jueves, 11 de febrero de 2021

Como todos los días

Hace ya tiempo que no compongo ninguna canción. Bueno, en las semanas duras del confinamiento hice una versión rítmica del Cántico de las criaturas de Daniel para uso litúrgico. En mi comunidad solemos cantarla con entusiasmo cuando hay alguna fiesta importante. Hubo un tiempo lejano (cuando tenía entre entre 18 y 25 años) en que puse música a bastantes himnos litúrgicos y compuse un buen puñado de canciones de otro tipo. Quizá tenga que retomar esa vieja afición. Si hoy abro el baúl de los recuerdos es porque me ha venido a la mente una de las canciones que compuse siendo estudiante de teología. Es probable que mis compañeros de entonces todavía la recuerden a pesar de que llevamos mucho tiempo sin cantarla. Antes de compartir la letra, quisiera explicar el contexto en el que surgió porque puede parecerse al que algunos de los lectores de este Rincón viven hoy. 

Imaginemos un grupo de unos veinte estudiantes de teología, jóvenes de entre 20 y 25 años. Imaginemos que, de lunes a viernes, hacia las 8 de la tarde, se reúnen en la capilla de su comunidad para celebrar la eucaristía. Imaginemos que estamos a finales de los años 70 del siglo pasado, un tiempo en el que estaban de moda las “homilías compartidas”. Por mucha fe que uno tenga y por mucho entusiasmo juvenil que destile, llega un momento en que el demonio del cansancio y la rutina hace mella. En ese contexto, casi como una especie de exorcismo para combatir la tentación de reducir la eucaristía a un rito repetitivo e insignificante, nació esta canción. Como la inquietud la llevaba dentro, surgió casi de repente. No tuve que trabajarla mucho. Escribí la letra a lápiz sobre una hoja de cuaderno, cogí la guitarra, ataqué el Mi mayor… y voilà el resultado:

Que no falte el pan, que no falte el vino,
que nadie se sienta fuera de la mesa,
que hagamos un sitio para los amigos,
un sitio tan grande que abarque la tierra.

Como todos los días,
cuando llega la tarde,
unimos caminos junto a tu mesa.
Como todos los días,
las mismas caras,
las mismas palabras,
la misma fiesta.
Como todos los días,
como una familia,
aquí estamos para la cena.

El día que acaba ha sido un sendero,
un trozo de suelo quizá mal andado,
pero ahora sentimos cercano al Amigo,
sabemos con gozo quién nos ha invitado.

El estribillo repite tres veces la expresión “como todos los días” para hacer ver que la eucaristía formaba parte de nuestros hábitos cotidianos, era “nuestro pan de cada día”. La repetición del adjetivo “mismas” (mismas caras, mismas palabras, misma fiesta) acentuaba aún más la idea de continuidad y el riesgo de rutina doméstica. Todos éramos conscientes de ello. Y, sin embargo, en medio de esa repetición, queríamos que nuestra cena eucarística no se redujera a una especie de reunión de amigos que, como una noria, se limitan a dar vueltas a sus propios asuntos. Por eso cantábamos: “Que hagamos un sitio para los amigos, / un sitio tan grande que abarque la tierra”. En la pequeña mesa/altar de nuestra capilla cabían todas las personas y asuntos que llegaban hasta nosotros en tiempos en que dependíamos de la información proveniente de la radio, la televisión y los periódicos. No existían ni Internet, ni los móviles, ni las redes sociales. La eucaristía vespertina era una especie de banquete abierto a la realidad del mundo.

Por otra parte, en esa cena de familia (esta era la dimensión que entonces más se subrayaba, en detrimento quizá de otras que son muy importantes) lo esencial era tomar conciencia de su verdadero sentido. No siempre es posible celebrar la eucaristía con plena atención. No siempre las actitudes son las mejores. Lo que de verdad importa es saber por qué y, sobre todo, por quién celebramos. Por eso terminábamos la segunda estrofa cantando: “Pero ahora sentimos cercano al Amigo, / sabemos con gozo quién nos ha invitado”. Creo que eso era −y es− lo más importante: saber quién nos convoca, quién nos rehace cada día, quién mantiene viva nuestra esperanza.

Es probable que a veces tengamos la impresión de que la fe se vuelve una rutina, como el trabajo, el amor y casi todo en la vida. Es una tentación insidiosa porque cubre con la pátina gris de la mediocridad las cosas más nobles. Entonces, casi sin darnos cuenta, nos vamos volviendo un poco escépticos. Dejamos de vibrar y a veces de creer. No es raro escuchar eso de “la misa no me dice nada”. ¿Qué es lo que tendría que “decirnos”? Si nos dejamos llevar durante mucho tiempo por este demonio, acabamos recalando en la playa del nihilismo. Generalmente no hay nadie más descreído que quien ha sido alguna vez un férvido creyente, pero se ha dejado roer la fe por el gusano de la rutina y la falta de motivación. 

Aceptar que incluso las cosas más sagradas están sometidas a este cansancio, reconocer la monotonía de la vida con serena paciencia, permitir que a veces la única forma de fe sea el “estar ahí” (como María junto a la cruz)... es otra manera de seguir creyendo. Lo importante, más allá de los sentimientos pasajeros, es saber “quién nos ha invitado” a esta aventura del creer; es decir, quién sostiene nuestra vida. Entonces, lo que al principio nos parece una rutina casi insoportable (“como todos los días”) acaba siendo una expresión serena de amor y confianza, como la de los esposos ancianos que, tras muchos años de matrimonio, no esperan grandes cambios exteriores porque se saben muy unidos en su interior. No necesitan novedades para saber que cada día el amor es nuevo.

5 comentarios:

  1. Tendríamos que poder escuchar aunque no fuera directamente del compositor. O de él con un coro. Así podremos entrar mejor en la "filosofía" que encirre esa canción.
    Abrazo

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  2. Llevo toda la mañana tatareándola... Gracias Gundi, por hacerme recordar hoy esta sencilla, bonita y significativa creación que tanto entusiasmo y motivación despertaba en nosotros aquellos días monótonos y grises de nuestra época de Colmenar. "Que no falte un sitio para los amigos" nunca en nuestra memoria y en el corazón.
    Feliz día Gonzalo!
    Un fuerte abrazo

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  3. Qué recuerdos me vienen... Buenos tiempos. Nosotros la cantábamos muchas veces, también en los años de seminario pero de los años 80... Y después con grupos de jóvenes. No sabía que fuera tuya, jeje. Gracias por la reflexión que compartes. Saludos desde Ferrol, hermano.

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  4. Recuerdos de los años inmediatos al post concilio, años de mucha alegría y esperanza. Que nunca nos falte el Pan compartido en la comunidad, y la fe para ver en cada día la novedad del Amor creador que nos evita caer en la rutina.

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