viernes, 30 de noviembre de 2018

De indiferentes a llamados

Termino el mes de noviembre contento. Ayer, nuestros tres (en realidad, cuatro, porque el párroco que fue a negociar acabó siendo también secuestrado) hermanos cameruneses secuestrados por un grupo secesionista fueron liberados después de casi una semana de retención forzosa. Por desgracia, sigue detenido el conductor del vehículo. En algunas partes del mundo, la vida misionera es una profesión de alto riesgo. También los primeros discípulos de Jesús arrostraron peligros. San Andrés, cuya fiesta celebramos hoy, fue martirizado en Patras (Grecia) en fecha incierta en la segunda mitad del siglo I. En las iglesias ortodoxas se lo venera como “el primer llamado”. Junto con su hermano Pedro, ambos naturales de Betsaida, fue invitado por Jesús a dejar su familia y el oficio de “pescador de peces” para aceptar el de “pescador de hombres”. ¿Cuántas personas a lo largo de la historia se habrán visto reflejadas en los textos evangélicos que narran la vocación de Andrés y, en general, la de los primeros discípulos de Jesús? También hoy se siguen produciendo historias de llamamiento y conversión. Algunas son muy conocidas, como la del actor mexicano Eduardo Verástegui,  la de la familia del director de cine David Arratibel o la del cineasta Juan Manuel Cotelo. Pero la mayoría son desconocidas, como la del periodista Jaime Acero. Incluso se pueden dar segundas conversiones después de años de abandono de la fe. Conviene acercarse a algunas historias para ver cómo Dios nunca ceja en su empeño de hacernos felices.

La fe solo se vuelve significativa si es respuesta a una llamada. Pero, ¿qué pasa cuando nunca hemos oído ninguna? Algunos de mis conocidos me lo han confesado abiertamente: “Yo no sé por qué creo en Dios, quizás por tradición, pero te aseguro que no he recibido ninguna iluminación especial”. Quizás esta falta de experiencias fuertes es lo que ha conducido a muchos bautizados a una actitud de indiferencia con respecto a Dios. No creen en Él, tampoco lo niegan, simplemente se desentienden de la cuestión. La indiferencia no implica una actitud hostil sino, más bien, una falta de verdadero interés. La vida diaria está llena de preocupaciones absorbentes. Uno anda liado con asuntos familiares, laborales y sociales. Se podría decir que “no tiene tiempo” para bucear en un mar que parece no tener fondo y del que algunos no han salido vivos. ¿Cómo se rompe la tela de la indiferencia? Los discursos o las reflexiones sirven de poco. No vivimos tiempos de mucha argumentación. Los sentimientos mueven un poco más, pero tampoco éstos son buenos tiempos para la lírica… religiosa. Necesitamos oír una “llamada”. No en vano, una de las películas de más éxito en España el año 2017 se titulaba precisamente así: La llamada. Se trata de un musical que, en clave de humor, afronta lo que puede suceder cuando Dios llama a una persona. Es probable que más de un lector del Rincón se esté preguntando si él o ella ha recibido alguna vez en su vida una llamada de este tipo. No creo que a nadie le haya sonado el teléfono de su casa o su móvil y haya escuchado al otro lado la voz de Dios. 

Las llamadas de Dios no son locuciones extrañas. Dios sigue llamándonos en los acontecimientos de la vida leídos en profundidad. Su particular sintaxis consiste en trazar una línea interpretativa entre hechos aparentemente inconexos. Lo que llamamos providencia es una manera de mostrarnos su amor a través de hechos solo en apariencia fortuitos. Muy a menudo estamos dormidos. No percibimos estas conexiones. Pero, a veces, sin saber por qué, es como si se encendiera una chispa y comenzáramos a percibir el significado de lo que estamos viviendo. Estas chispas que nos permiten verlo en profundidad pueden ser consideradas como llamadas. La vida misma se vuelve transparente y provocativa. Entonces -solo entonces- salimos de nuestro estado de indiferencia y comenzamos a buscar. Entonces -solo entonces- la Biblia, que nos parecía un libro insoportable, comienza a decirnos algo, la sentimos como una carta de Dios dirigida a nosotros. Entonces -solo entonces- empezamos a comprender el testimonio de algunas personas que viven junto a nosotros. ¡Es la hora de la llamada y quizás, en muchos casos, de una segunda conversión a la altura de los 40, 50, 60 o 70 años!


jueves, 29 de noviembre de 2018

¿Tan difícil es entenderse?

