. 

No sé si mi amigo Chito tiene alguna otra sugerencia desde lo que él está viviendo a pie de calle. En cualquier caso, ha puesto el dedo en una llaga que nos obliga a repensar la ministerialidad en la Iglesia. Además de los ministerios ordenados (obispo, presbítero y diácono) e instituidos (acólito, lector y catequista) y de las diversas formas de consagración, hay una enorme variedad de servicios laicales que el Espíritu suscita y que, sin someterlos a una rígida estructuración, es necesario discernir, acompañar y apoyar. Gracias, Chito, por ayudarnos a pensar algo que afecta mucho a la vitalidad y credibilidad de la misión cristiana.

lunes, 29 de enero de 2024

Todos bajo el anticiclón


Ayer lucía un sol primaveral en Madrid. El anticiclón no nos deja. Estamos todavía en pleno invierno, pero hace tiempo que nos hemos acostumbrado a que muchas cosas -incluido el tiempo meteorológico- se salgan de madre. Vivo a cuatro pasos de la plaza de España, así que, aprovechando el buen tiempo y la tranquilidad del domingo, me animé a acercarme para ver cómo se estaba desarrollando la manifestación organizada por el Partido Popular contra la ley de amnistía. La potente megafonía amplificaba los mensajes de los líderes políticos que subieron al pequeño estrado que se alzaba junto al monumento al Quijote. Abundaban las banderas de España y del Partido Popular Europeo, que se podían adquirir en algunos puestos ambulantes situados en las calles adyacentes.

Los mensajes, comenzando por el del alcalde de Madrid, sonaban contundentes, pero el público se limitaba a aplaudir de vez en cuando y a corear algunas consignas como “Sánchez, menos ambición y más constitución”“Menos nacionalismo, más europeísmo” y otras un poco menos  finas. Todo muy pacífico y aseado, de domingo de primavera anticipada. Predominaba la gente mayor y de mediana edad, aunque no faltaban también grupos de jóvenes con pequeños carteles en inglés y hasta algunos niños. Se respiraba un aire de fiesta más que de protesta. 

En los años que pasé en Italia las manifestaciones reivindicativas eran mucho más “cañeras”. El hartazgo se traducía en acciones un tanto belicosas que a veces se volvían violentas.


No es que yo defienda el estilo italiano o el francés (que es todavía más contundente), pero me temo que una pacífica manifestación dominguera pasará sin pena ni gloria, sobre todo porque el clamor de la calle no encuentra eficaces vías parlamentarias que permitan lograr cambios de entidad, al menos por el momento. Es probable que dé frutos a medio o largo plazo.

Lo más positivo de todo es que muchos ciudadanos no se limitan a quejarse frente al televisor o a desahogarse en las tertulias con sus amigos, sino que se expresan abiertamente en la calle. La salud democrática de un país depende de la libre expresión de las ideas y, sobre todo, de la convicción de que todos somos corresponsables (no meramente votantes ocasionales) de la cosa pública. 

Lo peor que puede pasar es que las nuevas generaciones, hastiadas de una política polarizada e inoperante, se inhiban de sus responsabilidades ciudadanas. Ese es el terreno propicio para que crezcan las derivas autoritarias y para que acabemos comulgando con ruedas de molino. Se necesita un nuevo brío democrático que nos permita salir del laberinto en el que nos han metido. Confío mucho en los jóvenes, aunque a primera vista parezca que no les interesa la política.


Por lo demás, “la vida pasa felizmente si hay amor”, como cantaba hace lustros Luis Aguilé. A medida que transcurre el tiempo, uno se da cuenta de que, aunque haya realidades muy importantes (el trabajo, la política, la patria, la economía, la ciencia, etc.), el verdadero motor de una vida con sentido es el amor. No me atrevo a decir de una vida “feliz” porque el término es tan polisémico que, más que ayudarnos a comprender, nos desorienta. Si todas las realidades anteriores, por importantes que parezcan, no nos ayudan a amar más a las personas, acaban revelándose intrascendentes y prescindibles. 

¡Qué reconfortante es encontrar de vez en cuando a algún político que entiende su compromiso público como una expresión de amor a las personas (no a las ideas), sobre todo a las más indefensas! En el cainismo social en el que vivimos, estos políticos son una rara avis, pero todavía existen. A corto y medio plazo siempre salen perdiendo porque los partidos no funcionan según la lógica del amor. A largo plazo, algunos de ellos (pocos) se convierten en luminarias que nos muestran el verdadero camino. Primero los despreciamos y luego los matamos a homenajes. ¡Así solemos ser los humanos! Nihil novum sub sole.  

domingo, 28 de enero de 2024

Enseñar con autoridad


Hoy está en crisis el liderazgo. Son pocos los líderes políticos o religiosos que gozan de prestigio. A los primeros se los suele acusar de populistas, incompetentes, mentirosos, corruptos y -usando un término que se ha opuesto de moda en los últimos años- cortoplacistas. A los segundos se los tilda de mediocres, anodinos o miedosos. Pocos líderes tienen una visión clara de lo que conviene a sus respectivos países o instituciones y se aprestan a llevarla a la práctica con integridad moral, competencia profesional, humildad y entusiasmo

Más que por líderes honrados y clarividentes, somos conducidos por intereses corporativos, algoritmos digitales y, en el peor de los casos, por nuestros miedos. La palabra líder viene del inglés leader, que significa “el que conduce o guía” y la palabra autoridad viene del latín auctoritas, que a su vez proviene del verbo augere, que significa “hacer crecer”. Los líderes que hoy tenemos, ¿nos guían hacia objetivos de mayor libertad, justicia y paz o buscan solo sus intereses personales?, ¿nos ayudan a crecer como personas y como comunidades o nos recortan demasiado las alas?


