lunes, 25 de septiembre de 2017

No tengo batería

Hoy, en esta sociedad de la información, hiperconectada –quizás no muy comunicada– son muy pocas las personas que no disponen de teléfono móvil. O de celular, como se suele decir en Latinoamérica. Es un objeto omnipresente. No hace falta insistir, porque –como decían los escolásticos– per se patet. Tener el móvil a mano permite averiguar la hora (sobran los relojes), calcular una cantidad (sobran las calculadoras), encontrar un lugar (sobran los mapas), escuchar música (sobran los dispositivos de audio), ver la televisión (sobran los televisores), leer un libro (sobran los e-books), rezar vísperas (sobran los breviarios), hacer fotos (sobran las cámaras fotográficas), grabar vídeos (sobran las cámaras de vídeo), grabar sonido (sobran las grabadoras), conocer la temperatura (sobran los termómetros), comprobar fechas (sobran los calendarios)… Sí, también se puede hablar con otra persona a distancia, como si se tratara de un teléfono normal. ¡Hasta se puede añadir la imagen! Un teléfono móvil, en definitiva, es una especie de “todo en uno”, una metáfora de esa omnipotencia diminutiva a la que aspira el ser humano. Sin teléfono móvil no te puedes mover: Me movilizo, luego existo.

¿Qué pasa cuando uno, por un descuido imperdonable, no ha cargado a tiempo su móvil y se queda sin batería en plena calle? ¡Que no puede realizar las múltiples tareas que el móvil ofrece y que no tiene más remedio que aguantarse o imaginar métodos alternativos! Por ejemplo, puede recordar cómo se las apañaba cuando no existían los teléfonos móviles. Quedarse sin batería es un problema al que ya están poniendo solución las compañías productoras. Dentro de poco el móvil se cargará con la energía del cuerpo humano, con la luz solar… ¡o vaya usted a saber con qué y cómo! Lo que importa es que haya energía para que se activen las muchas funciones de este aparatito que se ha convertido en todo un símbolo de nuestra civilización.

El móvil es una metáfora de ese otro aparatito que es nuestro propio ser. Estamos programados para cosas maravillosas: pensar, hablar, cantar, caminar, abrazar, dibujar, nadar, amar, sonreír, llorar, escribir, calcular, saltar… Muchas cosas nos vienen, por así decir, de serie. Otras aplicaciones las vamos adquiriendo a medida que pasan los años, a base de educación y esfuerzo. En el momento de madurez, hay seres humanos que logran una gran plenitud. Pero, ¿qué pasa cuando nos falta energía para activar todas esas aplicaciones que hemos ido acumulando? En otras palabras, ¿qué pasa cuando nos quedamos sin batería y da la impresión de que nuestra vida funciona al ralentí? ¿Qué pasa cuando entramos en depresión y parece que nuestro móvil personal se bloquea? Caemos en la cuenta de que no basta solo con ir adquiriendo aplicaciones vistosas. Lo más importante es saber dónde podemos cargar nuestra batería personal, de dónde nos viene la energía que nos permite vivir con sentido y esperanza.

Creo que el problema de la “batería vital” está ahí. Hay personas que se conectan a Dios, a través de la oración, para alimentar su identidad. Hay personas que han perdido la fe o nunca la han descubierto. Encuentran algunas pilas de corta duración en otras realidades o experiencias. Veo que para algunas personas se trata del fútbol, del nacionalismo, de los viajes… Utilizan incluso un lenguaje que va en esta línea: “Me las piro este fin de semana al campo. Necesito recargar las baterías”. Las preguntas que me surgen en esta mañana de lunes son directas: ¿Dónde recargamos cada uno de nosotros nuestras baterías vitales? ¿Dónde encontramos la energía suficiente que nos permite activar todas las aplicaciones con las cuales afrontamos la vida? ¿Se trata de una energía limpia, renovable, duradera? ¿O se trata, más bien, de una energía de mala calidad, expuesta siempre a cortes imprevistos, demasiado cara? Dime dónde cargas tu batería y te diré cómo vas a funcionar en la vida. ¡Feliz lunes!

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