Yo también soy de los que creen que, a pesar de los muchos problemas que tenemos, el mundo está mejor hoy que hace cien años, al menos si tenemos en cuenta algunos indicadores como el acceso al agua potable, la electricidad, la educación o la sanidad. He sido testigo de los avances en países como la India, Nigeria o Ecuador. Tengo más dudas con respecto al mundo de los valores, difícilmente medibles. Pero de lo que estoy seguro es de la alarmante polarización que observo en Europa y en otras partes del mundo. A pesar de los enormes avances científicos, técnicos y sociales, parece que cada vez nos cuesta más dialogar y entendernos. Da la impresión de que no toleramos por mucho tiempo la paz y la concordia. Disfrutamos con el conflicto. El adversario se convierte en enemigo; las diferencias se alzan como muros impenetrables. Algunos lo achacan a la mediocridad general de los políticos que nos gobiernan; otros, a la complejidad de nuestras sociedades, cada vez más multiculturales y, por lo tanto, difíciles de gestionar. Son muchos los que hablan del resurgir de los nacionalismos como grave problema social. Y no faltan quienes ponen el acento en la pérdida de valores socialmente compartidos. Sea como fuere, consumimos una cantidad ingente de energía en debates inútiles cuando ésta se podría canalizar, por ejemplo, hacia la consecución de los famosos 17 objetivos del desarrollo sostenible. Si trabajásemos por ellos conjuntamente, nuestro mundo sería mucho más habitable.

Veo una brecha entre la sensatez que, en general, se observa en los ciudadanos de a pie y la bronca permanente entre los políticos, amplificada por los medios de comunicación. Algunos parlamentos nacionales y regionales se parecen cada vez más a un circo que a una asamblea legislativa formada por gente competente y honrada. Bufonadas aparte, da la impresión de que los políticos hacen esfuerzos sobrehumanos por agrandar las diferencias entre ellos en vez de esforzarse por encontrar convergencias y llegar a acuerdos. Con brillantes excepciones, el tono de los debates se parece más a una discusión tabernaria que a un ejercicio de discernimiento y de búsqueda del bien común. Se suele decir que tenemos los políticos que nos merecemos. Puede ser. Al fin y al cabo, todos salen de nuestras familias, pueblos y ciudades. No son una especie caída del cielo. Están ahí porque los hemos votado. Son nuestros compañeros de colegio e incluso nuestros parientes y amigos. Sin embargo, da la impresión de que pronto se olvidan de sus orígenes y de lo que de verdad preocupa a los ciudadanos. Conozco a algunos a los que el ejercicio de la política se les ha subido demasiado a la cabeza. Disfrutan de las mieles de sentirse alguien, pero apenas contribuyen a mejorar las cosas. ¿Cómo es posible que no reflejen en sus intervenciones la cordura que se percibe en la mayoría de la población? ¿Por qué tienen tanto interés en exacerbar las diferencias y arengar a las masas, en un ejercicio irresponsable de provocación que luego no pueden controlar? ¿Qué secretos intereses los mueven?  ¿Por qué están obsesionados con ganar votos? ¿O se trata solo de incompetencia y cortedad de miras?

El papa Francisco habla a menudo de crear una “cultura del encuentro” para hacer frente a los males que nos afligen y, sobre todo, para responder a los desafíos que se nos presentan en el mundo globalizado. Esta cultura se asienta en cinco pilares: el realismo encarnado, el valor de la memoria, el universalismo integrador de las diferencias, el diálogo y la búsqueda del bien común y la apertura a la trascendencia. Sin ellos, es imposible avanzar en la justa dirección. 

1. El realismo encarnado significa prestar atención a los rostros concretos de las personas (con sus necesidades, sueños y sufrimientos) y no tanto a las realidades virtuales que la sociedad de la información difunde. O sea, colocar en primer plano la dignidad inviolable de los hombres y mujeres sin excluir a nadie. 

2. El valor de la memoria nos empuja a conocer nuestras raíces, a valorar lo mejor de nuestro pasado y a aprender de él para no repetir los mismos errores en el presente. 

3. El universalismo integrador implica no encerrarnos en nuestros intereses grupales, tribales o nacionales, sino abrirnos a la familia humana sabiendo integrar su rica pluralidad. 

4. El diálogo y la búsqueda del bien común constituyen la dinámica y el horizonte de la auténtica vida social. Implican no reducir la política a la mera confrontación de intereses sectoriales. 

5. Por último, la apertura a la trascendencia valora la dimensión espiritual del ser humano. Trata de enriquecer la vida social desde sus aportaciones específicas. 

