lunes, 20 de noviembre de 2023

Historias de vida


Llevo once días sin aparecer por este Rincón. Hay dos razones detrás de esta ausencia: la acumulación de tareas de diverso tipo y la falta de sosiego para procesar lo que estamos viviendo. Esta tarde me he retirado a mi despacho de la editorial. A esta hora ya se han ido todos los trabajadores. Estoy solo en la redacción. Dentro de un par de horas comenzará el griterío en la calle Ferraz. Aunque tenga cerrada las ventanas, desde aquí lo oigo perfectamente, pero no puedo ver lo que sucede en la calle. Hoy será el decimoctavo día. En las pantallas de televisión volverá a aparecer la fachada del santuario del Inmaculado Corazón de María. Mientras la sede del PSOE permanece aislada y protegida, la iglesia se ha convertido en el punto de referencia. Desde que comenzaron las protestas hemos tenido que suprimir las dos últimas misas vespertinas. 

Con todo, la vida no se detiene. Cada día nos despierta con nuevos aldabonazos. Ayer celebramos con toda la Iglesia la Jornada Mundial de los Pobres y hoy lunes la Iglesia de España celebra la Jornada de Oración y Penitencia por las Víctimas de Abusos. Estas llamadas nos sacan de los problemas domésticos, nos curan de los excesos políticos y, sobre todo, nos obligan a preguntarnos si estamos dando prioridad a lo que verdaderamente la tiene. Los pobres y las víctimas de los abusos son siempre los predilectos de Jesús. Lo demás puede esperar.


Aunque ha pasado ya un par de días, quiero escribir algo sobre lo vivido el sábado. Pasé toda la jornada en el Colegio Claret de Madrid, que fue la sede donde el instituto secular Filiación Cordimariana celebró el 50 aniversario de su aprobación canónica como instituto secular. El programa combinó momentos de oración, ponencias, vídeos informativos, celebraciones, mensajes, comida de fraternidad y la Eucaristía final. Fue una jornada en la que nos juntamos alrededor de 200 personas de la Familia Claretiana y de algunos de los 39 institutos seculares que hay en España. 

A mí me tocó presentar la última ponencia en la peor hora del programa, las 4,30 de la tarde, después de una copiosa comida y de una fraterna sobremesa. El título que me ofrecieron fue “Y soñar con Dios nuestro futuro: diseñando patrones”. Por la mañana se había hablado del pasado (Antonio Bellella) y del presente (María José Castejón). Como yo no escribo para la historia sino para el escurridizo presente, traté de meterme en la piel de quien, arrellanado en la butaca, corría el riesgo de confundir el verbo soñar con el verbo dormir. ¿Cómo se le puede pedir a una audiencia posmeridiana que preste atención a un discurso muy conceptual? 

Opté por un enfoque narrativo y visual. Entre historia e historia, diapositiva y diapositiva, fui insertando los asuntos que me parecían más relevantes. A partir de un hipotético paseo desde la Puerta del Sol hasta el metro de Ópera, pasando por Callao, la Gran Vía y Plaza de España, fui articulando un itinerario cordimariano y misionero, de pura “secularidad consagrada”, que es la expresión que les fascina a los miembros de los institutos seculares. Creo que los participantes tardarán un tiempo en olvidar la historia de Paula, la chica del fular naranja.


Por desgracia, es poco conocida esta forma de ser cristianos, quizá porque es discreta, suave, encantadora. Es como el fermento en medio de la masa, como la semilla de mostaza enterrada. Creo que si muchas jóvenes la conocieran, tal vez se reconocerían en ella. Yo, desde luego, voy a hacer todo lo posible por darla a conocer. Este Rincón es un altavoz diminuto, pero se puede hacer más ruido desde la revista Vida Religiosa

No podemos estar repitiendo una y otra vez que estamos enfermos, porque, al final, acabaremos estándolo. En la Iglesia de hoy viejos estilos están muriendo (o han muerto definitivamente), pero hay mucha vida que nace donde menos imaginamos. Tenemos que contarnos unos a otros estas historias portadoras de vida y esperanza. Quien se fija en la enfermedad y la muerte, transmite enfermedad y muerte. Quien narra historias de vida, inyecta esperanza a todos. Me apunto a la segunda opción.

2 comentarios:

  1. Yo también me apunto a la segunda opción, aunque a veces cuesta. Gracias. Un abrazo. María

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  2. Es difícil ir procesando lo que estamos viviendo, sea cual sea la perspectiva desde la cual se contempla y/o se intenta comprenderlo. Hay momentos que se dan tantas situaciones diversas que resulta difícil digerirlas y saber poner un poco de luz en medio de tanta oscuridad.
    Gracias por volver Gonzalo y apuntarte a la opción de “narrar historias de vida para, así, inyectar esperanza a todos”… Esperanza de la que estamos muy necesitados.

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