viernes, 30 de septiembre de 2016
Tu Palabra es miel en mis labios
jueves, 29 de septiembre de 2016
miércoles, 28 de septiembre de 2016
martes, 27 de septiembre de 2016
lunes, 26 de septiembre de 2016
Cerrado "por oración"
Comienza la última
semana de septiembre. En el programa de mi comunidad de Roma hemos reservado
esta semana para los ejercicios espirituales anuales, así que dentro de un rato
saldremos rumbo al sur de Italia para ponernos a tono al comienzo de este nuevo curso
académico y pastoral. Serán días de silencio y oración. Esto significa que no
dispondré de tiempo ni de condiciones para escribir mi post diario. En un principio pensé servirlos todos enlatados.
Técnicamente es posible. Basta que los escriba con antelación y que programe su
aparición cotidiana y escalonada en internet. Pero me parece que de esta forma
se pierde el sentido de una comunicación diaria, nacida al calor de lo que va
sucediendo cada jornada. Por otra parte, quiero respetar al máximo el carácter
de desierto y silencio que tienen los ejercicios espirituales cuando uno se los
toma en serio, así que he decidido colocar el cartel de “cierre temporal”.
Algunos comercios cierran por vacaciones, por descanso del personal, por
defunción o por otros motivos. Yo cierro “por oración”; es decir, porque no
quiero estar pendiente de lo que tengo que escribir sino de ponerme a la
escucha de la Palabra de Dios.
Es la primera vez
que lo hago desde que abrí este blog
el pasado 20 de febrero. No lo he hecho ni en los momentos de viajes, cursos,
capítulos, etc. Ni siquiera durante las breves vacaciones de verano, aunque más
de un día tuve que hacer malabarismos para colgar el post correspondiente. Esta vez es distinto. Los ejercicios espirituales
significan una desconexión completa de nuestro ritmo ordinario para conectarnos
con lo que el Señor quiera decirnos. Esto exige liberarse de ordenadores,
teléfonos móviles y toda suerte de dispositivos que nos distraigan de lo
esencial. Así que, del martes 27 al viernes 30 no aparecerá ningún comentario: solo
una foto diaria con una frase alusiva. Tampoco colgaré el enlace
correspondiente en Facebook o Twitter. Si Dios quiere, reanudaremos
nuestra cita el próximo sábado 1 de octubre. A los amigos que visitáis
asiduamente El Rincón de Gundisalvus
os pido una oración especial por mi comunidad, para que todos los que vamos a
participar en esta experiencia nos dejemos curar, iluminar y caldear por la luz
de la Palabra de Dios.
domingo, 25 de septiembre de 2016
Los ricos no tienen nombre
Ya estoy de nuevo
en Roma, listo para disfrutar de este primer domingo del otoño. Atrás quedan
las semanas transcurridas en Sri Lanka y el viaje de regreso con escala en
Dubai. Salí de Roma con los últimos calores del estío y la encuentro ahora con
la suave temperatura que anuncia la hermosa ottobrata
romana. Los estudiantes universitarios se preparan para comenzar un nuevo
curso. En el evangelio de este XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Jesús cuenta una parábola que suele ser
conocida como la del “rico Epulón y el pobre Lázaro”. En realidad, este título
es engañoso porque en ningún momento se menciona el nombre del que “se vestía de púrpura y de lino y
banqueteaba espléndidamente cada día”. Jesús habla simplemente de “un hombre rico” mientras que en el caso
del pobre, el evangelista Lucas es explícito: “un mendigo llamado Lázaro”. Sin ir más allá, encuentro en esta
parábola provocativa un primer mensaje: quien pone su confianza en las riquezas
ignorando a los pobres acaba perdiendo su identidad, pierde su nombre, no sabe quién
es ni para qué vive. Se convierte, sin más, en un pobre “hombre rico”. Es difícil entender esta paradoja, pero algunos
ricos inteligentes la han percibido y, antes de que fuera demasiado tarde, reaccionaron.
La historia está llena de hermosos ejemplos.
Sin embargo, el
vértice de la parábola se encuentra al final, cuando Jesús pone en labios de
Abrahán una sentencia demoledora: “Si no
escuchan a Moisés y los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”. Siempre
me ha sorprendido la facilidad con que muchas personas andan detrás de
revelaciones, apariciones, curaciones, sucesos milagrosos, etc. Es como si
esperaran de ellos ese plus de iluminación
que no encuentran en las mediaciones ordinarias
que Jesús ha dejado a su comunidad para guiarla a través del tiempo: la Palabra
de Dios, los sacramentos, los pobres, etc. Jesús es muy claro en su mensaje. Si
no escuchamos la voz que él nos dirige, si no cambiamos nuestra vida movidos
por el Espíritu, no lo vamos a hacer porque escuchemos a un charlatán de
discurso encendido, a una visionaria que habla con la Virgen todos los días o a
un curandero que promete remedios contra el cáncer a cambio de “la voluntad”. En
el fondo, la parábola es un reto: o aceptamos a Jesús o lo rechazamos, o nos
fiamos de él o buscamos apoyo en las riquezas y en otras realidades humanas “al
alcance de la mano”.
Como cada domingo,
Fernando Armellini nos ayuda a explorar otros rincones de este sugerente
evangelio.
sábado, 24 de septiembre de 2016
Contra corrupción, transparencia
Es sábado. No
parece un buen día para hincar el diente en asuntos serios, pero éste –el de la
corrupción– se ha convertido, por desgracia, en “el pan nuestro de cada día”.
