domingo, 28 de febrero de 2021

El secreto está en entregarnos

[English below]

El mensaje de este II Domingo de Cuaresma va a contrapelo de lo que hoy consideramos esencial. Por todas partes se nos invita a cuidarnos, protegernos y dosificarnos. Desde hace años ha adquirido carta de naturaleza la expresión inglesa “Take care” (¡Cuídate!) con la que nos despedimos de nuestros amigos o cerramos nuestros mensajes. Por si no bastara con esto, la pandemia ha redoblado los esfuerzos por cuidarnos. Durante mucho tiempo no podíamos salir de casa, debíamos llevar mascarilla, lavarnos las manos con frecuencia y practicar el distanciamiento social. Detrás de todas estas prácticas hay una convicción de fondo: el mundo es un espacio peligroso, los demás son nuestros potenciales enemigos, lo que importa es que asegures tu vida al máximo porque nadie se va a preocupar por ti. En la primera lectura de hoy (cf. Gen 22,1-2.9-13.15-18) Abraham está dispuesto a sacrificar a su hijo, no porque Dios se lo pida (es absurdo pensar que Dios puede exigir sacrificios humanos), sino porque él interpreta que ese es el mejor modo de entregarse a Dios. Dar el hijo primogénito el hijo “amado” es una forma suprema de obediencia a la voluntad de Dios, de amor sin límites.

En el Evangelio leemos la versión que Marcos hace de la transfiguración de Jesús. Cada elemento del relato es significativo. Destaco uno, la ofrenda de su hijo que Dios nos hace: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. En el bautismo de Jesús en el Jordán estas palabras iban dirigidas a Jesús. Eran una forma de revelar su verdadera identidad. Ahora, en la experiencia del monte, van dirigidas a nosotros. Necesitamos saber que Dios nos entrega a su hijo para que encontremos el sentido de nuestra vida. Podemos fiarnos de él, porque es el hijo primogénito/amado de Dios. Debemos, pues, escuchar su palabra. Si la entrega generosa de Abraham resulta desconcertante, la de Dios Padre desborda cualquier expectativa. Tanto uno como otro, entregando a sus respectivos, hijos, en realidad se entregan a sí mismos. No reservan nada para sí. La fe es, en el fondo, una cuestión de amor. Quizá ahora entendemos mejor lo que nos está pasando hoy. ¿Cómo no va a costarnos mucho creer en Dios si vivimos en una cultura que nos invita a ahorrarnos a nosotros mismos, a protegernos de cualquier riesgo, a asegurar nuestra vida?  Si la fe es una cuestión de amor, solo quien se entrega sin condiciones puede experimentar su fuerza transformadora. No se puede creer “un poco”. La entrega debe ser total, aunque esté sometida a las condiciones procesuales de toda experiencia humana.

El relato de la transfiguración admite muchas y sugestivas lecturas. Cada uno de nosotros nos acercamos a él desde la situación que estamos viviendo. Yo creo que ver a Jesús incandescente, contemplar su gloria, experimentar por un momento el fulgor de su divinidad, nos da fuerza para descender al valle de la vida cotidiana con la certeza de que no estamos solos, de que podemos fiarnos de él. Pero no solo eso. La advertencia que Jesús dirige a los tres discípulos que lo han acompañado en la cumbre vale para nosotros: “No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.  En realidad, no sabemos si creemos en él y, por lo tanto, si podemos convertirnos en sus testigos hasta que no pasamos por la prueba de la muerte y la resurrección. El Jesús que el Padre nos entrega como expresión suprema de su amor es el mismo Jesús que a su vez se entrega hasta el final dando su vida por nosotros. La dinámica del amor es siempre el vaciamiento de uno mismo y la entrega a los demás. ¿Será posible todavía descubrir este secreto en un contexto cultural tan egocéntrico como el que hoy vivimos? ¿Nos será dado experimentar la alegría que brota cuando nos entregamos sin pedir nada a cambio? ¿Podremos vivir nuestra muerte como la donación total de nosotros mismos, como la ofrenda de toda nuestra vida a Dios? Comprendo que no son preguntas que puedan ser respondidas precipitadamente con un sí o un no. En realidad, no exigen respuestas teóricas. Pretenden solo ayudarnos a caer en la cuenta de la verdadera naturaleza de la fe, de la transfiguración a la que también nosotros estamos llamados.

The secret lies in giving ourselves

The message of this Second Sunday of Lent goes against the grain of what we consider essential today. Everywhere we are invited to take care of ourselves, to protect ourselves, and to dose ourselves. For years now, the English expression "Take care", with which we say goodbye to our friends or close our messages, has become a household word. As if that were not enough, the pandemic has redoubled our efforts to take care of ourselves. For a long time, we could not leave the house, we had to wear masks, wash our hands frequently and practice social distancing. Behind all these practices there is an underlying conviction: the world is a dangerous place, others are our potential enemies, what matters is that you make your life as safe as possible because no one will care about you. In today's first reading (cf. Gen 22:1-2,9-13,15-18) Abraham is ready to sacrifice his son, not because God asks him to do so (it is absurd to think that God can demand human sacrifices), but because he interprets that this is the best way to give himself to God. Giving the firstborn son - the "beloved" son - is a supreme form of obedience to God's will, of boundless love. 

In the Gospel, we read Mark's version of Jesus' transfiguration. Every element of the story is significant. I highlight one, the offering of his son that God makes to us: "This is my beloved Son; listen to him". At Jesus' baptism in the Jordan, these words were addressed to Jesus. They were a way of revealing his true identity. Now, in the experience on the mountain, they are addressed to us. We need to know that God gives us his son so that we can find meaning in our lives. We can trust him because he is God's firstborn/beloved son. We must therefore listen to his word. If Abraham's generous self-giving is disconcerting, God the Father's overflows all expectations. Both of them, in giving their respective children, actually give themselves. They reserve nothing for themselves. Faith is, basically, a matter of love. Perhaps now we understand better what is happening to us today: how can we not find it hard to believe in God if we live in a culture that invites us to save ourselves, to protect ourselves from any risk, to insure our life?  If faith is a matter of love, only those who give themselves unconditionally can experience its transforming power. It is not possible to believe "a little". Surrender must be total, even if it is subject to the processual conditions of every human experience. 

The story of the transfiguration admits many and suggestive readings. Each one of us approaches it from the situation we are living in. I believe that seeing Jesus incandescent, contemplating his glory, experiencing for a moment the radiance of his divinity, gives us the strength to descend into the valley of daily life with the certainty that we are not alone, that we can trust him. But not only that. Jesus' warning to the three disciples who accompanied him to the summit applies to us: "Tell no one what you have seen until the Son of Man is raised from the dead."  In reality, we do not know if we believe in him and, therefore, if we can become his witnesses until we pass through the test of death and resurrection. The Jesus whom the Father gives us as the supreme expression of his love is the same Jesus who in turn gives himself to the end by giving his life for us. The dynamic of love is always the emptying of oneself and the giving of oneself to others. Will it still be possible to discover this secret in a cultural context as egocentric as the one we live in today? Will it be possible for us to experience the joy that comes when we give ourselves without asking anything in return? Will we be able to live our death as the total gift of ourselves, as the offering of our whole life to God? I realize that these are not questions that can be answered hastily with a yes or a no. In fact, they do not require theoretical answers. In fact, they do not demand theoretical answers. They are only intended to help us realize the true nature of faith, of the transfiguration to which we too are called

sábado, 27 de febrero de 2021

Centinelas de la primavera

 
[English below]

Ya hace días que han florecido los ciruelos del jardín. Aquí no tenemos almendros, que suelen ser los primeros en echar flores. Faltan más de tres semanas para que llegue la primavera, pero la naturaleza tiene su propio reloj. No siempre coincide con el nuestro. Esperemos que estos brotes de vida sean un símbolo de esa vida nueva que esperamos cuando la pandemia sea solo un recuerdo. Mientras tanto, aunque las cifras de contagiados parecen descender, aumenta la pandemia silenciosa de quienes ven empeorar su salud mental. Quizá muchos de nosotros acusamos algunos síntomas de este deterioro. De hecho, una persona que vino a vernos hace unos días, me escribió después un correo electrónico femeninamente certero: “En la reunión te noté menos alegre que otras veces”. A menudo, son los demás quienes mejor diagnostican lo que nos pasa. Es obvio que, aunque la fuente de la alegría sigue manando por dentro, lo vivido durante estos meses pasa su factura emocional. Vamos perdiendo frescura, espontaneidad, ganas de vivir… y hasta sentido del humor. Es verdad que, en mi caso, vivimos casi como en una burbuja, pero eso no significa que no acusemos los muchos golpes producidos por muertes cercanas, pérdidas de trabajo y otras situaciones complicadas. Me preocuparía mucho si el exceso de seguridad nos anestesiara frente al sufrimiento ajeno.

