domingo, 5 de diciembre de 2021

El G-7 no se entera

Mientras tecleo la entrada de este Segundo Domingo de Adviento cae la nieve. Los tejados ya están completamente cubiertos. Es probable que al final del día todo esté blanco. Parece el escenario idílico para contar una historia que nos conduce al misterio de Jesús. Lucas, en el evangelio que leemos hoy, es consciente de que lo que va a contar no es una fábula, sino una historia real que afecta a toda la humanidad. Por eso, jugando con los símbolos, hace referencia a un particular G-7 formado por dos romanos y cinco judíos. Algunos nombres son muy conocidos; otros, no tanto: Tiberio (emperador de Roma), Poncio Pilato (gobernador de Judea), Herodes (tetrarca de Galilea); Felipe (tetrarca de Iturea y Traconítide); Lisanio (tetrarca de Abilene); Anás y Caifás (sumos sacerdotes). La verdad es que Anás entra en el grupo para completar el número siete, símbolo de totalidad, porque ya hacía trece años que no era sumo sacerdote. 

Como nos recuerdan los expertos, en Palestina, el año comenzaba el 1 de octubre. Eso significa que el año decimoquinto del reinado de Tiberio hay que situarlo entre el 1 de octubre del año 27 y el 30 de septiembre del año 28, una fecha que encaja perfectamente con lo que se dice en el Evangelio de Juan: “Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»” (Jn 2,20).

El personaje de hoy no es Jesús sino Juan el Bautista, un hombre que viene del desierto, que es lo mismo que decir que viene del lugar en el que Israel ha aprendido las principales lecciones de su historia y en el que suele comenzar su camino de transformación. Juan, hombre del desierto, parece un extranjero en su propia tierra, tanto por el modo de vestir y de comer como por el contenido de su mensaje. Para clarificar su misión, Lucas pone en labios de Juan unas palabras del profeta Isaias: “Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas serán rebajador; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y toda carne verá la salvación de Dios”. 

Los símbolos son claros: hay que abajar los montes y colinas del orgullo y la prepotencia y rellenar los valles de las desigualdades e injusticias. El hombre puede colaborar, pero se trata, ante todo, de la obra de Dios. El final no tiene desperdicio: “Toda carne verá la salvación de Dios” (es decir, los seres humanos, en su fragilidad, experimentarán que Dios no los abandona).

Necesitamos un mensaje como este en tiempos en que nos parece que nada puede cambiar. Si todo dependiera de nuestro esfuerzo, habría muchas razones para la desesperanza. Los seres humanos hemos demostrado muchas veces que somos capaces de lo mejor, pero también de estropear lo más noble que hay en nosotros y en el mundo. Por eso, la verdadera transformación (radical, profunda, duradera) es siempre obra de Dios. El profeta Baruc (primera lectura) nos lo recuerda con alegría: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede” (Bar 5,1). 

La humanidad no es una viuda condenada a un luto perpetuo. Dios la invita a vestirse de fiesta porque él no la va a abandonar. Es un mensaje válido para cualquier tiempo. El G-7 de la época no se enteró de su significado y al G-7 de hoy (es decir, los poderosos) tampoco le interesa demasiado un anuncio de este tipo. El Adviento es el tiempo litúrgico de quienes no tienen la sartén por el mando, de quienes esperan que Dios saque fuerza de debilidad, alegría de tristeza, esperanza de desesperación. Los poderosos no esperan nada porque creen que todo lo pueden conseguir con sus propios recursos. Solo los pobres saben esperar.

1 comentario:

  1. Cuando tienes ocasión de subir a una ermita que está a 844 metros te ayuda a entender el evangelio de hoy… Ayuda a comprender los símbolos y a sentir la pequeñez de todo ser humano y a vivir la reflexión que, tu Gonzalo, haces hoy.
    Hoy me quedo con tres afirmaciones:
    “Los seres humanos, en su fragilidad, experimentarán que Dios no los abandona”.
    “La verdadera transformación (radical, profunda, duradera) es siempre obra de Dios”.
    “Sólo los pobres saben esperar”.
    Muchas gracias.

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