También de los sábados y domingos. No cierra nunca por vacaciones. Es un virus
que afecta a todos los países y a muchas personas e instituciones. Pero, como
en casi todo en la vida, también aquí hay clases. De vez en cuando se actualiza
la lista de los países más corruptos. Quizá en el pasado se toleraban mejor los
comportamientos corruptos. Hoy –al menos en los ambientes en los que me muevo– se
da un rechazo general. Los nuevos partidos se presentan como látigos contra la
corrupción y adalides de la transparencia, aunque no siempre pueden lanzar la
primera piedra porque también a ellos los salpica esta lacra. Incluso muchas
personas que se escandalizan de los políticos y empresarios corruptos no tienen
reparo en practicar una corrupción diminutiva en sus trabajos y con relación al
estado (impuestos, etc.). O sea, que la corrupción no es solo una red de casos
aislados aireados por la prensa sino un ambiente generalizado que vicia
nuestras actitudes y conductas. ¿Con qué cara un político se embolsa un dinero
que procede, entre otras fuentes, de lo que el estado detrae de la pensión de
una pobre viuda? Se le tendría que caer la cara de vergüenza. La primera
lectura de la misa de mañana domingo, tomada del capítulo 6 de Amós, es un
fuerte alegato contra “la orgía de los disolutos”. Mucha gente honrada contribuye
con sus impuestos al bienestar común mientras algunos desaprensivos se lucran
con lo que está destinado a todos y, en especial, a los más desfavorecidos.
La transparencia
y la honradez tienen mucho que ver con la educación. Si los niños y jóvenes no
respiran estos valores en su casa y en la escuela, es muy difícil que no se
dejen seducir por la corrupción ambiental, que no sueñen con encontrar su oportunidad. Una cultura que promueve el
dinero fácil, que no recompensa la obra bien hecha, que mide con el mismo
rasero al profesional competente y al chapucero, está creando las bases para
que los más aprovechados medren. Y hasta es probable que muchos los aplaudan
por su astucia. Comportamientos así desmoralizan a las personas honradas, hasta
el punto de que les hacen preguntarse si vale la pena ser decente en una sociedad
que parece regirse por los principios del lucro desmedido, la envidia y la corrupción.
Algunos partidos se extrañan de que muchos ciudadanos les hayan retirado su
confianza en los últimos años. Deberían extrañarse, más bien, de que todavía
millones de votantes los sigan apoyando, quizá porque no encuentran una
alternativa mejor. Es necesario que crezca una nueva conciencia social, que se respire
una nueva atmósfera en la que los corruptos no encuentren el aire que necesitan
para sus operaciones. Cualquier medida razonable que favorezca la transparencia
de la cosa pública –y, sobre todo, de la gestión económica– debería ser apoyada
por quienes aún sienten la suficiente indignación ética como para no resignarse
a la situación actual. Y, desde luego, los educadores tenemos una enorme
responsabilidad. Sin corrupción se podrían afrontar con más solvencia muchos de
los problemas sociales (educación, sanidad, pensiones) que afectan siempre a
los más vulnerables.
viernes, 23 de septiembre de 2016
Tres fotos para el recuerdo
No sé ni sus
nombres ni su edad. Solo recuerdo que bailaron una preciosa danza de bienvenida
el pasado día 10 en Montefano, Sri Lanka. Su sonrisa cautiva. Su piel tostada
hace juego con la tierra que pisan sus pies descalzos. Los ojos negros miran de
frente, sin miedo, casi como desafiando a la cámara. Pero no se detienen en
ella. Parecen mirar más lejos. En realidad, te miran a ti, que contemplas estos
rostros jóvenes enmarcados por cabellos negros que descienden sedosos por los
hombros frágiles. Todo transmitiría un aura budista de paz y compasión si no
fuera por la figura adulta que se adivina en el lado izquierdo de la foto y que
parece vigilar la escena a distancia. La mujer de vestido verde también sonríe,
pero su mueca es indescifrable: parece tanto un reproche como un estímulo. Me
quedo con los rostros limpios de las dos jóvenes bailarinas, con sus livianos
vestidos azules y, sobre todo, con la armonía que transmite sus cuerpos
gráciles, reflejo de un alma acompasada.
Todos los niños y
niñas sentados en el suelo son víctimas de la guerra. Van descalzos, como exige
la tradición oriental porque la tierra que pisan es sagrada. Los que no pueden
moverse permanecen en sus sillas de ruedas. Es domingo. Tras años de
sufrimiento, el domingo los introduce en el tiempo de la fiesta. No están
solos. Los rodean sus cuidadores y, de manera excepcional, alrededor de 40
claretianos venidos de todo el mundo. Si alguna vez pensaron que su vida no
merecía la pena, hoy saben que cuentan para nosotros y, sobre todo, para Dios.
Algunos cantan, pero la mayoría no puede hacerlo. El trauma de la guerra los ha
dejado speechless, sin capacidad de
proferir palabras. Los gestos sustituyen a las voces. Todos son niños acogidos
en Varod. La misa del domingo les recuerda que nada está perdido, que todavía
hay tiempo para la esperanza porque Jesús, el perseguido, se ha puesto de su
parte.