Cuando comienzan a florecer los primeros árboles y el tapiz del césped se llena de margaritas, entonces uno recuerda que la vida siempre triunfa sobre la muerte, que, por muy duro y largo que sea el invierno, siempre acaba llegando la primavera. Pero lo hace a distintas velocidades. Los almendros, por ejemplo, florecen muy pronto (a veces a finales de enero) porque necesitan mucho tiempo para engordar su fruto. También los cerezos y los ciruelos (todos ellos pertenecientes al género Prunus) suelen ser de los adelantados. Son los centinelas de la primavera, los que activan nuestra esperanza. Yo reconozco que soy un enamorado del otoño y del invierno, pero disfruto cuando empiezo a ver signos de un nuevo ciclo. Como estoy convencido de que el primer libro en el que Dios nos habla es la naturaleza, me gusta observar y descifrar sus códigos. Un ciruelo en flor, din decir nada, lo está diciendo todo: “No te preocupes. Tampoco este año el invierno ha podido conmigo. La savia de la vida es imparable”. Si traslado este mensaje silencioso al otro libro el de la historia entonces el mensaje sonaría más o menos así: “No te preocupes, la pandemia no va a durar siempre. Recoge sus lecciones y concéntrate en vivir”.

¿Cuáles son los centinelas de la “otra” primavera, la que tiene que ver con nuestro renacimiento espiritual? Yo creo que uno de esos signos de la “primavera eclesial” es la fuerza que está teniendo en muchas personas y comunidades la acogida de la palabra de Dios. He visto verdadera ansia por conocer la Biblia y, a partir de ella, iluminar lo que nos está pasando. Me vienen a la memoria las palabras del libro de Jeremías: “El Señor volvió a dirigirme la palabra: —¿Qué ves, Jeremías? Respondí: —Veo una rama de almendro. El Señor me dijo: —Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra” (Jr 1,11-12). El almendro florido es el Señor. Su palabra nos anuncia siempre un mensaje de vida y de futuro. Por eso, quienes dedican su vida a anunciar esta palabra se parecen también a los centinelas: “A ti, hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte” (Ez 33,7). Tenemos muchos motivos para ser agoreros, comunicadores de malas noticias. La realidad cotidiana nos ofrece un muestrario extenso. Pero eso no ayuda demasiado a vivir. Lo que genera confianza y ganas de futuro es descubrir las buenas noticias. Solo quienes tienen la mirada larga y la paciencia del centinela son capaces de encontrarlas.

Spring sentinels

The plum trees in the garden have been in bloom for a few days now. We don't have almond trees here, which are usually the first to bloom. Spring is more than three weeks away, but nature has its own clock. It doesn't always coincide with ours. Let's hope that these shoots of life are a symbol of that new life we hope for when the pandemic is just a memory. In the meantime, although the numbers of those infected seem to be falling, the silent pandemic of those whose mental health is deteriorating is increasing. Perhaps many of us feel some symptoms of this deterioration. In fact, one person who came to see us a few days ago wrote me a femininely accurate e-mail afterwards: "At the meeting I noticed you were less cheerful than at other times". Often, it is others who best diagnose what is wrong with us. It is obvious that, although the source of joy continues to flow from within, what we have experienced during these months takes its toll emotionally. We have lost freshness, spontaneity, zest for life... and even a sense of humor. It is true that, in my case, we live almost like in a bubble, but that does not mean that we do not feel the many blows produced by deaths, job losses, and other complicated situations. I would be very worried if the excess of security anesthetized us in the face of the suffering of others.

When the first trees begin to blossom and the carpet of the lawn fills with daisies, then one remembers that life always triumphs over death, that, however hard and long the winter may be, spring always arrives in the end. But it does so at different speeds. Almond trees, for example, bloom very early (sometimes at the end of January) because they need a long time to fatten their fruit. Cherry and plum trees (all of which belong to the Prunus genus) are also early bloomers. They are the sentinels of spring, the ones that activate our hope. I admit that I am a fall and winter lover, but I enjoy it when I begin to see signs of a new cycle. As I am convinced that the first book in which God speaks to us is nature, I like to observe and decipher its codes. A plum tree in bloom, without saying anything, is saying everything: "Don't worry. This year too, winter has not been able to get to me. The sap of life is unstoppable". If I transfer this silent message to the other book - history - then the message would sound something like this: "Don't worry, the pandemic won't last forever. Collect its lessons and concentrate on living."

What are the sentinels of the "other" spring, the one that has to do with our spiritual rebirth? I believe that one of the signs of the "ecclesial springtime" is the strength that the acceptance of the Word of God is having in many people and communities. I have seen a real eagerness to know the Bible and, from it, to shed light on what is happening to us. The words of the book of Jeremiah come to mind: "The Lord spoke to me again: 'What do you see, Jeremiah? I said, "I see a branch of an almond tree. And the Lord said to me, "Well seen, for I watch to perform my word" (Jeremiah 1:11-12). The blossoming almond tree is the Lord. His word always announces to us a message of life and of the future. Therefore, those who dedicate their lives to proclaiming this word are also like watchmen: "You, son of man, I have made you a watchman in the house of Israel; when you hear a word from my mouth, you shall warn them from me" (Ez 33:7). We have many reasons to be doomsayers, communicators of bad news. The daily reality offers us an extensive sample. But this does not help us to live. What generates confidence and a desire for the future is to discover the good news. Only those who have a long look and the patience of the sentinel are capable of finding them.

viernes, 26 de febrero de 2021

¿Por qué es tan difícil perdonar?

[English below]

El Evangelio de este viernes habla del perdón. Jesús pone un ejemplo muy claro: “Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Más de una vez me han venido a la mente estas palabras antes de celebrar la Eucaristía. ¿Qué sentido tiene celebrar el perdón cuando uno no está dispuesto a perdonar? La vida está llena de agravios: los que recibimos y los que procuramos. A veces, se trata de pequeñas heridas que se curan casi solas con un poco de buena voluntad y el bálsamo de la convivencia. Pero hay veces que se agrandan y se infectan. Entonces, se necesita una intervención quirúrgica, no basta una poco de mercromina y una tirita. He tenido la oportunidad de encontrarme con personas a las que les resultaba “imposible” perdonar las agresiones sufridas. Suele ser común entre las víctimas del terrorismo, de los abusos sexuales y de algunos divorcios y separaciones. Se genera tal carga de resentimiento y de odio que el paso del tiempo solo consigue incrementarla. No es fácil acompañar a personas con estos sentimientos. Su reivindicación es que “se haga justicia”. No descansan hasta no ver restaurado el orden roto. Se comprende muy bien. 

