viernes, 26 de julio de 2024

¡Vivan los abuelos!


Tuve la suerte de conocer a un bisabuelo, dos abuelos y una abuela y de presidir como sacerdote el funeral de los tres últimos. Viví una relación muy prolongada y afectuosa con ellos, así que hoy celebro con alegría y gratitud el Día de los Abuelos en la memoria de los santos Joaquín y Ana, los padres de la Virgen María y “abuelos” de Jesús. Precisamente ayer estuve compartiendo la comida con unos amigos míos, sus hijas, sus yernos y sus tres nietos. Pude comprobar una vez más cómo los abuelos se transforman ante la presencia de los nietos. 

Es como si, cansados de haber batallado en la educación de sus hijos, sacaran de su bodega los mejores recursos afectivos sin tener que cargar con la responsabilidad de ser los educadores principales. Esto les permite combinar la ternura y la libertad en dosis que no usaron con sus hijos. La relación abuelo-nieto se caracteriza por el binomio gratificación-libertad. Viene a ser una sutil alianza contra un “enemigo” común: los hijos de los abuelos (es decir, los padres de los nietos). Me divertí mucho comprobando cómo funcionan estos juegos psicológicos sin que los protagonistas sean muy conscientes.


Hoy muchas familias jóvenes en las que los dos cónyuges trabajan fuera del hogar dependen mucho de los abuelos para el cuidado de los hijos. Hay abuelos y abuelas que los llevan al colegio, supervisan las comidas, los acompañan a algunas actividades extraescolares o al pediatra y se hacen cargo de ellos cuando los padres tiene que viajar por motivos laborales o recreativos. He conocido más de un caso en que la abuela se ha convertido en catequista de sus nietos, dado que los padres pertenecían a la generación de parejas secularizadas que tienen a gala no educar a sus hijos en la fe “para que decidan libremente cuando sean mayores”. 

Los abuelos, bastante más sabios que sus hijos, saben que no se pueden cosechar frutos donde no se han sembrado semillas de calidad. Son verdaderos profetas en tiempos de confusión. Los abuelos, además, aportan una estabilidad afectiva en los casos de padres separados o divorciados. Son ellos quienes, libres de vaivenes emocionales, aseguran un amor exento del “mercadeo” que a veces caracteriza el amor de los padres separados. En casos extremos, los hijos se utilizan como armas arrojadizas o como chantajes afectivos. Los abuelos tienen que salir al paso de estas trampas para minimizar, con tacto y paciencia, su impacto negativo en los más pequeños.


No he dicho nada del aspecto económico, pero, cuando las jóvenes familias viven una situación precaria, son también los abuelos quienes, con sus ahorros o sus pensiones, salen al rescate. Así que, ante la mole inmensa de méritos, está bien que haya un día al año en que los abuelos salten al primer plano. Sus aportes suelen ser tan positivos que pierde importancia el hecho de que a veces “malcríen” a los nietos con una permisividad excesiva o que de vez en cuando se entrometan más de la cuenta en las relaciones entre padres e hijos. ¡Peccata minuta en comparación con su generosidad a prueba de bomba! 

Sin los abuelos, muchos niños de hoy crecerían dando tumbos, mímesis perfectas de padres que viven en la confusión y en la volatilidad. Son los abuelos quienes proporcionan algunas convicciones sólidas con respecto a la vida, afectos generosos y tiempo de calidad. Los abuelos son una especie de “complejo vitamínico” que enriquece una educación familiar que a menudo deja bastante que desear porque los padres modernos no disponen ni de tiempo ni de recursos para cultivarla como les gustaría. ¡Vivan los abuelos!

jueves, 25 de julio de 2024

No será así entre vosotros


Del evangelio que se lee en esta solemnidad de Santiago, apóstol, patrono de España, destaco una frase de Jesús: “No será así entre vosotros”. Un amigo mío, allá por el año 2017, cuando el auge de Podemos como partido político, se fijaba más bien en la respuesta que Santiago y Juan dan a la pregunta de Jesús: “¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?”. La contundente afirmación de los dos hermanos le parecía el acta fundacional del partido podemita. En efecto, Santiago y Juan respondieron al unísono: “Podemos”. El paso del tiempo ha demostrado, una vez más, que quien pretende escalar el cielo con aires prometeicos acaba en el infierno. 

Bromas aparte, Jesús trata de compartir con los suyos una enseñanza que nunca acabamos de comprender y menos de hacer nuestra. Parte de una constatación tan vieja como los seres humanos: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen”. Esta tiranía y esta opresión a veces revisten formas descaradamente autoritarias y dictatoriales; otras se disfrazan de formas democráticas, pero, en el fondo, todas entienden el poder como dominación. Se trata de imponer a los demás, por la fuerza de las armas, del dinero, de los medios de comunicación o de los votos, el propio criterio. Jesús no se anda con rodeos: “No será así entre vosotros”. El poder de dominio no tiene cabida en la comunidad cristiana.


¿Cuál es entonces la alternativa? ¿Cómo deberían ser las cosas? También Jesús es claro: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo”. ¿Qué líder político, académico, empresarial o eclesial no comienza el ejercicio de su cargo diciendo que ha venido para servir? ¡Hasta el Papa se denomina servus servorum Dei! El vocabulario del servicio a los ciudadanos es de uso común. Y, sin embargo, pocos son los casos en los que vemos líderes que son verdaderos servidores de los demás. Lo más frecuente es encontrar a personas que se sirven del poder para sus intereses personales o corporativos o, a lo más, que se comportan como grises funcionarios que realizan una tarea remunerada pero sin conciencia de servicio. 

En el lenguaje de Jesús, servir significa “dar la vida”; es decir, desgastarse por los demás, preocuparse por atender sus necesidades, anteponer los intereses públicos a los privados. ¿Aprendieron Santiago y Juan esta lección? Parece que no les fue fácil. Su misma madre tenía otro modo más humano de ver las cosas. De hecho, según la versión de Mateo, fue ella la que con cierta arrogancia le dice a Jesús: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.


La historia nos confirma que fue Santiago el primero en derramar la sangre por el Maestro y el evangelio en el año 44. Acabó entendiendo muy bien qué significa “dar la vida” (es decir, servir). Sobre su improbable venida a España y sobre la extraordinaria tradición de peregrinaje a Santiago de Compostela he escrito en otras entradas de este blog. Este año quisiera contemplar a Santiago como el ejemplo de discípulo que es capaz de hacer una peregrinación interior desde el poder de dominio al poder de servicio. Contemplado desde esta perspectiva, Santiago bien pudiera ser el patrono de los líderes laicos y religiosos. 

Mi país, España, lo tiene como patrono. En algunos momentos de nuestra multisecular historia lo hemos contemplado como el “matamoros”. En fidelidad al evangelio, mejor sería contemplarlo como el discípulo que ha aprendido a servir y dar su vida imitando a Jesús. En un momento tan complejo como el que mi país vive ahora, con partidos y líderes que buscan sus intereses particulares y pierden la perspectiva del conjunto, Santiago nos enseña a “dar la vida” para que los demás puedan vivir mejor. No me resigno a creer que, tanto en la política como en la comunidad cristiana, no pueda haber personas con estos valores. A primera vista no son muy visibles, pero los buenos servidores se caracterizan precisamente por su discreción y eficacia, alejados de los focos mediáticos. Que Santiago los proteja y estimule. 

miércoles, 24 de julio de 2024

Será culpa del calor


No es fácil concentrarse en el trabajo cuando el termómetro marca 38 grados y en algunas zonas 40. Desde ayer, Madrid es un horno. He pasado la mañana en San Lorenzo del Escorial. También allí el calor era asfixiante. Quien se lo pueda permitir, huirá durante el próximo puente de Santiago. Pienso en las personas que residen en viviendas mal acondicionadas. Sé que hay algunos a los que les gusta el calor. A mí me mata, pero, antes de matarme, me pone de mal humor, así que procuro defenderme como puedo. Evito salir a la calle en las horas más calurosas. 

