sábado, 24 de noviembre de 2018

Semillas silenciosas

Anoche llegué a Torrox, una población de unos 15.000 habitantes, situada a orillas del mar Mediterráneo y al pie de la Sierra de Almijara. Aquí, a unos 50 kilómetros de Málaga, se encuentra el Centro Cristo Rey, perteneciente a la diócesis de Córdoba. Se inauguró hace unos pocos meses, así que todo parece nuevo. Es un lugar luminoso, cerca del mar. Domina el blanco salpicado de colores vivos. Parece casi un centro de IKEA. Impera el minimalismo. Tanto la arquitectura como la decoración invitan a la sencillez con un toque de alegría andaluza. Después de la cena comencé el retiro con el grupo de seglares claretianos. Me sorprendió el número de matrimonios jóvenes. Conviene contar estas historias porque, de lo contrario, uno tiene la impresión de todos los jóvenes pasan de la fe y la religión. No es verdad. Las semillas de una Iglesia nueva no son todavía muy visibles porque, como toda semilla, están enterradas, pero llegará el día en que emerja el tallo y comiencen a granar. Igual que en algunos regímenes totalitarios, se habla de una Iglesia underground o clandestina, en nuestros países secularizados podría hablarse de una Iglesia que crece y madura en silencio, a la espera de encontrar nuevas formas de evangelización.

Me sorprende el silencio de este lugar, a cuatro pasos del faro y de la orilla del mar. Me dicen que está considerado “el mejor clima de Europa” porque disfrutan del sol más de 350 días al año. No lejos de la costa se yerguen algunas montañas que en invierno pueden cubrirse de blanco. En el valle se dan frutos tropicales como el aguacate y el mango; en fin, un pequeño paraíso que ha atraído a muchos centroeuropeos como lugar de descanso. De hecho, al igual que sucede en Málaga, veo algunos carteles en inglés y alemán. En realidad, más que integrarse con la población local constituyen pequeños guetos en los que reproducen las costumbres de sus países de origen. Se ve que eso de la interculturalidad es un desafío que nos sigue costando a los humanos. Siempre preferimos la seguridad de la tribu. Por lo menos, se vive de manera pacífica, que no es poco. Las pensiones de los jubilados alemanes les permiten una vida muy confortable junto a la frontera sur de Europa. Mientras unos vienen del norte a disfrutar del sol, la playa y la buena comida, otros vienen del sur (de África) imaginando que Europa es la Arcadia feliz. Son capaces de arriesgar su vida en frágiles pateras con tal de huir del hambre, el desempleo y la persecución que sufren en sus países.  Me hace pensar este contraste entre los jubilados alemanes y los jóvenes senegaleses, por ejemplo. Por razones diversas, todos quieren fijar su morada en esta Andalucía bendita.

Hacía tiempo que no acompañaba a un grupo de laicos en un retiro. Me sorprende su simpatía y su excelente disposición. Todos vienen con su biblia. Es la hoja de ruta para nuestro camino. Mientras yo presento el plan para este fin de semana, ellos piensan en el hijo pequeño al que han dejado en casa con 40 de fiebre, en un compañero que se ha hecho un esguince y en los compromisos profesionales que les aguardan el lunes. Es lógico. La espiritualidad laical se nutre de las pequeñas experiencias que conforman la vida cotidiana. El desafío es aprender a descubrir la presencia de Dios en medio de esas batallas. Es verdad que el silencio es importante. Es verdad que hay que dedicar tiempo a la oración y a la escucha, pero como lo hace alguien que ha recibido el don de vivir inmerso en las realidades seculares. Los laicos no son mini-monjes que se esfuerzan por vivir una especie de vida monástica a contrapelo de su ritmo familiar y laboral. Son cristianos –la inmensa mayoría– que siguen a Jesús como pudo hacerlo Lázaro de Betania o José de Arimatea, seguidores en medio del mundo, tratando de ser sal y luz junto a sus compañeros de camino. Tendremos ocasión de profundizar estas cosas con calma durante estos días.


1 comentario:

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