jueves, 30 de abril de 2020

Leer abre ventanas (y a veces puertas)

Se acaba el mes de abril. Que yo sepa, nadie nos lo ha robado, pero sí nos lo han condicionado mucho (en realidad querría haber usado otro verbo más expresivo) unos y otros. Yo cumplo dos meses exactos de reclusión doméstica; o sea, que ya no puedo hablar de cuarentena en sentido estricto sino de sesentena, que es, por otra parte, la franja de edad en la que me encuentro. Por eso, en puridad, soy un sesentón (no un sexagenario, aunque suene más fino). Cada día vivido en confinamiento ha equivalido a un año de vida libre. Para hacer más llevadero el encierro, mis amigos y conocidos me han enviado con prodigalidad vídeos sugestivos, fotos, viñetas y memes, audios con cuentos (un amigo entrañable graba uno cada día y me lo envía un poco antes de la medianoche), enlaces a artículos interesantes, libros digitales, correos electrónicos (pocos)… y mensajes de ánimo a través de WhatsApp (muchos). 

También yo he incrementado el número (y la calidad) de las videoconferencias, la práctica comunicativa de moda. ¡Hasta doy clases de guitarra por Skype a mis sobrinos pequeños! No sé cómo Internet no se ha venido abajo con tanto tráfico de datos a todas horas. Nuestro técnico está asombrado. ¡Solo faltaría que al virus biológico que ataca a los humanos se añadiera un virus informático que atacase a la red! Eso sí que se parecería bastante a una hecatombe mundial.

La verdad es que ya no sé qué decir sobre el asunto de la pandemia, el confinamiento, las curvas y las mesetas de casos, la desescalada y el sursum corda. Creo que le he dedicado al maldito virus más de 50 artículos en este blog, casi un tratado epidemiológico, emocional y espiritual por entregas. Eso sí que no figuraba en ninguno de mis sueños y planes para esta primavera. Aquí, en mi comunidad romana, hemos conseguido detenerlo físicamente, pero el Covid-19 se nos cuela en la oración diaria, en las conversaciones en la mesa, en las cosas que escribimos y, por supuesto, en las entretelas emocionales de nuestra vida. Nunca había experimentado cómo una realidad insivisible puede ser tan omnipresente. Por paradójico que resulte, pareciera que “extra virus nulla salus” (fuera del virus no hay salvación). 

He leído y escuchado tantas cosas sobre este virus y sus consecuencias que ahora, al acabar abril, prefiero comenzar un período de cierta discreción. He sufrido demasiados altibajos emocionales por su culpa como para seguir subido a esta montaña rusa. Gracias a Dios, sigue habiendo mucha vida más allá y más acá de esta pesadilla coronada. No quiero que el virus se coma la fuerza renovadora y vivificadora de la Pascua. El virus, por poderoso que parezca, es contingente. La Pascua es el acontecimiento que nos mantiene vivos, un generador permanente de alegría y esperanza.

En el poco tiempo libre de que dispongo, uno de los libros que me he merendado entre ayer y hoy es El balneario, del recordado Manuel Vázquez Montalbán, un catalán de mente abierta, estómago ancho y verbo punzante. Hacía mucho tiempo que no me tropezaba con este autor, fallecido prematuramente en Bangkok de un infarto en octubre de 2003. Admiro su sorna y la capacidad que tiene de hablar de comida en un balneario en el que un grupo de ricos y obesos europeos y españoles (incluidos catalanes y vascos) se gastan la pasta en hacer curas de adelgazamiento y en aprender a no comer. El contraste entre la descripción de las prácticas de ayuno draconiano impuestas por los responsables del balneario y los recuerdos de los suculentos platos que le han llevado al inspector Carvalho a dar con sus grasas en ese lugar es sencillamente hilarante y magistral. En descripciones como esas se ve enseguida quién es un redactor aseado y quién aspira a ser escritor de raza. Creo que Vázquez Montalbán pertenece al segundo grupo. Reconozco que, aunque disfruto mucho con algunos vídeos que me llegan estos días (sobre todo, con los musicales), un libro pertenece a otra dimensión. Los vídeos –no sé por qué– me parecen más efímeros (aunque algunos los he visto varias veces), más de usar y tirar. 

Los libros están siempre ahí como un reclamo permanente. Por más que suene a tópico barato, es verdad que un buen libro (también los hay malos y pésimos) abre ventanas cuando nos vemos rodeados de paredes infranqueables. Por ellos nos asomamos a otros mundos que se nos sugieren y que nosotros debemos imaginar. El autor nos da el boceto; nosotros completamos el diseño. A veces incluso, la ventana se rasga hacia abajo y se convierte en una puerta que nos permite salir de nuestro aislamiento mental. Con un libro en la mano, el confinamiento deja de parecerse a un encierro para convertirse en una peregrinación.