Incluso a las 7 de la mañana, que es ahora mi tiempo de paseo, se nota ya el agobio. Si a eso se añade la suciedad de algunas calles, es difícil empezar el día con buen humor. No entiendo por qué muchas personas arrojan al suelo latas de bebidas, cajetillas de tabaco vacías y todo tipo de desperdicios teniendo abundantes papeleras a unos cuantos metros. En las escalinatas de algunos lugares emblemáticos hay botellines de cerveza y chicles pegados. Los empleados de la limpieza urbana no dan abasto, sobre todo en los alrededores de la Puerta del Sol, Callao y Gran Vía. Aunque todos podemos cometer descuidos, observo que en la mayoría de los casos se trata de grupos de adolescentes y jóvenes, los mismos que suelen decir: “¡Para eso hay gente que barre!”.


Me enoja esta falta de civismo. Madrid podría ser una ciudad preciosa -de hecho, lo es- pero cada vez está más descuidada. Las hordas de turistas y el incivismo de muchos locales la van deteriorando poco a poco. ¡Con lo fácil que sería mantenerla limpia y cuidada si todos pusiéramos algo de nuestra parte! Supongo que esas mismas personas que arrojan al suelo tantos desperdicios no harán lo mismo en sus casas. Algo parecido podría decirse de quienes pasean infinidad de perros por las calles. Hay algunos que van provistos de lo necesario para recoger los excrementos, pero en la mayoría de los casos los canes hacen lo que les place sin que sus dueños se preocupen lo más mínimo. ¡Al fin y al cabo, la ciudad no es de nadie! 

Hace un par de semanas vi este aviso en un pueblo de Cataluña: “El perro es tuyo, pero la caca es de todos”, escrito en catalán naturalmente: “El gos és teu, però la caca és de tots” (o algo parecido). En fin, que el calor excesivo hace que todavía lleve peor el olor a orina en algunos lugares y la sensación de que cada uno hace de su capa un sayo. Si -lo que no va a suceder- se me ocurriera llamar la atención a alguien, me imagino la cascada de insultos que recibiría. El incivismo se ha adueñado de los espacios públicos y nadie puede rechistar. ¡A ver si baja la temperatura cuanto antes!

lunes, 22 de julio de 2024

El amor de mi alma


Me gusta que la liturgia nos proponga como primera lectura de la fiesta de santa María Magdalena un breve fragmento del Cantar de los Cantares. La esposa busca con ahínco al “amor de su alma”. Para María de Magdala Jesús fue “el amor de su alma”. También ella lo buscaba con toda la fuerza del amor. En el evangelio de Juan, Jesús se dirige a ella con estas palabras: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?”. La segunda pregunta es intemporal. También hoy Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros a quién buscamos. No se trata de buscar algo (qué), sino de buscar a alguien (quién). 

Tras la renuncia del católico Joe Biden, los demócratas de Estados Unidos buscan a un nuevo candidato a la presidencia de su país. No disponen de mucho tiempo. Los católicos de ese país celebran un multitudinario congreso eucarístico en el que buscan descubrir la fuerza de Jesús eucaristía. Aquí, en España, miles de personas buscan algunas ofertas de última hora para organizar sus vacaciones estivales. Quienes acuden al programa televisivo First Dates buscan también, a veces con palabras parecidas a las del Cantar de los Cantares, al amor de su vida. De formas muy distintas, todos en la vida buscamos algo/alguien, aunque a veces digamos que estamos satisfechos con lo que ya tenemos.


En este juego constante de búsquedas y encuentros, de ausencias y presencias, de tristezas y alegrías, ¿podríamos decir que Jesús es “el amor de nuestra alma”? Solo los místicos se atreven a expresar su fe en términos tan afectivos. San Juan de la Cruz se expresa son falsos pudores: “¿Adónde te escondiste, / Amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, / habiéndome herido; / salí tras ti clamando, y eras ido”. A los pastores les dice que “si por ventura vierdes / aquel que yo más quiero, / decidle que adolezco, peno y muero”. 

Para la esposa (es decir, para el propio Juan de la Cruz), el Amado (es decir, Jesús) es “aquel que yo más quiero”. La pregunta adquiere ahora otro tono: ¿Es Jesús para nosotros “aquel que yo más quiero”? Y, si es así, ¿cómo estamos cultivando esa relación? El mismo Juan de la Cruz aclara que la dolencia de amor no se cura “sino con la presencia y la figura”. Necesitamos de alguna manera “experimentar” que Jesús está verdaderamente presente en nuestra vida. Necesitamos reconocer los “lugares” en los que él se hace el encontradizo con nosotros.


Creo que podemos encontrar al “amor de nuestra alma” en muchos lugares, pero hay dos que, en el contexto actual, cobran un relieve extraordinario: el sacramento de la Eucaristía y el “sacramento” del pobre. La adoración eucarística -tan apreciada hoy por muchos jóvenes- no es un residuo devocional de tiempos pasados en los que apenas se daba importancia a la celebración eucarística. Tampoco es una “reliquia” visible de Jesús que sustituye al sacramento invisible. Es un eslabón esencial de la cadena eucarística que nos habla de la Eucaristía-sacrificio, la Eucaristía-comunión y la Eucaristía-presencia. Así entendida, la adoración eucarística, en su extremada sencillez, nos ayuda a dejarnos mirar por “el amor de nuestra alma” hasta el punto de ser transformados por él. 

Y algo parecido sucede cuando nos dejamos tocar por las personas necesitadas. Entonces, aunque no seamos conscientes de ello, es Jesús mismo quien nos toca y nos cura desde su fragilidad. No somos nosotros los que hacemos cosas en favor de los pobres, sino que ellos nos transforman por dentro porque nos ponen en relación con el Jesús que sigue sufriendo en la carne de quienes pasan necesidad o son excluidos por cualquier causa. Aquí se abren dos caminos espaciosos para nutrir nuestra fe en tiempos en los que es más fácil dejarse arrastrar por la rutina o el cansancio que por el amor. 

domingo, 21 de julio de 2024

¿Compasión o programa?


Confieso que me encanta el pasaje del evangelio de Marcos que leemos en este XVI Domingo del Tiempo Ordinario. El mismo Jesús que ha enviado a sus discípulos en misión por los pueblos del entorno del lago de Genesaret, les invita ahora “a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Esta invitación suena muy refrescante en medio de las vacaciones. Hay muchos directores de ejercicios espirituales que los comienzan citando este texto. Parece que “descansar un poco” es un derecho de todo evangelizador que se ha desgastado en la misión. Yo mismo he dedicado mi carta de julio como director en la revista Vida Religiosa a este asunto. 

Hoy somos muy sensibles a la importancia y necesidad del descanso como actividad espiritual. Algunos van más allá y colocan el “derecho a las vacaciones” por encima de cualquier otro compromiso. No es el caso de Jesús. Él, que había sido el organizador del retiro con sus discípulos, no tiene ningún inconveniente en romper el programa para atender a la gente “porque andaban como ovejas sin pastor”. El texto griego indica no solo que “sintió compasión”, sino que “se le removieron las entrañas”. En esto se distingue claramente el “pastor” Jesús de esos otros pastores “que dispersan y dejan perecer las ovejas”, como denuncia en la primera lectura el profeta Jeremías. Jesús es el verdadero pastor que “reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra”.


