sábado, 20 de enero de 2024

Se van, pero se quedan


Ayer fue un día de nieve y de fuertes celliscas. Por suerte, llegué a Vinuesa antes de que hubiera problemas en la A-2 y algunos coches se quedaran atrapados en la nieve. No es lo mismo ver los copos a través de la ventana de casa que padecer sus consecuencias dentro de un vehículo que patina. Cayó poca nieve. Apenas un manto blanco que cubre tejados, calles y coches. En otros lugares cercanos, empezando por Soria, la capital,  nevó con más generosidad. Hoy ha amanecido un día limpio. Luce un sol de invierno que con fatiga logra derretir la nieve helada. A primera hora de la mañana el termómetro marcaba seis grados bajo cero. Habían pronosticado algún grado menos. 


A pesar del frío, no he renunciado a mi paseo matutino.
He tenido tiempo para dejarme extasiar por el paisaje nevado, rezar las laudes de camino y, sobre todo, hacer memoria agradecida de algunas personas queridas que han fallecido en los últimos días. Todas son únicas, valiosas a los ojos de Dios, irrepetibles. 

Yo quiero recordar de manera especial al misionero claretiano Ángel Esteban González, que murió el pasado jueves a los 86 años de edad tras mucho tiempo luchando contra sus enfermedades. Por desgracia, no pude participar en su funeral, pero he vivido estos días muy unido a él en ese misterio de la comunión de los santos que no traza una frontera infranqueable entre los vivos y los difuntos.


A Ángel lo conocí hace más de 50 años. Conviví con él en varias ocasiones (sobre todo, en Madrid y Colmenar Viejo), pero fue en el bienio 1983-1985 cuando compartí con él y otros tres compañeros una aventura comunitaria y pastoral hermosa. Yo acababa de regresar de Roma después de haber completado mis estudios. Él acumulaba ya una larga experiencia en el campo de la pastoral juvenil. Los cinco formábamos parte del equipo de pastoral juvenil-vocacional de la extinta provincia de Castilla. Vivíamos en el séptimo piso de un edificio de la calle Bravo Murillo de Madrid a la altura del metro Estrecho. Disponíamos de un viejo Seat-600 pintado de un discreto color naranja con el que nos desplazábamos por tierras castellanas para realizar diversas actividades con los adolescentes y jóvenes de nuestros colegios y parroquias. 

Compartimos muchas horas de convivencia comunitaria, programación pastoral y participación en numerosos eventos. Más allá de lo que Ángel hacía, como mentor de los más jóvenes del equipo, todos nos sentíamos atraídos y guiados por lo que era. Sé que hoy no se llevan los panegíricos ni tampoco van con mi estilo. Soy consciente de que cuando se habla bien de una persona amiga puede haber otras que se sientan olvidadas o minusvaloradas. No es mi intención colocar a unas por encima de otras, sino sencillamente compartir una experiencia que puede iluminar a los lectores de este Rincón.


Ángel era un castellano nacido en el valle del Esgueva. Después de realizar las primeras etapas de la formación claretiana en algunos centros de España, la completó en Francia, donde permaneció desde 1959 hasta 1968. Allí se empapó de la lengua y de la creatividad de la Iglesia francesa, estudió la teología y se inició en la pastoral. Fue expulsado del país por su participación en algunas manifestaciones callejeras junto a grupos de jóvenes que sintonizaban con el espíritu del famoso “mayo francés”. 

De vuelta a España, trabajó en la formación, en la pastoral juvenil y vocacional, en el gobierno y en otras muchas actividades de acompañamiento. Poeta, músico, cantautor (llegó a grabar algún disco), mantuvo hasta el final la misma actitud positiva y esperanzada que lo acompañó toda su vida. Aunque ahora todo el mundo habla bien de él, en algún tiempo tuvo que cargar con el sambenito de “ingenuo”, “optimista incurable” y lindezas por el estilo. Quienes no captaron su espíritu, no acertaban a distinguir entre la ingenuidad y la magnanimidad, entre el optimismo psicológico y la esperanza teologal. 

A pocas personas he conocido con la capacidad que él tenía de ver la realidad (toda realidad) con ojos de fe: desde un joven con inquietudes hasta una mujer al borde del suicidio, desde los problemas de una comunidad hasta el caso de un sacerdote secularizado. Él no nació para juzgar, sino para buscar siempre lo mejor de cada persona. Ni su psicología ni su espiritualidad lo empujaban a ser crítico con los demás. Él vivía con gran autenticidad, proponía con entusiasmo y dejaba que cada persona tomara sus decisiones con libertad sin desentenderse de ella. 

Y todo ello adobado con el lenguaje de la música y de la poesía, incluso cuando, por la edad y la enfermedad, se le quebraba la voz y las rimas empezaban a ser, más bien, ripios. Podría completar este retrato a mano alzada con infinidad de anécdotas, pero no es necesario. Que Dios perdone sus pecados y lo acoja en su misericordia. Y que nosotros recojamos su legado con gratitud y alegría.


3 comentarios:

  1. Que tenga mucha paz y un gran descanso

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  2. Se van, pero se quedan… Solo el titular ya da mucho que pensar. Me ha ido bien la recopilación que has hecho de este misionero claretiano, para darme cuenta de la realidad de que “se van pero se quedan”… de valorar la vida y la muerte… Sin darnos cuenta hemos ido incorporando experiencias de los demás, de los más cercanos y también, a veces, de los más lejanos… La experiencia de que “con la muerte” incorporamos “vida”.
    Paisaje precioso el que te ha acompañado en tu paseo matutino… gracias por compartirlo.

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  3. Aunque no traté mucho a Angel Esteban, si coincidí en muchas ocasiones con él. Puedo decir que solo tengo buenos recuerdos de él. Era de esas personas que te "elevan" un poco más arriba.

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