jueves, 25 de febrero de 2021

Crea en mí un corazón puro

[English below]

La Iglesia recita todos los viernes en su oración matinal el salmo 50, conocido como el salmo Miserere. A base de recitarlo todas las semanas, me lo sé de memoria, tanto en su versión española como italiana. Es un salmo que pone palabras a una de las experiencias humanas más hondas e inefables: la de sabernos pecadores perdonados. Los dos elementos (el pecado y el perdón) se viven hoy con acentos nuevos. Me gustaría saber cómo recita un joven de 20 años este viejo salmo judío. ¿Se reconoce en sus palabras o le parecen alejadas de su mundo? ¿Tiene algún sentido seguir hablando de pecado en un contexto en el que no nos medimos ante Dios (coram Deo), sino, a lo sumo, ante nosotros mismos (conspectu meo)? El salmo usa verbos como borrar (la culpa), lavar (el delito), limpiar (el pecado). Y también verbos como alegrar, renovar, afianzar, librar, cantar y proclamar. Por una parte, expresa el pesar que uno siente cuando se ha alejado de Dios y, por otra, la alegría de la vuelta a casa. No estoy seguro de que los hombres y mujeres de hoy estemos viviendo a fondo estos dos movimientos que marcan el camino de la conversión.

Es verdad que tenemos conciencia de nuestros errores, fallos y debilidades. En ocasiones, somos también muy sensibles a las heridas que hemos infligido a los demás con nuestros desprecios, palabras ofensivas o acciones egoístas. Pero de ahí a hablar de pecado hay un trecho que no siempre sabemos cómo recorrer. Hemos asociado tanto esta palabra a determinadas acciones aprendidas de niños que nos cuesta imaginar en qué consiste de verdad el pecado. ¿Se trata solo de haber quebrantado alguno de los diez mandamientos que aprendimos de memoria antes de hacer la primera comunión? En el pasado se decía que los cristianos teníamos obsesión con el sexo y que todos los pecados graves entraban en esta categoría. Hoy parece que la estimativa va en la línea de los pecados sociales y económicos. De hecho, me llaman la atención los comentarios que muchas personas hacen cuando se refieren a los comportamientos negativos de algunos personajes públicos: “No me importa nada lo que haya hecho de cintura para abajo, pero que devuelva el dinero que ha robado”. Hemos pasado de hacer del sexo un tabú a considerarlo casi algo banal. Pero en ningún caso nos consideramos pecadores porque eso supondría que tenemos conciencia de que estamos llamados a responder ante Dios y no solo ante la propia conciencia o la opinión ajena. ¿Cómo vamos a sentirnos pecadores si hace tiempo que ni siquiera nos consideramos creyentes? El pecado no es la mera transgresión de una norma o un difuso sentimiento de culpa por el mal cometido, sino una actitud consciente de huida de Dios y de repliegue sobre nosotros mismos. Me parece que nuestro gran pecado contemporáneo es el olvido, no querer saber nada de quien nos ha creado y redimido, vivir etsi Deus non daretur (“como si Dios no existiera”).

Si no sentimos la necesidad de abrirnos a la misericordia de Dios, no debería resultarnos extraño que no experimentemos “la alegría de la salvación”. Creo que la razón más profunda de la tristeza difusa que muchas personas viven es la falta de una verdadera experiencia de perdón. Van por la vida escondiendo debajo de la alfombra los “cadáveres” de la mentira, la traición, el desprecio, la rabia, el odio y la venganza. Cuando pretendemos ventilar los demonios de nuestra vida en la soledad de nuestra conciencia, acabamos prisioneros de nosotros mismos. Nadie nos juzga es verdad pero tampoco nadie nos perdona. Mantenemos impoluta nuestra imagen, pero perdemos el sentido de la realidad. No nos atrevemos a confesar nuestra falta de autenticidad. Quizá no sabemos que reconocernos pecadores no significa abdicar de nuestra dignidad, humillarnos de manera patológica, sino aceptar que no hemos estado a la altura de nuestra más noble vocación, que no hemos sido nosotros mismo ante Dios. Y, en un ejercicio de sinceridad y humildad, abrirnos a la misericordia de un Padre que puede crear en nosotros un corazón puro. No hay nadie más feliz en este mundo que un pecador perdonado. Este es quizá el mensaje central de la Cuaresma. El salmo 50 nos ayuda a interiorizarlo con palabras de ayer que siguen siendo palabras de hoy. Podríamos ser mucho más felices si no tuviéramos miedo de llamar a las cosas por su nombre y de dejarnos purificar por el único que juzga sin destruir, perdona sin humillar y recrea sin prescindir de nuestra libertad.

 Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

 

A clean heart create for me, God

The Church recites Psalm 50, known as the Miserere Psalm, every Friday morning prayer. From reciting it every week, I know it by heart, both in Spanish and Italian. It is a psalm that puts words to one of the deepest and most ineffable human experiences: that of knowing that we are forgiven sinners. The two elements (sin and forgiveness) are lived today with new accents. I would like to know how a young man of 20 recites this old Jewish psalm. Does he recognize himself in its words or do they seem far removed from his world? Does it make any sense to keep talking about sin in a context in which we do not measure ourselves before God (coram Deo), but, at most, before ourselves (conspectu meo)? The psalm uses verbs such as erase (guilt), wash away (crime), cleanse (sin). And also verbs such as rejoice, renew, strengthen, deliver, sing, and proclaim. On the one hand, it expresses the regret one feels when one has turned away from God and, on the other hand, the joy of the homecoming. I am not sure that today's men and women are living these two movements that mark the path of conversion to the full.

It is true that we are aware of our mistakes, failures, and weaknesses. At times, we are very sensitive to the wounds we have inflicted on people with our contempt, offensive words, or selfish actions. But from there to speaking of sin is a long way that we do not know how to go. We have associated this word so much with certain actions learned as children that it is difficult for us to imagine what sin really consists of. Is it only a matter of having broken one of the ten commandments we learned by heart before making our first communion? In the past, it was said that Christians were obsessed with sex and that all serious sins fell into this category. Today it seems that the estimation is along the lines of social and economic sins. In fact, I am struck by the comments that many people make when referring to the negative behavior of some public figures: "I don't give a damn what he or she has done from the waist down, but let him or her return the money he or she has stolen". We have gone from making sex a taboo to considering it almost banal. But in no case do we consider ourselves sinners because that would mean that we are aware that we are called to answer to God and not only to our own conscience or the opinion of others. How can we feel sinners if we have not even considered ourselves believers for a long time? Sin is not the mere transgression of a norm or a diffuse feeling of guilt, but a conscious attitude of fleeing from God and turning in on ourselves. It seems to me that our great contemporary sin is forgetfulness, not wanting to know anything about the one who created and redeemed us, living etsi Deus non daretur ("as if God did not exist").

If we do not feel the need to open ourselves to God's mercy, we should not find it strange that we do not experience "the joy of salvation". I believe that the deepest reason for the diffuse sadness that many people experience is the lack of a true experience of forgiveness. They go through life sweeping under the rug the "corpses" of lies, betrayal, contempt, anger, hatred, and revenge. When we pretend to vent the demons of our life in the solitude of our conscience, we end up prisoners of ourselves. No one judges us - it is true - but no one forgives us either. We keep our image untainted, but we lose our sense of reality. We dare not confess our lack of authenticity. Perhaps we realize that recognizing ourselves as sinners does not mean abdicating our dignity, humiliating ourselves in a pathological way, but accepting that we have not lived up to our most noble vocation, that we have not been ourselves before God. And, in an exercise of sincerity and humility, to open ourselves to the mercy of a Father who can create in us a pure heart. There is no one happier in this world than a forgiven sinner. This is perhaps the central message of Lent. Psalm 50 helps us to internalize it with words of yesterday that are still words of today. We could be much happier if we were not afraid to call things by their name and to allow ourselves to be purified by the only One who judges without destroying, forgives without humiliating, and recreates without dispensing with our freedom.

 Psalm 50

Have mercy on me, God, in accord with your merciful love;
in your abundant compassion blot out my transgressions.
Thoroughly wash away my guilt;
and from my sin cleanse me.

For I know my transgressions;
my sin is always before me.
Against you, you alone have I sinned;
I have done what is evil in your eyes
So that you are just in your word,
and without reproach in your judgment.

Behold, I was born in guilt,
in sin my mother conceived me.
Behold, you desire true sincerity;
and secretly you teach me wisdom.

Cleanse me with hyssop, that I may be pure;
wash me, and I will be whiter than snow.
You will let me hear gladness and joy;
the bones you have crushed will rejoice.

Turn away your face from my sins;
blot out all my iniquities.
A clean heart create for me, God;
renew within me a steadfast spirit.

Do not drive me from before your face,
nor take from me your holy spirit.
Restore to me the gladness of your salvation;
uphold me with a willing spirit.

I will teach the wicked your ways,
that sinners may return to you.
Rescue me from violent bloodshed, God, my saving God,
and my tongue will sing joyfully of your justice.

Lord, you will open my lips;
and my mouth will proclaim your praise.
For you do not desire sacrifice or I would give it;
a burnt offering you would not accept.

My sacrifice, O God, is a contrite spirit;
a contrite, humbled heart, O God, you will not scorn.
Treat Zion kindly according to your good will;
build up the walls of Jerusalem.

Then you will desire the sacrifices of the just,
burnt offering and whole offerings;
then they will offer up young bulls on your altar.

1 comentario:

  1. En general, cuesta el reconocimiento de cuales acciones podemos darles el nombre de “pecado”… Es muy fácil ir encontrando justificaciones que, poco a poco, van “matando” la sensibilidad y cuesta de entender y dar el paso a “la conversión”.
    Hace unos años había una uniformidad en los conceptos, ahora, cada cual tiene su concepto de pecado o su ausencia… Tienes razón en que no nos medimos ante Dios, nos medimos ante nosotros mismos y luego todo se relativiza.
    Creo que hay una falta de sensibilidad, tanto para reconocer el pecado como para vivir la alegría de ser perdonado.
    Gracias por toda la reflexión que da para mucho.

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.