jueves, 11 de diciembre de 2025

Escuchar el corazón


Regreso a Madrid después de un par de días en Roma. Ayer tuve una conferencia en el 50º Convegno de Vida Consagrada organizado por el Instituto Claretianum. El título fue “Gesù e Maria: due cuori che battono all’unisono” (Jesús y María: dos corazones que laten al unísono). El objetivo era mostrar cómo la espiritualidad del Corazón de Jesús y del Corazón de María no es un residuo devocional de los últimos tres siglos, sino una propuesta integral para este siglo XXI. Extraigo unas palabras de la conclusión: “En un contexto caracterizado por la fragmentación interior y la frialdad relacional, la devoción al Sagrado Corazón nos recuerda que el cristianismo nace del encuentro con un Corazón vivo que ama, perdona y pide una respuesta de amor total. Recuperar la categoría bíblica del corazón ayuda a integrar la razón, los afectos y las decisiones, ofreciendo una espiritualidad que une la contemplación y el compromiso concreto con los más pobres y heridos”. 

Las librerías están llenas de libros (ensayos, novelas y cuentos) que llevan la palabra “corazón” en el título. Cerca de 200 institutos religiosos hacen referencia al “corazón” en sus nombres oficiales, comenzando por el de mi propia congregación: Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Estoy, pues, muy familiarizado con este asunto. 


Del corazón podemos tener una idea fisiológica, antropológica, artística, romántica, bíblica o espiritual. En cualquier caso, es un símbolo que atraviesa nuestra historia y que aparece y desaparece según privilegiemos el hemisferio derecho o izquierdo de nuestro cerebro colectivo, por decirlo de manera irónica. Podemos poner en la misma licuadora intelectual frases como la atribuida a Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no comprende” y versículos bíblicos como el del profeta Jeremías: “¡Nada es más infiel que el corazón y difícilmente se cura! ¿Quién puede conocerlo?” (Jer 17,9). 

Muchos de nosotros hemos leído en El principito de Saint-Exupéry que “solo se ve bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos”. Albert Einstein, al hacer un diagnóstico de la sociedad de su tiempo, llegó a decir que “el problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón”. Y el francés Anatole France escribió que “las verdades reveladas por la inteligencia permanecen estériles. Solo el corazón es capaz de fecundar los sueños”.


Santos, filósofos, teólogos, psicólogos, novelistas y poetas han hablado del corazón. Incluso la cultura popular ha utilizado a menudo este símbolo para expresar sus pasiones y reivindicaciones. Hace décadas se pusieron de moda las pegatinas del tipo “I [corazón] NY”. Recuerdo con agrado la impresión que me causó hace más de treinta años la lectura de la novela de mi contemporánea Susanna Tamaro titulada Va’ dove ti porta il cuore (Ve donde te lleve el corazón). Cito las palabras que la protagonista, la anciana Olga, dirige a su nieta al final de la novela: “Y cuando se te abran ante ti muchos caminos y no sepas cuál tomar, no elijas uno al azar, sino siéntate y espera. Respira con la profundidad y la confianza con la que respiraste el día que viniste al mundo, sin distraerte con nada, espera y sigue esperando. Quédate quieta, en silencio, y escucha a tu corazón. Cuando te hable, levántate y ve adonde él te lleve”. 

No es fácil “escuchar a nuestro corazón” cuando estamos inmersos en el ruido, pero es imprescindible si todavía queremos mantener viva la esperanza. El “corazón” es el centro de la persona, el santuario de la intimidad donde Dios habita. Él es -como decía san Agustín- “más íntimo a nosotros que nosotros mismos”. Por eso, “escuchar el corazón” es, en el fondo, escuchar a Dios.

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