miércoles, 24 de febrero de 2021

Era uno de los nuestros

Con Yohanes Maria Vianey en el aeropuerto de Surabaya (Indonesia)

[English below]

En el momento de escribir estas líneas la cifra oficial de muertos en todo el mundo a causa de la pandemia de Covid-19 asciende a 2.485.434. A la cabeza de esta macabra competición figuran los Estados Unidos con 502.660. En Italia tenemos 96.348; en España, 68.097. Y en un lejano y populoso país del Oriente Indonesia la cifra oficial de muertos es de 35.014. Uno de ellos, fallecido el pasado lunes 22, es el claretiano Yohanes Maria Vianey Lusi Emi. Tenía 48 años. Entre el 8 de abril de 2020, fecha en la que murió por Covid en España el primer claretiano, hasta hoy han fallecido alrededor de veinte de nuestros misioneros en España, México, Estados Unidos, Argentina, Panamá y ahora en Indonesia. Cuando las personas que mueren son desconocidas siempre tenemos la impresión de que la pandemia no tiene mucho que ver con nosotros. Cuando empieza a golpear a nuestros conocidos, amigos y familiares, entonces cobramos conciencia de que estamos ante un drama de consecuencias incalculables que toca nuestra vida. Confieso que cuando recibí la noticia en la tarde del lunes 22 me quedé sobrecogido. Vianey (como solíamos llamarlo) era una persona todavía joven (48 años), llena de entusiasmo y con una visión muy esperanzada de la vida. Había nacido en la isla indonesia de Flores en el seno de una familia cristiana. Tras completar la formación inicial en su país, fue enviado a Roma para estudiar en el Pontificio Instituto Bíblico, donde consiguió su licenciatura en Biblia después de batallar con el hebreo y el griego. Durante los cuatro años que pasó en Roma fui el responsable de su acompañamiento. Regresado a Indonesia, empezó a enseñar Biblia en Jogyakarta y a trabajar en la formación de los más jóvenes. Pronto fue designado superior mayor de la delegación claretiana de Indonesia-Timor Oriental, cargo que ejerció durante seis años. En la actualidad se encontraba en Kupang, la capital de la parte indonesia de la isla de Timor.

En los últimos 18 años tuve la oportunidad de encontrarme con él muchas veces, tanto en Indonesia como en Italia y en otros lugares. La última vez fue en enero del año pasado en Chile. Tendríamos que habernos encontrado nuevamente en julio en su país, pero, debido a la pandemia, tuve que cancelar mi viaje a Indonesia. Pequeño de estatura como san Antonio María Claret, tenía su ímpetu misionero y su visión dilatada. De hecho, se había ofrecido recientemente para ser enviado a cualquier parte del mundo donde fuera más necesaria su presencia. El virus ha truncado una vida misionera y académica muy prometedora. Quienes creemos en la “comunión de los santos” sabemos que ahora puede hacer más por la misión que lo que hacía mientras estaba físicamente entre nosotros. Para la joven delegación de Indonesia-Timor Oriental, que tiene menos de 30 años de existencia, su muerte supone una gran pérdida. Él pertenecía a la primera generación de claretianos autóctonos. No es, sin embargo, el primero en morir. Antes que él, han fallecido otros, incluso más jóvenes. De hecho, en el amplio recinto de la casa de formación de Kupang, hay un hermoso cementerio llamado “Jardín de la Resurrección”. Cuando se bendijo hace unos años, yo les dije que me parecía una provocación, dado que todos los miembros eran entonces muy jóvenes. Ellos esbozaron una sonrisa, como diciendo: “Usted no sabe que aquí la expectativa de vida no es tan alta como en Europa”. El tiempo les ha dado la razón.

Con Vianey y otros claretianos indonesios en el santuario de Oebelo (Kupang, Indonesia)

Quienes en los últimos meses han perdido a alguna persona conocida y querida a causa del Covid saben muy bien qué tipo de sentimientos suelen acompañar esta experiencia. Al dolor de la muerte, se une la tristeza de no poder celebrar un funeral con la tranquilidad y participación que serían deseables. En otras palabras, al dolor del Viernes Santo, se une la tristeza del Sábado Santo. Por eso, porque no podemos permanecer en un eterno sábado silencioso y triste, necesitamos creer en la fuerza renovadora de la Pascua. Llevamos un año viviendo una prolongada Semana Santa. Muchas personas se quejan de que también en 2021 nos vamos a quedar sin Semana Santa. Se refieren a que en muchos lugares se han suprimido las procesiones callejeras y otras manifestaciones devocionales. Yo creo que nunca como en estos meses hemos vivido una Semana Santa más existencial y auténtica. No hemos necesitado organizar procesiones porque nos venían ofrecidas por los furgones que transportaban los cadáveres de miles de personas que iban cayendo cada día. No hemos necesitado largas ceremonias litúrgicas porque la vida misma se ha convertido en una gran liturgia en la que hemos revivido, con más realismo que nunca, que Jesús sigue muriendo, siendo sepultado y resucitado en las vidas de más de medio millón de personas en todo el mundo. 

