viernes, 29 de septiembre de 2017

Rumor de ángeles

Hace unos 40 años que leí el libro de Peter Berger que lleva el sugestivo título de Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural. Se han hecho incluso tesis doctorales sobre el pensamiento de este autor, que habla del cambio de paradigma que estamos viviendo en relación con el hecho religioso: de la secularización (ideal moderno) a la desecularización (meta pos-moderna). Es verdad que en estos años ha habido muchos cambios, pero las intuiciones de Berger siguen siendo estimulantes. De todos modos, no creo que este Rincón sea el lugar más adecuado para un debate académico sobre un asunto de esta envergadura. si así fuera, me temo que muchos lectores se echarían para atrás, pero hay algunas cosas que quisiera compartir. Lo hago precisamente hoy que celebramos la fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. No es fácil hoy hacer una teología de los ángeles, a pesar de que en ciertos ambientes seculares se habla mucho de ellos. La pregunta es muy sencilla: ¿Cuáles son los signos que, en medio de esta sociedad secularizada, nos remiten a una dimensión que va más allá del mundo material o que se transparenta en el más acá de nuestra vida?

Peter Berger habla de varias realidades humanas que, vividas en profundidad, nos remiten siempre más allá de ellas mismas, como si fueran ventanas que se abren a una dimensión trascendente. La más significativa de las señaladas por Berger es, sin duda, la experiencia del amor, en sus múltiples formas. No es extraño que así sea porque, en el Nuevo Testamento, se llega a afirmar que “Dios es amor” (1 Jn 1,4). Esto significa que, cada vez que un ser humano tiene una genuina experiencia de amor, aunque no lo sepa, aunque no quiera denominarlo así, está experimentando a Dios. Pero, junto a esta gran ventana, Berger señala otras que forman parte de nuestra vida: el arte y el éxtasis, las matemáticas y la música, el juego y el ritual, y, por supuesto, la fe y la esperanza. Berger acentúa mucho el humor, como una forma excelente de tomar conciencia de nuestros propios límites y, aunque sea de forma paradójica, aludir a la existencia de otro mundo. Todo humorista es, en el fondo, un místico porque ha penetrado en el fondo de la naturaleza humana, ha descubierto sus límites y, sin embargo, no pierde la sonrisa: está abierto a la esperanza.

Sería interesante preguntarnos cuáles son las ventanas a través de las cuáles vislumbramos el misterio de Dios desde nuestra propia casa humana. Hay personas de sensibilidad artística que se estremecen con cualquier manifestación de arte. La via pulchritudinis (el camino de la belleza) constituye para ellas una vía privilegiada de acceso al Misterio. Hay personas de mentalidad más racional que quedan prendadas de las matemáticas (y de esa matemática sonora que es la música) y que encuentran en la racionalidad de todo cuanto existe una especie de eco de la racionalidad absoluta que es Dios. Es la via veritatis, el camino de la verdad. La mayoría de las personas perciben la huella del Infinito en las experiencias humanas que tienen que ver con el dolor, la injusticia, la compasión, la misericordia, el trabajo por la justicia y la paz, la solidaridad con los más pobres. Se sienten atraídas por la vía de la bondad. Es la via amoris. A menudo, estas vías no son caminos visibles, anchos, despejados. Se trata, más bien, de intuiciones, destellos, anhelos. O, por decirlo con la metáfora acústica usada por Berger, de rumores de ángeles, de sonidos que nos despiertan de nuestro letargo y nos hablan de una dimensión de la realidad más profunda de la que nosotros percibimos con nuestros sentidos corporales. Ya decía El Principito que “lo esencial es invisible a los ojos”. Creo que siempre será así. Hay realidades que producen ruido y, por eso, tienden a imponerse a corto plazo. Son las realidades que tienen que ver con el poder, el dinero y el placer. Parecen las más contundentes y reales, pero, en el fondo, son efímeras. Hay otras, por el contrario, que apenas se perciben. Son solo suaves murmullos. Son realidades discretas que pueden pasar desapercibidas para aquellos que están aturdidos por los ruidos, pero son, en realidad, las más duraderas porque nos remiten al Misterio que nunca pasa, que es fundamento de todo cuanto existe: En él vivimos, nos movemos y existimos(Hch 17,28).

Es probable que todos nosotros necesitemos una revisión de los “oídos del corazón” para comprobar si hemos perdido la capacidad de escucha debido a los potentes ruidos ambientales o, por el contrario, todavía tenemos la agudeza necesaria para percibir el rumor de ángeles que se escucha en nuestro mundo. 

jueves, 28 de septiembre de 2017

¿Qué tal estás?

Hay preguntas marcadas por la cortesía que es mejor que no tengan una respuesta precisa. Si alguien pregunta en inglés: How are you?, casi todo el mundo se limita a salir del paso respondiendo: “Fine, thank you”. Algo parecido sucede en casi todas las lenguas. En español disponemos de varias preguntas, que varían según los países o personas. Una bastante frecuente es: “¿Qué tal estás?”. O, de manera abreviada: “¿Qué tal?”. La respuesta más típica y tópica es: “Bien, gracias”. A veces, se completa con la coletilla: “¿Y tú?”. Por lo general, sobre todo cuando se trata de saludos rápidos, nadie espera una respuesta larga. Se conforma con el lacónico: “Bien, gracias”. Pero, ¿qué pasaría si una persona se tomara en serio la pregunta y comenzara a contarnos cómo está en realidad? ¿Estamos preparados para escucharnos a ese nivel, o preferimos quedarnos en el nivel rápido y poco exigente de la cortesía? En el lenguaje juvenil, hace años que la tópica respuesta fue transformada en una pregunta con retranca: “Bien, ¿o te lo cuento?”. Es una forma de decir que es preferible que uno se quede con la impresión de que todo va bien, porque, si hubiera que responder de verdad, las cosas serían más complejas y probablemente no tan buenas.

