jueves, 30 de noviembre de 2023

El último baile


Me parece que este año se va a cumplir en algunas partes del norte de España eso de “por san Andrés, la nieve en los pies”. No me imagino al discípulo de Jesús caminando sobre el blanco elemento, pero así son las coincidencias de la vida. En Madrid tenemos una temperatura suave. Esperamos lluvias en las próximas horas. La nieve nos queda todavía muy lejos

Son tantas las cosas que están pasando estos días, que me resulta muy difícil seguirlas y digerirlas: desde la muerte del incombustible Henry Kissinger a los 100 años hasta la reunión del papa Francisco con todos los obispos españoles el pasado martes en el Vaticano. A veces, es mejor escuchar, callar y dejar que el tiempo vaya cribando lo esencial de lo secundario, lo importante de lo urgente. Si no, la avalancha puede degenerar en confusión y parálisis.


Yo me quedé ayer hasta pasada la medianoche viendo el último capítulo de la serie Cuéntame, una serie que seguí con interés en sus primeras temporadas, antes de irme a Roma en octubre de 2003. Carlos y Karina regresan de Nueva York después de varios años de ausencia, muere la abuela Herminia sentada bajo la encina y los cuatro hermanos Alcántara (Inés, Toni, Carlos y María) aprovechan el final de la serie para destapar la botella a presión de sus envidias, celos, resentimientos y frustraciones. La serie, tras 23 temporadas y más de 400 episodios, podría haber terminado como el rosario de la aurora, pero los guionistas se las ingeniaron para imaginar un final feliz hollywoodiano. Tras la tormenta llegó la calma; o mejor, el baile. 

Siguiendo el deseo de la abuela Herminia, que no quería un funeral marcado por el luto, las coronas y la tristeza, los cuatro hermanos se lanzan a bailar aprovechando las fiestas de Sagrillas, el pequeño pueblo manchego que ha servido como contrapunto al gran Madrid. Al principio, los hermanos bailan tímidamente con sus respectivas parejas. Luego se atreven a bailar entre ellos en una danza que sabe a reconciliación y a futuro. Bailar juntos se convierte en una terapia que deja abierto el libro de la vida. Aprender de los errores es el mejor modo de no repetirlos. Y todo esto sucede el 11 de septiembre de 2001, cuando el mundo asistía horrorizado al atentado de las Torres Gemelas de Nueva York. El contraste entre las imágenes de la televisión (que saben a muerte, rabia y desesperanza) y el baile popular (que rezuma vida, reconciliación y futuro) no puede ser más llamativo.


Estamos a punto de empezar el Adviento. Dios nos invita a bailar. Conoce bien nuestros extravíos, cansancios y retrocesos, pero -como la abuela Herminia de Cuéntame- no se resigna a que vivamos enojados y tristes. Sabe muy bien que el camino de la dura penitencia (como el que propone Juan el Bautista) tiene algunas ventajas, pero lo que realmente nos cambia por dentro es el baile mesiánico, la experiencia de celebrar la vida con el autor de la Vida. En la fragilidad de una historia muy humana -como la vivida por los jóvenes María y José de Nazaret- se abre paso la presencia de Dios entre nosotros. Y donde está Dios, está la alegría. Donde hay gracia (cháris), hay siempre alegría (chára). 

Algo de esto he querido compartir en un librito titulado Lectio divina para tiempos fuertes Adviento y Navidad 2023 que acaba de aparecer en las librerías. Durante las próximas semanas, la Palabra de Dios nos invitará a bailar la “danza de la vida”, a disfrutar del festín de la fe, a poner alegría y esperanza donde nosotros solo vemos la cara oscura de la historia. Solo la Palabra de Dios tiene el poder de encender una luz en la oscuridad, de calentar un corazón frío, de convertir el escepticismo en confianza y de abrir boquetes en el muro del odio y el resentimiento. Merece la pena empezar el Adviento haciendo un esfuerzo por dedicar cada día cinco o diez minutos a dejarnos tocar por la Palabra.



domingo, 26 de noviembre de 2023

El infierno y el cielo ya han comenzado


Hoy es el último domingo del año litúrgico. La solemnidad de Jesucristo, Rey del universo pone punto final a una nueva vuelta en esta espiral que va recorriendo y celebrando los misterios de la fe a lo largo de doce meses. Por si las duras experiencias que estamos viviendo nos hubieran robado la esperanza, Pablo, en su primera carta a los corintios (segunda lectura) nos la devuelve con creces: “Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos”. 

La historia no se le escapa a Dios de las manos. Cristo, con la fuerza del amor, devolverá todo a Dios para que “Dios sea todo en todos”. Cuando esta fe se enraíza en nosotros, podemos afrontar la volatilidad, la incertidumbre, la complejidad y la ambigüedad de la cultura actual (cultura VICA) desde una visión clara y luminosa. La última palabra de la historia no la tendrá la muerte, sino Cristo.


