Hay máscaras económico-sociales
que sirven para fingir la clase social a la que uno pertenece. Hay personas a
las que les gusta aparentar que su poder adquisitivo es muy superior al real. De
esta manera pueden codearse con otro tipo de personas y gozar de un cierto
prestigio y popularidad. A veces también se da – aunque creo que con menos
frecuencia – el caso de personas ricas que se ponen la máscara de pobres para
pasar desapercibidas. Hay máscaras académico-culturales. Las usan quienes quieren
presumir de una erudición de la que carecen. Citan libros que no han leído,
utilizan palabras fuera de contexto, acumulan títulos y diplomas y siempre
quieren dar su opinión sobre todo utilizando una máxima que da el pego: “Ya que
no podemos ser profundos, seamos, por lo menos, oscuros”. Hay máscaras afectivo-sexuales
que sirven para esconder identidades y sentimientos que, por alguna razón, no
se quieren manifestar. Y hay, por supuesto, máscaras religiosas que, tras la
apariencia devocional, esconden vidas hipócritas y miserables. A menudo, percibimos
con claridad que los otros se disfrazan con máscaras de todo tipo. Es más difícil
caer en la cuenta de que también nosotros podemos estar usando máscaras casi
sin darnos cuenta.
miércoles, 30 de septiembre de 2020
Máscaras y mascarillas
martes, 29 de septiembre de 2020
Yo también soy pandemial
lunes, 28 de septiembre de 2020
El dilema social
Es
probable que, si te decides a verlo, te pase lo mismo con el documental. Una
vez que empiezas a ver El dilema social es casi seguro que seguirás hasta
el final.
¿Dónde está el “demonio” de las redes sociales? ¿Tan mala es
la tecnología moderna? ¿No estaremos reaccionando con actitudes parecidas a las
que surgieron cuando aparecieron los periódicos, la radio o la televisión y
modificaron los hábitos informativos de aquellos viejos tiempos? Tristan Harris, antiguo experto en ética del diseño digital de Google y fundador
del Centro para una Tecnología Humana, responde así: “El robo de
datos, la dependencia de la tecnología, las noticias falsas, la polarización de
las opiniones, las elecciones que se roban… son consecuencias del problema. La
tecnología no es la amenaza, sino la capacidad de la tecnología para sacar lo
peor de la sociedad”.

domingo, 27 de septiembre de 2020
Falta el tercer hijo
sábado, 26 de septiembre de 2020
No todo es vanidad




lunes, 21 de septiembre de 2020
El dios-vacuna
domingo, 20 de septiembre de 2020
Dios es un provocador
sábado, 19 de septiembre de 2020
Aprovechando que hoy es san Jenaro
viernes, 18 de septiembre de 2020
Aunque no pueda verte
jueves, 17 de septiembre de 2020
A las 19,15 tengo una cita
miércoles, 16 de septiembre de 2020
Dar la vida por los últimos
martes, 15 de septiembre de 2020
Un obispo se confiesa
Antes de despedirnos, me entregó su último libro, recién publicado. Se titula Creo. Amo. Espero. Luego existo. El subtítulo acota el itinerario espiritual de su autor en los últimos dos años: Del hogar monacal a las periferias urbanas. Es probable que algunos lectores españoles hayan adivinado que me estoy refiriendo a Raúl Berzosa Martínez, obispo emérito de Ciudad Rodrigo. El libro, en realidad, está compuesto a base de fragmentos de su diario. Cubre la etapa que vivió en el monasterio de Saint-Benoît d'En Calcat (Francia) (julio-diciembre de 2018), la experiencia de un mes de ejercicios ignacianos en Roma (diciembre de 2018- enero de 2019), el medio año pasado en una parroquia de Bogotá (Colombia) (febrero-julio de 2019) y los meses restantes hasta finales de 2019. El libro llega a hablar incluso sobre la pandemia que nos aflige en un capítulo que lleva un título sugestivo: “In virus, veritas!: de la pandemia del coronavirus al nuevo despertar de corazones con vida.
Siguiendo el modelo de Martín Descalzo, el libro de Berzosa bien podría haberse titulado Un obispo se confiesa. No sé si habrá en el mercado algún libro con este título. A mí no me consta. Estamos tan acostumbrados a ver a los sacerdotes y obispos tan alejados de nuestras preocupaciones y hábitos que nos hace bien saber cómo viven por dentro el rosario de la vida cotidiana; es decir, el conjunto de experiencias gozosas, luminosas, dolorosas y gloriosas que constituyen la existencia. De esta manera podríamos comprobar que el tesoro de la gracia siempre se lleva en vasijas de barro, lo cual no es ningún desdoro. Solo cuando tomamos conciencia de nuestras limitaciones podemos comprender mejor la acción de la gracia de Dios en nosotros.
Al regreso a casa, me esperaba la consabida pizza de los sábados, acompañada por una cerveza fría y una película de Roman Polanski titulada El oficial y el espía (2019). Cuenta con sobriedad narrativa el famoso caso Dreyfus que tanto dio que hablar en la Francia de finales del siglo XIX. Me gustan las películas de temática histórica más que las de ciencia ficción porque siempre ofrecen claves para entender el pasado y vivir el presente. Es probable que algunas de ciencia ficción anticipen el futuro, pero las probabilidades de acierto son menores. Todavía no he terminado de leer el libro de Berzosa (son 354 páginas), pero ya he podido comprobar que cuando “un obispo se confiesa”, aunque − como es obvio – no sea una confesión general, siempre aprendemos que la vida cristiana es don y combate y que nadie, ni siquiera un pastor, está libre de tentaciones y fragilidades. Si un santo es un pecador de quien Dios tiene misericordia, entonces está claro que todos podemos aspirar a la santidad. Basta ser un poco humildes para abrirnos a la gracia de Dios. Es probable que la humildad no sea una virtud de nuestro tiempo narcisista, pero a veces la encontramos donde menos imaginamos.