Visto de noche,
asombra, deslumbra, estremece. La foto no hace justicia a su magnificencia. Es
el Buda gigante del Templo Dorado de Dungala. Su figura de oro se yergue
majestuosa sobre el abigarrado edificio blanco. A pesar de sus inmensas
proporciones, el Buda no es tosco. Transmite armonía, sencillez, serenidad. Es
como si quisiera contagiar su espíritu a quienes se acercan al lugar derrotados
por la ansiedad y la prisa. En medio de la noche negra, el dorado de su cuerpo,
iluminado con discreción y belleza, es un destello de serena sabiduría
solo malogrado por las prescindibles luces de neón. No soy budista ni me siento
particularmente seducido por esta milenaria doctrina que encandila a muchos
occidentales hastiados de una vida insustancial. Pero reconozco que hay
símbolos que a uno le transportan más allá de su imaginario cotidiano. Figuras
que nos hacen soñar, imaginar, querer. Sin ellas, la vida se volvería demasiado
gris y la cotidianidad, lejos de ser el espacio de la bondad y la belleza, se
convertiría en nuestra cárcel.
jueves, 22 de septiembre de 2016
Me encanta el otoño
Dentro de unas
horas comenzará el otoño en el hemisferio norte. Confieso que soy un enamorado
de esta estación. Como canta el grupo Mocedades en el vídeo que he puesto al
final, Vuelven ya los días de luz adormecida.
El hecho de vivir en un continente en el que se marcan con claridad las cuatro
estaciones (primavera, verano, otoño e invierno) permite ajustar el ritmo vital
al ciclo de la naturaleza que es, en definitiva, una parábola del ciclo de la
vida. Tras los calores y los excesos lumínicos del verano, viene la estación
del sosiego, de la intimidad. Recuerdo que precisamente en el otoño de 1982 escuché por la
radio una entrevista a Felipe González. Acababa de obtener una victoria
arrolladora en las elecciones que se celebraron aquel año.
Pocos días después se produjo la primera visita del papa Juan Pablo II a España.
El entrevistador le preguntó cuál era su palabra favorita en español. Yo me
esperaba alguna respuesta que tuviera que ver con su filiación socialista:
igualdad, justicia, solidaridad, etc. Pero no. Felipe González, con su
inconfundible acento sevillano, confesó que su palabra favorita era sosiego, término que –según el diccionario de la
RAE– significa “quietud, tranquilidad, serenidad”.
Estas tres
realidades me evoca siempre el otoño. Añadiría algunas más: belleza, intimidad
y espiritualidad. El otoño, en el pueblo en el que nací, es una estación
maravillosa, seductora. Es el tiempo de las moras y frambuesas, de las setas,
de las primeras lumbres en la chimenea, de las tardes breves, de la luz suave, de
las lluvias reparadoras, de los prados de nuevo verdes tras los rigores del
estío, de las hayas y los robles amarillos, de las noches largas y frías, de la berrea de los ciervos, de la caza de la paloma… Hay personas a
las que todos estos fenómenos las sumen en una profunda melancolía. A mí, por
el contrario, me inundan de una alegría contenida. Frente a la carcajada estentórea
del verano, prefiero la sonrisa suave del otoño, quizá porque me encuentro en
una etapa de la vida que guarda muchas similitudes con el otoño astronómico y meteorológico.
Me cansan los ruidos, disfruto con el silencio. Me aburre el jolgorio, disfruto
con una conversación amigable. Me agota el calor excesivo, renazco con las
temperaturas frescas. Es como si el otoño propiciara un reencuentro sereno con
mi mundo interior y, dentro de él, con todas las personas que forman parte de
mi vida. Buceando en el interior, me siento más en comunión que a través de
interminables charlas insustanciales. Bueno, no sé por
qué escribo estas cosas estando ahora mismo en un país tropical en el que no
hay más que dos estaciones: la seca (que está a punto de terminar) y la de las
lluvias (que está a punto de comenzar). Quizá lo hago porque lo que uno vive de
niño le marca para el resto de su vida, se convierte en permanente punto de
referencia.
Esta tarde viajaré a Kattuwa, cerca de Colombo, y mañana emprenderé el viaje de regreso a Roma. Las dos semanas transcurridas en Sri Lanka han sido un itinerario de realismo, belleza, fraternidad y compromiso misionero. Me llevo mi mochila –y no lo digo en sentido metafórico porque cada uno de nosotros recibió una al principio del encuentro– cargada con todo esto. No todo el mundo tiene el privilegio de tener hermanos y amigos en más de 60 países en todo el mundo.
Esta tarde viajaré a Kattuwa, cerca de Colombo, y mañana emprenderé el viaje de regreso a Roma. Las dos semanas transcurridas en Sri Lanka han sido un itinerario de realismo, belleza, fraternidad y compromiso misionero. Me llevo mi mochila –y no lo digo en sentido metafórico porque cada uno de nosotros recibió una al principio del encuentro– cargada con todo esto. No todo el mundo tiene el privilegio de tener hermanos y amigos en más de 60 países en todo el mundo.
Os dejo con el
anunciado vídeo de Mocedades. La verdad es que parece sacado del bául de la
abuela, pero el tema encaja con el post
de hoy.
miércoles, 21 de septiembre de 2016
Llamó a los que él quiso
Hoy es el día
oficial del comienzo del otoño en el hemisferio norte, pero este año el otoño
astronómico comenzará mañana, 22 de septiembre, a las 16:21 (hora de Europa
central). Así que los efluvios románticos pueden esperar un día. También hoy se
celebra el Día Internacional de la Paz patrocinado
por Naciones Unidas. La paz es un desafío constante. En el encuentro de Asís, el papa Francisco lo ha dejado claro: "No hay mañana en la guerra y la violencia de las armas".