El viejo análisis transaccional hablaba de cuatro posiciones existenciales básicas: Yo bien-tú bien; yo bien-tú mal; yo mal-tú bien y yo mal-tú mal. El método decía que cada uno de nosotros solemos seguir un guion tipo desde la infancia. No voy a revelar el mío, pero me sorprendo de que en las últimas semanas son varias las personas que, a la pregunta, ¿Cómo estás?, no se han limitado a responder con el típico “Bien, gracias”, sino que me han confesado abiertamente: “Estoy mal”. Y no a causa de una enfermedad o de un fracaso, sino como expresión de un tono vital bajo, rayano en la depresión. Es como si, ante la avalancha de malas noticias, uno ya no tuviera capacidad de digestión, y menos de reacción. Entonces, se enciende una luz roja que parece indicar: vivir así no tiene sentido, no encuentro placer en lo que hago, me siento solo, me aburre la comunicación con los demás, el mundo va de mal en peor, la fe (en el caso de los creyentes) no me sirve para nada cuando más la necesito… Es como si la sociedad en su conjunto fuera una especie de manicomio.  

Cuando alguien dice “Estoy mal” no busca una solución milagrosa. En realidad, la frase “Estoy mal” podría ser cambiada por otra más precisa: “Necesito que me escuches”. En situaciones así, todos necesitamos “el bálsamo de la escucha”. Lo que ocurre es que vivimos tan acelerados, tenemos tantas (hipotéticas) cosas que hacer, que muy pocas personas se ponen en disposición de que alguien responda de verdad a la pregunta: “¿Qué tal estás?”. La mejor forma de mostrar que estamos dispuestos a que la otra persona responda a sus anchas, explayándose todo lo que necesite, es formular la pregunta de tal manera que, por el tono y la inflexión de la voz, la otra persona perciba que no estamos formulando la típica pregunta de cortesía sino que, de verdad, estamos interesados en saber cómo está. No solo eso: que estamos dispuestos a tomarnos todo el tiempo necesario para que ella responda con tranquilidad. Un ejercicio tan sencillo como éste puede cambiar el tono vital de muchas personas. Cuando alguien me pregunta qué puede hacer para poner un poco de serenidad en la tensa situación social que estamos viviendo, mi respuesta es directa: escuchar. ¿Solo eso? ¡Solo! Haz la prueba.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

¡Que no pare la fiesta!

¿Hay algún nexo entre el Brexit, el triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas, la deriva autoritaria venezolana, la reciente entrada de la extrema derecha en el Parlamento alemán, los movimientos populares en Cataluña, Polonia o Hungría, por ejemplo? Para el político y escritor José María Lasalle (1966), sí lo hay. En una interesante entrevista, aunque muy larga y compleja, publicada ayer por el periódico catalán La Vanguardia, afirma que este nexo es el populismo (¡ojo, porque este concepto es polisémico!), un movimiento que se puede ir propagando por toda Europa en los próximos años. Según él, la causa es que “la falta de respuestas hace que el modelo de democracia liberal esté siendo cuestionado en la calle y desde la emocionalidad. Es un fenómeno complejo que adopta rostros muy distintos dependiendo de dónde está el eje aglutinante de la tensión social o del malestar”. Mucha gente, sobre todo después de la crisis económica que empezó en el 2008, se ha sentido timada por las instituciones económicas y luego por las políticas. Se ha desprestigiado la cosa pública. Todo ha quedado envuelto en el manto de la corrupción. Las ideologías cayeron hace tiempo. La globalización produce miedo. Llega la hora de las emociones, de la vuelta a lo particular, de la defensa del propio espacio, del refugio en la tribu, de la seguridad que proporciona lo nuestro. Los mensajes renuncian a la complejidad y se transforman en eslóganes: “Europa nos roba” (Brexit); “España nos roba” (Cataluña), etc. ¿Qué sentido tiene pararse a reflexionar y dialogar cuando los sentimientos y las emociones hanno preso il soppravento (es decir, “se han apoderado”) sobre las reflexiones? El subidón de adrenalina que produce marchar con miles de personas por una avenida exime de pensar por uno mismo y ser autocrítico. Lo importante es alentar unos ideales utópicos e identificar a un enemigo común contra el que luchar. Lo demás vendrá por añadidura.

Y aquí viene el drama en el que nos encontramos, “porque -en palabras de José María Lasalle- la democracia no está capacitada para operar de una manera precisa y plenamente eficiente sobre un mundo de pasiones, de sentimientos y de emocionalidad. La democracia nació para desactivarlos, pero cuando aloja en su seno las propias emociones y estas sustituyen a la formalidad de la racionalidad legal, nos abocan a conflictos tremendamente complejos”. El antiguo régimen pre-democrático se servía de emociones tribales, religiosas, de clase, etc. para establecer diferencias y privilegios. La democracia quiso superar estas discriminaciones haciendo que todo ciudadano -con independencia de su lugar de nacimiento, raza, lengua, religión etc.- tuviera los mismos derechos y deberes esenciales. Para ello se dotó de instrumentos legales que sirvieran de referencia objetiva, por encima de los vaivenes emocionales de las personas y los pueblos. Cuando en plena crisis de la democracia, estos instrumentos legales son sustituidos por movimientos emocionales, se produce una regresión a etapas históricas que creíamos superadas y para las cuales no existen mecanismos eficaces que permitan manejar estos nuevos-viejos fenómenos.

A ello se añade la eclosión de las redes sociales y, en general, de la sociedad de la información, que hace que el tiempo virtual se equipare al tiempo real. Ya no hay plazos intermedios. Todo se quiere aquí y ahora, inmediatamente, a golpe de click. Cuando las emociones se apoderan de las personas y de los grupos, ya no hay tiempo para los largos procesos reflexivos que imponen las viejas instituciones democráticas antes de tomar decisiones y aprobar leyes. Todo hay que ventilarlo cuanto antes, en la calle, y transmitirlo en directo por la televisión y las redes sociales. Los procesos de cambio se convierten en una suerte de espectáculos en los que salimos a la calle como quien va de romería: sonriendo, repartiendo globos y claveles, compartiendo bocatas y subiendo a los niños en los hombros de sus padres. La gente siente que pertenece a un grupo con el que comparte emociones, aunque no esté segura de si esas emociones llevan a alguna parte o son una válvula de escape. Si alguien pretende indagar en ese mundo emocional o quiere cuestionarlo, la respuesta es casi siempre la misma: “No lo entiendes”.  Cuando uno se refugia en su escondrijo sentimental para no tener que abordar un diálogo reflexivo, las posibilidades de encuentro y discernimiento son mínimas. Los sentimientos no se juzgan, se respetan; las ideas pueden ser sometidas a discusión. Lo que parece un avance democrático (“el pueblo habla en la calle”, “somos un millón”, etc.), es, probablemente, la antesala de fenómenos dictatoriales. Cuando la emoción desplaza a la reflexión, estamos expuestos a todo tipo de chantajes y manipulaciones. Comienzan de manera suave, simpática, popular, callejera, y acaban eliminando cualquier elemento que pueda enturbiar la fiesta de la democracia. Los otros (Europa, España, los inmigrantes, etc.) son, por definición, no solo adversarios, sino enemigos. “En un contexto en el que el tiempo real es el que gobierna la política, -dice Lasalle- la capacidad de respuesta, si uno quiere aplicar los mecanismos de análisis de la modernidad, colapsa. Porque no tienes una capacidad de respuesta inmediata. No puede haberla para alguien que realmente cree en la razón y cree en la complejidad, y considera que todo es complejo y necesita discursos que interpreten, que diagnostiquen correctamente las causas, cuáles pueden ser los efectos, cómo controlar los daños asociados a las políticas o cuáles son las oportunidades que generan esas mismas políticas”.