A la luz del mensaje de este domingo, creo que, a los cuatro principios de discernimiento que el papa Francisco nos ofrece en la exhortación apostólica Evangelii gaudium (el tiempo es superior al espacio [222-225]; la unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]; la realidad es más importante que la idea [231-233]; el todo es superior a la parte [234-237]), habría que añadir un quinto: “la compasión va más allá del programa”. 

Aunque no aparece en el fragmento del capítulo de Marcos que leemos hoy, los discípulos no son muy partidarios de este quinto principio. Ellos quieren ser fieles al programa que les había propuesto Jesús. Quieren descansar de sus muchas tareas apostólicas. Consideran la presencia de la gente como un obstáculo; por eso, le piden al Maestro que la despida para que se vayan a las aldeas cercanas a proveerse de comida. Se comportan como pastores “modernos”, que privilegian el programa sobre la compasión, justamente lo contrario de lo que hace Jesús. No es difícil hacer algunas aplicaciones a lo que hoy vivimos en nuestras familias y comunidades.


¿Qué significa hoy “tener compasión”? ¿Qué realidades nos “remueven las entrañas”? Para algunos, la palabra compasión debería ser proscrita del diccionario porque indica una actitud de superioridad moral que casa mal con la esencial igualdad de los seres humanos. Quien se compadece parece situarse por encima de la persona compadecida. Y, sin embargo, la compasión no tiene nada que ver con eso. Expresa un “sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien” (RAE). Significa, pues, ponerse al nivel de la otra persona, sentir con ella, experimentar sus necesidades, percibir su vulnerabilidad. Ese “ponerse al lado” es seguramente lo mejor que podemos hacer. Solo desde esa actitud podemos imaginar luego otros servicios que respondan a lo que la persona necesita y requiere.

Jesús “se puso a enseñarles con calma”. En nuestro caso, la reacción dependerá de la propia realidad. Para una persona con un mínimo de sensibilidad resulta imposible no “sentir compasión” hoy de los miles de inmigrantes que llegan a nuestras costas después de haber atravesado el desierto del Sahara en condiciones infrahumanas. O de quienes no encuentran una vivienda digna porque los alquileres están por las nubes. O de quienes padecen violencia doméstica, viven solos sin desearlo, no llegan a fin de mes o no encuentran razones para levantarse cada mañana. No sé si tenemos “programas” para responder a tantas necesidades, a tantas personas que andan por la vida “como ovejas sin pastor”. Lo que sí sé es que Jesús no permanecería indiferente. También hoy se le removerían las entrañas. Sus discípulos no podemos echarnos atrás o marear la perdiz perdiéndonos en programas que no acaban de llegar al corazón de las personas y que solo sirven para engordar el monstruo burocrático y tranquilizar nuestra conciencia. 


sábado, 20 de julio de 2024

El cansancio de la fe


Hay mucha gente de vacaciones. ¡Y eso que todavía no estamos en agosto, el mes por antonomasia del “cerrado por vacaciones”! Yo sigo en Madrid, disfrutando de unos llevaderos 28 grados. Las actividades pastorales de las parroquias se han reducido al mínimo. En la misa matutina de las 8,30 en el santuario del Corazón de María todavía hay un grupo de unas cincuenta personas. Algunas tiran de abanico o se acercan todo lo que pueden a los ventiladores que hay en los pasillos laterales. Admiro a quienes comienzan la jornada celebrando la eucaristía. Hay un señor que se acerca a recibir la comunión en su silla de ruedas eléctrica. El pasillo central de la iglesia se convierte por unos minutos en una autopista eucarística. 

De vez en cuando, me gusta sentarme en los bancos de la iglesia y participar de la Eucaristía como un fiel más. Así comprendo mejor cómo suenan las lecturas y las homilías de mis compañeros sacerdotes, cómo se vive el misterio desde la bancada de quienes no presiden, pero celebran. Os puedo asegurar que no es lo mismo ver la asamblea desde el presbiterio que sentirse parte de ella acomodado en uno de los bancos. Uno de los riesgos más evidentes es la desconexión. Si la acústica de la iglesia no es buena y quienes leen no vocalizan bien, entonces es muy fácil cansarse y distraerse. Desde abajo, entiendo muy bien las quejas de algunas personas. Se convierten en un acicate para cultivar con más sencillez y belleza el “arte de celebrar”.


Pero el problema es más de fondo. No solo corremos el riesgo de cansarnos de las celebraciones, sino de cansarnos de creer. Esa es la impresión que tienen a menudo muchos cristianos asiáticos y africanos que vienen a Europa. Nos ven cansados, como si la fe supusiera para nosotros un fardo más que una fuente de alegría. Les extraña, por ejemplo, que muchos fieles exijan a sus párrocos que la misa dominical no dure más de 30 o 40 minutos cuando en la mayor parte de las parroquias africanas no baja de hora y media. Les extraña que “aguantemos” la misa en vez de “disfrutarla”. Les extraña que cuestionemos todo lo relativo a la fe como incomprensible e incluso obsoleto y que luego nos abandonemos sin ninguna crítica a los ídolos modernos del fútbol, los viajes, las vacaciones o la tecnología. 

Nos ven cansados, en definitiva, porque pareciera que no creemos “desde dentro” sino “desde fuera”, que no estuviéramos cultivando una relación personal y gozosa con Dios, sino solo cumpliendo ciertos ritos que se consideran obligatorios y que nos gustaría despachar cuanto antes. Quizás el cansancio de la fe sea una de esas enfermedades espirituales que nos impide vivir la vida en plenitud. Nos cuesta conectar la fe con la fuente de la vida. En vez de alimentarnos de ella, nos limitamos a mantenerla.


¿Se puede uno cansar de creer? La fe es un don de Dios que nosotros aceptamos libremente. Dios nunca se cansa de salir a nuestro encuentro. Por su parte, no hay desgaste posible. Pero la fe es también una actividad humana que exige humildad, apertura y entrega. En cuanto actividad humana, está expuesta a los vaivenes de cualquier otra actividad, incluido el cansancio. Es normal, pues, que nos cansemos de creer cuando a primera vista no observamos ningún cambio en nuestra vida personal, cuando nos parece que nuestra vida sería más o menos la misma sin necesidad de confiar en Dios, cuando vemos que nuestras comunidades se van consumiendo en una especie de lenta monotonía, cuando, viendo el panorama estadístico,  tenemos la impresión de que pertenecemos a la última generación de creyentes. 

Caer en la cuenta de este cansancio es fundamental para no dejarse dominar por él. Como sucede con otras dimensiones de la vida, hay que aprender a “cultivar el asombro” para que la fe sea siempre una experiencia fresca. A veces, un gesto o una palabra pueden despertarnos del sopor. Solo se cansa de creer quien no abre los ojos para ver los muchos signos que Dios pone en nuestro camino. Aunque la fe es un don, podemos entrenarnos para acogerlo como el pan fresco que llega cada día a nuestra mesa. Si es verdad -como se dice en la jerga periodística- que “no hay nada más viejo que el periódico de ayer-, también es verdad -como afirman los verdaderos creyentes- que no hay nada más nuevo que una fe que se estrena cada día.

viernes, 19 de julio de 2024

Regalo de Dios


Luis Enrique Ortiz es un misionero claretiano de Puerto Rico. Además de ser especialista en teología bíblica, es cantautor. Acaba de mandarme una de sus últimas composiciones. Forma parte del proyecto Jubilate Sessions. Como él mismo dice en su presentación, parte de la certeza de una Presencia que habita en el corazón. Jubilate es una oración sentida al Dios que, habitándonos, nos regala la alegría. El vídeo refleja un momento de oración con jóvenes. Lo podéis ver al final de esta entrada.