En este contexto, cobra mucha actualidad el Evangelio del IV Domingo del Tiempo Ordinario. Después de que Jesús hablara en la sinagoga de Cafarnaúm, los oyentes “se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”. Y más adelante, tras la curación de un hombre que tenía un espíritu inmundo, añaden: “Este enseñar con autoridad es nuevo”. Los habitantes de Cafarnaúm estaban acostumbrados a tener jefes y maestros de todo tipo, pero lo que hace Jesús, su manera de enseñar y de curar, les parece muy diferente. Les suena a algo nuevo. El aura que desprende los cautiva. 

Esa novedad es fruto de la autenticidad. Jesús es un hombre de una pieza. A diferencia de muchos líderes de su tiempo y del nuestro, lo que hace concuerda con lo que dice. No hay un desdoblamiento entre palabras y acciones. Consciente de que muchos líderes no se comportan de esta manera sino que buscan medrar, más adelante Jesús advertirá a sus discípulos: “No será así entre vosotros” (Mt 20,26). Y sobre el modo de reaccionar frente a los líderes incoherentes y vanidosos, Jesús será también muy claro: “Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23,3).


¿Cómo ejercer la autoridad al estilo de Jesús? Esta pregunta tiene que ver con los padres, maestros, sacerdotes, obispos, jefes, políticos, etc. Lo primero que necesitamos es humildad para reconocer que no somos dueños de nadie, sino servidores. Las personas (hijos, feligreses, ciudadanos, empleados, subordinados) no nos pertenecen. Si hemos sido constituidos en autoridad es para ayudarlas a crecer (augere-auctoritas) y para guiarlas (leadership) hacia objetivos que promuevan su dignidad y su desarrollo a todos los niveles. 

Esto exige autenticidad y un mínimo de coherencia para que las palabras no sean invalidadas por los hechos. No podemos pedir a los demás lo que nosotros no estamos dispuestos a hacer. Cuando encontramos a personas que hacen lo que dicen, que no viven con doblez, entonces nos sentimos atraídos por ellas. Necesitamos a todos los niveles líderes de este tipo. No hace falta que sean fotogénicos, políglotas o hábiles en el manejo de las redes sociales. La “autoridad” emerge espontánea de la verdad, la bondad y la belleza que anidan en nuestro corazón.

sábado, 27 de enero de 2024

¿Por qué somos tan cobardes?


En buena medida, la sociedad actual funciona a base de miedos reales o imaginarios. Casi todo se ha convertido en una amenaza. Continuamente nos recuerdan que puede producirse una crisis climática si no modificamos nuestros hábitos de conducta. Con los conflictos de Ucrania y Palestina en carne viva, nos atemorizan con la posibilidad de una tercera guerra mundial o redondamente con una hecatombe nuclear. Hace tiempo que corre el rumor de que pronto tendremos una pandemia más mortífera que la del coronavirus. Algunos pronostican que el año 2024 será crítico y acusan a los europeos de no darnos cuenta. 

Cuando alguien (un individuo, un grupo o una institución) están siempre amenazándonos es que pretenden obtener alguna ganancia. A base de crear miedos, muchos se han hecho ricos. Por desgracia, también la religión ha sido a veces una religión del miedo: miedo al pecado, al demonio, a la condenación eterna, incluso a Dios. No digo yo que no tengamos que tomarnos en serio nuestras responsabilidades, pero una cosa es la seriedad de la vida y un cierto temor reverencial ante realidades que nos superan, y otra cosa es el miedo insano que nos paraliza.


Todo esto viene a cuento de una pregunta de Jesús que aparece en el Evangelio de hoy y que me ha sorprendido más que otras veces mientras lo proclamaba en la Eucaristía matutina. A los discípulos que sienten miedo porque la barca en la que navegan por el lago de Genesaret está a punto de hundirse a causa de una feroz tormenta, Jesús les dice: “¿Por qué sois tan cobardes?”. Sabemos que la barca simboliza a la Iglesia. En ese caso, cuando saltamos del hecho material (la tormenta en el lago) al hecho espiritual (las tormentas que hoy padecemos), la pregunta de Jesús tiene que ser completada con la que sigue en forma de reproche: “¿Aún no tenéis fe?”. 

La cobardía supone falta de fe. Tenemos miedo ante las realidades que nos amenazan porque, en el fondo, no nos fiamos de Jesús. Cuando no tenemos todo bajo control, cuando las cosas no suceden como las habíamos imaginado o deseado, entonces nos venimos abajo. Jesús nos invita a fiarnos completamente de él porque “¡hasta el viento y las aguas le obedecen!”, que es lo mismo que decir: “¡No hay mal que pueda con la fuerza de Dios!”.


Nuestra barca personal y las barcas sociales y eclesiales están siempre a merced de muchas tormentas. Algunas las hemos provocado con nuestros malos hábitos, otras nos sobrevienen sin que hayamos tomado parte en su génesis. En ambos casos, tenemos que tomar medidas para minimizar los daños, pero lo más importante es fortalecer nuestra actitud. Cuando creemos que todo va a depender de nuestra buena voluntad, de nuestro ingenio, de nuestro esfuerzo o de la suerte, fácilmente sucumbimos. La realidad del mal nos supera por todas partes. 

Cuando ponemos nuestra confianza en Dios y le dejamos hacer, entonces descubrimos que, pase lo que pase, “a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8,28). Incluso el apóstol Pablo va más lejos: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). La humildad es una actitud cristiana por excelencia (porque reconoce que todo lo recibimos de Dios), pero la cobardía implica una falta de fe (porque no confía en que Dios nunca nos deja de su mano). En estos tiempos en los que se multiplican por todas partes las amenazas y los miedos, necesitamos desempolvar el ABC de la fe cristiana. El amor vence el miedo. La Palabra de Dios nos da la clave.

viernes, 26 de enero de 2024

Signos de luz


Anoche compartí un tiempo de meditación con un grupo de Hakuna seniors en la parroquia Santa María Magdalena de Madrid. Fue todo un poco a la carrera, pero agradecí la invitación. Me gusta conocer de cerca las muchas experiencias que están enriqueciendo a la Iglesia de nuestro tiempo. Si nos fijamos solo en los escándalos, la imagen que aparece es detestable. No deberíamos sorprendernos. Jesús ya nos advirtió que “es inevitable que haya escándalos (tropiezos)” (Lc 17,1). Tenemos que estar preparados para lidiar siempre con la cara oscura. 