¿Tan difícil es caminar en esta dirección? ¿No nos ahorraríamos conflictos -e incluso dinero- si, desde la familia y la escuela, se promoviera esta “cultura del encuentro” de manera que constituyese el ámbito natural para el desarrollo de la tarea política de nuestros líderes?



miércoles, 28 de noviembre de 2018

Servidores públicos

Comprendo lo duro que resulta atender al público. Me hago cargo de las exigencias, exabruptos y groserías que tienen que soportar quienes ejercen profesiones en permanente contacto con personas que reclaman algo. Me refiero a funcionarios, médicos y personal sanitario, policías, dependientes, camareros, azafatas, profesores y enseñantes, personal de aeropuertos y estaciones de autobuses y trenes, recepcionistas, etc. Todos queremos ser atendidos inmediatamente. Algunos reclaman enseguida “sus derechos”. Y no dudan en escupir palabras gruesas si no les son respetados como ellos consideran. He sido testigo de algunas escenas desagradables en oficinas públicas, aeropuertos, hospitales, restaurantes, etc. No es fácil lidiar con personas que solo piensan en sí mismas sin caer en la cuenta de que hay otras muchas que también esperan y tienen sus propias necesidades. Yo, que soy un admirador incondicional de las señoras mayores, me he sorprendido de lo groseras que pueden ser cuando a veces pierden los papeles y se consideran en posesión de todos los derechos. Las he visto colarse en filas, insultar a los dependientes y reivindicar para ellas algunos privilegios por el mero hecho de ser mayores. Comprendo, pues, a quienes pasan ocho horas diarias afrontando situaciones de este tipo. En principio, no es plato de buen gusto para nadie.

Pero, dicho esto, pongo el acento en el otro platillo de la balanza. Quienes ejercen estas profesiones necesitan poseer algunas actitudes especiales para tratar con delicadeza a las personas. Necesitan además una formación específica para desarrollar bien su tarea. No se trata de meros funcionarios –término frecuente usado en España y otros países para referirse a los empleados públicos– sino de public o civil servants, como se dice en inglés (es decir, de servidores públicos). El funcionario, como su mismo nombre indica, pone el acento en la función, en el trabajo que tiene que realizar. El servidor es consciente de que, además de realizar bien su tarea, se le ha encomendado un servicio de atención a las personas. Cuando veo a algunos funcionarios tratar a las personas de manera mecánica, impersonal y hasta arrogante, se me sube la sangre a la cabeza (sobre todo, cuando se trata de ancianos o personas con pocos recursos). Esto mismo lo he visto a veces en algunos sacerdotes que se comportan como si fueran los dueños de la parroquia o de la actividad que coordinan. En este caso, la reacción me duele todavía más. Me entran ganas de agarrarlos por el cuello de la camisa y decirles cuatro cosas bien dichas, pero eso sería pagarles con su misma moneda. No es este el camino. Llegado el caso, es conveniente hacerles ver de buenas maneras que así no se trata a la gente. Todo el mundo tiene derecho a que le duelan las muelas, a haber pasado una mala noche, a sentirse mal en el trabajo o a tener un problema familiar, pero eso no justifica los malos modos en la atención a las personas.

Por eso admiro tanto a los servidores públicos que saben recibir a la gente con una sonrisa, que se arman de paciencia incluso con los más pesados, que procuran facilitar las cosas y no añadir más complicaciones a las que ya tienen algunos trámites, que son conscientes, en definitiva, de que están tratando con personas dignas de respeto, no con números de una fila o una lista. Si alguien no se siente capacitado para este tipo de trabajo es mejor que lo abandone y que se busque otro en el que se pase la vida frente a un ordenador o montando las piezas de un automóvil. Los servidores públicos deben ser, ante todo, servidores; es decir, hombres y mujeres capacitados para las relaciones de ayuda. Son los representantes de un estado (o de una corporación privada) que busca ayudar a sus ciudadanos, hacerles la vida más fácil a todos los niveles. Entre sus cualidades hay que incluir la empatía, la capacidad de manejar situaciones desagradables y de lidiar con personas antipáticas, pesadas, torpes, groseras o muy exigentes. 

No sé por qué escribo hoy estas cosas. ¿Me habré encontrado últimamente con algún empleado público que no sabe que es servidor? ¿O recordaré mis malas experiencias con algunos funcionarios rusos, herederos del comunismo soviético, allá por los años finales del siglo pasado en algunas de mis visitas a Rusia? No sé, no sé, pero éste es un asunto que me hierve la sangre.



PARA LOS AMIGOS DE “EL RINCÓN DE GUNDISALVUS”

Cuándo: 1-3 de febrero de 2019.

Dónde: Centro La Fragua. Los Negrales (Madrid). La capacidad máxima de la casa es de 20 personas en habitaciones individuales.

Quiénes: Amigos de “El Rincón de Gundisalvus”.