Por cierto, dando un salto mortal, hoy es el Día Internacional del Jazz, el tutti frutti de los estilos musicales modernos. Merece la pena deleitarse con alguna pieza.







miércoles, 29 de abril de 2020

Todos somos políticos

Me duele que los políticos, en general, tengan mala prensa. Conozco algunos que son verdaderos servidores públicos. Se merecen otra consideración. No han entrado en política para medrar o lucrarse, sino para contribuir al bien común. Confío en que no constituyan una excepción. Se suele decir que en los dos países en los que más me muevo (Italia y España) hay muchos más políticos de los necesarios. Se hacen comparaciones con los países nórdicos o centroeuropeos, especialmente con Alemania. La proliferación de políticos en los cuatro niveles de la administración (local, provincial, regional-autonómico y nacional) supone un gran peso económico para los Estados. Es probable que se esté dando una costosa inflación. Sé que este es un asunto que enciende pasiones. No quiero echar más leña al fuego en un momento en el que estamos bastante insatisfechos con el modo como nuestros políticos están gestionando la crisis del Covid-19, aunque hay diferencias notables. Mi impresión (no llega a ser una convicción rotunda) es que necesitaríamos menos políticos profesionales si todos fuéramos un poco más políticos a pie de calle. Me explico. No me estoy refiriendo a la necesidad o conveniencia de afiliarnos a partidos  y ejercer algún cargo en sus filas, sino a ser habitantes responsables de la “polis”, de la “ciudad” a la que todos pertenecemos. No se puede criticar a los políticos profesionales y luego comportarnos como ciudadanos que solo se preocupan del propio interés y muy poco del bien común. En otras palabras, no podemos ensuciar la calle, por ejemplo, y luego quejarnos de que los barrenderos la limpian poco. Lo esencial para que una ciudad esté limpia no es disponer de abundantes y caros servicios de limpieza, sino contar con una ciudadanía que no la ensucie y que la cuide como si fuera –lo es– su propia casa.

Viene esto a cuento a propósito de las medidas que hay que tomar para entrar en la llamada fase 2 o de desconfinamiento o desescalada (palabros que se han puesto de moda en los últimos días). En los países latinos somos muy propensos a echar la responsabilidad en los hombros de los respectivos gobiernos. Es ya tópico el viejo chiste italiano, pero lo traigo de nuevo a colación: “¿Llueve? Porco governo. ¿Hace sol? Porco governo”. Pase lo que pase, la culpa siempre es del gobierno de turno. Otras culturas, que –dicho sea de paso tienen también sus puntos débiles, acentúan más la responsabilidad de cada ciudadano y de la sociedad en general. Saben que no se puede organizar la vida de un país a base de medidas gubernativas, por acertadas que sean, sino de virtudes cívicas. ¿De qué sirve, por ejemplo, que el gobierno autorice a que los niños paseen una hora acompañados por los adultos si algunos padres hacen caso omiso de las recomendaciones de seguridad que machaconamente repiten las autoridades sanitarias? Varios expertos dicen que los logros conseguidos en la muy larga fase de confinamiento (en Italia llevamos ya casi 50 días) se pueden perder si se realiza de manera irresponsable la siguiente fase de apertura progresiva. Quizás ahora, en esta crisis provocada por la pandemia, se ve con más claridad la importancia de que todos seamos “políticos” (responsables de la polis), pero esto es aplicable a cualquier momento y lugar. Ser “políticos” significa utilizar los servicios públicos con mesura, preguntarse de qué manera podemos contribuir al bien común y no solo a la búsqueda del provecho personal, cómo podemos afrontar y resolver los problemas, de qué forma podemos apoyar cuantas iniciativas sociales contribuyan a hacer más fácil y solidaria la convivencia.

Una de las caras alentadoras de esta pandemia es la solidaridad que se ha desplegado. Por todas partes han surgido iniciativas de apoyo a las personas mayores, a los cuidadores, al personal sanitario, a las fuerzas de seguridad, a los sacerdotes y religiosos… El confinamiento ha demostrado que, en situaciones extremas, somos capaces de responder con gran dignidad, valentía y responsabilidad, incluso con medios insuficientes y mala coordinación. ¿Sería posible aplicar este aprendizaje a la “nueva normalidad” que nos aguarda en las próximas semanas?  ¿Podríamos ser mucho más “políticos” para que los políticos profesionales fueran menos y no condicionaran tanto la vida social? Admiro los países cuyos líderes políticos pasan casi desapercibidos (no están todo el santo día en los telediarios) porque los ciudadanos saben lo que tienen que hacer, lo hacen y se ayudan a hacerlo. Se suele decir que tenemos los políticos que nos merecemos. Esto es verdad, no solo porque están ahí como resultado de nuestros votos en las sucesivas elecciones, sino porque reflejan mucho más de lo que nos gustaría nuestros propios vicios y virtudes. No son extraterrestres caídos del cielo, sino ciudadanos que se han formado en la misma sociedad a la que todos pertenecemos. Han respirado valores y contravalores, buenas y malas prácticas. Quizá los criticamos mucho porque constituyen un espejo en el que vemos reflejadas nuestras contradicciones. Es hora de poner el acento en la propia responsabilidad. Los políticos del futuro serán fruto de una nueva cultura social más responsable y solidaria.  