Pero, cuando abrimos los ojos, vemos que hay muchos más testimonios que escándalos, más luz que oscuridad, más creatividad que rutina, más entrega que indiferencia. Lo que ocurre es que los escándalos hacen mucho ruido (mediático), mientras que la vida auténtica suele discurrir con discreción y sobriedad. A veces, igual que sucede con las setas en otoño, hay que buscar estos signos nuevos bajo el ramaje de la cotidianidad.


Otro hecho que me llamó la atención se produjo el pasado miércoles cuando presentamos en el salón de actos del Instituto Teológico de Vida Religiosa (ITVR) el libro Contra viento y marea, escrito por el laico Jesús Torres López. El espacio se nos quedó pequeño para albergar a las más de 200 personas que acudieron. Cuando he asistido en otros lugares a la presentación de libros, incluso de autores reconocidos, no solemos pasar de 20 o 30 personas. No hace mucho asistí a una presentación en la que solo estábamos cuatro. 

El libro en cuestión, escrito por un sociólogo laico ya entrado en años, estudia el movimiento congregacional femenino en España (1788-1930). En ese período, en el que la mujer estaba arrinconada social y eclesialmente, se fundaron 95 congregaciones femeninas. Existió un verdadero feminismo cristiano que ha sido invisibilizado por los historiadores y que conviene sacar a la luz. Si a principios del siglo XIX, el 75% de las personas consagradas eran varones y solo el 25% mujeres, un siglo después se invirtieron los porcentajes. Hoy, la vida consagrada tiene un rostro preponderantemente femenino. De hecho, eran mayoría las religiosas que llenaron el salón. Todos acabamos satisfechos. El autor no dio abasto para firmar los muchos libros que le presentaron antes y después del acto.


Dentro de menos de un mes, el 23 de febrero, a las 18,30, en el salón de actos del ITVR, presentaremos un nuevo libro dirigido, sobre todo, a los más jóvenes. Es un libro-conversación con el padre Heriberto García Arias, a quien he mencionado en varias ocasiones en este blog. Se trata de un sacerdote mexicano de 35 años que está teniendo un gran éxito en las redes sociales, con millones de seguidores que ven regularmente sus vídeos. Aunque retransmitiremos el encuentro a través de diversos canales de internet, invito a los amigos de Madrid a que reserven en su agenda esta cita. Creo que no se van a arrepentir. 

Tendremos la oportunidad, no solo de conocer los entresijos del libro, sino de poder conversar con el padre Heriberto y de descubrir que en el inabarcable océano digital hay también muchas propuestas luminosas que contrastan con las islas oscuras. Aunque más adelante ofreceré otros detalles, me parecía que era importante anunciar con tiempo la fecha, el lugar y la hora. Os esperamos.

lunes, 22 de enero de 2024

Historias con rostros y nombres


Hay días en los que se multiplican las historias de dolor y sufrimiento. Nos parece que la vida rueda sin sobresaltos hasta que alguien nos habla de la enfermedad terminal de un familiar, de su alcoholismo redivivo, de sus problemas matrimoniales o de su cansancio creyente. Entonces, sin apagar la llama de la esperanza, uno no tiene más remedio que restregarse los ojos y ver que la vida es más compleja y dura de lo que a veces imaginamos. 

Ante estas historias de fragilidad podemos reaccionar desde la rabia (¿por qué Dios permite esto?), desde la indiferencia (no es mi problema, que cada palo aguante su vela) o desde la compasión (no hay nada que les pase a los demás que no me afecte de alguna manera). No sé lo que dirán los psicólogos. Yo me fijo en Jesús. Su actitud, incluso cuando reacciona con aparente dureza, es siempre la compasión. Se mete en las entrañas de las personas que sufren, siente con ellas, comprende su desazón y reacciona. Como cantamos en el prefacio de la plegaria eucarística V/ C,  “él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano; su vida y su palabra son para nosotros la prueba de tu amorTampoco culpabiliza a las personas del mal que padecen, como a menudo sucede con nosotros. Mira, escucha, siente y actúa.


No hay dos formas iguales de reaccionar. Cada historia requiere un acercamiento único. Hay personas que prefieren ser acompañadas desde el silencio respetuoso; otras demandan palabras de cariño y comprensión. A veces la distancia física es la mejor forma de no interferir; otras, se necesita la terapia de los abrazos. Pensaba todas estas cosas mientras hoy lunes repasaba la agenda de esta semana. ¿Cuáles deben ser mis verdaderas prioridades? ¿Quién está necesitando una llamada o un gesto de cercanía? 

Si algo aprendí de mi hermano claretiano Ángel Esteban, cuya vida evoqué hace un par de días, es que las personas tienen prioridad sobre las obras, incluso aunque estas estén al servicio de las personas. A veces, no es nada fácil aplicar este principio porque hay urgencias laborales que parecen no dejar espacio a otras cosas. En esos casos no hay más remedio que tomar decisiones drásticas. Los titubeos siempre juegan en contra de quien más atención necesita.


En la lectura continua que estamos haciendo del evangelio de Marcos en las misas de este tiempo ordinario se dibuja con trazos inequívocos la figura de un Jesús que no pasa de largo ante las necesidades humanas, que se detiene a curar a la suegra de Pedro, a un endemoniado, al criado de un funcionario real, a un sordomudo, a un ciego… Después de la resurrección, Pedro resumirá su vida diciendo que “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38). Eso es lo que me gustaría hacer en mi vida, aunque me tienten otros objetivos de segundo nivel. 

