miércoles, 2 de septiembre de 2020

Esto va para largo

Tras el bochorno pegajoso de la semana pasada, disfrutamos ya de una temperatura agradable en Roma. Faltan tres semanas para el otoño, pero ya se vislumbra. En el momento de escribir esta entrada el termómetro marca 21 grados. Se está bien en mi despacho romano. Lo dejé ordenado el pasado mes de julio. Creo que nunca lo había estado tanto en los últimos diez años. Contrasta la tranquilidad que se respira en casa con la ansiedad que acompaña el comienzo de un nuevo curso académico y pastoral. Tras un mes en contacto muy directo con muchas personas (sin miedo al posible contagio), he regresado a mi “burbuja”. Aquí dentro todo parece más seguro, pero también más alejado del pulso de la gente. Quizá la combinación de ambos ritmos es lo que me permite mantenerme en pie. 

Intento ponerme en la piel de quienes afrontan el último cuatrimestre del año 2020 exhaustos anímicamente por lo vivido desde el mes de marzo y perplejos ante el futuro incierto. Percibí más pesimismo en España (sobre todo, en Madrid) que en Italia. Las cifras parecen dar fundamento a la desesperanza de mis paisanos. Pero, como he tenido ocasión de comprobar una y otra vez, “cada uno habla de la feria según le va en ella”. Aunque la pandemia es un fenómeno universal, no todos la estamos experimentando del mismo modo. Para algunos (muy pocos), está siendo una oportunidad de descanso y aun de ganancia económica; para la mayoría es una pesadilla que parece no terminar nunca. Ayer mismo murió en Zaragoza (España) otro claretiano a causa de la COVID-19.

¿Cómo hacer que la vida fluya sin quedar bloqueados por la pandemia? ¿Cómo aprender a convivir con el virus tomando las precauciones necesarias? No creo que podamos permitirnos más confinamientos generales. De todos modos, ante la convicción de que “esto va para largo”, algunos, como el jesuita González Faus, nos ofrecen consejos para aprovechar el tiempo. Quizá lo primero que necesitamos es situarnos de otra manera ante el tiempo. Antes nos sentíamos obligados a rellenarlo a base de planes y programas. Parecía que nos faltaban horas para llevarlos a cabo. Ahora estamos aprendiendo a lentificarlo, a aprender a “no hacer nada”, que es una forma de permitir que se despierten en nosotros capacidades adormecidas, preguntas silenciadas y tareas pospuestas. 

En contra de lo que a primera vista uno pudiera imaginar, creo que los meses de la pandemia no han vuelto más “religiosas” a las personas. Yo no he visto un incremento significativo en la participación en las celebraciones litúrgicas o en la demanda de otros sacramentos. Quizá la procesión va por dentro, pero lo que percibo es una mezcla de temor a ir a la iglesia (sobre todo, en algunas personas mayores que eran asiduas) y una especie de indiferencia en la mayoría. Es como si tuvieran la sensación de que ir a la iglesia no va a cambiar el curso de las cosas y ni siquiera la propia actitud ante ellas. El desapego ha tomado el puesto de la preocupación.

Todavía es muy pronto para afirmarlo, pero es probable que se esté gestando una nueva forma de religiosidad, lo que José Arregui llama “umbrales de luz” en la página web que está para estrenar. En su presentación hace este diagnóstico: “Miro atrás: hubo un tiempo en que las religiones fueron como faros y puertos, pero sus credos, códigos y ritos han quedado obsoletos. La forma y la letra ahogaron el fuego del que habían nacido, dejaron de inspirar y alumbrar. Pero necesitamos luz y alientoY también esboza un pronóstico:  Miro adelante: libre y humildemente, busco nuevas palabras, metáforas y silencios para evocar el Misterio, reanimar la Llama, librarnos de tanto miedo y asfixia planetaria, respirar y ver y seguir caminando juntos hacia los umbrales de la Luz de la que todo brota”. 

No es necesario suscribir al cien por cien estas palabras para intuir que reflejan el sentir de muchas personas. Es verdad que para muchos “las religiones fueron como faros y puertos, pero sus credos, códigos y ritos han quedado obsoletos”. Lo he experimentado yo mismo cuando, presidiendo alguna Eucaristía, he mirado las caras de los fieles mientras se proclamaba alguna lectura incomprensible. Pero también he percibido que muchos desean “respirar y ver y seguir caminando juntos hacia los umbrales de la Luz de la que todo brota”, aun cuando no sean capaces de poner palabras a sus deseos y todo sea un cóctel de intuiciones y anhelos. 

Como “esto va para largo”, es bueno aprovechar el tiempo para explorar un nuevo modo de situarnos ante nosotros mismos y ante los demás, de no repetir respuestas hechas a preguntas nuevas, de no tener miedo a cuestionar lo que siempre nos ha parecido seguro, de dejar que se muevan los cimientos de nuestra casa. Jesús nos dio una pista que sigue siendo actual: “Porque el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abre” (Mt 7,8).




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