¿Por qué es tan difícil perdonar? No lo sé. Imagino que no hay dos casos iguales. El perdón se puede entender como cobardía, rendición o debilidad. Y lo que buscamos cuando nos sentimos heridos es precisamente lo contrario. Buscamos reparación, fuerza, recuperar el equilibrio roto. Creo que los seres humanos llevamos ínsita en nuestro ADN la ley del talión. Es una especie de homeostasis espiritual. Necesitamos pagar con la misma moneda usada por nuestros agresores: “ojo por ojo y diente por diente”. Conscientes de esta incurable tendencia humana, las legislaciones de los diversos países han tratado de atemperarla con diversas leyes que buscan la equidad, la proporcionalidad y la oportunidad necesarias. Es un gran avance para no dejarnos llevar por la ley de la selva. Los seres humanos necesitamos restaurar lo roto para entrar en un nuevo equilibrio. Más vale no olvidarlo. Pero ¿es esto a lo máximo a que podemos aspirar? Jesús nos propone ir más lejos. O, si queremos, más a la raíz. Hacer justicia es necesario, pero casi nunca es suficiente para apaciguar el corazón. Jesús, que ha buceado hasta el fondo de la condición humana, lo sabe muy bien. Por eso, su propuesta es atrevida. Nos invita a perdonar como nosotros somos perdonados por Dios; es decir, infinitamente. Cometeríamos un grave error si consideramos esta invitación como un precepto ético. No hay ser humano que pueda hacer algo semejante. En cierto sentido, va contra nuestro ADN. Jesús lo sabe mejor que nadie. Por eso, no nos “manda” perdonar. Nos invita a acoger el “don” del perdón que viene de Dios.

Quienes han experimentado la transformación interior que produce el verdadero perdón saben de qué se trata. Los demás nos limitamos a intuirlo y tal vez a desearlo, aunque he conocido a personas que no quieren perdonar porque el resentimiento constante es la droga que las mantiene vivas. Cuando, por el contrario, tenemos la gracia de encontrarnos con personas que han perdonado a sus enemigos (incluso en situaciones que nos parecen sobrehumanas), casi siempre descubrimos que han podido hacerlo porque antes se han sentido perdonadas. En otras palabras, porque no se han limitado a lamerse las heridas de su condición de “víctimas”, sino que han explorado también su vertiente de “pecadores”. Cuando se han sentido perdonadas por Dios, ese perdón se ha desbordado hasta alcanzar a sus propios victimarios. Es decir, ha sucedido un milagro. Me parece que no hay “milagro” más eficaz que el que se produce cuando una persona llena de odio y rencor puede experimentar la paz y la alegría del perdón. No es comparable a nada. Pero se trata de un “milagro”; por tanto, de un signo de gracia que excede nuestra capacidad ética. El perdón es como indica la misma etimología de la palabra un don que se pide, se acoge, se agradece y se comparte. A veces, llega de forma súbita, pero, por lo general, es el fruto de un largo proceso de sanación. Estoy convencido de que una gran parte de los problemas que tenemos en las familias, comunidades e instituciones se debe a que muchos de nosotros seguimos almacenando altas dosis de resentimiento que proyectamos sobre los demás (a menudo, de forma inconsciente) en una espiral imparable de odio. Solo las personas reconciliadas pueden cambiar de verdad nuestro mundo.


Why is it so difficult to forgive?

This Friday's Gospel speaks of forgiveness. Jesus gives us a very clear example: "If you bring your gift to the altar, band there recall that your brother has anything against you, leave your gift there at the altar, go first and be reconciled with your brother, and then come and offer your gift." (Mt 5:23-24). More than once these words have come to my mind before celebrating the Eucharist. What is the point of celebrating forgiveness when one is unwilling to forgive? Life is full of grievances: those we receive and those we make. Sometimes they are small wounds that heal almost by themselves with a little goodwill and the balm of living together. But there are times when they get bigger and become infected. Then, surgical intervention is needed, a little mercurochrome and a band-aid are not enough. I have had the opportunity to meet people who found it "impossible" to forgive the aggressions they had suffered. It is often common among victims of terrorism, sexual abuse, and some divorces and separations. Such a load of resentment and hatred is generated that the passage of time only manages to increase it. It is not easy to accompany people with these feelings. Their demand is that "justice be done". They do not rest until they see the broken order restored. It is easy to undertsand. 

Why is it so difficult to forgive? I do not know. I imagine that no two cases are the same. Forgiveness can be understood as cowardice, surrender, or weakness. And what we seek when we feel hurt is precisely the opposite. We seek reparation, strength, to recover the broken balance. I believe that human beings have the law of retaliation embedded in our DNA. It is a kind of spiritual homeostasis. We need to pay with the same coin used by our aggressors: "an eye for an eye and a tooth for a tooth". Aware of this incurable human tendency, the legislations of the various countries have tried to temper it with various laws that seek the necessary equity, proportionality, and opportunity. This is a great step forward to avoid being carried away by the law of the jungle. Human beings need to restore what is broken in order to enter into a new equilibrium. We had better not forget that. But is this the maximum to which we can aspire? Jesus proposes to go further. Or, if we want, more to the root. To do justice is necessary, but it is almost never enough to appease the heart. Jesus, who has dived to the depths of the human condition, knows this very well. That is why his proposal is daring. He invites us to forgive as we are forgiven by God; that is, infinitely. We would be making a grave mistake if we were to consider this invitation as an ethical precept. No human being could do such a thing. In a sense, it goes against our DNA. Jesus knows this better than anyone. That is why he does not "command" us to forgive. He invites us to accept the "gift" of forgiveness that comes from God.

Those who have experienced the inner transformation that true forgiveness brings know what it is all about. The rest of us only intuit it and perhaps desire it, although I have known people who do not want to forgive because constant resentment is the drug that keeps them alive. When, on the other hand, we have the grace to meet people who have forgiven their enemies (even in situations that seem superhuman to us), we almost always discover that they have been able to do so because they have felt forgiven before. In other words, because they have not limited themselves to licking the wounds of their "victim" condition, but have also explored their "sinner" side. When they have felt forgiven by God, this forgiveness has overflowed to reach their own executioners. A miracle has taken place. It seems to me that there is no more effective "miracle" than when a person filled with hatred and resentment can experience the peace and joy of forgiveness. It is comparable to nothing else. But it is a "miracle"; therefore, a sign of grace that exceeds our ethical capacity. Forgiveness is - as the very etymology of the word indicates - a gift that is asked for, welcomed, appreciated, and shared. Sometimes it comes suddenly, but usually, it is the fruit of a long process of healing. I am convinced that a large part of the problems we have in families, communities, and institutions is due to the fact that many of us continue to store high doses of resentment that we project onto others (often unconsciously) in an unstoppable spiral of hatred. Only reconciled people can truly change our world.



jueves, 25 de febrero de 2021

Crea en mí un corazón puro

[English below]

La Iglesia recita todos los viernes en su oración matinal el salmo 50, conocido como el salmo Miserere. A base de recitarlo todas las semanas, me lo sé de memoria, tanto en su versión española como italiana. Es un salmo que pone palabras a una de las experiencias humanas más hondas e inefables: la de sabernos pecadores perdonados. Los dos elementos (el pecado y el perdón) se viven hoy con acentos nuevos. Me gustaría saber cómo recita un joven de 20 años este viejo salmo judío. ¿Se reconoce en sus palabras o le parecen alejadas de su mundo? ¿Tiene algún sentido seguir hablando de pecado en un contexto en el que no nos medimos ante Dios (coram Deo), sino, a lo sumo, ante nosotros mismos (conspectu meo)? El salmo usa verbos como borrar (la culpa), lavar (el delito), limpiar (el pecado). Y también verbos como alegrar, renovar, afianzar, librar, cantar y proclamar. Por una parte, expresa el pesar que uno siente cuando se ha alejado de Dios y, por otra, la alegría de la vuelta a casa. No estoy seguro de que los hombres y mujeres de hoy estemos viviendo a fondo estos dos movimientos que marcan el camino de la conversión.