Admiro a las personas con cualidades intelectuales, artísticas y ejecutivas, pero admiro por encima de todo a las que pasan por la vida haciendo el bien sin pasar factura a través de pequeños gestos que hacen más humana esta compleja vida nuestra. No es fácil encontrar entre los intelectuales y los adictos al trabajo personas de este tipo. A veces cuando caemos en la cuenta del desorden de nuestras prioridades, es ya demasiado tarde.

domingo, 21 de enero de 2024

Con Él, todo cambia


No me imagino a Jesús diciendo: “Seguid viviendo a vuestra manera. No os preocupéis de nada. Disfrutad el día a día”. De acuerdo con el evangelio de Marcos que leemos en este III Domingo del Tiempo Ordinario, la predicación de Jesús sonaba así: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. También Jonás había invitado a la conversión a los ninivitas (primera lectura), pero su mensaje era amenazador: “¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!”. No es lo mismo cambiar por el temor a que todo se destruya, que cambiar porque el Reino está cerca. En el primer caso, tenemos una mala noticia; en el segundo, un “evangelio” (buena noticia). 

Por desgracia, los seres humanos solemos reaccionar con más energía cuando nos amenazan que cuando nos alientan. Jesús no comienza su predicación amenazando como Jonás o como Juan el Bautista, sino anunciando que Dios no se ha olvidado de su pueblo. Para aceptar este mensaje se requiere que nos convirtamos; es decir, que cambiemos de mentalidad, que le dejemos a Dios ser Dios. Esto implica relativizar muchas de las cosas que solemos considerar importantes en nuestra vida, vivir la espiritualidad del “como si” que Pablo esboza en su carta a los corintios (segunda lectura). Vivir “como si” no lloráramos, riéramos o poseyéramos no significa despreciar esta vida o no tomarla en serio, sino no darle una importancia excesiva porque solo Dios y su Reino constituyen nuestra prioridad.


Los primeros discípulos de Jesús (los hermanos Simón y Andrés, por una parte, y Santiago y Juan, por otra) vivieron en carne propia lo que Jesús proponía. De tal manera se sintieron atraídos por la persona y el mensaje de Jesús que, dejando las redes (el trabajo) y a su padre Zebedeo (la familia), se fueron inmediatamente detrás de él para ser colaboradores en el anuncio del nuevo Evangelio. 

Es obvio que Marcos esquematiza al máximo estas vocaciones, pero nos señala los elementos esenciales: es Jesús quien toma la iniciativa; lo hace en las condiciones ordinarias de la vida (están pescando), no a través de hechos extraordinarios; la invitación implica vivir como Jesús y participar en su misión; la respuesta de los discípulos es inmediata, a pesar de que tienen que dejar los dos pilares sobre los que se asienta una vida humana normal: la familia y el trabajo. Sobre esta falsilla hemos entendido todos nosotros nuestra propia vocación, aunque tenga matices únicos en cada caso.


Por quinto año consecutivo, hoy celebramos el Domingo de la Palabra. El lema de este año es un versículo el evangelio de Juan: “Permaneced en mi Palabra” (8,31). He escrito tanto en este blog sobre lo que la Palabra puede hacer para transformarnos por dentro que no creo necesario añadir mucho más. Bastaría meditar con atención las tres lecturas que hoy nos propone la liturgia para tratar de aplicarnos su contenido. También a cada uno de nosotros ha llegado Jesús con su propuesta de una nueva forma de vivir. Podemos estar atravesando situaciones muy distintas, pero su palabra es siempre “buena noticia”. En ella encontramos la fuerza y el impulso que necesitamos para vivir con sentido, relativizar lo bueno y lo malo que nos sucede en la vida e ir detrás de Jesús.

Mientras escribo estas notas el termómetro marca tres grados bajo cero. Se abre un domingo frío, pero luminoso.

sábado, 20 de enero de 2024

Se van, pero se quedan


Ayer fue un día de nieve y de fuertes celliscas. Por suerte, llegué a Vinuesa antes de que hubiera problemas en la A-2 y algunos coches se quedaran atrapados en la nieve. No es lo mismo ver los copos a través de la ventana de casa que padecer sus consecuencias dentro de un vehículo que patina. Cayó poca nieve. Apenas un manto blanco que cubre tejados, calles y coches. En otros lugares cercanos, empezando por Soria, la capital,  nevó con más generosidad. Hoy ha amanecido un día limpio. Luce un sol de invierno que con fatiga logra derretir la nieve helada. A primera hora de la mañana el termómetro marcaba seis grados bajo cero. Habían pronosticado algún grado menos. 


A pesar del frío, no he renunciado a mi paseo matutino.
He tenido tiempo para dejarme extasiar por el paisaje nevado, rezar las laudes de camino y, sobre todo, hacer memoria agradecida de algunas personas queridas que han fallecido en los últimos días. Todas son únicas, valiosas a los ojos de Dios, irrepetibles. 

Yo quiero recordar de manera especial al misionero claretiano Ángel Esteban González, que murió el pasado jueves a los 86 años de edad tras mucho tiempo luchando contra sus enfermedades. Por desgracia, no pude participar en su funeral, pero he vivido estos días muy unido a él en ese misterio de la comunión de los santos que no traza una frontera infranqueable entre los vivos y los difuntos.


A Ángel lo conocí hace más de 50 años. Conviví con él en varias ocasiones (sobre todo, en Madrid y Colmenar Viejo), pero fue en el bienio 1983-1985 cuando compartí con él y otros tres compañeros una aventura comunitaria y pastoral hermosa. Yo acababa de regresar de Roma después de haber completado mis estudios. Él acumulaba ya una larga experiencia en el campo de la pastoral juvenil. Los cinco formábamos parte del equipo de pastoral juvenil-vocacional de la extinta provincia de Castilla. Vivíamos en el séptimo piso de un edificio de la calle Bravo Murillo de Madrid a la altura del metro Estrecho. Disponíamos de un viejo Seat-600 pintado de un discreto color naranja con el que nos desplazábamos por tierras castellanas para realizar diversas actividades con los adolescentes y jóvenes de nuestros colegios y parroquias. 