Que santa Catalina de Siena, patrona de Italia, cuya fiesta celebramos hoy, nos proteja y nos ayude. Ella supo denunciar con mucho valor la corrupción social y eclesial de su época, pero, sobre todo, supo vivir con integridad y coherencia en tiempos muy, pero que muy convulsos. Vamos, que predicó con el ejemplo.


martes, 28 de abril de 2020

Artesanos que no son estrellas

Pocas personas llegan a ser famosas. El diccionario de la RAE entiende por famoso, en primer lugar, lo que es “ampliamente conocido”. Predomina un criterio cuantitativo. La segunda acepción reza así: “Muy conocido y admirado por su excelencia”. Se subraya el aspecto cualitativo. Es obvio que hay famosos que lo son por el simple hecho de que los conoce mucha gente, sin que hayan realizado nada excelente. Quizá podríamos calificarlos de “famosillos” o “famosetes”. Es mejor no dar nombres. Y hay personas muy valiosas en los diversos campos del saber y del arte que apenas son conocidas y que ni siquiera buscan serlo. Ciñéndonos al mundo del arte, hay estrellas rutilantes que han ascendido al firmamento de la fama por méritos propios y (casi siempre) por colosales campañas de publicidad. Y artesanos que son verdaderos maestros a los que se les niega el pan y a sal o se les da con cuentagotas. Algunos de ellos no quieren ser famosos para no tener que pagar el “precio de la fama”. Prefieren conducir una vida sencilla y discreta, alejada de los focos y centrada en su trabajo creador. Hacen bien. Se podrían poner también muchos ejemplos extraídos del mundo de la literatura, la pintura o la música.

En este blog me he referido varias veces al cordobés Nacho Lozano, que es un músico de 40 años dotado de una versatilidad extraordinaria y a quien no conozco personalmente, pero me gustaría hacerlo algún día. Puede cantar una pieza lírica, un palo de flamenco, una balada pop o música góspel. Además de hacer sus propias composiciones, tiene una enorme facilidad para imitar a artistas famosos. En la mayor parte de los casos, los supera en afinación, técnica vocal y potencia. Además, es un cristiano que no se avergüenza de confesar su fe sin necesidad de llevar una etiqueta pegada en la frente. Os propongo comenzar escuchando una oración titulada Total praise, interpretada por el coro góspel que él dirige en Córdoba (España), su ciudad natal. Esta canción es una súplica por todos aquellos que han muerto a causa del coronavirus y que no han podido ser despedidos como hubiera sido necesario. Los componentes del coro han grabado el tema desde sus casa, dada la situación de confinamiento que vivimos. En el vídeo se puede leer la letra de la canción en inglés (original) y en español (traducción). 



Uno de los retos personales de Nacho, resuelto con brillantez, era emular a su admirado Camilo Sesto en la interpretación del tema Getsemaní, de la ópera rock Jesucristo Superstar. Os dejo con la grabación doméstica que colgó en las redes el pasado Jueves Santo.


Dado que estamos en el tiempo pascual, no estará de más escuchar la versión que su coro ha grabado del célebre Aleluya de Leonard Cohen. Corren por la red otras más espectaculares, pero se nota demasiado el Autotune y los ajustes de los ingenieros de sonido. Aquí, el canto suena más fresco, sin tanta cosmética electrónica.


Para terminar, os dejo con una de las numerosas grabaciones en las que Nacho Lozano imita (y a veces parodia) a algunos artistas conocidos (en esta ocasión junto a Patricia Aguilar). No está mal poner un poco de humor en los tiempos que corren.


lunes, 27 de abril de 2020

No olvidamos a Claret

Este año estamos celebrando el 150 aniversario de la muerte de san Antonio María Claret, acaecida el 24 de octubre de 1870 en el monasterio cisterciense de Fontfroide (Francia). Las especiales circunstancias de los dos últimos meses han hecho que este aniversario pase a un segundo plano. Esperemos que para el mes de octubre haya más tranquilidad, aunque, tal como estamos viendo, es imposible hacer previsiones fiables a medio y largo plazo. Hoy quiero referirme a Claret porque se acaban de producir tres acontecimientos que me invitan a hacerlo. Quizá sería más preciso hablar de tres nuevas creaciones en relación con su persona. Son de muy distinta entidad, pero las tres pretenden ayudarnos a descubrir a Claret como un hombre que ha vivido con mucha intensidad la experiencia de Dios y el ardor misionero.