A lo largo de las últimas décadas, ha habido un buen número de sacerdotes y religiosos compositores y cantantes. No siempre han gozado de buena fama. Solía decirse que se trataba de vocaciones incompatibles. Para justificar esta incompatibilidad se aducían ejemplos de los muchos sacerdotes músicos que se habían secularizado en los años del inmediato posconcilio. Las deserciones también habían afectado a algunas religiosas artistas, como la italiana sor Cristina. No es de extrañar, pues, que algunos obispos y superiores religiosos miraran con una mezcla de escepticismo y preocupación el trabajo de sus hermanos y hermanas artistas. Algo parecido sucede también hoy con los evangelizadores digitales: influencers, youtubers, etc. 


El hecho estadístico de los abandonos no es, sin embargo, una prueba de peso para decir que un sacerdote o una religiosa no puedan evangelizar a través de la música. Abundan más los casos de una buena integración. Creo que, tras unos años de cierto letargo y mediocridad, estamos viviendo hoy una nueva floración. Se han multiplicado los solistas y grupos que quieren conectar con las nuevas generaciones. En España el foco se centra sobre el fenómeno Hakuna Group Music. En Estados Unidos y Latinoamérica hay muchos grupos y solistas que están haciendo música “cristiana”, no necesariamente litúrgica, y que actúan en los circuitos seculares, no solo en las iglesias y escuelas.

A diferencia de lo que sucedía en los años 70 y 80 del siglo pasado, ya no se pretende hacer canciones “protesta” o canciones “con mensaje”, como se decía entonces, sino, sobre todo, ayudar a orar con la música. Cada época tiene sus acentos y estilos. Hoy se ha puesto de moda la música de adoración. Para algunos se trata de una música evasiva, que pretende acallar la conciencia y que favorece una religiosidad vaporosa desconectada de los problemas sociales. Para otros, es la “respiración del alma” en una sociedad muy secularizada. Como siempre, se trata de polaridades que hay que saber integrar.


Me parece que lo más rescatable es el intento de ayudar a los jóvenes a servirse del lenguaje más universal (la música) para expresar sus búsquedas de Dios, su anhelo de comunión y sus sueños de un mundo mejor en el que no prime la ley del más fuerte, sino la compasión hacia los más débiles. Creo que Luis Enrique ha captado bien esta necesidad y está intentando responder a ella desde su experiencia de fe y su talento artístico. A través de la música es posible conectar con las nuevas generaciones, regenerar el ambiente mortecino de muchas de nuestras parroquias, promover una vida intensa de oración, cultivar la solidaridad con más empeño y mantener siempre abierta la “vía de la belleza” como antídoto contra la devastación del alma. 

Creo que los párrocos y responsables de comunidades deberían promover más el ministerio de la música como lenguaje evangelizador. A veces, esta música estará al servicio de la liturgia (necesitamos renovar el repertorio litúrgico, que sigue siendo muy deudor de las composiciones de los años 60 y 70), pero en la mayoría de los casos tendrá un horizonte más libre y dilatado. Siloé, por ejemplo, es un modelo de cómo se puede hablar de Dios con energía en un concierto sin necesidad de mencionarlo.

Os dejo con el vídeo Regalo de Dios que me ha enviado Luis Enrique.



jueves, 18 de julio de 2024

Rosa de julio


Madrid es una ciudad hermosa y amigable, pero puede volverse inhóspita cuando el termómetro se aproxima a los 40 grados. Después de un par de semanas en Vic, estoy de nuevo en mi casa. Esta mañana, a las 5,37, recibo un escueto mensaje que dice: “Querido amigo, mi madre, Rosi, acaba de dejarnos. Descansa ya en Paz”. No me sorprendió porque, doce horas antes, había recibido otro que presagiaba un desenlace inminente: “Tengo que decirte que mi madre Rosi está hospitalizada y creemos que le quedan pocas horas de vida, una vida fructífera, aunque también de desgaste grande. Seguro que está deseando llegar a los brazos de María y de Jesús. Doy gracias por el amor de una madre, algo que no tiene nada con qué compararse”. 

Teniendo tan cercana la muerte de mi propia madre (apenas 50 días), comprendí muy bien el alcance de estas palabras de mi amigo Juan. Es probable que muchos lectores del Rincón os estéis preguntando quién es Rosi, aunque otros lo habréis adivinado enseguida al ver la foto que encabeza la entrada. Rosi es la madre de los trece componentes de Brotes de Olivo, el grupo musical que lleva acompañando el camino cristiano de miles de personas en los últimos 52 años.


Conocí a Rosi por primera vez en el lejano 1986. Entonces era una mujer guapa, sensible, maternal, entrañable. Después la fui encontrando en varias ocasiones, aunque ya hace bastantes años que no la veía. En realidad, no la veía físicamente, pero sabía de su progresivo declive a través de algunos de sus hijos. La enfermedad la ha ido minando a lo largo del tiempo, pero no ha logrado borrar la ternura de su mirada. Basta contemplar sus ojos en las fotografías de este tiempo. 
Ella ha sido la matriarca de una familia que, entre hijos (13), nueras y yernos, nietos (30) y biznietos (4), comprende una sesentena de personas. 

Ha entrado en la vida eterna quien ha engendrado mucha vida en la tierra. Este alumbramiento continuo ha sido a la vez una muerte anticipada. Solo da vida quien muere a sí mismo. Rosi ha muerto a sí misma (quizás demasiado) para que muchos otros (no solo los miembros de su familia) hayan tenido vida. Ha sido trigo enterrado que produce fruto. Y hoy, una calurosa mañana de verano, esta “rosa de julio” ha exhalado su último aliento en Huelva, la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida. Esta “rosa de julio” está ahora plantada en el jardín de Dios para seguir exhalando el perfume del amor, que es la única realidad que cruza la frontera.


El vídeo que acompaña la entrada de hoy ha sido realizado por Josema, uno de sus yernos. Y la canción que lo acompaña ha sido compuesta por Vicente, uno de sus nietos. Hace ya tres años que escribí sobre “la abuela Rosi” y sobre esta canción que me llega al alma. Solo quien ama mucho puede componer una obra tan entrañable. Hoy esa canción cobra actualidad. Es un homenaje de gratitud, pero también una oración al Dios en el que tanto ha creído para que le dé el descanso tras muchos años de fatiga. 

Estoy seguro de que su familia está viviendo estos momentos como una verdadera “pascua”, como el paso de esta vida hermosa pero siempre frágil a la vida que no tiene fin. No es fácil hoy creer en la vida eterna, como confesamos los cristianos en el Credo. Todo parece conjurarse para que aceptemos de buen grado que también nosotros, como si fuéramos un producto de mercado, tenemos fecha de caducidad. Pero Jesús nos ha dicho otra cosa: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11,25-26). Me fío más de sus palabras que de todos los “dogmas” contemporáneos. Somos carne de resurrección. No tendríamos que avergonzarnos de esta maravillosa realidad, sino agradecerla desde el fondo de nuestro corazón. 


Desde este Rincón expreso mis sentimientos de cercanía a la familia Morales-Escala a la vez que comparto su serena esperanza. Aunque parezca un poco tarde, julio es también tiempo de rosas.

martes, 16 de julio de 2024

Un millón de razones


Llevo diez días sin asomarme a este Rincón. Durante este tiempo he vivido con mucha intensidad el Congreso de Espiritualidad Claretiana que los Misioneros Claretianos hemos celebrado en Vic (Barcelona) del 7 al 15 de julio. He participado como miembro de la comisión organizadora y como ponente. Durante estos días me he alegrado del triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa y, sobre todo, he mantenido muchas conversaciones que han dejado huella. 