¿Qué hacer? La solución no es nada fácil porque no se puede improvisar con la misma rapidez con que se organiza una manifestación callejera o se orquesta una campaña mediática: “Por eso el populismo es un fenómeno tan complejo de desactivar, porque se ofrece como una solución para gestionar el tiempo real. Y opera en el inconsciente de inseguridad, de incertidumbre, de malestar que provoca en la inmensa mayoría de los mortales el hecho de no encontrar respuestas inmediatas a lo que nos está sucediendo”. Europa, que ha lidiado a lo largo de su compleja historia con múltiples fenómenos, tiene que aprender ahora a lidiar con un populismo que se presenta como post-democrático (o quizá, mejor: post-institucional), que apela a “la gente”, “el pueblo”, “la calle” como instancias de legitimación, que suena bien a los oídos de muchas personas desencantadas de las viejas instituciones democráticas, pero que engendra enormes contradicciones y que no está sometido a controles objetivos. Como toda crisis, puede ser un tiempo de demolición, pero también una oportunidad para alumbrar una democracia más auténtica. De la manera como se afronte este hecho, dependerá el futuro del viejo continente. Estamos solo al comienzo de un fenómeno de vastas proporciones. Obviamente, el uso de la fuerza no es la mejor solución. 


martes, 26 de septiembre de 2017

Él siempre en el centro

Pocas personas saben que hoy celebramos la memoria del beato Pablo VI (1897-1978). Reconozco que es un Papa al que admiro. Fue el Papa de mi niñez y adolescencia. Siempre me llamó la atención su capacidad de unir el Evangelio de siempre con las grandes inquietudes de la época moderna. Fue, sin duda, el Papa más moderno del siglo XX, el que mejor comprendió el abismo entre la fe y la cultura, el que más intentó establecer un diálogo profundo. Es el Papa de la hermosísima exhortación apostólica Evangelii nuntiandiPor desgracia, el régimen franquista lo presentó como enemigo de España, cuando, en realidad, amaba este país y deseaba que caminara hacia una sana vida democrática. A la hora de escribir, su estilo era personalísimo. Llegaba al corazón, no se perdía en especulaciones abstractas. Los entendidos dicen que estaba muy influido por los clásicos franceses a los que tanto admiraba. Le tocó llevar el timón de la barca de Pedro durante los años convulsos que siguieron al Concilio Vaticano II. Muchos tradicionalistas lo consideraron traidor a las esencias de la Iglesia. Los progresistas lo veían como un hombre dubitativo, hamletiano, incapaz de promover los cambios que, según ellos, eran imprescindibles. Él intentó mantener siempre el equilibrio. Sufrió mucho. No fue muy popular. Carecía de la bonhomía de Juan XXIII o de las dotes actorales de Juan Pablo II. Demasiado sutil para ser comprendido en su tiempo. La historia le hará justicia. Menos de seis meses antes de morir, el 19 de marzo de 1978, dirigió unas hermosas palabras a los jóvenes sobre el significado de Jesús en sus vidas. Creo que merece la pena meditarlas en un día como hoy. Os dejo con ellas:


Palabras de Pablo VI sobre Jesús

¿Quién es este Jesús, a quien deseáis salir al encuentro? Desde hace dos mil años, esta pregunta fundamental está clavada en el corazón mismo de la historia y de la cultura humana; pero es la misma pregunta que se hacían en Palestina los contemporáneos de Jesús, oyentes de su palabra y testigos de sus signos prodigiosos: “¿Quién es Este?” (Mc 4, 41; Mt 21, 10). El misterio de Jesús inquietaba y sigue inquietando a los hombres, los cuales han respondido y responden o con la repulsa preconcebida, o con la indiferencia abúlica, o, por el contrario, con la ardiente adhesión de fe, que implica y transforma toda la persona.

Para nosotros y para vosotros, queridísimos jóvenes, Jesús de Nazaret no es simplemente un genio religioso, que ha de ser situado junto o aun por encima de tantas personalidades que en el transcurso de la historia lanzaron a la humanidad un mensaje sobre Dios; no es solamente un gran profeta, en quien se habría manifestado la presencia de lo divino de un modo peculiar y sobreabundante; no es un superhombre o un supermístico, cuya acción y cuya doctrina podrían aún estimular o fascinar a almas particularmente sensibles.

A la apremiante pregunta de Jesús: “Vosotros, ¿quién decís que soy Yo?”, respondemos con Simón Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16), y con Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28), Él es quien tiene poder para asegurar a un pobre paralítico: “Hijo, se te perdonan los pecados” (Mc 2, 5), sanándole asimismo en prueba de su desconcertante afirmación; es quien, ante los escribas y fariseos, estupefactos, se declara “señor del sábado” (Mc 2, 28), capaz de revisar y de modificar desde dentro la legislación mosaica (cf. Mt 5, 21 ss.). Es quien afirma ser “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), “la resurrección y la vida” (Jn 11, 25) de todos los hombres que crean en Él; es quien sale al encuentro de la muerte como dominador y con su resurrección desconcierta los planes mezquinos de sus contrarios. Jesús de Nazaret es verdaderamente el centro de la historia, como proclamó San Pablo: “Es imagen de Dios invisible, engendrado antes que toda creatura; pues por su medio se creó el universo celeste y terrestre, lo visible y lo invisible... Todo fue creado por El y para El. El es antes que todo y el universo tiene en Él su consistencia” (Col 1, 15 ss.).