La primera es la película “Claret” que se estrenará en el otoño de este año o, con más probabilidad, dados los retrasos provocados por la pandemia, en la primavera de 2021. El jueves pasado tuve ocasión de verla en su etapa de producción. La verdad es que tenía mucha curiosidad. Reconozco que se ha hecho un buen trabajo y que todavía se pueden pulir algunos detalles antes de su estreno, de manera que el producto final sea óptimo. Sé que el equipo de Contracorriente Producciones, con Pablo Moreno a la cabeza, ha puesto una gran ilusión en este proyecto y merece todo mi reconocimiento. Estoy convencido de que la película ayudará a suscitar esa curiosidad necesaria que empuja a conocer mejor el personaje. Descubriremos algunas facetas de Claret que no suelen destacarse mucho en las biografías populares y que ojalá conecten con las expectativas de las personas que en su momento vean la película. Claret fue un experto en la aceptación y el manejo de las adversidades. Su experiencia puede iluminarnos en el momento difícil que vivimos.

La segunda creación es una aplicación para dispositivos móviles titulada “Claret contigo”. Se puede descargar gratis en Apple Store o en Google Play. Os recomiendo hacerlo. Está pensada, sobre todo, para laicos que quieren buscar en la espiritualidad claretiana un nuevo estímulo para vivir su fe. En la introducción escribí lo siguiente: “El título de este libro es breve y cordial: “Claret contigo”. Une a Claret con cada lector, en una especie de diálogo continuo. Para cada día del año se ofrece un texto extraído de alguna de las numerosas obras de Claret, acompañado por un breve comentario hecho por misioneros claretianos de todo el mundo. De esta manera, el texto original, escrito hace más de 150 años, cobra actualidad. Es como si Claret mismo se pusiera a caminar con el lector sin incomodarlo con una gran disertación, sugiriéndole apenas un pensamiento que puede ayudarle a vivir mejor”. Varios lectores del Rincón que ya se han descargado esta aplicación o que disponen del libro impreso me dicen que les está ayudando en su camino espiritual.

La tercera creación es un simpático vídeo que me llegó ayer mismo. Está hecho por varios claretianos y laicos de la Provincia claretiana de Santiago, en España. Más de 70 hogares han participado en su confección. Pone imágenes al conocido himno a Claret. No se trata de una obra profesional, sino de un homenaje popular realizado por personas que sienten a Claret como su padre espiritual. Para que sea fácil su visualización, os lo inserto al final de la entrada de hoy. Es una más de las muchas iniciativas que inundan la red en este tiempo de pandemia. Me sorprendo de la creatividad de muchas personas y de la voluntad de no dejarse llevar por la pereza o el aburrimiento. Un vídeo como este nos recuerda que estamos en el Año Claretiano y que en ningún momento hay que dejarse derrotar por la tristeza y el individualismo. Da gusto ver los gestos de alegría y esperanza de todos los que participan en el vídeo. Desde aquí les transmito mi agradecimiento y mi felicitación por la iniciativa. Como anécdota, os cuento lo que le sucedió hace unos días a un claretiano que estuvo internado en un hospital por coronavirus. Cuando una de las enfermeras que lo atendía supo que era claretiano le dijo que ella también conocía a Claret porque sus hijos estudiaban en el colegio homónimo. Cuando el claretiano le preguntó qué sabía del santo catalán, ella se arrancó espontáneamente con las notas del himno que podéis escuchar a continuación.


domingo, 26 de abril de 2020

La tristeza no es la última palabra

Si alguien me preguntara qué puede hacer para superar la tristeza y la frustración que le oprimen, le contestaría sin dudar: medita el relato de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Este es precisamente el texto que nos propone el Evangelio del III Domingo de Pascua. Pocos relatos hay más reconfortantes y pedagógicos. No es fácil reconstruir la base histórica (como sucede con casi todos los relatos bíblicos), pero no hay problema para diseñar la instrucción catequética que subyace y descubrir la estructura litúrgica del largo y bien estructurado relato. Desde el punto de vista literario, casi parece el fruto de un taller de escritura creativa. Es sencillamente perfecto. No sobra ni falta nada. Hay un comienzo misterioso, un crescendo claro, un suspense mozzafiato (como se dice en Italia) y un desenlace poco convencional. Lo he examinado tantas veces en este Rincón –la última hace apenas diez días– que casi no me atrevo a volver sobre él por temor a repetirme. Y, sin embargo, me parece de una actualidad tan grande que no tengo más remedio que intentarlo.

