lunes, 22 de diciembre de 2025

El arte de vivir


Mientras leo a toda prisa los titulares de los periódicos de hoy (incluyendo los digitales que anuncian los premios de la lotería), me topo con una frase de Manuel Castells, el sociólogo español más citado: “El mundo está en un proceso de autodestrucción”. Tras un análisis de lo que nos está pasando, reclama la necesidad de una mayor espiritualidad en tiempos de crisis profunda. No es una voz aislada. Se une al coro de intelectuales que desde hace años están abriéndonos los ojos sobre las raíces de lo que nos está pasando y sus posibles soluciones o salidas.

La crisis es global, pero el epicentro es Europa, continente que durante muchos siglos ha liderado el pensamiento occidental. Esta necesidad de una mayor espiritualidad nos abre al significado profundo de la Navidad. ¿Cómo ilumina este misterio cristiano la situación que estamos viviendo? ¿En qué sentido el Verbo de Dios se “hace carne” en este mundo del siglo XXI? ¿Pueden abrazarse la gracia y la verdad?


Cuando decimos “espiritualidad” no todos entendemos la misma cosa. Es un concepto polisémico. Muchas de las personas que se reconocen “espirituales, pero no religiosas”, suelen ser muy sensibles a la apertura a dimensiones trascendentes que exceden el materialismo actual, pero reacias a cualquier forma de institucionalización. Se sienten atraídas por la belleza y la bondad, pero no se atreven a hablar de la verdad porque “cada uno tiene su verdad”. 

Muchos de quienes se manifiestan espirituales son particularmente combativos contra las religiones tradicionales, en especial contra el cristianismo, al que consideran responsable de la traición a la propuesta libre de Jesús. Según ellos, las iglesias han encasillado el evangelio en formas dogmáticas, principios éticos, normas canónicas y ritos estandarizados e insignificantes. No esperan una revolución espiritual de las religiones que han “matado” la espiritualidad. Pero no todas las personas espirituales piensan así. Hay hombres y mujeres que reconocen en la gran tradición de la Iglesia los recursos más valiosos para vivir una espiritualidad profunda y actual.


A mí me gusta hablar de la espiritualidad como el “arte de vivir” todas las dimensiones del ser humano desde el Espíritu de Jesús. El verbo “vivir” indica con claridad que la espiritualidad no es, ante todo, una doctrina, sino una experiencia de vida. Pero no cualquier experiencia, sino aquella que está animada por el Espíritu de Jesús, el único que es “señor y dador de vida” (dominum et vivificantem). No se trata, pues, de abrirnos a dimensiones superiores, de conectar con las energías del universo o de sentir no sé qué extrañas vibraciones. 
La espiritualidad consiste en abrirnos al Espíritu y dejarnos conducir por él, de forma que podamos vivir todas las dimensiones de la vida (la relación con nosotros, con los demás, con el espacio, con el tiempo y con Dios) animados por la fuerza de su amor. 

Entendida así, creo que es el único camino para afrontar la crisis de sentido que estamos padeciendo y, por lo tanto, corregir el rumbo hacia la autodestrucción. Los cristianos podemos compartir humildemente esta experiencia de “vida nueva” con quienes buscan con sinceridad una salida de futuro. La Navidad es una hermosa oportunidad para ello. No se trata de lograr una espiritualidad sincrética mezclando un poco de todo (cristianismo, budismo, psicología, etc.), sino de abrirnos con humildad al único Espíritu que nos lleva a la verdad plena y que promueve la unidad en la diversidad.

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