Yo, sin embargo, voy a detenerme en la fiesta de san Mateo, apóstol de Jesús y evangelista. La historia del encuentro entre el maestro de Nazaret y este recaudador de impuestos al servicio de Roma siempre me ha dejado sin palabras. Creo que nosotros no somos capaces de una libertad como la que demuestra Jesús. Ayer, en nuestro encuentro de Sri Lanka, hablamos sobre pastoral de jóvenes y pastoral vocacional. Si uno toma nuestro Directorio Vocacional encuentra los criterios de discernimiento que solemos manejar. El perfil del joven que aspira a ser misionero claretiano incluye rasgos de madurez humana y espiritual que no son fáciles de encontrar. El proceso de discernimiento es largo. No todo el que siente deseos de abrazar este estilo de vida está en condiciones de comprometerse con él. Todo esto es fruto de la experiencia. Parece sensato. Ya tenemos suficientes escándalos como para no hacer una cuidadosa selección de los candidatos.
Yo, sin embargo, voy a detenerme en la fiesta de san Mateo, apóstol de Jesús y evangelista. La historia del encuentro entre el maestro de Nazaret y este recaudador de impuestos al servicio de Roma siempre me ha dejado sin palabras. Creo que nosotros no somos capaces de una libertad como la que demuestra Jesús. Ayer, en nuestro encuentro de Sri Lanka, hablamos sobre pastoral de jóvenes y pastoral vocacional. Si uno toma nuestro Directorio Vocacional encuentra los criterios de discernimiento que solemos manejar. El perfil del joven que aspira a ser misionero claretiano incluye rasgos de madurez humana y espiritual que no son fáciles de encontrar. El proceso de discernimiento es largo. No todo el que siente deseos de abrazar este estilo de vida está en condiciones de comprometerse con él. Todo esto es fruto de la experiencia. Parece sensato. Ya tenemos suficientes escándalos como para no hacer una cuidadosa selección de los candidatos.
Y, sin
embargo, Jesús no siguió este procedimiento selectivo. Mateo (o Leví) no era
una perita en dulce. Era un recaudador de impuestos, un colaboracionista con la
potencia invasora y probablemente un ladrón, alguien que se aprovechaba de su
cargo para lucrarse. No es, pues, extraño que algunos fariseos se escandalizaran
de que Jesús fuera a su casa y se sentara a la mesa con él. Ellos, tan puros, tan
cumplidores, eran partidarios de la “tolerancia cero”, una expresión que se ha
puesto de moda a propósito de la crisis de los abusos sexuales a menores y que tiene su sentido en ese contexto. Jesús
pasa por encima de todos los prejuicios y costumbres de pureza. Mira a Mateo a
los ojos, entra hasta el fondo de su corazón, lo ama y lo llama. Lo llama
porque él quiere, no porque Mateo presente un currículo impecable de esos
que prestigian a cualquiera. Más bien, él era un tipo despreciable. Cuando
Mateo se ve traspasado por la mirada de Jesús y radicalmente aceptado como es, no puede resistirse. Deja todo
y se va con Jesús.
Si aplicáramos
los criterios de selección vocacional que hoy manejamos, muchos santos
canonizados quedarían fuera. Creo que ni Agustín de Hipona, ni Francisco de
Asís, ni Ignacio de Loyola ni tantos otros hubieran pasado el primer filtro. Su
historia está llena de inconsistencias
–como dicen ahora los psicólogos– que desaconsejarían una vida de seguimiento de Jesús.
Gracias a Dios, sus itinerarios siguieron otra dirección. Jesús se valió de
diversos medios para seducirlos e incorporarlos a su causa. Lo que cuenta de
veras no es lo que nosotros podemos aportar sino el hecho de que él se fije en
alguien. Cuando Jesús llama habilita a la persona para seguirlo. Pablo de Tarso confiesa que “donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia”. Muchas congregaciones religiosas siguen pensando que los
candidatos ideales para la vida consagrada tienen que proceder de familias bien,
de colegios de calidad, de… La experiencia dice que la gran mayoría de estos
candidatos ideales tienen ya sus proyectos de vida y no están mínimamente interesados
en dejar todo para seguir al Maestro. Están, por así decir, ocupados, no hay en ellos mucho espacio para ninguna sorpresa. Ellos y sus familias tienen "todo atado y bien
atado".
Nos cuesta imaginar una pastoral vocacional en los márgenes, entre
personas que rompen los cánones de perfección, que tienen una vida desarreglada, pero que conservan la
suficiente autenticidad y humildad como para dejarse tocar el corazón. Puedo
contar algunos casos así. La historia de Mateo se reproduce en las historias
vocacionales de algunos que, rompiendo todos los criterios de una buena
selección, se han entregado con una generosidad y audacia que espantan a los
buenos candidatos.
martes, 20 de septiembre de 2016
¿Hay alguien ahí?
La diferencia
horaria con Europa central es de tres horas y media. Eso me permite leer los
periódicos del día antes de que mis amigos europeos se hayan despertado. Hoy he
encontrado una entrevista que habla sobre la soledad de muchas personas en esta
sociedad hiperconectada. Maria Rosa Buxarrais, presidenta del Teléfono de la Esperanza,
declara, en una entrevista de La Vanguardia, que hay
mucha gente que no tiene con quien hablar. Los voluntarios del Teléfono
de la Esperanza practican la escucha activa; es decir, la capacidad de “hacer
sentir al que está llamando que estás escuchándole con suma atención y todo el
interés, que le escuchas amorosamente, sin condenarle, sin juzgarle, con cariño
y comprensión”.