¿Cómo vivir mientras tanto la batalla de cada día? Tenemos dos posibilidades. Como una anticipación del infierno o como una anticipación del cielo. Ambas realidades han comenzado ya, atraviesan nuestra vida personal y social. Para anticipar el infierno la fórmula es sencilla, la llevamos de fábrica. Basta convertirnos en el centro de todo y contaminar las relaciones con los demás, con la naturaleza, con la historia y con Dios desde la indiferencia, el desprecio o la explotación. Este infierno incoado se puede vivir en las relaciones familiares, sociales, económicas y políticas. Tenemos buena prueba de ello. El “antirreino” es, por desgracia, una moneda de uso corriente. No se da solo entre quienes “fabrican” guerras para vender el arsenal de armamento y lucrarse con la reconstrucción de las regiones devastadas o entre quienes trafican con seres humanos, sino entre nosotros, en el seno de nuestras familias y comunidades. 

Hacemos de la vida un infierno cuando no nos aceptamos como somos, cuando queremos poseer a los demás, cuando hacemos del “sálvese quien pueda” el principio rector de nuestra vida, cuando buscamos nuestro beneficio (afectivo, económico o de cualquier tipo) a costa de los demás, saltando por encima de su dignidad, cuando los pobres nos parecen una mancha indeseada en el cuadro hermoso de una vida confortable. Dios no castiga a nadie. Somos nosotros quienes nos convertimos en “cabras” que prefieren los pastos de la codicia y el orgullo a los pastos del amor.


El cielo tiene el color del amor. Es el lugar de Dios, pero no siempre nos damos cuenta. Lo que de verdad importa es salir de nosotros mismos y convertirnos en comida para el hambriento, en agua para el sediento, en vestido para el desnudo, en hogar para el forastero, en compañía para el enfermo y en alivio para el preso. Con esas seis categorías, repetidas hasta cuatro veces en el evangelio de hoy, Jesús quiere poner rostro al amor. Amar no es un sentimiento vaporoso de bienestar. Es una salida de nosotros mismos hacia quienes nos necesitan para seguir viviendo como hijos de Dios. 

La gran sorpresa es que, cuando hacemos eso, a menudo de forma casi inconsciente, Él nos aguarda: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. ¿Hay algo más parecido al cielo que encontrar a Jesús en quienes demandan nuestra ayuda? Si la meta es clara (Dios en todos), el camino es diáfano (el amor como actitud vital). Seguiremos siendo olvidadizos y frágiles, nos enredaremos en otras preocupaciones penúltimas, caeremos en la trampa de tentaciones seductoras, pero, una vez que hemos comprendido dónde está el tesoro, ya no podemos vivir de otra manera. Cuando Jesús es nuestro Rey, su Reino es la única opción. El cielo ya ha comenzado.

sábado, 25 de noviembre de 2023

Nocturno madrileño


Anoche el centro de Madrid estaba atestado de gente. Apenas se podía dar un paso sin chocarse con alguien. El hecho de que fuera el famoso Black Friday y estuviera ya encendido el alumbrado navideño contribuyó a que muchos se echaran a la calle. Yo también lo hice después de seis horas de clase en el curso que estoy dando en el ITVR de Madrid. Hacía frío, pero soportable. Se veían puestos de castañas asadas y casetas de Navidad en tres plazas de la zona: España, Callao y Mayor. 

Falta un mes exacto para la Navidad, pero el comercio no quiere perder el tiempo. Hay que aprovecharlo al máximo porque este año durará casi una semana menos que de ordinario. La gente no paraba de hacer fotos al abeto luminoso que luce en el centro de la Puerta del Sol. Por varios sistemas de megafonía se oía música festiva. Los adornos luminosos de la calle Arenal y de otras calles cercanas disparaban la imaginación. Era como adentrarse en un mundo de luz y color que no coincide mucho con el que millones de personas viven a diario. Quizá por eso muchas se echan a la calle, como si estuvieran necesitando decorar sus propias vidas, redimirlas del gris anodino de la rutina.


Cuando regresé a mi casa, un policía me cerró el paso en la confluencia entre la calle Buen Suceso y Juan Álvarez Mendizábal. Me pidió que me identificara. Le dije simplemente que vivía a treinta metros. Me limité a mostrarle las llaves. Me dejó pasar sin más preguntas. Se oían gritos provenientes de la calle Ferraz. Las manifestaciones siguen noche tras noche. Los vecinos comenzamos a estar hartos después de tres semanas de protestas. Parecemos rehenes en nuestro propio barrio. 

Ya en mi cuarto, guarecido del frío exterior, rebobiné la breve película de mi paseo nocturno. Por una parte, me sentía agobiado por el gentío que invadía las calles. No me gustan las aglomeraciones. Por otra, caía en la cuenta de que también yo formaba parte de esa masa con aspiraciones a ser pueblo. También yo contemplaba los adornos luminosos, las casetas llenas de ofertas, los cines con largas colas esperando la entrada (ayer se estrenaron, entre otras, las películas Napoleón y Teresa, dos figuras históricas que tienen poco en común, pero que han marcado la historia de Europa), algunos sintecho organizando los cartones para pasar la noche al raso, varios coches de policía estacionados en lugares estratégicos, parejas cogidas de la mano y grupos de jóvenes ataviados con gorros de Papa Noel…


Caí en la cuenta de que todos, cada uno a nuestro modo, necesitamos soñar, imaginar que las cosas pueden ser diferentes, que existe un mundo más cálido, colorista y fraterno que el que vivimos a diario. Sé que algunos consideran innecesario y hasta hiriente este derroche de luz, pero la belleza es casi tan necesaria como el comer. Quienes paseaban por las calles no eran precisamente los superricos, sino la gente común. Había muchos rostros de hombres y mujeres de Latinoamérica, África y Asia. Para todos ellos la luz de la Navidad significa más que un diseño atractivo a base de lucecitas LED. 