Inscripciones: Los interesados pueden escribir a gonfersa@hotmail.com.


martes, 27 de noviembre de 2018

Bailar con la soledad

El título de la entrada de hoy lo tomo prestado del libro del sociólogo jesuita José María Rodríguez Olaizola. Creo que va ya por la séptima edición. En una entrevista a un medio digital, el autor confiesa que su libro está teniendo éxito porque conecta con una situación que, de una manera u otra, todos vivimos. No lo he leído, así que no puedo referirme explícitamente a él, pero reconozco que el tema que aborda –la soledad– ha formado parte de mi reflexión teológica desde hace años. La soledad es algo inherente al ser humano. En cada etapa de la vida reviste formas distintas. No es lo mismo la soledad del adolescente que se refugia en su cuarto con los cascos de música calados en las orejas mientras se pregunta quién es y para quién vive, que la soledad de la esposa maltratada por el marido o la del enfermo que nota que nadie se hace cargo de su cruz porque cada uno va a lo suyo. Están solos de manera distinta los niños sin padres y los ancianos relegados por sus hijos. Una es la soledad del célibe que añora una relación y otra la del cónyuge que se siente lejos estando muy cerca. Hay soledades buscadas, anheladas, y soledades impuestas, sobrevenidas. Las primeras nos preparan para un encuentro con nuestro yo más profundo; las segundas pueden ser la antesala del infierno. Al primer tipo de soledad los ingleses lo llaman solitude; al segundo loneliness. Nosotros aplicamos el mismo término a estados del alma muy diversos. Esta pobreza semántica puede emponzoñar un poco el discernimiento. A veces, cuando decimos Estoy solo no sabemos bien qué queremos decir. La misma frase la dice un contemplativo sereno y una persona desesperada.

Tengo la impresión de que nunca hemos estado más solos que en esta época de tantas comunicaciones. Media hora de conversación amigable no se puede comparar con cien guasaps entrecortados. El problema no reside en la cantidad de contactos que establecemos, sino en la calidad de los mismos. Hay contactos puramente funcionales. Nos sirven para intercambiar avisos, informaciones y banalidades. Cumplen su función. Pero los que verdaderamente nos construyen como seres humanos son los contactos personales, aquellos en los que las palabras, miradas y silencios van dando cuerpo a una relación. Si abundan los primeros, pero escasean los segundos, es probable que la soledad dañina vaya apoderándose de nosotros hasta dejarnos en un estadio de orfandad. Esta soledad dañina se hace más cruel en medio de los ruidos ambientales que en el silencio del propio hogar. ¿Cómo se puede bailar con esta soledad que nos carcome el alma? ¿Cómo experimentar que nuestra vida le importa a alguien, que no estamos dejados de la mano de Dios? He oído decir –no sé con qué fundamento científico– que la enfermedad que más ancianos mata es la soledad. Y por desgracia, aunque vaya aumentando lentamente la expectativa de vida en nuestras sociedades occidentales, aumenta también el número de ancianos que viven solos.

Si es verdad que la soledad dañina (el aislamiento) mata, es más verdad todavía que la soledad fecunda (la soledad habitada) nos construye por dentro. Como misionero, paso muchas horas rodeado de gente. He tenido infinidad de conversaciones y encuentros maravillosos a lo largo de mi vida, pero he experimentado también el zarpazo de la soledad dañina en algunas ocasiones y, con mucha más frecuencia, la belleza de la soledad fecunda. En los momentos de oración y de estudio, en las muchas horas de viajes, en los paseos por el bosque (a los que soy muy aficionado), he experimentado que hay una soledad que nos pone en comunión profunda con Dios, con la naturaleza y con las personas (incluidas las que ya han muerto). Esa soledad es fuente de una profunda alegría porque uno, aunque esté físicamente distante de los demás, aunque no intercambie ningún mensaje verbal, se sabe en comunión con todos y con todo. Soledad y unión se funden en una experiencia única. Este es, sin duda, un momento místico. Con esta soledad se puede bailar una danza interminable sin riesgo de quedar prisioneros en un solipsismo suicida. Esta soledad la necesitamos para seguir vivos y no ser esclavos de las muchas manipulaciones a las que quieren someternos. Soledad, libertad y comunión son armónicos de una experiencia inescindible.


PARA LOS AMIGOS DE “EL RINCÓN DE GUNDISALVUS”

Cuándo: 1-3 de febrero de 2019.

Dónde: Centro La Fragua. Los Negrales (Madrid). La capacidad máxima de la casa es de 20 personas en habitaciones individuales.

Quiénes: Amigos de “El Rincón de Gundisalvus”.

Inscripciones: Los interesados pueden escribir a gonfersa@hotmail.com.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Historias maravillosas

He vivido un fin de semana hermoso en compañía de un grupo de seglares claretianos de Málaga. Pertenecen a tres comunidades del movimiento Seglares Claretianos vinculadas a la parroquia del Carmen, regentada desde hace muchos años por los misioneros claretianos. Se trata de una parroquia formada por unos 20.000 feligreses. Sus numerosas comunidades, asociaciones y cofradías le dan una gran vitalidad y cargan de trabajo –como es lógico– a los cuatro misioneros. Viniendo de otros lugares en los que la vida cristiana parece haber entrado en un periodo de evaporación, doy gracias a Dios por encontrar parroquias en las que se respira un sano ambiente de fe, formación, liturgia y compromiso. Los frutos de ahora son el resultado de la gracia de Dios a través del trabajo de claretianos y laicos a lo largo de los años, lo que demuestra que, cuando se siembra bien, cuando hay dedicación y entrega, acaban produciéndose frutos de conversión. Es necesario contar historias de parroquias y comunidades cristianas que no son campos yertos sino vergeles. Mientras en algunos lugares todo parece languidecer, en otros hay muchos signos de vida. Acabo de celebrar la misa de las 9 de la mañana con un grupo de unas 40 o 50 personas. La celebración comienza con el rezo comunitario de laudes. Percibo que los participantes están acostumbrados a esta práctica diaria. Es solo un signo entre muchos.