Esta entrevista ha destapado el problema de la soledad en la
que viven muchas personas, incluidos muchos jóvenes. Es como si todo el mundo huyera
en el momento en el que uno necesitaría algo tan sencillo como ser escuchado.
En mi trabajo como misionero dedico mucho tiempo a escuchar a las personas. La
tentación es pensar que la escucha es una pérdida de tiempo, que hay otras
cosas más urgentes que hacer. Sin embargo, solo quien sabe escuchar comprende
cuáles son las verdaderas necesidades humanas. Hay déficit de escucha entre los
cónyuges, en las familias, en los ambientes laborales, en las comunidades
religiosas. A veces, incluso, entre amigos, lo cual no deja de ser una
contradicción porque la amistad se basa en la comunicación recíproca de la
propia intimidad.
Para escuchar
bien se requieren, al menos, tres actitudes que no son muy comunes. En primer lugar,
la aceptación incondicional de la otra persona. Hay un principio en la psicología
no directiva que se ha convertido en una especie de mantra: “Toda persona es humanamente
aceptable aunque no sea éticamente irreprochable”. Esto significa que cuando una
persona me habla yo no la juzgo por lo que ha hecho sino que la acepto por lo
que es. Acostumbrados a emitir juicios sobre las personas, resulta muy difícil practicar
esta aceptación, pero es lo que hace Jesús cuando se encuentra con los que en
su tiempo eran considerados pecadores: desde el publicando Leví hasta la mujer
adúltera.
La segunda
actitud es la autenticidad. Uno no puede esconder lo que es tras la máscara del
rol que desempeña. Todos tendemos a ocultarnos detrás del personaje que representamos
para proteger la intimidad de nuestra persona. Quizá algo de esto es inevitable
en la vida social, pero no funciona en la escucha. Allí nos desnudamos de los
roles y somos lo que somos, con nuestras zonas luminosas y oscuras. No jugamos
a ser otra persona sino que nos mostramos como somos. Por último, el arte de la
escucha exige una gran capacidad de empatía; es decir, de ponerse en el lugar
de la otra persona para ver las cosas como ella as ve, para comprender sus
claves.
Muchos de los
desequilibrios que hoy padecemos se deben al hecho de que no somos escuchados,
de que no tenemos la posibilidad de abrir de par en par nuestra alma y sentir
que alguien recoge nuestra intimidad sin emitir ningún juicio moral, sin
cortarnos con discursos explicativos, sin sentir pena de nosotros. Escuchar de
par en par ayuda a ventilar las sombras de nuestro corazón, a encontrarnos con
nosotros mismos, a ser reconocidos en nuestra identidad. ¿Hal alguien ahí?
lunes, 19 de septiembre de 2016
Hay mucha vida después de la guerra
Una de las chicas
bailaba sosteniéndose sobre una sola pierna sin necesidad de muletas. La otra
pierna le fue amputada durante la guerra. Un niño de mirada angelical y sonrisa
permanente se movía en silla de ruedas exhibiendo las piernecitas y los brazos
desollados a causa de las quemaduras infligidas por la metralla. Otro muchacho,
alto y espigado, se movía por el escenario con soltura. Tenía amputado el
antebrazo izquierdo. Con la mano derecha sostenía un papel. Y así otros varios.
Parecían una muestra de la miseria humana sobre las tablas de un escenario improvisado.
No pude contener la emoción cuando algunos niños y niñas dramatizaron sobre este
escenario cubierto de alfombras su experiencia de la guerra. Quizá para ellos esta representación fue una terapia, una forma de agasajar a sus invitados extranjeros, casi un
juego. Para mí –para nosotros, llegados de más de 30 países diferentes– fue una
zambullida sin oxígeno en el drama de la guerra civil que
asoló Sri Lanka durante casi 30 años, desde 1983 hasta 2009. Se habla
de que el conflicto produjo alrededor de 90.000 víctimas e infinidad de damnificados.
Ayer pasé unas
cuantas horas en Varod, el centro de rehabilitación
para los “diversamente hábiles” que tenemos los claretianos en Pampaimadhu,
Vavuniya, en el centro norte de Sri Lanka. Se trata de un gran complejo en el
que trabajan tres misioneros claretianos y 70 laicos colaboradores al servicio
de unos 100 residentes y miles de personas de los poblados vecinos. Todas son,
en un grado u otro, víctimas de la guerra civil. Necesitan tratamiento físico y
psicológico, pero, sobre todo, una sobredosis de esperanza para experimentar
que, a pesar del trauma sufrido, la vida merece la pena. Tras un período de
acogida y formación, se integran en la sociedad con una nueva visión. No es
fácil hacerse cargo de lo que significa este "poblado de la esperanza" con solo
unas horas de visita, pero las emociones suplen a las reflexiones.