Compartimos muchas horas de convivencia comunitaria, programación pastoral y participación en numerosos eventos. Más allá de lo que Ángel hacía, como mentor de los más jóvenes del equipo, todos nos sentíamos atraídos y guiados por lo que era. Sé que hoy no se llevan los panegíricos ni tampoco van con mi estilo. Soy consciente de que cuando se habla bien de una persona amiga puede haber otras que se sientan olvidadas o minusvaloradas. No es mi intención colocar a unas por encima de otras, sino sencillamente compartir una experiencia que puede iluminar a los lectores de este Rincón.


Ángel era un castellano nacido en el valle del Esgueva. Después de realizar las primeras etapas de la formación claretiana en algunos centros de España, la completó en Francia, donde permaneció desde 1959 hasta 1968. Allí se empapó de la lengua y de la creatividad de la Iglesia francesa, estudió la teología y se inició en la pastoral. Fue expulsado del país por su participación en algunas manifestaciones callejeras junto a grupos de jóvenes que sintonizaban con el espíritu del famoso “mayo francés”. 

De vuelta a España, trabajó en la formación, en la pastoral juvenil y vocacional, en el gobierno y en otras muchas actividades de acompañamiento. Poeta, músico, cantautor (llegó a grabar algún disco), mantuvo hasta el final la misma actitud positiva y esperanzada que lo acompañó toda su vida. Aunque ahora todo el mundo habla bien de él, en algún tiempo tuvo que cargar con el sambenito de “ingenuo”, “optimista incurable” y lindezas por el estilo. Quienes no captaron su espíritu, no acertaban a distinguir entre la ingenuidad y la magnanimidad, entre el optimismo psicológico y la esperanza teologal. 

A pocas personas he conocido con la capacidad que él tenía de ver la realidad (toda realidad) con ojos de fe: desde un joven con inquietudes hasta una mujer al borde del suicidio, desde los problemas de una comunidad hasta el caso de un sacerdote secularizado. Él no nació para juzgar, sino para buscar siempre lo mejor de cada persona. Ni su psicología ni su espiritualidad lo empujaban a ser crítico con los demás. Él vivía con gran autenticidad, proponía con entusiasmo y dejaba que cada persona tomara sus decisiones con libertad sin desentenderse de ella. 

Y todo ello adobado con el lenguaje de la música y de la poesía, incluso cuando, por la edad y la enfermedad, se le quebraba la voz y las rimas empezaban a ser, más bien, ripios. Podría completar este retrato a mano alzada con infinidad de anécdotas, pero no es necesario. Que Dios perdone sus pecados y lo acoja en su misericordia. Y que nosotros recojamos su legado con gratitud y alegría.


lunes, 15 de enero de 2024

Los trabajos y los días


Me he pasado todo el fin de semana encerrado en mi cuarto. No estaba enfermo ni deprimido. La razón de mi encierro tiene que ver con la urgencia de llevar a la imprenta el librito con las sugerencias de lectio divina para el tiempo de Cuaresma-Semana Santa. No es fácil dejar listas casi 40 páginas en un par de días. No partía de cero. La mayor parte de las reflexiones las había ido escribiendo a lo largo del tiempo. Se trataba ahora de abreviarlas, actualizarlas, darles forma y dejarlas listas para su impresión y difusión. Metido de lleno en este trabajo, me he dado cuenta una vez más de que la Palabra de Dios nos desborda por todas partes. Cuando creemos que ya la conocemos, hay algo nuevo que nos sorprende. No es lo mismo leer un libro de un especialista que dejarse iluminar por la oración. No son recursos incompatibles, pero su sabor es muy diferente.


Esta mañana, cuando he pasado el texto al departamento de edición y maquetación, he experimentado un gran alivio. Estoy acostumbrado a trabajar bajo presión, casi diría que me gusta hacerlo, pero hay trabajos que requieren calma. Uno de ellos es el referido a la Palabra de Dios. Corremos el riesgo de hablar sin escuchar, de hacer sin contemplar. Todo tiene su tiempo y su ritmo. La Cuaresma comenzará dentro de un mes. Si estos subsidios no están en el mercado dos o tres semanas antes, pierden su actualidad. En seguida se vuelven viejos. Quienes se mueven en el ámbito comercial conocen muy bien la importancia de los plazos. Yo estoy adiestrándome en el oficio. Me queda mucho por aprender.


Mientras cierro el libro sobre Cuaresma-Semana Santa, remato también la entrevista con Heriberto García Arias. El título definitivo del libro-conversación será “Confesiones de un sacerdote digital”. Se podrá adquirir a finales de mes en cualquier librería, en la web de nuestra editorial y también a través de Amazon. Estamos preparando su presentación para el jueves 15 o el viernes 16 de febrero. Quizás algunos de los que vivís en Madrid podréis haceros presentes. Ya daremos más detalles cuando el libro esté disponible. Lo hermoso de todo esto es que, detrás de cada libro que se publica, hay historias que contar, personas que han vivido, experiencias que pueden ser compartidas. Los libros forman parte de nuestra manera de conocer el mundo y ver las cosas desde una determinada perspectiva. En eso estamos.

domingo, 14 de enero de 2024

Vivir en la casa del Padre


Las dos historias que nos brinda la liturgia de este II Domingo del Tiempo Ordinario son conocidas, encantadoras y muy iluminadoras para nuestro presente. En el primer libro de Samuel (primera lectura) se narra la vocación de este joven israelita. El texto se utiliza a menudo en encuentros de discernimiento vocacional para ayudar a los adolescentes y jóvenes a discernir su propia vocación. Todo sucede en el templo, en medio de la noche y con la mediación del anciano Elí. 

El resultado es la entrega de Samuel a Dios: “Habla, que tu siervo te escucha”. Escuchar la voz de Dios sigue siendo para nosotros la tarea fundamental. Cuando estamos adormilados y otras voces interfieren la línea directa, necesitamos que haya algunas personas como Elí que nos ayuden a caer en la cuenta de que es Dios quien nos llama en el santuario de la conciencia. A menudo, la voz de la conciencia es la voz de Dios.