Junto a esta historia colectiva, hay muchas historias personales que pasan desapercibidas. Me han contado la historia de una joven familia malagueña (el marido tiene 47 años) que, con 14 hijos, han pasado diez años en Suecia siendo como una “parábola de fe y comunión” en medio de una sociedad religiosamente fría y descreída. La madre de familia, en medio de sus múltiples tareas, encontraba tiempo para visitar a ancianos que vivían solos y que agradecían sus muestras de cariño. A pesar de ser una familia tan numerosa y de vivir en una casa relativamente pequeña debido a las restricciones gubernamentales, de vez en cuando algunos compañeros del colegio de los hijos iban a dormir allí con su saco de dormir. Para ellos, en su mayoría hijos únicos, era una experiencia maravillosa compartir unas horas con otros “hermanos” con los que hablar, jugar y reírse. Una familia feliz, aunque no exenta de problemas, es en sí misma un símbolo de la presencia de Dios entre nosotros. No se necesita hacer muchas cosas. Basta vivir con sencillez el milagro del amor mutuo. El amor es siempre contagioso. Nadie se resiste a ser querido. Quienes quieren dinamitar una concepción cristiana de la vida, lo primero que suelen hacer es destruir la familia. Saben muy bien que es la célula básica de una sociedad basada en las relaciones personales, una iglesia doméstica en la que se aprende a amar a Dios y a los demás. Naturalmente, la persecución puede ser abierta y despiadada (como en el pasado) o sutil y científica (como en el presente), pero siempre se trata de una persecución. Las consecuencias son perfectamente imaginables. Las estamos padeciendo.

Me cuentan también que una profesora jubilada y soltera decidió irse a vivir a un barrio popular de una ciudad canaria. Al ver la penuria de muchas familias con hijos, decidió donar cada mes dos tercios –¡sí, dos tercios!– de su pensión para esas familias. Ella se ha habituado a vivir una vida sobria con el tercio restante. Y siempre se la ve alegre. Nadie la ha obligado a tomar esa decisión. Ha sido fruto de su compromiso cristiano madurado a lo largo del tiempo. Como estas historias, hay cientos, miles, millones de microhistorias que nunca llegan a las páginas de los periódicos o a las cabeceras de los telediarios, pero que nos hacen seguir confiando en los seres humanos. Cuando Dios llena el corazón de las personas, no necesitamos poner los cimientos en otras realidades como el poder, e dinero o el sexo, los ídolos a los que los seres humanos sacrificamos buena parte de nuestras energías. Para vivir historias como estas no es necesario hacerse religioso o sacerdote. Los protagonistas de estas “historias maravillosas” son, en su mayoría, hombres y mujeres laicos que, en la trama de su vida laical, han encontrado cauces para expresar su fe. El periódico “El País” de España está invitando desde hace semanas a los lectores a reportar casos conocidos de abusos sexuales. Puede ser un servicio para acabar cuanto antes con una lacra insoportable, aunque tal vez esconde segundas intenciones. Yo invito a los lectores de “El Rincón de Gundisalvus” a contar alguna historia sencilla de personas que están contribuyendo a hacer nuestro mundo más humano y más habitable. Necesitamos saber que no todas las personas son corruptas, abusadoras, descreídas, egocéntricas, narcisistas y consumistas. Existe una cara B que suena mucho mejor que la vistosa cara A.


PARA LOS AMIGOS DE “EL RINCÓN DE GUNDISALVUS”

Cuándo: 1-3 de febrero de 2019.

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domingo, 25 de noviembre de 2018

Testigo de la verdad

De Jesús se pueden decir muchas cosas. La última que he escuchado lo presenta como el mayor influencer de todos los tiempos. Así se anuncia el musical 33 que se estrenó el pasado jueves en Madrid y del que me gustaría escribir algo cuando tenga oportunidad de verlo. La gente ha dicho muchas cosas de Jesús a lo largo de la historia… y no todas elogiosas. Pero, ¿cómo se presenta él mismo? Hoy, solemnidad de Cristo Rey, último domingo del año litúrgico, Jesús no tiene inconveniente en presentarse como rey. Lo ha estado evitando a lo largo de su vida pública para no dar lugar a malentendidos, pero, a pocas horas de su muerte, ya no tiene importancia lo que la gente pueda pensar. Su trono va a ser la cruz. ¿Quién puede temer a un crucificado? ¿Quién puede imaginar a estas alturas de la película que su reino es como los de este mundo? ¿A quién se le puede pasar por la cabeza que Jesús va a movilizar legiones de guerreros para luchar contra sus perseguidores? Ante las puertas de la muerte, Jesús puede decir que es rey sin temor de ser malinterpretado. Es un rey “a su manera”. Rompe cualquier prejuicio o esquema. Nadie ha sido rey ni lo será nunca como él lo es: un rey verdadero, humilde, servidor, entregado.