A Cristo Jesús, Verbo encarnado, Hijo eterno de Dios, nuestra adoración humilde, nuestra fe firme, nuestra esperanza serena, nuestro amor incondicional. Vale verdaderamente la pena, queridísimos hijos, comprometer la propia vida en seguirle a El, sólo a El, aun sabiendo que esta decisión llevará consigo renuncias, sacrificios, riesgos e incomprensiones. Pero Jesucristo, escribió Pascal, “es un Dios al que uno se acerca sin orgullo y se somete sin desesperación” (B. Pascal, Pensamientos, fr. 528).

Vosotros, jóvenes, buscáis apasionadamente la alegría, la buscáis en los demás, en los acontecimientos, en las cosas. Jesús os promete su alegría plena (cf. Jn 15, 11; 16, 22. 24; 1 Jn 1, 4).

Vosotros buscáis la autenticidad y aborrecéis la doblez: Jesús desenmascaró la hipocresía de quienes querían instrumentalizar al hombre, especialmente en sus relaciones con Dios (cf. Mt 23, 5-7; Mc 3, 4).

Vosotros queréis ser estimados por lo que sois y no por lo que poseéis. Jesús dijo: “Cuidado, guardaos de toda codicia, que, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes” (Lc 12, 15).

Vosotros tenéis miedo a la soledad, que entristece el corazón y acentúa el individualismo egoísta. Jesús nos da parte en la comunión que existe entre El y el Padre (cf. Jn 14, 23 ss.) y dilata nuestro corazón para amar a todos los hombres, hijos del mismo Padre (cf. Jn 15, 12 ss.).

Vosotros buscáis la liberación del pecado, que degrada al hombre, la liberación del mal, de los condicionamientos sociales, de las tinieblas de la ignorancia. Cristo es la luz que “ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9; 8, 12), es nuestra liberación (cf. Jn 8, 36; Gál 4. 31).

Vosotros, jóvenes, queréis transformar el mundo, hacerlo más bello y más justo: Cristo, con su encarnación, pasión y resurrección, renovó la realidad y a nosotros mismos: “El que es de Cristo, es una creatura nueva; lo viejo pasó; mirad, existe algo nuevo” (2 Cor5, 17).

Así, pues, que Cristo esté en el centro de vuestro corazón, para entregaros generosamente a los demás; en el centro de vuestra inteligencia, para dar a la historia y a la cultura una perspectiva cristiana; en el centro de vuestra vida de ciudadanos en una sociedad que cada vez tiene más necesidad de las ideas y de las fuerzas de los jóvenes. “En Cristo lo tenemos todo —escribió San Ambrosio— ...Cristo es todo para nosotros. Si deseas curarte una herida, El es el médico; si ardes de fiebre, El es el manantial que reanima; si te abruma la culpa, El es la justificación; si necesitas ayuda, El es la fuerza; si temes la muerte, El es la vida; si deseas el Cielo, El es el camino; si huyes de las tinieblas, El es la luz; si necesitas alimento, El es la comida” (San Ambrosio, La Virginidad, XVI; PL 16, 291).

lunes, 25 de septiembre de 2017

No tengo batería

Hoy, en esta sociedad de la información, hiperconectada –quizás no muy comunicada– son muy pocas las personas que no disponen de teléfono móvil. O de celular, como se suele decir en Latinoamérica. Es un objeto omnipresente. No hace falta insistir, porque –como decían los escolásticos– per se patet. Tener el móvil a mano permite averiguar la hora (sobran los relojes), calcular una cantidad (sobran las calculadoras), encontrar un lugar (sobran los mapas), escuchar música (sobran los dispositivos de audio), ver la televisión (sobran los televisores), leer un libro (sobran los e-books), rezar vísperas (sobran los breviarios), hacer fotos (sobran las cámaras fotográficas), grabar vídeos (sobran las cámaras de vídeo), grabar sonido (sobran las grabadoras), conocer la temperatura (sobran los termómetros), comprobar fechas (sobran los calendarios)… Sí, también se puede hablar con otra persona a distancia, como si se tratara de un teléfono normal. ¡Hasta se puede añadir la imagen! Un teléfono móvil, en definitiva, es una especie de “todo en uno”, una metáfora de esa omnipotencia diminutiva a la que aspira el ser humano. Sin teléfono móvil no te puedes mover: Me movilizo, luego existo.

¿Qué pasa cuando uno, por un descuido imperdonable, no ha cargado a tiempo su móvil y se queda sin batería en plena calle? ¡Que no puede realizar las múltiples tareas que el móvil ofrece y que no tiene más remedio que aguantarse o imaginar métodos alternativos! Por ejemplo, puede recordar cómo se las apañaba cuando no existían los teléfonos móviles. Quedarse sin batería es un problema al que ya están poniendo solución las compañías productoras. Dentro de poco el móvil se cargará con la energía del cuerpo humano, con la luz solar… ¡o vaya usted a saber con qué y cómo! Lo que importa es que haya energía para que se activen las muchas funciones de este aparatito que se ha convertido en todo un símbolo de nuestra civilización.

El móvil es una metáfora de ese otro aparatito que es nuestro propio ser. Estamos programados para cosas maravillosas: pensar, hablar, cantar, caminar, abrazar, dibujar, nadar, amar, sonreír, llorar, escribir, calcular, saltar… Muchas cosas nos vienen, por así decir, de serie. Otras aplicaciones las vamos adquiriendo a medida que pasan los años, a base de educación y esfuerzo. En el momento de madurez, hay seres humanos que logran una gran plenitud. Pero, ¿qué pasa cuando nos falta energía para activar todas esas aplicaciones que hemos ido acumulando? En otras palabras, ¿qué pasa cuando nos quedamos sin batería y da la impresión de que nuestra vida funciona al ralentí? ¿Qué pasa cuando entramos en depresión y parece que nuestro móvil personal se bloquea? Caemos en la cuenta de que no basta solo con ir adquiriendo aplicaciones vistosas. Lo más importante es saber dónde podemos cargar nuestra batería personal, de dónde nos viene la energía que nos permite vivir con sentido y esperanza.