El relato del evangelio admite varios niveles de lectura. El más obvio tiene que ver también con historias de llamadas a los primeros discípulos y con respuestas inmediatas y compartidas. Solemos acentuarlo con frecuencia. Otro nivel de lectura se fija en los títulos con los que es denominado Jesús. Es una forma de aclarar el misterio de su identidad. Se le llama Cordero de Dios (Juan el Bautista), Maestro (discípulos) y Mesías (Andrés). Pero hoy quisiera poner el acento en la pregunta que los discípulos le hacen a Jesús: “¿Dónde vives?”. Jesús no responde abiertamente porque “las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mt 8,20). Jesús no tiene casa propia. 

Tendremos que esperar al capítulo 14 de Juan para encontrar una respuesta precisa: “Yo estoy en mi Padre” (Jn 14,20). En el evangelio de Lucas, el adolescente Jesús dice algo parecido: “¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,29). La verdadera casa de Jesús, el lugar en el que él vive, no es una residencia material, hecha de piedra o adobe. ¡Es el corazón del Padre! Por eso, cuando les responde “Venid y veréis”, en realidad los está invitando a entrar en el misterio de Dios: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn 14,2-3).


A través de la oración entramos en el recinto en el que Dios habita. Por eso, es inimaginable vivir como Jesús sin desarrollar el hábito de orar como él hacía para recrear los lazos filiales con su Padre y nuestro Padre. Un cristianismo demasiado volcado en “hacer cosas” acaba convirtiéndose en una praxis bienintencionada, pero sin alma. De esa manera, no puede comunicar vida. Quizás este es el drama de nuestro tiempo. Convencidos de que debemos prestarle nuestras manos a Dios y de que el amor se demuestra en las obras, hemos olvidado que sin él no podemos hacer nada, que la verdadera eficacia no brota del número de actividades, sino de la unión vital con Aquel que puede transformar a las personas por dentro. 

Ir donde Jesús y ver significa, en definitiva, entrar en el misterio de amor del Padre y del Hijo para luego reverberarlo en nuestra vida cotidiana. Los místicos lo han entendido muy bien. Nosotros nos despistamos con frecuencia, pero en momentos de iluminación también lo vemos claro. Cuando Jesús nos diga hoy: “Venid y ved”, tendríamos que responder como el joven Samuel: “Habla, que tu siervo te escucha”.

sábado, 13 de enero de 2024

La misericordia supera al juicio


El evangelio de hoy termina con una frase de Jesús que no acabamos de entender en su hondura: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. El contexto es conocido. Estando en la orilla del lago, Jesús vio a Leví (Mateo) sentado en el mostrador de los impuestos. Sin importarle el impopular oficio que ejercía, Jesús lo llamó. No solo eso. Aceptó comer en su casa. Junto a los demás invitados, “un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos”. Algunos escribas fariseos se escandalizaron de esta conducta. Sentarse a la mesa con alguien significa entrar en comunión con él. ¿Cómo es posible que un Maestro como Jesús se atreva a saltarse las normas de pureza y coma con publicanos y pecadores? 

Detrás de esta pregunta y del escándalo correspondiente, subyace una idea muy raquítica de Dios. Es la de un Dios que separa nítidamente a los puros de los impuros, a los justos de los pecadores. Jesús sabe que la mejor manera de purificar esa imagen distorsionada de Dios no consiste en dar una catequesis, aunque lo hace a través de algunas parábolas, sino en comportarse como Dios se comportaría con todos sus hijos. Como buen padre, Dios quiere a todos sus hijos e hijas, pero siente predilección por los enfermos y los pecadores; es decir, por aquellos que se encuentran en situaciones de debilidad y exclusión. Esto siempre nos desconcierta, a menos que nosotros formemos parte de esos grupos.


Creo que cualquier cristiano suscribiría sin problemas esta visión de las cosas… hasta que hay que aplicarlas a situaciones de hoy, no a realidades del pasado. Un ejemplo muy claro y muy actual es la polvareda que ha levantado la declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe sobre el sentido pastoral de las bendiciones. Hay teólogos, pastores y laicos que consideran que esa declaración quiebra la tradición cristiana y divide al Pueblo de Dios. Otros, por el contrario, la defienden con ardor. La polémica está servida y quizás también la confusión. Sin entrar ahora a juzgar la necesidad y oportunidad de un documento como Fiducia supplicans -cuestiones sobre las que cabe una sana discrepancia- no acabo de entender dónde radica la feroz oposición que algunos han lanzado contra el documento y, en el fondo, contra el papa Francisco y su línea pastoral. 

En el número 20 se afirma que “buscar la bendición en la Iglesia es admitir que la vida eclesial brota de las entrañas de la misericordia de Dios y nos ayuda a seguir adelante, a vivir mejor, a responder a la voluntad del Señor”. La bendición no sanciona la vida moral de una persona, no es un premio a una hoja de servicios impoluta, sino que impetra la misericordia de Dios para poder ser fieles a su voluntad. La declaración añade que “cuando las personas invocan una bendición no se debería someter a un análisis moral exhaustivo como condición previa para poderla conferir. No se les debe pedir una perfección moral previa” (n. 25). 

Solo después de clarificar el verdadero sentido de las bendiciones, se puede hablar de “las bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo” (nn. 31-41). A la luz de todo esto, “mediante estas bendiciones, que se imparten no a través de las formas rituales propias de la liturgia, sino como expresión del corazón materno de la Iglesia, análogas a las que emanan del fondo de las entrañas de la piedad popular, no se pretende legitimar nada, sino sólo abrir la propia vida a Dios, pedir su ayuda para vivir mejor e invocar también al Espíritu Santo para que se vivan con mayor fidelidad los valores del Evangelio” (n. 40).