En el diálogo que Jesús mantiene con Pilato, Jesús aclara en qué consiste su misión de rey para que el procurador romano no entre en pánico. (En realidad, Pilato debería setnir miedo porque la manera como Jesús ejerce su realeza es la más peligrosa de todas). Jesús se presenta como “testigo de la verdad”. Esta es la verdadera razón de su presencia en el mundo. Mientras tecleo estas frases, pienso que estamos en el imperio de la posverdad, en la eclosión de las fake news, de las falsas noticias que se venden como si fueran la verdad absoluta. ¿Qué puede significar en este contexto un “testigo de la verdad”? Quien se conduce en la vida a base de trampas y mentiras, ¿cómo va a sentirse atraído por Jesús? Sin embargo, Jesús explica quiénes son los dispuestos a seguirle: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Donde hay un ser humano fiel a su conciencia, que sigue con autenticidad lo que le dice el corazón, el Espíritu de Jesús está actuando en él. Esos hombres y mujeres que se dejan seducir por la verdad son los verdaderos “guerreros” del rey Jesús.

Ayer viví un día muy intenso con los seglares claretianos en nuestro hermoso rincón de Torrox. Por la mañana y por la tarde tuve ocasión de acercarme unos minutos al mar Mediterráneo. Por la mañana estaba sereno, como una balsa de aceite. Se divisaba con claridad la línea del horizonte. Por la tarde, se levantó el viento y las olas se encresparon. Contemplé el sol poniente, miré el faro encalado y pensé –lo hago todos los días desde que llegué a Málaga– en las personas que se arriesgan a surcar esas aguas en busca de un futuro mejor. ¿Cuándo va a terminar este éxodo inhumano? ¿Cuándo las mafias van a dejar de traficar con personas indefensas? ¿Cuándo vamos a hacernos cargo de la injusticia que subyace a un drama como este? El rey Jesús no puede ser ajeno a estas historias. Las noticias que hablan de miles de personas navegando en pateras no son fake news; son, por desgracia, crónicas verdaderas de lo que está pasando a pocos kilómetros de nosotros, que disfrutamos de un retiro apacible. 

¿Qué significa hoy para los seguidores de Jesús ser, como él, “testigos de la verdad”? ¿Podemos permanecer callados ante el drama que se está viviendo a cuatro palmos de nuestras narices? A estas historias se une la de algunos compañeros míos que, al parecer, han sido secuestrados en el norte de Camerún por los secesionistas de la zona de Bamenda. Esta noticia añade todavía más incertidumbre y dolor. Necesitamos un abogado defensor, un rey “como Dios manda”, como Jesús lo es.


sábado, 24 de noviembre de 2018

Semillas silenciosas

Anoche llegué a Torrox, una población de unos 15.000 habitantes, situada a orillas del mar Mediterráneo y al pie de la Sierra de Almijara. Aquí, a unos 50 kilómetros de Málaga, se encuentra el Centro Cristo Rey, perteneciente a la diócesis de Córdoba. Se inauguró hace unos pocos meses, así que todo parece nuevo. Es un lugar luminoso, cerca del mar. Domina el blanco salpicado de colores vivos. Parece casi un centro de IKEA. Impera el minimalismo. Tanto la arquitectura como la decoración invitan a la sencillez con un toque de alegría andaluza. Después de la cena comencé el retiro con el grupo de seglares claretianos. Me sorprendió el número de matrimonios jóvenes. Conviene contar estas historias porque, de lo contrario, uno tiene la impresión de todos los jóvenes pasan de la fe y la religión. No es verdad. Las semillas de una Iglesia nueva no son todavía muy visibles porque, como toda semilla, están enterradas, pero llegará el día en que emerja el tallo y comiencen a granar. Igual que en algunos regímenes totalitarios, se habla de una Iglesia underground o clandestina, en nuestros países secularizados podría hablarse de una Iglesia que crece y madura en silencio, a la espera de encontrar nuevas formas de evangelización.