Hoy, robando minutos a un programa muy intenso, no tengo más remedio que escribir unas líneas. Por pura providencia, la celebración de los 175 años de la fundación de los Misioneros Claretianos -fiesta que estamos celebrando hoy con mucha gratitud y alegría- va a coincidir con el millón de visitas de este blog. Jugando con la hipérbole, podría decir que tengo un millón de razones para dar gracias a Dios por mi vocación misionera, compartida con hermanos y hermanas de todo el mundo. Me alegro de poder hacerlo en Vic, el lugar donde nació nuestra congregación.

Una de las cosas más hermosas del congreso que clausuramos ayer ha sido la experiencia de alegre fraternidad, de caminar con otros, de no estar solos en la aventura de la evangelización. Una congregación misionera es un catalizador de los dones y energías de muchas personas, no solo de las que pertenecen a ella por la profesión religiosa.


Han pasado algo más de ocho años desde que empecé a escribir en este Rincón. Me sorprendo de la cantidad de personas que durante estos días me han dicho que se asoman a él regularmente o de vez en cuando. Algunos se han sorprendido al conocer en persona a una de las lectoras más asiduas, Dolors Serradell, seglar claretiana, que casi siempre deja sus comentarios. Se ha convertido en una fan destacada, en una especie de eco permanente. 

Yo no me imaginaba que el mundo digital permitiera este tipo de conexiones. Estoy seguro de que, si san Antonio María Claret viviera hoy, se serviría de las muchas posibilidades que nos ofrece la red para compartir su experiencia del Evangelio. No me lo imagino difundiendo fotos suyas o colocándose él en el centro, sino ofreciendo sugerencias para vivir el Evangelio a las personas, desde los niños y jóvenes hasta los ancianos de la tercera y cuarta edad. Su pasión -como no nos cansamos de repetir los miembros de la Familia Claretiana- era que Dios fuera “conocido, amado, servido y alabado”. Naturalmente, esta misión exigía haber vivido en carne propia la experiencia de conocerlo, amarlo, servirlo y alabarlo.


Mañana regresaré a Madrid. Confieso que he vivido unos días muy intensos. He aprendido mucho. He comprendido mejor que la evangelización de los próximos años se debe hacer -tal como nos indicó la hermana colombiana Liliana Franco- “desde dentro” (desde una fuerte experiencia de Dios como fundamento de la propia vida), “desde abajo” (en compañía de los más pobres y excluidos de nuestra sociedad) y “desde cerca” (con una actitud de cercanía y cordialidad hacia las personas, especialmente hacia aquellas que se sienten solas y olvidadas). 

He aprendido también que, en estos tiempos de búsqueda espiritual, podemos alimentarnos en varias mesas que la Iglesia nos ofrece: la mesa de la Palabra, la mesa del pan eucarístico, la mesa de los pobres, la mesa de la casa de María, la mesa de la fraternidad… Tenemos recursos suficientes para alimentar nuestra hambre de sentido. Lo que hace falta es “cultivar el asombro” (así se titula el libro que nos regaló el cardenal Aquilino Bocos), estimular el deseo y no acumular alimentos, sino aprender a metabolizarlos para que se conviertan en nutrimento del alma y no acabemos en la obesidad espiritual.


Tengo un millón de razones para ser feliz en medio de los muchos problemas que nos circundan y amenazan nuestra vida. Aprovecho la cima del millón de visitas para daros las gracias de corazón a todos los que os asomáis a este blog. Sé que algunos -muchos- lo hacéis asiduamente; otros, de forma esporádica; algunos, por pura casualidad. Juntos vamos ayudándonos a vivir el Evangelio con esperanza, sin sucumbir a la tentación de pesimismo que nos corroe. 

¡Gracias de corazón! Oro por todos ante la tumba de san Antonio María Claret minutos antes de empezar la Eucaristía que celebraremos para dar gracias a Dios por estos 175 años. Quien lo desee puede seguirla en directo pinchando en este enlace.

domingo, 7 de julio de 2024

¿Carpintero o profeta?


Dentro de unas horas voy a celebrar la eucaristía de este XIV Domingo del Tiempo Ordinario en el templo de san Antonio María Claret de Vic con la gente que celebra una vez al mes la llamada “misa internacional”. Hay personas originarias de esta ciudad catalana y también de varios países latinoamericanos, africanos y asiáticos. La Eucaristía no tiene color. Aquí no se exige ningún pasaporte o salvoconducto. 

Todos escucharemos el desconcertante evangelio de hoy (Mc 6-16). Jesús se traslada con sus discípulos desde Cafarnaúm a Nazaret, su pueblo. A todos suele gustarnos volver de vez en cuando al lugar donde hemos nacido o hemos vivido buena parte de nuestra vida. Es muy probable que los paisanos de Jesús sintieran curiosidad por verlo después de las noticias que llegaban acerca de milagros y curaciones. Cuando lo vieron predicar con soltura en la pequeña sinagoga local no salían de su asombro. Les costaba mucho entender que “el carpintero” fuese un experto en las Escrituras sin haber frecuentado ninguna escuela. Era uno más. Todos lo conocían a él y a su familia.


En vez de admirarse, sus paisanos se escandalizan. Se supone que un profeta debe ser alguien un poco misterioso, procedente de un noble linaje, situado por encima de los demás. No es posible “creer” en quien ha sido tu compañero de aventuras. A Jesús le duele la incredulidad de sus paisanos. No se muerde los labios. Su frase se ha convertido en un refrán que recorre los siglos: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”. ¡Qué difícil resulta creer en “los santos de la puerta de al lado”! Sucedió en tiempos de Jesús y sigue sucediendo hoy.

sábado, 6 de julio de 2024

Desde mi ventana


Mi ventana está casi tapada por un exuberante árbol que me protege del sol, pero también me roba luz. Puedo tenerla abierta de par en par, de modo que me entra el aire fresco del noreste, pero también me invaden los mosquitos veraniegos. Como da al jardín interior, me libro del ruido de la calle, pero el ángulo visual es, más bien, estrecho. O sea, que nada es perfecto en esta vida. Toda experiencia tiene siempre un área no evangelizada.

Llegué a Vic el pasado miércoles a media tarde, después de un viaje entretenido desde Madrid. Ayer coincidió con la fiesta de san Miguel de los Santos, patrón de la ciudad, así que en algún momento me uní a los festejos populares. Si bien nació en Vic, fray Miguel vivió en muchos lugares de España (Barcelona, Zaragoza, Oteiza, Madrid, Alcalá de Henares, Valdepeñas, Córdoba, Granada, Socuéllanos, Baeza, Salamanca, Valladolid) en sus cortos 33 años de vida. La verdad es que, aunque he venido muchísimas veces a Vic y en alguna ocasión visité su casa natal, no conocía mucho de la vida de este fraile trinitario (1591-1625).


A cuentagotas van llegando los participantes en el congreso. Oficialmente lo comenzaremos mañana por la tarde. Dispongo de tiempo para saludar a viejos conocidos, traducir mi ponencia al inglés e irme aclimatando a este lugar. Por suerte, el tiempo nos acompaña. La temperatura es suave. Incluso esta mañana y esta tarde hemos tenido un poco de lluvia. 

Antes de empezar el programa de actos y celebraciones, quiero orar un rato a solas en la cripta que alberga los restos de san Antonio María Claret. No podemos reflexionar sobre la espiritualidad claretiana sin sintonizar con el espíritu de quien recibió un don particular en la Iglesia.


Mientras nosotros estamos en esta clave, se consuma la excomunión del arzobispo Viganò, el partido laborista gana por goleada las elecciones del Reino Unido, España celebra una victoria sufrida contra Alemania en la Eurocopa y muchas personas han comenzado ya sus vacaciones de verano. La vida no se interrumpe. 