Confundiéndose con el resto de la gente, tomándose una taza caliente de chocolate con churros, sienten el calor que necesitan para hacer más llevadera su vida. Por un momento, olvidan sus sueldos precarios y se arman de coraje para seguir luchando. Quizás se dan cuenta de que dentro llevan una luz más intensa que la que ven fuera. Es muy probable que cuando tomen el metro para volver a casa lo hagan con la íntima satisfacción de haber vivido una noche entrañable. ¿Es esto revolucionario o es solo un analgésico para mitigar el dolor de la distancia? No soy nadie para juzgar sus motivaciones. Me limito a levantar acta. La gente sigue caminando.



viernes, 24 de noviembre de 2023

El valor de los detalles


Siempre he admirado a las personas detallistas, quizás porque yo no lo soy demasiado. Estas personas se acuerdan siempre de las fechas más significativas (cumpleaños, aniversarios, etc.). Hacen llamadas o pequeños regalos sin resultar cargantes. No se limitan a hablar en abstracto de la importancia de la familia, la comunidad, la amistad o la fiesta. Traducen su preocupación en detalles concretos que hacen que los demás nos sintamos a gusto. 

Los detalles son siempre los que marcan la diferencia, los que hacen que las palabras adquieran significado, los que escriben la letra pequeña de nuestro contrato con la vida. Por eso, las personas que realmente cambian nuestra vida son aquellas que traducen su amor por nosotros en pequeños hechos que expresan sus sentimientos.


Me muevo en un ambiente en el que estamos acostumbrados a jugar con las ideas. Hablamos, por ejemplo, de la importancia de cultivar la vida de oración y de escuchar la Palabra. Pero, cuando queremos descender al terreno de lo concreto, suelen empezar los problemas. A unos nos les gusta la lectio divina juntos; otros creen que el rosario debería dejarse siempre para la recitación privada; a otros les encanta la adoración del Santísimo Sacramento. Algo parecido sucede con otros conceptos como opción preferencial por los pobres o cercanía a los excluidos. No se discute en abstracto. Los problemas comienzan cuando se desciende a los detalles. ¿Significa eso que debemos incluir una partida económica en nuestro presupuesto anual? ¿Implica abrir nuestra casa para acoger a algunos inmigrantes sin techo? ¿Debemos colaborar regularmente con asociaciones como Cáritas? 

Cuando los “detalles” se nos hacen cuesta arriba siempre encontramos fórmulas de escape como: “Este es un asunto muy personal, debemos respetar la conciencia de cada uno”, “No nos atemos con normas como si fuéramos adolescentes; dejemos que cada uno tome sus decisiones”, “Lo que importa es que todo fluya con espontaneidad”… En la mayoría de los casos, estas salidas acaban desencarnando los valores que decíamos profesar. Después de haber hablado solemnemente sobre valores irrenunciables, seguimos como siempre.


Los maestros espirituales -y los pedagogos de cualquier materia- saben muy bien que, en el camino hacia la madurez, necesitamos la ascética del entrenamiento, la práctica de los detalles. Tú puedes decir que eres muy amigable, pero si nunca llamas o escribes a tus amigos, si no te preocupas por ellos, si no les muestras tu cariño con algún favor o regalo, al final esa amistad no es más que un sentimiento huero que no tiene incidencia en la vida real. Y lo mismo cabe decir de quien se proclama ecologista, pero no hace nada por cambiar sus hábitos de vida contaminantes. O de quien dice que se siente atraído por la espiritualidad, pero no dedica tiempos concretos a practicar la oración. 

El papa Francisco ha denunciado en repetidas ocasiones el neognosticismo que nos amenaza. Creemos que por pensar en algunos valores o por pronunciar algunas palabras de moda ya hemos modificado nuestra vida. En realidad, donde se nota el cambio es en los detalles que encarnan esos valores. Jesús es el maestro de lo concreto, no el navegador de lo abstracto. Debemos seguir su ejemplo.

jueves, 23 de noviembre de 2023

Llanto por la paz


¿Se puede llorar por el destino de una ciudad, de un país o de todo un pueblo? En el evangelio de hoy Jesús aparece llorando por Jerusalén, como en otro pasaje llora ante la tumba de su amigo Lázaro: “Al ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos”. Hoy lloraría de nuevo al contemplar los miles de muertos causados por Hamás y por el ejército israelí en un enfrentamiento que dura ya más de 40 días. 

Como los acontecimientos se atropellan unos a otros, pareciera que se trata de algo pasado, pero el conflicto sigue vivo. Lo mismo sucede con la guerra de Ucrania y con otros estallidos bélicos que ya apenas ocupan espacios en los medios de comunicación. Nos acostumbramos a convivir con la violencia y la guerra como si fuera algo connatural al ser humano. No nos damos cuenta de lo que conduce a la paz. Jesús dice que “está escondido a nuestros ojos”. Lo que conduce a la verdadera paz lo dijo Caifás sin saber lo que decía: “Os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera” (Jn 11,50).