Empecemos haciendo una afirmación discutible pero fecunda: el discípulo anónimo que camina con Cleofás somos cada uno de nosotros. Lucas quiere invitarnos a hacer un camino de transformación. Se las ha ingeniado para meternos en el relato sin pedirnos permiso. Pero estoy seguro de que no vamos a arrepentirnos. Si nosotros somos el compañero (o la compañera) de Cleofás, se nos puede aplicar a la letra lo que dice el texto: “Ellos se detuvieron con aire entristecido”. Me parece esencial este punto de partida. También nosotros llevamos semanas viviendo “con aire entristecido”. Basta conversar con quienes han perdido a sus seres queridos o con algunos que acusan el cansancio provocado por el confinamiento o experimentan ansiedad ante un futuro incierto. A pesar de que estemos en el tiempo pascual, no se respira un aire de alegría como otros años. Es como si inesperadamente se nos hubiera derrumbado un castillo de naipes construido con tesón y maña y no supiéramos cómo reconstruirlo.

Volver a Emaús significa añorar la “vieja” normalidad en la que nos sentíamos cómodos y seguros, a pesar de que no todo fuera perfecto.  Pero estos no son los planes de Jesús. Él no puede concebir a su comunidad como un grupo de hombres y mujeres tristes, frustrados y sin horizonte. Jesús no quiere que la pandemia que vivimos sea causa de angustia y desesperación. Por eso, se pone a caminar con nosotros. Quiere conducirnos a la experiencia de la verdadera alegría, pero no quiere ahorrarnos el camino, porque sabe que una alegría que no se hace cargo de las pruebas de la vida es falsa. Él no se dedica a contarnos chistes para hacer más llevadera la jornada, como hacemos a veces entre nosotros. Él nos ayuda a leer en profundidad lo que está pasando, de manera que encontremos la clave que nos permita descubrir una vida nueva y nos cure de la tentación de retornar a la vida vieja que llevábamos antes.

¿En qué consiste la acción de este Jesús, que primero se acerca y se pone a caminar con nosotros (sin que nosotros seamos capaces de reconocerlo) y luego hace ademán de seguir adelante (provocando en nosotros el deseo de retenerlo)? ¿Cómo se produce este juego de presencia-ausencia que a menudo nos desconcierta? La respuesta del evangelista Lucas es muy clara: ¡Este proceso de encuentro y transformación se produce... en la Eucaristía! De hecho, todo el relato está construido como una celebración eucarística con su rito de entrada (incluyendo esa especie de confesión que hacen los discípulos), su liturgia de la Palabra (con lecturas bíblicas y homilía de Jesús), su liturgia eucarística (con la fracción del pan y el milagro del reconocimiento) y su rito de despedida (con el súbito regreso “misionero” a Jerusalén). 

Si esto es así, tienen razón quienes en estos tiempos de tristeza producidos por la pandemia piden que la Iglesia nos les prive de la Eucaristía. Es un modo de confesar que sin la Eucaristía no hay modo de interpretar lo que está pasando y de reconocer en todo la presencia del Resucitado. En otras palabras: sin Eucaristía, la tristeza se vuelve crónica, no logramos experimentar en su raíz la alegría cristiana. Por eso, se están multiplicando las campañas que “exigen” a los pastores poder participar físicamente en la celebración y no solo seguirla virtualmente por Internet. Respeto este movimiento, comprendo a quienes consideran que la Eucaristía es un “servicio esencial” (por usar las expresiones de los políticos), tan necesario como ir al supermercado o a la farmacia. Y, sin embargo, no me parece que se deba convertir este asunto en un “casus belli” (motivo de guerra contra los gobiernos) y en una crítica al papa Francisco y a los obispos como si arbitrariamete nos hubieran robado algo que nos pertenece. A veces, lo que a primera vista parece lo mejor (sin duda, la Eucaristía lo es), puede encerrar motivaciones que no son muy cristianas. 