Es bueno recordar que, en el seno de las experiencias más luminosas, hay siempre un poco de sombra. Y que, toda experiencia oscura, esconde siempre un poco de luz. De esta manera, ni el optimismo exagerado ni la desesperanza gris acaban colonizando nuestra alma.

jueves, 4 de julio de 2024

De nuevo en camino


Voy a pasar casi dos semanas en Vic. Allí celebraremos, del 7 al 15 de este mes, un congreso de espiritualidad con motivo de los 175 años de la fundación de los Misioneros Claretianos. Volveremos a preguntarnos si hay reclamos de espiritualidad en el seno de las sociedades secularizadas. Y hablaremos de búsquedas de sentido, de nuevas expresiones religiosas y rituales, de espiritualidades sin Dios (que parece ser el último grito en el supermercado espiritual contemporáneo) y, en definitiva, de cómo ser mejores misioneros siguiendo las huellas de san Antonio María Claret. 

Mi temor es que sucumbamos a la moda inflacionista que nos rodea por todas partes. El verano es un tiempo propenso a congresos, simposios, cursos intensivos, jornadas de estudio, seminarios y todo tipo de propuestas culturales. En muchos casos se trata de meros pasatiempos revestidos con el papel celofán de la investigación. A la gente del mundo académico le suele gustar adjetivar sus iniciativas con palabras como serio, riguroso, científico, metódico y otras lindezas semejantes. En la mayor parte de los casos se trata de hipérboles que no responden a la realidad, sino solo al prurito de querer aparecer como superiores al resto de los mortales.


Espero que nuestro congreso no pretenda ser serio, riguroso, científico y metódico, sino solamente realista, concreto, experiencial y estimulante. Estamos ya muy cansados de malabarismos lingüísticos y de juegos de palabras, especialmente cuando son ejecutados por personas que dicen una cosa y hacen otra. Sin un mínimo de coherencia vital, los discursos se pierden en el vacío, y más cuando se refieren a algo tan vivencial como la espiritualidad. 

En realidad, tendríamos que partir siempre del testimonio de personas que intentan vivir lo que anuncian, que no son cartógrafos de la geografía divina, sino, más bien, humildes exploradores. Eso es lo que más admiro en un santo de la talla de Claret. Si me queda tiempo, procuraré compartir con los lectores del Rincón algunas de las luces que se vayan encendiendo a lo largo del congreso. Mi ponencia -compartida con mi hermano claretiano y amigo José Cristo Rey García Paredes- será el último día. Ha sido un trabajo al alimón con miles de kilómetros de por medio en el proceso de preparación.


Si me pongo de nuevo en camino no es por el placer de viajar. Hace tiempo que los viajes empezaron a cansarme. No padezco el síndrome de los jóvenes que dedican su tiempo libre a conocer mundo y retrasan el matrimonio y los hijos porque primero quieren viajar, como si esta actividad se hubiera convertido, por arte de Ryanair y las agencias de viajes lowcost, en una opción prioritaria. ¡O viajar o morir!

Me pongo en camino porque he sido convocado. Y quizás porque salir físicamente del propio lugar es una metáfora de esa salida (éxodo) de la propia tierra que implica toda búsqueda espiritual. La rutina no suele ser buena aliada de la espiritualidad. El Espíritu no hace sino descolocarnos continuamente para que no domestiquemos su hálito creador. Espero que la travesía de los Monegros sea leve a pesar de las altas temperaturas que se pronostican para esta jornada de julio.

martes, 2 de julio de 2024

La revista


Acabamos de sacar el número de julio-septiembre de “la revista”. En la redacción no la llamamos por su nombre. Decimos simplemente “la revista”. Nos estamos refiriendo a la revista mensual Vida Religiosa, de la que soy director desde hace casi un año. Cuando llega de la imprenta y comienza su distribución a los subscriptores... respiramos aliviados. Es el último eslabón de una cadena que empieza por la programación de cada número y sigue por el contacto con los articulistas, la revisión de los originales, la maquetación y la impresión. 

Cada mes asistimos a un rápido proceso de gestación y alumbramiento. Hay seis firmas que son fijas todo el año: tres hombres y tres mujeres. Otras van cambiando según las diferentes secciones. Combinamos los artículos de reflexión con la narración de experiencias, las entrevistas, los temas de actualidad y las sugerencias bibliográficas. Incluimos también una propuesta para el retiro mensual de las comunidades y para su formación permanente. Los meses de verano nos tomamos un respiro. En total, publicamos diez números mensuales al año más cinco monográficos que abordan temas de fondo de una manera más extensa.


Es probable que a muchos de los que os asomáis a este Rincón no os importen demasiado estos detalles. Sin embargo, es bueno saber cómo sobrevive una revista impresa dirigida a las personas consagradas en tiempos de eclosión digital. No es una coyuntura fácil. Cada vez que se cierra una casa religiosa (lo que sucede muy a menudo), perdemos una subscripción. Son más las bajas que las altas. En cualquier caso, todavía se cuentan por miles las comunidades religiosas de Europa y América que reciben mensualmente la revista. 

Para el equipo que la confeccionamos, constituye una gran responsabilidad acompañar de cerca esta desafiante etapa de la vida consagrada. Frente a la tentación de pesimismo, debemos ofrecer razones para la esperanza. Frente a la impresión de que todo se acaba, debemos narrar experiencias de vida. Es verdad que hoy cada vez se lee menos y que los medios impresos están perdiendo terreno con relación a los digitales, pero eso no significa que no puedan convivir ambos si saben responder a necesidades específicas.


Confieso que cerrar el número de julio produce alivio porque el siguiente será ya en otoño. La portada que hemos elegido para este número veraniego transmite belleza y sosiego, dos ingredientes que nos parecían imprescindibles para afrontar el periodo vacacional. No hace falta suscribir aquello de que “la belleza salvará el mundo” -como sostenía Dostoyevski- o reconocer que vivimos en la sociedad de la prisa para reivindicar el poder terapéutico de la belleza y el sosiego. Basta apelar a nuestra propia experiencia. La barquita varada en la arena sobre un fondo de cielo rojizo habla por sí misma. A veces, tenemos que echar el ancla y dejar de navegar para recomponernos un poco. Es el mensaje que hemos querido transmitir a los miles de lectores de “la revista”. 

Nosotros no ofrecemos reportajes sobre los famosos (celebrities dicen ahora) ni alimentamos el cotilleo. Nos limitamos abrir los ojos, ver lo que pasa, contarlo y sugerir algunas pistas para el futuro. Una de ellas nos la ofrece el padre Mathew Vattamattam, superior general de los claretianos, a quien hemos entrevistado en el número de julio coincidiendo con el 175 aniversario de la fundación de nuestra congregación. Tendré ocasión de escribir sobre esta efeméride en los próximos días. Sus palabras resultan proféticas en el contexto de polarización en el que vivimos: “Hoy estamos llamados a integrar, no a separar”. ¡Pues eso!



lunes, 1 de julio de 2024

Hay luces rojas encendidas


Veo que hay políticos y periodistas que se llevan las manos a la cabeza ante los resultados de la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas. Enseguida se han multiplicado los mensajes de alarma: “¡Ojo, la ultraderecha está aquí!”. El periódico español El País se apresta a pedir “unidad frente a la extrema derecha” en un editorial claramente ideológico. 