Mientras sigamos echando la culpa del mal a los otros, mientras no haya sujetos que se hagan responsables de lo que nos pasa, la paz siempre estará amenazada. Sin adentrarnos ahora en el sugestivo análisis de la teoría mimética de René Girard, la experiencia diaria nos muestra que siempre buscamos chivos expiatorios para no cargar con nuestra cuota de responsabilidad. Las cosas van mal porque nuestros padres nos maleducaron, porque fuimos incomprendidos por los profesores, porque los empresarios solo buscan sus intereses, porque el gobierno es nefasto, porque las multinacionales controlan el mundo, porque mis jefes me tiranizan, porque el clima está cambiando, porque… 

Tendemos a descargar en “los otros” (cercanos o desconocidos) la culpa de todo lo malo que nos sucede, olvidando que también nosotros estamos incluidos en ese colectivo llamado “la gente”, que el mal tiene nombre y apellidos. Las guerras no son accidentes como los volcanes o los terremotos. Son fruto de decisiones humanas tomadas por seres humanos que, para justificar su violencia, culpan a otros seres humanos de ser los instigadores.


En este contexto cobran mucha fuerza y actualidad las palabras de Jesús regadas con lágrimas: “¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!”. No se trata ahora de echar la culpa a nadie, sino de pedirle a Dios que nos ayude a comprender “lo que conduce a la paz”, que nos ayude a asumir la cuota de responsabilidad que cada uno tenemos en el deterioro de la convivencia a todos los niveles, que nos abra los ojos. Y que, como Jesús mismo, podamos ser artesanos de paz “muriendo” por los demás; es decir, cargando con fardos que no nos pertenecen, caminando una milla más de lo que es obligatorio, yendo algo más lejos de lo que exige la justicia. 

Podemos dedicar mucho tiempo a sesudos análisis geopolíticos, a criticar las estrategias militares o a denunciar lo malos que son “algunos” palestinos y “algunos” israelíes, pero eso no resuelve de raíz el problema. Jesús se dio cuenta de que la única solución es la menos explorada y deseada: morir por los demás. Pocos (casi nadie) lo entienden.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Es hora de cantar


No hace falta explicar aquí por qué error histórico santa Cecilia, cuya memoria celebramos hoy, es patrona de la música. Lo que más importa es pedirle a la santa que nos ayude a sobrellevar con sosiego y buen humor el momento que vivimos. Si la música amansa a las fieras, ¿por qué no puede amansar nuestros ánimos encrespados? En mi comunidad solemos cantar mucho cuando celebramos la liturgia de las horas. Y no solo por aquello de que “quien canta, ora dos veces”, sino porque cantar juntos lima asperezas y nos va empastando como grupo. 

Los grupos y pueblos que cantan afrontan de otra manera la batalla de la vida. Cantar no es gritar. No pongo al mismo nivel las consignas que cada noche se oyen en la calle Ferraz (por ejemplo, “Puigdemont a prisión”, “Pedro Sánchez traidor” o “Milei, mi ley) y la visceral interpretación que Rosalía hizo del “Se me murió el amor” de Manuel Alejandro en la apertura de los Grammy latinos en Sevilla el pasado jueves. Los gritos de protesta exigen un enemigo común. Agregan momentáneamente, pero no unen. Solo los cantos que celebran la vida crean comunión.


Así como hace cincuenta años cantábamos Libertad sin ira, quizá también hoy necesitamos himnos colectivos que pongan nombre a lo que vivimos, pero que, sobre todo, abran caminos de esperanza. Necesitamos nuevos salmos que actualicen la fuerza del salmo 126: “Al ir iban llorando, llevando las semillas. Al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas” (Salmo 126, 5-6). Hay muchos artistas con talento suficiente para poner música a la letra de nuestras preocupaciones cotidianas. Quizás ha llegado el momento de recuperar el género de la canción protesta para redimirnos de la vacuidad de muchas músicas sin alma. 

Mientras jóvenes artistas como Íñigo Quintero llegan a millones de personas sin hacer mucho ruido, otros ponen música a la vida de personas que han vivido con intensidad. Acaba de estrenarse en Cuenca el musical “Original. El paso de Carlo”. Está basado en la vida del joven italiano Carlo Acutis, que fue beatificado el 10 de octubre de 2020 en Asís. Un amigo mío que asistió al estreno me confesó que es un musical que llega al corazón. Estoy escuchando en el CD que me regaló los 13 temas que componen esta obra. Espero tener la oportunidad de verla pronto en Madrid.


¿Qué sería de nosotros sin la música? Como hoy no dispongo de mucho tiempo, le he preguntado esto mismo a la Inteligencia Artificial. Esta ha sido su respuesta: 
“La música, ese lenguaje universal que trasciende barreras culturales y emocionales, se ha arraigado profundamente en la experiencia humana. Sin ella, perderíamos la banda sonora de la vida. La música nos consuela en la tristeza, eleva nuestra alegría y nos conecta con recuerdos perdidos. Es un catalizador de emociones y un medio de expresión única. Imagina un mundo sin la melancolía de una balada o la energía liberadora de un ritmo frenético. La música nutre nuestra creatividad, alimenta nuestra alma y nos acompaña en cada paso del viaje humano. En última instancia, seríamos seres incompletos sin la magia de la música”.