Comprendo que a muchas personas -y, de manera especial, a los africanos y asiáticos- estos criterios los desconcierten porque, además de desbordar una praxis tradicional, van contra sus valores culturales. Comprendo que haya cristianos de buena fe que se sientan descolocados y perplejos. Hay que respetar mucho estas reacciones, que son perfectamente explicables y que responden a una determinada manera de entender la fe. Pero, para no dejarse llevar solo de los propios criterios y sentimientos, convendría preguntarnos sin miedo qué haría Jesús en situaciones semejantes. Si sus palabras y su conducta nunca nos extrañan o hasta nos escandalizan, lo más probable es que las hayamos domesticado en exceso hasta el punto de no percibir lo desconcertantes y escandalosas que fueron en su tiempo. 
Lo paradójico es que, ayer como hoy, los buenos se sienten fuera de juego y los “pecadores” perciben que Dios no se ha olvidado de ellos. 

¿No tenemos que seguir aprendiendo mucho para comportarnos como Jesús? ¿No nos queda un largo trecho por recorrer para aplicar su actitud compasiva a las múltiples situaciones humanas que la requieren? Antes de descalificarnos unos a otros y de empecinarnos en nuestro propio punto de vista (sea el que sea), necesitaríamos todos mirar a los ojos a Jesús y preguntarle qué tenemos que hacer. La humildad siempre nos conduce a la verdad. El orgullo, aunque se revista de fidelidad y ortodoxia, es a menudo un resquicio abierto al diablo.

viernes, 12 de enero de 2024

A veces menos es más


He descubierto por casualidad las esculturas del artista mexicano Víctor Hugo Yáñez Piña (1967). Me gusta, en particular, una titulada “The little self made man” (el hombrecito hecho a sí mismo). Me parece una metáfora plástica de lo que nos sucede en la vida. El título que el autor le ha puesto parece indicar que la obra se centra en la capacidad que los seres humanos tenemos de labrar nuestra identidad y nuestro futuro. Todos somos arquitectos y artesanos de nosotros mismos. Hay muchos factores que nos influyen, pero, al final, nosotros somos los últimos responsables de lo que somos. 

Confieso que, antes de saber cómo se llamaba la obra, a mí me surgió otra interpretación más “miguelangelesca”, tal vez por la etapa de la vida en la que me encuentro. De jóvenes y adultos, creemos que somos más cuanto más acumulamos. Por lo general, aquellos que terminan su formación, sueñan con tener un buen empleo, adquirir un coche (aunque veo que los jóvenes actuales ya no sueñan tanto con esto, como era común hace unos años), comprar una casa, tener unas cuantas inversiones, etc. A medida que vamos entrando en las últimas etapas de la vida, caemos en la cuenta de que esa acumulación -que en otro tiempo nos parecía necesaria y un signo visible de estatus social- se puede convertir en un lastre que hace más pesada nuestra vida.


Llega un momento en el que los hombres y mujeres maduros aspiran a ganar en libertad. Empieza a sobrarles muchas cosas. Su mayor deseo no es seguir acumulando, sino aprender a dejar hasta que la muerte los sorprenda “ligeros de equipaje, como los hijos de la mar” (A. Machado). Es muy difícil pedirle a un joven o a un adulto que dejen cosas cuando la fuerza vital, la propia biología, los impulsa a acumular y cuando todo el contexto social tiende a asociar la felicidad con la acumulación del mayor número de bienes y experiencias. 

Se supone que, para ser feliz, uno tiene que viajar mucho, conocer mucha gente, comprar muchas cosas, llenar el móvil de fotos y, si es posible, compartirlas en las redes sociales para que los demás vean lo mucho que hemos vivido. No caemos en la cuenta de que lo que a primera vista nos da seguridad y aplomo, en realidad nos está lentamente haciéndonos más pesados y esclavizándonos.


Las esculturas de Víctor Hugo Yáñez parecen apuntar en dirección contraria. Solo cuando nos liberamos de lo que nos sobra, cuando superamos la obesidad cultural y económica a la que estamos sometidos, comienza a emerger nuestra verdadera silueta, la identidad que permanece aprisionada por el exceso de experiencias y posesiones. Llega un momento en el que caemos en la cuenta de que “menos es más”. 

Menos cosas es más libertad, menos trabajos y viajes es más tiempo, menos ruido es más silencio, menos contactos es más encuentro, menos comunicaciones es más comunión, menos negocio es más ocio, menos preocupación por la apariencia es más autenticidad… Se nos educa, sobre todo, para acumular. Los maestros espirituales nos advierten del engaño, pero, a veces, cuando queremos darnos cuenta, es demasiado tarde. Renunciar a todo -como con frecuencia aconseja Jesús a sus discípulos- no es una manera de aguarnos la vida, sino una vía expedita para desapegarnos, ser libres y poder entregarnos sin ataduras y pesos innecesarios.


miércoles, 10 de enero de 2024

Todo el mundo te busca


Me gusta mucho el evangelio de hoy porque en pocos versículos Marcos reconstruye una “jornada tipo” en la vida de Jesús. Se trata, en realidad, de una jornada sabática un poco prolongada que se despliega en cinco escenarios: la sinagoga, la casa de Pedro, la calle, el campo y el camino. En cada uno de ellos Jesús desarrolla una actividad distinta y nos muestra las dimensiones esenciales de la vida de todo seguidor suyo. En la sinagoga, ora con el pueblo y enseña. En la casa de Pedro, cura/rehabilita a su suegra, come, descansa y lleva una vida de familia. En la calle, frente a la puerta de la casa de Pedro, acoge y cura a los enfermos que se acercan. En el campo (en un “lugar despoblado”, para ser precisos), Jesús ora en solitario. Y por el camino, se dirige a las aldeas cercanas para seguir anunciando la buena noticia del Evangelio. 

Esta secuencia resulta en sí misma muy iluminadora. Quienes nos reconocemos como discípulos suyos estamos invitados a hacer lo mismo con las variantes propias de cada situación y estilo de vida. También nuestra vida cristiana se expresa en la participación en las celebraciones comunitarias (sobre todo, en la eucaristía del domingo); en una vida familiar basada en el servicio; en el trabajo (con una atención especial a los más necesitados); en el silencio y la oración personal; y en la evangelización a través de los medios que están a nuestro alcance.