Me sorprende el silencio de este lugar, a cuatro pasos del faro y de la orilla del mar. Me dicen que está considerado “el mejor clima de Europa” porque disfrutan del sol más de 350 días al año. No lejos de la costa se yerguen algunas montañas que en invierno pueden cubrirse de blanco. En el valle se dan frutos tropicales como el aguacate y el mango; en fin, un pequeño paraíso que ha atraído a muchos centroeuropeos como lugar de descanso. De hecho, al igual que sucede en Málaga, veo algunos carteles en inglés y alemán. En realidad, más que integrarse con la población local constituyen pequeños guetos en los que reproducen las costumbres de sus países de origen. Se ve que eso de la interculturalidad es un desafío que nos sigue costando a los humanos. Siempre preferimos la seguridad de la tribu. Por lo menos, se vive de manera pacífica, que no es poco. Las pensiones de los jubilados alemanes les permiten una vida muy confortable junto a la frontera sur de Europa. Mientras unos vienen del norte a disfrutar del sol, la playa y la buena comida, otros vienen del sur (de África) imaginando que Europa es la Arcadia feliz. Son capaces de arriesgar su vida en frágiles pateras con tal de huir del hambre, el desempleo y la persecución que sufren en sus países.  Me hace pensar este contraste entre los jubilados alemanes y los jóvenes senegaleses, por ejemplo. Por razones diversas, todos quieren fijar su morada en esta Andalucía bendita.

Hacía tiempo que no acompañaba a un grupo de laicos en un retiro. Me sorprende su simpatía y su excelente disposición. Todos vienen con su biblia. Es la hoja de ruta para nuestro camino. Mientras yo presento el plan para este fin de semana, ellos piensan en el hijo pequeño al que han dejado en casa con 40 de fiebre, en un compañero que se ha hecho un esguince y en los compromisos profesionales que les aguardan el lunes. Es lógico. La espiritualidad laical se nutre de las pequeñas experiencias que conforman la vida cotidiana. El desafío es aprender a descubrir la presencia de Dios en medio de esas batallas. Es verdad que el silencio es importante. Es verdad que hay que dedicar tiempo a la oración y a la escucha, pero como lo hace alguien que ha recibido el don de vivir inmerso en las realidades seculares. Los laicos no son mini-monjes que se esfuerzan por vivir una especie de vida monástica a contrapelo de su ritmo familiar y laboral. Son cristianos –la inmensa mayoría– que siguen a Jesús como pudo hacerlo Lázaro de Betania o José de Arimatea, seguidores en medio del mundo, tratando de ser sal y luz junto a sus compañeros de camino. Tendremos ocasión de profundizar estas cosas con calma durante estos días.


viernes, 23 de noviembre de 2018

Estampas malagueñas

Llegué ayer al aeropuerto de Málaga pasado el mediodía. Hacía varios años que no viajaba a esta hermosa ciudad andaluza. A este paso, me parece que voy a hacer de la canción Volando voy mi himno de batalla. Me recibió una temperatura suave de 14 grados y una lluvia menuda que no dejó de caer a intervalos durante todo el día. He venido a Málaga desde Roma para orientar un retiro con un grupo de 34 hombres y mujeres pertenecientes el movimiento Seglares Claretianos. Comenzaremos hoy por la tarde en una casa a 40 kilómetros de la ciudad. Sus compromisos laborales no les permiten hacerlo antes. Mientras llega ese momento, aprovecho para dar una vuelta diurna y nocturna por una ciudad que ha experimentado cambios increíbles desde la última vez que la visité. Caminar por el muelle sin apenas viandantes y con un paraguas en la mano a eso de las cinco de la tarde es un placer que no se repite todos los días. Me dicen que con frecuencia atracan grandes cruceros que arrojan miles de turistas sobre las calles y establecimientos del centro histórico. Por fortuna, ayer no había ninguno, así que pude pasear a mis anchas, sin los agobios de las hordas de guiris invadiéndolo todo. No me olvido de que, no lejos de aquí, muchos inmigrantes africanos siguen jugándose la vida atravesando el Estrecho. Son los otros turistas, rechazados por muchos, pero muy bien tratados por algunos. Andalucía es una tierra de acogida.

Ciudades antiguas como Málaga permiten combinar un teatro romano, una alcazaba árabe, una catedral católica y un Museo Picasso como piezas únicas de un armonioso puzle.  La catedral –llamada cariñosamente La Manquita, porque le falta completar la torre derecha– me pareció extrañamente hermosa, con una estética a la que no estoy acostumbrado en las catedrales románicas o góticas de mi Castilla natal. La calle Marqués de Larios, adornada con arcos de luces para la Navidad, está considerada como una de las más elegantes de España. Buena parte de la Alameda está en obras debido a la construcción de una línea de metro. En fin, no quiero hacer de la entrada de hoy una guía turística, pero fueron muchos los rincones que me encantaron. En realidad, no sé expresar bien la sensación que me produjo la ciudad. El hecho de poseer una historia milenaria y de ser puerto de mar le confiere un aire cosmopolita y abierto que no se percibe con tanta fuerza en las ciudades del interior. Es, además, una ciudad elegante, pero sin ese punto de chulería que se respira en Sevilla, por ejemplo. Me sorprendieron las muchas casas que poseen las cofradías para albergar los famosos tronos (nombre que aquí reciben los pasos) que procesionan durante la Semana Santa. Sus altísimas puertas (en torno a los cinco o seis metros) dan idea de la envergadura de los grupos escultóricos que custodian dentro. Mis acompañantes me contaron historias sorprendentes sobre el funcionamiento de estas asociaciones. También este mundo me resulta difícil de comprender, aunque soy consciente de que el fenómeno cofrade está creciendo en España al mismo ritmo que crece la indiferencia religiosa.