Creo que el problema de la “batería vital” está ahí. Hay personas que se conectan a Dios, a través de la oración, para alimentar su identidad. Hay personas que han perdido la fe o nunca la han descubierto. Encuentran algunas pilas de corta duración en otras realidades o experiencias. Veo que para algunas personas se trata del fútbol, del nacionalismo, de los viajes… Utilizan incluso un lenguaje que va en esta línea: “Me las piro este fin de semana al campo. Necesito recargar las baterías”. Las preguntas que me surgen en esta mañana de lunes son directas: ¿Dónde recargamos cada uno de nosotros nuestras baterías vitales? ¿Dónde encontramos la energía suficiente que nos permite activar todas las aplicaciones con las cuales afrontamos la vida? ¿Se trata de una energía limpia, renovable, duradera? ¿O se trata, más bien, de una energía de mala calidad, expuesta siempre a cortes imprevistos, demasiado cara? Dime dónde cargas tu batería y te diré cómo vas a funcionar en la vida. ¡Feliz lunes!

domingo, 24 de septiembre de 2017

Samaritanos, no talibanes

Imaginemos que somos un buen grupo de judíos, temerosos de Dios, cumplidores de la ley de Moisés. Imaginemos que, por la predicación de los apóstoles de Jesús, nos hemos convertido y hemos aceptado el Evangelio. Imaginemos que procuramos, con sincero corazón vivir fielmente, el nuevo “camino”. Imaginemos ahora que un pagano griego, que hasta ayer ha adorado a los dioses y que ha vivido una vida licenciosa, acepta también el Evangelio y pide el Bautismo. Imaginemos que tanto nosotros como el neoconverso nos sentamos juntos en la misma mesa eucarística. ¿No habría alguien de los nuestros que se levantaría para decir que no es justo que un pagano recién convertido tenga los mismos privilegios que nosotros, que llevamos toda la vida sirviendo al Señor? Bueno, pues este problema se dio con frecuencia en las comunidades judeocristianas a las que Mateo dirige su Evangelio. En este contexto, en el que algunos cristianos de origen judío querían hacer valer sus méritos en relación con los provenientes del paganismo, Mateo cuenta la parábola de los jornaleros que van a la viña, que es la que nos propone el Evangelio de este XXV Domingo del Tiempo Ordinario. Tanto los que van a primera hora como los de la hora undécima (las cinco de la tarde), reciben el salario convenido. La indignación es manifiesta. Los primeros consideran que el propietario de la viña ha cometido una injusticia flagrante.

Por si somos urbanistas y no estamos muy familiarizados con el mundo agrícola, es mejor que imaginemos otras situaciones más cercanas a nuestro tiempo. Imaginemos que nosotros somos cristianos de toda la vida. Imaginemos que vamos todos los domingos a la iglesia. Imaginemos que colaboramos económicamente con la comunidad. Imaginemos que procuramos llevar una vida honrada según el Evangelio. Imaginemos que hemos contraído matrimonio canónico y educamos cristianamente a nuestros hijos. Imaginemos también -por imaginar que no quede- que ha llegado a nuestra parroquia un cura africano que se bautizó a los 18 años y que procede de una familia polígama. Imaginemos que ha sido elegido miembro del consejo parroquial un ex-yonqui que se pasó toda su juventud enganchado a la droga y sin pisar la iglesia y luego, vete a saber por qué, decidió regresar. Ahora parece un fervoroso catequista. Imaginemos… Cada uno de nosotros puede pensar en algunas situaciones anómalas que encuentra en su entorno y que chocan con su visión normal de las cosas. ¿Es posible que Dios nos trate a todos igual? ¿Es justo que no tenga en cuenta los méritos acumulados de quienes, desde niños, hemos sido “de los suyos”? ¿Qué pasa con los cristianos de toda la vida, con los cristianos “pata negra”, los de primera hora? ¿Tendremos que conformarnos con la misma paga que quienes han vivido a su aire y, a última hora, parece que han tenido un calentón fervoroso?

Con su parábola provocativa, Jesús pretende decirnos algo que la primera lectura de Isaías dice con palabras que hemos incorporado al acervo popular: “Vuestros caminos no son mis caminos” (Is 55,7). La manera como nosotros nos conducimos en la vida (con nuestros sistemas de méritos, recompensas, privilegios, etc.) no coincide con la manera como Dios ejerce su misericordia sobre los seres humanos. Cuando nos consideramos jornaleros de la primera hora, esta idea de Dios nos irrita. Nos parece injusta y discriminatoria. Cuando, por los vaivenes de la vida, hemos extraviado el camino y nos incorporamos a la viña a última hora, agradecemos que el Señor nos trate con misericordia, no según nuestros escasos méritos. La gran novedad del cristianismo con respecto al judaísmo es que la gracia ha vencido a la ley. Lo que importa no es tanto ser un cumplidor escrupuloso sino abrirse humildemente a la gracia que nos es dada. Algunos temen que esta visión de la fe produzca una especie de relativismo moral. Si Dios nos perdona y acoge, todo da igual. Nada más lejos de la realidad. Quienes han vivido el poder transformador de la gracia, solo saben responder con amor. Amor con amor se paga. Es probable que los cristianos de primera hora tengamos que revisar muchas falsas seguridades. A mayor tradición cristiana, mayor flexibilidad y apertura hacia quienes, por las circunstancias de la vida, llegan a última hora. Creo que esto es lo que Jesús nos propone. La Iglesia no es un grupo de talibanes preparados para echar a quienes se salen de sus esquemas, sino un grupo de pecadores de quienes Dios ha tenido misericordia, dispuestos a compartir esta misericordia con todos los que encuentran en su camino. Feliz domingo.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Contra soberbia, humildad

Acabo de leer el artículo que Luis Sánchez-Merlo publica esta mañana en La Vanguardia de Barcelona. Se titula La aporía. Creo que sintetiza bien, con una pizca de ironía, lo que está pasando estos días en Cataluña. Cuando se enfrentan dos visiones antagónicas de un mismo problema (“referéndum o referéndum” – “cumplimiento de la ley o cumplimiento de la ley”), solo hay dos vías de salida: la violencia o el pacto. La historia nos muestra que a menudo los seres humanos hemos escogido la primera. El siglo XX está lleno de ejemplos. Solo después de quedar exhaustos de la guerra, los combatientes se sientan en torno a una mesa. Las Naciones Unidas surgieron al acabar la Segunda Guerra Mundial, aunque ya, tras la Primera, se había creado la Sociedad de Naciones. Las personas más sensatas, que quieren ahorrar sufrimientos inútiles a su pueblo, buscan el pacto antes de que sea tarde. Y, naturalmente, en todo pacto hay que renunciar a algo que se considera muy valioso en aras de un bien superior: la concordia y la paz, basada en la justicia. ¿En qué dirección caminamos ahora? ¿Qué se impondrá: la violencia en su versión soft, o un pacto a la altura de los desafíos? El tiempo lo dirá, pero me parece claro que solo el camino del pacto es realmente humano y tiene visos de futuro. Toda violencia es la admisión de un fracaso. No podemos permitirnos recurrir a ella en pleno siglo XXI. O llegar a componendas que se disolverán a los pocos meses. 