Es verdad que tenemos conciencia de nuestros errores, fallos y debilidades. En ocasiones, somos también muy sensibles a las heridas que hemos infligido a los demás con nuestros desprecios, palabras ofensivas o acciones egoístas. Pero de ahí a hablar de pecado hay un trecho que no siempre sabemos cómo recorrer. Hemos asociado tanto esta palabra a determinadas acciones aprendidas de niños que nos cuesta imaginar en qué consiste de verdad el pecado. ¿Se trata solo de haber quebrantado alguno de los diez mandamientos que aprendimos de memoria antes de hacer la primera comunión? En el pasado se decía que los cristianos teníamos obsesión con el sexo y que todos los pecados graves entraban en esta categoría. Hoy parece que la estimativa va en la línea de los pecados sociales y económicos. De hecho, me llaman la atención los comentarios que muchas personas hacen cuando se refieren a los comportamientos negativos de algunos personajes públicos: “No me importa nada lo que haya hecho de cintura para abajo, pero que devuelva el dinero que ha robado”. Hemos pasado de hacer del sexo un tabú a considerarlo casi algo banal. Pero en ningún caso nos consideramos pecadores porque eso supondría que tenemos conciencia de que estamos llamados a responder ante Dios y no solo ante la propia conciencia o la opinión ajena. ¿Cómo vamos a sentirnos pecadores si hace tiempo que ni siquiera nos consideramos creyentes? El pecado no es la mera transgresión de una norma o un difuso sentimiento de culpa por el mal cometido, sino una actitud consciente de huida de Dios y de repliegue sobre nosotros mismos. Me parece que nuestro gran pecado contemporáneo es el olvido, no querer saber nada de quien nos ha creado y redimido, vivir etsi Deus non daretur (“como si Dios no existiera”).

Si no sentimos la necesidad de abrirnos a la misericordia de Dios, no debería resultarnos extraño que no experimentemos “la alegría de la salvación”. Creo que la razón más profunda de la tristeza difusa que muchas personas viven es la falta de una verdadera experiencia de perdón. Van por la vida escondiendo debajo de la alfombra los “cadáveres” de la mentira, la traición, el desprecio, la rabia, el odio y la venganza. Cuando pretendemos ventilar los demonios de nuestra vida en la soledad de nuestra conciencia, acabamos prisioneros de nosotros mismos. Nadie nos juzga es verdad pero tampoco nadie nos perdona. Mantenemos impoluta nuestra imagen, pero perdemos el sentido de la realidad. No nos atrevemos a confesar nuestra falta de autenticidad. Quizá no sabemos que reconocernos pecadores no significa abdicar de nuestra dignidad, humillarnos de manera patológica, sino aceptar que no hemos estado a la altura de nuestra más noble vocación, que no hemos sido nosotros mismo ante Dios. Y, en un ejercicio de sinceridad y humildad, abrirnos a la misericordia de un Padre que puede crear en nosotros un corazón puro. No hay nadie más feliz en este mundo que un pecador perdonado. Este es quizá el mensaje central de la Cuaresma. El salmo 50 nos ayuda a interiorizarlo con palabras de ayer que siguen siendo palabras de hoy. Podríamos ser mucho más felices si no tuviéramos miedo de llamar a las cosas por su nombre y de dejarnos purificar por el único que juzga sin destruir, perdona sin humillar y recrea sin prescindir de nuestra libertad.

 Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

 

A clean heart create for me, God

The Church recites Psalm 50, known as the Miserere Psalm, every Friday morning prayer. From reciting it every week, I know it by heart, both in Spanish and Italian. It is a psalm that puts words to one of the deepest and most ineffable human experiences: that of knowing that we are forgiven sinners. The two elements (sin and forgiveness) are lived today with new accents. I would like to know how a young man of 20 recites this old Jewish psalm. Does he recognize himself in its words or do they seem far removed from his world? Does it make any sense to keep talking about sin in a context in which we do not measure ourselves before God (coram Deo), but, at most, before ourselves (conspectu meo)? The psalm uses verbs such as erase (guilt), wash away (crime), cleanse (sin). And also verbs such as rejoice, renew, strengthen, deliver, sing, and proclaim. On the one hand, it expresses the regret one feels when one has turned away from God and, on the other hand, the joy of the homecoming. I am not sure that today's men and women are living these two movements that mark the path of conversion to the full.

It is true that we are aware of our mistakes, failures, and weaknesses. At times, we are very sensitive to the wounds we have inflicted on people with our contempt, offensive words, or selfish actions. But from there to speaking of sin is a long way that we do not know how to go. We have associated this word so much with certain actions learned as children that it is difficult for us to imagine what sin really consists of. Is it only a matter of having broken one of the ten commandments we learned by heart before making our first communion? In the past, it was said that Christians were obsessed with sex and that all serious sins fell into this category. Today it seems that the estimation is along the lines of social and economic sins. In fact, I am struck by the comments that many people make when referring to the negative behavior of some public figures: "I don't give a damn what he or she has done from the waist down, but let him or her return the money he or she has stolen". We have gone from making sex a taboo to considering it almost banal. But in no case do we consider ourselves sinners because that would mean that we are aware that we are called to answer to God and not only to our own conscience or the opinion of others. How can we feel sinners if we have not even considered ourselves believers for a long time? Sin is not the mere transgression of a norm or a diffuse feeling of guilt, but a conscious attitude of fleeing from God and turning in on ourselves. It seems to me that our great contemporary sin is forgetfulness, not wanting to know anything about the one who created and redeemed us, living etsi Deus non daretur ("as if God did not exist").

If we do not feel the need to open ourselves to God's mercy, we should not find it strange that we do not experience "the joy of salvation". I believe that the deepest reason for the diffuse sadness that many people experience is the lack of a true experience of forgiveness. They go through life sweeping under the rug the "corpses" of lies, betrayal, contempt, anger, hatred, and revenge. When we pretend to vent the demons of our life in the solitude of our conscience, we end up prisoners of ourselves. No one judges us - it is true - but no one forgives us either. We keep our image untainted, but we lose our sense of reality. We dare not confess our lack of authenticity. Perhaps we realize that recognizing ourselves as sinners does not mean abdicating our dignity, humiliating ourselves in a pathological way, but accepting that we have not lived up to our most noble vocation, that we have not been ourselves before God. And, in an exercise of sincerity and humility, to open ourselves to the mercy of a Father who can create in us a pure heart. There is no one happier in this world than a forgiven sinner. This is perhaps the central message of Lent. Psalm 50 helps us to internalize it with words of yesterday that are still words of today. We could be much happier if we were not afraid to call things by their name and to allow ourselves to be purified by the only One who judges without destroying, forgives without humiliating, and recreates without dispensing with our freedom.

 Psalm 50

Have mercy on me, God, in accord with your merciful love;
in your abundant compassion blot out my transgressions.
Thoroughly wash away my guilt;
and from my sin cleanse me.

For I know my transgressions;
my sin is always before me.
Against you, you alone have I sinned;
I have done what is evil in your eyes
So that you are just in your word,
and without reproach in your judgment.

Behold, I was born in guilt,
in sin my mother conceived me.
Behold, you desire true sincerity;
and secretly you teach me wisdom.

Cleanse me with hyssop, that I may be pure;
wash me, and I will be whiter than snow.
You will let me hear gladness and joy;
the bones you have crushed will rejoice.

Turn away your face from my sins;
blot out all my iniquities.
A clean heart create for me, God;
renew within me a steadfast spirit.

Do not drive me from before your face,
nor take from me your holy spirit.
Restore to me the gladness of your salvation;
uphold me with a willing spirit.

I will teach the wicked your ways,
that sinners may return to you.
Rescue me from violent bloodshed, God, my saving God,
and my tongue will sing joyfully of your justice.

Lord, you will open my lips;
and my mouth will proclaim your praise.
For you do not desire sacrifice or I would give it;
a burnt offering you would not accept.

My sacrifice, O God, is a contrite spirit;
a contrite, humbled heart, O God, you will not scorn.
Treat Zion kindly according to your good will;
build up the walls of Jerusalem.