A la
entrada del complejo Varod (Vanni Rehabilitation Organization For the Differently Abled) fuimos recibidos con los ritos típicos de la cultura
tamil. Cada uno de nosotros fue ungido en
la frente, recibió una cruz hecha con cáscara de coco e imprimió la huella de
su mano en una gran pancarta que recuerda nuestra visita. Después pudimos
celebrar la eucaristía dominical presidida por el P. Arulraja, director
ejecutivo. Durante la celebración, varios niños sentados en el suelo se me
pegaban como si fuese el padre que no han tenido. Compartimos luego la comida
mientras sobre el escenario del salón polivalente los niños y adolescentes iban
ejecutando algunas danzas o representaciones que ellos mismos habían creado con
la ayuda de sus educadores. Me resultó difícil combinar la comida y la
contemplación de un espectáculo que era como una guerra diminutiva. Entonces se
disparó, una vez más, una batería de preguntas sin respuesta: ¿Por qué los
seres humanos llevamos dentro el virus de la violencia? ¿Qué causa, por noble
que parezca, puede justificar la matanza de inocentes, la amputación de la
pierna de una niña o las quemaduras de un niño indefenso? ¿Quién nos ha dado
permiso para traficar con el don de la vida? ¿Cómo se restituye la esperanza
robada?
Hace tiempo he comprendido que, mientras muchos nos sumergimos en el mar de las preguntas, otros, con la misma zozobra royéndoles el corazón, se ponen manos a la obra. Me siento muy orgulloso de nuestros misioneros de Sri Lanka que, desde hace siete años, se han consagrado en cuerpo y alma a ser las manos de Dios que acaricia a estas víctimas y les ayuda a afrontar la vida como una segunda oportunidad. La paz, tras una larga guerra civil, no se logra solo con la firma de un tratado. Se requiere mucho tiempo para restañar las heridas y crear una cultura de la reconciliación. A eso se dedican estos misioneros en estrecha colaboración con un buen grupo de laicos y una red de benefactores de todo el mundo. Experiencias como estas le ayudan a uno a recuperar la fe en el ser humano. Somos capaces de lo más vil, pero también de lo más excelso.
Etiquetas:
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varod
domingo, 18 de septiembre de 2016
25 años en la lágrima de Asia
Sri Lanka tiene
forma de lágrima. Es como si el subcontinente indio vertiera en el océano una
lágrima de belleza atemperada por la cultura compasiva del budismo, tan
arraigado en la isla desde tiempo inmemorial. El sábado 17 fue un día de celebración
para los claretianos de Sri Lanka. Celebraban los 25 años del comienzo de la
misión claretiana en esta isla. Todo comenzó con el sueño del misionero alemán Franz
Dirnberger. En poco tiempo fueron llegando las primeras vocaciones. Hoy
son más de 30 sacerdotes y un buen número de jóvenes en formación, tanto de
etnia tamil como cingalesa. Nos reunimos todos en la iglesia de san Francisco
de Sales, en Kattuwa, cerca de la capital del país, Colombo. Durante dos horas,
en una celebración eucarística preparada con todo detalle, dimos gracias a Dios
por estos 25 años de servicio a la iglesia y al país. Presidió el cardenal de Colombo Albert Malcolm Ranjith
Patabendige. Disfruté mucho con la música. El coro cantó con maestría en inglés,
tamil, cingalés y latín. Nos ayudó a vivir alegremente esta celebración
jubilar.
Después compartimos una comida en nuestra casa de Kattuwa, que se
completó con una cena y un espectáculo de danzas tradicionales. Más allá de los
ritos, tan apreciados siempre en Asia, queda abierta una pregunta: ¿Por qué un
grupo de hombres se arriesgan a abrir nuevas misiones en contextos
desconocidos? ¿Qué se nos ha perdido a los misioneros claretianos en un país de
honda cultura budista que muestra signos de una profunda religiosidad? La
respuesta, aunque parezca sencilla, determina todo un estilo de vida. Queremos compartir
con este pueblo la experiencia gozosa del encuentro con Jesucristo. No se trata
de ninguna imposición sino de una propuesta en un clima de diálogo y
enriquecimiento mutuo. No se trata de eliminar nada sino de integrar lo mejor.
No se trata de importar desde fuera un producto que se percibe como extraño sino
de sembrar la semilla del evangelio en este nuevo suelo para que produzca
frutos originales. El mismo Espíritu que ungió a Jesús de Nazaret suscita
sentimientos nobles en el corazón de todas las personas.
Fernando Armellini tiene algo que compartir con nosotros en este XXV Domingo del Tiempo Ordinario:
sábado, 17 de septiembre de 2016
Viñetas que hacen pensar y reír
Este fin de semana no dispongo de tiempo para escribir con calma. Hoy, a las 5.30 de la mañana, salimos para Katuwwa, cerca de Colombo. Vamos a celebrar los 25 años de llegada de los claretianos a Sri Lanka. Y mañana domingo visitaremos Varod, el centro en el que atendemos a las víctimas de la guerra civil, un lugar para la esperanza en esta etapa posterior al conflicto. Serán dos días de camino, encuentros, celebraciones, sorpresas... Así que hasta el lunes no podré reanudar mi cita con vosotros. Os dejo con algunos dibujos de Agustín de la Torre que me han impactado. El mundo según Donald Trump no es más que una manera de tocar las narices. Más vale tomar con humor estas cosas antes de que las consecuencias sean demasiado tragicómicas.
Os dejo con mi homilía de mañana: unas palabras breves, claras, cercanas a la vida, amables, inspiradoras. Me temo que va a ser que no.
Bueno, lo de la paz tiene bemoles. Gracias a Dios, hay algunos sitios en los que se toman este rito en serio. O sea, que saludar al que está al lado es algo más que un gesto mecánico, vacío y formal.
