Termino el año 2021 con solo 274 entradas en el blog. Me he quedado lejos de las 358 de 2018 o de las 343 del año pasado. No me ha resultado fácil ser fiel a mi cita diaria. Ha habido muchos acontecimientos que me han absorbido. De todos modos, no quiero cerrar el año sin hacer un ejercicio de agradecimiento y entrega, por más que Ómicron se empeñe en seguir complicándonos la vida. Antes de sentarme al ordenador he leído la carta de un anciano sacerdote canadiense que se declara no creyente en “un dios que lo controla todo... para quienes tratamos de apaciguarnos cuando pasa una tormenta o una ola de calor. Un dios que es todopoderoso, excepto para evitar que ciertos sacerdotes o entrenadores deportivos abusen sexualmente de los niños. Una religión que priva a las parejas del derecho a decidir por sí mismas lo que es apropiado en su vida íntima, según su situación concreta o su orientación sexual”.
Expresa la rabia y la frustración de quienes fueron educados en una religión del miedo que sigue agujereando la conciencia. Él ha sido capaz de hacer un camino de purificación. Otros muchos se han ido quedando por el camino; entre ellos, algunos de mis amigos. Nunca agradeceré bastante el haber descubierto por pura gracia el Evangelio de la libertad y el amor que Jesús nos revela. Lejos de contraer el alma o de sumirla en un mar de preceptos y normas, es una fuente inagotable de vida y alegría. El papa Francisco entendió muy bien la situación espiritual de nuestro tiempo. Por eso, su primera exhortación (2013) llevaba un título programático: Evangelii gaudium (la alegría del Evangelio).
Respeto a las personas que viven su fe desde la observancia de ciertas normas y ritos que les dan seguridad, pero me gustaría que dieran un paso más, que se dejaran llevar por el Espíritu hacia un nuevo nivel de conciencia en el que se trascienden esos límites para vivir en el ancho campo de la verdad, la libertad y el amor. Ya sé que la Iglesia a lo largo de la historia siempre ha tenido temor de estos creyentes un poco díscolos, pero, a la hora de la verdad, son ellos quienes han mantenido la credibilidad de una institución que a menudo se ahoga en sus propias estructuras. Por eso, si yo tuviera hoy 18 años, no sé si me sentiría muy atraído por una comunidad que parece no ofrecer la novedad de Jesús, sino a menudo un producto refrito que suena a caducado.
No sé por qué escribo estas cosas el último día del año. Quizá porque la inminencia de un año nuevo me evoca la necesidad de que el mensaje de Jesús siga resonando como algo nuevo. En cualquier caso, el sentimiento dominante en un día como hoy es la gratitud. A lo largo de 2021 he podido conocer a nuevas personas que forman ya parte de mi vida, he reanudado mis viajes misioneros después del parón de 2020, he recibido un nuevo destino tras 18 años en Roma y, sobre todo, he sido testigo de cómo Dios sigue dándonos lo que necesitamos en cada momento.
Como en años anteriores, quisiera entregar este año a Dios. Esta entrega tiene un carácter eucarístico. Yo le doy el fruto generoso de la tierra y el de mi humilde trabajo para que él lo transforme en pan que pueda alimentar a otros. No vivimos para nosotros mismos sino para los demás. Lo que ocurre es que ese “para los demás” exige un trabajo previo de transformación, de manera que lo que nosotros somos se convierta en pan comestible. No creo que hoy sea un día para la nostalgia, sino para el recuerdo, para tamizar a través del corazón las experiencias vividas y entregárselas a Dios. De esta forma, nos liberamos del peso de lo vivido y empezamos el año nuevo con libertad.
Aprovecho la entrada de hoy para agradeceros a todos los
amigos del Rincón vuestras visitas. Algunos dejáis constancia escrita;
otros entráis como de puntillas. Da igual. Lo que importa es que juntos vamos
tejiendo una forma nueva de ser Iglesia. Partimos de algunos retazos de vida,
los filtramos a través del Evangelio y regresamos a la vida cotidiana con nueva
energía. En estos tiempos de pandemia nos ayuda mucho saber que podemos contar
con personas que están ahí, que se hacen preguntas semejantes a las nuestras y
que, a pesar de las dificultades, siguen creyendo en Jesús y no tiran la toalla.