jueves, 2 de diciembre de 2021

En el amor nos encontramos todos


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Un compañero mío de Japón solía decir con cierta sorna que el elemento en el que coincidían todas las religiones del mundo era la caja de las ofrendas. No hay nada más interreligioso que las limosnas que los fieles ofrecen por diversas razones: expiación de los pecados, petición de gracias, ayuda al culto y a los pobres, subsidio a sus ministros, etc. Desde el punto de vista fenomenológico, esta es una verdad “como un templo” (nunca mejor dicho). Todas las religiones pasan el cepillo, incluso en su formato electrónico. Ayer pude comprobar en una iglesia de Madrid los dispositivos que permiten hacer donativos con la tarjeta de crédito o con el teléfono móvil. 

Pero hay un elemento más profundo sobre el que quisiera fijarme hoy. El teólogo suizo Hans Küng solía repetir que no habrá paz en el mundo sin paz entre las religiones. La historia nos muestra hasta qué punto las disputas religiosas han sido causa de sangrientos conflictos. También dentro del cristianismo ha habido fortísimas controversias, incluso amargas divisiones, por cuestiones dogmáticas, por un quítame allí ese “filioque”, si se me permite ironizar sobre algo serio. No digamos lo que sucede en relación con otras religiones. Cuando ponemos el acento en las creencias se agranda siempre la brecha.

Cada vez me convenzo más de que el verdadero punto de encuentro no es tanto lo que creemos, sino lo que hacemos. Es importante estudiar juntos nuestras tradiciones y dialogar sobre las convergencias y diferencias, pero más decisivo es servir juntos a los demás. Cuando todos actuamos movidos por el amor, cuando nos esforzamos por ayudar a las personas a ser mejores, entonces, como si se produjera un milagro, nos encontramos como miembros de la única familia humana en el hondón que nos acomuna. 

Ya sé que esto puede escandalizar a algunos cristianos piadosos y confesantes. No estoy diciendo que dé igual creer en cualquier cosa o que tengamos que renunciar a la profesión del Credo para encontrarnos con los demás. Con la verdad no se comercia. Estoy diciendo lo que Jesús dijo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13,33-35). 

La verdadera señal distintiva del cristiano no es, pues, la confesión entusiasta y aguerrida de las llamadas “verdades de fe” (ortodoxia), sino, ante todo, el amor a los demás (ortopraxis). O, dicho de otro modo, si la confesión de la verdad no es fuente de amor, podemos sospechar que ha degenerado en ideología por el camino más peligroso: el que nos lleva a considerarnos defensores de la verdad y no sus humildes testigos. Puede sonar formalmente como si fuera una melodía cristiana, pero ha perdido su verdadero significado. Esta es la trampa mortal de todos los fundamentalismos e integrismos.

Quienes viven en contextos multirreligiosos y multiconfesionales saben por experiencia que el verdadero encuentro se produce cuando las personas se aceptan, se aman y trabajan juntas por el bien del prójimo. El ecumenismo de la caridad es más profundo y transformador que el diálogo sobre las propias creencias. Lo más sorprendente es que este ecumenismo de la caridad no es un atajo que nos hemos inventado ahora para hacer más llevadero el pluralismo de las sociedades modernas, sino que coincide con el corazón mismo del mensaje de Jesús. 

¿Significa esto que debemos despreciar o minusvalorar, por ejemplo, nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, en el significado salvífico de la muerte y resurrección de Jesús o en la vida eterna? ¡De ninguna manera! La verdad creída y la verdad realizada son inescindibles. Lo que afirmo es que, mientras los dogmas nos separan de otros muchos seres humanos pertenecientes a tradiciones religiosas distintas o incluso al amplio campo del agnosticismo y el ateísmo, el amor nos une a todos. Lo sorprendente es que el mayor “dogma” del cristianismo es precisamente el amor. No hay nada más verdadero y definitivo que el amor. En la primera carta de Juan leemos un texto insuperable y siempre fecundo: “Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,7-8). ¡Cuántos problemas y conflictos inútiles y dolorosos podríamos evitarnos si tomáramos conciencia de esta verdad y la pusiéramos en práctica!



1 comentario:

  1. Amor, una palabra tan fácil de pronunciar y tan difícil de llevar a cabo y con infinidad de interpretaciones diferentes… El amor nos ayuda a superar barreras, nos ayuda a perdonarnos a nosotros mismos para poder perdonar a los demás…
    Jesús nos invita a amar y de hecho, en el fondo, hemos nacido para amar, lo llevamos dentro. Todo lo que destruye al amor nos destruye a nosotros mismos.
    Esta reflexión de hoy me lleva a la carta de san Pablo a los Corintios (1 Corintios 13:4-13 )
    Me viene bien y me quedo con ello, cuando escribes: “… el verdadero encuentro se produce cuando las personas se aceptan, se aman y trabajan juntas por el bien del prójimo. El ecumenismo de la caridad es más profundo y transformador que el diálogo sobre las propias creencias”. “… La verdad creída y la verdad realizada son inescindibles. Lo que afirmo es que, mientras los dogmas nos separan de otros muchos seres humanos pertenecientes a tradiciones religiosas distintas o incluso al amplio campo del agnosticismo y el ateísmo, el amor nos une a todos. Lo sorprendente es que el mayor “dogma” del cristianismo es precisamente el amor”.
    He experimentado el cambio que se produce cuando una persona viene furiosa, enfadada, que se rebota contra todo, si poco a poco se consigue a llevarla a experiencias de amor que ha recibido, a lo largo de su vida, todo cambia en su corazón y llega a encontrar momentos de paz.
    Gracias por citarnos (1 Jn 4,7-8) que nos recuerda que Dios es AMOR. Y por recordarnos lo que es muy evidente y lo olvidamos: ¡Cuántos problemas y conflictos inútiles y dolorosos podríamos evitarnos si tomáramos conciencia de esta verdad y la pusiéramos en práctica!
    El canto del final nos mueve y acaba de reafirmar lo que podría ser, para nosotros, el AMOR.
    Gracias Gonzalo, por esta reflexión.

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