miércoles, 9 de agosto de 2023

La puerta de la vida


Me llega a través de Whatsapp la noticia de que Mercedes, la mujer a quien llevé la comunión el pasado domingo, el mismo día que cumplía 75 años, falleció anoche. Mañana a mediodía celebraremos su funeral. La noticia, no por esperada, deja de ser menos dolorosa. El mensaje me entró cuando estaba recitando el oficio de lecturas de la fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (1891-1942). Su apasionante biografía permite entender mejor las contradicciones del siglo XX. Extraigo unas palabras de su libro La Ciencia de la Cruz porque me parece que ayudan a entender mejor el misterio del sufrimiento y de la muerte: “La fe en el Crucificado, es decir, esa fe viva que lleva aparejada un amor entregado, viene a ser para nosotros puerta de la vida y comienzo de la gloria; de ahí que la Cruz constituya nuestra gloria: Fuera de mí gloriarme en otra cosa que no sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”. 

La fe en el Crucificado es la “puerta de la vida” y el “comienzo de la gloria”. Mercedes creía en el Cristo clavado en la cruz. Durante su enfermedad se sintió muy unida a su pasión. Creo que ha atravesado ya la “puerta de la vida” con la misma serenidad y esperanza que mantuvo en los últimos días de su vida terrestre.


En medio del verano, cuando muchas personas disfrutan de las vacaciones y millones de jóvenes celebran las fiestas patronales de ciudades y pueblos, otras muchas viven de cerca la experiencia de la enfermedad y de la muerte. El verano no interrumpe el ciclo de la vida. Lo hace quizá más hiriente. Por eso, en momentos como estos, necesitamos el testimonio de personas que hayan aprendido la ciencia de la cruz y que, desde ella, iluminen las intrincadas sendas de la vida. Una de estas personas es, sin duda, Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). Ella nos recuerda -haciéndose eco de las palabras de san Pablo- que la Cruz constituye nuestra gloria. 

Esta ciencia no la entiende el mundo. Como dice el mismo Pablo, “ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido, pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria” (1 Cor 2,8). Cuando por todas partes durante el verano se exalta el placer y la diversión, no es fácil comprender que el sufrimiento, asociado a la Cruz de Cristo, pueda ser “la puerta de la vida”. Pero, sin esta ciencia, ¿cómo podemos hacernos cargo de lo que nos deja sin palabras? ¿Cómo encontrar un sentido a lo que, a primera vista, contradice nuestra manera de entender la vida?


Durante estos días me llegan noticias de personas que están al borde de la muerte o que padecen enfermedades incurables. Presento sus nombres al Señor para que se cumpla en ellas su voluntad. A veces, me atrevo a pedir descaradamente su curación; otras me limito a recordarlas con fe. En estos casos, cuando no sabemos pedir lo que conviene, el único modelo de oración sigue siendo el de Jesús: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). 

Dios sabe qué es mejor para nosotros y para las personas queridas. Tenemos derecho a expresar nuestros deseos y necesidades, podemos incluso enojarnos, pero, al final, lo que cuenta, lo que nos libera, es rendirnos humildemente a la voluntad de Dios. La “puerta de la vida” es estrecha, pero liberadora. En medio de la prueba podemos experimentar el bálsamo de la Cruz.

1 comentario:

  1. Creo que es una gracia que tenemos que pedir a Dios para que nos ayude a que “en medio de la prueba podamos experimentar el bálsamo de la Cruz.”
    Gracias Gonzalo, por poner un poco de luz en el sufrimiento humano, difícil de comprender en según qué momentos de la vida.

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