En la descripción idealizada de esta “jornada tipo”, hay una frase que hoy me ha hecho pensar. Cuando los discípulos van en busca de Jesús, que se encuentra orando en un lugar despoblado, le dicen: “Todo el mundo te busca”. ¿Podría decirse hoy lo mismo? Es evidente que no todo el mundo busca explícitamente a Jesús. Muchos nunca han oído hablar de él y a otros no les interesa lo más mínimo. Sin embargo, ese “todo el mundo” no es una frase con valor estadístico, sino simbólico.

Todos los seres humanos buscamos el sentido de nuestra vida. Todos, por vías distintas, aspiramos a ser felices. Todos buscamos un camino (aunque nos estemos enredados en laberintos), todos buscamos la verdad (aunque estemos rodeados de mentiras y la posverdad se haya convertido en cultura) y todos buscamos la vida (aunque la muerte nos envuelva de mil formas). Jesús se presenta a sí mismo como el camino, la verdad y la vida, como alguien que nos hace bienaventurados/felices. No es necesario reconocerlo para sentirnos alcanzados por su onda; es decir, por su gracia.


Creo que la misión de los cristianos consiste en irradiar esta experiencia, de forma que quienes buscan a tientas perciban algún destello de luz que les permita seguir un camino. Confieso que no dejo de sorprenderme. Cuando damos por cerrado algo, Dios se encarga de abrirlo sin pedirnos permiso. Hemos repetido tantas veces que vivimos en una sociedad secularizada, poscristiana y descreída, que no prestamos atención a los muchos signos de trascendencia que existen a nuestro alrededor. Quizá tengamos que quitarnos las gafas de la mentalidad secularista y crítica para ver que la realidad, no nuestra interpretación, es más rica y variada de lo que pensábamos. 

Mientras muchos jóvenes, por ejemplo, se congregan en fiestas multitudinarias en las que corre el alcohol y la droga, otros lo hacen para cantar y alabar a Dios. El pasado sábado, el grupo Hakuna congregó a varios miles en el Wizink Center de Madrid. Puede que no nos guste su estilo musical, que pensemos que es un movimiento clasista porque muchos de sus miembros pertenecen a la clase media-alta o que creamos que tendrá una existencia efímera. Nada de eso  debe distraernos del hecho fundamental: hay muchos jóvenes (y adultos) que se sienten atraídos por Jesús y que han hecho un hermoso camino de fe. Hakuna les ha ayudado a pasar del agnosticismo o de una fe rutinaria a un compromiso cristiano profundo y alegre. Ellos simbolizan esa “búsqueda universal” (todos te buscan) cuando muchos han tirado la toalla.



lunes, 8 de enero de 2024

Vuelta al tajo


Hoy hemos amanecido en Madrid con una temperatura que se aproximaba a los 0 grados. El invierno muestra sus garras. Parece que los próximos días serán incluso más fríos, aunque sin llegar a las temperaturas gélidas que están teniendo en el norte y el centro de Europa. Tras las dos semanas de Navidad, hoy comenzamos el Tiempo Ordinario que, con el paréntesis de la Cuaresma (que empieza el 14 de febrero) y el tiempo pascual (que empieza el 31 de marzo con el domingo de Pascua), nos acompañará hasta el 30 de noviembre. 

Son 34 semanas en las que la Palabra de Dios nos irá iluminando, exhortando, corrigiendo, consolando y, en definitiva, alimentando en nuestro itinerario de fe. Es bueno tomar la resolución de escucharla cada día y de meditarla con algunos de los subsidios que están a nuestro alcance. Casi sin darnos cuenta, notaremos que vamos saliendo de la rutina y encontrando nuevas profundidades en nuestra vida.


Ayer dediqué bastante tiempo a responder los muchos mensajes de felicitación que recibí con motivo de mi cumpleaños. Tuve que ser muy escueto por falta de tiempo, pero no me gusta dejar ninguno sin responder. Aprecio mucho que una persona amiga, o un simple conocido, se tome la molestia de enviar sus saludos por medio de las redes sociales. La mayoría me llegaron a través de WhatsApp y Facebook. Son ya muy pocos los que llegan por correo electrónico. Todos hemos ido haciendo una emigración a las redes que con facilidad podemos consultar en nuestro teléfono móvil y que no exigen mucho esfuerzo.

Aprovecho la entrada de hoy para dar las gracias a todos los lectores del Rincón que me recordaron y oraron por mí. Creo mucho en el poder de la oración. Formamos una red de intercesores que solidariamente nos abrimos a la gracia de Dios y nos dejamos transformar por ella. Gracias de corazón. 


Después de la comida de cumpleaños con mi comunidad, di un paseo con una de mis hermanas por el centro de Madrid. Hacía una tarde fría, pero muy luminosa. Al llegar a la plaza de España, me sugirió que subiéramos a la terraza del hotel Riu (Rooftop 360) que se encuentra en la planta 27. Desde allí, las vistas panorámicas de la ciudad de Madrid son increíbles. Había mucha gente. Tuvimos que esperar bastante tiempo en la cola para asomarnos al famoso balcón de vidrio que te deja suspendido en el vacío a una altura de unos 100 metros. 

Ahí experimenté, una vez más, un fenómeno que está en alza. Muchos de los turistas parecían modelos profesionales. Se atusaban el cabello, se quitaban los abrigos, adoptaban poses exageradas y disparaban fotos sin cuento. Daba la impresión de que no les interesaba gran cosa contemplar Madrid desde ese puesto privilegiado, sino que lo que pretendían era hacer fotos llamativas para colgarlas después en las redes sociales y presumir de haber estado en un sitio de moda. 

Confieso que a mí esto me importa un pimiento, por no decir algo más grosero. Pero lo que sí disfruté fue la contemplación de Madrid desde una perspectiva nueva. Estoy acostumbrado a callejear por Madrid y a conocer la ciudad a ras de suelo. En alguna rara ocasión he sobrevolado la ciudad, pero nunca la había visto desde la altura que ofrece el famoso edificio España. Reconozco que fue un inesperado y original regalo de cumpleaños. Muchas gracias.