sábado, 29 de junio de 2024

A propósito de Pedro y Pablo


San Pablo siempre queda en la sombra cuando aludimos a la solemnidad de los santos Pedro y Pablo que celebramos hoy. De hecho, la mayoría de la gente, cuando piensa en el 29 de junio, habla, sin más, de la fiesta de san Pedro. Solo los calendarios y libros litúrgicos añaden al nombre del apóstol pescador el del apóstol predicador. Este olvido popular nos habla de la dificultad de integrar bien la institución y el carisma en la vida de la Iglesia. 

Otros años he escrito ampliamente sobre estos dos pilares de la Iglesia primitiva. Hoy prefiero fijarme en las tensiones que estamos viviendo en la Iglesia actual. Unos hablan de la creciente desafección hacia el papado de Francisco (aduciendo ejemplos concretos, que van desde el cisma de las clarisas de Belorado a la actitud desafiante del arzobispo italiano Carlo Maria Viganò, que acaba de publicar su particular J'accuse). Otros, por el contrario, ensalzan los diez (once) años de primavera eclesial con Francisco y animan a seguir haciendo cambios más valientes en la vida de la Iglesia.  

¿Con qué carta nos quedamos? Es muy probable que la mayoría de los cristianos, ajenos a estos extremos, sigan viviendo su fe con serenidad o, si acaso, con un sentimiento de confusión y extrañeza, sin saber muy bien qué postura tomar. Parece un asunto de otros, una cuestión mediática, más que algo que afecta de lleno a la vida personal.


La fiesta de san Pedro y san Pablo me da la oportunidad de compartir 10 reflexiones breves, escritas a vuelapluma, por si ayudan a discernir lo que estamos viviendo evitando caer en el escepticismo (todo da igual) o en la polarización (mi postura extrema es la única que vale).

1. La Iglesia es mucho más que una gigantesca y heterogénea comunidad humana regida por líderes de carne y hueso, con sus virtudes y defectos. Es, ante todo, una creación del Espíritu de Jesús que la va guiando por los intrincados caminos de la historia. Sin la acción del Espíritu Santo, la Iglesia queda reducida a una multinacional de servicios religiosos, pero deja de ser la comunidad de los seguidores de Jesús, el Pueblo de Dios peregrinante.

2. Guiada por este mismo Espíritu, la Iglesia ha ido formulando su fe a lo largo de los siglos, ha ido iluminando desde el Evangelio las complejas situaciones humanas y ha ido dando forma a los sacramentos que son signos e instrumentos de la gracia de Dios. Entre dogma, norma y rito hay una coherencia interna que debe ser mantenida, pero no como un “depósito” fosilizado, sino como una expresión de vida que crece y madura, sin que este crecimiento signifique traición a los orígenes. Los cristianos nos adherimos, sobre todo, a una persona (Jesús), no a una doctrina, siempre perfectible. Donde hay vida, hay cambio.

3. La necesaria unidad de la Iglesia no significa uniformidad. Es la unidad que refleja la unidad trinitaria; por tanto, se realiza en la diversidad del amor. La aplicación de este principio a la vida de las comunidades tiene muchas consecuencias prácticas que podrían resumirse en el adagio: “En las cosas necesarias, unidad; en las opinables, libertad; en todo, caridad”. Es evidente que este principio no se está aplicando en muchas de las controversias actuales, que se caracterizan por una fortísima intolerancia hacia quienes son considerados heterodoxos. Creo que fue el dominico francés Garrigou-Lagrange quien dijo algo parecido a esto: “La Iglesia es intolerante en los principios porque cree, pero es tolerante en las prácticas porque ama. El mundo, por el contrario, es tolerante en los principios porque no cree, pero es intolerante en las prácticas, porque no ama”.

4. Un concilio ecuménico (y el Vaticano II lo fue) es la expresión solemne de la potestad del Colegio de los Obispos sobre toda la Iglesia (cf. CIC, 337). El Colegio de los Obispos es el sujeto de la potestad suprema y plena sobre toda la Iglesia (CIC, 336). Cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. Renegar del Concilio Vaticano II por considerar que ha sido infiel a la “sana Tradición” y oponer la llamada “Iglesia conciliar” a la “Iglesia tradicional” es una de esas falacias diabólicas que ahora se han puesto de moda y que no tienen el más mínimo fundamento teológico o canónico. Todas las teorías “sedevacantistas” -tan del gusto de algunas personas y grupos que inundan las redes sociales- no resisten el más mínimo control histórico o dogmático, por más que se aduzcan argumentos especiosos “sub angelo lucis”.