Más aún, el forzado ayuno eucarístico, si se interpreta y vive bien, nos hace caer en la cuenta de las muchas Eucaristías rutinarias en las que no hemos sabido apreciar el tesoro que se nos entregaba, activa en nosotros el deseo de una Eucaristía más auténtica, provoca una súplica que, en su momento, nos llevará a abrir los ojos y a reconocer con más conciencia al Resucitado, verdadera fuente de nuestra alegría. Como los discípulos de Emaús, también nosotros en este contexto de tristeza generalizada, decimos con fe: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”. Este “deseo de Eucaristía” tiene una extraordinaria eficacia purificadora y transformadora. Empezaremos a entender que la tristeza no es, en efecto, la última palabra y que el Resucitado nunca nos deja solos en el camino de la vida.


sábado, 25 de abril de 2020

Nada nos separará

Ayer, de 5 a 6 de la tarde, tuve una entrañable videoconferencia con algunos amigos de este Rincón que respondieron a la invitación que formulé hace unos días en este mismo blog. Sus voces sonaban desde Madrid, Sevilla, Soria, Barcelona, Guadalajara y Glasglow; la mía desde Roma. La conexión funcionó bien. Comenzamos orando juntos. Después de los saludos, fuimos compartiendo cómo estamos viviendo cada uno estos meses de pandemia en los distintos lugares. Se trataba de partir de la vida para regresar a la vida, no de hacer reflexiones en el aire. Todos, en una medida u otra, hemos experimentado de cerca el zarpazo de la muerte o, por lo menos, hemos sabido de casos de contagio entre nuestros parientes y amigos. Pero el tono general fue de mucha serenidad. No podemos dejarnos dominar por el abatimiento. La hora se me pasó volando. Hemos quedado en repetir la experiencia más adelante. Al final, les dejé el enlace al “Aleluya de la tierra” que puse en la entrada de ayer. Me parecía un estimulante regalo de Pascua para mantener encendida la llama de la esperanza. Reconozco que quizá yo era uno de los más afectados por el sufrimiento de estas semanas. Agradezco las palabras de mis amigos que, desde una honda experiencia de fe, me animaron a imaginar un mundo mejor después de esta crisis.

Hoy celebramos en Italia la fiesta de la Liberación. Creo que este año la mayoría de mis amigos italianos piensan más en la “liberación del coronavirus” que en los 75 años de la caída del régimen fascista. En cualquier caso, me gusta la palabra “liberación” porque expresa con claridad el tránsito de una situación de esclavitud o dominación a otra de libertad. El confinamiento doméstico, por más que tenga aspectos positivos, no deja de ser una experiencia impuesta, no deseada, una pequeña esclavitud. Superados ciertos límites, puede volverse en contra de nosotros. Cada vez oigo más voces de personas cercanas que están ansiando regresar cuanto antes a la “normalidad”, conscientes de que ya no es posible regresar a la “vieja” normalidad. De ahora en adelante, se volverán “normales” prácticas que hasta ahora considerábamos excepcionales (como, por ejemplo, la distancia social, el uso de guantes y mascarillas o la supresión de eventos masivos). Es muy probable que desparezcan muchos bares y restaurantes, que las compañías de vuelos low cost entren en crisis y que los jugadores de fútbol dejen de ganar una millonada. Echaremos de menos muchas rutinas del “viejo” mundo, pero tal vez nos liberemos de otras muchas que considerábamos “normales” y que, en realidad, eran expresión de un mundo injusto, excluyente, contaminante y obsoleto.

Desde el punto de vista litúrgico, hoy celebramos la fiesta de san Marcos. Por desgracia, este año no se podrá festejar en Venecia –ciudad que custodia sus restos– con la solemnidad acostumbrada. Marcos no fue discípulo directo de Jesús. Si la tradición le atribuye a él y no a un apóstol la autoría del evangelio más antiguo, debe de haber un fundamento sólido. Si algo subraya Marcos en su Evangelio es la condición divina de Jesús. Se dice expresamente al principio a modo de clave (“Comienzo de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”: 1,1), se pone en boca de Pedro hacia la mitad (“Tú eres el Mesías”: 8,29) y se cierra el evangelio con la confesión de fe del centurión romano tras la muerte de Jesús (“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”: 15,39). A los discípulos, sin embargo, les costó mucho entender la identidad de Jesús. Marcos repite con frecuencia que “no comprendían” (Mc 8,33; 9,32). ¿Cómo se puede comprender que el liberador del pueblo, el hijo de Dios, tenga que ser detenido, torturado y crucificado? Por eso, todo el Evangelio es un camino formativo que conduce de Galilea a Jerusalén y que sirve como espejo para nosotros, los discípulos de cualquier época.  También nosotros necesitamos caminar con Jesús y dejarnos formar por él hasta poder confesarlo como Hijo de Dios y entregarle nuestra vida.

Algo parecido nos pasa a nosotros cuando queremos “comprender” lo que nos está pasando hoy. Y, sin embargo, la fe en Jesús nos asegura que nada (ni el hambre, ni la persecución, ni el coronavirus ni la muerte) podrá separarnos del amor de Dios. Asentados sobre este fundamento, podemos vivir el tiempo presente con una gran esperanza. Sin ella, no tendríamos energía para afrontar los tremendos restos que nos esperan. 