Then you will desire the sacrifices of the just,
burnt offering and whole offerings;
then they will offer up young bulls on your altar.

miércoles, 24 de febrero de 2021

Era uno de los nuestros

Con Yohanes Maria Vianey en el aeropuerto de Surabaya (Indonesia)

[English below]

En el momento de escribir estas líneas la cifra oficial de muertos en todo el mundo a causa de la pandemia de Covid-19 asciende a 2.485.434. A la cabeza de esta macabra competición figuran los Estados Unidos con 502.660. En Italia tenemos 96.348; en España, 68.097. Y en un lejano y populoso país del Oriente Indonesia la cifra oficial de muertos es de 35.014. Uno de ellos, fallecido el pasado lunes 22, es el claretiano Yohanes Maria Vianey Lusi Emi. Tenía 48 años. Entre el 8 de abril de 2020, fecha en la que murió por Covid en España el primer claretiano, hasta hoy han fallecido alrededor de veinte de nuestros misioneros en España, México, Estados Unidos, Argentina, Panamá y ahora en Indonesia. Cuando las personas que mueren son desconocidas siempre tenemos la impresión de que la pandemia no tiene mucho que ver con nosotros. Cuando empieza a golpear a nuestros conocidos, amigos y familiares, entonces cobramos conciencia de que estamos ante un drama de consecuencias incalculables que toca nuestra vida. Confieso que cuando recibí la noticia en la tarde del lunes 22 me quedé sobrecogido. Vianey (como solíamos llamarlo) era una persona todavía joven (48 años), llena de entusiasmo y con una visión muy esperanzada de la vida. Había nacido en la isla indonesia de Flores en el seno de una familia cristiana. Tras completar la formación inicial en su país, fue enviado a Roma para estudiar en el Pontificio Instituto Bíblico, donde consiguió su licenciatura en Biblia después de batallar con el hebreo y el griego. Durante los cuatro años que pasó en Roma fui el responsable de su acompañamiento. Regresado a Indonesia, empezó a enseñar Biblia en Jogyakarta y a trabajar en la formación de los más jóvenes. Pronto fue designado superior mayor de la delegación claretiana de Indonesia-Timor Oriental, cargo que ejerció durante seis años. En la actualidad se encontraba en Kupang, la capital de la parte indonesia de la isla de Timor.

En los últimos 18 años tuve la oportunidad de encontrarme con él muchas veces, tanto en Indonesia como en Italia y en otros lugares. La última vez fue en enero del año pasado en Chile. Tendríamos que habernos encontrado nuevamente en julio en su país, pero, debido a la pandemia, tuve que cancelar mi viaje a Indonesia. Pequeño de estatura como san Antonio María Claret, tenía su ímpetu misionero y su visión dilatada. De hecho, se había ofrecido recientemente para ser enviado a cualquier parte del mundo donde fuera más necesaria su presencia. El virus ha truncado una vida misionera y académica muy prometedora. Quienes creemos en la “comunión de los santos” sabemos que ahora puede hacer más por la misión que lo que hacía mientras estaba físicamente entre nosotros. Para la joven delegación de Indonesia-Timor Oriental, que tiene menos de 30 años de existencia, su muerte supone una gran pérdida. Él pertenecía a la primera generación de claretianos autóctonos. No es, sin embargo, el primero en morir. Antes que él, han fallecido otros, incluso más jóvenes. De hecho, en el amplio recinto de la casa de formación de Kupang, hay un hermoso cementerio llamado “Jardín de la Resurrección”. Cuando se bendijo hace unos años, yo les dije que me parecía una provocación, dado que todos los miembros eran entonces muy jóvenes. Ellos esbozaron una sonrisa, como diciendo: “Usted no sabe que aquí la expectativa de vida no es tan alta como en Europa”. El tiempo les ha dado la razón.

Con Vianey y otros claretianos indonesios en el santuario de Oebelo (Kupang, Indonesia)

Quienes en los últimos meses han perdido a alguna persona conocida y querida a causa del Covid saben muy bien qué tipo de sentimientos suelen acompañar esta experiencia. Al dolor de la muerte, se une la tristeza de no poder celebrar un funeral con la tranquilidad y participación que serían deseables. En otras palabras, al dolor del Viernes Santo, se une la tristeza del Sábado Santo. Por eso, porque no podemos permanecer en un eterno sábado silencioso y triste, necesitamos creer en la fuerza renovadora de la Pascua. Llevamos un año viviendo una prolongada Semana Santa. Muchas personas se quejan de que también en 2021 nos vamos a quedar sin Semana Santa. Se refieren a que en muchos lugares se han suprimido las procesiones callejeras y otras manifestaciones devocionales. Yo creo que nunca como en estos meses hemos vivido una Semana Santa más existencial y auténtica. No hemos necesitado organizar procesiones porque nos venían ofrecidas por los furgones que transportaban los cadáveres de miles de personas que iban cayendo cada día. No hemos necesitado largas ceremonias litúrgicas porque la vida misma se ha convertido en una gran liturgia en la que hemos revivido, con más realismo que nunca, que Jesús sigue muriendo, siendo sepultado y resucitado en las vidas de más de medio millón de personas en todo el mundo. 

Querido Vianey, muchas gracias por tu testimonio misionero. Le pido a Dios que, así como te ha permitido configurarte con Cristo en su muerte joven, te haga participar también de su resurrección gloriosa. Descansa en paz.

Con Vianey en una ceremonia de bienvenida

He was one of us

At the time of writing, the official death toll worldwide as a result of the Covid-19 pandemic stands at 2,485,434. In Italy we have 96,348; in Spain, 68,097. And in a distant populous country in the East - Indonesia - the death toll is 35,014. One of them, who died last Monday, is the Claretian Yohanes Maria Vianey Lusi Emi. He was 48 years old. Between April 8, 2020, the date on which the first Claretian died for Covid in Spain until today around twenty of our missionaries have died in Spain, Mexico, United States, Argentina, Panama, and now in Indonesia. When the people who die are strangers we always have the impression that the pandemic does not have much to do with us. When it begins to strike our acquaintances, friends, and relatives, then we become aware that we are facing a drama of incalculable consequences. I confess that when I received the news on the afternoon of Monday the 22nd, I was shocked. Vianey (as we used to call him) was still young (48 years old), full of enthusiasm, and with a very hopeful outlook on life. He was born on the Indonesian island of Flores into a Christian family. After completing his initial formation in his country, he was sent to Rome to study at the Pontifical Biblical Institute, where he obtained his licentiate in Bible after struggling with Hebrew and Greek. During the four years he spent in Rome, I was responsible for accompanying him. When he returned to Indonesia, he began to teach Bible in Jogyakarta and to work in the formation of the younger ones. Soon he was appointed major superior of the Claretian delegation of Indonesia-East Timor, a position he held for six years. At present, he was in Kupang, the capital of the Indonesian part of the island of Timor. 

In the last 18 years, I had the opportunity to meet him many times, both in Indonesia and in Italy, and elsewhere. The last time was in January last year in Chile. We were supposed to meet again in July in his country, but due to the pandemic, I had to cancel my trip to Indonesia. Small in stature like St. Anthony Mary Claret, he had his missionary impetus and his dilated vision. In fact, he had recently offered to be sent to any part of the world where his presence was most needed. The virus has cut short a very promising missionary and academic life. Those of us who believe in the "communion of saints" know that he can now do more for the mission than he did while he was physically among us. For the young delegation of Indonesia-East Timor, which is less than 30 years old, his death is a great loss. He belonged to the first generation of indigenous Claretians. However, he is not the first to die. In fact, in the large compound of the formation house in Kupang there is a beautiful cemetery called "Resurrection Garden". When it was blessed a few years ago, I told them that I thought it was provocative, since all the members were then very young. They smiled as if to say: "You don't know that life expectancy here is not as high as in Europe". Time has proven them right. 

Those who in the last few months have lost someone known and loved because of Covid know very well what kind of feelings usually accompany this experience. To the pain of death, there is the sadness of not being able to celebrate a funeral with the tranquility and participation that would be desirable. In other words, to the pain of Good Friday, there is the sadness of Holy Saturday. Therefore, because we cannot remain in an eternal silent and sad Saturday, we need to believe in the renewing power of Easter. We have been living a prolonged Holy Week for a year now. Many people complain that also in 2021 we are going to be without Holy Week. They refer to the fact that in many places the street processions and other devotional manifestations have been suppressed. I believe that never as in these months we have lived a more existential and authentic Holy Week. We have not needed to organize processions because they were offered to us by the vans that transported the corpses of thousands of people who were falling every day. We have not needed long liturgical ceremonies because life itself has become a great liturgy in which we have relived, more realistically than ever, that Jesus is still dying, being buried, and resurrected in the lives of more than half a million people around the world. 

