lunes, 21 de agosto de 2023

Sonríe, que algo queda


Ayer todos los periódicos digitales echaban humo con el triunfo de la selección femenina de fútbol en la final del Mundial en Sidney. Aunque siempre hay gente que se descuelga, pocas cosas crean más lazos de identidad (efímeros) que los triunfos deportivos. Parafraseando a Descartes, podríamos decir: “Ganamos, luego existimos”. Hasta hace poco, los nombres de las jugadoras -salvo quizás el de Alexia Putellas- eran desconocidos para la mayoría. Ahora empiezan a ser familiares. Ya se habla del “carmonazo” para referirse al golazo de Olga Carmona que le ha valido el triunfo a España. Después del partido se supo que su padre había fallecido. Este hecho añade todavía más dramatismo.

En 2010 ganó el Mundial la selección masculina. Aquel domingo 11 de julio yo vi el partido junto al mar, en un bar de mala muerte, en Mombasa (Kenia), acompañado por algunos jóvenes claretianos. Al día siguiente, volé de Mombasa a Nairobi. El oficial de policía que examinó mi pasaporte antes de embarcar me dio un caluroso abrazo de felicitación. Me confesó que él hubiera querido que ganase la selección de Ghana, pero, cuando esta selección africana fue derrotada en la tanda de penaltis por la uruguaya en cuartos de final, se apuntó a la española, así que celebraba el triunfo de España casi como si fuera propio. La final femenina de ayer la vi en el salón de mi casa de Vinuesa. Los trece minutos añadidos por la árbitra estadounidense al tiempo reglamentario (que luego fueron casi quince) se me hicieron eternos. Pero bien sabe lo que bien acaba.


Triunfos aparte, hoy comenzamos el último mes del verano. Muchas personas reanudan ya sus trabajos tras el paréntesis vacacional. Otras apuran sus últimos días de vacaciones. A algunos de mis amigos, ya entrados en años, los oigo repetir: “No hay nada como la rutina del día a día”. Es probable que lleven razón, pero una cosa no quita la otra. La cotidianidad y la fiesta tienen sus tiempos propios. Necesitamos ambas. Dosificarlas bien es uno de los secretos de una vida serena. Escribo estas cosas derrotado por un calor impropio de estos pagos. Estamos teniendo temperaturas máximas de 35 grados, más propias de Madrid que de este rincón serrano. Incluso por la noche no bajamos de 20/22 grados, lo que resulta insólito. Creo que por primera vez he sentido un calor pegajoso dentro de los gruesos muros de la pétrea iglesia renacentista. 

Entre mis amigos hay quienes insisten en que todo se debe al calentamiento global y que esto no ha hecho más que empezar. Y hay quienes consideran que es solo uno de tantos ciclos como el planeta ha experimentado a lo largo de la historia. Agobiados por el calor, todos nos volvemos meteorólogos aficionados y pontificamos sobre lo que sucedió, sucede y sucederá. Al fin y al cabo, opinar es gratis y nadie nos va a juzgar por ello. Lo que no conseguimos con nuestras chácharas es mitigar la sensación de agobio. ¡Hasta escribir la entrada de hoy se me hace cuesta arriba!


Aunque soy optimista por naturaleza, algo me dice que nos estamos aproximando a un abismo. Si la guerra de Ucrania no termina pronto y China sigue queriendo hacer valer su fuerza en Taiwán (no en vano el presidente Biden se ha reunido con los primeros ministros de Japón y Corea del Sur en Camp David para reforzar una alianza estratégica), mucho me temo que nos aproximamos a una tercera guerra mundial, no ya “a pedazos” (como suele decir el papa Francisco), sino abierta. ¡Ojalá estos temores sean solo una pesadilla producida por los calores de una noche de verano! 

En cualquier caso, algo que he notado este verano es que la gente en general sonríe y ríe menos que hace unos años. No sé si este hecho es un efecto secundario de la pandemia, un síntoma de depresión colectiva producida por la crisis económica y política o un presagio de un futuro negro. Reír y sonreír son dos actividades humanas que nos ayudan a afrontar la batalla de la vida con más confianza. ¡Y hasta parece que refuerzan el sistema inmune! Cuando alguien nos sonríe nos está diciendo que merece la pena vivir, que hay más razones para la esperanza que para la desesperación. Para ello, no es necesario que la selección femenina de fútbol gane el Mundial. Lo que de veras nos hace felices a los seres humanos no son algunas alegrías efímeras, sino el hecho de saber que somos amados y que podemos amar. Eso es lo que Jesús nos asegura. Podemos fiarnos. 

1 comentario:

  1. Cuando leo el título: “Sonríe que algo queda” me hace pensar en ver el vaso medio vacío o medio lleno.
    Es bueno para la salud física y psicológica que sepamos sonreír.
    Si sabemos valorar la vida que tenemos, sin vivir con añoranzas… Si podemos amar y nos sabemos amados, nuestra vida tiene otro color y contagiaremos positividad.
    Un interrogante grande y profundo a dónde vamos. Analizando la vida encontramos demasiados motivos para ver un futuro incierto.
    Gracias Gonzalo, porque a pesar de todo, nos llevas a confiar…

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