Para pactar se requieren actitudes, destrezas y estrategias. No cualquiera puede sentarse a una mesa. No es lo mismo pactar que negociar. Yo prefiero el primer verbo. El segundo se refiere a una visión un poco comercialista de la vida humana: do ut des (doy para me des). Pone en primer plano los intereses de cada parte. Es muy típico de las culturas anglosajonas, que hablan de ello sin descaro. El primero acentúa, más bien, los valores comunes y ciertos objetivos que ayuden a las dos partes a ser ellas mismas, encontrarse y crecer. No sé si nuestros políticos actuales están por la labor o prefieren que la bola de nieve engorde, se precipite ladera abajo y estalle. Quisiera creer que son lo suficientemente inteligentes y honrados como para darse cuenta de que solo un pacto leal puede poner fin a una situación tan incómoda. Pero, claro, pactar significa, entre otras cosas, ser humilde, renunciar a la soberbia del propio planteamiento. Aquí hemos tocado hueso. Si hay alguna virtud que hoy no tiene prensa es precisamente la humildad. Lo que cuenta es ser alguien reconocido, poderoso, intransigente. Nadie quiere “bajarse del burro” y ser tildado por los suyos de débil, cobarde, tornadizo y, menos aún, de traidor. Nadie quiere perder votos y renunciar a los vítores de sus tropas.

No quisiera espiritualizar un debate que es de naturaleza política, pero si algo nos ha enseñado Jesús es que solo muriendo a uno mismo se puede encontrar la vida. Pura paradoja que incluso hoy sigue desconcertándonos. La afirmación excesiva de uno mismo, de lo mío, acaba produciendo la muerte del propio yo. Esto se puede aplicar también a la dinámica de los grupos y los pueblos. El esfuerzo por abrirme al otro, por salir a su encuentro, es el camino para una realidad nueva y más rica. ¿Renunciará el gobierno de Rajoy a presentarse como el escudero de la ley y ofrecerá fórmulas que permitan explorar nuevos caminos sin saltarse la ley, por supuesto, pero sí ajustándola a las necesidades del presente? ¿Renunciará el gobierno de Puigdemont a presentar el referéndum como la única vía de salida o aceptará pactar varias posibles? Solo el más humilde ganará la batalla del largo plazo, aunque pueda “perder” la más próxima. Toda soberbia cava un pozo que se convierte en la propia tumba. Si en otro tiempo teníamos que pedir políticos competentes y honrados, creo que hoy tendríamos que añadir una virtud más, imprescindible para tiempos de conflictos enconados: necesitamos políticos humildes. Pero, claro, solo los fuertes pueden ser humildes. Ya lo decía el viejo Catecismo: Contra soberbia, humildad.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Mientras tanto, caen las hojas

Hoy, como el año pasado, debería escribir sobre el comienzo de una nueva estación y afirmar que me encanta el otoño. Podría hablar de los colores amarillentos y rojizos de los árboles, de las hojas que caen, del fuego que crepita en la chimenea, del olor a setas recientes… y de no sé cuántas cosas más, pero estamos viviendo días tan broncos y tan peligrosos para la sana convivencia que no puedo sustraerme a lo que está pasando en la calle, sobre todo en Cataluña. Se cuenta que, mientras se desataba la revolución bolchevique de octubre de 1917 en Rusia, el sínodo de popes ortodoxos estaba discutiendo sobre los colores de las vestimentas litúrgicas. No sé si esto es verdadero o no, pero, si lo fuera, demostraría hasta qué punto los jerarcas eclesiásticos estaban fuera de la realidad. Es solo un ejemplo clamoroso de lo que nos puede pasar a todos. A menudo, preferimos mirar para otro lado cuando parece que las cosas no nos afectan en carne propia, pero luego no podemos quejarnos de sus consecuencias. A veces, cuando queremos reaccionar, lo hacemos de manera destemplada o es ya demasiado tarde.

Después de un par de posts dedicados al tema, me había propuesto no escribir más sobre el asunto de Cataluña. Soy muy consciente de la complejidad de la situación y reconozco la lógica pluralidad de opiniones. Respeto, sobre todo, el fuerte sentimiento de identidad nacional de muchos catalanes. No veía oportuno echar más leña a un fuego que está ardiendo con fuerza inusitada. Por otra parte, cuando predominan las emociones, apenas queda espacio para la reflexión. Importan más los eslóganes (y reconozco que algunos son muy ingeniosos) que los argumentos. Pero en los últimos días se ha producido una avalancha tan enorme de despropósitos, que siento la necesidad de expresar mi opinión y contribuir, siquiera un poco, a serenar los ánimos y no deteriorar más la convivencia. Amo a Cataluña y me importa mucho lo que sucede allí. El post de hoy es exactamente eso: una opinión; por tanto, algo perfectamente discutible desde argumentos objetivos. 

Sé que, en medio de la tensión política y mediática de las últimas semanas, a muchísimos catalanes no les han gustado nada las recientes intervenciones de la Guardia Civil y de la Policía Nacional por orden de un juez de Barcelona. Lo comprendo perfectamente. ¿A quién le resulta agradable que sean detenidos funcionarios públicos (sean o no del propio partido) o requisados materiales impresos para una consulta popular, aunque fuera ilegal? Enseguida se han destapado todos los demonios franquistas, que es el adjetivo que solemos usar en España cuando queremos referirnos a algo dictatorial o antidemocrático. Comprendo que se juzgue de maneras diversas la oportunidad de una actuación de ese tipo. Cabían varias estrategias políticas y judiciales, no solamente una. Y comprendo que mucha gente se eche a la calle. A mí no me gustan nada las algaradas callejeras (ni siquiera para gritar Viva el Papa), pero sé que hay gustos para todo. Lo que no me parece decente es que los dirigentes tergiversen de tal modo las cosas que, habiendo sido los principales responsables de haberlas provocado, se presenten ante la opinión pública (catalana, española e internacional) como si fueran las víctimas. Esto es una insoportable manipulación que no cabe en quienes tienen que defender la verdad antes que su proyecto político. Un periódico como El País, nada obsequioso con el presidente Mariano Rajoy, ha llegado a escribir un editorial -que comparto de principio a fin- titulado Las mentiras de Puigdemont. Y las ha ido desmontando una a una para evitar que circulen como si fueran un oráculo incontestable.

