
Mi paseo matutino en el último día del año ha sido bajo una agradable temperatura de tres grados bajo cero. El pinar estaba cubierto de escarcha, los regatos permanecían congelados y el río Duero vertía sus aguas en el embalse de la Cuerda del Pozo con parsimonia invernal. Solo en las cumbres del Urbión hay nieve. Para que baje al valle hay que esperar unos días. Despediremos, pues, 2025 con cielo azulísimo, frío discreto y un enorme sentimiento de gratitud.
Para hacer memoria de los acontecimientos sociales y políticos están los medios de comunicación. Hoy ofrecen resúmenes más o menos interesantes sobre lo que ha sucedido a lo largo del año que termina. En general, el tono no es muy optimista. La amenaza de una gran guerra se cierne sobre la humanidad. Hay líderes políticos y periodistas interesados en silenciar el discurso antibelicista de León XIV. Esperemos que 2026 nos traiga un poco de sensatez.

Me gusta el último día del año. Por la pantalla de nuestro corazón van desfilando imágenes y sonidos de lo vivido en los doce meses que terminan. Sin saber por qué, algunos recuerdos reclaman el primer plano. Se han quedado grabados a fuego en nuestra memoria. Otros se desvanecen como niebla a mediodía. Siempre me ha sorprendido lo selectiva y caprichosa que es la memoria. A veces olvidamos lo que otros recuerdan con pelos y señales y otras conservamos recuerdos que otras personas han olvidado por completo.
Es obvio que la memoria tiene un alto componente afectivo. Recordamos más y mejor lo que nos ha afectado sentimentalmente, lo que ha tocado nuestro corazón. Podemos olvidar un evento social de primer orden y recordar con primor una conversación con un amigo, un paseo por el bosque o un momento de oración. Esta subjetividad permite que cada uno compongamos el mosaico del año que termina con las teselas de nuestra memoria afectiva.

Mientras tecleo esta entrada, tengo de frente el inmenso pinar de Camporredondo. El sol golpea el ala sur de los tejados rojizos de las casas vecinas mientras el ala norte conserva todavía restos de escarcha. El silencio envuelve todo. Me dicen que las casas rurales se han llenado de turistas, pero por la calle no se oye ningún ruido. A las siete de la tarde celebraré la Eucaristía. Aunque cronológicamente pertenezca al último día del año, litúrgicamente anticipa la solemnidad de mañana. Tendré oportunidad de saludar a algunos amigos que hace tiempo que no veo. Daré y recibiré felicitaciones para el nuevo año.
Y, luego, venciendo el frío de la noche, iré caminando a la casa de mi hermano donde cenaremos en familia. Un año más reviviremos la ritualidad que acompaña el cambio de año. Uno puede pensar que se trata de ritos muy banales, bastante alejados de la densidad litúrgica, pero a veces la vida necesita también estas concesiones a la ligereza. Lo que importa es que, con ritos o sin ellos, expresemos nuestro amor a la personas queridas y, sobre todo, entreguemos a Dios el año que termina pidiendo la fuerza de su gracia para el que empieza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.