viernes, 4 de septiembre de 2020

Danos hoy nuestro pan

Tengo abierta la ventana de mi despacho que da a una de las terrazas de la casa. Me entra el frescor de la mañana. Estoy contento porque ayer terminé de escribir el epílogo al libro sobre san Antonio María Claret escrito por Alberto Guasco, un joven historiador italiano. El libro aparecerá el próximo mes de octubre con motivo de la celebración del 150 aniversario de la muerte del santo. Me gusta porque se trata de una perspectiva novedosa. Está escrito por un seglar (no por un religioso), italiano (no por un español o un latinoamericano) e historiador (alguien que encuadra su figura en la compleja historia del siglo XIX) que no está vinculado a la familia claretiana. Esperemos que ayude a dar a conocer la figura de Claret en un país en el que todavía es un santo muy desconocido, a pesar de que lo visitó en tres ocasiones

Mientras organizaba la agenda de hoy, un compañero nigeriano se ha asomado a mi ventana abierta. Me ha deseado los buenos días recordándome que nunca habíamos vivido ni volveremos a vivir el 4 de septiembre de 2020. Parece una constatación obvia, pero de repente he caído en la cuenta de la novedad de cada día. Aunque a veces tengamos la impresión de que todo se repite siguiendo una secuencia rutinaria, en realidad cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo están cargados de novedad. Nunca vivimos lo mismo. Todo está continuamente por estrenar.

Cuando uno afronta cada jornada con este ánimo recuerda su condición de co-creador. Dios nos involucra en su empresa de constante creación. No somos meros espectadores que se quedan mirando lo que pasa con las manos en los bolsillos, sino protagonistas de una transformación que no acaba nunca. Lo que suceda hoy puede estar lleno de imprevistos, pero, en buena media, dependerá de lo que yo haga para que suceda. Esta combinación de sorpresas y trabajos, de hechos programados y de eventos inesperados hace que cada día sea único, una existencia en miniatura. No se trata de rellenar ansiosamente cada segundo como si nos fuera la vida en ello, pero sí de vivir con intensidad cada encuentro con las personas, cada trabajo que emprendemos, cada comida, paseo o momento de asueto. 

La intensidad guarda relación con la gratitud. Cuando caemos en la cuenta de que todo nos es dado, de que un día más gozamos del don de la vida sin haber hecho méritos para ello, entonces disfrutamos cada instante como una oportunidad que no se repetirá jamás, nos concentramos en el “poder del ahora” sin abandonarnos a la nostalgia del ayer y sin la ansiedad de quien todo lo fía al mañana. Todo lo importante sucede ahora, en este preciso momento. Sin esta capacidad de vivir con atención el presente, corremos el riesgo de que ninguna experiencia nos resulte satisfactoria porque siempre seremos prisioneros de lo que ya fue o de lo que todavía no es. Es verdad que cada momento presente es un eslabón de una cadena en la que pasado, presente y futuro están unidos, pero el acento debe recaer sobre el ahora.

Cuando Jesús le pide al Padre el don del pan, no lo hace como quien desea acumular por si el futuro se presenta adverso. Sus palabras son: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. El pobre pide lo que necesita para vivir cada jornada con la absoluta confianza de que Dios nos dará todo lo que necesitamos para vivir si se lo pedimos con fe. La cultura capitalista nos ha enseñado desde niños a acumular. La fábula de la cigarra y la hormiga también defiende una política de acumulación en tiempo de cosecha para afrontar la estación de adversidad y escasez. Quizás es inevitable esta actitud ante los bienes materiales en el mundo que vivimos. Pero por dentro debemos superar la tendencia a acaparar. 

El avaricioso acumula pensando que algún día podrá disfrutar de sus posesiones, pero en realidad ese día nunca llega porque no ha aprendido a disfrutar de cada momento. El avaricioso altera las palabras de Jesús: “Dame hoy más que ayer, pero menos que mañana para que cada vez pueda acumular más”. Queriendo tener para vivir, acaba viviendo para tener. Olvida que el gran tesoro es poder afrontar cada nueva jornada como un regalo único, nuevo. Nunca va a existir otro 4 de septiembre de 2020. Vivámoslo con intensidad, sabiendo que, si Dios quiere, mañana habrá un 5 de septiembre. No estamos invitados a comer el pan duro de ayer, sino que cada mañana Dios nos regala el pan fresco de cada día.



1 comentario:

  1. Gonzalo. Saludos cordiales. Gracias por la reflexión y a propósito de vivencias de cada día que este día 5 de septiembre renueves con alegría y agradecimiento la vocación recibida como CMF. Feliz aniversario de profesión religiosa. Un abrazo grande y unidos en la oración y el Carisma

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