Bastante tópico, pero no está mal para ser una máquina poco educada. [Por cierto, las imágenes que acompañan la entrada de hoy también las he creado con Inteligencia Artificial. Es una forma modesta de celebrar el primer aniversario de estas aplicaciones que nos están cambiando la vida. ¡No sé dónde vamos a parar!].




lunes, 20 de noviembre de 2023

Historias de vida


Llevo once días sin aparecer por este Rincón. Hay dos razones detrás de esta ausencia: la acumulación de tareas de diverso tipo y la falta de sosiego para procesar lo que estamos viviendo. Esta tarde me he retirado a mi despacho de la editorial. A esta hora ya se han ido todos los trabajadores. Estoy solo en la redacción. Dentro de un par de horas comenzará el griterío en la calle Ferraz. Aunque tenga cerrada las ventanas, desde aquí lo oigo perfectamente, pero no puedo ver lo que sucede en la calle. Hoy será el decimoctavo día. En las pantallas de televisión volverá a aparecer la fachada del santuario del Inmaculado Corazón de María. Mientras la sede del PSOE permanece aislada y protegida, la iglesia se ha convertido en el punto de referencia. Desde que comenzaron las protestas hemos tenido que suprimir las dos últimas misas vespertinas. 

Con todo, la vida no se detiene. Cada día nos despierta con nuevos aldabonazos. Ayer celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres y hoy lunes la Iglesia de España celebra la Jornada de Oración y Penitencia por las Víctimas de Abusos. Estas llamadas nos sacan de los problemas domésticos, nos curan de los excesos políticos y, sobre todo, nos obligan a preguntarnos si estamos dando prioridad a lo que verdaderamente la tiene. Los pobres y las víctimas de los abusos son siempre los predilectos de Jesús. Lo demás puede esperar.


Aunque ha pasado ya un par de días, quiero escribir algo sobre lo vivido el sábado. Pasé toda la jornada en el Colegio Claret de Madrid, que fue la sede donde el instituto secular Filiación Cordimariana celebró el 50 aniversario de su aprobación canónica como instituto secular. El programa combinó momentos de oración, ponencias, vídeos informativos, celebraciones, mensajes, comida de fraternidad y la Eucaristía final. Fue una jornada en la que nos juntamos alrededor de 200 personas de la Familia Claretiana y de algunos de los 39 institutos seculares que hay en España. 

A mí me tocó presentar la última ponencia en la peor hora del programa, las 4,30 de la tarde, después de una copiosa comida y de una fraterna sobremesa. El título que me ofrecieron fue “Y soñar con Dios nuestro futuro: diseñando patrones”. Por la mañana se había hablado del pasado (Antonio Bellella) y del presente (María José Castejón). Como yo no escribo para la historia sino para el escurridizo presente, traté de meterme en la piel de quien, arrellanado en la butaca, corría el riesgo de confundir el verbo soñar con el verbo dormir. ¿Cómo se le puede pedir a una audiencia posmeridiana que preste atención a un discurso muy conceptual? 

Opté por un enfoque narrativo y visual. Entre historia e historia, diapositiva y diapositiva, fui insertando los asuntos que me parecían más relevantes. A partir de un hipotético paseo desde la Puerta del Sol hasta el metro de Ópera, pasando por Callao, la Gran Vía y Plaza de España, fui articulando un itinerario cordimariano y misionero, de pura “secularidad consagrada”, que es la expresión que les fascina a los miembros de los institutos seculares. Creo que los participantes tardarán un tiempo en olvidar la historia de Paula, la chica del fular naranja.


Por desgracia, es poco conocida esta forma de ser cristianos, quizá porque es discreta, suave, encantadora. Es como el fermento en medio de la masa, como la semilla de mostaza enterrada. Creo que si muchas jóvenes la conocieran, tal vez se reconocerían en ella. Yo, desde luego, voy a hacer todo lo posible por darla a conocer. Este Rincón es un altavoz diminuto, pero se puede hacer más ruido desde la revista Vida Religiosa

No podemos estar repitiendo una y otra vez que estamos enfermos, porque, al final, acabaremos estándolo. En la Iglesia de hoy viejos estilos están muriendo (o han muerto definitivamente), pero hay mucha vida que nace donde menos imaginamos. Tenemos que contarnos unos a otros estas historias portadoras de vida y esperanza. Quien se fija en la enfermedad y la muerte, transmite enfermedad y muerte. Quien narra historias de vida, inyecta esperanza a todos. Me apunto a la segunda opción.

jueves, 9 de noviembre de 2023

Una luz en la muralla


Siguen las manifestaciones a cuatro pasos de mi casa. La de la pasada noche fue más pacífica y menos concurrida que la del martes. La policía sigue acordonando la zona. Los vecinos no podemos movernos con libertad. Pasadas las siete de la tarde, es mejor quedarse en casa. La entrada al santuario del Inmaculado Corazón de María se ha convertido en una especie de pequeño mirador para contemplar la escena. Los medios de comunicación se dividen en sus comentarios. Los más afines al gobierno (El País, la Ser, RTVE, la Sexta) ponen el acento en la violencia gratuita mientras siguen su campaña de blanqueamiento de la amnistía con argumentos especiosos. Los de la oposición (ABC, Antena 3, COPE, Onda Cero, La Razón, El Debate) cargan las tintas contra la estrategia de la Moncloa. Hay reporteros a pie de calle que cubren breves crónicas para los servicios informativos y luego se van. 