Querido Vianey, muchas gracias por tu testimonio misionero. Le pido a Dios que, así como te ha permitido configurarte con Cristo en su muerte joven, te haga participar también de su resurrección gloriosa. Descansa en paz.

Con Vianey en una ceremonia de bienvenida

He was one of us

At the time of writing, the official death toll worldwide as a result of the Covid-19 pandemic stands at 2,485,434. In Italy we have 96,348; in Spain, 68,097. And in a distant populous country in the East - Indonesia - the death toll is 35,014. One of them, who died last Monday, is the Claretian Yohanes Maria Vianey Lusi Emi. He was 48 years old. Between April 8, 2020, the date on which the first Claretian died for Covid in Spain until today around twenty of our missionaries have died in Spain, Mexico, United States, Argentina, Panama, and now in Indonesia. When the people who die are strangers we always have the impression that the pandemic does not have much to do with us. When it begins to strike our acquaintances, friends, and relatives, then we become aware that we are facing a drama of incalculable consequences. I confess that when I received the news on the afternoon of Monday the 22nd, I was shocked. Vianey (as we used to call him) was still young (48 years old), full of enthusiasm, and with a very hopeful outlook on life. He was born on the Indonesian island of Flores into a Christian family. After completing his initial formation in his country, he was sent to Rome to study at the Pontifical Biblical Institute, where he obtained his licentiate in Bible after struggling with Hebrew and Greek. During the four years he spent in Rome, I was responsible for accompanying him. When he returned to Indonesia, he began to teach Bible in Jogyakarta and to work in the formation of the younger ones. Soon he was appointed major superior of the Claretian delegation of Indonesia-East Timor, a position he held for six years. At present, he was in Kupang, the capital of the Indonesian part of the island of Timor. 

In the last 18 years, I had the opportunity to meet him many times, both in Indonesia and in Italy, and elsewhere. The last time was in January last year in Chile. We were supposed to meet again in July in his country, but due to the pandemic, I had to cancel my trip to Indonesia. Small in stature like St. Anthony Mary Claret, he had his missionary impetus and his dilated vision. In fact, he had recently offered to be sent to any part of the world where his presence was most needed. The virus has cut short a very promising missionary and academic life. Those of us who believe in the "communion of saints" know that he can now do more for the mission than he did while he was physically among us. For the young delegation of Indonesia-East Timor, which is less than 30 years old, his death is a great loss. He belonged to the first generation of indigenous Claretians. However, he is not the first to die. In fact, in the large compound of the formation house in Kupang there is a beautiful cemetery called "Resurrection Garden". When it was blessed a few years ago, I told them that I thought it was provocative, since all the members were then very young. They smiled as if to say: "You don't know that life expectancy here is not as high as in Europe". Time has proven them right. 

Those who in the last few months have lost someone known and loved because of Covid know very well what kind of feelings usually accompany this experience. To the pain of death, there is the sadness of not being able to celebrate a funeral with the tranquility and participation that would be desirable. In other words, to the pain of Good Friday, there is the sadness of Holy Saturday. Therefore, because we cannot remain in an eternal silent and sad Saturday, we need to believe in the renewing power of Easter. We have been living a prolonged Holy Week for a year now. Many people complain that also in 2021 we are going to be without Holy Week. They refer to the fact that in many places the street processions and other devotional manifestations have been suppressed. I believe that never as in these months we have lived a more existential and authentic Holy Week. We have not needed to organize processions because they were offered to us by the vans that transported the corpses of thousands of people who were falling every day. We have not needed long liturgical ceremonies because life itself has become a great liturgy in which we have relived, more realistically than ever, that Jesus is still dying, being buried, and resurrected in the lives of more than half a million people around the world. 

Dear Vianey, thank you very much for your missionary witness. I pray that, just as God has allowed you to be configured to Christ in his young death, He will also allow you to participate in his glorious resurrection. May you rest in peace. 

Embarcando rumbo a Kupang, Indonesia


2 comentarios:

  1. El dolor y la tristeza no viene por la muerte en sí misma. Quienes creemos somos conscientes de su inevitabilidad aunque más de que no es el fin. La pena viene de las espectativas puestas en esas personas que de manera inesperada, a temprana edad aún, parten a la otra vida. Mi intención quiere ser de agradecimiento a Dios por haber puesto en nuestro camino a personas tan valiosas y aún con lágrimas, no perder la alegría por ello y porque seguramente a cada uno de nosotros nos quedan cosas por hacer. Gracias Vianey por tu vida y gracias Gonzalo por alimentarme casi a diario con tus experiencias y pensamientos. Un abrazo

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