¿Qué significa esto? ¿Por qué crece en Europa, también entre los jóvenes, la tendencia a votar a partidos tildados de ultraderecha? ¿Por qué se sorprenden tanto de esta tendencia quienes han estado dominando, desde posiciones liberales y socialdemócratas, el panorama político y cultural en las últimas décadas? No creo que la respuesta a estas preguntas se pueda reducir a una o dos razones, pero intuyo que hay varios elementos que pueden arrojar algo de luz. 

El primero se podría resumir con la palabra “hartazgo”. Un número creciente de ciudadanos europeos (desde los jóvenes hasta los agricultores y trabajadores autónomos pasando por los pensionistas y los sanitarios) está harto de un modo de hacer política que se ha ido alejando de las necesidades y preocupaciones de la gente, se ha deslizado hacia cuestiones muy ideológicas y se ha enredado en una burocracia costosísima, endogámica y con frecuencia corrupta. La gente no quiere seguir pagando impuestos que no se traducen en una mejora significativa de la calidad de vida o ser catequizada por quienes han sido votados para cumplir otros deberes. En pocas palabras, los jóvenes no quieren vivir peor que sus padres y abuelos, ni ser anestesiados con un modo de vida que promueve el entretenimiento permanente más que el trabajo digno y el sacrificio.


El segundo elemento es el desprecio a la Tradición. Las élites globalistas quieren hacer tabula rasa de las raíces culturales (también cristianas) de Europa en aras de una especie de tecnocracia que reduce a los ciudadanos a piezas manipulables de un engranaje dominado por la tecnología en el que los criterios humanistas se van difuminando hasta desaparecer. Las legislaciones en favor del aborto, la eutanasia, el cambio de sexo, etc. serían solo la punta de un iceberg ético y cultural mucho más profundo. 

Todo lo ligado a nuestra herencia cristiana se considera retrógrado y obsoleto. El progresismo exige “avances” que nos lleven a una patria inexistente. ¿Hace falta ser estúpido como para no comprender que cuando se banaliza o se desprecia lo que nos ha nutrido durante siglos, cuando se pretende reescribir la historia, se están poniendo las bases de una reacción defensiva que puede ser claramente desproporcionada y hasta beligerante? 

El tercer elemento tiene que ver con un globalismo entendido de manera superficial. Cuando muchos europeos asisten impotentes a una progresiva islamización de la sociedad en nombre de la democracia y los derechos humanos, se preguntan qué tiene que ocurrir para que nos demos cuenta de las consecuencias que esto tendrá a medio y largo plazo, precisamente en relación con la democracia y los derechos humanos.


El desafío no es luchar contra la ultraderecha, como proponen hoy muchos políticos y comunicadores, sino hacer una profunda autocrítica de los factores que han conducido a su crecimiento. Como la historia nos muestra, cuando la democracia se convierte en partitocracia y se corrompe, se ponen los cimientos para propuestas autoritarias e incluso totalitarias. Cuando no se integra la Tradición en la modernidad y se desprecian las raíces culturales, se provoca la reacción del tradicionalismo. Cuando la multiculturalidad se convierte en un ideal en sí mismo, sin un proyecto común de sociedad, se despiertan los demonios xenófobos que todos llevamos dentro. 

Creo que, a lo largo de los años, he compartido desde este Rincón puntos de vista y propuestas que en nada se parecen a las que sugieren los llamados movimientos y partidos de ultraderecha, tanto en campo social como eclesial. Creo que, en general, sucumben a la tentación de proponer recetas fáciles para problemas complejos, pero eso no significa que pase por alto el descontento del que se hacen eco, el anhelo de valores sólidos que no sucumban a la volatilidad e incertidumbre con las que hoy sobrevivimos.

El auge de la ultraderecha en Europa y Estados Unidos (que irá a más en los próximos años) es una luz roja que se enciende para advertirnos de que algo estamos haciendo mal en nuestra autosatisfecha cultura liberal, de que hemos traspasado algunas líneas que ponen en riesgo nuestro futuro como humanidad. Antes de mirar la paja en el ojo ajeno veamos la viga que llevamos en el nuestro. No hay mal que por bien no venga.


domingo, 30 de junio de 2024

Basta un pequeño toque


Cerramos el mes de junio con la celebración del XIII Domingo del Tiempo Ordinario. A diferencia de lo que sucedió en 2022, este año el mes de junio ha sido benigno. Hoy incluso tenemos una temperatura fresca en Madrid. Esto ayuda a cerrar la primera mitad del año con calma, sin los agobios de otros veranos tórridos. 

Es probable que muchas personas hayan comenzado ya este fin de semana sus vacaciones estivales. Es la oportunidad para detenerse y no hacer nada. Por desgracia, casi todos caemos en el error de llenar las vacaciones de cosas. El negocio acaba imponiéndose al ocio, pero de esta propensión a llenar el tiempo de actividades (aunque sean lúdicas) podemos hablar otro día.


En el Evangelio de hoy, Marcos nos cuenta dos historias en un solo relato: la de una niña de doce años que está a punto de morir y la de una mujer que padece flujos de sangre desde hacía doce años y que ningún médico había podido curar. A primera vista, parece un error redaccional, como si inadvertidamente una historia se hubiera insertado en otra rompiendo el hilo narrativo, pero las cosas no son tan simples. Marcos tiene una clara intención al proceder de esta manera. 

En ambos casos se habla de mujeres (tengamos en cuenta que en hebreo el término Israel es femenino) y se hace referencia a periodos de doce años. Es obvio que este número repetido alude a las doce tribus de Israel, que -como la mujer hemorroísa o la niña moribunda- se encuentran “desvitalizadas”, han perdido el vigor para vivir (la sangre es vida). En realidad, Marcos no pretende contarnos dos historias privadas, sino ofrecernos una catequesis para Israel.


El núcleo central de esta catequesis es claro: el único que puede curar a Israel de sus graves enfermedades o incluso levantarlo de la muerte es Jesús. La mujer con la hemorragia lo sabe. Por eso, intenta por todos los medios tocar a Jesús en medio del gentío, sabiendo que ese toque -como indica la Ley (cf. Lev 15,19-24)- convertiría a Jesús en un hombre impuro. Incluso hoy los judíos más ortodoxos siguen prisioneros de este tabú. 

La mujer hemorroísa no llega a tocar la carne del Maestro, sino solo el borde del manto. Jesús se da cuenta de que ha salido de él una energía curadora. La mujer se le acerca asustada porque sabe que ese toque ha contaminado a Jesús, pero él no se deja amedrentar. Va más allá de cualquier tabú. No se fija en las normas de pureza legal, sino en la actitud creyente de la mujer: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud”. 

En el caso de la hija de Jairo, es Jesús quien la toca y pronuncia las palabras de vida: “Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate)”. Marcos acentúa la autoridad de la palabra de Jesús sobre la muerte porque -como leemos en la primera lectura del libro de la Sabiduría- “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes”.

¿Todavía hay que añadir algo para comprender que Jesús va más allá de cualquier tabú (de ayer y de hoy) y que lo único que pide no es la pureza absoluta sino un poco de fe? Si comprendiéramos a fondo esta actitud del Maestro y la aplicáramos a las complejas situaciones que hoy vivimos, muchas cosas cambiarían en la praxis de la Iglesia. ¡Por suerte, muchos cristianos caminan en esta dirección!



sábado, 29 de junio de 2024

A propósito de Pedro y Pablo


San Pablo siempre queda en la sombra cuando aludimos a la solemnidad de los santos Pedro y Pablo que celebramos hoy. De hecho, la mayoría de la gente, cuando piensa en el 29 de junio, habla, sin más, de la fiesta de san Pedro. Solo los calendarios y libros litúrgicos añaden al nombre del apóstol pescador el del apóstol predicador. Este olvido popular nos habla de la dificultad de integrar bien la institución y el carisma en la vida de la Iglesia. 