Si me indigna la manipulación a la que estamos siendo sometidos por parte del gobierno, más me indigna la violencia absurda de grupos extremistas y la utilización que a veces hacen de símbolos religiosos. He visto banderas con la efigie del Corazón de Jesús y cruces de diverso tamaño. No se puede esperar nada bueno de personas y grupos que no entienden de razones y se dejan llevar por las vísceras. No quiero ni imaginar un gobierno en sus manos. 


En medio de este clima tenso, he aquí que una luz aparece en la muralla. Hoy celebramos en Madrid la fiesta de Nuestra Señora de la Almudena. La historia del descubrimiento de la imagen en la antigua muralla de Madrid es bien conocida. La recuerda otra imagen moderna y una placa colocadas en una de las paredes del complejo de la Almudena. Me parece un hermoso símbolo que pone un poco de cordura y esperanza. La Madre rompe muros, ilumina oscuridades y apacigua a los hijos enfrentados. Lo que sucede en las familias puede suceder en la Iglesia y en la sociedad. La devoción mariana no es solo un sentimiento filial hacia María, la madre de Jesús. Es también una poderosa fuerza de integración social que ayuda a superar las tensiones. 

Mirando a la madre de todos, comprendemos mejor que, más allá de nuestras inevitables diferencias, todos pertenecemos a la misma familia humana y con frecuencia también a la misma comunidad eclesial. Se me hace difícil pensar que las ideas políticas puedan ser más fuertes y determinantes que las experiencias de fe. Por encima de cualquier convicción, las personas que tengo al lado, con las que salgo a la calle, son mis hermanos y hermanas. La conciencia de esta fraternidad universal debe prevalecer sobre las diferencias ideológicas y las opciones políticas. 


Superaremos esta crisis, pero acumularemos más cicatrices. Confío mucho en la sensatez de la gente. A veces las cosas tienen que ponerse muy mal para que caigamos en la cuenta del camino absurdo que estamos siguiendo y reaccionemos con cordura. Pareciera que no sabemos vivir tranquilos, que cada cierto tiempo necesitáramos una sacudida. Hay grupos e instituciones que son expertos en agitar siempre el clima social. Pero, como dice el adagio latino, “nihil violentum durabile” (nada que sea violento dura mucho). Por más agresivos que seamos (y en condiciones extremas lo somos hasta la frontera de la inhumanidad), no estamos hechos para la violencia, sino para la relación. 

En contra de lo afirmado por el filósofo Hobbes, el hombre no es un lobo para el hombre (“homo homini lupus”). Cristo nos ha revelado que todo ser humano es un hermano o una hermana (“homo homini frater et soror”). En un día como hoy le pido a la Virgen de la Almudena que nos ayude a vivir esta fraternidad y que, desde ella, abordemos juntos los problemas que hacen ardua la convivencia. ¡Feliz fiesta a todos!

miércoles, 8 de noviembre de 2023

La voz (y el ruido) de la calle


Vivo a pocos metros de la sede del PSOE en Madrid. Desde mi cuarto oigo perfectamente el ruido que se produce cada noche en la intersección entre las calles Ferraz y Marqués de Urquijo. Justo en la esquina se encuentra el santuario del Inmaculado Corazón de María. Ayer se hizo televisivo porque las cámaras de varias cadenas enfocaron repetidamente su fachada. Cada día que pasa se incrementa la participación popular en las marchas contra la previsible ley de amnistía y, por desgracia, también la violencia y las cargas policiales. 

Acabo de dar una vuelta por la zona. Aunque los servicios de limpieza han hecho su tarea, quedan todavía vidrios rotos por el suelo, botes de cerveza y algunas pegatinas adheridas a paredes y postes. Supongo que esta noche se repetirán las concentraciones. Algunos grupos ultras y antisistema aprovechan la ocasión para cobrar protagonismo y desfigurar las reivindicaciones con una estúpida violencia. A río revuelto… Está siendo muy cuestionada la actuación de la policía. Parece que recibe órdenes con las que no está de acuerdo. Hacía tiempo que no se usaban los gases lacrimógenos. 

Normalmente, cuando la gente se echa a la calle (en España, a diferencia de Francia o Italia, esto no es demasiado frecuente) es porque ha agotado las vías ordinarias para defender sus derechos o hacer oír su voz. La sede de la soberanía popular es el parlamento. Allí habría que concentrar el debate y buscar soluciones conjuntas. Cuando no se logra (o no se quiere lograr), entonces algunas personas recurren a la fuerza de la calle, recurso perfectamente legítimo mientras discurra de forma pacífica.


Episodios como los que estamos viviendo estos días en mi barrio (y en otros lugares de la ciudad y de España), más allá de la simpatía o antipatía que susciten, indican que algo no se ha hecho correctamente, que no se ha buscado el bien de la mayoría, sino intereses personales o particulares. Aunque sea legalmente posible, no es normal que una exigua minoría parlamentaria acabe imponiendo sus condiciones a la mayoría de los diputados y, por lo tanto, de los votantes a los que representan. Si esto se convierte en práctica habitual, es más útil sacar pocos votos (pero decisivos) que obtener abultadas mayorías. Creo que, más allá del caso concreto de la amnistía y otras condiciones exigidas por los partidos minoritarios, esto es lo que irrita a muchos ciudadanos porque les parece una quiebra del verdadero sentido de la democracia, aunque la aritmética parlamentaria permita  juegos malabares y mayorías heterogéneas. 