Esta viñeta no necesita comentarios. Buen fin de semana.
viernes, 16 de septiembre de 2016
No sabía que era tan feliz
Aprovechando los escasos ratos libres del encuentro, respondo los correos que van llegando y navego
un poco por internet. Acabo de encontrar una noticia curiosa en el Corriere della Sera digital. Trata sobre
Las diez profesiones que nos hacen más felices. Por lo leído, la fuente de la noticia es un
estudio realizado por el gobierno de Gran Bretaña. Una de las conclusiones es
que no hay una correlación estrecha entre felicidad y salario alto. Comenzando
por el final, en la lista de más felices figuran los artesanos del metal y los
electricistas con tareas de supervisión (10), los propietarios y gerentes de
hoteles (9), los agricultores (8), los médicos (7), los responsables de la
asistencia sanitaria (6), los controladores de calidad (5), los secretarios
(4), los gerentes en el sector de la agricultura y horticultura (3), los
dirigentes y altos funcionarios (2). Y, en el primer puesto, para mi sorpresa,
las religiosas y los religiosos (1).
Ya se sabe que internet está lleno de
encuestas, estudios, tablas estadísticas, etc. No hay que conceder demasiada importancia
a este subgénero que podríamos englobar en la sección ¿Sabía usted que…? Pero confieso que me agrada que un estudio avale la percepción que tengo en
mi experiencia diaria: que los hombres y mujeres que han consagrado su vida a
Dios en la vida religiosa son –salvo excepciones, que las hay– personas felices
y alegres. En realidad, esto no tendría que sorprender demasiado si uno cree
que Dios es el máximo tesoro, “mi heredad
y mi lote”, como canta el salmo 16. Pero –seamos realistas– no resulta
políticamente correcto. Lo que hoy se publicita por todas partes es que lo que
uno necesita para ser feliz es tener mucho dinero, practicar sexo lo más
posible y disfrutar de total autonomía para hacer lo que le venga en gana. Me
parece que los votos de pobreza, castidad y obediencia no van precisamente en
esa dirección, así que los religiosos somos herejes
culturales, personas que no encajamos en el estereotipo de persona feliz. Para
complicar las cosas, no faltan casos de religiosos desequilibrados, infelices y
amargados, que parecen confirmar la sospecha de que este estilo de vida es castrante
y hasta inhumano.
Antes usé la
palabra estereotipo. Creo que es la correcta. A pesar de todos los clichés
culturales, la experiencia nos muestra –y parece que también algunos estudios– que
no hay una correlación directa entre dinero-sexo-autonomía y felicidad. Hace
poco leí algo sobre el millonario que regaló todo y vive con 15 objetos. Y ayer leí que Bill Gates, el
hombre más rico del mundo, ha declarado que el 95% del dinero que tiene no le
hace falta a su familia, así que ha decidido ayudar a los demás. Jesús lo había dicho con otras palabras
en un apotegma que se recoge en los Hechos de los Apóstoles: “Hay más alegría en dar que en recibir”
(Hch 20,35). Y cuando uno no se limita a dar cosas sino que se da a sí mismo
por completo, dentro de las normales fragilidades humanas, entonces la
felicidad se multiplica. Creo que muchas personas que no conocen de cerca a los
religiosos se los imaginan a veces como personas taciturnas, solitarias y
–digámoslo sin tapujos– reprimidas y un tanto amargadas. ¿Cómo hacer
transparente el tesoro que se nos ha concedido? Si la cara es el espejo del
alma, un rostro sonriente es quizá el mejor indicador de la alegría que
llevamos dentro. Desde que era novicio me ha encantado un versículo bíblico que
dice así: “Has puesto en mi corazón más
alegría que si abundara en trigo y en vino” (Sal 4,5). Pues, que se note esta
alegría y que contagie a aquellos a quienes la vida ha situado en los márgenes
de la felicidad. El lema de los claretianos para los próximos cinco años es
precisamente Testigos-Mensajeros de la alegría del Evangelio.
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alegría,
felicidad,
religiosos
jueves, 15 de septiembre de 2016
De oruga a mariposa
Ayer acabé
cansado. Tuvimos sesiones de trabajo muy intensas. Uno de los temas de nuestro
diálogo giró en torno a lo que entendemos por un proceso de transformación. Como
congregación misionera, nos hemos propuesto para el sexenio 2015-2021 vivir
tres procesos de transformación: ser una congregación “en salida misionera”
(frente al riesgo de la instalación), redescubrir la alegría de la comunidad
(frente al riesgo del individualismo) y potenciar la dimensión adoradora de
nuestra vida (frente al riesgo de la idolatría). ¿Es posible que más de 3.000
personas experimenten una transformación significativa? ¿No estaremos siendo
víctimas de un voluntarismo absurdo que solo va a producir más frustración? ¿No
es acaso el Espíritu de Dios el que nos transforma por dentro? ¿Qué
planificación cabe entonces? ¿Qué características tiene el cambio
transformador? ¿En qué se distingue del cambio
revolucionario, del evolutivo, etc.)?