5. No es obligatorio que los pastores de la Iglesia (comenzando por el Papa) nos resulten simpáticos o sintonicen con nuestro estilo personal de ser cristianos. La fe no se basa en simpatías o antipatías o en afinidades ideológicas, sino en la adhesión personal a Jesucristo y en la aceptación de las mediaciones históricas que él ha querido. Por tanto, no obedecemos al Papa como pastor supremo porque nos caiga bien o dejamos de participar en la Eucaristía dominical porque quien preside resulte aburrido o simpatice con opciones políticas que no son las nuestras. Sin este salto de conciencia, viviremos una permanente inmadurez.

6. Para que la Iglesia siga siendo fiel a su esencia, es preciso que exista y se garantice dentro de ella una sana libertad de expresión. Por tanto, es deseable que los historiadores, biblistas, teólogos, canonistas, moralistas, liturgistas, pastoralistas, etc. debatan todo aquello que es opinable y que ayuda a actualizar el mensaje del Evangelio. Es preciso que exista también una vigorosa opinión pública. En cualquier caso, lo que cuenta es la fuerza de los argumentos, no las descalificaciones de las posturas opuestas y mucho menos los insultos a las personas o el estilo comunicativo zafio y descortés. Lo que uno no se atrevería a decir a la cara de otra persona no debería decirlo amparándose en el anonimato de las redes sociales.

7. Frente a las campañas mediáticas de acoso y derribo en uno y otro sentido, lo que la Iglesia debe favorecer -dentro del más puro estilo sinodal- es la creación de foros de discernimiento en los que las personas, a todos los niveles (parroquial, diocesano, nacional, regional, continental)- puedan escuchar con respeto las opiniones de los demás, expresar con libertad las propias,  y entrar todos en una dinámica de discernimiento guiados por la luz de la Palabra de Dios y en clima de oración. Sin este ejercicio comunitario y audaz de discernimiento, estamos abocados a una permanente y destructiva cacofonía que desangra a las comunidades y mina la credibilidad evangelizadora de la Iglesia. 


8. Corresponde a los pastores de la Iglesia (párrocos, obispos, etc.) entrar en diálogo con las personas que se muestran más díscolas con la Iglesia, de modo que, a través de la acogida y el diálogo, se puedan iluminar las situaciones de confusión y aclarar los verdaderos motivos que están detrás de muchas posturas críticas. A menudo, las personas más beligerantes en los foros anónimos de internet, se vienen abajo cuando son tratadas con el respeto que ellas no muestran, y son escuchadas y acompañadas en un proceso de discernimiento. No es infrecuente que, tras la apariencia de una discusión dogmática, canónica, litúrgica o pastoral, se agazapen inconfesados motivos afectivos, políticos, económicos o de poder.

9. Hay una sana discrepancia (como la que pudo existir en algún momento entre Pedro y Pablo) que hay que saber vivir sin escandalizarse y sin romper por ello la unidad fundamental. Toda persona madura sabe distinguir entre el nivel personal (en el que todo ser humano es digno y respetable) y el nivel de las opiniones (en el que puede haber desacuerdos legítimos). En cualquier caso, no es sano arrogarse la autoridad del Espíritu Santo para defender posturas que contrastan abiertamente con las del magisterio legítimo de la Iglesia.


10. Mientras peregrinemos por este mundo, nunca vamos a vivir la unidad perfecta que todos los días le pedimos a Dios y que es una gracia escatológica. Es necesario, pues, aprender a convivir con las tensiones más o menos intensas, a tomar las medidas necesarias en caso de fuertes conflictos y, sobre todo, a tener una gran paciencia con todos, como Dios la tiene con cada uno de nosotros. Cobran actualidad las palabras de Pablo en su carta a los romanos: “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). Aprender a “morir” al propio punto de vista, por impecable que parezca, es a menudo la mejor expresión de humildad y de amor a la verdad.

1 comentario:

  1. La entrada de hoy da por mucho, para volver a ella más de una vez y reflexionar en los diferentes aspectos sobre los que se puede ir analizando, porque además de verlos, respecto a la vida de la Iglesia, también son aplicables a lo que en el día a día.
    Después de una segunda lectura, me resuena, para ir aplicándolo en mi vida:
    1) “En las cosas necesarias, unidad; en las opinables, libertad; en todo, caridad”.. vivimos
    2) Saber distinguir entre el nivel personal (en el que todo ser humano es digno y respetable) y el nivel de las opiniones (en el que puede haber desacuerdos legítimos).
    3) Aprender a “morir” al propio punto de vista, por impecable que parezca.
    Gracias Gonzalo, por acompañarnos en toda esta reflexión.

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