He leído también los artículos que el mismo Carles Puigdemont, presidente de la Generalidad catalana, ha publicado en el periódico inglés The Guardian y en el estadounidense The Washington Post. No me resisto a copiar y traducir un párrafo del artículo en The Guardian que me parece un ejemplo perfecto de cinismo y propaganda. Escribe Puigdemont: “Catalan citizens are peaceful, European and open-minded, we want to contribute to better international and European governance. The crackdown on our attempts to achieve a democratic process is alien to the way that we both think and act. Our response has been peaceful, despite the heavy-handed tactics from central government, putting democracy and good humour at the forefront. All we want is to carry out the greatest expression of a free democracy, and vote on Catalonia’s future. This is not about independence, it is about fundamental civil rights, and the universal right of self-determination”. 

Lo que, en traducción rápida, quiere decir: Los ciudadanos catalanes somos pacíficos, europeos y de mente abierta, queremos contribuir a una mejor gobernanza internacional y europea. La represión de nuestros intentos de lograr un proceso democrático es ajena tanto a nuestra forma de pensar como de actuar. A pesar de las tácticas de mano dura usadas por el gobierno central, nuestra respuesta ha sido pacífica, poniendo en primer plano la democracia y el buen humor. Todo lo que queremos es llevar a cabo la mayor expresión de una democracia libre, y votar sobre el futuro de Cataluña. No se trata de independencia, sino de derechos civiles fundamentales y del derecho universal a la autodeterminación”. Cada frase podría ser desmontada sin mucha dificultad, pero me quedo solo con la última porque ha sido un mantra repetido hasta la saciedad en los últimos meses: “No se trata de independencia, sino de derechos civiles fundamentales y del derecho universal a la autodeterminación”. 

¿Cómo puede decir que “no se trata de independencia” alguien que hace unos pocos días ha presentado en el parlamento de Cataluña una Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República, infringiendo los procedimientos ordinarios y antes de saber si los catalanes, en el ejercicio de ese supuesto “derecho universal a la libre determinación”, iban a votar a favor o en contra? Si esto no va de independencia, que venga Dios y lo vea. Toda la política del actual gobierno catalán ha estado orientada desde hace mucho tiempo a preparar la independencia y poner las bases de una nueva república. Obviamente, no siempre lo han dicho así de claro para no soliviantar al personal; han procurado vender otros productos que asustan menos y parecen impecablemente democráticos: “democracia es votar”, “la autodeterminación es un derecho”, “we want to be free”, “derecho a decidir”, “¿qué mal hacemos poniendo urnas?” etc. Se trata de proclamas que suenan bien a la mayoría de los oídos, sin tener en cuenta ni su significado preciso ni su contexto. Reconozco que en muchos casos la puesta en escena ha sido brillante y el impacto mediático colosal. Pero todo tiene un límite cuando se traspasa la frontera de la verdad. 

He leído también la declaración que han hecho los obispos catalanes (en la que piden “respeto” a los derechos y a las instituciones) y la de algunas entidades cristianas catalanas apoyando las movilizaciones. Entre ellas se encuentran dos instituciones que me resultan muy cercanas y con las que en algún momento he colaborado: la Unió de Religiosos de Catalunya (URC) y la Fundació Claret. Me cuesta entender que en su breve comunicado hayan escrito esto: “Expresamos el apoyo explícito a las instituciones catalanas y el rechazo a las últimas actuaciones del Estado español en contra de la democracia y el estado de derecho”.


En primer lugar, es muy discutible que instituciones como estas, sobre todo la primera, deban hacer declaraciones de este tipo, sabiendo que en sus filas hay una gran pluralidad de opiniones, a menos que se haya seguido un mínimo procedimiento de consulta y discernimiento, cosa que tal vez se ha hecho. Pero lo que no me parece justo es que se apoye explícitamente a las instituciones catalanas (que han desobedecido al Tribunal Constitucional) y se rechacen las últimas actuaciones del Estado español por considerar que van “contra la democracia y el estado de derecho”. Después de leer estas cosas, comienzo a sospechar que he perdido el sentido de las palabras y que necesito cuanto antes comprarme un nuevo diccionario. O sea, que quien se salta la máxima ley de un país (la Constitución que han prometido guardar, por imperfecta que sea, y el Estatuto de Cataluña que regula el funcionamiento de la autonomía catalana) es un ejemplo de democracia y de respeto al estado de derecho y quien -con mayor o menor tacto (esto es discutible)- la cumple y la hace cumplir, va en contra de la democracia. Es el argumento del presidente Puigdemont, al que algunos han empezado a llamar Cupdemont por su manifiesta sumisión a la CUP. Se trata de repetirlo por activa y por pasiva. Muchos acabarán creyéndolo. ¿Alguien piensa que todavía estamos utilizando el mismo lenguaje?

Mientras escribo estas líneas, veo que siguen las manifestaciones frente al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. La gente está en su derecho de expresar pacíficamente sus reacciones. Unos pueden considerar que lo mejor para los ciudadanos catalanes es la independencia. Los medios públicos catalanes no dejan de apuntar desde hace mucho tiempo en esta dirección. Otros pueden pensar que la independencia no es deseable. En general, los medios de comunicación de ámbito nacional y algunos catalanes privados siguen esta línea. La política consiste en buscar el bien de todos argumentando las razones que avalan las propuestas y buscando los medios lícitos para llevarlas a cabo. Pero lo que no ayuda nada al clima de convivencia es que los dirigentes políticos tergiversen los hechos o se salten la legalidad, porque de ese modo están justificando que otros utilicen los mismos procedimientos.