Dear Vianey, thank you very much for your missionary witness. I pray that, just as God has allowed you to be configured to Christ in his young death, He will also allow you to participate in his glorious resurrection. May you rest in peace. 

Embarcando rumbo a Kupang, Indonesia


martes, 23 de febrero de 2021

La noche de los transistores

English below

Han pasado 40 años. Yo cursaba entonces el último año de la carrera de Teología. Había terminado los exámenes del semestre de invierno. Ese día, a las 18,23, estaba a punto de coger el autobús de Madrid a Colmenar Viejo. El conductor, que estaba siguiendo por la radio la sesión de las Cortes, comenzó a ponerse nervioso y a gritar: “¡Algo está pasando! ¡Han pegado tiros en el Congreso!”. Desde la plaza de Castilla hasta la parada en Colmenar había poco más de media hora. Pasamos por delante de la base militar de El Goloso, uno de los acuartelamientos que había participado en la operación. Solo horas después empecé a enterarme de que estábamos ante un (intento de) golpe de estado que ha pasado a la historia como “el 23-F”. Mis compañeros y yo permanecimos en vela hasta pasadas las dos de la madrugada. Teníamos varios transistores de bolsillo encendidos. Cada uno sintonizaba una emisora de radio diferente para ir componiendo entre todas el mosaico de lo que estaba sucediendo. Por supuesto, vimos por televisión el breve mensaje del rey Juan Carlos que acababa con estas palabras: “La Corona, símbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución votada por el pueblo español determinó en su día a través de referéndum”. Todos respiramos. Meses después, un compañero mío que estudiaba en Roma me confesó que él había pasado una noche muy tensa porque no sabía si su padre general del ejército había estado implicado de alguna manera en la operación. Por fortuna, se mantuvo al margen.

 A la 1,24 de la madrugada, antes de meterme en la cama, tuve humor para escribir una página en mi diario porque era consciente de que estábamos viviendo un momento histórico. Espigo unas cuantas frases: “España entera está viviendo una dramática situación: un grupo de exaltados guardias civiles ha invadido la sede del Congreso y ha retenido allí a todos los diputados. La junta de subsecretarios y de Jefes del Alto Estado Mayor ha asumido transitoriamente las funciones del gobierno. El rey, en el mensaje que acaban de televisar, ha pedido serenidad a todo el país. Se están viviendo horas tensas y no es previsible cómo acabará todo… Cualquiera que sea el final de esta historia, ha quedado suficientemente claro que algunos españoles no aciertan a apearse de su papel de insensatos quijotes”. Releyendo estas frases 40 años después tengo la impresión de que, a pesar del dramatismo del momento, todo me parecía una opereta sin ningún apoyo popular. Más que asustado, estaba decepcionado porque pensaba que un acto como ese añadía más fuego a una situación social muy tensa. La representación terminó 17 horas después. Entonces pude hablar con un amigo mío que había pasado toda la noche en el hotel Palace porque formaba parte de la escolta de Francisco Laína, el Secretario de Estado de Seguridad que durante 14 horas asumió de facto el gobierno de la nación. Él me contó otros detalles que ayudan a comprender mejor el alcance de lo que pasó aquella famosa noche. 

Se han escrito ríos de tinta sobre este episodio. Yo leí hace años con mucho interés la novela Anatomía de un instante, en la que el escritor Javier Cercas recrea primorosamente todo lo vivido aquella noche. Aunque un año después se celebró un juicio en el que hubo 30 condenados, nunca ha desaparecido el runrún de que no conocemos toda la verdad. Mi impresión es que conocemos lo suficiente y que no lleva a ninguna parte estar siempre mareando la perdiz con teorías conspirativas, oscuros manejos del rey y no sé cuántas tramas más. Como no hay mal que por bien no venga, el fallido golpe contribuyó paradójicamente a afianzar la cultura democrática en la sociedad en general y en el ejército en particular. Si hoy escribo sobre este acontecimiento es, ciertamente, por la redondez del aniversario (40 años), por los recuerdos personales que me suscita y, sobre todo, porque ayuda a tomar conciencia de que la democracia no es una batalla que se gana para siempre. Es necesario alimentarla siempre con ideales compartidos, cultura del diálogo, la participación y la responsabilidad y mecanismos de equilibrio y control. Creo que las amenazas a las democracias modernas no van a venir al menos en Europa del estamento militar, sino de los populismos y fundamentalismos que se nutren del malestar general para proponer soluciones autoritarias. Por eso, la mejor defensa de la democracia es trabajar por una sociedad lo más justa posible, en la que se respeten los derechos de todos y se garanticen las condiciones para una vida digna.


The night of the transistors

Forty years have passed. I was in the last year of my theology degree. I had finished my winter semester exams. That day, at 6:23 p.m., I was about to take the bus from Madrid to Colmenar Viejo. The driver, who was following the parliamentary session on the radio, began to get nervous and shouted: "Something has happened!" It was just over half an hour from Plaza de Castilla to the stop in Colmenar. We passed in front of the military base of El Goloso, one of the barracks that had participated in the operation. Only hours later I began to learn that we were facing an attempt of coup d'état that has gone down in history as 23-F. My colleagues and I stayed awake until after two in the morning. We had several pocket transistors on. Each one of us tuned in to a different radio station to compose the mosaic of what was happening. Of course, we watched on television the brief message of King Juan Carlos that ended with these words: "The Crown, symbol of the permanence and unity of the country, cannot tolerate in any way actions or attitudes of people who try to interrupt by force the democratic process that the Constitution voted by the Spanish people determined in its day through a referendum". We all breathed. Months later, a classmate of mine who was studying in Rome confessed to me that he had spent a very tense night because he did not know if his father -an army general- had been involved in any way in the operation or had taken any risk. Fortunately, he stayed out of it. 

At 1.24 a.m., before getting into bed, I was in the mood to write a page in my diary because I was aware that we were living a historic moment. I wrote a few sentences: "The whole of Spain is living a dramatic situation: a group of exalted civil guards has invaded the seat of Congress and has held all the deputies there. The Board of Undersecretaries and Chiefs of the High General Staff has temporarily assumed the functions of the government. The King, in the message which has just been televised, has asked for serenity to the whole country. These are tense hours and it is not foreseeable how everything will end... Whatever the end of this story may be, it has become sufficiently clear that some Spaniards do not manage to step down from their role of foolish quixotes". Rereading these sentences 40 years later, I have the impression that, despite the drama of the moment, it all seemed to me to be an operetta without any popular support. More than frightened, I was disappointed because it seemed to me that such an act added more fire to a very tense social situation. The performance ended 17 hours later. I was then able to talk to a friend of mine who had spent the whole night at the Palace Hotel because he was part of the bodyguard of Francisco Laína, the Secretary of State for Security who for 14 hours de facto took over the government of the nation. 

Rivers of ink have been written about this episode. Years ago I read with great interest the novel Anatomía de un instante (The Anatomy of a Moment), in which the writer Javier Cercas beautifully recreates everything that happened that night. Although a year later a trial was held in which 30 people were convicted, the rumor that we do not know the whole truth has never completely disappeared. My impression is that we know enough and that there is no point in beating around the bush with conspiracy theories, dark machinations of the king and I don't know how many other plots. As every cloud has a silver lining, the failed coup contributed paradoxically to consolidate the democratic culture in society in general and in the army in particular. If I am writing about this event today, it is certainly because of the roundness of the anniversary (40 years), because of the personal memories, it arouses in me, and, above all, because it helps us to become aware that democracy is not a battle that can be won forever. It must always be nurtured with shared ideals, a culture of dialogue, participation, and responsibility, and mechanisms of balance and control. I believe that the threats to democracies will not come - at least in Europe - from the military establishment, but from populisms and fundamentalisms that feed on the general malaise to propose authoritarian solutions. Therefore, the best defense of democracy is to work for the fairest possible society, in which the rights of all are respected and the conditions for a dignified life are guaranteed. 




lunes, 22 de febrero de 2021

Ser pacíficos es inútil

(English below)

Lo leí anoche en la pancarta que abría una de las manifestaciones juveniles que tuvieron lugar en Barcelona: “Nos habéis enseñado que ser pacíficos es inútil”. Me sorprendió la frase. No sé si comprendí bien el alcance del mensaje. Intuyo que lo que quieren decir los miles de jóvenes que desde hace seis noches se echan a la calle es que si van de buenos por la vida nadie los escucha, que solo cuando se hace ruido o incluso se recurre a la violencia se empieza a hablar de sus reivindicaciones. Quizá los lectores americanos no saben que desde hace varios días se están produciendo violentas manifestaciones juveniles en algunas ciudades de España (sobre todo, en Barcelona y Madrid) como protesta por la encarcelación del rapero Pablo Hasél. Se discute sobre el derecho a la libertad de expresión y sus límites en las sociedades democráticas. El tema registra todos los matices posibles de una paleta cromática ya de por sí muy amplia. Más allá del caso singular, algunos expertos creen que la detención de Pablo Hasél ha sido el detonante que ha hecho estallar la rabia acumulada de muchos jóvenes. O quizá el desánimo producido por la crisis económica y la pandemia. Muchos ven que, a pesar de haber disfrutado de muchas ofertas formativas, su futuro es muy incierto.

