domingo, 23 de julio de 2017

Tres eran tres y las tres eran buenas

El evangelio de este XVI Domingo del Tiempo Ordinario parece haber sido escrito hoy por la mañana. Para que esta suposición suene un poco más realista, el autor del relato tendría que haber sustituido la parábola botánica (trigo y cizaña) por otra informática (aplicaciones y virus, por ejemplo). Pero la sustancia es sorprendentemente actual. Vamos a ver. ¿Cuántas veces nos hemos preguntado por qué demonios no cambia un poco más nuestro mundo después de veinte siglos de cristianismo? ¿No dijo Jesús que él era el camino, la verdad y la vida? Nos reconocemos con facilidad en las palabras del autor de la carta de la segunda carta de Pedro: “Desde que murieron nuestros padres, todo sigue igual que desde el principio del mundo” (2 Pe 3,4). Efectivamente, da la impresión de que, por muchos cambios que se produzcan, todo sigue igual. Más de una vez nos gustaría dar un puñetazo sobre la mesa y gritar: “¡Hasta aquí hemos llegado! Lo que hace falta es eliminar a toda esta gente corrupta que no hace más que retrasar el cambio de nuestro mundo”.

Nuestras preguntas y ansiedades se parecen mucho a las que experimentaron los cristianos del siglo primero a los que se dirige el evangelio de Mateo. También ellos ser preguntaban cómo era posible que el Reino de los cielos inaugurado por Jesús no lograse un éxito total e inmediato. El evangelista no rehuye el problema. Lo aborda de plano. Trata de responder a partir de tres parábolas de Jesús. La primera –la del trigo y la cizaña (vv. 24-30)– viene acompañada, como sucedió con la del sembrador del domingo pasado, de una explicación (vv. 36-43) en la que la parábola se transforma en alegoría para aplicarla a las necesidades las comunidades judeocristianas. Las otras dos parábolas –la del grano de mostaza y de la levadura (vv. 31-33)– ponen de relieve la fuerza irresistible del bien. Tenemos, pues, una triada muy interesante que nos ayuda a iluminar las perplejidades que hoy vivimos.

La que más espacio ocupa es la parábola del trigo y la cizaña. Creo que todos, aunque no seamos de tierra de cereales, sabemos qué es el trigo. Es muy probable que hayamos visto las espigas ondulando en los campos. En cualquier caso, hemos comido el pan que procede de él. En muchos lugares, el trigo es el alimento básico, así como en muchos otros es el arroz. Quizá no estamos tan familiarizados con la cizaña. Se trata de una gramínea muy semejante al trigo, que crece hasta alcanzar los sesenta centímetros y produce una espiga de granos negruzcos; sus raíces se mezclan con las del trigo y es muy difícil arrancarlas sin arrancar también el trigo. No hace falta ser un lince para ver en qué sentido esta parábola refleja bien la situación del mundo. Hay un sembrador (Dios) que ha sembrado el trigo bueno; es decir, todas las realidades buenas que encontramos en nuestro mundo: desde la naturaleza hermosa hasta nuestros parientes y amigos pasando por la ciencia, el arte y los sentimientos nobles. Ahora bien, hay un personaje siniestro que, de noche, siembra la cizaña; es decir, el mal. Hasta el final de los tiempos el trigo y la cizaña crecerán juntos en el mundo y en la Iglesia. Es bueno saberlo para evitar actitudes innecesariamente puristas, para no escandalizarnos de que en todas partes el bien y el mal convivan.

¿Cuál suele ser nuestra actitud? ¡La de los trabajadores contratados por el dueño del campo! Nosotros queremos arrancar cuanto antes las malas hierbas para que el trigo crezca lozano. Hoy se utilizan expresiones como “tolerancia cero”, transparencia total, etc. Reflejan una actitud noble, pero poco realista. No es tan fácil distinguir el trigo y la cizaña. Queriendo arrancar el mal, podemos exterminar el bien. Jesús nos invita a algo que parece insensato: a tener paciencia como Dios la tiene. En este mundo, el bien y el mal no se pueden separar nítidamente, están destinados a crecer juntos, y así hasta el fin de los tiempos. Tenemos que evitar dos errores: primero, no aceptar serenamente la realidad de este mundo en el que el bien y el mal conviven; segundo, confundir el tiempo del crecimiento con el tiempo de la cosecha. Solo las personas maduras y espirituales tienen este aguante, saben soportar la tensión que supone convivir día a día con el mal sin ceder a sus insinuaciones, manteniendo una actitud lúcida y comprometida, renunciando a juicios sumarísimos en los que caen cabezas por doquier. Cuando abrimos los ojos, nos damos cuenta de que hoy y siempre hay personas y grupos que, con la mejor intención, promueven campañas para eliminar cuanto antes a quienes consideran “hierbas malas”: abortistas, defensores de la ideología de género, corruptos, tradicionalistas, etc. Jesús no se comportaría así porque Dios no se comporta así. Él tiene una paciencia divina: “Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos” (Sab 12,13).

Tras la parábola del trigo y la cizaña, que exhorta a la paciencia y a la confianza en que a Dios no se le escapa la historia de las manos, vienen las pequeñas parábolas del grano de mostaza y de la levadura. Ambas son una invitación a la esperanza que surge de la certeza de que en el Espíritu y en la palabra de Cristo –aunque insignificantes a los ojos del mundo– está presente la fuerza irresistible de Dios. No es necesario llegar a ser una realidad imponente. No es necesario convertir a todo el mundo, hacer de la Iglesia una institución poderosa, invadir todos los campos de la vida social. El Reino de Dios no procede por invasión sino  por transformación. Por si queréis profundizar más en este rico mensaje, os dejo con el vídeo de nuestro amigo Fernando Armellini, a quien ya echábamos de menos: 


1 comentario:

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