Otros años he escrito ampliamente sobre estos dos pilares de la Iglesia primitiva. Hoy prefiero fijarme en las tensiones que estamos viviendo en la Iglesia actual. Unos hablan de la creciente desafección hacia el papado de Francisco (aduciendo ejemplos concretos, que van desde el cisma de las clarisas de Belorado a la actitud desafiante del arzobispo italiano Carlo Maria Viganò, que acaba de publicar su particular J'accuse). Otros, por el contrario, ensalzan los diez (once) años de primavera eclesial con Francisco y animan a seguir haciendo cambios más valientes en la vida de la Iglesia.  

¿Con qué carta nos quedamos? Es muy probable que la mayoría de los cristianos, ajenos a estos extremos, sigan viviendo su fe con serenidad o, si acaso, con un sentimiento de confusión y extrañeza, sin saber muy bien qué postura tomar. Parece un asunto de otros, una cuestión mediática, más que algo que afecta de lleno a la vida personal.


La fiesta de san Pedro y san Pablo me da la oportunidad de compartir 10 reflexiones breves, escritas a vuelapluma, por si ayudan a discernir lo que estamos viviendo evitando caer en el escepticismo (todo da igual) o en la polarización (mi postura extrema es la única que vale).

1. La Iglesia es mucho más que una gigantesca y heterogénea comunidad humana regida por líderes de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. Es, ante todo, una creación del Espíritu de Jesús que la va guiando por los intrincados caminos de la historia. Sin la acción del Espíritu Santo, la Iglesia queda reducida a una multinacional de servicios religiosos, pero deja de ser la comunidad de los seguidores de Jesús, el Pueblo de Dios peregrinante.

2. Guiada por este mismo Espíritu, la Iglesia ha ido formulando su fe a lo largo de los siglos, ha ido iluminando desde el Evangelio las complejas situaciones humanas y ha ido dando forma a los sacramentos que son signos e instrumentos de la gracia de Dios. Entre dogma, norma y rito hay una coherencia interna que debe ser mantenida, pero no como un “depósito” fosilizado, sino como una expresión de vida que crece y madura, sin que este crecimiento signifique traición a los orígenes. Los cristianos nos adherimos, sobre todo, a una persona (Jesús), no a una doctrina, siempre perfectible. Donde hay vida, hay cambio.

3. La necesaria unidad de la Iglesia no significa uniformidad. Es la unidad que refleja la unidad trinitaria; por tanto, se realiza en la diversidad del amor. La aplicación de este principio a la vida de las comunidades tiene muchas consecuencias prácticas que podrían resumirse en el adagio: “En las cosas necesarias, unidad; en las opinables, libertad; en todo, caridad”. Es evidente que este principio no se está aplicando en muchas de las controversias actuales, que se caracterizan por una fortísima intolerancia hacia quienes son considerados heterodoxos. Creo que fue el dominico francés Garrigou-Lagrange quien dijo algo parecido a esto: “La Iglesia es intolerante en los principios porque cree, pero es tolerante en las prácticas porque ama. El mundo, por el contrario, es tolerante en los principios porque no cree, pero es intolerante en las prácticas, porque no ama”.

4. Un concilio ecuménico (y el Vaticano II lo fue) es la expresión solemne de la potestad del Colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia (cf. CIC, 337). El Colegio de los Obispos es el sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia (CIC, 336). Cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Renegar del Concilio Vaticano II por considerar que ha sido infiel a la “sana Tradición” y oponer la llamada “Iglesia conciliar” a la “Iglesia tradicional” es una de esas falacias diabólicas que ahora se han puesto de moda y que no tienen el más mínimo fundamento teológico o canónico. Todas las teorías “sedevacantistas” -tan del gusto de algunas personas y grupos que inundan las redes sociales- no resisten el más mínimo control histórico o dogmático, por más que se aduzcan argumentos especiosos “sub angelo lucis”.


5. No es obligatorio que los pastores de la Iglesia (comenzando por el Papa) nos resulten simpáticos o sintonicen con nuestro estilo personal de ser cristianos. La fe no se basa en simpatías o antipatías o en afinidades ideológicas, sino en la adhesión personal a Jesucristo y en la aceptación de las mediaciones históricas que él ha querido. Por tanto, no obedecemos al Papa como pastor supremo porque nos caiga bien o dejamos de participar en la Eucaristía dominical porque quien preside resulte aburrido o simpatice con opciones políticas que no son las nuestras. Sin este salto de conciencia, viviremos una permanente inmadurez.

6. Para que la Iglesia siga siendo fiel a su esencia, es preciso que exista y se garantice dentro de ella una sana libertad de expresión. Por tanto, es deseable que los historiadores, biblistas, teólogos, canonistas, moralistas, liturgistas, pastoralistas, etc. debatan todo aquello que es opinable y que ayuda a actualizar el mensaje del Evangelio. Es preciso que exista también una vigorosa opinión pública. En cualquier caso, lo que cuenta es la fuerza de los argumentos, no las descalificaciones de las posturas opuestas y mucho menos los insultos a las personas o el estilo comunicativo zafio y descortés. Lo que uno no se atrevería a decir a la cara de otra persona no debería decirlo amparándose en el anonimato de las redes sociales.

7. Frente a las campañas mediáticas de acoso y derribo en uno y otro sentido, lo que la Iglesia debe favorecer -dentro del más puro estilo sinodal- es la creación de foros de discernimiento en los que las personas, a todos los niveles (parroquial, diocesano, nacional, regional, continental)- puedan escuchar con respeto las opiniones de los demás, expresar con libertad las propias,  y entrar todos en una dinámica de discernimiento guiados por la luz de la Palabra de Dios y en clima de oración. Sin este ejercicio comunitario y audaz de discernimiento, estamos abocados a una permanente y destructiva cacofonía que desangra a las comunidades y mina la credibilidad evangelizadora de la Iglesia. 


8. Corresponde a los pastores de la Iglesia (párrocos, obispos, etc.) entrar en diálogo con las personas que se muestran más díscolas con la Iglesia, de modo que, a través de la acogida y el diálogo, se puedan iluminar las situaciones de confusión y aclarar los verdaderos motivos que están detrás de muchas posturas críticas. A menudo, las personas más beligerantes en los foros anónimos de internet, se vienen abajo cuando son tratadas con el respeto que ellas no muestran, y son escuchadas y acompañadas en un proceso de discernimiento. No es infrecuente que, tras la apariencia de una discusión dogmática, canónica, litúrgica o pastoral, se agazapen inconfesados motivos afectivos, políticos, económicos o de poder.

9. Hay una sana discrepancia (como la que pudo existir en algún momento entre Pedro y Pablo) que hay que saber vivir sin escandalizarse y sin romper por ello la unidad fundamental. Toda persona madura sabe distinguir entre el nivel personal (en el que todo ser humano es digno y respetable) y el nivel de las opiniones (en el que puede haber desacuerdos legítimos). En cualquier caso, no es sano arrogarse la autoridad del Espíritu Santo para defender posturas que contrastan abiertamente con las del magisterio legítimo de la Iglesia.


10. Mientras peregrinemos por este mundo, nunca vamos a vivir la unidad perfecta que todos los días le pedimos a Dios y que es una gracia escatológica. Es necesario, pues, aprender a convivir con las tensiones más o menos intensas, a tomar las medidas necesarias en caso de fuertes conflictos y, sobre todo, a tener una gran paciencia con todos, como Dios la tiene con cada uno de nosotros. Cobran actualidad las palabras de Pablo en su carta a los romanos: “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). Aprender a “morir” al propio punto de vista, por impecable que parezca, es a menudo la mejor expresión de humildad y de amor a la verdad.