Os dejo con una nueva canción de Brotes de Olivo que nos recuerda machaconamente esta verdad. Se puede convertir en un estribillo para hoy.



viernes, 24 de abril de 2020

Del "ego" al "eco"

Parecen palabras iguales. Comparten las vocales “e” y “o”. Solo cambia la consonante. Ambas palabras son de origen griego. La primera (ego) significa “yo”; la segunda (eco) es un apócope de “oikós” que significa “casa”. No es que me haya puesto en plan filólogo por ser viernes. Lo que pasa es que ayer dediqué toda la mañana, junto con mis compañeros del gobierno general, a profundizar en la famosa “teoría U” que propone pasar del ego-sistema al eco-sistema para asegurar verdaderos procesos de transformación social. Una de las ventajas de no poder viajar en esta etapa de confinamiento es que disponemos de más tiempo para la formación permanente. En algún momento he hablado en este Rincón de la Indagación Apreciativa. Como ella, la “teoría U” es un nuevo enfoque para gestionar el cambio en un mundo que no para de evolucionar y que lo hace cada vez de forma más acelerada. Pone el acento en el autoconocimiento para romper patrones de conducta improductivos que pueden sofocar la creatividad y dificultar la toma de decisiones. No es este el lugar para presentar sus siete pasos y otros detalles técnicos que tal vez no interesen a muchos lectores.  Lo que me interesa subrayar es que cuando centramos nuestra vida en el propio “ego” desconectándolo del sistema en el que vivimos, no hay un cambio auténtico.

Creo que uno de los aprendizajes que podemos hacer en esta etapa de confinamiento es caer en la cuenta de que si el sistema no funciona, de nada sirve nuestra seguridad personal. Quizá algunos ejemplos lo pueden aclarar. ¿De qué sirve amasar dinero contaminando el ambiente si luego ese mismo ambiente se vuelve irrespirable y una buena parte del dinero hay que gastarlo en descontaminar? Lo que, a primera vista, parecía una ganancia, acaba revelándose como una gran pérdida. ¿Qué sentido tiene expoliar los recursos naturales de los países del tercer mundo invirtiendo muy poco en ellos y luego quejarnos de la presión que los emigrantes de esos países ejercen sobre el primer mundo? El egocentrismo es una enfermedad que afecta a los individuos, familias, comunidades y países. La búsqueda obsesiva de los propios intereses sin tener en cuenta las necesidades e intereses de los demás conduce a la larga a una crisis del sistema en la que todos acabamos perdiendo. Por tanto, aunque solo fuera por razones pragmáticas, es bueno siempre pensar de la manera más global posible, tratando de involucrar a todas las partes afectadas en cualquier proceso de cambio. El desafío consiste en pasar de un “ego-sistema” a un “eco-sistema” en el que tomemos conciencia de las repercusiones que cada parte tiene sobre el conjunto y el conjunto sobre cada parte.

El pasado día 22 fue el Día Internacional de la Madre Tierra. Es evidente que el cuidado del planeta se inscribe en esta visión eco-sistémica. Lo que resulta paradójico es que muchos de los que se beneficiaron con los grandes desequilibrios de la revolución industrial se han convertido ahora en feroces defensores de la ecología. Más vale tarde que nunca. Para poner un poco de alegría, os dejo con una versión muy potente del célebre “Aleluya de la tierra” de mis amigos de Brotes de Olivo. Me parece muy oportuna en este tiempo pascual. Creo que os va a gustar.



jueves, 23 de abril de 2020

Puente sobre aguas turbulentas

Anoche me acosté con la noticia de la muerte del gran Marcos Mundstock. Es probable que muchos lectores de este Rincón no sepan quién es este personaje de apellido raro. Tal vez comience a sonarles algo si añado que fue uno de los fundadores de Les Luthiers, el conocido grupo argentino que lleva haciendo música y humor (o humor y música) desde hace más de 50 años. El grupo es muy conocido y valorado en España por su humor fino, culto y no hiriente. Todas sus actuaciones son memorables. Como homenaje al que fue el alma del grupo, su gran narrador, dotado de una gran ironía y de una voz grave y cordial, pongo el vídeo del discurso que dirigió desde su casa (estaba ya enfermo) a los participantes en el Congreso del Español celebrado el año pasado en Córdoba (Argentina). Merece la pena verlo íntegro. ¿Cómo habría afrontado Mundstock en clave de humor la pandemia que estamos padeciendo? No lo sé, pero estoy seguro de que le hubiera sacado punta sin herir nuestros sentimientos. Su dominio de la lengua era prodigioso, como se puede apreciar en el vídeo. Descanse en paz.