A su manera, el nuevo primer ministro italiano Mario Draghi se refirió a este problema en su discurso de investidura ante el Senado. Traduzco sus palabras: 

Esta es nuestra misión como italianos: entregar un país mejor y más justo a nuestros hijos y nietos. A menudo me he preguntado si nosotros, y me refiero sobre todo a mi generación, hemos hecho y estamos haciendo por ellos todo lo que nuestros abuelos y padres hicieron por nosotros, sacrificándose sin medida. Es una pregunta que debemos hacernos cuando no hacemos todo lo necesario para promover el capital humano, la formación, las escuelas, las universidades y la cultura de la mejor manera posible. Es una pregunta a la que debemos dar respuestas concretas y urgentes cuando defraudamos a nuestros jóvenes obligándoles a emigrar de un país que, con demasiada frecuencia, no valora el mérito y aún no ha logrado una verdadera igualdad de género. Es una cuestión que no podemos eludir cuando estamos aumentando nuestra deuda pública sin haber gastado e invertido los mejores recursos posibles, que siempre son escasos. Cada despilfarro actual es una injusticia que cometemos con las generaciones futuras, un secuestro de sus derechos”. 

¿Cómo está incorporando nuestra sociedad a los jóvenes al mundo del trabajo y de la política? ¿Se trata de reproducir, sin más, el tipo de mundo que las anteriores generaciones hemos construido o de facilitarles los cambios que son necesarios?

Es obvio que, por edad, carácter y formación, me repugnan las imágenes de jóvenes quemando contenedores de basura, formando barricadas, rompiendo mobiliario urbano, lanzando adoquines contra la policía, asaltando algunas tiendas y negocios, robando ropa deportiva y otros artículos e insultando a las instituciones. Es obvio que, frente al grito “ser pacíficos es inútil”, yo recuerdo las palabras de Jesús: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Es obvio, en fin, que la violencia engendra violencia. Pero lo que verdaderamente me inquieta es interpretar el significado de estas protestas y denunciar sus posibles manipulaciones. De no hacerlo, la mera represión policial y judicial será pan para hoy y hambre para mañana. Sé que, en el caso de Barcelona, se ha producido un extraño cóctel en el que se juntan las protestas por la encarcelación de Hasél, las reivindicaciones independentistas de muchos, las algaradas anarquistas y el desánimo por una pandemia interminable y una crisis económica y social cuyo alcance solo imaginamos. Quizá suene a cantinela inútil, pero me parece que la clave está en cuidar mucho más los procesos educativos y en considerar como máxima prioridad la inserción de los jóvenes en el tejido social (que incluye lógicamente el laboral) por encima de otros objetivos puramente economicistas. De lo contrario, estaremos asistiendo solo al comienzo de una serie de algaradas que pueden terminar en verdaderas revoluciones.

 

Being peaceful is useless

I read it last night on the banner that opened one of the youth demonstrations that took place in Barcelona: “You have taught us that being peaceful is useless.” I was surprised by the phrase. I don't know if I understood its message. I guess that what the thousands of young people who have been taking to the streets for the last six nights want to say is that if they go through life being good, nobody listens to them, that only when they make noise or even resort to violence do they start to talk about their demands. Perhaps American readers do not know that for several days now violent youth demonstrations have been taking place in some Spanish cities (especially in Barcelona and Madrid) in protest against the imprisonment of the rapper Pablo Hasél. The right to freedom of expression and its limits in democratic societies are being discussed. The topic registers all possible shades of an already very broad chromatic palette. Beyond the singular case, some experts believe that the arrest of Pablo Hasél has been the trigger that has exploded the accumulated rage of many young people. Or perhaps the discouragement produced by the economic crisis and the pandemic. Many see that, despite having enjoyed many training offers, their future is very uncertain.

In his own way, the new Italian Prime Minister Mario Draghi referred to this problem in his investiture speech to the Senate. I translate his words: 

“This is our mission as Italians: to hand over a better and fairer country to our children and grandchildren. I have often wondered whether we, and I am referring above all to my generation, have done and are doing for them all that our grandparents and parents did for us, sacrificing beyond measure. It is a question we must ask ourselves when we do not do all that is necessary to promote human capital, training, schools, universities, and culture in the best possible way. It is a question to which we must give concrete and urgent answers when we let down our young people by forcing them to emigrate from a country that too often does not value merit and has not yet achieved true gender equality. It is a question we cannot avoid when we are increasing our public debt without having spent and invested the best possible resources, which are always scarce. Every current waste is an injustice we do to future generations, a hijacking of their rights.” 

How is our society incorporating young people into the world of work and politics? Is it a matter of simply reproducing the kind of world that previous generations have built, or of facilitating the necessary changes?

It is obvious that, by age, character, and background, I am repulsed by the images of young people burning garbage containers, forming barricades, breaking urban furniture, throwing cobblestones against the police, assaulting some stores and shops, stealing sportswear and other items, and insulting institutions. It is obvious that faced with the cry “to be peaceful is useless”, I remember the words of Jesus: “Blessed are the peacemakers, for they shall be called children of God” (Mt 5:9). It is obvious, finally, that violence begets violence. But what really worries me is to interpret the meaning of these protests and to denounce their possible manipulations. Otherwise, mere police and judicial repression will be “bread for today and hunger for tomorrow.” I know that, in the case of Barcelona, there has been a strange cocktail in which the protests for the imprisonment of Hasel, the pro-independence demands of many, the anarchist riots, and the discouragement for an endless pandemic and an economic and social crisis whose scope we can only imagine go together. It may sound like a useless refrain, but the key is to take much more care of the educational processes and to consider as a top priority the insertion of young people into the social fabric (which logically includes the labor market) above other purely economic objectives. Otherwise, we will only be witnessing the beginning of a series of riots that could end in real revolutions.

domingo, 21 de febrero de 2021

Probados para la misión

Antes de que la pandemia pusiera de moda las diferentes “cuarentenas”, la liturgia cristiana contaba ya con una “cuarentena” clásica. ¿Qué otra cosa es la Cuaresma sino una “cuarentena” de oración, limosna y ayuno que nos prepara para la celebración de la Pascua? Después de cuatro días introductorios, hemos llegado al I Domingo de Cuaresma. Ya sabemos que este primer domingo está dedicado todos los años a las tentaciones de Jesús en el desierto y, como reflejo, a las nuestras. Marcos despacha el asunto en un par de versículos (cf. Mc 1,12-13), sin hablar de tres tentaciones como hacen Mateo y Lucas. Lo que, a primera vista, puede parecer un relato menor y casi insignificante, se revela como una verdadera clave para entender la misión de Jesús. 

Lo primero que llama la atención es que quien empuja a Jesús al desierto es el Espíritu. La tentación, pues, no se puede entender como una incitación al mal (eso nunca sería obra del Espíritu de Dios), sino como una prueba para acendrar las motivaciones y actitudes mesiánicas de Jesús. En la carta a los Hebreos leemos que Jesús “ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (Heb 4,15). En este sentido, la prueba es inherente la misión. 