No hay viaje en el que no aprenda algo y disfrute con los paisajes y las personas. Mientras me preparo para comenzar el retiro con los Seglares Claretianos dentro de unas horas, pienso en el retiro que tendremos con algunos lectores de El Rincón de Gundisalvus el próximo mes de febrero. Ya he recibido algunos correos electrónicos de personas que han mostrado su disposición a participar. Esperemos completar el número de 20 en los próximos días. Poner en contacto a personas de diversas procedencias que muestran interés por la espiritualidad es, en sí mismo, un hecho creativo. Escuchar nuestras inquietudes y compartir nuestras búsquedas nos ayuda a no caminar solos, a explorar nuevas formas de vivir la fe en un contexto tan secularizado como el nuestro. Tengo confianza en que, a partir de un humilde comienzo, se puedan ir tejiendo lazos y haciendo un camino de maduración.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Un retiro, ¿por qué no?

Desde hace meses vengo dando vueltas a una idea que me sugirieron algunos lectores de El Rincón de Gundisalvus. Se trata de la posibilidad de organizar un retiro de fin de semana para dialogar sobre lo que la lectura del blog ha supuesto para ellos a lo largo de más de dos años y, sobre todo, sobre lo que significa ser cristiano hoy. He dejado que la idea fuera madurando lentamente. La entrada de hoy hace el número 935 desde que empecé el blog en febrero de 2016. Eso significa que, hacia finales de enero, Dios mediante, el blog alcanzará las 1.000 entradas. Quizás sea el momento justo para poner punto final a una aventura de casi tres años y empezar algo diferente, más en sintonía con lo que hoy se necesita.

Me parece que se puede hacer coincidir el retiro con ese momento simbólico. Al fin y al cabo, el número 1.000 tiene algo de seductor. Sugiero, por tanto, encontrarnos en el Centro Fragua de Los Negrales, a 42 kilómetros de Madrid, el primer fin de semana de febrero de 2019. Se podría comenzar con la cena del viernes 1 (hacia las 9 de la noche) y terminar con la comida del domingo 3 (hacia las 3 de la tarde). La capacidad máxima de la casa es de 20 personas (en habitaciones individuales). Si alguien estuviera interesado en participar en este retiro, puede ponerse en contacto conmigo a través de la dirección: gonfersa@hotmail.com. A partir de ahora, cualquier información que uno desee sobre el retiro se enviará directamente a las direcciones electrónicas de los interesados, no a través del blog. Podemos fijar el 31 de diciembre de este año como fecha límite para hacer la inscripción.

Cada fin de semana se organizan retiros de muy diverso tipo. Algunos se desarrollan en monasterios y suelen ser en completo silencio; otros se realizan en las muchas casas de espiritualidad que rodean las grandes ciudades y combinan tiempos de silencio con meditaciones, diálogos y otras prácticas. Hay congregaciones religiosas, parroquias y movimientos laicales que han desarrollado su propio método. Gracias a Dios, hay una enorme variedad, de modo que cada uno puede escoger aquel tipo de retiro que más se ajusta a sus necesidades. El que propongo desde El Rincón de Gundisalvus es un retiro muy abierto en el que haya mucho tiempo para el encuentro y el diálogo, pero también momentos de oración y celebración. Dependerá de los participantes la posibilidad de seguir organizando periódicamente otros retiros. Lo que importa es comenzar. También aquí se puede aplicar el verso machadiano: “Se hace camino al andar”.

Marcados por un ritmo muy acelerado, necesitamos de vez en cuando detenernos, respirar hondo, preguntarnos en qué dirección estamos caminando, qué valores sustentan nuestra vida, a quién seguimos, por qué lo hacemos, cómo podríamos mejorar nuestro camino. Necesitamos escuchar la invitación de Jesús que nos dice: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco” (Mc 6,31). Ese venid a un sitio apartado no significa alejarnos de la vida, sino contemplarla desde su centro. Un buen retiro no es el que nos empuja a escapar de nuestras obligaciones, sino el que nos da nueva energía para asumirlas con sentido. Hay un himno litúrgico que describe muy bien esta dinámica del alejamiento-presencia, soledad-compañía. Os dejo con él y os animo a pensar en la posibilidad de encontrarnos en febrero.

No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé que, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.

No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no.

Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
y dice siempre «nosotros»,
incluso si dice «yo». Amén.