Apelar a “la gente”, al “pueblo”, al “clamor de la calle” y expresiones parecidas, al margen de los cauces legales, es el atajo que casi todos los regímenes populistas y dictatoriales han usado para justificar sus atropellos. Los independentistas moderados algún día se arrepentirán de haberse echado en manos de los grupos de la CUP y de haber aplicado el principio maquiavélico de que “el fin justifica los medios”. La historia no muy lejana nos ilustra con ejemplos claros para no cometer los mismos errores que en el pasado. Por otra parte, es muy probable que los miembros del gobierno central se arrepientan de no haber previsto con suficiente tiempo que nos aproximábamos a la “tormenta perfecta” y de no haber arbitrado las medidas políticas para evitarla y, sobre todo, para encauzar de manera justa y estable la relación de Cataluña con el resto de España. Espero que no haya sido por motivos electoralistas, porque eso sería de una bajeza incalificable. ¿Tan difícil es sentarse juntos en torno a una mesa y buscar un proyecto de convivencia (conllevanza, como decía Ortega y Gasset) que no sea el mero fruto de transacciones coyunturales (tú me apoyas/yo te doy una competencia; tú me votas/yo modero mis aspiraciones) sino que responda a una visión de futuro compartida, solidaria y estable en el marco de la Unión Europea? Nunca es tarde si de verdad hay voluntad sincera de buscar lo mejor con y para todos los ciudadanos. 

Después de esta reflexión, quizás no muy bien trabada por las prisas, podemos volver a la belleza del otoño, a la melancolía de los días que se acortan, a las castañas asadas,a los paseos por La Rambla… y hasta a los panellets, tan deliciosos, aunque falte más de un mes para su consumo. Lo cortés no quita lo valiente. 

jueves, 21 de septiembre de 2017

No te rindas a la noche

Son palabras hermosas. No han salido de mi pluma, sino de los labios del papa Francisco durante la catequesis de ayer en la plaza de san Pedro de Roma. No me resisto a transcribir varios párrafos porque me parecen una respuesta providencial a lo que estamos viviendo en estas semanas. El primero es una invitación a no cejar en el empeño de trabajar por un mundo mejor: “No pienses jamás que la lucha que conduces aquí abajo sea del todo inútil. Al final de la existencia no nos espera el naufragio: en nosotros palpita una semilla de absoluto. Dios no desilusiona: si ha puesto una esperanza en nuestros corazones, no la quiere truncar con continuas frustraciones. Todo nace para florecer en una eterna primavera. También Dios nos ha hecho para florecer. Recuerdo ese dialogo, cuando el roble pidió a la almendra: Háblame de Dios. Y la almendra floreció”. Mientras el Papa catequiza en estos términos poéticos y providenciales, Internet arde con noticias que hablan del terremoto de México, de los desastres provocados por el huracán María en el Caribe y, por supuesto -al menos en España- de la grave crisis institucional en Cataluña. ¿Qué lugar queda para la esperanza si todo el espacio parece estar ocupado por los desastres, las tensiones y los conflictos? Aunque este año en el hemisferio norte comenzaremos el otoño el 22 de septiembre a las 22 horas y 2 minutos (hora de Europa central), parece que ya han empezado a caerse las hojas del optimismo. Tenemos más preocupaciones de las que podemos digerir. ¡Menos mal que san Mateo, cuya fiesta celebramos hoy, nos echa una mano!

En momentos como estos es necesario mirar al horizonte. Si uno se concentra solo en lo que tiene delante de los ojos, corre el riesgo de perderse, de dar importancia a lo que no la tiene, de tomar el rumbo equivocado. Solo quien levanta la mirada y otea el horizonte puede mantener viva la esperanza, a pesar de todos los indicadores contrarios. Al verdadero creyente se lo conoce en los momentos de prueba, cuando las cosas parecen ponerse cuesta arriba, cuando no puede poner su confianza en que “todo va bien”, sino que necesita encontrar fundamentos más sólidos, aunque invisibles. El Papa nos da algunos consejos prácticos: “¡Donde quiera que te encuentres, construye! ¡Si estas por los suelos, levántate! No permanezcas jamás caído, levántate, déjate ayudar para estar de pie. ¡Si estas sentado, ponte en camino! ¡Si el aburrimiento te paraliza, échalo con las obras de bien! Si te sientes vacío o desmoralizado, pide que el Espíritu Santo pueda nuevamente llenar tu nada”.

Es probable que en estos momentos de tensión se despierten en nosotros sentimientos de odio o de rechazo hacia quienes no son “de los nuestros”. Es probable que estos sentimientos se retroalimenten constantemente con noticias que confirman nuestro punto de vista. Esto es muy peligroso porque fácilmente podemos saltar del plano del debate ideológico al plano de las relaciones interpersonales. Cuando esto sucede, la guerra ha comenzado. No hay peor virus que aquel que mina la confianza en las personas y las somete a los dictados de las ideologías. Conviene que recordemos lo que el Papa nos dice: “Ama a las personas. Ámalos uno a uno. Respeta el camino de todos, recto o atormentado que sea, porque cada uno tiene una historia para contar. También cada uno de nosotros tiene su propia historia por narrar. Todo niño que nace es la promesa de una vida que todavía una vez más se demuestra más fuerte que la muerte. Todo amor que surge es una potencia de transformación que anhela la felicidad”.

Como no estamos exentos de sucumbir al miedo ante lo que se nos avecina, el Papa nos exhorta: “Si un día te toma el miedo, o tú pensaras que el mal es demasiado grande para ser derrotado, piensa simplemente que Jesús vive en ti. Y es Él que, a través de ti, con su humildad quiere someter a todos los enemigos del hombre: el pecado, el odio, el crimen, la violencia, todos nuestros enemigos. Ten siempre el coraje de la verdad, pero recuérdate: no eres superior a nadie. Recuérdate de esto, no eres superior a nadie. Si tú fueras el último en creer en la verdad, no rechaces por esto la compañía de los hombres. Incluso si tú vivieras en el silencio de una ermita, lleva en el corazón los sufrimientos de toda criatura. Eres cristiano; y en la oración todo devuelves a Dios”. 

Es casi seguro que en el camino vamos a cometer errores. No se hunde el mundo: “Si te equivocas, levántate: nada es más humano que cometer errores. Y esos mismos errores no deben de convertirse para ti en una prisión. No te quedes enjaulado en los propios errores. El Hijo de Dios ha venido no por los sanos, sino por los enfermos: por lo tanto, ha venido también por ti. Y si te equivocas incluso en el futuro, no temas, ¡levántate! ¿Sabes por qué? Porque Dios es tu amigo. ¡Dios es tu amigo!”. 

Hacía mucho tiempo que no leía una catequesis del Papa tan inspirada. Se ve que estábamos necesitando un mensaje de este tipo para no sucumbir ante la que está cayendo.