Hoy es el Día Internacional del Libro. Tal vez debería escribir algo sobre los libros que más me han gustado a lo largo de mi vida. O que más me han influido. Otro día lo haré. Hoy prefiero decir algo sobre una canción que ha cumplido ya 50 años. Las canciones llaman a la puerta sin saber por qué. Ayer recordé un viejo tema de Simon & Garfunkel. En realidad, lo compuso Paul Simon y se lo endilgó a Art Garfunkel para que lo cantara solo en un momento en el que las relaciones entre ambos no eran ya buenas. Tiene tres estrofas y un estribillo muy conocido. La tercera estrofa fue un añadido que le pidieron a Simon y del que él no quedó satisfecho porque le parecía que rompía el hilo conductor. Si no hubiera sido por esa tercera estrofa, la canción se podría haber aplicado a situaciones muy variadas. Podría haber tenido incluso un sentido religioso. Pero en la tercera estrofa se habla de una “silver girl” (chica plateada), que no es otra que Peggy Harper, entonces esposa de Simon. Se ve que ya habían empezado a salirle las primeras canas. 

No creo que esta canción les suene a los jóvenes, pero para la gente de mi generación tiene muchas resonancias. Ha sido versionada infinidad de veces por artistas de diversos estilos. Yo la rescato del baúl de los recuerdos porque me parece que (dejando aparte la tercera estrofa dedicada a la mujer de Simon) contiene un mensaje que puede ser aplicable a la situación que estamos viviendo. Leída en esa clave, resulta muy consoladora. Echemos primero un vistazo a la letra.


ENGLISH


ESPAÑOL

When you're weary,
feeling small
When tears are in your eyes,
I will dry them all, all
I'm on your side, oh,
when times get rough
And friends just can't be found.

Like a bridge over troubled water
I will lay me down
Like a bridge over troubled water
I will lay me down.

When you're down and out
When you're on the street
When evening falls so hard
I will comfort you
I'll take your part, oh,
when darkness comes
And pain is all around.

Like a bridge over troubled water
I will lay me down
Like a bridge over troubled water
I will lay me down.

Sail on Silver Girl,
Sail on by
Your time has come to shine
All your dreams are on their way
See how they shine
If you need a friend
I'm sailing right behind.

Like a bridge over troubled water
I will ease your mind
Like a bridge over troubled water
I will ease your mind.

Cuando estés abrumada
y te sientas pequeña
Cuando acudan las lágrimas a los ojos,
yo las enjugaré
Estoy a tu lado.
Cuando las circunstancias sean adversas
Y simplemente no encuentres amigos.

Como un puente sobre aguas turbulentas
Yo me tenderé
como un puente sobre aguas turbulentas
Yo me tenderé.

Cuando te sientas deprimida y extraña
cuando te encuentres perdida
cuando la noche caiga sin piedad
Yo te consolaré
Yo estaré a tu lado
Cuando llegue la oscuridad
y te envuelva el dolor.

Como un puente sobre aguas turbulentas
Yo me tenderé
como un puente sobre aguas turbulentas
Yo me tenderé.

Navega, chica plateada
Navega
Ha comenzado a brillar tu tiempo
todos tus sueños se verán colmados.
Mira cómo resplandecen
Si necesitas un amigo,
Yo navego justo detrás.

Como un puente sobre aguas turbulentas
Aliviaré tu mente
Como un puente sobre aguas turbulentas
Aliviaré tu mente.


Y ahora examinemos dos versiones musicales: la propia de Simon & Garfunkel y luego una muy reciente del grupo VoicePlay cantada a cappella. Espero que os gusten ambas. La segunda tiene un grado de sofisticación técnica difícilmente imitable.




¿Qué pasaría si las dos primeras estrofas y el estribillo los pusiéramos en labios de Jesús? Él nos diría algo parecido a esto: 
“Cuando estés abrumado por todo lo que está pasando y te sientas pequeño e impotente. Cuando te acudan las lágrimas a los ojos porque ya no aguantas tanto dolor, yo las enjugaré. No estás solo. Estoy a tu lado. Cuando las circunstancias te sean adversas a causa del coronavirus y no encuentres amigos con quienes compartir tu dolor… yo seré para ti como un puente tendido sobre las aguas turbulentas de la pandemia”. 
Me resulta original y poderosa la imagen de Jesús como alguien que hace de su cuerpo un puente por el que podemos vadear las aguas turbulentas de la crisis. A Jesús lo llamamos luz, pastor, puerta, vida, etc., pero no recuerdo nunca haberlo llamado “puente”. Quizá hoy es uno de los títulos que mejor le cuadran.