Anoche recibí varios mensajes de amigos advirtiéndome de que no participara en las manifestaciones callejeras y de que, si lo hacía, tuviera cuidado para no verme envuelto en actos de violencia. Para acceder a la puerta de mi casa, era necesario ser acompañado por uno de los policías que cortaba el acceso a la calle. No era suficiente con decir que yo vivía allí.


Aunque las temperaturas en Madrid están siendo frías, como corresponde a esta estación, en realidad estamos teniendo un otoño caliente. Estas manifestaciones son solo luces rojas que se encienden para hacer ver que vivimos una emergencia social. Creo que se equivocan los políticos que las interpretan solo como pequeñas e inofensivas maniobras de la caverna económica y mediática madrileña. Acostumbrados a que “todo da igual” y que, con una buena propaganda, la gente acaba comulgando con ruedas de molino, algunos se han sorprendido de este estallido callejero. En realidad, es solo una pequeña muestra del descontento y del hartazgo que percibo en una buena parte de la población (incluidos algunos votantes socialistas) y que va más allá de los últimos acontecimientos. Tiene que ver con el caudillismo de un líder que envuelve con retórica democrática sus intereses particulares.

No se puede estirar impunemente la cuerda creyendo que nunca se va a romper y que es posible hacer lo que a uno le dé la gana porque, a cambio de innúmeras concesiones, domina la aritmética parlamentaria y dispone de un invencible manual de resistencia. La gente es paciente, pero no tonta. Franqueadas ciertas líneas, se revuelve y protesta. Que en esa revuelta se mezclan las churras con las merinas (las reivindicaciones legítimas con los ataques antisistema) es evidente e indeseable. Por eso, se necesita no echar más leña al fuego, apelar a la sensatez de todos y buscar cauces de gobernabilidad que no pongan el sistema contra las cuerdas y despierten atávicos resentimientos. No sé si hay muchos políticos dispuestos a ello. Me parece que el principal responsable no está por la labor. 


domingo, 5 de noviembre de 2023

Todos hermanos


Llevo todo el fin de semana en León reunido con los cuatro consejos provinciales de las Hijas de la Caridad en España. Canónicamente son una sociedad de vida apostólica. Eclesial y socialmente son una compañía al servicio de la caridad. En España llegaron a ser más de 14.000 agrupadas en nueve provincias. Desde 2017 tienen cuatro: Norte, Este, Centro y Sur. A pesar de su fuerte disminución, siguen siendo muchas, alrededor de 3.000. Durante décadas han formado parte del paisaje popular. Estaban en casi todos los lugares donde había necesidades. Y, por supuesto, en las estaciones de tren.

La casa que tienen en Villaobispo de las Regueras, una localidad pegada a la capital, es enorme, bien diseñada y acogedora. Las liturgias están siendo preparadas con mimo. Destaca la parte musical. A través de las dos enormes pantallas que hay en la capilla, una de las muchas que tiene la casa, podemos seguir sin dificultad todas las oraciones y lecturas. El salón donde trabajamos es amplio, moderno y bien provisto de todo lo necesario para hacer proyecciones, trabajar en grupos, etc. El encuentro formativo comenzó el viernes con una visita guiada a los tres monumento más significativos de León: el convento de San Marcos, la basílica de san Isidoro y la catedral. Los tres los había visitado en varias ocasiones, pero esta vez lo hice con más calma, acompañado por excelentes guías.


En este ambiente de frío exterior, calor interior y belleza monumental, hemos llegado al XXXI Domingo del Tiempo Ordinario. El mensaje del Evangelio conecta mucho con los temas que estamos abordando en nuestro encuentro de formación. Jesús nos invita a no llamar a nadie maestro, padre o jefe porque “uno solo es vuestro maestro”, “uno solo es vuestro padre” y “uno solo es vuestro jeje”. El verdadero título en la comunidad cristiana, el que nos acomuna a todos, es el de “hermanos”. En la Iglesia usamos muchas palabras para denominar a nuestros dirigentes: papa, cardenal, arzobispo, obispo, presbítero, diácono, canónigo, archimandrita, etc. 

En el ámbito de la vida consagrada no nos quedamos cortos: superior, moderador, abad, guardián, ministro, maestro, prepósito, rector, director, etc. Me gusta que, entre las Hijas de la Caridad, las superioras de las comunidades se llamen “sirvientes” (no sirvientas). Es exactamente lo que Jesús dice a los suyos: “El primero entre vosotros será vuestro servidor”. Ya sé -como decían los escolásticos- que “de nominibus non est quaestio” y, sin embargo, todo nombre lleva aparejada una manera de entender la realidad. No es lo mismo llamar a un dirigente “superior” que llamarlo “servidor”. A veces, primero cambiamos los nombres con la confianza de que eso ayudará a cambiar la realidad. Otras veces, la realidad experimenta tantas mutaciones que es preciso cambiarle el nombre.