En el calor del
diálogo, alguien se refirió a la transformación de la oruga que se convierte en
mariposa como ejemplo del cambio que buscamos. Quizá no hay símbolo más
poderoso que éste para hablar de la transformación a partir de experiencias
conocidas. Algunas investigaciones han comprobado, en efecto, que la mariposa
es el único ser viviente capaz de cambiar por completo su estructura genética
durante el proceso de transformación: el ADN de la oruga que entra al capullo
es diferente al de la mariposa que surge. Naturalmente, nosotros no pensamos
cambiar nuestro ADN, ni siquiera el carismático, pero sí vivir un cambio
profundo que nos ayude a ser mejores misioneros. Quizá no somos orugas ni aspiramos a convertirnos en mariposas, pero la metáfora nos ayuda a comprender que la transformación no es un mero maquillaje sino un verdadero cambio de forma.
Este vídeo muestra de una
manera simpática los diversos pasos (cinco para ser más precisos) que
experimenta la oruga que se
transforma en mariposa. A Santa
Teresa de Ávila le gustó tanto esta maravilla de la naturaleza que la tomó como metáfora de la
transformación espiritual. El ego (oruga)
tiene que morir para que Cristo (mariposa) se forme en cada uno de nosotros
hasta que podamos decir como san Pablo: “Vivo
yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Si alguno está
interesado en conocer a fondo el pensamiento de la mística abulense sobre esta metáfora, puede leer
esta reflexión teológica. Es larga, pero muy interesante.
¿En qué acabó
nuestro diálogo? En que las verdaderas transformaciones nunca se producen por
decreto, imposición o imitación, sino por un dinamismo interior que se pone en
marcha cuando nos abrimos a la acción del Espíritu de Dios y nos colocamos en
situaciones que nos empujan a cambiar. El ejemplo de la oruga y de la mariposa
–tan socorrido en los itinerarios pedagógicos– pone de relieve que incluso en
las situaciones más feas y desesperadas puede esconderse el germen de una vida
nueva. O –como se dice ahora de manera casi abusiva– que toda crisis encierra
una oportunidad de crecimiento. Pero eso implica que debemos morir a una
determinada manera de ser para dejar que se abra paso otra nueva.
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mariposa,
oruga,
transformación
miércoles, 14 de septiembre de 2016
La serena pascua de un monje
Hoy celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. No se trata de recordar un instrumento de suplicio sino de celebrar una entrega por amor, la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte. Ayer precisamente enterraron a
un monje –el padre Bernard– en el cementerio del monasterio benedictino de
Montefano, Sri Lanka, en el que estoy hospedado. Tenía 65 años. Su cuerpo
estuvo expuesto varias horas en la iglesia del monasterio. Pude orar ante él y
encomendarlo a Dios. Viniendo de Europa, me impresionó el modo como los
cristianos de Sri Lanka celebran los funerales. El cuerpo del difunto yacía
sobre una superficie cubierta de flores y rodeada por lámparas encendidas. No
estaba encerrado en un ataúd, sino depuesto sobre una especie de gran catafalco
blanco, revestido con el hábito benedictino y la estola presbiteral. Todo
transmitía un ambiente de serenidad y de serena alegría. Los símbolos indicaban
que se trataba de celebrar una pascua; es decir, un paso de esta vida terrena a la vida definitiva en Dios. No pude
participar en el funeral debido a mis compromisos, pero sé que duró mucho tiempo:
quizá dos o tres horas. Oía los cantos de los monjes y de la gente desde nuestra sala de reuniones.
A lo largo de la
tarde me hice algunas preguntas. ¿Por qué aquí, en Sri Lanka, la muerte se
exhibe mientras que en Europa se esconde? ¿Por qué no he visto a ninguna
persona llorando? ¿Qué significa, en realidad, celebrar la muerte? Las diferencias,
¿son solo culturales o tienen que ver con la comprensión de la fe? En Occidente
tendemos a subrayar el aspecto dramático de la muerte, la separación que supone,
la incertidumbre en que nos sume. Procuramos despachar el asunto lo antes posible para que no interrumpa demasiado nuestro ritmo diario, para que no nos recuerde nuestros propios límites. Solemos delegar su gestión en empresas especializadas. Intuyo que para los cristianos de Oriente –por
lo menos para los de Sri Lanka– la muerte se vive y se celebra como un paso de
la situación terrena a la felicidad de Dios. No hay, pues, motivos para la
tristeza y sí para la acción de gracias y la alegría. Es cierto que el ritual
de funerales aconseja no ensalzar a la persona difunta, no canonizarla antes de tiempo. Pero creo que aquí no se trata de eso. No importa
tanto el perfil del fallecido (si ha sido bueno, regular o malo) cuanto la
misericordia de Dios que nos abre las puertas de su casa como las abrió –según
la parábola de Jesús– el padre del hijo pródigo a su hijo “que estaba perdido y lo he encontrado; que estaba muerto y ha pasado a
la vida”.
Una cultura que
no sabe qué hacer con la muerte, que la esconde, está confesando que, en el
fondo, no acaba de entender para qué sirve la vida, que no tiene un horizonte
claro. Si algo nos aporta la fe es la certeza de que –como dice uno de los prefacios
de la misa de difuntos– “a quienes la
certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura
inmortalidad. Porque para los que creemos en ti, la vida no termina, sino que
se transforma, y al deshacerse esta morada terrenal, adquirimos una mansión
eterna en el cielo”. Me dio la impresión de que toda la naturaleza circundante
se concitaba para entregar a Dios la vida del monje Bernard. La vuelta de su
cuerpo a la tierra simboliza el regreso a la casa de la que partió. La tarde
permaneció serena, como recogida en su expectante alegría.
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