sábado, 3 de noviembre de 2018

Mirar con otros ojos

La etapa de mi formación filosófico-teológica me volvió muy crítico. Sacarle punta a todo parecía la cumbre de la inteligencia. La ironía, y hasta en ocasiones el sarcasmo, eran los registros que indicaban agudeza mental y capacidad para la polémica. Los diversos “maestros de la sospecha” (no solo Marx, Freud y Nietzsche) nos enseñaron a ver ocultas intenciones en todo lo que hacemos los seres humanos. Sí, fulano de tal parece muy bueno, pero seguro que obedece a una necesidad compulsiva de autoafirmación. El otro dice luchar por los pobres, pero lo más probable es que se esté dejando dominar por la ideología. Ese texto de la Escritura parece decir una cosa, pero, en realidad, si le aplicamos el método histórico-crítico, quiere decir otra muy distinta. Y en este plan. No reniego de la formación crítica. Ayuda a separar el trigo de la paja, a no dejarse dar gato por liebre, a procurar ser racional y objetivo, pero… siempre hay un pero. En este caso, el exceso de crítica conduce a una visión deformada de la realidad, muy dualista y excluyente. Privilegia la sospecha sobre la confianza, previene contra el entusiasmo y hace que uno avance por la vida con un pie sobre el freno para evitar derrapes innecesarios. También en la sociedad actual percibo un exceso de crítica y, al mismo tiempo, una indiferencia generalizada. Da la impresión de que nada está bien. Desconfiamos de los políticos y sindicalistas, vapuleamos a los obispos y a los curas, sacudimos a los banqueros y empresarios, despotricamos contra los periodistas y los creadores de opinión y disparamos contra todo el que se mueva en la foto. No dejamos títere con cabeza. Nos parece que este es el modo mejor de prevenirnos contra las manipulaciones y engaños de los más fuertes. Es probable que sea así, pero pagamos un precio demasiado alto por este exceso de celo vigilante.

A medida que pasa el tiempo, herido en algunas batallas vitales, cada vez admiro más a las personas que, sin renunciar a su capacidad crítica, saben ver el fondo de bondad que hay en todo ser humano. Sé que éste es un tema recurrente en mi blog. De hecho, hace más de dos años escribí sobre la inteligencia de los buenos y hace solo un par de meses tracé una breve apología de las personas buenas. Siento necesidad de volver sobre este asunto tras haber celebrado ayer la conmemoración de los difuntos. ¿Qué sentido tiene amargarnos la vida poniendo el acento en lo que funciona mal o en lo que falta cuando tenemos tantas cosas que agradecer? ¿Cómo discurriría la vida familiar, comunitaria y social si nos fijáramos en lo que funciona bien y tratáramos de potenciarlo? ¿Qué energía se produciría cuando se conectan varias personas que viven desde esta clave, que han aprendido a mirar con otros ojos? Es muy probable que esté influido por mi estudio del método de Indagación Apreciativa (IA), pero creo que la verdadera razón para este enfoque me nace de la fe cristiana. ¿Cómo mira Dios la realidad del mundo? ¿Cómo contempla la vida de cada uno de nosotros? Dios mira con los ojos del amor: Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo (Jn 13,1). Esta es la razón última de la mirada positiva sobre la realidad. 

Detrás de una persona agresiva se esconde, con frecuencia, una persona herida, alguien que no ha aprendido a valorarse. ¿Qué pasaría si, en vez de relacionarnos con ella desde la agresividad, procurásemos descubrir lo bueno que atesora? Admiro mucho a las personas que tienen esta capacidad de descubrir como por instinto lo mejor que hay en cada ser humano. Sin caer en la adulación, lo ponen de relieve, lo agradecen y lo potencian. Hace más por la transformación de la sociedad una persona que tiene este don que veinte que se dedican solo a señalar con el dedo acusador lo que está mal o lo que no funciona según sus deseos. Necesitamos menos fiscales y más abogados defensores. Jesús nos ha invitado en repetidas ocasiones a no juzgar (cf. Lc 6,37), a no ver la mota en el ojo ajeno olvidando que en el nuestro se esconde una gran viga. Necesitamos poner de moda la mirada positiva, no la inquisitorial. Necesitamos más ternura y menos juicios sumarísimos. Necesitamos no mirar a los demás como enemigos sino como hermanos, miembros de una sola familia humana. No importa que el otro sea de diferente etnia, religión, clase social, partido político, orientación sexual, país, cultura o edad. Todo ser humano puede ser mirado con ojos de aceptación incondicional, aunque no siempre sus obras sean irreprochables. ¡Lástima que tardemos mucho tiempo en llegar a este grado de comprensión! Nunca es demasiado tarde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.