Estamos, en definitiva, ante la manera de entender los servicios de dirección y autoridad en la Iglesia. ¿Queremos cargar en los hombros de la gente fardos pesados, buscar los primeros puestos en todo y que la gente nos llame maestros? ¿O ponemos, más bien, el acento en la fraternidad que nos une a todos y en el servicio que ayuda a crecer? La reciente asamblea sinodal, con sus célebres mesas redondas, ha querido poner de relieve que, en torno a una mesa, todos somos hermanos. Ese es el mensaje central de la encíclica Fratelli tutti del papa Francisco.

Poco a poco, vamos sacando las consecuencias prácticas de las palabras de Jesús, pero nos llevará mucho tiempo. Pareciera que históricamente hemos aprendido mejor la lección de los fariseos que la de Jesús


miércoles, 1 de noviembre de 2023

Mis santos favoritos


Este año, con motivo de la solemnidad de Todos los Santos, me he fijado más en la primera lectura del Apocalipsis que en el evangelio que narra las bienaventuranzas. Me impresiona la visión de “una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”. Me gustaría formar parte de esa muchedumbre incontable, quizás porque la mirada corta nos sumerge en un mundo polarizado, violento y triste. 

La fiesta de Todos los Santos hace que alcemos nuestra mirada hacia lo que nos aguarda para que después la bajemos con más esperanza hacia lo que estamos viviendo. Si no fuera por la fuerza de la Palabra de Dios, que no depende de nuestro estado de ánimo o de los vaivenes de la historia, acabaríamos prisioneros de nuestras menguadas experiencias. La Palabra de Dios nos hace remontar el vuelo, soñar, esperar. Como leemos en la segunda lectura, “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3,2).


Los santos ya están viendo a Dios. La visión ha sustituido a la promesa. Desde niño he sentido predilección por algunos de los santos “canonizados”. Confieso que otros me caían antipáticos, tal vez por una mala presentación o por una iconografía tétrica. 

Entre mis favoritos figuraban san Antonio Abad (cuya fiesta se celebraba a mediados del mes más frío del año y cuya imagen siempre estaba acompañada por un cerdito), san Blas (porque los roscos bendecidos el día de su fiesta tenían propiedades curativas de las afecciones de garganta), Santiago (impresionante a lomos de su caballo blanco) y san Roque (patrón de mi pueblo y amigo de su fiel perro). 

Años después, me sentí atraído por la figura de san Francisco de Asís (sobre todo después de haber visto la película Hermano sol, hermana luna y leer el libro de Eloi Lecrerc Sabiduría de un pobre) y, por supuesto, por la del gran misionero san Antonio María Claret. Creo que sabía más detalles de su vida cuando tenía doce o trece años que ahora. 

Más adelante, me atrajeron las figuras de san Francisco Javier (por sus aventuras misioneras), santa Teresa del Niño Jesús (por su espiritualidad de andar por casa) y san Juan de la Cruz (por sus poemas maravillosos). La figura de santa Teresa de Ávila se me hizo más cercana con la serie televisiva protagonizada por Concha Velasco. A san Ignacio de Loyola lo descubrí mucho más tarde porque, de entrada, me resultaba poco simpático. La lista es más larga (incluye a otros santos más modernos como Charles de Foucauld, Maximiliano Kolbe, Edith Stein, etc.), pero me detengo aquí.


Hoy por hoy, mis santos favoritos son de otra categoría. Todos pertenecen al grupo de los no canonizados. O, dicho de manera más positiva, al de los santos de la puerta de al lado. Actualizo la lista que ya presenté en este Rincón hace cuatro años. Mis santos favoritos son:
  • Los ancianos que contra viento y marea han madurado una fe profunda que se expresa con igual fuerza en la participación asidua en los sacramentos de la Iglesia y en una disponibilidad total para ayudar a sus hijos, nietos, vecinos y personas necesitadas.
  • Los padres y madres de familia que se sacrifican por educar a sus hijos sin recordar constantemente lo mucho que están dando y sin exigir contraprestaciones.
  • Los hombres y mujeres (médicos, enfermeros, auxiliares) que hacen de su profesión sanitaria un servicio competente, respetuoso, cordial y sostenido a los enfermos en sus horas más bajas.
  • Los sacerdotes que no se abandonan al pesimismo o a la rutina y que, en medio de un contexto a menudo indiferente o incluso hostil, siguen entregándose al servicio de sus comunidades sin esperar nada a cambio.
  • Los religiosos contemplativos que siguen creyendo en el poder de la oración y por eso le presentan a Dios las muchas necesidades que llegan hasta sus corazones.
  • Los jóvenes que no se dejan dominar por la presión social o por la moda y se esfuerzan por buscar con sinceridad el sentido profundo de sus vidas.
  • Las personas necesitadas que no tienen a nadie que las proteja y que ponen toda su confianza en Dios como su único abogado defensor.
En cada una de estas categorías podría poner algunos nombres concretos. Son mis santos favoritos, a los que todavía no me encomiendo, pero en cuyas vidas veo con claridad signos de lo que el Espíritu está realizando hoy en el mundo. Todos ellos y ellas forman parte de esa muchedumbre incontable que han lavado sus túnicas en la sangre del Cordero.