Por otra parte, según el relato de Marcos, Jesús se quedó en el desierto “cuarenta días”, es decir, toda una generación. Es la forma simbólica de indicar que la prueba lo acompañó durante toda su vida, que la tentación fue un ingrediente constante de su misión. Quien lo pone a prueba es Satanás. En hebreo se trata de un nombre común (no de un nombre personal) para referirse a quien se pone en contra de nosotros, al oponente. Es, pues, una forma simbólica de aludir a las fuerzas del mal que se oponen a la misión de Jesús durante sus “cuarenta días” de existencia terrena.

Hay dos detalles más llenos de simbolismo. Jesús aparece “viviendo entre alimañas”. A la luz del capítulo 7 del libro de Daniel, estas fieras representan a los poderes que oprimen a los seres humanos. De hecho, Daniel aplica algunos símbolos de animales a las potencias de su época: el imperio sanguinario de los babilonios está representado por el león, el de los medos por el oso, el de los persas por el leopardo y el de Alejandro Magno y sus sucesores por una cuarta bestia indefinida pero espantosa y terrible. Todos ellos, en vez de servir a los pueblos e instaurar la paz y la justicia, no hicieron sino oprimir a los débiles y esclavizar a naciones enteras. También Jesús se verá asediado por las “alimañas” de quienes en su época detentaban el poder político, económico y religioso. 

Al mismo tiempo, “los ángeles le servían”. Este es el segundo detalle redaccional que contrasta con el primero. A lo largo de su vida, Jesús experimentó la ayuda de muchos “enviados” (eso es lo que significa la palabra ángel) de Dios, empezando por su madre María, su padre José, los discípulos que lo seguían, las mujeres que lo apoyaban con sus bienes, etc. Confortado por todos ellos, Jesús pudo dedicarse por entero a su verdadera misión: anunciar que “se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio”. En pocas palabras: el Evangelio siempre se abre paso acosado por “las alimañas” (los poderosos de cada época) y alentado por “los ángeles” (las personas que reflejan el amor de Dios).

Cuando pensamos en nuestra misión actual como cristianos, tenemos que ser conscientes de que se trata de una misión arriesgada y difícil. Siempre estaremos sometidos a prueba, como Jesús. Es la única manera de mantenernos en forma, de no sucumbir a la moda del momento. También nosotros vivimos la “cuarentena” de nuestra vida en el desierto de la existencia. Como el Maestro, nos debatiremos entre “las alimañas” (los poderes que hoy siguen oponiéndose al Evangelio) y los “ángeles” (los muchos hombres y mujeres que Dios pone en nuestra vida para hacer visible su amor). 

¿Quiénes son en el contexto en el que cada uno vivimos esas “alimañas” que se oponen a nuestra misión evangelizadora y esos “ángeles” que nos confortan en las pruebas? No siempre es fácil identificarlos. A menudo, tanto unas como otros están dentro de nosotros, no fuera. Es la lucha permanente entre el mal y el bien. Creo que la liturgia de este primer domingo de Cuaresma nos anima a una moral de combate. El fruto es siempre una misión renovada: seguir anunciando que el reino de Dios está cerca. Las tentaciones no son piedras en el camino, obstáculos insidiosos para hacer de nuestra vida un valle de lágrimas, sino un verdadero entrenamiento para llegar a ser auténticos misioneros de la Buena Noticia: Dios nos ama y quiere “que todos los seres humanos sean salvados y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

sábado, 20 de febrero de 2021

Un lustro en Internet

Hoy este Rincón de Gundisalvus cumple cinco años. La primera entrada la subí a la red el 20 de febrero de 2016. Aquel día, como sucede este año, también era sábado y lucía un sol espléndido como hoy luce en Roma. En este lustro he publicado 1.655 entradas, lo que supone una media de 331 al año. La media de visitas diarias es de 343. En los últimos meses supera con frecuencia la barrera de las 400. El orden de países se ha mantenido casi estable desde el principio: España (50%), Estados Unidos (10%), Argentina (6%), Italia (4%), Guatemala (3%), Colombia (3%), México (2%), etc. Como se ve, la mitad de los lectores provienen de mi país natal. Es lógico, pues, que haga frecuentes referencias a la situación española. No olvido, sin embargo, que casi la otra mitad proviene de América. La lengua condiciona. 

Muchos siguen entrando a través del enlace diario que coloco en Facebook. Son pocos los que entran directamente al blog tecleando su dirección o añadiéndola a Favoritos (www.elrincondegundisalvus.blogspot.com). Hay un buen grupo que lo recibe directamente en su correo electrónico porque se han suscrito en la casilla “RECIBE TODO POR EMAIL” (columna de la derecha). Otros, en fin, acceden a través de grupos de WhatsApp. Ninguno de ellos figura en el recuento oficial. Confieso que en más de un momento he pensado dejarlo. Cinco años es un tiempo eterno en el mundo de Internet donde los cambios son constantes. Sin embargo, sigo escribiendo porque creo que un buen grupo de personas de habla española encuentra en este Rincón algunos estímulos para seguir reflexionando sobre la fe cristiana en el mundo que nos ha tocado vivir. Podría reducirme a poner una foto sugestiva y un pie (tipo Instagram), pero prefiero seguir con “el esfuerzo del concepto”. Es claro que pertenezco a otra época. 

Como estaba previsto, ayer tuvimos nuestro encuentro Zoom de Cuaresma. Varios de los que suelen participar en este tipo de encuentros digitales no pudieron hacerlo a causa de otros compromisos.  Ensayamos por primera vez las salas virtuales para facilitar el diálogo entre cuatro o cinco personas. Creo que merece la pena seguir este método, pero es preciso dedicarle más tiempo. Aunque nos guste escuchar algunas explicaciones sobre un tema, me parece que la gran necesidad que estamos teniendo en este tiempo de pandemia es la comunicación. Muchas personas desean (incluso necesitan) compartir sin prisas lo que están viviendo. 

Es verdad que se podría hacer con los más cercanos, pero no siempre es fácil. El Rincón proporciona un espacio para un intercambio sereno en un ambiente de respeto y confianza. Podría decir que esto es un “efecto colateral” de la pandemia. En los cuatro primeros años del blog nunca organizamos encuentros de este tipo. El último año, obligados por las especiales circunstancias que estamos viviendo, nos hemos animado a hacerlo. Se trata, por lo general, de grupos en torno a 20/25 personas entre las que se va creando una relación de amistad que facilita el diálogo. Hay una gran diversidad de edades, mentalidad y procedencia, pero un común deseo de vivir la fe en profundidad.

Hace ya muchos años que se habla de “parroquias virtuales” y de diversas iniciativas pastorales en Internet. El año de la pandemia ha supuesto un empujón decisivo. A falta de los encuentros físicos y de las celebraciones presenciales, han cobrado fuerza las propuestas digitales. La proliferación es tan grande que uno podría pasarse todo el día conectado siguiendo charlas, webinars, misas, seminarios, conciertos, etc. Es como si muchos sacerdotes y agentes de pastoral nos sintiéramos casi obligados a montar nuestro “chiringuito virtual”. En principio, me parece que es bueno que haya una gran creatividad y que se busque responder a distintas necesidades y grupos de personas. 

Como sucede siempre, el paso del tiempo irá decantando las iniciativas que merecen la pena y dejará fuera las que son inconsistentes o efímeras. En este campo, como en otras esferas de la vida, lo más importante no es comenzar con entusiasmo, sino perseverar con constancia. En la entrada de ayer escribí precisamente sobre el valor de la perseverancia en un contexto tan cambiante como el actual. Creo que si este blog tiene algún mérito es el de abrir con regularidad sus puertas cada mañana, de manera que los lectores tengan la seguridad de que casi siempre van a encontrar “la entrada nuestra de cada día”. Un blog que solo se actualiza cada mes o cada dos meses pierde enseguida su interés. 

En fin, aprovecho la celebración de este lustro con todos vosotros para agradeceros vuestro apoyo y vuestras sugerencias y críticas. Y también ¡cómo no! – vuestra perseverancia. Buen fin de semana.